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La conciencia moral

La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad
moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y
hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. La
conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete
el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien,
al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de
conciencia constituye una garantia de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta
cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la
virtud que se ha de cultivar sin cesar.

La conciencia es un juicio de la razón por el que el hombre reconoce la bondad o maldad de un


acto. Por ejemplo dice: "soy consciente de que este detalle con mis padres es bueno". Para
emitir un juicio de conciencia sobre el bien-mal de un acto, se necesita una inteligencia que
juzgue, y un conocimiento previo que sea la base en que se apoya este juicio moral. Algo
similar sucede cuando el entendimiento dictamina sobre la verdad de algo. Por ejemplo, al
escuchar: "las vacas vuelan", la razón emite un juicio inmediato que dice: "falso". Este juicio
está basado en el conocimiento previo de vacas y vuelo.

El juicio de conciencia se basa en el conocimiento de la naturaleza humana y de lo que le


conviene. El juicio moral de la inteligencia se hace más certero si el hombre obtiene más
conocimientos. Para conocer mejor la naturaleza humana irá bien fomentar el deseo de buscar
la verdad y de obrar bien. También esto último, pues a base de obrar mal la inteligencia se
malacostumbra y pierde claridad de juicio. Para la aplicación práctica de esos conocimientos,
irá bien escuchar el consejo de personas buenas y entendidas.

Es importante distinguir el bien del mal, para acertar en lo que conviene hacer. Los grandes
criminales tienen la conciencia deformada y se dice de ellos que son hombres sin conciencia.
La conciencia no crea la ley, sino que aplica la ley al caso concreto. El hombre no inventa el
bien-mal, sino que juzga basado en la ley natural grabada en su naturaleza. Un carterista
puede autoconvencerse de que robar es bueno, pero no lo es. Simplemente se equivoca. La
conciencia es inseparable de los actos humanos. Se llaman actos humanos a los voluntarios y
libres, y por tanto conscientes. Conscientes de su bondad sensible -me gusta- y de su bondad
moral me conviene-. La conciencia instruye sobre el bien y mueve a obrar. El juicio de
conciencia es práctico: esto lo puedo o debo hacer, esto lo debo evitar. Y se adquiere
experiencia. La conciencia aprueba o reprende.- El juicio de conciencia es principalmente
anterior a la acción, para obrar o no. Pero una persona continúa reflexionando después de
actuar, con un dictamen de aprobación y paz si se obró bien, o de inquieto rechazo si se obró
mal. Por esto el hombre tiene responsabilidad ante sí mismo.
Se debe respetar la libertad de las conciencias, pero esto no significa que la conciencia sea
independiente de la ley. En este campo la libertad consiste en ausencia de coacción al buscar
la verdad, pero no independencia respecto a la verdad. Una persona puede convencerse de
que robar es bueno, o de que no existe Pekin. En ambos casos obra libremente pero no acierta
con la verdad moral o geográfica.

5.3. La libertad moral

La tercera dimensión de la libertad se llama libertad moral porque nace del buen uso de la
libertad de elección y consiste en el fortalecimiento y ampliación de la capacidad humana que
se llama virtud. La libertad moral es adquirida o conquistada por el hombre, que se va
configurando con un modo de ser determinado. En efecto, las distintas elecciones humanas va
configurando la persona moralmente (un ladrón si roba, un hombre justo si hace actos de
justicia). Ala síntesis pasiva y al aprendizaje hay que añadir los hábitos que el hombre
desarrolla con el ejercicio de su libertad. Por ejemplo, en las biografias se relatan las
circunstancias del nacimiento del sujeto (lugar y tiempo). familia, educación, etc. pero son las
acciones las que configuran a un hombre de modo pleno, sobre todo moralmente. Desde este
punto de vista existencial, la libertad moral consiste en la realización de la libertad
fundamental a lo largo del tiempo según un proyecto vital. La realización de la libertad consiste
en el conjunto de decisiones libres que van configurando la propia vida. El vivir para el hombre
ya no es el mero subsistir, sino la realización de los proyectos personales. Llegar a ser lo que
uno quiere o no llegar tiene mucho que ver con la consecución o no de la felicidad. En
definitiva, la realización de un proyecto vital propio, libremente decidido y realizado es lo que
da autenticidad y sentido a la propia vida. Como ya dijimos anteriormente, la autorrealización
es el proceso mediante el cual el sujeto se va determinando según un plan previamente
prefijado, es decir, un proyecto vital (con diversos aspectos: familiar, profesional, religioso,
etc.). A esta proyecto personal algunos autores lo de nominan opción fundamental, que es «la
elección por la que cada hombre decide explicita o implicitamente la dirección global de su
vida, el tipo de hombre que desea ser (...) La opción fundamental no es una opción
determinante, porque siempre le es posible a la voluntad decidir de forma diversa, pero es una
opción dominante dado su influjo, cada vez mayor, sobre las elecciones particulares». Sin
embargo, conviene no olvidar que la persona realiza su vida y su ser en cada acción libre, y no
basta con una única opción primigenia para garantizar el curso de mi existencia en una
dirección u otra. Basándose en la distinción entre opción fundamental y acciones concretas,
algunos moralistas llegan a proponer que sólo serian actos moralmente graves aquéllos que
hagan variar la opción fundamental de amor al Creador, es decir, el rechazo de su amor
providente. Las acciones concretas pueden acabar cambiando esa opción fundamental, pero
en si mismas no atentan gravemente contra la ley divina. Esas teorias «son contrarias a la
misma enseñanza biblica, que concibe la opción fundamental como una verdadera y propia
elección de la libertad y vincula profundamente esta elección a los actos particularesu. Hay
que tener en cuenta que no está asegurado el buen uso de la libertad. Todos tenemos
experiencia de las ocasiones en que hemos usado mal de nuestra libertad

