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¡Atrévete a pensar!

“Sapere Aude”
fr. Faustino CORCHUELO ALFARO, O.P.

2020
Libertad igual responsabilidad

La libertad aparece como la cualidad fundamental del


ser humano, encargado y responsable de la realización de
su propio destino y que aparece, entre todos los atributos
del hombre, aquel al cual tiene menos derecho a renunciar,
puesto que esto significaría descender a la jerarquía del
simple animal irracional.

Por otra parte, el ser humano, en su existencia terre-


nal concreta, experimenta una doble condición de sentirse
libre y condicionado al mismo tiempo. Por el testimonio
de la propia conciencia, sabe que la mayoría de sus accio-
nes no siempre están dirigidas a obrar por una necesidad
interna, sino que él mismo experimenta que se mueve a
obrar de esta o aquella manera. En su poder está el hacer
este o aquello, el decidirse por sí mismo o revocar dicha
decisión. En virtud de esta convicción se alaban sus buenas
acciones y se reprueban las consideradas malas, se recom-
pensan las unas y se castigan las otras, y se le dan leyes
que le imponen un deber. En cierta manera, puede afirmar-
se que fuera del ámbito de la libertad ya no hay o puede
haber moralidad.

Es la primera de las tres famosas palabras del ideario


de la Revolución francesa: Libertè ègalitè et fraternitè. La

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estatua de la Libertad en Nueva York no es solo el símbolo
de Estados Unidos, sino de la pretensión de todos los pue-
blos de gozar de este privilegio. Libertad y Orden reza el
escudo colombiano. Este ideal ha entrado a formar parte
de todas las declaraciones de los derechos humanos. Se
habla de libertad de conciencia, de pensamiento, de pala-
bra, de investigación, de culto o religión, de política. Sin
embargo, todas esas expresiones no hacen al hombre ple-
namente libre. ¿Entonces, de qué libertad se trata? La pre-
gunta que cabe formularse sería esta: ¿somos realmente
libres o estamos necesariamente condenados al determi-
nismo, a obrar en determinada forma?

La antigua distinción aristotélica entre los “actos del


hombre” y los “actos humanos” permite responder con
mayor exactitud a esta pregunta. El funcionamiento de
nuestros órganos vitales –el corazón, los pulmones, los ri-
ñones, el estómago– se realiza automáticamente, según las
mismas leyes que rigen en los demás animales superiores.
Estos son los llamados “actos del hombre”, donde la li-
bertad no juega ningún papel. En cambio, en los llamados
“actos humanos” la libertad sí juega un papel fundamental,
pues según Santo Tomás ella nace de la confluencia de las
dos facultades que nos distancian de los animales, la razón
que piensa y juzga y la voluntad que quiere, ama y desea.
El ser humano no es un simple animal, pues está dotado
de un pensamiento reflexivo y de una voluntad libre que
le permite abrirse a una multiplicidad de sentidos y orien-
taciones diversas. El sentido elegido para su vida no es
impuesto por determinismos más o menos ocultos; es el
mismo hombre quien lo da a su propia vida, asumiendo las

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consecuencias que él le quiere dar a su existencia. Dar un


sentido, significa optar por una dirección que le permita
desarrollar en plenitud sus posibilidades de ser más.

El germen natural de la libertad está formado en noso-


tros principalmente por la búsqueda y el sentido de lo ver-
dadero y del bien, que nacen del pensamiento reflexivo y
de la voluntad, entendida como el apetito natural del bien
y de la felicidad. Estas disposiciones proyectan ante no-
sotros un cierto ideal de vida que orienta nuestros deseos,
nuestras intenciones y rige nuestros juicios morales. El
hombre no está condenado a ser libre, pero sí está llamado
a llegar a serlo.

No podemos olvidar que la noción de libertad ofrece


ciertos equívocos y conceptos falsos: no debe confundirse
ni con la arbitrariedad ni con el capricho, porque tarde o
temprano se convierte en libertinaje; como tampoco quiere
decir derecho a disponer de sí mismo y de los demás a su
antojo, ni gozar de una independencia absoluta, porque en
dicho caso se tendría derecho al suicidio y a conculcar la
vida y los bienes ajenos. Los estragos del mal uso de la
libertad han sido demasiado evidentes. Hacer algo malo
o que cause daño a alguien, no es simplemente malo por
el hecho de estar prohibido, sino por su misma naturale-
za. La libertad, para Santo Tomás, está en evitar el mal
sencillamente porque en sí es algo malo. ¿Qué quiere ser
libre?, se preguntaba. Entonces, lo define por oposición a
ser esclavo. Ser libre es ser causa sui, es decir, ser dueño
de sí mismo; en cambio, el esclavo es causa domini, como
queriendo decir que el esclavo pertenece a su amo y hace
aquello que su señor le ordena y como él lo manda. Por

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eso, quien evita el mal, no porque en realidad es un mal,
sino porque está mandado, no es realmente libre.

Con toda razón, la Constitución Gaudium et Spes Nº 17


considera que: “Con frecuencia se fomenta una libertad de
forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer
cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala”, ol-
vidando que
La dignidad humana requiere que el hombre actúe según
su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido
por convicción interna personal y no bajo la presión de un
ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El
hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de
la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre
elección del bien y se procura los medios adecuados para
ello con eficacia y esfuerzo crecientes.

