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Nació en
Buenos Aires. Cursó estudios en el Colegio de San Carlos y comenzó a actuar en la vida política
a raíz de las invasiones inglesas. Desde su primer cargo de gobierno, como Secretario de
Guerra del Triunvirato (1811-12) puso de manifiesto su preocupación por elevar el nivel
cultural del país, trazando un programa educacional que en ese momento no pudo cumplir,
salvo en realizaciones aisladas.
Sin embargo, años después, durante el gobierno de Martín Rodríguez, sería su Ministro
Rivadavia (1820-24), el encargado de afianzar las conquistas logradas en materia educativa,
intensificando su acción en dos capítulos muy importantes: el de la política educacional y el de
la sistematización didáctica.
Distintas influencias podemos señalar en el pensamiento de Rivadavia pero, entre ellas, la más
evidente, y la que más inspiró su acción educacional, fue la de los ideólogos franceses, con los
que estuvo en contacto durante su permanencia en París. La Ideología fue un movimiento
filosófico que, ocupando un lugar entre la filosofía del siglo XVII y el positívismo, se propuso
realizar un análisis razonado de la realidad, tratando de encontrar soluciones prácticas para los
problemas sociales y económicos. La Madre Patria también ejerció su influencia en el ánimo de
Rivadavia. En algunas medidas tomadas por él en materia educacional, de marcada filiación
liberal e iluminista, es fácil advertir que se ha inspirado en la obra del progresista monarca
Carlos III.
Finalmente, y a través del utilitarismo de Jeremías Bentham (1747-1832), con quien trabara
amistad en Londres, la que luego mantuvo episto1armente entre los años 1818-22, la
influencia del pensamiento inglés se hace presente en su formación intelectual, orientando su
acción política.
No obstante estas influencias, evidentes en su concepción pedagógica, todas las innovaciones o
reformas que Rivadavia implantó o auspició, tuvieron por finalidad común la consolidación de
nuestra naciente nacionalidad. A su juicio, la tarea de lograr esta unión nacional no podía ser
confiada a otro organismo que no fuese la escuela, pues el ejercicio de las nuevas instituciones
y los nuevos derechos sólo sería posible cuando el pueblo hubiese alcanzado un nivel
intelectual superior y cuando floreciese una nueva conciencia cívica y moral. Pero para lograr
este objetivo Rivadavia dejó un poco de lado nuestro acervo tradicional y afectivo, al cual
retornarían luego los gestores de la organización legal de nuestra enseñanza.
Acción educacional. La labor de Rivadavia en favor de la instrucción pública fue una de las
más vastas y fecundas que se han realizado en nuestro país antes de Sarmiento.
Entre las numerosas medidas que adoptó para asegurar los beneficios de la educación al mayor
número posible de habitantes, cabe destacar la implantación de la obligatoriedad escolar, en
1822, cuyo incumplimiento sancionó con multas y arrestos. Procuró también sistematizar y
generalizar las escuelas de niñas, colocándolas bajo la dirección de un organismo creado al
efecto, que fue la Sociedad de Beneficencia. Facilitó la acción docente de los particulares,
reglamentando la libertad de enseñanza y, finalmente, implantó en forma oficial el sistema
lancasteriano que desde 1818 había difundido entre nosotros Diego Thompson.
Rivadavia no limitó su acción a Buenos Aires sino que la hizo extensiva a las demás provincias.
Aconsejó a los gobiernos provinciales la creación de escuelas primarias, como asimismo que las
dotasen de recursos propios y que unificasen los procedimientos didácticos adoptando el
sistema monitorial.
Contando con el valioso apoyo de Rivadavia, la Universidad de Buenos Aires fue inaugurada
oficialmente el 12 de agosto de 1821, en el templo de San Ignacio, con asistencia de las más
altas autoridades.
La erección de la Universidad permitió reunir, bajo una sola dirección, academias y escuelas
dependientes del Consulado, del Cabildo Eclesiástico o del Estado. La Universidad, dirigida por
Antonio Sáenz como Rector y Cancelario, constaba de los siguientes departamentos: Estudios
Preparatorios, que comprendía los estudios secundarios; Ciencias Exactas, en el que se
realizaban los estudios de dibujo y geometría descriptiva con sus aplicaciones referentes a la
práctica de las artes y de los oficios; Medicina, que estaba organizado sobre la base de la
Academia de Medicina y constaba de tres cátedras: instituciones médicas, instituciones
quirúrgicas y clínica médica y quirúrgica; Jurisprudencia, cuya creación inició en Buenos Aires
los estudios teóricos de derecho que permitían obtener el título de abogado y que comprendían
dos cursos: derecho natural y de gentes, y derecho civil; Ciencias Sagradas, que se creó sin
presupuesto y sin profesores, y que empezó a funcionar recién en 1825, año en que se
instalaron tres cátedras: la primera de moral evangélica, la segunda de historia y disciplina
eclesiástica y la tercera de griego y latín.
En el año 1822 fue creado el Departamento de Primeras Letras, del que pasaron a depender
todas las escuelas primarias existentes en la Provincia.
Manuel Fernández de Agüero publicó sus clases bajo el título de Principios de ideología
elemental (abstractiva y oratoria), adaptadas a los estudios de lógica, metafísica y retórica que
realizaban los alumnos secundarios en el Departamento de Estudios Preparatorios. Esta obra, si
bien no fue original, pues en ella se limitó a repetir las ideas de Cabanis y Destutt de Tracy, lo
presenta como un hábil sistematizador que cuenta con el indiscutible mérito de su claridad de
estilo y de su exposición sistemática y ordenada. El predominio de la ideología finaliza con
Diego Alcorta, sucesor de Fernández de Agüero, quien, aun cuando no tuvo la elocuencia ni el
espíritu combativo de su ilustre predecesor, mantuvo la cátedra de filosofía en un plano digno,
exponiendo sus ideas con mesura y originalidad.