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29/9/21 23:03 Entre Dostoyevski y Woody Allen: libertad, destino, suerte y culpabilidad.

El laberinto humano | El vuelo de la lechuza

El vuelo de la lechuza
Filosofía, literatura, humanidades. Revista cultural de referencia

Inicio Director: Carlos Javier González Serrano Equipo de redacción

Sobre “El vuelo de la lechuza”

Entre Dostoyevski y Woody Allen: libertad,


destino, suerte y culpabilidad. El laberinto
humano
David Galcerá / 19 marzo, 2021

“El verdadero asunto es el ser humano”. Esto es lo que decía Berdiaev de las novelas de
Fiodor Dostoyevski (1821-1881), el genial escritor ruso de cuyo nacimiento se cumplen 200
años. Sus reflexiones sobre el bien, el mal, la muerte, la inmortalidad y Dios, junto con
sus profecías de los totalitarismos del siglo XX, le confieren un aura especial. Alguien de quien
también se puede decir que tiene como asunto el ser humano es Woody Allen en sus
películas. Una de ellas, Match Point (2005), es la primera de una serie cuyo argumento se
desarrolla y se filma en Europa; en este caso, en Londres. Tal vez sea la obra de la que el
cineasta se sienta más orgulloso. La película puede entenderse como una particular lectura de
Crimen y castigo (1866), obra a la que también hay referencias en otros de los films del
director neoyorquino.

Dicha novela aborda temas como el superhombre que se anuncia tras la “muerte de Dios”,
uno de los referentes de sentido en la cultura occidental contemporánea.  El protagonista de
Crimen y castigo, Raskólnikov, movido por la rabia ante la pobreza, asesina a una vieja
prestamista. Al hacerlo, mata también a su hermana, que aparece en la escena. El
protagonista se ampara en que hay que dar lugar al nuevo superhombre, alguien para quien los
valores no están predeterminados, sino que se crean a través de la acción, y que puede
sacrificar todos los obstáculos que se cruzan en su camino. Sin embargo, posteriormente, al
ser perseguido por la policía, es su propia conciencia la que le persigue y le conduce a
cometer actos delatores, como si quisiera ser detenido, hasta que finalmente confiesa el
crimen. Es entonces enviado a Siberia. Allí debe pagar su culpa. Pero Sonia, una joven
prostituta, víctima también de las circunstancias, lo ama. El final de la obra nos presenta a un
Raskólnikov que se arrepiente del mal cometido y resucita a una nueva vida, como  en la
historia del Lázaro del cuarto evangelio (que Sonia le regala y que Raskólnikov rememora en

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su lecho). Se inicia así el anhelo por cumplir la condena para poder salir del presidio y vivir con
Sonia.

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La obra de Dostoyevski planea en Match Point. El mismo director nos da dos guiños. Uno
de los personajes habla del ruso con admiración, recordando una conversación sobre
Dostoyevski.  Y la cámara, en otra escena, muestra al protagonista, Chris Wilton (Jonathan

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Rhys-Meyers), leyendo Crimen y Castigo, acompañado del Cambridge Companion dedicado a


la obra del escritor de Moscú.

Chris es un humilde personaje que gracias al tenis ha conseguido abrirse camino, hasta que
abandona. En ese momento conoce a Chloe (Emily Mortimer), de familia adinerada y
propietaria de una importante empresa en la City londinense. Se enamora de ella, pero al poco
aparece Nola Rice, a la que da vida Scarlett Johansson. Comienza así una relación
simultánea con ambas mujeres. Tras casarse con Chloe, con la que no tiene hijos, Nola queda
embarazada. Dado que ésta no quiere abortar, Chris decide finalmente asesinarla para librarse
de ella y de la futura criatura y poder seguir manteniendo su alto nivel de vida. Antes de
dispararla, Chris se topa con una vecina anciana, a la que también asesina. De su casa se
lleva joyas y medicamentos, de modo que los crímenes  parecen perpetrados por algún
drogadicto y que Nola tuvo la mala suerte de encontrarse por allí.

El debate moral subsiguiente al asesinato se presenta en forma de atormentada


conciencia, de diálogo a tres bandas entre Chris y Nola y la anciana, que aparecen como
espectros. La primera de las mujeres recuerda al homicida la torpeza de sus actos, que le
delatan (como si deseara ser descubierto). Pero Chris se justifica (al igual que Raskólnikov) en
la teoría del superhombre. A diferencia del protagonista de Crimen y castigo, Chris no sólo no
será descubierto por la policía, sino que ni siquiera será traicionado por su conciencia. Ésta se
apaga y es capaz de seguir adelante. La anciana es sólo un “daño colateral”. Respecto a la
criatura que no llega a nacer, el protagonista hace referencia a Sófocles, y menciona un
célebre fragmento de su obra sobre Edipo (aunque la cita ya tenía recorrido en la literatura
griega): “Lo mejor es no haber nacido, y si se ha hecho, lo mejor es morir cuanto antes”. Entre
la ambigüedad del cinismo y una extraña sinceridad,  Chris anhela ser castigado por sus
crímenes.

