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Ocurrió que, en 1993, a mediados del estío en España, las memorias de un fantasma sin
nombre fueron publicadas en El País Semanal para que un caudal de seres transitorios las
dejado de fluir y los recuerdos de una vida trunca se amontonan absurdos por la nitidez de
cada detalle completo. Un muerto lo recuerda todo, y en ello radica su condena; porque si
bien las sonrisas de la infancia −tal como las caricias impertinentes− se suceden una y otra
vez con dulzura, de forma idéntica lo hacen aquellas escenas de inocencia burlada,
infidelidad y sufrimiento que en la ceguera del mundo cotidiano jamás se sospecharon por
asesinado a sangre fría por un homicida a sueldo y no por aquellas manos cálidas que en su
pesimismo y el optimismo, pues no sólo continúan en nuestra realidad, sino que además
escriben y publican con regularidad a sus 68 años. Javier Marías Franco, el autor de
“Cuando fui mortal” −estas memorias disfrazadas de cuento antes mencionadas, que a su
vez dan título a un mayor volumen de relatos escritos entre 1991 y 1995−, ha conseguido
imágenes que permanecen desperdigados en una gigantesca obra compuesta por cuentos,
inician con anécdotas de infancia o de juventud, en las que Marías parece hallarse más
cómodo y feliz. Él mismo confiesa que estos años constituyen los más honestos y
determinantes de su camino, por lo que cada escrito suyo, desde esos prólogos en los que
describe las circunstancias precisas en que nacieron sus obras, hasta aquel tono
retrospectivo, lejano y melancólico que caracteriza a sus narradores, se siente como una
confesión.
Covarrubias, del barrio de Chamberí; hijo de Dolores Franco Manera y Julián Marías
Aguilera, importante filósofo que será su referencia moral e intelectual. Recordemos que el
espacio existe como depositario del tiempo −pensamiento que el autor comparte con su
narrador fantasma−, por lo que sus memorias se ven resquebrajadas desde niño en un
constante ir y venir que lo divide entre su patria y el mundo. El primer destino extranjero es
negarse a firmar los principios del "Movimiento" en la universidad franquista. Por este
motivo, la familia viaja a menudo a Estados Unidos y se aloja en la casa del poeta Jorge
Guillén, cerca del Wellesley College, donde el escritor ruso Vladimir Nabokov es colega de
su padre.
Así, en este primer momento, las memorias de infancia se debaten entre la nieve
americana, los tranvías madrileños, el cine, libros, cuadros y conversaciones con los amigos
intelectuales de sus padres que lo perfilaron como un joven que habría de dedicarse a la
literatura; pero también como un hombre de izquierda, que se jacta de no militar en ningún
partido y que a menudo evoca en sus textos la censura y represión del franquismo a los que
estuvo expuesto desde muy temprana edad. En su columna “Anónimos y pseudónimos”, del
4 de marzo de 2012, comenta lo siguiente: “teniendo yo unos once o doce años, me enteré,
no sé cómo, de que a mi padre le había llegado una carta anónima insultante y amenazante,
este sentido, Marías y el fantasma comparten más rasgos de los que sospechamos, pues en
la crueldad del conocimiento absoluto, este último descubre que quien alivió sus miedos en
la infancia fue el mismo que perturbó la tranquilidad del hogar paterno, republicano y
consigo.
Madrid, y con su primer cuento “La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga” publicado en
mediados de julio, en 1969. Más que el amor, la libertad o las riquezas, su móvil es el cine
americano de los años 30. Empieza a redactar una novela situada en Estados Unidos, y
como los recursos no le alcanzan para desplazarse por sí mismo a este sitio tan lejano,
termina alojado −a escondidas de sus padres− en un piso cerca de los Campos Elíseos, con
internacional”.
Durante su estancia sobrevive a base de pan con mostaza, recauda dinero cantando
brindan la inspiración necesaria para concluir su novela. De vuelta a Madrid, conoce a uno
de los amigos más importantes en su vida personal y literaria, Juan Benet, quien lo ayuda a
publicar su manuscrito; Vicente Molina Foix, por su parte, le regala el título faltante para
Así comienza su prolífera carrera como escritor comienza. Trabaja como asesor
autores como Thomas Hardy, Laurence Sterne, Robert Louis Stevenson, entre muchos
otros; y de todos ellos aprende porque, como dijera en una entrevista, “estamos hechos de
las propias experiencias como de las ficciones que hemos vivido”. Su día a día oscila entre
Oxford y Londres; retorna a la casa en Boston donde habitó su primer año y da clases en el
Wellesley College como lo hiciera su padre alguna vez; más adelante se muda a Venecia.
Durante esta etapa desfilan títulos como Travesía del horizonte (1973), El monarca del
tiempo (1978) y El hombre sentimental (1986). En 1992 publica una de sus novelas más
reconocidas y traducidas, Corazón tan blanco. Sin embargo, es hasta 1996 que se edita su
segundo libro de cuentos, Cuando fui mortal, muestra representativa de sus letras.
Los personajes que moran estas páginas suelen desplazarse en las sombras; son
ocultan presencia e intenciones. Los narradores a menudo son testigos indiscretos de algo
que debió pasar desapercibido, algo que los demás fueron incapaces de notar por perderse
preceden a un crimen −dos mujeres se deslizan en la noche para envenenar a sus maridos en
“El médico nocturno”− o los vestigios de amores secretos −la relación lésbica de una
voyeur.
Las pasiones de Marías son fatales, y es que su perspectiva sobre el amor, como lo
deseable, pero también como “uno de los motores para cometer crímenes". Esta última idea
es recurrente en los relatos de Cuando fui mortal y su obra en general, habitada por amantes
que llevan sus sentimientos a lugares siniestros, donde la muerte representa la única vía de
escape. “En el tiempo indeciso”, por ejemplo, narra la historia de un futbolista que parece
haber sido marcado por un cruel destino en el que eventualmente fallecerá a manos de su
novia. Notemos que la figura femenina, en el amor, es casi siempre quien empuña el
cuchillo.
Los biógrafos de Marías han preferido omitir el aspecto amoroso. El autor pareciera
nebulosa, entre obras, premios y polémicas con editoriales que opacan aspectos de sus
peripecias privadas. Para esto, es necesario considerar que continúa redactando en una
anticuada máquina de escribir, y que experimenta una extraña aversión por la tecnología,
así como por la inmediatez en que la sociedad española se encuentra inmersa. Marías creció
en un lugar donde la relación con el pasado era de vital importancia, por su contacto con la
historia y los clásicos. Por ello es comprensible, no sólo que retome una y otra vez
múltiples imágenes lejanas, sino que sus ejes temáticos sean el tiempo y la memoria, y su
obra se conforme por una serie de anécdotas con tintes personales contadas a la distancia, a
Marías reconoce que escribe por encargo, pero también por amor a la literatura.
Cuando habla, lo hace desde una subjetividad apabullante. Le gusta contemplar el mundo
por el balcón y mostrarse también a él, obsesionado con el pasado y el futuro, más
importantes que el efímero presente. Su editorial Reino de Redonda lo erige como Xavier I
−con x, su verdadero nombre−, rey heredero de una nación ficticia, creada por el autor
británico M. P. Shiel. El fantasma es un hombre egocéntrico, que se repite una y otra vez,
lleno de lugares y experiencias, y como tal, Marías encuentra un sitio merecido en las
letras, donde las quimeras por fin se materializan en forma de arte y perviven.
Fuentes:
AVIÓN DE PAPEL TV. (Productor). (2011). El peligro se enamorarse, según Javier Marías.
Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=aUD9xWWci20