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EDUCACIÓN EN NUESTROS PUEBLOS ABORIGENES.

Los antiguos habitantes del territorio argentino

Nuestro territorio recibió las primeras poblaciones hace ya, por lo menos, 12000 años;
inmediatamente después de la retirada de los glaciares. Eran cazadores en seguimiento de comida que
primero se asentaron en las zonas de montaña y luego se desplazaron hasta el extremo sur y a través
de los grandes ríos hacia el noroeste.
Transitaron los estadios medio y superior del salvajismo. Las formaciones económicosociales se
caracterizaban por una producción esencialmente colectiva y por un consumo bajo el régimen de reparto
directo de los productos en el seno de pequeñas colectividades. Fueron pueblos cazadores y
recolectores nómades, y se extendieron a través de la región pampeana y patagónica. Integrando grupos
de 50 a 150 individuos que, hasta la invasión mapuche no conocieron los metales y la alfarería.
Los principales grupos fueron:
1. En la región fueguina: los yamanas y los onas (o Selk-nam). Su identidad data de 1.300 años y
sus rastros arqueológicos de 10.400 años.
2. En la Patagonia: los paisanos (a quienes los mapuches llamaron tehuelches) que incluyen a los
querandíes, los patagones y los pampas. Sus restos arqueológicos se remontan a 15.000 años.
3. En el Litoral y Mesopotamia: los altoparanaenses eran un par de cientos de miles cuyos restos se
rastrean desde 8.000 a 10.000 años atrás. Se mezclaron con los guaraníes, charrúas, guaycurúes
y otros.
4. En la región chaqueña podemos encontrar:
 En el Chaco occidental: los enmascarados arawakChané y los hombresjaguar Chiriguano.
 En el Chaco central: los wichis (a quienes los europeos llamaron matacos) y otros.
 En el Chaco oriental: en país guaycurú integrado por varios pueblos que llegaron al Chaco
hace 8.000 a 10.000 años, entre ellos los tobas, los pilagá y los mocovíes. Prolongaron su
resistencia armada frente a los españoles y, luego, frente a la oligarquía argentina, hasta la
primera mitad del siglo XX.
5. Regiones del Noroeste, Sierras Centrales y Cuyo.

Las sociedades más avanzadas llegaron tardíamente al territorio argentino.


 El guaraní fue el grupo lingüístico más importante en el oriente de América del Sur y transitó el
estadio inferior de la barbarie. Practicaron el cultivo semimigratorio (diversas variedades de papa,
mandioca, maíz, yerba mate y, una planta sagrada: el tabaco), las mujeres trabajaban la tierra en
tanto los hombres cazaban, pescaban, realizaban el desmonte y la guerra. Entre ellos estaba
esbozada la propiedad privada y se sometía a los prisioneros a la condición de esclavos. El “ser
guaraní” data de 1.500 años y, hacia el siglo XVI alcanzaban 1 millón y medio.
 En tanto, los pueblos del noroeste fueron conquistados durante la segunda mitad del siglo XV
por los cuzqueños que se apoderaron de su territorio. Alcanzaron mayor desarrollo económico y
social; de vida sedentaria, tenían poblaciones de hasta 3000 habitantes que practicaron la agricultura
intensiva de irrigación y dispusieron de técnicas relativamente avanzadas: la alfarería de mayor
calidad, orfebrería de oro y plata y metalurgia de cobre y bronce, gran desarrollo de de la escultura en
piedra, de la talla en madera, de la técnica de incrustación y del mosaico. Sus pinturas muestran un
importante nivel artístico y simbólico.
Estas poblaciones del noroeste, que datan de 15.000 años y que alcanzaron sumar no menos de
400.000 habitantes hacia el siglo XVI, se distribuyeron de la siguiente manera: en la puna, los
atacamas; en las quebradas: los omawacas y los purmamarcas; en los valles salteños: los lulas y, en

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los calchaquíes, los diaguitas. En tanto que, en los oasis riojanos, cuyanos y cordobeses: los
alongastas, los huarpes y los comechingones respectivamente.

