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XCVI - El juego
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De aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,
¡Y todos gallardamente ante mí traficando,
El uno con su viejo honor, la otra con su belleza!
El Spleen de París
(1869)
Prólogo
A Arsène Houssaye
Mi querido amigo, le envío una obrita que no tiene ni pies ni cabeza porque aquí
todo es pies y cabeza a la vez, alternativa y recíprocamente. Considere las admirables
comodidades que ofrece a todos esta combinación, a usted, a mí y al lector. Podemos
cortar donde queremos, yo mi ensueño, usted el manuscrito y el lector su lectura, porque
no supedito su esquiva voluntad al hilo interminable de una intriga superflua. Sustraiga
una vértebra y los dos trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sin esfuerzo. Córtelo en
muchos fragmentos y verá que cada cual puede existir separado. Con la esperanza de
que algunos de estos pedazos sean lo bastante vívidos para gustarle y divertirlo, me
atrevo a dedcarle la serpiente entera.
Tengo una pequeña confesión que hacerle. Hojeando por lo menos una vigésima
vez el famoso Gaspard et la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso un libro que conocemos
usted yo y algunos amigos no tiene todo el derecho a ser llamado famoso?) se me
ocurrió intentar algo parecido y aplicar a la descripción de la vida moderna -mejor
dicho, una vida moderna y más abstracta- el procedimiento que él aplicó a la pintura de
la vida antigua, tan extrañamente pintoresca.
¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin
rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los movimientos líricos del
alma, a las ondulaciones de la ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?
Esta obsesión nace de frecuentar las grandes ciudades, del entrecruzamiento de
sus incontables relaciones. También usted, mi querido amigo, trató de traducir en
canción el grito estridente del vidriero y de expresar en prosa lírica sus desoladoras
resonancias cuando atraviesan las altas brumas de la calle y llegan a las buhardillas.
A decir verdad, temo que mi celo no me haya traído felicidad. Apenas iniciado
el trabajo me di cuenta de que estaba muy lejos de mi misterioso y brillante modelo y
que además hacía algo —si puede llamarse algo a esto— singularmente diferente. Este
accidente enorgullecería a cualquier otro, pero humilla profundamente a un espíritu para
quien el más grande honor del poeta es cumplir exactamente con lo que había
proyectado hacer.
Su muy afectuoso
C. B.
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XII - Las multitudes
Quieres saber por qué te detesto, hoy. Será más fácil para mí explicarlo que para
ti entenderlo. Porque eres el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que hay.
Pasamos juntos una larga jornada que me resultó corta. Nos prometimos
pensamientos mutuos, de uno y el otro, y que nuestras almas serían una, en adelante -un
sueño que no tiene nada de original, excepto que a pesar de haber sido soñado por todos
los hombres, ninguno pudo realizarlo nunca.
A la noche, un poco cansada, quisiste sentarte en un nuevo café, en una esquina
de una avenida nueva, todavía llena de escombros pero que ya exhibía sus incompletos
esplendores. El café resplandecía. Hasta la luz desplegaba el ardor de un estreno,
iluminando con toda su fuerza los muros enceguecidos de blancura, las fascinantes
superficies de los espejos, el oro de los panes y las cornisas, los pajes de redondas
mejillas que eran arrastrados por perros con correas, alegres damas con un halcón
posado en el puño, ninfas y diosas con frutas en la cabeza, pasteles y carnes, Hebes y
Ganímedes sosteniendo la pequeña ánfora de la bebida o el obelisco bicolor de los
helados... toda la historia y la mitología al servicio de la glotonería.
Justo frente a nosotros, en la vereda, se había parado un hombre de unos
cuarenta años, de rostro afligido y barba grisácea, con un niño de la mano y otro en
brazos, demasiado pequeño para caminar. Haciendo de criada, sacaba a sus hijos a
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pasear de noche. Harapientos. Los tres rostros extraordinariamente serios y los seis ojos
observaban atentamente el nuevo café con idéntica admiración que la edad matizaba
diferentemente.
Los ojos del padre decían "¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! Es como si todo el oro
del pobre mundo estuviera en estas paredes". Los ojos del niño "¡Qué hermoso! ¡Qué
hermoso! Pero es una casa a la que sólo pueden entrar los que no son como nosotros".
En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado extasiados para expresar otra
cosa que no fuera una alegría fascinada y profunda.
Los cantantes dicen que el placer vuelve buena el alma y ablanda el corazón.
Aquella noche la canción tenía razón. No sólo me enternecía la familia de ojos sino que
me avergonzaban las copas y las botellas, más grandes que nuestra sed. Volví mi mirada
hacia la tuya, amor querido, para leer en ellos mi pensamiento, me sumergí en tus ojos
tan bellos y dulces, en tus ojos verdes habitados por el capricho e inspirados por la luna
hasta que dijiste “¡Esa gente de ahí es insoportable, con los ojos abiertos como puertas
de garaje! ¿No le pedirías al mozo que los aleje?”
¡Así de difícil es comprenderse, mi ángel amado, y así de incomunicable es el
pensamiento, incluso entre gente que se ama!