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TEMA III

LA LIBERTAD

1.- LA POLÍTICA IMPERIAL


1.1- Constantino
Con el edicto de Galerio, en el año 311, terminaba oficialmente la
persecución que había desencadenado Diocleciano en el 303. Pero el hecho de
verdadera trascendencia fue el cambio dado por Constantino en el 312 y la
consiguiente publicación del llamado “Edicto de Milán”, en el 313. Estos dos
acontecimientos fueron decisivos para el cambio en la historia del cristianismo y
del imperio romano.
Desde el 306 en que comenzó a gobernar la Galia, España y Britania,
Constantino -hijo y sucesor de Constancio-, demostró una actitud benévola
hacia los cristianos. En 312 derrotó a su rival Majencio en una famosa campaña
en la que dijo haber tenido una visión celestial. En el mismo año, este
emperador y su colega Licinio, que gobernaba la parte oriental del Imperio,
decretaron una serie de leyes por las que concedían la libertad de cultos a todos
sus súbditos:

«Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente


en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al
bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes
asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención el respeto de la
divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás,
facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que
toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a
nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos
tomado esta saludable y rectísima determinación de que a nadie le sea negada
la facultad de seguir libremente la religión que ha escogido para su espíritu, sea
la cristiana o cualquier otra que crea más conveniente, a fin de que la suprema
divinidad, a cuya religión rendimos este libre homenaje, nos preste su
acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu
excelencia sepa que hemos decidido anular completamente las disposiciones
que te han sido enviadas anteriormente respecto al nombre de los cristianos,
ya que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de
ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana, hacerlo
libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y molestia.

Así pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas
decisiones a tu solicitud para que sepas que hemos otorgado a los cristianos
plena y libre facultad de practicar su religión. Y al mismo tiempo que les hemos
concedido esto, tu excelencia entenderá que también a los otros ciudadanos
les ha sido concedida la facultad de observar libre y abiertamente la religión

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que hayan escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos ha
impulsado a obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar
en nada ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a
los cristianos, hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde
antes solían reunirse y acerca de lo cual te fueron anteriormente enviadas
instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido
comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello
ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido
estos locales como donación deben devolverlos también inmediatamente a los
cristianos, y si los que los han comprado o los recibieron como donación
reclaman alguna indemnización de nuestra benevolencia, que se dirijan al
vicario para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca de ello. Todos
estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin
ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los
cristianos poseían no solamente los locales donde se reunían habitualmente,
sino también otros pertenecientes a su comunidad, y no posesión de simples
particulares, ordenamos que como queda dicho arriba, sin ninguna clase de
equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus iglesias,
manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...)
De este modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan
importantes ocasiones nos ha estado presente, continuará a nuestro lado
constantemente, para éxito de nuestras empresas y para prosperidad del bien
público.

Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento


de todos, convendrá que tú la promulgues y la expongas por todas partes para
que todos la conozcan y nadie pueda ignorar las decisiones de nuestra
benevolencia”

Constantino era un político muy hábil y su obra fue la de un maestro del


equilibrio. Favoreció de todos los modos posibles al episcopado católico e
incluso intervino activamente en las disputas teológicas existentes en el seno de
la comunidad cristiana (arrianismo, donatismo). También hizo edificar
magnificas basílicas para facilitar el culto público de los cristianos. Con
Constantino terminaba el periodo de persecuciones habidos en la Iglesia y nacía
la unión entre el cristianismo y el Estado que tendrá una expresión mayor con
sus sucesores.
Los historiadores al enfrentarse a la iglesia del siglo IV, corren el riesgo
de caer en uno de estos dos peligros: el panegirismo o el criticismo.
Hay historiadores que solamente resaltan los éxitos de la Iglesia, que
fueron muchos, y los atribuyen a la conversión de Constantino. Los críticos
sólo ven en la Iglesia de esta época aspectos vituperables sobre todo por la
unión entre iglesia y Estado que va a dar comienzo con Constantino. La Iglesia
vendió su libertad a un emperador para conseguir una falsa libertad.
- Aspectos positivos: Podemos destacar la gran ventaja que obtuvo la
Iglesia con Constantino que fue la de su libertad. Desde ente momento la iglesia
aunó sus esfuerzos en una evangelización en una conversión de los pueblos
paganos. Esta libertad le llevó a una mejor organización, creando nuevas

