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Los acreedores del causante antes de la partición: responsabilidad de los


coherederos

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Maria Dolores Cervilla Garzón


Universidad de Cádiz
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LOS ACREEDORES DEL CAUSANTE ANTES DE LA PARTICIÓN:
RESPONSABILIDAD DE LOS COHEREDEROS.

María Dolores Cervilla Garzón


Profesora Titular de Derecho Civil
Universidad de Cádiz

Sumario:
I. Introducción: Planteamiento y justificación del tema
II. Legitimidad del acreedor para solicitar la intervención judicial.
III. La protección registral de los créditos y el embargo de la cuota hereditaria por
deudas de los coherederos.
IV. La oposición del acreedor a la partición de la herencia: el artículo 1082 CC.
V. La reclamación de la deuda a los coherederos. Soluciones doctrinales y
jurisprudenciales.
a. Posiciones doctrinales: mancomunidad, subsidiariedad y solidaridad.
b. La jurisprudencia: solidaridad pasiva de los coherederos
VI. Reflexión final.

Resumen: Este trabajo versa sobre la posición jurídica del acreedor del causante antes de la
partición de la herencia y después de la aceptación de esta por los coherederos. En él se
expondrán, críticamente, los instrumentos de los que puede valerse para garantizar su derecho
y hacerlo efectivo. Ante el vacío legislativo, se tendrá en cuenta las opiniones doctrinales, así
como el tratamiento que le dispensa la jurisprudencia.
Abstract: This research work is about the legal position of the creditor of the deceased
before the division of property and after the acceptance of this once by the heirs. It will
be discussed, critically, the instruments which the creditor may use to ensure his rights
and make them effective. Given the legislative gap, we will take into consideration the
views and doctrinal treatment that waiver jurisprudence.
Palabras clave: Comunidad hereditaria, responsabilidad de los coherederos, herencia
Key words: Community hereditary, responsibility of the heirs, inheritance

I. Introducción: Planteamiento y justificación del tema.

A pesar de que es posible observar una cierta independencia patrimonial (que no separación)
entre el patrimonio del causante y sus herederos, en verdad, nuestro ordenamiento jurídico no
contiene, como en Derecho navarro1 o aragonés2, ninguna norma que nos permita afirmar la
total independencia o separación entre el patrimonio del causante y sus sucesores, de forma que
sólo el primero pueda ser agredido por el acreedor para cobrar sus deudas. Los herederos, a
excepción de aquellos que solicitan el beneficio de inventario y así se le concede por la
autoridad judicial, responden con todos sus bienes de las deudas del causante, siempre que
hayan aceptado su condición de herederos y con ella la herencia3. De no ser así, estas líneas
carecerían de sentido, pues el tema quedaría resuelto al no responder los coherederos por su
aceptación y con su patrimonio por las deudas del causante que deben ser liquidadas, por tanto,
con carácter previo a la adjudicación de los bienes4

1
Ante la demora, en muchos casos, de la emisión del consentimiento, expreso o tácito, necesario
para que tenga lugar la aceptación de la herencia, y la urgencia de los acreedores, bien en hacer
efectivo sus créditos, bien para sentirse “seguros” de su cobro, se construye el concepto de
“herencia yacente”. Este concepto jurídico lleva aparejado, como no podía ser de otra forma, un
régimen jurídico cuya finalidad es “tranquilizar” a los acreedores, garantizándole el cobro y
permitiéndole, incluso, demandar (y, por tanto, reclamar) a esa masas jurídica sin personalidad y
sin titularidad, cuando no fuera posible retardar el pago. Sin olvidar la legitimidad que el art. 3.4
en relación al 1.2 de la Ley Concursal, otorga al acreedor de la herencia, cuando ésta permanece
yacente por no haber sido aceptada, para solicitar el concurso de la herencia siempre, claro está,
que concurran los requisitos objetivos de insolvencia5. Igualmente, y dentro de este conjunto de
medidas excluidas de este análisis, pero con idéntica finalidad protectora de los derechos de los
acreedores, el art. 1001 CC que faculta a los acreedores de la herencia repudiada en su perjuicio
a solicitar la aceptación a fin de que sus créditos sean cubiertos con cargo a la herencia6.

En esta línea, y una vez acaecida la partición, se encarga el Código civil, art. 1084, de establecer
la solidaridad de los coherederos por las deudas del causante, de tal manera que todos son
responsables de dichas deudas frente al acreedor, independientemente de los bienes recibidos
como pago de su haber. Ello sin que sea obstáculo para el ejercicio de las correspondientes
acciones contra los demás coherederos si hubiese pagado más de lo que proporcionalmente le
correspondería en función de su cuota (1085 CC). Igualmente, la LH en su art. 45 le abre acceso
al Registro como anotación preventiva a la adjudicación de bienes que, en la partición, se
hiciera a favor del acreedor en concepto de pago de deudas reconocidas contra la masa
patrimonial hereditaria.

Ahora bien, ¿qué puede hacer el acreedor durante el periodo comprendido entre la aceptación y
la partición a fin de reclamar y/o garantizar la deuda que mantenía con el causante e integrada
como pasivo del haber hereditario?¿quién y cómo se responde por dichas deudas? La pregunta
no es baladí, pues es sabido que no siempre se extingue con celeridad la comunidad hereditaria,
extendiéndose en el tiempo por diversos motivos y/o intereses de los propios herederos. El
Código civil no resuelve (ni se plantea) este supuesto de forma clara y contundente, como
hubiera sido deseable; ello no quiere decir, en modo alguno, que nos encontremos frente a un
problema irresoluble. Por el contrario, nuestro texto normativo contiene los mimbres suficientes
para dar respuesta a la cuestión planteada, aunque, como suele suceder en casos como estos, y
dada la ausencia de una normativa legal específica, se hace preciso sistematizar, clarificar,
estructurar las normas a aplicar para ofrecer a los operadores jurídicos una solución única.
Además, hemos de tener presente, que el ordenamiento jurídico, en su conjunto, sí dispone de

2
instrumentos válidos orientados a garantizar el derecho del acreedor y evitar que este se vea
menoscabado por la sucesión mortis causa acaecida en la persona del deudor. En este sentido, el
trabajo que ahora iniciamos ofrecerá al lector una visión de conjunto, de manera que quede
clarificada su posición jurídica (con sus luces y sus sombras), que trasciende al CC y que
precisa el análisis de otras normas de Derecho positivo.