Los grupos básicos mencionados y las demás etnias tenían un suelo existencial donde se
desarrollaba su cotidianidad. La existencia de cada de cada una de estas culturas, de la identidad social,
y étnicas, van unidas a la tierra, la Pachamama.
Distintos autores sostienen que la población indígena en territorio argentino, cuando llegaron los
conquistadores, oscilaba entre 400.000 y 1.200.000. El total de lenguas conocidas eran 44.
En tanto, la existencia de un pensamiento religioso tuvo sus orígenes históricos en el mecanismo de
deducciones experimentadas a través del pensamiento mágico, animista y totémico al que se integró la
compleja estructura de la cosmogonía mítica. El mito es para el hombre religioso la historia real. Y el
pensamiento religioso lo invade todo en las antiguas comunidades que debían ubicar un punto fijo
(centro del mundo), ahí clavaban un poste sagrado y éste le confería estructura cósmica al lugar de
residencia, era el hilo comunicador –abertura al cielo- y determinaba los cuatro puntos cardinales dentro
de cuyos límites se vivía lo real (el equilibrio de los mismos, equilibrio de los opuestos, posibilita el
equilibrio entre la naturaleza y el hombre que era parte de la misma, el hombre en sincretismo con la
naturaleza).
Esta concepción, los hombres y las mujeres como un parte del todo, la tierra y su subsuelo, los ríos,
los bosques, montañas y valles, el aire y las nubes, el cielo limitado a su hábitat, explican por un lado la
importancia vital de la expropiación de la tierra de los antiguos habitantes de nuestros territorios y por el
otro que su conciencia étnica determinaba el reconocimiento de los límites de la tribu o señorío a la que
pertenecían.

Algunos rasgos de su educación.


Normas y rituales
Los onas o Selk’nam eran hombres y mujeres esbeltos, altos, bellos, sabios, sanos excepcionales
cazadores nómadas especializados en guanacos, zorros, lobos y otros mamíferos marítimos.
Entre los onas de Tierra del Fuego, una de las comunidades indígenas de menor desarrollo cultural,
el trato con los niños era muy dulce. No existía el castigo para ellos porque se consideraba que no
podían ser culpables de cosa alguna ya que no eran responsables. Por eso es que las ceremonias de
iniciación de la pubertad han tenido tanta importancia y mantienen vigencia en otras comunidades
indígenas que aún subsisten: morirá el niño y nacerá el hombre, que deberá asumir responsabilidades
propias; entonces se lo somete a pruebas físicas (y dolorosas) para comprobar su fortaleza y resistencia
en las condiciones concretas de vida; y deberá adquirir los conocimientos éticos y sociales de la
comunidad, como la elección de pareja, el matrimonio, el trato con los ancianos y sus hijos, etc.
La educación infantil estaba dirigida a que el niño experimentara la realidad del mundo que lo
rodeaba: el fuego, las aguas profundas de un río, etc. Se evitaban males mayores y, luego, se le
proporcionaba afecto y una explicación al respecto. Posteriormente venían las enseñanzas de los
mayores (los abuelos) sobre las cuestiones relacionadas con la historia de la familia, las historia
religiosa, económica y social de la comunidad. Inculcaban el amor a los héroes y a los grandes jefes que
lucharon y luchaban por los derechos inalienables del grupo social.
Otras enseñanzas de los onas comprendían: el respeto a todas las mujeres, porque todas son
madres, y las ancianas son las madres de todos. Que debían ser cariñosos con su mujer y los niños, no
ser obesos ni perezosos porque no tendrían éxito en la cacería; que no debían desperdiciar la comida
porque podrían tener hambre más tarde; que luego de carnear a un animal debían repartirlo en todos los
pedazos posibles, especialmente entre los ancianos pues cuando sean viejos así serían tratados; y por
esa razón no debían burlarse de los ancianos y débiles.