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instituciones, como los concilios ecuménicos, nuevos métodos para la
conversión, se afianzaron las estructuras y se construyeron basílicas y
baptisterios. Se prestó una mayor atención a la cura pastoral, especialmente el
catecumenado y la beneficencia.
- Aspectos negativos: La Iglesia pierde el carisma de lo prohibido y de la
clandestinidad. Con esto se pierde el espíritu de vigilancia por el cual sólo gente
muy selecta había pedido el ingreso en el catecumenado. Comienza un periodo
de decadencia en el espíritu cristiano y una relajación por la facilidad e incluso
por la obligatoriedad. La Iglesia además pierde su independencia y pasa a la
sujeción del emperador cristiano. Además, vemos un distanciamiento entre la
Iglesia Occidental y Oriental. La gran cantidad de cismas y herejías de la época
obligan a muchas reuniones de los obispos con la ausencia de sus sedes
episcopales y como consecuencia el abandono de sus obligaciones pastorales.

1.2.- Religión de Constantino


Constantino nace en Naisus (Dacia) hijo de Constancio Cloro y de Elena
el 22 de febrero del año 288. Se crió como rehén en la corte de Diocleciano y
después de la abdicación de este fue con su padre a las Galias donde después
de la muerte de Constancio el ejército lo proclamó Augusto.
La primera época de la vida de Constantino se caracteriza por una
religiosidad donde hay un desprecio del mundo y de la condición humana
sobre la tierra. Es la época de lo sobrenatural. Tanto lo divino como lo
demoníaco, los sueños profecías, etc. están a la orden del día. Se necesita una
alianza con la divinidad para poder pasar bien por este mundo. Además ésta
era la que podía sostener la política de los emperadores y era el nexo de unión
con todo el Imperio. El fin del mundo está cerca y se necesita la protección de
los dioses. El emperador Aureliano había proclamado al sol como Dios y Señor
del Imperio Romano para ganarse su favor. El propio Diocleciano había
cambiado al dios Júpiter de la tradición romana por el Sol Invicto
En el 307 contrae matrimonio con Fausta hija de Maximiano y por lo
tanto entra a formar parte de la familia Hercúlea y, por consiguiente, se hace
adorador de los dioses de la Tetrarquía, especialmente de Hércules. En el 310 se
aleja de Maximiano, que había conjurado contra él, y funda una nueva dinastía
la de los Flavios, cuyo origen se remonta a Flavio II, que adoraba al sol y
Constantino vuelve a la tradición religiosa de su padre.
Los panegíricos o sermones públicos pronunciados en su honor después
de la ascensión al trono muestran la evolución religiosa del emperador:
- 307. El orador apela a los dioses de la Tetrarquía: Júpiter y Hércules
- 310. Apolo, dios de su familia, que se identifica con el Sol Invicto.
- 312. Se nombra a la mente que gobierna el mundo. Constantino se ha
convertido en adorador de un “dios supremo”. Religión conocida como
Henoteísmo.
- 313. El orador habla de un secreto que mantiene con aquella mente
divina que se le había aparecido.

En el año 312 empieza la guerra entre Constantino y Majencio. La batalla


final se produce junto al puente Milvio el 31 de octubre del año 312,

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decantándose la victoria a favor de Constantino. Durante esta batalla sucedió
algo, según la fuentes cristianas, que decantó el final de esta guerra y que hizo
que Constantino se convirtiera al cristianismo. Dos autores cristianos, Lactancio
y Eusebio de Cesarea, relatan el hecho pero con dos versiones muy distintas.
Estando Constantino muy preocupado por la batalla decisiva contra Majencio
una tarde, estando delante de la tienda advierte una cruz sobre el sol, con esta
inscripción: “Con esto vence”, y después por la noche en sueños, se le apareció
Cristo, quien le ordenó grabar sobre los escudos de sus soldados el signo
(Crismón) que había visto sobre el sol, que no era otra cosa que la letra X griega
con el tramo superior circunflejo, y le prometió la victoria.
No podemos saber a ciencia cierta hasta que punto fue cierta la posible
conversión de Constantino, o simplemente una reacción supersticiosa ante este
hecho del sueño. Constantino ya se había percatado de que el cristianismo era
una fuerza en continuo ascenso, puesto que en oriente y especialmente en
Nicomedia, una gran parte de la población era ya cristiana; y entonces optó por
ella, como quien opta por subirse al carro vencedor. Parece que su bautismo
tuvo lugar unos meses antes de su muerte y en su comportamiento hay siempre
manifestaciones paganas: en sus monedas aparecen vestigios de culto al Sol
Invicto, retuvo para si el título de Pontífice Máximo del paganismo. Su
conversión tiene tintes políticos, siguiendo el ejemplo de Aureliano y
Diocleciano. Su Edicto de Milán es sólo un edito de tolerancia y plena libertad
religiosa para los ciudadanos del imperio pero no un política de conversión
auténtica. A todo esto le unimos que su vida no fue el ejemplo de un cristiano
de la época, sobre todo por sus numerosos crímenes: hizo ejecutar a su suegro,
tres cuñados a un hijo y a su mujer. Fe y costumbres no iban unidas en la vida
de Constantino.