Ciertamente, la afirmación de mi libertad tiene en cuenta


las condiciones genéticas, sociológicas, económicas y
políticas de la civilización en cuyo seno vivo. En cierta
manera, estamos condicionados por el pasado y por ciertas
circunstancias del presente, por toda una serie de factores
que van desde lo genético y lo biológico, lo social, lo eco-
nómico, lo cultural, y hasta por lo religioso, que no pocas
veces nos hacen ver la libertad como una pura ilusión: el
peso de la herencia familiar y racial, ese mundo descono-
cido que dormita en el subconsciente, el imperio de los
instintos y la tiranía del pecado, las condiciones ambien-
tales y culturales, el ejercicio de una autoridad demasiado
aplastante, la manipulación de las conciencias por técnicas
de propaganda y publicidad agresivas que muchas veces
llegan a paralizar las facultades de reflexión y juicios per-
sonales, y así tantas otras situaciones que hacen decir a ex-
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pertos psiquiatras y moralistas que no todos los hombres


son absolutamente responsables de todos sus actos y que
cada quien merece juicios atenuantes de su conducta.

Un poeta latino, Ovidio, famoso, no ciertamente por ser


un moralista, ha escrito dos versos que han llegado a ser
proverbiales: “Video meliora proboque; deteriora seguor”
= “Veo el bien y lo apruebo; después, sigo o hago el mal”.
Se trata de una experiencia humana universal. Cuántas
veces vemos con lucidez el mal que no debemos hacer
(mentir, robar, engañar, abusar de las personas, destruir el
medio ambiente, dedicarse a múltiples vicios) y prome-
temos no hacerlo; pero, después cuando llega la ocasión,
hacemos exactamente lo contrario de lo que habíamos
prometido. Nadie mejor que san Pablo describe esta situa-
ción en su carta a los Romanos:
Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago
lo que quiero, sino que hago lo que detesto...El deseo de
hacer el bien está a mi alcance, pero no lo realizo. No hago
el bien quiero, sino que practico el mal que no quiero...
Y me encuentro con esta fatalidad: que deseando hacer el
bien, se me pone al alcance el mal ¿Quién me librará de
esta condición mortal? (1).

Solo un ser dueño, al menos parcialmente, de sus


deseos y de sus actos, puede ser considerado como libre
y responsable. La libertad no puede ser arbitrariedad. Hay
que aprender y tratar de vivir una libertad que sea igual a
responsabilidad. El grado de la libertad será estrictamen-
te proporcional al grado de su responsabilidad. Con fre-
cuencia encontramos hombres que no quieren ser libres
y que prefieren remitir a los demás el grado del peso de

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sus decisiones. Los espíritus pusilánimes sienten, más o
menos confusamente, que la verdadera libertad les impe-
diría continuar en su situación de conformismo y apatía,
y prefieren endosar en otras conciencias el peso de la res-
ponsabilidad de asumir y ser gestor de la aventura de la
propia vida, a sabiendas de que siempre estará expuesta a
continuos riesgos. Libre es, en efecto, quien es dueño de sí
mismo y causa de su realización.

Pero precisamente, la libertad es voluntad de ejercer un


control responsable sobre los elementos que normalmente
nos dominan y nos impiden ascender para llegar a ser más.
Los caminos de la libertad no son como se los imagina el
yo egoísta y egocéntrico, los de una exaltación exagerada
de la autonomía, sino los de un depender, descender y darse
uno mismo a los demás. Se podría decir que el concepto
contrario a la esclavitud no es el de independencia total,
sino capacidad de responder por sí mismo y de sí mismo.
Solo un ser dueño, al menos parcialmente, de sus deseos
y de sus actos, puede ser considerado como responsable.
El grado de su libertad será estrictamente proporcional al
grado de su responsabilidad. Por eso, con frecuencia en-
contramos hombres que no quieren ser libres y que re-
miten a los otros el grado de peso de sus decisiones. Los
espíritus pusilánimes sienten más o menos confusamente
que la verdadera libertad les impediría continuar en el in-
conformismo y la apatía, en la seguridad y en la responsa-
bilidad, les obligaría a salir de sí mismos para lanzarse a la
aventura de la vida expuesta a un continuo riesgo.

Reitero, la libertad es, pues, la cualidad fundamental del


ser humano, encargado y responsable de la realización de
su propio destino y vocación. Es, entre todos los atributos
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Temas espirituales - Libertad igual responsabilidad

de su yo, aquel al cual menos derecho tiene a renunciar,


puesto que esto significaría descender a la condición de
un simple animal irracional. Evidentemente, hacer y ser
hombres libres es una empresa difícil. Y libre, en efecto,
es quien es dueño de sí mismo y causa de su realización.
Esto se paga a gran precio, y la libertad cuesta caro. Gra-
cias a ese don precioso de la libertad es que la existencia
vale la pena de ser vivida.

Notas
1. Conviene leer integralmente los capítulos 7 y 8 de la Carta a los
Romanos, con sus respectivas notas explicativas.

2. Servais Pinckaers, O.P. Les sources de la morale chretienne, sobre


todo el Cap. XV, “la libertè de qualitè”. Fribourg, Suisse: Editions
Universitaires, 1985.

3. Santo Tomás. In 2 Cor. 3,17; Suma Teolg. I, q.96, a.4.

4. Constitución del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes, No. 17.

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