Y esa es la finalidad de estas líneas: diseñar dicho régimen jurídico, combinando e interpretando
los preceptos aplicables, sirviéndonos como instrumento de la jurisprudencia más reciente y sus
argumentos, como fundamento de los razonamientos aquí esgrimidos.

II. Legitimidad del acreedor para solicitar la intervención judicial de la herencia.

Fallecido el causante, los acreedores, por diversos motivos, pueden desconfiar de los herederos,
de la administración que lleven a cabo de la herencia, de tal forma que teman por la satisfacción
de la deuda. Ciertamente, el acreedor de la herencia aceptada y no partida ocupa una posición de
privilegio frente al acreedor de uno solo de los coherederos, en la medida que, de su deuda,
responde toda la comunidad hereditaria, en su integridad, y no la cuota parte que hace frente a la
deuda particular de los beneficiados por la sucesión. De ahí que algún sector de la doctrina (con
el que me uno), mantiene que, en este periodo de tiempo existe “una relativa separación no de
patrimonios sino de bienes y derechos concretos”7, lo que justifica que el acreedor del causante
se pueda dirigir, para hacer efectivo su pago, a bienes concretos que integran la comunidad
hereditaria (lo que le está vedado al acreedor particular del coheredero que sólo tiene como
respaldo la cuota ideal de su deudor sobre el total de la masas hereditaria).

Sin embargo, ello no es suficiente, en todos los casos y vicisitudes, para garantizar la deuda y/o
generar expectativa de cobro que ofrezca seguridad en el tráfico. Así, y a fin de servir a dicha
seguridad, y como medida preventiva, el art. 792,2 LEC legitima al acreedor, reconocido como
tal por el causante en el testamento, o por cualquiera de los coherederos o que tuviera
garantizada su deuda con un título ejecutivo, para solicitad del juez la intervención judicial de la
herencia. La referida intervención comporta la formación de inventario, con obligación del juez
de citar al acreedor que hubiera instando el procedimiento, así como la entrada de la herencia en
administración judicial, con las particularidades que, sobre la misma, estimase pertinente el juez.

El supuesto contemplado en el precepto citado es, de por sí, amplio y no se limita solo al lapsus
de tiempo que trascurre entre la aceptación y la partición (siendo operativo, también, en el caso
de herencia yacente, con independencia del número de llamados aceptantes o no aceptantes).
Incluso, pudiera ser solicitada por el acreedor, en quien concurra algunos de los requisitos

3
exigidos en el precepto para ser considerado como legitimado a ello, si la herencia hubiese sido
partida, bien por los herederos, bien por el testador; pues, es sabido que los actos de partición
son actos llevados a cabo entre las partes que, en modo alguno, pueden perjudicar a terceros. Y
el acreedor es, en relación a estos, un tercero que no participa ni, por tanto, puede ser
perjudicado en su virtud, lo que impide que un acto inter partes elimine o menoscabe una
facultad a su favor reconocida por el Derecho8.

III. La protección registral de los créditos y el embargo de la cuota hereditaria por


deudas de los coherederos.

Con algunas cautelas, nuestro ordenamiento jurídico le permite al acreedor acceder al Registro
de la Propiedad como instrumento para garantizarle el cobro de su deuda. Siempre que la deuda
se encuentre debidamente documentada (escritura pública o mandamiento judicial) y que el
crédito no se haya garantizado o afianzado por los herederos (art. 146.4 RH) lo que convertiría
en inútil e innecesaria la protección registral.

Dada la interinidad del derecho de crédito, pues no hay que olvidar que tal derecho recae sobre
un conjunto de bienes pendientes de adjudicación, el acceso sólo puede producirse por medio de
una anotación preventiva (arts. 42.6 y 46 LH). En este caso, e incorporado el derecho del
acreedor al Registro de la Propiedad, la consecuencia es más que evidente: el acreedor, y su
derecho, se encontraría protegido frente a posibles trasmisiones a terceros o derechos de terceros,
que no podrían alegar buena fe para invocar su condición de prioridad o de tercero hipotecario.

No obstante, no es posible impedir que acreedores particulares de los coherederos lleguen antes
al Registro que el acreedor del causante, bien por desidia, por imposibilidad, o, simplemente,
por omisión, y anoten el embargo sobre la cuota parte de la herencia pendiente de partición. En
concordancia con la argumentación emitida en el epígrafe anterior, dicha circunstancias no
empece ni dificulta el cobro del acreedor hereditario, pues el acreedor de la herencia es
preferente en el cobro al acreedor particular en relación a la parte del haber que le corresponda.
La situación descrita es, a nuestro juicio 9 , similar a la prevista en el art. 1669 CC, para la
sociedad civil, que declara la prioridad de los acreedores sociales frene al acreedor particular
del socio, en relación al patrimonio de la sociedad. Ciertamente, tanto en uno con en otro caso,
el sujeto deudor no es el mismo sujeto10; el sujeto deudor de una deuda de la sociedad es la
sociedad (y no el socio); el sujeto deudor de la deuda hereditaria es el causante y respondería
con su patrimonio. Patrimonio que, en el momento concreto de estudio, goza de nuevos titulares
en cuota partes, sin que haya tenido lugar la adjudicación de los bienes concreto a los herederos.
En ambos supuestos (socio y herederos), la responsabilidad se extiende a sus respectivos

4
patrimonios, lo que no conlleva (y, por tanto, debe evitarse) una confusión de responsabilidades.
De ahí la referencia del art. 1699 CC a esa mal llamada preferencia que no es más que aplicar
unas reglas de orden lógicas al cobro, basadas en las distintas naturalezas de las deudas en
conflictos. El embargo por el acreedor particular de la cuota parte quiere decir, simplemente,
que para el cobro de la deuda el acreedor tiene derecho a un tanto por ciento líquido de todo el
haber, es decir, del remanente una vez pagadas las deudas que integran el pasivo de la masa
hereditaria. Es un derecho abstracto, pues para poder trabar bienes singulares es necesario que
haya tenido lugar la partición11. No perjudica a ningún coheredero, pues todos son responsables
de las deudas hereditarias, en mayor o menor medida, según su participación en la herencia, y
que, del remanente deba responder algún coheredero de sus deudas particulares, en función de
su cuota, y sólo a cargo de esta cuota, es algo irrelevante a sus intereses. De todas formas,
siguiendo los principios inspiradores de la regulación de la comunidad de bienes en nuestro
Derecho, ningún coheredero está obligado a permanecer en la comunidad hereditaria, estando,
pues, legitimado para pedir la división judicial conforme a los arts. 782 y ss. LEC.