1.3.- Sucesores de Constantino

Constantino muere en el año 337. Sus sucesores, sobre todo Constancio II


endurecieron, en sentido cristiano, la legislación religiosa imperial, golpeando
duramente las instituciones y las formas del culto pagano. Llegaron, de hecho, a
cerrar los templos y a abolir los sacrificios y la práctica mágica de los oráculos.
Especialmente en oriente se multiplican los tumultos antipaganos,
multitudes de cristianos fanáticos, azuzados por monjes y obispos, se dedican a
destruir altares y templos paganos, provocando a menudo incidentes mortales.
Tales desórdenes registran una breve tregua con la llegada al trono de Juliano,
un nieto de Constantino, que educado en la religión cristiana, apostató llegado
un determinado momento. En cuestión de un par de años Juliano instauró una
rígida política de restauración del paganismo, mediante la institución de un
clero adecuado, modelado a la manera cristiana. Juliano prohibió a los maestros
cristianos, mediante un edicto, que enseñaran en las escuelas estatales.

2.-. EDICTO DE TESALÓNICA, 28 DE FEBRERO DEL 380

Todos nuestros pueblos (...) deben adherirse a la fe trasmitida a los

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romanos por el apóstol Pedro, la que profesan el pontífice Dámaso y el
obispo Pedro de Alejandría (...), o sea, reconocer, de acuerdo con la
enseñanza apostólica y la doctrina evangélica, la Divinidad una y la Santa
Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Únicamente los que observan
esta ley tienen derecho al título de cristianos católicos. En cuanto a los otros,
estos insensatos extravagantes, son heréticos y fulminados por la infamia,
sus lugares de reunión no tienen derecho a llevar el nombre de iglesias,
serán sometidos a la venganza de Dios y después a la nuestra (...)

La instauración del cristianismo en el Imperio romano va a tener lugar a


través del emperador Teodosio. En el año 380 Teodosio promulga un edicto en
el cual se declaraba, por vez primera que el catolicismo de los obispos de Roma
y de Alejandría era la única religión del Imperio.
En el espacio de ochenta años, el cristianismo pasó de ser un religión
perseguida a ser la religión oficial del imperio; con lo cual se revocaba el
principio de libertad religiosa establecido en Milán, y el cristianismo se integró,
con todos sus riesgos, en la estructura del Imperio Romano.
El catolicismo se transformaba así de religión lícita , en religión de
Estado, y la Iglesia se convertía, como consecuencia en Iglesia imperial, es decir,
en uno de los pilares básicos del Estado romano.