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Los yamanas eran de baja estatura y piernas aparentemente débiles y tórax muy desarrollado, no
daban la impresión de desarrollo y fuerza. Sin embargo eran muy resistentes y en más de una
oportunidad resultaron más fuertes que los marinos europeos. Tenían facciones regulares, pómulos
pronunciados, frente baja, nariz de base deprimida arriba y ancha abajo y labios gruesos. Tenían
cabellos negros, gruesos y lacios; eran casi lampiños, no usaban barba ni bigote y solían depilarse las
cejas.
Habitaban en ambos márgenes del Canal de Beagle. Eran pescadores y recolectores que hacían de
la canoa prácticamente su vivienda. Educaban a sus hijos en estricta división sexual del trabajo: las
niñas, orientadas por su madre, aprendían a recolectar alimentos, a hilvanar collares con pequeños
caracoles y huesos, a confeccionar cestos y curtir pieles. Los varones debían aprender a fabricar
canoas, a convertirse en hábiles remeros, y a utilizar el arpón. En tanto, cuando niños, eran los
encargados de mantener el fuego encendido en el interior de la canoa.
Los bebés eran muy mimados por sus padres, jugaban con ellos, les hacían upa y muchas caricias.
Cuando las mamás no tenían nada para hacer los cargaban en brazos pero, cuando debían realizar
alguna tarea se los colgaban de la espalda por medio de un portabebés de cuero y por encima se
colocaban un quillango para mantenerlos bien abrigaditos.
La familia yamana era muy cordial con sus chicos, les colgaban collares, pintaban sus rostros, etc.
Los juegos que los padres compartían con sus hijos estaban ligados a aquellas tareas laborales futuras.
Toda la educación se desarrollaba en el marco de la moralidad religiosa y esto se visualiza
claramente en la ceremonia iniciática de los varones (el Shéjaus), similar a la de los onas. En una gran
cabaña o “choza ritual”, apartada y oculta, alejada de las mujeres, los ancianos y los doctos en las
tradiciones, junto a los shamanes, preparaban el programa educativo de los jóvenes varones, que incluía
pruebas con sufrimientos corporales y de destreza, principios y leyes éticas de resguardo social.
Duraban entre una y seis semanas. Iniciaban, además, un desplazamiento del matriarcado.
Los mayores enseñaban a los chicos:
“Ante todo, nosotros, hombres y mujeres, debemos ser buenos y útiles en la comunidad…
Cada cual debe tener autoridad sobre sí…
Levántate temprano todas las mañanas, pues entonces, estarás siempre dispuesto…
Muéstrate respetuoso con las personas ancianas. Ayuda a los huérfanos. Lleva algo de comer
a los enfermos…
Cuando te cases, ayuda a tu mujer en todo…
No te pongas a escuchar lo que hablan… tampoco curiosees acerca de los demás… atiende
primero a los forasteros…
Cuando alguno te diga palabras fuertes o te insulte, retírate… después hablas a solas con
aquel que te ofendió, cuando los dos estén tranquilos…
No hurtes nada a nadie… Si te falta algo, pídelo a tu vecino…
Piensa que los demás tienen tus mismos sentimientos”
Un ritual significativo era el relacionado con el cordón umbilical de los recién nacidos, una vez
desprendido, se lo guardaba y cuando el niño alcanzaba los 4 años de edad se lo ataba al cuello de un
pájaro al que se echaba a volar, su objetivo era proporcionar al niño la virtud de la libertad, el amor y el
cuidado de los mayores.

Contenidos de la educación
Los habitantes de la Patagonia vivían en amplios toldos de cuero, con divisiones internas. Durante
el invierno juntaban los toldos parientes y amigos, dejando espacio suficiente para los niños que
realizaban sus juegos y aprendían junto a sus mayores múltiples habilidades: curtir cuero, confeccionar