En otras palabras, aunque no se haya inscrito el crédito hereditario, éste se encuentra


garantizado por la mecánica que demanda la naturaleza de su derecho, así como por la cierta
autonomía patrimonial que existe entre el patrimonio hereditario y el particular de cada heredero
después de la aceptación y antes de la partición.

Cuestión distinta es el interés del deudor particular del coheredero de evitar que, bajo el manto
de la partición (y su no intervención en ella, por ser un acto, en principio, que le es ajeno), tenga
lugar una actuación fraudulenta o que le perjudique en sus derechos de cobro y/o garantía de
pago. De ahí la previsión del art. 1083 CC, reproducido en el art. 782.5 LEC, que, aunque no
llega al punto de legitimarlo para paralizar la partición (ni, mucho menos para iniciarla), sí le
permite “intervenir”, es decir, estar presente, llevando a cabo una función de vigilancia y control.

IV. La oposición del acreedor a la partición de la herencia: el artículo 1082 CC.

Antes de abordar la reclamación del acreedor frente a los herederos, se hace necesario recabar
en un precepto del CC que regula el derecho del acreedor hereditario (que no particular, ni
tampoco el legatario)12 a evitar la partición de la herencia, paralizando esta y eludiendo, por
tanto, la confusión patrimonial que ella conlleva. Efectivamente, aunque el heredero, desde la
aceptación pura y simple, responde de las deudas del causante con todos sus bienes, en verdad,
y hasta que no tenga lugar la partición y adjudicación de los bienes como pago de los haberes
hereditarios, se mantiene una cierta independencia entre sus respectivos patrimonios personales
y el del causante, tal y como venimos defendiendo13. La situación garantista a la que hemos

5
aludido es, en muchos casos, más que suficiente para tranquilizar y dotar de seguridad al
acreedor hereditario, no obstante, puede ser que, en función de las circunstancias, el acreedor
entienda que su derecho está más seguro en la herencia indivisa que ante una posible indivisión
del patrimonio. Es verdad que los acreedores carecen de legitimación en nuestro ordenamiento
jurídico para solicitar la partición judicial de la herencia, ni tampoco pueden intervenir en ella,
forzando, con su consentimiento uno u otro reparto. Pero también lo es que dichas operaciones
particionales pueden resultar perjudiciales o, al menos, generadoras de un desasosiego, no
deseable en el tráfico jurídico, para el acreedor. De ahí el sentido de la dicción del art. 1082 CC
ligeramente alterado (o derogado tácitamente 14 ) por el art. 782, 4 LEC, de restringir la
legitimación a los acreedores 15 que tengan su derecho de crédito reconocido, bien en el
testamento, por algún coheredero o documentado en un título con fuerza ejecutiva, cuando el
precepto de nuestro CC sólo alude a acreedores “reconocidos”, sin precisar cómo debe llevarse
a cabo dicho reconocimiento. Puntualiza, también, la LEC el momento temporal en que dicha
oposición debe hacerse efectiva, extendiéndola a cualquier momento o fase del proceso de
división, siempre que sea anterior a la adjudicación de los bienes. Lógicamente, el art. 788, 3
LEC establece la prohibición de entregar bienes en adjudicación de hijuelas, cuando algún
acreedor se hubiera opuesto a la partición, en tanto en cuanto no sean satisfechos sus créditos
(bien por medio de pago o prestando garantía suficiente a satisfacción del acreedor).

El art. 782,4 LEC debe ponerse en relación con el art. 792,4 LEC, pues los intereses protegidos
en ambas normas son idénticos. Ya nos hemos referido al derecho que le concede la LEC, no a
cualquier acreedor, sino al reconocido como tal en el testamento, o por algún coheredero, o bien
en título ejecutivo, a solicitar la intervención y posterior administración de la herencia; pues
bien, de igual forma, y al mismo grupo de acreedores, se le otorga la facultad de oponerse a la
partición de la herencia, en cualquier momento, y en tanto no se le satisfaga su derecho
crediticio. Son, pues, preceptos paralelos que sirven a una misma finalidad; el ordenamiento
jurídico entiende que, a este grupo de acreedores, por sus características que reflejan una
indubitada existencia del crédito, deben ser objeto de una protección mayor, permitiéndole, bien
solicitar la intervención judicial de la herencia, bien oponerse a la partición de ésta en tanto no
sean satisfechos o afianzados sus créditos. La interpretación conjunta, asimismo, salva una
laguna que pudiera derivar en indefensión y que no tenía lugar conforme a la legislación
procesal anterior a la reforma de 2000. Efectivamente, conforme a la LEC hoy derogada el
acreedor estaba legitimado para iniciar juicio de testamentaría16, cosa que no sucede, tal y como
hemos visto, según la LEC actualmente en vigor, que no lo legitima para iniciar partición
judicial. De esta situación descrita, parecía lógico colegir que el derecho de oposición del art.
1082 CC sólo era operativo cuando la partición tiene lugar vía judicial en el seno del juicio de
testamentaría correspondiente. Sin embargo, ¿cómo mantener, actualmente y conforme a la LEC

6
de 2000 que, necesariamente, el derecho del art. 1082 CC se refiera sólo a la partición judicial,
cuando ésta no puede ser solicitada por el acreedor? Para responder al interrogante planteado,
hemos de tener presente que la legislación derogada lo que permitía a determinados acreedores
era iniciar el juicio de testamentaría cuya finalidad no era el reparto de la herencia (cual sería si
lo inician los coherederos), sino conseguir una garantía de cobro de sus créditos, es decir, la
intervención judicial y posterior puesta en administración judicial del patrimonio hereditario,
cuya consecuencia es la garantía de sus deudas. Ahora bien, desde la interpretación conjunta de
los preceptos aludidos de la LEC (arts. 782,4 y 792,4 LEC) podemos llegar a un resultado
idéntico al previsto conforme al texto que sustituye, como, a continuación, procedemos a
argumentar. Ciertamente, la LEC en vigor faculta a determinados acreedores para solicitar la
intervención judicial de la herencia (finalidad a la que se llegaba cuando los acreedores
iniciaban juicio de testamentaría), y a oponerse a la partición judicial de la herencia, hasta que
no se le pague o garantice sus deudas17. En consecuencia, la situación del acreedor hereditario
protegido es la siguiente: si no se ha iniciado partición judicial ni extrajudicial, o se está
realizando partición extrajudicial, puede solicitar la intervención judicial de la herencia
conforme al derecho que le reconoce el art. 792,2, debiendo ser citados según dispone el art.
793,3, 4º, para elaboración del inventario. Si se ha iniciado procedimiento de división judicial,
podrán ejercitar el derecho del art. 1082 CC (art. 782,1,4 LEC), por lo que deberán ser citados a
tal efecto. Si la partición extrajudicial ya se hubiera llevado a cabo, los acreedores podrán instar
la intervención judicial lo que conlleva que la partición extrajudicial realizada quede en
suspenso siempre que sea incompatible con la intervención judicial acordada cuya finalidad es
garantizar las deudas de los acreedores solicitantes, y en relación, claro está, a los bienes no
adjudicados.