En la película los disparos causan la muerte  de la amante y de la anciana, pero el asesino


tiene la fortuna de su lado. El tema de la suerte planea omnipresente en la película. La
primera imagen del film ya nos sitúa ante este tópico: una pelota de tenis golpea la red y cae
hacia uno de los lados, si bien se sabe que podría haber caído del otro, otorgando así la
victoria a uno y la derrota a otro. Esta escena se repite al final: cuando Chris tira al río las
joyas que extrajo de casa de la anciana, un anillo golpea la barandilla del Támesis y cae en la
acera. Lo que podría parecer un golpe de mala fortuna se convierte en buena suerte: el anillo
es encontrado por la policía en el bolsillo de alguien relacionado con las drogas, lo cual libra al
protagonista de toda sospecha.

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Match Point - Principio de l…


l…

Woody Allen ha manifestado en diversas ocasiones el anhelo de sentido, de justicia y de


que la suerte no sea la última palabra. Pero para el cineasta estamos solos en el universo.
En entrevista con Richard Schickel, y a propósito de Delitos y faltas, dice:

“ Quería ilustrar de una forma entretenida que no hay Dios, que estamos solos en
el universo, y que no hay nadie ahí fuera para castigarte, que no habrá ningún
tipo de final al estilo Hollywood a tu vida, que tu moral depende de ti mismo. Si
tú puedes cometer un crimen y vivir con ello, está bien; la gente comete
crímenes todo el tiempo, crímenes terribles y violentos contra otra gente de una
u otra manera, y salen impunes y pueden vivir con ello…

— Richard Schick el, Woody Allen: A Life in Film,  Ivan R. Dee, Chicago, 2003,
pp. 149-150.

En una de las conversaciones, Chris apunta que los científicos hablan de que todo se debe a
la suerte. John Leslie, en su obra Universes (1989), en el contexto del llamado “principio
antrópico”, término acuñado por Brandon Carter en 1974, usó una metáfora ilustrativa para
expresar el dilema del sentido o su ausencia en el universo en relación al ser humano.
Imaginemos a un condenado a muerte sobre el que disparan diez personas entrenadas para
ello pero que yerran. Lo más normal es que el superviviente busque una razón de su milagrosa
salvación. Se podría pensar que todos los disparos han errado el blanco (sería la versión débil
del principio antrópico: si podemos observar orden en el universo es porque estamos aquí; no
hay más misterio); la otra opción es pensar que los tiradores estaban de parte del ajusticiado
y erraron intencionadamente (ésta sería la versión fuerte del principio antrópico: el universo
lleva necesariamente hasta nosotros, que observamos ese orden como una meta). Aunque
desconozco si Allen conocía la metáfora, es evidente que ilustra dos posibilidades: creer que
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hay un propósito o sostener la ausencia de todo propósito. Woody Allen y Dostoievsky


podrían encarnar estas opciones opuestas.

La metáfora de la ejecución ha sido empleada también en referencia a un tema sensible para


el cineasta judío: la Shoah. Podemos referirnos aquí a Imre Kertész en su obra Kaddish por el
hijo no nacido. El protagonista, superviviente de Auschwitz, dice que no quiere tener un hijo,
citando, como Chris, a Sófocles: “Es mejor no haber nacido”. En un mundo donde se puede
decidir sobre la vida y la muerte de los seres humanos, la existencia es siempre una
supervivencia, y un nacimiento puede ser una condena. El propio Kertész cifró su existencia,
su no-muerte, como fruto del azar mediante el que escapó de la gran industria nazi de la
muerte. Y asegura, así, con palabras que valen para todo el mal de la centuria pasada:

“ El siglo, ese pelotón de fusilamiento en servicio permanente, se prepara otra vez


para disparar, y quiso el destino que el diez me tocara a mí –eso es todo.

— Imre Kertész, Kaddish por el hijo no nacido, Acantilado, Barcelona, 2001, p.


94.

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Decía san Agustín que la muerte es la muerte de las otras muertes posibles que no se han
cumplido. Por ello, en el curso natural de la vida, la muerte siempre aguarda al final como un
certero disparo, como los que recibieron Nola y la anciana. Cuando Dostoyevski, en su
juventud, fue detenido por pertenecer al círculo de Petrashevsky (grupo de socialistas utópicos,
seguidores de las ideas de Fourier) fue llevado al paredón, y se simuló su ejecución. La pena
fue después conmutada por la prisión. Woody Allen recuerda ese incidente y, hablando a
propósito de su película Amor y muerte: la última  noche de Boris Grushenko, afirma en
conversación con Richard Schickel que “la muerte está siempre presente”, “es un compañero
constante”. Ante ello, el amor es fútil.

