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Erich Fromm, en su libro “El miedo a la libertad” nos dice que la naturaleza
humana es el producto de la evolución del hombre, y que a medida que progrese como
individuo único y distinto en su proceso de individuación tanto más tenderá a unirse a
los demás con amor, porque entenderá su lugar en el mundo.
Así como el bebé consigue una vez que crece separarse de su madre y ser
independiente, así el hombre social logrará su independencia de los lazos que lo atan al
mundo exterior y sus condicionamientos, que le otorgan seguridad y sentido de
pertenencia. El proceso de individuación; le permitirá la genuina relación con los otros y
la naturaleza, sin privarlo de su individualidad.
Pero hay una mejor forma de evitar el sentimiento de aislamiento que no sea
alienarse en los otros; que es el amor y el trabajo creativo.
«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia.
Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e
inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es
bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio,
rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo
tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros
hombres y con todas las cosas creadas».
7. Pero este precepto de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuera
órgano e intérprete de otra razón más alta, a la que deben estar sometidos
nuestro entendimiento y nuestra libertad: la ley eterna. La ley natural es la
misma ley eterna, que, grabada en los seres racionales, inclina a éstos a las obras
y al fin que les son propios. La ley eterna es la razón eterna de Dios, Creador y
Gobernador de todo el universo.
9. A esta regla de nuestras acciones, a este freno del pecado que son los
Mandamientos, Dios ha añadido ciertos auxilios especiales para confirmar y
dirigir la acción del hombre. Para que podamos cumplir la ley eterna, Dios nos
socorre con su gracia. La gracia divina ilumina el entendimiento y
robustece e impulsa la voluntad hacia el bien moral y, al mismo tiempo,
facilita y asegura el ejercicio de nuestra libertad natural.
10. Jesucristo, liberador del género humano, que vino para restaurar y acrecentar
la dignidad antigua de la Naturaleza (caída tras el pecado original), ha
socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un
estado mejor, concediéndole, por una parte, los auxilios de su gracia y
abriéndole, por otra parte, la perspectiva de una eterna felicidad en los cielos.
Pero ¿qué significa exactamente ser libre?, ¿cuál es el misterio humano que se esconde
bajo esa palabra tan valorada? A primera vista no parece sencillo establecerlo ya que
la fenomenología de la libertad es muy amplia. Libertad sugiere independencia,
apertura, autonomía, capacidad de elección, poder, querer, amor, voluntad. Soy libre
cuando elijo y cuando puedo elegir; soy libre porque mi voluntad lo es; por ser libre
puedo amar y puedo odiar y por ser libre soy responsable. Libertad es también
apertura a lo nuevo y falta de constricción: no estar ligado por vínculos ni por cadena
materiales, por supuesto, pero tampoco espirituales.
Como señala León XIII: “Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es
aquella criminal expresión: “No serviré”, entienden por libertad lo que es una pura y
absurda licencia. Tales son los partidarios de ese sistema tan extendido y poderoso, y
que, tomando el nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales.”
Callar es de cobardes cuando está en juego el honor de Dios y la salvación de las almas.
El fin de la vida humana es nuestra santificación para dar gloria a Dios. Ser santos
para dar gloria a Dios: en eso consiste la felicidad. Y no hay otra. Se trata de
configurarnos con Cristo, de vivir unidos a Dios por el amor, en perfecta conformidad
con la voluntad divina. Por eso los santos son verdaderamente libres. Y los que viven en
pecado mortal son desgraciados y esclavos del Demonio. Por eso rezamos en el Padre
Nuestro aquello de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno” (sed
libera nos a Malo).
La felicidad del hombre es cumplir la voluntad de Dios, con la ayuda de la gracia, para
ser santo. Asimismo, el bien común de los pueblos, en última instancia, es Dios mismo.
Y el pecado hace a los hombres y a los pueblos desgraciados. Cuanto más os apartéis de
Dios, mayor será el infierno en el que viviréis.
En estos tiempos de oscuridad, rezad el Santo Rosario, confesaos con frecuencia, adorad
al Santísimo en el sagrario y asistid a la Santa Misa siempre que podáis. Amar a la
Santísima Virgen María y adorar a Cristo, realmente presente en el Santísimo
Sacramento, comulgar con fe… son los caminos más seguros hacia la santidad.
Amemos a Dios sobre todas las cosas y, desde Él, podremos amar a nuestro prójimo
como a nosotros mismos. Pero primero, amemos a Dios con todo nuestro
entendimiento, con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas.
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.