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lazos, boleadoras mocasines, instrumentos musicales, etc. Próximos a su pubertad aceleraban su
educación: los varones junto a sus padres y las niñas a sus madres.
La mitología se hace presente en los tehuelches, las narraciones cosmológicas y antropogénicas se
multiplican a través de diferentes versiones. Presentamos aquí una de las versiones extraída de “Lo que
cuentan los Tehuelches” de Miguel Palermo.
“En el principio de los tiempos no había nada: ni agua, ni cielo ni nubes. El único que existía
era Kóoch, el que iba a ser el creador del mundo.
Kóoch vivía en la oscuridad, porque no había sol, ni luz de ningún tipo. A su alrededor, no sólo
estaba todo oscuro, sino inmóvil y silencioso, y Kóoch se fue sintiendo cada vez más y más
triste porque estaba solo y comenzó a llorar. Tanto lloró Kóoch, tantas lágrimas soltó, que así
se formó el mar, que es salado porque está hecho de lágrimas. Eso fue lo primero que hubo en
la tierra.
Finalmente, Kóoch dejó de llorar y suspiró, del modo que uno suspira después de haber llorado
mucho. Ese suspiro fue el primer viento del mundo. Y ese viento, que era muy fuerte, se llevó
algo de oscuridad. Pero todavía no se veía bien, era como cuando todavía falta para el
amanecer.
Como quería ver, Kóoch levantó la mano y sacó una chispa enorme, que se convirtió en el sol,
que era bastante especial, porque él mismo se puso también a inventar. Calentó el agua del
mar hasta que hizo salir vapor, y de esta manera se formaron las primeras nubes.
Como había viento, el mismo que el suspiro de Kóoch había iniciado, las nubes iban de aquí
para allá sin parar, hasta que se cansaron del trajín y se enojaron. Entonces comenzaron a
protestar con truenos y rayos por todas partes. Kóoch tuvo que intervenir para que el viento
dejara tranquilas a las nubes, y así éstas se tranquilizaron. Desde aquel tiempo, las nubes sólo
se enojan de vez en cuando, y en esos momentos vienen las tormentas.
Después, Kóocho hizo una isla grande en el medio del mar, y fue creando la vida. Aparecieron
los peces en el agua y los demás animales sobre la primera tierra que sobresalía del mar.
Entonces Kóoch inventó la Luna, para que por las noches no estuviera tan oscuro.
El Sol era hombre y la Luna mujer. Al principio nunca se veían, porque él andaba por el cielo
de día y ella salía de noche, ni siquiera sabían que el otro estaba ahí. Pero las nubes, que se
quedan en el cielo todo el tiempo, les contaron la novedad, y ellos se sintieron curiosos de
conocer al otro. Tanto, que un día el Sol se apuró y salió antes para poder espiar a la Luna
cuando ella todavía estaba en el cielo. Y otra vez fue ella quien salió antes de tiempo, para ver
al Sol. Así fue como no sólo se conocieron, sino que se casaron.
Kóoch creó algunas otras cosas y también hizo la Patagonia, muy lejos de aquella isla que
había puesto en el mar. Y después, como le pareció que ya había hecho bastante, se fue a
descansar en algún lugar más allá del horizonte.
Aún quedaban muchas cosas por hacer y por inventar, pero de esas cosas debía ocuparse
otro, al que Kóoch hizo poderoso, y es Elal, el héroe (civilizador) de los Tehuelche.”

Los indios ranqueles eran muy estrictos con la educación de una serie de normas de higiene: el baño
matinal era obligatorio y prolongado en el río, tanto en verano como en invierno, así como el cuidado
meticuloso del cabello entre las mujeres; la prolijidad en el interior de las carpas que estaban
compartimentadas por parejas y por sexos, las cunitas pendían del techo, los enseres debían guardar un
orden determinado.
Estos hábitos de higiene, también, se apreciaban entre los onas quienes “pocas veces se
enfermaban, atribuyéndose su casi permanente estado de salud a su innata constitución, a la selección
natural y a la dispersión de las familias. El desconocimiento del hacinamiento, el cambio frecuente de
paradero, el no tener vestimentas adheridas al cuerpo, salvo la capa… impidió la pululación de gérmenes

