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Reflexión para el sábado 17/04/2021: Hch 6, 1-7: Institución del diaconad y Jn 6, 16-21: Jesús camina

sobre las aguas

Buenas tardes, hermanos.


Las lecturas que nos son propuestas hoy nos hablan de un aspecto esencial de nuestra fe: la adhesión a
Cristo y nos proveen un ejemplo de su expresión en la vida cotidiana. Veamos un poco más a fondo la perícopa
del Evangelio de Juan que acabamos de escuchar. En primer lugar, este texto se inscribe en un marco más
grande, el de todo el capitulo sexto en el que el evangelista Juan hace un paralelo con el éxodo vivido por Israel
en su salida de Egipto, que se nos propone como una prefiguración de la pascua de Jesús. Ayer, escuchábamos
el inicio de este éxodo, la multiplicación de los panes, el cuarto de los signos del Ev. De San Juan, que nos
muestra que Dios es el único que salva y que está salvación implica la liberación de los seres humanos de toda
atadura que les impida entrar en comunión con Él. No obstante, la gente y los discípulos no comprenden
verdaderamente lo que ha pasado y pretenden hacerlo rey, apartarlo de su misión. No han entendido quien es
Jesús, le miran desde sus expectativas de poder, en otras palabras, desde la tentación de hacer de Dios un dios a
nuestra medida. Así, se hacen incapaces de ver que la realeza de Cristo tiene su asidero en el servicio y en la
entrega total de la vida para así dar vida. Jesús se aleja y se va a la montaña, tal como Moisés lo hizo ante la
traición del pueblo.
Por su parte, los discípulos comienzan una especie de contra-éxodo, defraudados de Jesús, deciden
volver en el camino y regresan al mar, algo similar a cuando el pueblo caminando en el desierto deseaba volver
a la esclavitud porque allí al menos tenían que comer. La acción de montar a la barca al anochecer, nos indica
que su esperanza se había esfumado. Mar y noche se oponen aquí a la altura del monte donde está Jesús. Puesto
que Jesús no sigue sus planes, caen en crisis y se alejan. Y es esta oposición a Jesús, significada por el hecho de
emprender un viaje por el mar sin su maestro, la que los lleva a caer en las tinieblas, pues rompen su relación
con el fundamento de la vida y se aferran únicamente a sus propias fuerzas. Así, entran a un mar picado, que los
embiste y los amenaza con el naufragio. En otras palabras, hermanos, esta barca que es la Iglesia, sin Jesús no
tiene otro destino más que el desaparecer. De ahí el miedo y la angustia que anticipa la desorientación de los
discípulos luego de la muerte de Jesús. Pero de pronto, y ahí nos llega el quinto signo, ven a Jesús que camina
por el mar y les dice esta famosa frase: “no tengan miedo”, se calma la tempestad, se serenan los corazones y
quieren recogerlo, pero de inmediato se encuentran en tierra. Es una clara alusión a la resurrección de Jesús,
caminar sobre el mar es el signo de la victoria sobre el mal y el pecado. Ahora bien, Juan pone toda la fuerza de
su relato no en el hecho milagroso de Jesús caminando sobre las aguas, sino en la constatación de los corazones
apaciguados de los discípulos, que empiezan a entender que a Jesús no se le atrapa o encierra en marcos
conceptuales humanos, sino que ante él lo primero es la adhesión a su persona. Es decir, caminar junto a él,
estar en y con él para así marchar a través de la tormenta, sobre el mal y el pecado, para llegar a la tierra donde
se puede vivir, la promesa del Reino y la resurrección.
El Evangelio de hoy, que ciertamente tiene muchos elementos simbólicos, pero también un asidero
histórico existencial en la vida creyente nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra NO nos abre un
camino en el que todo es fácil y tranquilo; no nos aparta de las tempestades de la vida. En efecto, la fe, en tanto
forma de saber, nos da la seguridad de una Presencia, la presencia de Jesús que nos impulsa a superar las
tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos sostiene para ayudarnos a afrontar las dificultades,
mostrándonos el camino incluso cuando está oscuro. La fe, en definitiva, no es una vía de escape a los
problemas de la vida, sino que nos apoya en nuestro camino y le da sentido. Además, este episodio es una gran
imagen de la realidad de la Iglesia de cada época: una barca que, a lo largo de su éxodo hacia la tierra
prometida, debe enfrentarse también a vientos contrarios y a tormentas que amenazan con hundirla. Lo que la
salva no es el valor ni las cualidades de sus miembros, sino que la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo
y en su Palabra. Tal fue la experiencia de las primeras comunidades que, como nos narra la primera lectura, que
pone de manifiesto las dificultades que surgen en el día a día de la Iglesia, en este caso particular, la
convivencia entre cristianos de origen judío y los de origen griego que no fue siempre pacífica. Ante la
dificultad, la solución de los apóstoles, que actúan invocando al Espíritu, pone el fundamento sobre el que ha de
basarse toda acción eclesial y pastoral: estar siempre encaminada hacia lo fundamental: llevar la Palabra,
atender el altar y dar testimonio de la resurrección de Cristo. Ellos así lo hacen porque han comprendido que sin
Jesús no hay comunidad. Y de esta acción puntual, hermanos, surge lo que hoy conocemos como diaconado.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

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