V. La reclamación de la deuda a los coherederos. Soluciones doctrinales y


jurisprudenciales.

Hasta aquí nos hemos referido a los instrumentos previstos en el ordenamiento jurídico, con los
que cuenta el acreedor para garantizar el cobro de la deuda que mantiene con la comunidad
hereditaria no disuelta. Cuestión distinta, aunque íntimamente relacionada, es la de establecer
quién responde y cómo ante una reclamación de la deuda a los integrantes de la comunidad
hereditaria; porque la existencia de los medios o instrumentos aludidos no puede impedirle al
acreedor ejercitar el derecho, intrínseco y natural a todo crédito, de, una vez sea exigible, llevar
a cabo la pertinente acción judicial en reclamación del mismo. Como apuntábamos en las líneas
introductorias, el Código civil no se plantea ni resuelve, de forma explícita, esta posibilidad, lo
que ha dado lugar a diversos debates doctrinales con mayor o menor incidencia, según los casos,

7
en las decisiones jurisprudenciales. Procederemos, pues, a continuación, a exponer las
argumentaciones esgrimidas por unos y otros en defensa de las posiciones tomadas al respecto.

a. Posiciones doctrinales: mancomunidad, subsidiariedad y solidaridad.

Ante la ausencia de una norma específica en el CC que se manifieste sobre la responsabilidad de


los coherederos antes de la partición y sí un precepto que establece la solidaridad de los
coherederos tras la partición, algunos autores llegan a la conclusión de que la deuda hereditaria
es mancomunada. Para llegar a tal afirmación, toman en consideración, como elemento
interpretativo, la tradición romanista de la que bebe nuestro ordenamiento jurídico, que
establecía la mancomunidad de las deudas hereditarias en relación a los coherederos. Ello les
lleva a calificar como excepcional la alusión a la solidaridad contenida en nuestro Código civil
referida sólo al momento temporal posterior a la partición de la herencia, lo que impide una
aplicación extensiva de esta regla (en concordancia, además, con el propio carácter excepcional
de la solidaridad en nuestro Derecho civil, fruto del principio contenido en los arts. 1137 y 1138
CC). Así interpretadas la norma (y la no norma), el acreedor deberá dirigir su reclamación a
todos los coherederos si quiere cobrar toda la deuda; como garantía contará con el patrimonio
hereditario indiviso, y el patrimonio personal de cada heredero para responder de la parte de la
deuda que le corresponde según su haber hereditario no adjudicado18. A idéntica conclusión se
llega desde la afirmación de la indivisión de la deuda hereditaria, calificadas como
“mancomunadas en estado de indivisibilidad”19. En este sentido, al ser la deuda hereditaria una
deuda indivisible, el acreedor dispone, como garantía de cobro, de todo el patrimonio
hereditario, en su conjunto, todavía no partido ni adjudicado. Ello impide que el coheredero sea
demandado individualmente, pues no existe división alguna, a no ser que no todos hayan
aceptado la herencia, en cuyo caso sí podrá dirigirse contra el aceptado. Si así sucediera, el
heredero o herederos aceptantes solo serán responsables del pago de una parte de la deuda; el
resto de la deuda podrá ser cobrada a cargo de los bienes hereditarios o de los demás herederos
proporcionalmente, una vez acepten la herencia. De igual manera, si alguno de los coherederos
hubiera aceptado a beneficio de inventario, el acreedor demandará a todos los coherederos, a fin
de cobrar su deuda a cargo de los bienes que integran la comunidad hereditaria, y a los
coherederos que hubieran aceptado pura y simplemente, para, en caso de insolvencia, responder
en la parte igual a su cuota hereditaria20.

Este planteamiento parte de la solvencia del patrimonio hereditario, ya que, de no ser así, los
herederos hubieran solicitado el beneficio de inventario para evitar asumir la responsabilidad
con sus bienes; a tal efecto, pues la mancomunidad derivada de la indivisión, no debe perjudicar

8
a los herederos ni tampoco al acreedor, ya que este último cuenta con un patrimonio solvente
como garantía de pago.

La segunda de las tesis, de carácter intermedio, y que he enunciado como “subsidiariedad”,


plantea que la responsabilidad de los coherederos aceptantes con sus respectivos patrimonios,
sea subsidiaria a la del patrimonio hereditario. Por tanto los coherederos actuarían como
fiadores, de forma que cada heredero podrá excepcionar (a modo del beneficio de excusión) si el
acreedor se dirige contra su patrimonio personal, obligándole a embargar, previamente, los
bienes que componen la comunidad hereditaria antes que su patrimonio personal21. Aunque, en
teoría, esta forma de entender la responsabilidad pudiera aunar ambas tesis (mancomunidad y
solidaridad), dando respuesta de forma satisfactoria al interés del acreedor, en verdad, no existen
argumentos sólidos que no sea su oportunidad, su eficacia y, por que no, su acomodo a criterios
de justicia o equidad, para hacerlas valer en el mudo del Derecho. Pues, no existe norma que
conceda esa especie de “beneficio de excusión” y lo que es más grave, tampoco las hay que
obliguen al acreedor a embargar los bienes de la comunidad hereditaria como preferentes a los
personales del heredero aceptante22.

