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La fiesta del 25 de diciembre

que, actualmente achacamos al nacimiento de Cristo, tiene


sus orígenes en la celebración del solsticio de invierno (natalis
invictus solis). En realidad es de conocimiento de la Iglesia
Católica que Jesús de Nazaret nació en agosto. Será la
reciente Iglesia Católica la que en el siglo IV d.C. para adaptar
los ritos paganos de sus nuevos feligreses convierta la fiesta
del Sol Invictus en la fecha de celebración de Cristo.
Esto queda atestiguado cuando el Papa Julio I pide en el 350
la celebración del 25 de diciembre para su nuevo dios. El Papa
Liberio en el 354 decretara como día del nacimiento de Jesús
esta fecha.

La fiesta romana del Sol Invictus se aplicó a tres dioses:


Gabal, Mitra y el Sol. Juliano, el apóstata (así conocido a este
emperador por parte de los cristianos), en el 361 afirmó que
el único dios de esta festividad sólo podía ser el rey Sol. A
esta fiesta también se la conoció anteriormente como Hagius
Invictus, y tenía lugar desde el 22 al 25 de diciembre.
Gabal fue el dios Sol de la ciudad nativa de Emesa, en Siria.
Mitra un dios solar de Persia. Y Helios fue la personificación
del Sol para griegos y romanos. Sería el emperador
Constantino quien decretaría el 7 de marzo de 321 como el
diez Solis, es decir, domingo, como día de descanso, como así
aparece reflejado en el Códice Justinianeo. La moneda romana
de Constantino siguió portando el estandarte del Sol Invictus,
la fiesta romana, hasta el 323. Finalmente el paganismo fue
abolido por el emperador Teodosio I el 27 de febrero del 390.

El dios Mitra nació, por esas cosas, de una piedra (tal cual
suena) un 25 de diciembre (vamos, que no nació de una
concepción humana, sino de un misterio, a la sazón virginal),
y su padre fue Ahura Mazda, el dios supremo del Zoroatrismo.
Mitra, casualmente, nació en una cueva, y desde el primer
momento portaba un gorro frigio, un cuchillo y una antorcha,
y fue adorado por pastores, que fueron avisados por las
estrellas (¿a alguno le suena esta historia?). En esta cueva
aludida, Mitra estuvo acompañado de dos animales, una mula
y un buey.

Dado que el mito de Mitra es muy anterior al nacimiento de


Cristo (ya aparece en un tratado de los hititas y mitanis en el
1400 a.C.), se ve a las claras de dónde salieron los elementos
del Belén popular siempre atribuido a Jesús de Nazaret.

In hoc signo vinces es una traducción en latín de la frase


griega “?? ????? ????”, en tout?i nika, que significa “en este
signo vencerás”.
Según la leyenda, el emperador Constantino adoptó esta frase
griega “, ?? ????? ????”, como lema después de su visión de
un Crismón en el cielo justo antes de la batalla del Puente
Milvio contra Majencio el 12 de octubre del año 312. El
símbolo del cristianismo primitivo consistía en un monograma
compuesto por las letras griegas chi (X) y rho (P), los dos
primeros en el nombre de Cristo (en griego: ???????). En
épocas posteriores el crismón “IHS”, representaba las tres
primeras letras de “Jesús” en griego latinizado (??????,
latinizado IHSOVS) y el “In hoc signo” de la leyenda.

Pues bien, como se ve en las


fotos de la moneda estamos ante un nuevo mito del
Cristianismo. Constantino nunca creyó en el Cristianismo y
dudo mucho que se produjera esta visión en la batalla del
Puente Milvio. Sólo hay que ver las monedas con la
celebración del Sol Invictus, propias de Constantino, para
darse cuenta que continuaba celebrando la fecha del dios
Mitra. Es decir, hablando claro y alto, Constantino seguía al
mitraísmo.
¿Y por qué se hizo cristiano? Por una cuestión política
seguramente, que no de convencimiento, dado que esta
secta, el Cristianismo, era la más extendida del imperio.
Recordemos que, además, sería Constantino el primero en
instituir la figura del Sumo Pontífice, como así se autodeclaró,
para convertirse en la primera autoridad del Estado y la
religión.

Para comprender este dato mejor, haré notar que las legiones
romanas en el 306 proclamaron Augusto a Constantino al
propio tiempo que, en Roma, estallaba una sublevación
contra Galerio. Los revoltosos nombraron emperador en lugar
de éste a Majencio, hijo de Maximiano, que se unió a su hijo,
abandonando su retiro, volviéndose a proclamar emperador.
Más todavía, Galerio había nombrado César a un general
llamado Maximino Daia quien también quiso ser de la partida.

