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El vacío existencial es una espiral sin sentido. Una desgarradora sensación en la que el
significado de la vida ha desaparecido y solo queda el sufrimiento y una experiencia de
desconexión con el mundo exterior.
Suelen ser personas reflexivas que indagan en cuestiones de gran trascendencia, como la
muerte o la falta de libertad, y que no pueden desprenderse de un profundo vacío existencial
que les engulle cada vez más fuerte. Vacío al que la sociedad contribuye con sus imperantes
mensajes relacionados con los valores individuales y la satisfacción inmediata.
Aunque también son aquellos que navegan en la búsqueda del placer con el único fin de
anestesiar su sufrimiento. La diferencia está en que estos últimos no reparan en el vacío que
experimentan.
Para unos y otros, no hay respuestas al porqué de vivir. Nada les llena, nada les satisface y,
precisamente, eso les acaba atrapando en un estado psicológico de sufrimiento. En la mayoría
de los casos, esta situación deriva en una profunda depresión o en conductas autodestructivas.
Para el psicólogo Benjamín Wolan, este estado recibía el nombre de neurosis existencial y la
definía como “el fracaso para encontrar un significado en la vida, el sentimiento de que uno no
tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar… de que uno es incapaz para
encontrar una meta o una directriz en la vida, el sentimiento de que, aunque los individuos se
esfuercen mucho en su trabajo, en realidad no tienen ninguna aspiración”.
Y en relación a esto, otros autores afirman que la pérdida de sentido está asociada con la
desaparición del otro, la supremacía de los valores individualistas y la obtención del placer
como mecanismo -errado- para ser feliz. De esta forma, la persona se aferra a sus deseos
individuales, y el sentido de las referencias sociales, como la convivencia, la solidaridad o el
respeto mutuo entre otros, se diluye.
Así, cuando se confunde la realidad y los medios para alcanzar la felicidad se convierten en
fines en sí mismos, se corre el riesgo de caer en el vacío. Las emociones placenteras
cortoplacistas, como el goce o la alegría, proporcionan placer, pero no autorrealización y como
todo placer conllevan el peligro de crear esclavitud o adicción.
De alguna forma, el hombre tiene necesidad de hacer algo con su vida, que sea no solo bueno,
sino también hecho por él. Por lo tanto, el sentido de la vida está relacionado con el destino
que desea y necesita; pues a través de ese desear, el hombre pretende ofrecer la libertad a su
propio desarrollo, ya que cuando vive plenamente, es cuando su libertad trasciende los límites
de su inmanencia y comprende que el sentido de su vida no se reduce únicamente a algo
material y finito, sino que trasciende, va más allá.
El problema es cuando esto no ocurre como esperaba, cuando las circunstancias no cumplen
las expectativas de su proyecto de vida y el sinsentido lo lleva hasta el abismo del vacío
existencial.
Hombre pensando en el vacío existencial
Según el psiquiatra suizo Viktor Frankl, el hombre tiene principalmente tres dimensiones:
Dimensión noética o dimensión espiritual. Engloba los ámbitos fenomenológicos del alma. Por
lo tanto, esta dimensión trasciende las otras dos. Además, gracias a ella, el ser humano puede
integrar las experiencias dañinas de la existencia y desarrollar una vida sana a nivel psicológico.
Así, cuando la persona experimenta un profundo estado de tedio, desgana y está perdida en el
laberinto de su existencia tiene conflictos en su dimensión espiritual. No es capaz de integrar
sus heridas, incluso puede que ni siquiera las identifique; pero tampoco de encontrar un
porqué a su existencia, de manera que se ahoga en el sufrimiento y experimenta una falta de
sentido, de coherencia y finalidad o lo que es lo mismo: un vacío existencial.
Frankl afirma que este vacío es la raíz de muchos trastornos mentales. Es decir, el quiebre en la
dimensión noética o espiritual, esa sensación de que la existencia no tiene sentido, se expresa
en la dimensión psicológica a través de tres grupos de síntomas principales:
Síntomas depresivos.