Finalmente, un último grupo de autores más numerosos optan por entender que la
responsabilidad de los coherederos, aun antes de la partición, es también solidaria, igual a la que,
en ese sentido, consagra el art. 1084 CC. Para ellos no existe un argumento que justifique que la
responsabilidad de los herederos sea solidaria tras la partición y no antes de ésta, cuando los
herederos han aceptado de igual forma (pura y simplemente), dependiendo del momento
temporal en que el acreedor ejercite su acción. No consideran, pues, un argumento sólido la
clara dicción del art. 1084 CC, interpretándolo en relación a los preceptos que lo preceden (1082
y 1083 CC), así como a los comentarios de García Goyena al sentido de los preceptos previos al
1084 (concretamente art. 913 que refundía los actuales 1082 y 1083 CC)23, para concluir que el
hecho de que la responsabilidad post partición sea solidaria no quiere decir que con carácter
previo no lo sea. Más aun, utilizan el propio art. 1084 CC como favorable a la solidaridad de los
coherederos antes de la partición, interpretando que el art. citado quiere decir “aun hecha la
partición”, pues tras la partición el régimen de solidaridad persiste en la medida que era el
régimen de responsabilidad anterior a esta 24 . Tampoco es escollo el art. 1137 CC, pues lo
interpretan como un precepto referido a la creación o nacimiento al mundo del Derecho de una
obligación, no a la sucesión en la persona obligada al pago, como es el caso de la sucesión
mortis causa, que quedaría, por tanto, excluida de la excepcionalidad (???)25. Por último, se
invoca el art. 1974,2 CC, por ser esta una norma que hace extensiva las consecuencias positivas
o negativas derivadas de la interrupción de la prescripción de las acciones en las obligaciones
solidarias a los herederos del deudor “en toda clase de obligaciones”, entendiendo que el CC

9
considera a los herederos obligados solidarios, al no especificar el tipo de obligación y aplicarle
el régimen de interrupción de la prescripción de las obligaciones solidarias26.

b. La jurisprudencia: solidaridad pasiva de los coherederos

En el epígrafe anterior hemos expuesto las distintas teorías que justifican, con más o menos
acierto o fundamento, el tipo de responsabilidad de los coherederos frente al la reclamación del
acreedor que exige el cumplimiento de deudas del causante, vencidas, líquidas y, por tanto,
exigibles. Así como en la doctrina se presentan distintas posturas, la jurisprudencia, guiada por
criterios de operatividad y buscando la finalidad resarcitoria del acreedor, ajeno a la nueva
situación creada por el fallecimiento de su deudor, presenta una única línea argumental, con
pocas desviaciones. Pasemos, pues, a detallar el estado de la cuestión en nuestros órganos
jurisdiccionales.

Como apuntamos, es esta una materia en la que poco (o nada) han reflexionado nuestros
Tribunales, aplicando las reglas de solidaridad de manera que, ante reclamaciones de deudas de
un causante a los herederos aceptantes, considera que concurre una situación de litis consorcio
pasivo y con criterios de legitimación ad causam, procede a la condena solidaria del pago de lo
debido (siempre que se acredite la existencia de la deuda). En verdad, el tema fue objeto de
debate en el pasado, pero, parece, quedó zanjado con manifestaciones tan tajantes como las que,
a continuación, reproducimos. Adelanto que, si bien el tono es firme y decidido (casi
tautológico), no viene precedido de una argumentación, razonamiento o justificación que faculte
al Tribunal a aplicar el art. 1084 CC, cuya dicción es clara y se refiere, al menos desde una
primera lectura literal, a la situación posterior a la partición.

Aunque los autores aluden a pronunciamientos anteriores en el tiempo de nuestro Alto


Tribunal27, la primera sentencia a la que he tenido acceso en este sentido es la del Tribunal
Supremo de 22 junio 1931. En ella se plantea el cumplimiento de una obligación de devolución
de prestaciones recíprocas (en concreto, el precio) que tiene su origen en un contrato de
compraventa declarado nulo, suscrito, en calidad de vendedor, por un sujeto fallecido. La
demanda se dirige contra todos los herederos, aceptantes e integrantes de la comunidad
hereditaria. Sobre la responsabilidad de estos afirma, contundentemente, el Tribunal: “Que de
igual modo es de rechazar el segundo motivo, ya que la Sentencia no infringe los artículos 1084
y 1082 del Código Civil, pues dichos preceptos según tiene declarado esta Sala, no restringen,
ni en modo alguno limitan el derecho del acreedor hereditario para ejercitar las acciones
derivadas de su título, puesto que el último no hace más que establecer en favor del acreedor

10
una facultad que puede o no utilizar a su libre arbitrio y el primero no subordina el ejercicio de
la acción al hecho de que la herencia se haya dividido, sino que consagrando el principio de
que cada heredero es responsable solidariamente de las deudas hereditarias, faculta al
acreedor para reclamar la deuda por entero de cualquiera de aquéllos y concede al demandado
el derecho de que sus coherederos sean citados y emplazados.” Con posterioridad a este
pronunciamiento, y habida cuenta que no es el único pues sigue una línea consolidad en este
sentido, la DGRN, también lo reproduce, consolidándose, pues, esta forma “curiosa” de
interpretar las normas del CC28.

Invocando, igualmente, al art. 1084 CC, años más tardes, el Tribunal Supremo en sentencia de
17 marzo 196629, a modo de obiter dicta, pues el asunto no versaba, en modo alguno sobre la
responsabilidad de los coherederos, define la comunidad hereditaria como “una verdadera
«universitas» en la que respecto a una pluralidad de sujetos, se agrupen diversas relaciones
patrimoniales activas y pasivas que integren no sólo la totalidad de los bienes, derechos y
acciones que procedan de «cuius», sino también las deudas y obligaciones que éste tuviere o
hubiere impuesto en su testamento (art. 659) de las que solidariamente responderán sus
componentes (art. 1084)”.

Tras estas resoluciones se crea un clima favorable a la aplicación de las reglas de la solidaridad
siempre que se demanden a coherederos, sin distinguir si se ha realizado o no la partición30. Para
ello, los Tribunales citan de forma “automática” el art. 1084 CC, e incluso, en otras ocasiones,
ni siquiera aluden a esta norma. Tampoco las partes en el proceso muestran sensibilidad al tema,
y es difícil ya que nos encontremos resoluciones jurisprudenciales que aborden esta materia.
Como muestra “un botón”. La reciente y extensa sentencia del TS de 9 de mayo de 201131,
condena solidariamente al pago 32 de la deuda reclamada a una comunidad hereditaria, sin
dedicar ni una línea a justificar dicha condena solidaria. Como hemos apuntado, ni siquiera las
partes, en sus argumentaciones, aluden a tal cuestión, ni en el recurso planteado ante el Tribunal
Supremo ni en instancias inferiores, como se deduce de la resolución aludida. La reclamación,
con origen en un contrato de obras por encargo de un sujeto fallecido, se dirige contra las
herederas del mismo de forma solidaria. Entre otras excepciones, las herederas alegan la falta de
legitimación activa, pues intentan acreditar (sin conseguirlo) que había existido una repudiación
de la herencia de su padre, lo que, por tanto, excluiría cualquier tipo de responsabilidad de las
deudas del causante. Me sorprende que, en todo el iter procesal, no se discuta, al menos de
forma subsidiaria, que, en caso de haber existido aceptación tácita (como falla el Tribunal
Supremo), no se aplique la solidaridad de las deudoras coherederas, fundamentada dicha
pretensión de las muchas formas que la doctrina científica excluye la solidaridad de los