En la prisión, tras serle conmutada la pena, Dostoyevski recibió de manos de un grupo de


mujeres que iban a ver a sus maridos prisioneros (pertenecientes al grupo revolucionario de los
decembristas) un Nuevo Testamento. Antes de morir pidió a su mujer que le leyera la parábola
del hijo pródigo en ese viejo librito que aún guardaba. Para Dostoyevski, no podía haber
moralidad si no había inmortalidad. Para el autor de Crimen y castigo, la muerte es el
umbral que hay que cruzar para alcanzar la vida verdadera y la justicia definitiva, y por ello cree
que el sufrimiento puede tener su recompensa. Como indica el epígrafe que enmarca el
comienzo de Los hermanos Karamázov, y como reza también el epitafio del escritor: “Sólo el
grano que cae a tierra y muere da mucho fruto”. Y para ese fruto se necesita el amor divino y
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el amor humano, como el de Sonia. Lo que nos une en este mundo es la conciencia de que
todos pertenecemos a la misma especie, que arrastramos el mal como un pecado
original y que todos somos responsables de lo que le sucede al otro.

Woody Allen, pese a que desea la existencia de Dios y de la vida después de la


muerte, considera que creer en ello es engañarse a uno mismo. No niega su valor, pero,
como dice Chris Wilton en la película, la fe es “la mínima resistencia”. Aunque ello no significa,
en respuesta al dilema planteado por el nihilista Ivan Karamázov en la última gran obra del
escritor ruso,  que si Dios ha muerto todo esté permitido. En réplica a un sacerdote católico

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que afirmaba que Match Point mostraba que sin Dios se puede cometer cualquier crimen,
Woody Allen rechaza esa conclusión. El problema no es tanto el fundamento de los
valores como la sanción y la reparación del mal. El anhelo de Dios y de justicia de
Woody Allen se asemeja al anhelo de redención y del Otro de Max Horkheimer, al deseo
de que la muerte no sea la última palabra para que las víctimas de la historia, los abandonados
en la cuneta, no queden sin una respuesta y una vindicación.

En ese sentido, las afirmaciones del director de Match Point se asemejan a la postura de un
atento lector de Dostoyevski: Albert Camus. El escritor francés consideraba que la rebelión
contra el sinsentido y un cielo vacío era lo que nos constituía como humanidad: “Me rebelo,
luego somos”. Woody Allen lo expresa así a propósito de Match Point:

“ El mundo está lleno de gente que escoge vivir su vida de una manera
completamente centrada en sí misma, en una forma homicida. Pero también se
puede tomar la opción de que uno está vivo, y que hay otra gente que está viva, y
que estás en un bote salvavidas con ellos y que tienes que intentar hacerlo tan
decentemente como puedas por ti mismo y por todo el mundo.

— Eric Lax, Conversations with Woody Allen. His Films, the Movies, and
Moviemak ing, A. A. Knopf, Nueva York , 2007, p. 124.

Como dejó dicho Hannah Arendt siguiendo la máxima socrática, de lo que se trata es de si
al llegar a casa podemos vivir con nosotros mismos. Raskólnikov no pudo. Pero sí pudo
Chris. Cuando llega a casa, tras conversar con Nola y la vecina, con su conciencia, asegura
que se aprende a seguir adelante. También es lo que hicieron muchos de aquellos que
formaron parte del “pelotón del siglo”: fueron capaces de vivir consigo mismos, desdoblando su
personalidad, siendo asesinos de día y hombres amorosos de familia al llegar a casa.

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19 marzo, 2021 en Cine, Literatura. Etiquetas:Cine, Crimen y castigo, Dostoyevski, Imre Kertész,
Literatura, Londres, Match point, Muerte, Raskólnikov, Suerte, Superhombre

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2 comentarios en “Entre Dostoyevski y Woody Allen:


libertad, destino, suerte y culpabilidad. El laberinto humano”

Luis Manteiga Pousa


23 marzo, 2021 a las 21:30

La Suerte, el Azar y el Destino, pueden ser lo mismo con distinto nombre.

 Me gusta
Responder

izakovna
1 mayo, 2021 a las 23:44

inefables las lecturas de Dostoiewsky— su amor y su sentido de pertenencia con la “Pobre


Gente”- hata dónde llega la culpa si matas— o. más general, si pecas… si te redimes… y con
las sabias palabras de esa suicida imparable. “si podemos vivir con nosotros mismos al llegar
a casa” da para mucha reflexión…

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El 29 de septiembre de 1864 nació en Bilbao Miguel de


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