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29/9/21 23:04 Baudelaire o la irresistible fascinación del mal | El vuelo de la lechuza

El vuelo de la lechuza
Filosofía, literatura, humanidades. Revista cultural de referencia

Inicio Director: Carlos Javier González Serrano Equipo de redacción

Sobre “El vuelo de la lechuza”

Baudelaire o la irresistible fascinación del


mal
virginia moratiel / 16 febrero, 2021

Cuánto desearíamos que Charles


Baudelaire (1821-1867) hubiese
representado realmente, como ser
humano, aquello que quisiéramos
encontrar en su poesía: la elección del
mal en tanto fruto de una libertad radical
que no se deja condicionar, ni siquiera
por afán de desobediencia, ante ese
ángel bueno que “baja airado del cielo” y,
señalando la norma del amor, intenta
forzarnos a realizar el bien. Aunque nos
gustaría hallarlo oculto en sus versos, el
réprobo no aparece nunca como un
héroe libertario. Es tan sólo un rebelde
que reacciona impulsado por el
hastío y, cuando desafía la muerte o la
eternidad de la condenación, lo hace
para alcanzar en el placer, “por un
segundo, el infinito del regocijo”. Y, sin
embargo, no ha habido poeta que se
desnudara biográficamente hasta ese
extremo suyo y se atreviese a indicar,
mejor que ninguno, dónde está el origen psicológico, no sólo existencial, de esa herida que
desata la furia por ponerse más allá de todo límite y ansía, esclava o menesterosa, la
belleza de una totalidad que se alcanza mediante el dolor y la autodestrucción. Así, el poema

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titulado “Bendición” franquea la entrada de Las flores del mal con el repudio a la madre y el
resentimiento por no haberle concedido la exclusividad de su afecto:

“ Cuando así lo decretan los poderes supremos

y el poeta aparece en el tedio del mundo,

espantada su madre, barbotando blasfemias,

crispa un puño hacia Dios, que la acoge con piedad:

¡Ah! ¿Por qué no parí un ovillo de víboras,

en lugar de dar vida a irrisión semejante?

¡Oh, maldita la noche de placeres efímeros

en que pudo mi vientre concebir mi condena!

Ya que tú me escogiste entre todas las mujeres

para ser el desprecio de mi triste marido,

y que no me es posible arrojar a las llamas,

como esquela de amor, monstruo tan desmedrado,

voy a hacer que recaiga la aversión que me abruma

sobre el útil maldito que forjó tu maldad:

torceré de tal modo ese árbol mezquino,

que jamás podrá echar sus infectos rebrotes.

Hijo del segundo matrimonio de un


exsacerdote, que trabajó como profesor de
pintura y funcionario, con una mujer treinta
y cuatro años menor, Baudelaire perdió
a su padre cuando aún era niño. Al
poco tiempo, la viuda volvió a casarse con
un hombre más joven, disciplinado y
puritano, que llegaría a ser general y
diplomático. En ese trance se fraguó el
profundo sentimiento de abandono del
poeta y el inagotable rencor que profesó
a su padrastro toda la vida. Educado
primero por una sirvienta y expulsado por
mala conducta de los colegios a los que
más tarde fue en calidad de interno, donde
pronto destacó componiendo versos en
latín, se matriculó para realizar estudios de
Derecho, pero los abandonó, sumido por la
vida bohemia del París de entonces. La
recriminación a la madre por su falta de
cuidado y atención se expresó bajo la
forma de una voracidad sin freno que lo
hizo caer en toda clase de adicciones: al
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alcohol, al opio, al tabaco, al perfume, al hachís, al láudano, al ajenjo, que lo


transportaron a otros mundos dentro de éste con el supuesto fin de explorar la creatividad.
Como resultado, Baudelaire fue el primero en narrar y expresar poéticamente estas
experiencias, sea en su libro Los paraísos artificiales (expresión que él mismo creó), donde
aparece el poema dedicado al hachís y un texto sobre el opio, sea en lo que podríamos llamar
sus “odas” al vino, incluidas en Las flores del mal, o en el siguiente poema en prosa
perteneciente a El spleen de París:

“ Hay que estar siempre ebrio. Todo está allí: es la única cuestión. Para no sentir
el horrible fardo del tiempo, que rompe vuestros hombros y os inclina hacia la
tierra, hay que embriagarse sin cesar. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de
virtud, a vuestra guisa.