11
coherederos antes de la partición. En consonancia, el Alto Tribunal entiende que existe
legitimación pasiva de las demandadas, como legitimación ad causam, en la medida que queda
acreditada la aceptación tácita de la herencia y que las demandadas son sucesoras del causante-
deudor33, y, en su virtud, las condena al pago solidario de lo adeudado y reclamado en el pleito.

VII. Reflexión final.

Poco hay que comentar, que no se haya vertido en líneas precedente, sobre las medidas
garantistas con las que cuenta el acreedor y que pretenden asegurarle el cumplimiento de lo,
hasta entonces, debido por su fallecido deudor. No puedo decir lo mismo sobre la
responsabilidad de los coherederos aceptantes previa a la partición de la herencia.

En esta materia confluyen intereses distintos: un vacío normativo, una clara intención del
legislador y otra, también, nítida de la jurisprudencia, buscando la solución más justa, práctica y
operativa. Y, ciertamente, no todas en igual dirección. Así, de un lado el acreedor que mantenía
una deuda con el causante, y que teme que la sucesión mortis causa vaya a perjudicar a sus
expectativas de cobro; básicamente porque la división del patrimonio que la garantizaba y
posterior confusión con el patrimonio de los coherederos puede, en verdad, afectarle, bien por
las deudas particulares de los herederos, por su mala administración, por la pérdida de valor de
los bienes del causante al ser divididos…. Aunque en términos matemáticos tal perjuicio no
debería de presentarse, pues el patrimonio afecto al pago es el mismo incrementado por el
personal de los coherederos, en realidad, la división de este y el hecho de confluir una pluralidad
de sujetos entraña riesgo y, por tanto, una desconfianza que no existía cuando el causante
contrajo la obligación. Ello a pesar de que puede inferirse de la interpretación de preceptos
aislados del CC (arts. 643, 887, 1027, 1029, 1034, 1082 y 1083 CC), la voluntad del legislador
de mantener una cierta separación o independencia del patrimonio hereditario, que puede ser
considerado afecto al cumplimiento de las deudas y cargas hereditarias con carácter preferente a
los legatarios (en segundo lugar) y a los acreedores particulares, últimos en el cobro. Dicha
preferencia, no obstante ser la postura mayoritaria en la doctrina, precisa deducirse de preceptos
aislados de nuestro Código civil, porque, en verdad, no existe una declaración general al
respecto de la que resulte indubitada tal afirmación. De nuevo, pues, nos encontramos en un
terreno “pantanoso”, donde las deducciones e interpretaciones juegan un papel decisivo.

Junto al interés del acreedor de cobrar su deuda, o que, al menos, resulte dicho cobro igualmente
garantizado como lo estaba en vida del causante, el legislador no resuelve la responsabilidad de
los coherederos antes de la partición. Eso sí, lo hace con contundencia para cuando esta se haya
materializado, estableciendo la solidaridad de los herederos adjudicatarios, decantándose por

12
proteger al acreedor y evitar se vea perjudicado por la nueva situación generada por el reparto.
Incluso le permite, como hemos visto, paralizar la partición si con ella, y a pesar de la
solidaridad de los coherederos, tema por la merma de sus derechos (art. 1082 CC). Pero,
añadido al interés descrito del acreedor, no podemos dejar a un lado el de los coherederos de
evitar que la posición que ocupa le resulte excesivamente gravosa. Y, sin duda, lo es si se
extiende la responsabilidad solidaria antes de que la partición tenga lugar; basta que se asuman
las deudas por la aceptación, pero, antes de que los bienes se le hayan adjudicado y como tales
integren su patrimonio físico (que no ideal, pues ya sabemos que la cuota abstracta sobre el total
de la herencia integra su masa patrimonial), hacerlo responsable solidario es, poco menos, que
excesivo, medido en términos de justicia real. El silencio legislativo no puede merecer otra
interpretación que la contrariamente mantenida por nuestros Tribunales y por un sector
mayoritario de la doctrina, utilizando endebles argumentos y simples vericuetos interpretativos.
Técnicamente, la deuda del causante es una deuda indivisible, de la que debe responder el
patrimonio hereditario mientras este permanezca indiviso e, igualmente, por imperativo legal los
herederos; eso sí, en proporción o sólo en la medida que son titulares de una cuota abstracta
sobre el total de la herencia. Ahora bien, ¿cómo es posible dar operatividad a las afirmaciones
aquí vertidas? Decir que de la deuda indivisible que forma parte como pasivo de la herencia
debe responder la herencia y los herederos en proporción a su cuota es una cosa; ponerlo en
práctica, otra distinta. Para ello es necesario que el ordenamiento jurídico dote de instrumentos
adecuados a tal finalidad. A saber, si el patrimonio hereditario responde, en primer lugar, de las
deudas del causante, como sería lo consecuente con la afirmación de la indivisibilidad de la
deuda, los coherederos debían de disponer de una excepción que le permitiera paralizar la
reclamación cuando ésta se dirigiera a su patrimonio, aunque solo fuera para responder de la
deuda total en la parte correspondiente a su cuota abstracta en el haber hereditario. En verdad, ni
el acreedor está obligado a embargar bienes hereditarios, en primer lugar, para cobrar la deuda
indebida, ni los herederos pueden direccionar a este patrimonio la reclamación, si esta se realiza
contra su patrimonio personal.