3.- LA IGLESIA PRIMITIVA


La expansión de la Iglesia sembró de comunidades el mapa del mundo
antiguo. Por toda la extensión del Orbe, el anuncio del evangelio hizo nacer
pequeños grupos de creyentes que recibían la Buena Noticia y desde entonces
se sentían ligados entre sí por el doble vínculo de la fe y de la caridad fraterna.
Eran comunidades insertas en medio del mundo pagano, lo que hacía que
hubiese una gran conciencia de cohesión con la Iglesia Universal. Desde el
comienzo, cuando los doce aún permanecían en Jerusalén, la fundación de
nuevas iglesias iba acompañada de la institución en ellas de la propia jerarquía.
En cada comunidad, la jerarquía estaba formada por un colegio de presbíteros o
ancianos, establecido por el Apóstol fundador de la iglesia o por uno de los
auxiliares. Exceptuando la comunidad de Jerusalén, presidida por Santiago, y
Roma, por Pedro, en calidad de obispos, las demás era un colegio de ancianos.
Los miembros de estos colegios eran designados por las fuentes de la época con
el doble apelativo de “presbíteros” o “episcopos”. Aún no está definido la
diferenciación entre ambos. Esto es así porque en vida de los apóstoles estos
siguen gobernando las iglesias que ellos han fundado. Los apóstoles contaban,
además con unos auxiliares con rango de jerarquía itinerante, con poder
superior a los presbíteros de la comunidad (Timoteo y Tito).
A medida que los apóstoles fueron desapareciendo se fue generalizando
la creación del episcopado local con carácter monárquico. Los ayudantes
itinerantes se fueron insertando en las comunidades quedando como obispos
locales, y se necesitaba alguien dentro de la comunidad que diera unidad a la
iglesia local. Nacen así los obispos a partir del siglo II. En un principio eran
designados por la propia comunidad que daba su parecer sobre la elección,
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aunque también participaban los demás obispos vecinos. La comunidad era
regida por el obispo ayudado por el colegio de presbíteros y diáconos. Cuando
el número de fieles creció y ya no se podía atender a toda la comunidad de la
ciudad en un mismo centro, los presbíteros se pusieron al frente de las
diferentes iglesias que se iban creando.
El siglo IV se caracteriza por la conversión al cristianismo de la gran
masa de la población del imperio romano. La cristianización, que había sido un
fenómeno básicamente urbano hasta el siglo III, llegó a todas las provincias del
imperio ya a principios del IV. Si en el siglo III había seis obispados en el norte
de Italia, se encuentran cerca de cincuenta en el IV y setenta en las Galias. En
España también se había extendido el cristianismo por casi toda la península.
Los inicios del cristianismo en Irlanda habría que situarlos a finales del siglo IV.
La presencia cristiana es importante en los territorios comprendidos entre la
desembocadura del Rin y el Danubio. La iglesia egipcia, con cerca de noventa
sedes episcopales fue un foco importante de evangelización del entorno.
La evangelización de los campos fue la nota característica de este
periodo. Sus gentes apenas habían sido influidos por la cultura helenística y
seguían fieles a sus religiones ancestrales con la que se enfrentaron los
misioneros cristianos. Esta evangelización de gentes sencillas se basó en el culto
a los mártires, a los santos y en las reliquias. No persiguió la destrucción total
de la religión pagana sino trató de integrar sus fiestas en el nuevo ciclo litúrgico
cristiano, levantando templos en el lugar de los antiguos paganos.

3.1.- El Clero
La nueva etapa de libertad en la que entró la iglesia tras la conversión de
Constantino cambió el status jurídico de los clérigos otorgándoles algunos
privilegios. El privilegio del fuero les sustraía de la justicia civil; el peculio
clerical y la inmunidad fiscal les eximia de los servicios públicos y de las cargas
tributarias.
En el siglo IV suele aceptarse la división entre clero superior, al que
pertenecen los obispos, presbíteros y diáconos, cuya consagración depende del
obispo y el clero inferior, que suele agrupar al subdiácono, acólitos, exorcistas,
ostiarios y lectores. El clero inferior no tenía delimitado su estatuto y variaba
según las comunidades.
Como grado inicial de ingreso en la carrera eclesiástica estaba el lector, al
que le incumbe leer la sagrada escritura en la liturgia y más tarde también el
canto de los salmos.
El ostiario tenía la función de cuidar y vigilar las iglesias, aunque no era
un grado clerical en todas la iglesias.
El exorcista tampoco tenía una consagración especial y cuidaba de los
catecúmenos y los energúmenos.
El acólito era el ayudante del subdiácono en las celebraciones litúrgicas.
El subdiácono apareció como auxiliar del diácono al que se le
encomienda cada vez más funciones administrativas en la iglesia y va
perdiendo las funciones litúrgicas.
Las funciones del presbítero y del diácono se van diferenciando,
adquiriendo los presbíteros la tarea de celebrar la eucarística y el bautismo, la
suplencia del obispo y la predicación. Los diáconos son los directos

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colaboradores de los obispos y por ello su prestigio e influencia son superiores a
la de los presbíteros.
Poco a poco se van perfilando los requisitos para ser clérigos. El papa
Zósimo da una decretal (417-18) sobre la duración de los grados: 21 años para la
consagración del acólito y subdiácono, 30 para el presbítero y entre 45 y 50 para
el episcopado. El clérigo debe tener integridad corporal, no tener enfermedades
mentales y no ser epiléptico. Además debe destacar por sus cualidades morales,
haber acreditado su fe y no ser cobarde ni haber renegado en la persecución.
A partir del siglo III se implanta la innovación de la continencia y el
celibato. Al clérigo casado se le exigía que su matrimonio fuera irreprochable y
se le prohibían las segundas nupcias. Quien recibía el orden superior y no
estaba casado no podía contraer matrimonio.