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y ectoparásitos… desconocieron las chinches y las pulgas, así como las oftalmías, la consunción y las
enfermedades epidémicas. Todas estas enfermedades las conocerán durante las transculturaciones
experimentadas por los onas.
Entre los comechingones (Córdoba), la iniciación de las muchachas púberes consistía en su
aislamiento para recibir enseñanzas acerca de las relaciones afectivas con el marido, los niños, los
ancianos y las diversas obligaciones sociales. Los charrúas tenían costumbres similares.
Los diversos oficios de recolectores, pescadores, cazadores, agricultores, ceramistas, orfebres, etc.,
eran enseñados por sus padres y los mayores, fundamentalmente durante los últimos años de la niñez.
Lo mismo sucedía con la música, las pinturas rupestres, las tallas los tejidos, etc., con las características
fundamentales que tuvieron las expresiones artísticas con estos antiguos pueblos: por un lado que la
misma se realizaban en función de algo concreto y superior, no existió el arte en sí mismo; por otro que
fue un arte anónimo, tampoco existió la producción artística individual.
Los mapuches (Neuquén y La Pampa) llegaron tardíamente a nuestro territorio, invadiendo y
conquistando a pampas y puelches. Apoyaban la educación durante la segunda infancia en tres pilares:
la retórica, la poesía y la medicina. El abuelo proporcionaba al niño los primeros elementos educativos,
enseñándole a hablar en público para contar las historias de sus antepasados y los hechos gloriosos de
su raza, convirtiéndolo así en archivo oral. Para ser considerado adulto un varón debía ser capaz de
parlamentar durante un lapso prolongado. Luego comenzaban las prácticas guerreras.
Y entre los guaraníes (Misiones) los hijos permanecían junto a sus padres hasta que conformaban su
propia familia. Cuando las mujeres llegaban a la pubertad, durante un prolongado periodo que incluía
retiro y silencio, recibían instrucción acerca de su futura vida de soltera y de casada.
En los pueblos guaycurúes los niños eran educados desde muy pequeños en las tareas que debían
desempeñar de adultos. Los varones jugaban con arcos chiquitos con los que se ejercitaban en la caza y
en la pesca. Se los educaba para que aprendieran a tener resistencia al dolor y a la fatiga. A los 12 años
tenía lugar una ceremonia en la cual sus mamás y abuelas los hacían clavarse espinas en los brazos
hasta sangrar. Ni un solo grito podía salir de su boca. Las niñas, por el contrario, eran educadas en todo
lo referente a las labores domésticas. Jugaban con muñecas y acompañaban a las mamás al río
llevando botijos muy chiquitos, que cargaban con agua. En redes pequeñas recolectaban los frutos de la
algarroba imitando, fundamentalmente, las cosas que hacían sus mamás. También, debían soportar el
dolor, ya que no podían decir nada cuando se las comenzaba a tatuar.
En las comunidades wichis, para quienes los hombres tenían origen terrestre y las mujeres celestial,
los niños aprendían jugando danzaban en círculo, jugaban al “hockey”, saltaban la cuerda. En tanto la
menarca era recibida con gran alegría porque el objetivo era que la niña se convirtiese en mujer plena,
por lo que el padre ofrecía una fiesta, previo ritual que consistía en dos meses de reclusión –iniciación
femenina- que incluía el aprendizaje de oficios y la adquisición de conocimientos. Las muchachas
ejecutaban instrumentos musicales para enamorar a los jóvenes.

Juegos y deportes
Los juegos y las competencias deportivas estuvieron íntimamente integrados a la educación de los
niños pequeños y los jóvenes de nuestras comunidades aborígenes. Pero no tenían solamente una
función recreativa sino que, constituían, además, técnicas de adiestramiento para la supervivencia y para
los rituales.
Entre los abipones eran frecuentes las rondas infantiles similares a las que conocen en la actualidad
nuestras niñas, así como la lucha entre los varones. Los tehuelches y los araucanos jugaban al Pilma:
con dos pelotas de cuero rellenas de plumas, tenían que rechazar la del equipo contrario y arrojar la
propia tratando de vencer las manos de los oponentes y lograr así el tanto. Para los niños pampas el
juego preferido era el de las boleadoras. Y para las muchachas, las muñecas y las canicas.