En mayo de 311 murieron Galerio y el viejo Maximiano.


Quedaron pues, por un lado Majencio y Maximino Daia y por
otro Constantino con su nuevo Augusto, Licinio. El 28 de
octubre de 312, no lejos de Roma, muy cerca del Puente
Milvio sobre el Tíber, Constantino derrotó a las tropas de
Majencio en una batalla memorable. Majencio pereció
ahogado en el río y Constantino entró triunfante en Roma. Al
año siguiente, cerca de Andrianópolis, Maximino Daia fue
vencido por Licinio.

Los dos emperadores victoriosos se reunieron en Milán y en el


año 317 se pusieron de acuerdo para nombrar césares a los
dos hijos de Constantino: Crispo y Constantino el Joven, y al
hijo de Licinio, Licinio el Joven. Parecía que la decisión era ló-
gica pero, en realidad, asestaba un duro golpe al sistema
electivo de los césares al ser sustituido por el sistema
hereditario y, además, con una herencia a distribuir entre tres
personas pertenecientes a dos familias diferentes. La lucha no
se hizo esperar. En 324 estallaron las hostilidades. Licinio fue
derrotado en Andrianópolis, donde once años antes había
vencido a Maximino Daia, luego también en Chrysópolis y por
fin se rindió a Constantino que le había prometido respetar su
vida, a pesar de lo cual lo hizo ejecutar así como a su hijo
Licinio el Joven.

Desde el mismo inicio del


Imperio habían ido instalándose en la propia Roma cultos
nuevos, misteriosos, procedentes de las más remotas y
dispares regiones conquistadas. Los misterios asiáticos tenían
la primacía. Mejor elaborados, con más años de experiencia,
captaron cada día más adeptos y prosélitos. Los cultos
órficos, los de Isis, de Baal, de Mithra aumentaron en
importancia y cada vez más se imponía el monoteísmo.
Estaba terminando una era en la que se sucedían las antiguas
e interminables listas de dioses, diosas y semidioses, de
cielos, celos, infiernos, adulterios, asesinatos, metamorfosis,
incestos y transformaciones. Los nuevos cultos, incluso el
cristiano, transformaron a su gusto las antiguas ceremonias y
liturgias, a veces conviviendo y a veces sustituyéndolas. Así,
hacia el año 400, el religioso ortodoxo Juan Crisóstomo (347-
404) escribió: “Se ha decidido fijar el aniversario del día
desconocido del nacimiento de Cristo en la misma fecha en
que se celebra el de Mithra o el Sol Invicto, a fin de que los
cristianos puedan celebrar en paz santos ritos mientras los
paganos se ocupan en los espectáculos circenses”. Constan-
tino empezó por ser pagano y adepto al culto solar de Mitra,
lo que se desprende de la numismática: sus monedas
llevaban las efigies de Constantino y el Dios Solar.
Al año siguiente de la muerte de Licinio se inició la
construcción, sobre la antigua Bizancio, de la ciudad de
Constantinopla, que pasaría a ocupar un lugar de privilegio en
el Imperio. Un año después, el emperador concedió el título
de augusta a Elena, su madre, y en el 326 se desarrolló un
drama familiar que al parecer estuvo en el origen del viaje de
Elena a Tierra Santa, donde se le atribuye el descubrimiento
del Santo Sepulcro y la invención de la Vera Cruz: Fausta, la
esposa de Constantino, consiguió que su marido mandara
ejecutar a Crispo, primogénito del emperador habido de su
anterior matrimonio con Minervina; poco después, Fausta fue
acusada de adulterio y Constantino la hizo ejecutar. Tales
condenas fueron acompañadas del asesinato de varios
miembros de la corte, lo que produjo una profunda ola de
indignación entre la población de Roma. Pero el papado
perdonó los pecados de Constantino, a cambio de que Helena
de Constantinopla, la posteriormente canonizada Santa Elena,
fuera a recuperar reliquias sagradas a Jerusalén. La piadosa
Helena de Constantonipla en menos de un mes había ido y
regresado a Jerusalén, recuperando todas las reliquias
sagradas, incluyendo la famosa Sábana Santa. Al parecer la
llamada Santa Elena tenía muy pocas ganas de estar
perdiendo el tiempo en viajes sagrados.

Estas y otra historias romanas son explicadas durante la guía


que efectuó en la ruta “Barcino”. Más información y
reservas: http://www.planetainsolito.es/barcino/
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Etiquetas: constantino, cristianismo, sol invictus

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