3.2.- Los obispos


A partir del siglo IV el obispo dejó de ser responsable de una comunidad
local urbana para serlo de un territorio con diversas iglesias particulares
dependientes de él, naciendo así las diócesis a las que limitaban el ejercicio de
sus competencias. La elección del obispo seguía siendo por el clero y el pueblo,
pero éste fue perdiendo protagonismo quedando reducida su intervención a
una simple aclamación del elegido. La elección se hacía a través del clero
diocesano y los obispos vecinos con intervención activa del metropolitano, al
que correspondía consagrar. El obispo electo debe ser consagrado al menos por
tres obispos presentes, aunque lo ideal es que sea el mayor número de obispos
posible.
El obispo es el garante de la doctrina, el culto y la buena conducta de sus
feligreses asignados. Desde el siglo IV además, el obispo tiene un papel jurídico
fundamental. En el 318 al obispo se le reconocen competencias judiciales en
casos de cristianos viéndose libres de los jueces paganos. El obispo en el
trascurso del siglo IV y V, se le reconoce un gran prestigio social al llenar el
vacío de poder que se produce por la decadencia del imperio romano. La
administración imperial dejó de funcionar y hubo de ser asumida por los
obispos.

3.3.- División territorial


Ya a desde finales del siglo II, pero cada vez de una manera más
decidida, en el transcurso de los siglos III y IV, las Iglesias cristianas adoptan,
fundamentalmente por motivos prácticos para el buen gobierno de la
comunidad, la subdivisión del territorio utilizada por la administración civil del
Imperio. Los obispos de las sedes metropolitanas más importantes adquieren
una particular autoridad en relación con los obispos sufragáneos sujetos a ellos,
en una relación de dependencia. Tales honores son atribuidos, de manera
especial, a aquellas sedes que, como Roma, Alejandría o Antioquia, pueden
enorgullecerse de títulos de antigüedad y de origen apostólico.
A partir del traslado de la capital del imperio a Constantinopla, esta sede
luchó por su puesto en la primacía de la Iglesia. El Concilio de Constantinopla
del año 381 declaraba en su canon tercero, que al obispo de esta ciudad le
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correspondía el título de honor del segundo puesto tras el obispo de Roma, por
el hecho de que Constantinopla era la nueva Roma. La respuesta de Roma no se
hizo esperar. En el concilio romano del 382 se declaraba solemnemente que sólo
las Iglesias de Roma, Alejandría y Antioquia, tenían igual dignidad apostólica,
porque todas ellas participaban de la autoridad de haber sido fundadas por
Pedro. Eran las sedes conocidas como la triarquía petrina. A partir del siglo V,
con el añadido de Jerusalén, se instaura el sistema de Pentarquía donde Roma
está en clara desventaja con Oriente: Constantinopla, Antioquia, Alejandría y
Jerusalén.

4.- EL PRIMADO DE PEDRO


La multitud de iglesias repartidas por todo el orbe no limitaban su
horizonte a los términos de sus respetivas ciudades, sino que se sentían
integradas en una misma Iglesia universal. Mientras Pedro y el colegio de los
Doce vivieron, éstos tenían el poder del gobierno sobre las comunidades.
Después del martirio de Pedro, la iglesia de Roma fue el centro de unidad de la
Iglesia, y sus obispos fueron sucesores de Pedro en el ejercicio del primado.
Tenemos dos testimonios que se remontan al siglo II donde vemos la
preeminencia de la Iglesia de Roma con respecto a las demás:
1) Carta que San Ignacio de Antioquía, camino del martirio, dirigió a la
Iglesia de Roma “que preside en la capital del territorio de los romanos” y
es además “puesta a la cabeza de la caridad”.
2) San Ireneo de Lyon en su obra Adversus haereses (a. 185), dice: “La
iglesia de Roma es la más grande, la más antigua y mejor conocida, fundada
y establecida por los gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo”. Además
enumera la serie de todos los obispos romanos hasta su época como
prueba de la sucesión apostólica.