Pero, además, el efecto de la relación de amor-odio con la progenitora se plasmó en multitud


de escarceos con prostitutas y cabareteras, mujeres despreciadas por su familia y con las
que, a su vez, era imposible que forjase un compromiso sólido, de modo que la madre siempre
permanecía como único centro de su vida. Entre ellas destaca la mulata Jeanne Duval, su
“Venus negra”, de la que se dice que se enamoró apasionadamente y con quien mantuvo
una tempestuosa y larga relación. También, la Louchette (la bizca), quien le contagió la
sífilis, enfermedad que contrajo en su juventud y le llevó a la muerte con sólo cuarenta y seis
años. A muchas les dedicó poemas, plagados de sinestesias, donde se cruzan de manera
magistral sonido y aroma, a la vez que se trasluce cierto dejo de sadismo, porque en ellos
predomina la sensualidad cruda y sin ambages de “la carne hecha espíritu”, la misma que
envejece y degenera hasta la putrefacción:

“ —¡Y pensar que serás igual que esta carroña,

que te espera la misma podredumbre,

tú, la estrella y el sol de mis ojos, mi vida,

tú, ángel mío, a quien llamo mi pasión!

Oh, beldad mía, entonces di a los crueles gusanos

que contigo tendrán festín de besos,

que conservo la forma y la esencia divina

de estos amores míos que son polvo.

Aunque el tránsito temerario hacia lo peligroso y lo prohibido se relacione por su


etiología con una relación materno-filial llena de frustraciones, lo importante es que, gracias a
Baudelaire, se trasciende este origen subjetivo reflejándose en una nueva manera de hacer
poesía. Ciertamente, el Romanticismo ya había ahondado en las profundidades abisales del
ser humano y, de algún modo, había hecho comparecer al mal para mostrar hasta qué punto
incide efectivo en nuestra vida. Pero, mientras la nostalgia romántica se apoyó en la memoria
de un paraíso perdido para reconfigurar ese mundo fragmentado y en permanente conflicto
entre sus partes, Baudelaire quiso construir un nuevo universo sensible, aquí y ahora,
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excitando la imaginación a través de las “correspondencias” entre el ámbito material y


espiritual. Planteó esa tarea de modo revulsivo, produciendo –según afirma Walter Benjamin–
una “estética des-figurada” o un “jacobinismo lingüístico”, al buscar la originalidad de las
metáforas en la bajeza de los objetos de comparación. Y, dado que reconoció que estas
analogías sólo pueden ser descifradas por los artistas, al final Baudelaire consiguió llevar la
poesía hacia el simbolismo:

“ La Natura es un templo donde vívidos pilares

dejan, a veces, brotar confusas palabras;

el hombre pasa a través de bosques de símbolos

que lo observan con miradas familiares.

Como prolongados ecos que de lejos se confunden

en una tenebrosa y profunda unidad,

vasta como la noche y como la claridad,

los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carnes de infantes,

suaves cual los oboes, verdes como las praderas,

y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

que tienen la expansión de cosas infinitas,

como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,

que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

Algo semejante podríamos decir de la


incoherente actividad política del poeta.
Por una parte, nos encontramos con la
defensa de tesis ultraconservadoras como las
de Joseph de Maistre o Edgar Allan Poe, de
quien fue su traductor al francés. Baudelaire
parece decepcionado ante la democracia y,
sobre todo, ante la revolución, que concibe
como una infección condenada a repetirse
inútilmente. Y por contraste, el único gesto
militante que se observa a lo largo de su vida
es –como dice Sartre– salir a la calle durante
la revuelta popular del 48 a pedir la cabeza del
comandante militar de París, que “por
casualidad” era su padrastro. Como en los
otros dos casos, lo que originariamente
comenzó siendo una actitud revanchista,
avalada por posiciones meramente subjetivas,
al final lo conduce hacia su autodestrucción.
En esta ocasión, para convertir el yo poético
en un ser anónimo y multitudinario, anunciando
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ese “se” impersonal del que más tarde hablarán Heidegger u Ortega y Gasset. Esto ha
permitido a Benjamin detectar en Baudelaire al primer poeta de la Modernidad, quien supo
elevar al nivel de verdadera experiencia lo que el hombre de las grandes ciudades europeas
vivía en lo cotidiano. “La pérdida de la aureola”, uno de los poemas en prosa de El spleen de
París, le sirve para mostrar cómo el nuevo modelo de poeta, quien, después de extraviar entre
el movimiento y el barro de la ciudad su halo de dignidad y misticismo, pasea de incógnito
mezclándose entre la gente corriente o entre parias, desde rameras, jugadores, lesbianas,
traperos, hasta pobres, borrachos, asesinos o amantes, para entregarse a los placeres
mundanos:

“ —¡Vamos, usted aquí querido! ¡Usted en un mal lugar, usted, el bebedor de


quintaesencias, usted, el comedor de ambrosía! En verdad, hay de qué
asombrarse

—Querido, usted conoce mi terror de los carruajes y de los caballos. Hace un


rato apenas, cuando atravesaba yo el bulevar con gran prisa y chapoteaba entre
el barro, a través de ese caos de movimiento, de donde la muerte llega al galope
de todas partes a la vez, mi aureola, en un movimiento brusco, se deslizó en el
fango del  macadam. No tuve el valor de recogerla. Juzgué menos desagradable
perder mis insignias que dejarme romper los huesos. Y luego, me dije para mi
coleto: “No hay mal que por bien no venga. Puedo ahora pasearme de incógnito,
cometer malas acciones y entregarme a la crápula, como los simples mortales”.
Y heme  aquí, completamente parecido a usted, como ve.

—Por lo menos debiera usted anunciar la pérdida de su aureola, reclamarla por


el comisario.

—¡Oh no! Me siento bien aquí. Sólo usted me ha reconocido. Por otra parte, la
dignidad me aburre. Y sobre eso, pienso con alegría que cualquier malvado la
recogerá y se la pondrá impúdicamente. Hacer a alguien feliz. ¡Qué alegría! ¡Y
sobre todo, un alguien feliz que me hará reír! Piense en X o en Z…¡Qué divertido
resultará!

El punto de partida que lleva hacia el mal se encuentra en el aburrimiento, esto es, el
spleen, la enfermedad del que lo tiene todo y nada ansía. Justamente por eso, tampoco nada
le basta ni lo contenta. Es la dolencia del rico inútil, de la alta burguesía que, atiborrada en
exceso, sólo puede encontrar la medida de su ser en la huida de sí, en el dolor o en la fractura
de esa totalidad indiferente. Como ya había observado Pascal, la diversión frívola y el tedio se
alimentan entre sí:

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“ Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,

rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,

que, despreciando halagos de sus cien concejales,

con sus perros se aburre y demás animales.

Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,

ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.

La grotesca balada del bufón favorito

no distrae la frente de este enfermo maldito;

en cripta se convierte su lecho blasonado,

y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,

no saben ya encontrar qué vestido indiscreto

logrará una sonrisa del joven esqueleto.

El sabio que le acuña el oro no ha podido

extirpar de su ser el humor corrompido,

y en los baños de sangre que hacían los Romanos,

que a menudo recuerdan los viejos soberanos,

reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido

pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.

Y para que el mal resulte frívolo o –como diría Hannah Arendt–  banal, el actor tiene que
vaciarse de su yo y aceptar una máscara que oculta sus sentimientos haciéndolo impasible,
que le permita alejar de sí todo dolor embelleciéndose tras una postura estética y que, a
su vez, lo coloca por encima de esa vulgaridad propia de la burguesía. Entonces el poeta se
convierte en un dandi, quien se distingue de los demás por su apariencia, por sus gustos
exquisitos en el vestir, en el comer, en el tinte de su pelo, y en todas las excentricidades e
impertinencias que derrocha a su paso, un dandi que espera –según reza el poema “Al lector”–
que éste sea tan hipócrita como él, porque la poesía, esa mentirosa, no ofrece la verdad
sino la belleza:

“ El poeta es un príncipe, gran señor de las nubes,

cuya casa es el viento, que no teme al arquero;

desterrado en el suelo, entre el vil griterío,

sus dos alas gigantes no le dejan andar.

Pero éstas sólo son imposturas. La fascinación ante el mal no perdona, aunque –como hizo el
poeta– las blasfemias y los rezos satánicos se mezclen con invocaciones al ángel bueno o el
dolor y la muerte se conviertan en camino de purificación:

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“ Cual si fuera un pintor al que un Dios que se mofa

condenase a pintar, ay, sumido en tinieblas;

allí soy cocinero que con fúnebre gusto

feroz guiso mi propio corazón que devoro.

