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Julio Gomez plantea en La hora de la verdad la necesidad de contemplar la muerte como parte
de la vida, como un estar preparado, en contra de la tanotofobia de la sociedad en la que nos
movemos. Morir es un proceso, no un estado.
Para ello se adentra hacia la dimensión psico-social ejemplificando con casos que al igual que
cada vida cada final del camino es único y personal.
Preparando el itinerario
El libro se sitúa en la posición yo-tu. Todo buen acompañante en el itinerario hacia la muerte
necesita: 2 oídos para escuchar necesidades y dos ojos para que el otro se reconozca en ellos.
Esto significa mirar más allá de la enfermedad, dibujando todos los vértices de la persona y
ayudándola a despojarse de cuestiones que antes la aprisionaban: se pone el ejemplo del
ingreso de un preso que aún pareciendo incomprensible se sintió humano en una cama de
hospital.
Quienes somos desde la cuna a la tumba nace en los otros: se inicia en la fantasía que unos
padres que invisten de cualidades a su hijo y termina con una reunión de familiares en el
último adiós. Cuando el dolor físico está controlado el verdadero analgésico es que la persona
enferma tenga la certeza de que habrá alguien que contendrá su dolor y que le acompañará
hasta el final. Este modo de relación exige de nosotros el cultivo de tres actitudes básicas:
empatía, aceptación incondicional y autenticidad.
El itinerario
En el primer contacto con la posibilidad de que la muerte se acerque, antes escondida en el
sesgo de invulnerabilidad el peregrino lleva a las espaldas una mochila que es la consciencia de
lo vivido, pero que lleva también a una revisión crítica de sus decisiones:
- Por haber hecho lo que otros esperaban de él, y no lo que realmente quería hacer
- Por haber puesto demasiada dedicación a sólo un ámbito de la vida
- Por no haber cambiado por miedo a lo desconocido
Estas cuestiones suelen aparecer condensadas en un interrogante ¿Por qué?. Nuestra tarea
es ser eco de la búsqueda de sus respuestas; una búsqueda desde la esperanza que se inicia
en el perdón propio, y finaliza en el de los otros.
Aunque esperanza es una palabra que invita a imaginar el futuro también tiene cabida en esta
peregrinación. Kübler-Ross entiende esperanza como búsqueda de sentido siendo la
reconciliación con la propia biografía el eje sobre el que hacerla pivotar.
La segunda etapa se podría resumir como: “Aún más que biología, somos biografía”. Se
desarrolla la idea de la necesidad de ordenar e integrar las piezas de nuestra vida como última
búsqueda de sentido. Como dirían los gestálticos se busca encontrar ese todo que es más que
la suma de las partes , agradeciendo la vida vivida y compartida.
Como seres eminentemente relacionales no es de extrañar que en este camino se pivote varias
veces sobre los otros. La tercera y cuarta etapa tiene que ver con la expresión emocional, con
la necesidad de expresar el afecto para despedirse y poder descansar en paz. Debemos hacer
consciente esta necesidad a los familiares para facilitar el proceso. Copio y pego aquí una
intervención del autor que me ha resultado muy valiosa:
“En el proceso de aceptación de la muerte se pasa por distintas etapas y a veces el enfermo va
por delante y su cuidador no ha llegado todavía a ese punto: entonces la persona que está al
final de la vida se siente profundamente sola. Cuando nos ponemos a su nivel, nos preparamos
para darles permiso para que se vayan y los liberamos de la carga de cuidarnos, del miedo que
tienen a hacernos daño”
A la hora de la verdad
La persona que se enfrenta a una enfermedad potencialmente mortal se traslada a una zona
indeterminada de su vida donde lo aprendido anteriormente y las palabras que antes utilizaba
para definirse ya no sirven.
Las coordenadas que plantea el narrador del libro que guían en esta niebla son 3:
- Ser capaz de mirar más allá del sufrimiento del presente, y recuperar la
responsabilidad sobre él.
- Plantearse este último tramo en base a los propios valores y la experiencia de su
propia vulnerabilidad que lleva a la liberación y a la sanación entendida como estar en
paz.
- No mentir
- Respetar el derecho a saber, como a no saber
- Dar solo aquella información que el paciente pueda manejar
- No abandonar en el proceso.
- la aceptación de lo sucedido,
- Expresión de sentimientos asociados al fallecido,
- desprenderse del pasado,
- asumir el legado tanto positivo como negativo,
- reactivar las propias fuerzas desvinculándolas del fallecido,
- e integrar la experiencia.
Hay varios fenómenos que debemos tener en cuenta en este proceso: la negación es un
mecanismo que ayuda a dosificar el dolor de la pérdida cuando nos sentimos incapaces de
transitar el duelo. Si la persona consigue dejarla atrás contacta con la muerte del ser querido y
con el primer adiós. Esta primera tarea es muy importante y determinará las siguientes.
Se nos recuerda que cada persona recorre el camino en tiempos distintos respecto a los otros
familiares: hacer entender esto facilita que la fuerza centrípeta de la familia se mantenga y no
haya malentendidos entre los familiares que contribuyan a un mayor aislamiento de las
principales personas afectadas y queden abrumados por sus sentimientos.
La exigencia de esta situación para el sistema de apoyo más cercano es grande. Deben
afrontar:
Cuando hablamos de despedir alguien es común construir una imagen de un momento único.
La desvinculación no es un acto concreto, necesita tiempo: encontrarse con el recuerdo del
fallecido en el dia a día para ir asumiendo su ausencia. Julio lo describe de la siguiente manera
“cuando aceptamos lo irreparable surge en el interior un espacio libre”