También podemos ver la propia conciencia que tenían los obispos de


Roma de tal supremacía en las intervenciones de estos en las diversas disputas
de la iglesia. (Papa Clemente en la disputa de la Iglesia de Corinto (a. 96)). Y la
conciencia de las comunidades de esta supremacía la observamos en la propia
iglesia de Corinto que recibió con respeto la carta del Papa Clemente, y que 75
años después, el obispo Dionisio de Corinto nos dice como aún se leía la carta
en la celebraciones litúrgicas.
Con el pontificado de S. Dámaso (366-384), el Papado romano acentúa el
proceso de normalización y de centralización para todas las iglesias del
Occidente latino, sin encontrar los obstáculos interpuestos por Constantinopla
en Oriente. Los Papas de la época intervienen cada vez con mayor frecuencia en
la vida interna de las Iglesias occidentales para dirimir cuestiones de disciplina
eclesiástica, de liturgia y de doctrina teológica. Se intensifica, por ello, el uso de
las cartas decretales, en las que podemos ver el origen de los sucesivos procesos
del Derecho eclesiástico medieval.
En el fondo, también la nueva traducción latina de la Biblia, que
Jerónimo emprende por encargo de Dámaso y que se convertirá en normativa
para la Iglesia, bajo el nombre de Vulgata, responde precisamente a este
proyecto papal de restaurar la unidad. Incluso entre las diversas traducciones
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en uso de la Sagrada Escritura en las que se había expresado el cristianismo
occidental de los siglos anteriores.
En este proceso de romanización del cristianismo occidental se intenta
buscar una justificación histórica, dándose el principio según el cual todas las
comunidades cristianas de Occidente habían sido fundadas por Pedro o por sus
sucesores, y por consiguiente todas las Iglesias occidentales debían quedar bajo
el control de Roma. Principio bastante discutido desde el punto de vista
histórico ya que hay una fuerte presencia de la tradición Joanista de
procedencia asiática en los orígenes del cristianismo occidental.
El primado de la Sede Apostólica, que se fortalece durante las
controversias cristológicas orientales y durante las polémicas contra los
pelagianos, será posteriormente fortalecido por las excepcionales
personalidades de León I, el Magno, protagonista de Calcedonia y por sus
sucesores, entre los que destaca sobre los demás Gelasio I.

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APÉNDICE DOCUMENTAL

1.- TÁCITO
En consecuencia, para librarse de la acusación [de haber quemado
Roma], Nerón buscó rápidamente un culpable, e infringió las más exquisitas
torturas sobre un grupo odiado por sus abominaciones, que el populacho llama
cristianos. Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el
principado de Tiberio de la mano de uno de nuestros procuradores, Poncio
Pilatos, y esta dañina superstición, de tal modo sofocada por el momento,
resurgió no sólo en Judea, fuente primigenia del mal, sino también en Roma,
donde todos los vicios y los males del mundo hallan su centro y se hacen
populares. Por consiguiente, se arrestaron primeramente a todos aquellos que
se declararon culpables; entonces, con la información que dieron, una inmensa
multitud fue presa, no tanto por el crimen de haber incendiado la ciudad como
por su odio contra la humanidad. Todo tipo de mofas se unieron a sus
ejecuciones. Cubiertos con pellejos de bestias, fueron despedazados por
perros y perecieron, o fueron crucificados, o condenados a la hoguera y
quemados para servir de iluminación nocturna, cuando el día hubiera acabado.
(Anales Libro XV, 44)

2.- CARTA DE PLINO EL JOVEN A TRAJANO


Maestro, es regla para mi someter a tu consideración todas las
cuestiones en las que tengo dudas. ¿Qué podría hacer mejor para dirigir mi
inseguridad o instruir mi ignorancia?…

Nunca he participado en las investigaciones sobre los Cristianos. Por


tanto no se qué hechos ni en qué medida deban de ser castigados o
perseguidos. Y con no pocas dudas me he preguntado si no habría de hacer
diferencias por razón de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo
modo que la adulta; si se debe personar a quien se arrepiente, o si bien a
cualquiera que haya sido Cristiano de nada le sirva abjurar, si ha de castigarse
por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque no se hayan cometido hechos
reprobables, o las acciones reprobables que van unidas a ese nombre.
Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido
entregados por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos.
A los que respondían afirmativamente, le repetía dos o tres veces la pregunta,
amenazándolos con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No
dudaba, de hecho, confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar
al menos por tal pertinacia y obstinación inflexible.
A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a
Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Bien pronto, como sucede en
estos casos, multiplicándose las denuncias al proseguir la indagación, se
presentaron otros casos diferentes.
Fue presentada una denuncia anónima que contenía el nombre de
muchas persona. Aquellos negaban ser cristianos o haberlo sido, si invocaban
los nombres de los dioses según la fórmula que yo les impuse, y si ofrecían