La persona virtuosa es la que posee la facilidad para obrar bien. En gran medida, obrar bien
quiere decir obrar por lo que la inteligencia me presenta como bueno, por encima de las
inclinaciones sensibles (o pasiones): un aspecto importante de la libertad moral consiste en la
educación de las tendencias naturales. De manera elemental podemos describir la libertad
moral como la capacidad de querer realmente bienes arduos, dificiles de conseguir a través de
un esfuerzo. En último término seria lo que vulgarmente se llama fuerza de voluntad», es
decir, no sóle la capacidad de elegir un proyecto vital sino de realizarlo efectivamente: o lo que
es lo mismo, la fuerza moral para llevario a cabo. ¿Por qué se llama libertad? Porque para
querer realmente bienes arduos es preciso ser capaz de superar obstáculos e inclinaciones
orientadas a la satisfacción sensible que es agradable. Es libertad porque supone autodominio
y no ser esclavo de esas tendencias. En otras palabras: es ganar en libertad interior gracias a la
cual me libero de las ataduras instintivas o adquiridas por el mal uso de la libertad. Las
inclinaciones naturales instintivas no son de suyo perversas, pero buena parte del
pensamiento moderno ignora el hecho de la caida original del hombre que origina la debilidad
del entendimiento y la voluntad. Es más, hay una tendencia a exaltar lo placentero y natural
como una fuerza vital que no ha de ser reprimida (Freud, Nietzsche, etc.).

La experiencia nos muestra que, por desgracia, no todo lo que «brota» espontáneamente del
sujeto es bueno, ni que todo lo que me pide el cuerpos es realmente bueno para mi felicidad.
Lo cierto es que toda persona humana tiene experiencia de la disarmonia interior entre lo que
apetece y lo que es realmente valioso. «Me doy cuenta de lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo
peors. La virtud y la libertad moral me hace posible secundar lo que quiero, es decir, lo mejor.
La virtud supone la superación de esa disarmonía interior a través del esfuerzo voluntario hacia
el bien verdadero captado por la razón. La virtud supone una armonia costosa de las pasiones
y sentimientos, pero es también una facilidad para hacer buen uso de la libertad. Con la
repetición de acciones, la libertad se fortalece para obrar el bien con mayor facilidad. La virtud
supone una ampliación o incremento de la libertad porque me capacita para hacer más cosas,
de modo más fácil y en menos tiempo (supone estar entrenado para lo arduo y lo dificil»). Por
otra parte, los vicios debilitan esa capacidad. Ganar o perder libertad depende del uso que se
le dé. Se enriquece y agranda con las acciones buenas que configuran una virtud estable. Se
empobrece y debilita la libertad con acciones negativas que configuran un vicio. Como apunta
Millan-Puelles, la libertad moral es una especie de autodominio adquirido que cuenta con dos
vertientes: el dominio de las pasiones (del que hemos tratado hasta ahora) y la elevación al
bien común. «En el hombre (al contrario del animal infrahumano) el exclusivo atenimiento al
bien propio constituye una efectiva esclavitud porque la voluntad humana, en la que está
presupuesta la razón, tiene una libertad trascendental que le da la capacidad para elevarse
desde el bien privado al bien común y para integrar, no para negar, en el segundo el primero,
instalando así a éste en un nivel superior al que necesariamente le compete en el animal
infrahumanos. En otras palabras, el autodominio de los instintos (que por definición se
encaminan al bien subjetivo) me hace posible la apertura al bien común: nos encontramos
entonces en el umbral de la libertad social.

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