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Entre los onas predominaba el juego con el arco y las flechas desde pequeños y, por supuesto, la
pelota. La lucha era un entretenimiento, un deporte, una necesidad. Y lo mismo sucedía con las carreras,
deporte habitual y requerimiento para quienes cazaban guanacos a pie. Hacían pistas de 500 metros de
largo y corrían hombres, mujeres y niños.
Los mapuches dieron mucha importancia a las prácticas deportivas. Niños y jóvenes jugaban al
Cututún: 16 a 20 personas tomadas de la mano formaban un círculo alrededor de un muchacho, el
bando que estaba afuera debía apoderarse del mismo utilizando su astucia y su fuerza. Otro fue el
Palitum, que era obligatorio para los jóvenes en su adiestramiento guerrero y aún para las mujeres, era
violento y había que ser hábil para jugarlo. Este juego denominado Tol por los tobas y wichis y Chueca
por los españoles (tiene un parecido al jockey actual) era practicado por la mayoría de los pueblos de
nuestro territorio. Para jugarlo, los mapuches demarcaban un cuadrado en cuyos extremos hundían
ramas y en el centro un hoyo en el que se colocaba una pelota de piedra (actualmente de caucho). Se
colocaban frente a frente dos hileras de individuos y luchaban por llevar al otro lado la bola. Se valían
de un palo de colihue o caña curvada en su extremidad inferior llamado “uiñu”. El que lograba llevarla
al extremo de la línea ganaba el partido. La chueca se acompañaba de rezos, bailes rituales y
banquetes y su objetivo era unir a las comunidades. Los partidos podían durar una tarde o varios días,
con descanso nocturno.
Los juegos con pelotas de goma fueron muy difundidos en todo el territorio. Su origen es americano
ya que los árboles que proporcionan caucho eran exclusivos de este continente. En México se ha
rastreado el juego con pelota con una antigüedad de 35 años. La palabra cancha es de origen quechua.
El antecesor indígena del boxeo fueron los puñetes, practicado entre hombres de la misma toldería o
de distintas tolderías.
Otros deportes difundidos en todo el territorio fueron: la lucha, las carreras, el salto en alto y la
natación.

Conclusión
En los antiguos pueblos de nuestro territorio argentino, no existía aparato alguno destinado a la
educación, como no existía aparato estatal. La misma estaba en manos de la comunidad Toba. Sus
contenidos derivaban de las necesidades: el las más primitivas de la apropiación de los productos de la
naturaleza, en las mas evolucionadas de incrementar la producción de la naturaleza a través del trabajo
humano (ganadería, agricultura). El escaso desarrollo de las fuerzas productivas –en última instancia
fue determinante de su práctica social y de las peculiares formas que adquirió su pensamiento; cada
comunidad le dio sus formas.
Existen rasgos comunes: la absoluta masividad de la educación es el primero, todos tenían que
capacitarse (no había márgenes para el ocio); el segundo es el de la solidaridad en general y en
particular con los integrantes más débiles de la comunidad (los chicos, las mujeres, los ancianos); el
proceso educativo era natural, no compulsivo, no conocían de premios y castigos; y el juego y el deporte
adquirieron un papel significativo en el mismo.
También, existió cierto grado de sistematicidad, no sólo en el aprendizaje de los oficios sino, también,
en la preparación para la vida adulta y la relación con los hijos, la esposa, los abuelos, etc. Si había una
diferenciación para las prácticas más complejas, fundamentalmente en los futuros jefes, el cacique no
sólo tenía que ser el más sabio (ayudado por los ancianos que atesoraban los conocimientos) sino que
debía demostrarlo previamente: se hallaba, por lo general, sometido a múltiples pruebas para demostrar
su fortaleza física y resistencia a los sufrimientos, conocimientos sobre el tiempo, la geografía, la flora,
los animales, los oficios, conocimientos médicos, religiosos, de la historia de sus antepasados, así como
los “poderes” relacionados con la etapa del pensamiento en que transitaban. Entre los tobas el aspirante

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recibía una pluma cada vez que superaba una etapa y, cuando sumaba dieciséis, alcanzaba su objetivo
(y del grupo).
En estas comunidades aborígenes no se utilizaba el grito ni el golpe en la educación ni en la relación
cotidiana con los niños. Grito, golpe y muerte tenían similar significado. Gritos y golpes que fueron
moneda corriente en la educación que trajeron los conquistadores españoles.

BIBLIOGRAFIA
 CAFFERA, Hugo (2000). “Educación y luchas populares. Historia crítica de la educación argentina”.
Buenos Aires, Ediciones Cinco.
 MAGRASSI, Guillermo E. (l989) “Los aborígenes de la Argentina”. Entre Ríos, Ediciones Galerna.

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