Nos encontramos, pues, con una situación difusa, por no decir compleja. De un lado la
interpretación doctrinal, a mi juicio impoluta, y con base en el silencio del legislador (y en las
palabras del art. 1084 CC, así como en la interpretación sistemática de otras normas como el
famoso art. 1137 CC), y en la tradición romana que impregna nuestro CC. De otro, la
imposibilidad (por no decir extrema dificultad) de ponerla en práctica, por carecer de medios
jurídicos al efecto. Sin olvidar el interés del acreedor de cobrar y/o garantizar el cobro, que se
vería afectado si se intentara dar efectividad a la interpretación normativa más acorde con el
sentir de nuestras normas (mancomunidad de la deuda por su indivisibilidad, y responsabilidad
subsidiaria del heredero en proporción a su cuota) sin medios jurídicos adecuados para ello. Por

13
último, nuestros Tribunales que deben dar la mejor respuesta a los conflictos que esta
esquizofrenia genera.

Así planteado no es difícil comprender la forma de resolver la cuestión que se ha producido en


los operadores jurídicos, que han tomado el camino “más fácil” (y han hecho bien). Esta vez, sin
discusión, sin que ninguno se haya contradicho, presentando frente a la sociedad una postura
unánime, sin estridencias. Cuando se reclama una deuda a una comunidad hereditaria se
demanda a todos los coherederos solidariamente, que deben de responder con todo su
patrimonio, en el que se incluye, claro está, su cuota hereditaria. Los demandados discuten la
procedencia o no de la deuda, incluso la legitimación pasiva, pero no el “detalle” de la
solidaridad, que, digamos, se acepta como una regla de juego. Sin argumentos ni grandes
justificaciones. Planea el art. 1084 CC, curiosamente interpretado, y algún precepto más, como
hemos visto en este trabajo.

Reflexionar sobre esta realidad nos dirige, necesariamente, a un viejo postulado de nuestro
Derecho de sucesiones: la responsabilidad ultra vires del heredero responsable (y valga la
redundancia) de la situación descrita. Porque es la necesidad de extender a los respectivos
patrimonios de los coherederos la que provoca este juego de solidaridades/mancomunidades
indivisiones/divisiones, de tan imposible solución. Un escollo que, a pesar de los intentos de la
doctrina de apaciguarlo y reinterpretarlo, es insalvable sin generar una confusión o un caos
jurídico de peores consecuencias en orden a la aplicación de las normas. Por ello quizás sea el
momento de cuestionarnos este principio y su pervivencia en el Derecho moderno. Estoy
convencida que sería más que deseable una profunda reforma del Derecho de sucesiones, siendo
esta cuestión (junto con otras como la libertad para testar) una de las que, con más urgencia,
exigen una profunda revisión. Aunque no se este el espacio, no puedo más que sentirme
favorable a la desaparición de la responsabilidad ultra vires del heredero, limitando, como en
Derecho anglosajón, a los bienes hereditarios la responsabilidad patrimonial por las deudas del
causante, reviviendo un viejo principio: “paga y luego hereda”.

1
Ley 318 del Fuero Nuevo de Navarra: “el heredero responderá frente a los acreedores
hereditarios y legatarios con el valor de os bienes de la herencia exclusivamente; pero si se
excediera en el pago a los acreedores, estos no estarán obligados a restituirles. Se
considerarán también acreedores de la herencia los que lo sean por gastos de última
enfermedad, entierro y funerales”.
2
Art. 40 Compilación aragonesa, reformada por Ley 1/1999, de 24 febrero: “el heredero,
incluido el troncal, responde de las obligaciones del causante y de los legados y demás cargas
hereditarias exclusivamente con los bienes que reciba del caudal relicto, aunque no se haga
inventario”.

14
3
Siguiendo el modelo romano, como explica y critica RAMS ALBESA, JOAQUÍN, “Las
deudas de la herencia: una vieja cuestión pendiente”, en el libro de actas de las XII Jornadas de
la Asociación de Profesores de Derecho Civil, Derecho de Sucesiones. Presente y futuro, Edit.
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, Murcia, 2006, ISBN: 84-8371-634-8,
pp. 463 a 475.
4
Como sucede en Derecho anglosajón, que primero se liquida el patrimonio del causante y,
posteriormente, y si algo queda, es lo que se trasmite a sus sucesores. DURÁN RIVACOBA y
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, AURORA, “La responsabilidad de los herederos por deudas del
causante (comunicación sobre la reforma del Derecho de sucesiones)”, en el libro de actas de las
XII Jornadas de la Asociación de Profesores de Derecho Civil, Derecho de Sucesiones. Presente
y futuro, cit. pp. 231 a 241, concretamente la cita es a la p. 233.
5
NÚÑEZ IGLESIAS, ÁLVARO, “Comentario al art. 1082 CC”, Cañizares Laso, Ana, de
Pablo Contreras, Pedro, Orduña Moreno, Javier, Valpuesta Fernández, Rosario (Directores),
Código Civil comentado, volumen II, Navarra, 2011, Edit. Civitas-Thomson Reuters, ISBN
978-84-470-3739-1, pp. 1841.
6
RIVAS MARTÍNEZ, JUAN JOSE, Derecho de sucesiones común y foral, tomo III, cuarta
edición, Madrid, 2009, Edit. Dykinson, ISBN 978-84-9849- 427-3, p. 2547.
7
NUÑEZ IGLESIAS, ÁLVARO, ob. cit. p. 1840.
8
PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, MANUEL, La herencia y las deudas del causante, Tercera
edición, Granada, 2009, Edit. Comares, ISBN 978-84-9836-462-o, pp. 295.
9
Y al de PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, ob. cit. p. 298, a quien seguimos.
10
DIEGUEZ OLIVA, ROCIO, “Comentario al art. 1699 CC”, Cañizares Laso, Ana, de Pablo
Contreras, Pedro, Orduña Moreno, Javier, Valpuesta Fernández, Rosario (Directores), Código
Civil comentado, volumen IV, Navarra, 2011, Edit. Civitas-Thomson Reuters, ISBN 978-84-
470-3742-1, p. 733.
11
DE LA CÁMARA ÁLVAREZ, MANUEL, “Comentario al art. 1083 CC”, en la obra
colectiva Comentario del Código civil, dirigida por Paz-Ares Rodríguez, Cándido, Diez Picazo
Ponce de León, Luis, Bercovitz, Rodrigo y Salvador Colderch, Pablo, tomo I, Madrid, 1993,
Edit. Ministerio de Justicia, ISBN: 84-7787-305-4, p. 2556.
12
RIVAS MARTÍNEZ, ob. cit. p. 2555.
13
Excepto en el supuesto de heredero único, en cuyo caso es discutible (y yo entiendo que
inexistente) esa cierta independencia a la que aludíamos en el texto principal.
14
Como dice BUSTO LAGO, JOSÉ MANUEL, en la obra colectiva Derecho de sucesiones.
Legislación, comentarios y jurisprudencia, coordinada por el mismo autor, Navarra, 2007, Edit.
Aranzadi, ISBN: 978-84-8355-425-8, p. 405.
15
Sobre el ámbito restrictivo art. 1082 CC, vid. NAVARRO CASTRO, MIGUEL, La responsabilidad
por las deudas hereditarias, Madrid, 2009, Edit. Fundación Registral, ISBN: 978-84-96782-99-0, p. 39.
16
En este sentido, el derogado art. 1038, 4º LEC legitimaba a cualquier acreedor a promover el
juicio de testamentaría siempre que presentara un título escrito que justificara suficientemente
su crédito. A mayor abundamiento, vid. las reflexiones de DE LA CÁMARA ÁLVAREZ, ob.
cit. p. 2542 y ss.
17
PEÑA BERNALDO DE QUIRÓS, ob. cit. pp. 293 y 294.
18
LA CRUZ BERDEJO, JOSE LUIS y otros Elementos de Derecho civil, tomo V, 3ª edición,
revisada y puesta al día por J. Rams Albesa, Madrid, 2007, Edit. Dykinson, ISBN: 978-84-
9849-102-9, p. 102.
19
Y así lo hace MARÍN GARCÍA DE LEONARDO, MARÍA TERESA, en su obra La
responsabilidad de los herederos por las deudas del causante anterior a la partición, Madrid,
1991, Edit. Civitas, ISBN: 84-7398-833-7, p. 104. Particularmente interesantes las afirmaciones
en las pp. 128 a 132 y 133 a 135, y, en general, toda la obra en cuanto a su impecable línea
argumental y los razonamientos jurídicos en ella vertidos.
20
NUÑEZ IGLESIAS, ob. cit. p. 1849.
21
OCAÑA RODRÍGUEZ, ANTONIO “Derecho sucesorio y derecho de crédito. Una difícil
confluencia”, en la obra colectiva Reflexiones sobre materias de Derecho sucesorio, dirigida por