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sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que yo había hecho instalar con tal
objeto entre las imágenes de los dioses, y además maldecían a Cristo, cosas
todas ellas que me dicen que es imposible conseguir de los que son
verdaderamente cristianos, he considerado que deberían ser puestos en
libertad.
Otros, cuyo nombre había sido dado por un denunciante, dijeron que
eran cristianos, pero después lo negaron. Lo habían sido, pero después
dejaron de serlo, algunos al cabo de tres años, otros de mas, algunos incluso
por más de veinte. También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas
de los dioses y han maldecido a Cristo
Por otra parte, estos afirmaban que toda su culpa o su error había
consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y
cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en
obligarse bajo juramento, no a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer
robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en
depósito. Concluidos esos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de
nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente. Pero que
habían abandonado tales prácticas después de mi decreto, con el cual,
siguiendo tus ordenes, había prohibido tales cosas.
He considerado sumamente necesario arrancar la verdad, incluso
mediante la tortura, a dos esclavas a las que se llamaba servidoras. Pero no
logre descubrir otra cosa que una superstición irracional desmesurada.
Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo.
El asunto me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran numero
de denunciados. Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de
ambos sexos, los que están o serán puestos en peligro. No es solo en la
ciudad, sino también en las aldeas y por el campo, por donde se difunde el
contagio de esta superstición. Sin embargo, me parece que se la puede
contener y acallar. De hecho, me consta que los templos, que se habían
quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y las
ceremonias rituales, que se habían interrumpido hace tiempo, son retomadas, y
que por todas partes se vende la carne de las víctimas, que hasta ahora tenían
escasos compradores. De donde se puede concluir que gran cantidad de
personas podría enmendarse si se les ofrece la ocasión de
arrepentirse» (CAYO PLINIO CECILIO SEGUNDO, Epistolarum ad Traianum
Imperatorem cum eiusdem Responsis liber X, 96.)

3.- RESPUESTA DE TRAJANO (O RESCRIPTO)


Trajano a Plinio.
Has seguido, Segundo mío, el procedimiento que debiste en el despacho
de las causas de los cristianos que te han sido delatados. Efectivamente, no
puede establecerse una norma general, que haya de tener como una forma fija.
No se los debe buscar.
Si son delatados, y quedan convictos, deben ser castigados; de modo,
sin embargo, que quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por obra,
es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca sospechas por
lo pasado, debe alcanzar perdón en gracia a su arrepentimiento.

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Los memoriales, en cambio, que se presenten sin firma, no deben
admitirse en ningún género de acusación, pues es cosa de pésimo ejemplo e
impropia de nuestro tiempo.

4.- RESCRIPTO DE ADRIANO


A Minucio Fundano: Recibí una carta que me escribió Serenio Graniano,
varón clarísimo, a quien tú has sucedido. Pues bien, no me parece que
debamos dejar sin examinar el asunto, para evitar que se perturbe a los
hombres y que los delatores encuentren apoyo para sus maldades.
Por consiguiente, si los habitantes de una provincia pueden sostener con
firmeza y a las claras este demanda contra los cristianos, de tal modo que les
sea posible responder ante un tribunal, a este solo procedimiento habrán de
atenerse, y no a meras peticiones y gritos. Efectivamente, es mucho mejor que,
si alguno quiere hacer una acusación, tú mismo examines el asunto.
Por lo tanto, si alguno los acusa y prueba que han cometido algún delito
contralas leyes, dictamina tú según la gravedad de la falta. Pero si-¡por
Hércules!- alguien presenta el asunto por calumniar, decide acerca de eta
atrocidad y cuida de castigarle adecuadamente.
(Eusebio, HE IV, 9)
5.- EDICTO GALERIO
En efecto, por motivos que desconocemos se habían apoderado de ellos
una contumacia y una insensatez tales, que ya no seguían las costumbres de
los antiguos, costumbres que quizá sus mismos antepasados habían
establecido por vez primera, sino que se dictaban a sí mismos, de acuerdo
únicamente con su libre arbitrio y sus propios deseos, las leyes que debían
observar y se atraían a gentes de todo tipo y de los más diversos lugares. Tras
emanar nosotros la disposición de que volviesen a las creencias de los
antiguos, muchos accedieron por las amenazas, otros muchos por las torturas.
Mas, como muchos han perseverado en su propósito y hemos constatado que
ni prestan a los dioses el culto y la veneración debidos, ni pueden honrar
tampoco al Dios de los cristianos, en virtud de nuestra benevolísima clemencia
y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos el perdón, hemos creído
oportuno extenderles también a ellos nuestra muy manifiesta indulgencia, de
modo que puedan nuevamente ser cristianos y puedan reconstruir sus lugares
de culto, con la condición de que no hagan nada contrario al orden establecido.
Mediante otra circular indicaremos a los gobernadores la conducta a seguir. Así
pues, en correspondencia a nuestra indulgencia, deberán orar a su Dios por
nuestra salud, por la del Estado y por la suya propia, a fin de que el Estado
permanezca incólume en todo su territorio y ellos puedan vivir seguros en sus
hogares.