En sus últimos años Baudelaire tampoco abandonó


su vida disipada, pero al menos se concentró en el
trabajo literario. Después de haberse gastado su
herencia en vicios, plagado de deudas, intentó
suicidarse para ablandar a la familia, dejando escrito:
“Me mato porque soy inútil a los otros y peligroso a
mí mismo. Me mato porque me sé inmortal y
espero”. Hizo otro intento –fallido– a los postres de
una cena con amigos en un cabaret, clavándose un
puñal en el pecho. Lo trasladaron a la casa familiar,
pero pronto la abandonó con la siguiente explicación:
“No se bebe sino Burdeos en casa de mi madre y yo
no puedo pasarme sin Borgoña”. Con la cara
lacerada por las heridas sifilíticas, un ojo ciego y la
lengua trabada, sin poder leer ni hablar, hemipléjico,
tras una larga agonía, murió como un niño
reconciliado en brazos de su madre, quien lo
cuidó sin descanso hasta sus últimos días. Quizás
en su interior aún resonase con insistencia alguno de sus poemas:

“ ¡Y tú, Señor y Dios mío, concédeme la gracia de producir algunos bellos versos
que me prueben a mí mismo que no soy el último de los hombres, que no soy
inferior a los que desprecio!

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16 febrero, 2021 en Literatura. Etiquetas:Baudelaire, Las Flores del Mal, libros, Literatura, Mal, París,
Pensamiento, Poesía

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17 comentarios en “Baudelaire o la irresistible fascinación del


mal”

pippobunorrotri
13 marzo, 2018 a las 22:38

muy bueno

 Le gusta a 1 persona
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Anónimo
18 marzo, 2018 a las 11:03

Excelente

 Le gusta a 2 personas
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José Luis Manzano


26 marzo, 2018 a las 02:11

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Brillante. Gracias.

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Anónimo
18 mayo, 2018 a las 16:48

Excelente, felicidades.

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Responder

Azucena Silvia Vega


30 septiembre, 2019 a las 15:54

Pobre mente tan torturado a pesar que sus poemas como dice el, son verdades con cierta
belleza .

 Le gusta a 1 persona
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Susana Villanueva Eguia Lis


15 abril, 2019 a las 15:06

Brillante articulo! Excelente analisis y bella narracion.

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Pingback: Oscar Wilde, un poeta en presidio

Marta
22 enero, 2021 a las 07:02

Muy bueno! Me encanta todo lo que publican.


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Miguel
22 enero, 2021 a las 18:09

Me dejo apenado por Baudelaine y preocupado por mi… Tristeza desde donde ves la
Felicidad… Gracias

 Le gusta a 1 persona
Responder

Edith
23 enero, 2021 a las 03:58

Gracias!! Aprendiendo mucho más.

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Bibiana Ramírez
23 enero, 2021 a las 22:06

Absolutamente indescriptible. Maravilloso…gracias.

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Anónimo
9 febrero, 2021 a las 20:28

Me encanto q bien explicado

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José Guerrero
16 febrero, 2021 a las 22:16

Por amantes fuera preciso mas es apresuarte / en las prisas germinen coces si trajiste el
agujeramiento de enfermedades donde si ordenanza hijos / ¿quién de encantadora
magnificencia te los afea en el trance?

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Lili Vila
18 febrero, 2021 a las 04:42

bellísimo…gracias

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Adelina
26 febrero, 2021 a las 16:33

Es muy fuerte cómo define la vida y su vida. Al final pide un regalo, modificar sus emociones.

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Antonio Fernández Vicente


24 marzo, 2021 a las 12:53

Estupendo artículo. Gracias.

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Espacio Filosófico
9 abril, 2021 a las 14:47
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29/9/21 23:04 Baudelaire o la irresistible fascinación del mal | El vuelo de la lechuza

Me gustó, podrías escribir algo sobre Nietzsche .

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"Solo, solo, enteramente solo, solo hasta la muerte,
siempre solo e impenetrable. Siempre siendo yo, sin lograr
ni un minuto ser otro".

El 29 de septiembre de 1864 nació en Bilbao Miguel de


Unamuno: maestro y -como pocos, en el más pleno sentido
del término- filósofo y pensador.

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