15
Álvarez García, Manuel Damián y Zubiri de Salinas, Fernando, Madrid, 2009, Edit. Consejo
General del Poder Judicial, ISBN: 978-84-92596-26-3, p. 810.
22
Así lo argumenta DE LA CAMARA, ob. cit. p. 2559.
23
DE LA CÁMARA, ob. cit. p. 2560
24
RIVAS MARTÍNEZ, ob. cit. p. 2723. La interpretación aludida es, según el autor, la que
figura en la sentencia del TS 28 enero 1919.
25
NUÑEZ IGLESIAS, ob. cit. p. 1848.
26
RIVAS MARTÍNEZ, ob. cit. p. 2723.
27
DE LA CÁMARA ÁLVAREZ, ob. cit. pp. 2560 apunta sentencias Tribunal Supremo 9-1-
1901, 3-4-1903, 2-10-1907, 17-3-1910, 21-2-1911, 24-11-1915, 28-1-1919, 6-7-1920, 2-3-1923,
3-1-1928, 20-11-1929, 16-10-1930 y 17-12-1930, en este sentido.
28
Nos referimos a las Resoluciones DGRN de fecha 16-10-1933, 27-3-1957 y 15-10-1962,
citadas por DE LA CÁMARA ÁLVAREZ, ob. cit. pp. 2560.
29
Ponente Excmo. Sr. Federico Rodríguez Solano y Espín
30
Como ejemplo la sentencia del Tribunal Supremo (Sala de lo Civil) de 22 de marzo 1990,
ponente Excmo. Sr. Francisco Morales Morales. En ella se aborda el cumplimiento de una serie
de obligaciones de contenido urbanístico incardinadas en un contrato de compraventa en el que
un matrimonio asumía la posición de vendedor. Ante el incumplimiento del mismo, son
demandados el esposo y las hijas en su calidad de herederas de la esposa fallecida. Muy
significativo el párrafo que, a continuación trascribimos, donde el Tribunal no distingue si existe
o no partición para declarar la solidaridad de los coherederos por las deudas del causante, por
imperativo del art. 1084 CC. Dice la sentencia lo siguiente: “2.º Siendo la realización de las
referidas obras de urbanización una obligación contraída por la causante doña Josefina G. S.,
dicha obligación se transmite a sus herederos (artículos 659 y 661 del Código Civil), los cuales
la reciben con el carácter de deudores solidarios, por disposición expresa del párrafo primero
del artículo 1084 del Código Civil con arreglo al cual los acreedores pueden exigir el
cumplimiento de las obligaciones del causante a cualquiera de los herederos del mismo, sin
límite cuantitativo alguno (responsabilidad «ultra vires») para los que no hubieren aceptado la
herencia a beneficio de inventario (como es el caso que aquí nos ocupa) o hasta donde alcance
su porción hereditaria para los que la hubieren aceptado con dicho beneficio. 3.º El expresado
vínculo de solidaridad, impuesto por imperativo legal, entre todos los herederos del causante
respecto al cumplimiento de las obligaciones contraídas por éste, excluye toda posibilidad de
surgimiento del litis consorcio pasivo necesario, cuando el acreedor demande a alguno o
algunos de los herederos y no a todos, y sin que, por otra parte, lo preceptuado en el párrafo
segundo del citado artículo 1084 del Código Civil afecte en modo alguno a la expresada
solidaridad”.
31
Recurso de casación nº 16/2005, Salo de lo Civil, sección 1ª, ponente Excmo. Sr. Juan
Antonio Xiol Ríos.
32
Confirma el fallo de la AP Sevilla (sección 5ª), sentencia nº 564/2004 que, a continuación,
reproducimos: “debemos condenar y condenamos a los demandados D. Narciso , D.ª Luis , D.ª
Marí José y D. Gaspar a que, solidariamente, abonen a la actora, Contratas e Infraestructuras,
S.A., la suma de 134 816,96 euros y los intereses legales de la misma desde la fecha de
interposición de la demanda, sin que se impongan las costas de ambas instancias”.
33
“Por tanto, siguiendo la doctrina de la STS 1246/2001, de 28 de diciembre, RJ 2002/2874, la
legitimación pasiva de los demandados resulta justificada porque son los sucesores
hereditarios de su madre. A tenor del contenido del artículo 1006 CC , por muerte del heredero
(la madre), sin aceptar ni repudiar la herencia, pasará a los suyos el mismo derecho que el
tenía, y no solo los derechos sino también las obligaciones.”

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