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6.- EDICTO DE MILÁN
«Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para
tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público, hemos creído
nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos merecían nuestra primera
atención el respeto de la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los
demás, facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que toda
clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que
están bajo nuestra autoridad. Así pues, hemos tomado esta saludable y rectísima
determinación de que a nadie le sea negada la facultad de seguir libremente la religión que ha
escogido para su espíritu, sea la cristiana o cualquier otra que crea más conveniente, a fin de
que la suprema divinidad, a cuya religión rendimos este libre homenaje, nos preste su
acostumbrado favor y benevolencia. Para lo cual es conveniente que tu excelencia sepa que
hemos decidido anular completamente las disposiciones que te han sido enviadas
anteriormente respecto al nombre de los cristianos, ya que nos parecían hostiles y poco propias
de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la
religión cristiana, hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud y
molestia.

Así pues, hemos creído nuestro deber dar a conocer claramente estas decisiones a tu solicitud
para que sepas que hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su
religión. Y al mismo tiempo que les hemos concedido esto, tu excelencia entenderá que
también a los otros ciudadanos les ha sido concedida la facultad de observar libre y
abiertamente la religión que hayan escogido como es propio de la paz de nuestra época. Nos
ha impulsado a obrar así el deseo de no aparecer como responsables de mermar en nada
ninguna clase de culto ni de religión. Y además, por lo que se refiere a los cristianos, hemos
decidido que les sean devueltos los locales en donde antes solían reunirse y acerca de lo cual
te fueron anteriormente enviadas instrucciones concretas, ya sean propiedad de nuestro fisco o
hayan sido comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ello
ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido estos locales como
donación deben devolverlos también inmediatamente a los cristianos, y si los que los han
comprado o los recibieron como donación reclaman alguna indemnización de nuestra
benevolencia, que se dirijan al vicario para que en nombre de nuestra clemencia decida acerca
de ello. Todos estos locales deben ser entregados por intermedio tuyo e inmediatamente sin
ninguna clase de demora a la comunidad cristiana. Y como consta que los cristianos poseían
no solamente los locales donde se reunían habitualmente, sino también otros pertenecientes a
su comunidad, y no posesión de simples particulares, ordenamos que como queda dicho arriba,
sin ninguna clase de equívoco ni de oposición, les sean devueltos a su comunidad y a sus
iglesias, manteniéndose vigente también para estos casos lo expuesto más arriba (...) De este
modo, como ya hemos dicho antes, el favor divino que en tantas y tan importantes ocasiones
nos ha estado presente, continuará a nuestro lado constantemente, para éxito de nuestras
empresas y para prosperidad del bien público.

Y para que el contenido de nuestra generosa ley pueda llegar a conocimiento de todos,
convendrá que tú la promulgues y la expongas por todas partes para que todos la conozcan y
nadie pueda ignorar las decisiones de nuestra benevolencia”

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7.- TETRARQUIA
293

Oriental Augusto Diocleciano (Júpiter)

César Galerio

Occidental Augusto Maximinano

César Constancio Cloro

305.

Oriental Augusto Galerio

César Maximino Daya

Occidental Augusto Constancio Severo


Majencio Constantino

César Severo Licinio

311

Oriental Maximino Daja (Asia Menor, Siria, Egipto)


Licinio (Illiria y los Balcanes)

Occidental Constantino (Galia, España, Bretaña)


Majencio (Italia África)

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