Adicciones.
De esta manera, las personas atrapadas en el vacío existencial es como si cubrieran su mirada
y su sentir con un velo inconsciente, ese que le impide encontrar el significado de su vida y que
les lleva a la insatisfacción crónica y a la desesperación. Entonces, ¿qué hacer para encontrar
ese sentido?
“Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan
desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora”.
-Viktor Frankl-
Según el psicólogo suizo Carl Jung, el hombre necesita encontrar significado para poder
continuar su camino en el mundo. Por lo tanto, sin ese significado, está perdido en la nada, en
tierra de nadie, deambulando en el laberinto de la existencia.
Frankl hace hincapié en que el camino hacia el sentido está mediado por los valores y que es la
conciencia social el instrumento que lo revela. Ahora bien, a pesar de que los valores surjan
desde una intimidad personal, acaban culminando en unos valores universales, que coinciden
con los sistemas culturales, religiosos o filosóficos.
Por lo tanto, la conexión con el otro es importante para no perder el sentido de la vida, al igual
que el mantenimiento de vínculos afectivos, siempre y cuando, no se ponga toda la
responsabilidad de ser feliz en ellos. De alguna forma, una vida con sentido es una vida arraiga
en lo social.
El sociólogo y filósofo francés Durkheim refleja muy bien el problema del desarraigo social y las
consecuencias que conlleva:”[cuando el individuo] se individualiza más allá de cierto punto, si
se separa demasiado radicalmente de los demás seres, hombres o cosas, se encuentra
incomunicada con las fuentes mismas de las que normalmente debería alimentarse, ya no
tiene nada a que poder aplicarse. Al hacer el vacío a su alrededor, ha hecho el vacío dentro de
sí misma y no le queda nada más para reflexionar más que su propia miseria. Ya no tiene como
objeto de meditación otra cosa que la nada que está en ella y la tristeza que es su
consecuencia“.
Ahora bien, no se trata de buscar culpables, ni salvadores, sino más bien de adoptar una
actitud reflexiva y responsable que nos permite indagar en nuestro interior, encontrar un
propósito y salir de ese vacío existencial. Porque bien es cierto que no hay pregunta más
complicada que cuál el sentido de la vida para nosotros.
Es conveniente afirmar que existen múltiples maneras de definir el sentido de la vida, tantas
como personas e, incluso, cada uno de nosotros podemos cambiar nuestro propósito vital a lo
largo de nuestra existencia. Por lo tanto, lo que importa, como afirmaba Viktor Frankl, no es el
sentido de la vida a nivel general, sino qué significado le damos en un momento dado.
Además, Frankl afirma que no deberíamos indagar en el sentido de la vida, sino comprender
que es a nosotros a quienes se nos inquiere. O sea, podemos contestar a la vida respondiendo
a nuestra propia vida. Esto quiere decir que la responsabilidad es la esencia íntima de nuestra
existencia.
Porque aunque hayamos invertido tiempo, energía, esfuerzo y corazón, la vida, a veces, no es
justa. Y a pesar de que en estos momentos venirse abajo sea totalmente comprensible,
tenemos dos opciones: aceptar que no podemos cambiar lo ocurrido, que no hay nada que
hacer y somos víctimas de las circunstancias o bien, aceptar que efectivamente no podemos
cambiar lo que nos ha ocurrido, pero sí nuestra actitud hacia ello.
Por lo tanto, el sentido de la vida siempre está cambiado, nunca cesa. Cada día y cada
momento tenemos la oportunidad de tomar decisiones que determinarán si quedamos sujetos
a las propias circunstancias o si bien actuamos con dignidad, escuchando a nuestro verdadero
yo con responsabilidad y libre de las trampas del placer y la satisfacción inmediata.
por sí mismo”.
-Viktor Frankl-