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PREFACIO

Este pequeño libro está dedicado a la más bella y antigua de


las devociones populares, al Vía Crucis de Nuestro Señor y
Redentor.
Esta práctica de piedad ha brotado directamente del corazón
del pueblo, de su afán de reproducir los santos misterios de la
Redención y su celo de tomar parte activa en todo y de poder
decir: "Así fue; aquí sucedió esto; allí, aquello".

Sin duda, ya los cristianos de la primitiva comunidad de


Jerusalén renovaban, con devoto recogimiento, el camino que
Jesús había tenido que recorrer entonces. Resurgía ante su
espíritu cuanto había sucedido en las encrucijadas de aquel
camino doloroso, todo cuanto había angustiado el corazón de
Jesús en aquellas horas amargas, cuyo profundísimo
significado no alcanzaron a vislumbrar, hasta verse inundados
por la cruz de la Pascua de Resurrección y la plenitud del
Espíritu de Pentecostés.

Ellos transmitieron su recuerdo a otros, y éstos, a su vez, a


otros. Más tarde, al llegar los peregrinos a Jerusalén se
encontraron con una tradición establecida, que ligaba a
determinados lugares los acontecimientos más importantes de
la Pasión del Señor. El peregrino hacía en ellos su statio que,
en el antiguo lenguaje de la Iglesia, significaba pararse y
recordar algún suceso, con intención de servir mejor a Dios. El
peregrino se trasladaba espiritualmente a aquellos tiempos e
imaginaba pertenecer al grupo reducido y fiel que seguía
compasivo al Señor.

Más tarde, surgió en Occidente la idea de reproducir los pasos


del Calvario y de colocar aquellas reproducciones en las
iglesias. Con ello quería facilitarse la práctica de este santo
recuerdo a todos los que no podían peregrinar a Tierra Santa.
Fueron, ante todo, los franciscanos quienes mayores esfuerzos
hicieron para divulgar el Vía Crucis. Al principio, éste sólo
estaba erigido en las iglesias de dicha orden; luego, se
estableció en todas las ciudades, hasta autorizarse la erección
de las catorce estaciones del Vía Crucis en todas las iglesias y
capillas siempre que se cumplieran ciertas formalidades.

Las gracias espirituales de la devoción del Vía Crucis también


estaban al alcance de todos. A aquel que realiza el Vía Crucis,
es decir, al que va de una estación a otra y, arrepentido de sus
pecados, medita los misterios de la Pasión, se le conceden las
mismas indulgencias que si recorriera las estaciones del
Calvario en la misma ciudad de Jerusalén.

Así surgió el Vía Crucis tal como nosotros lo conocemos. Es


una de las devociones populares más puras, pues reúne
imagen e idea, acción externa y disposición interior, verdad
histórica y creación del espíritu de Fe. Esta devoción es la más
apta para acercarse a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
de una manera muy apropiada al modo de ser popular,
reverente y confiada, libre y, sin embargo, bien formulada. Lo
demuestran aquellas estaciones cuyo contenido no se deduce
directamente de la Sagrada Escritura, como la caída de Jesús
bajo el peso de la cruz. El pueblo, al dar libre curso a su
imaginación, sabe acertar. Porque su idea directriz es que el
Señor cae, una y otra vez, bajo el enorme peso de la cruz, y
vuelve a levantarse impulsado por la fuerza de su amor. Si se
medita seriamente el encuentro del Señor con la Verónica, se
ve en él, también, un portento de intimidad religiosa.

El Vía Crucis dice siempre algo a quien lo reza. Algunas


imágenes quedan mudas durante largo tiempo, hasta que una
experiencia nueva del espíritu las despierta y empiezan, de
repente, a hablarle al alma. Otras nos acompañan invariables
con su brillante misterio durante años y años. Cuando, al
realizar el Vía Crucis, elevamos la experiencia personal, los
problemas candentes, las dudas y perplejidades, se recibe, con
frecuencia, luz insospechada y consuelo inesperado. Esta
práctica devota tiene, ante todo, una doble enseñanza que
comunicarnos: en primer lugar, nos hace sentir vivamente el
sufrimiento de Jesús. Marchamos con Él, padecemos con Él.
Vemos cuán inmenso es Su amor y cuán enormes nuestras
culpas. Aprendemos a arrepentirnos de nuestras caídas. El Vía
Crucis es, en segundo lugar, escuela de vencimiento: vemos
sufrir al Señor horribles tormentos físicos y espirituales, y
también cómo los vence con Su amor a Dios y a los hombres.
Y aprendemos a seguir Su ejemplo.

El Vía Crucis debería resplandecer aquí como escuela de


superación del dolor. El autor espera que, en nuestros tiempos,
tan duros, sea de gran utilidad para muchos. Quien lo siga
podrá encontrarse, en las diversas estaciones, con su propia
vida y comparar su miseria cotidiana en relación con la de
Jesús, sacando de ello comprensión y energía, no sólo para
soportar su dolor, sino también, para superarlo.

● La primera estación nos muestra a Jesús, víctima de una


injusticia indignante, y nos enseña a soportar, apoyados
en la sabia voluntad divina, lo que nos parece inmerecido.

● En la segunda estación vemos Jesús cargar la pesada


cruz, estamos sinceramente dispuestos a aceptar el dolor
tan pronto como llegue.

● Tercer estación; el Señor cae y se levanta;


comprendemos que hay un momento en que toda cruz
parece rebasar nuestras fuerzas, pero nos sentimos
animados por el ejemplo Divino para no desmayar.
● Cuarta estación. El gran sacrificio que supone para Jesús
el separarse de su Madre nos incita a vencer la cobardía,
el respeto humano e, incluso, el amor terrenal cuando
éste se atreve a interponerse entre Dios y nosotros.

● En la quinta estación vemos a Simón de Cirene obligado a


ayudar al Señor. Nos avergonzamos de nuestro
desaliento y aprendemos a superar, sin ayuda ajena, la
soledad y el sufrimiento.

● En la sexta estación vemos cómo Jesús aprecia y premia,


con generosidad divina, el pobre servicio de la Verónica.
Nosotros debemos esforzarnos en ser deferentes y
bondadosos para con los demás, aunque estemos
agobiados y agotados.

● En la séptima estación queda en evidencia la cruel


ingratitud de la masa que hace caer al Señor por segunda
vez. Pero también por ella sufre su amor, que le da
fuerzas para volver a levantarse. Surge ante nosotros la
grandiosa idea de seguir su ejemplo y de ofrecer nuestro
sufrimiento por nuestros semejantes, convirtiéndolos así
en bendición para nosotros mismos y para ellos.

● La octava estación nos presenta la generosidad de Jesús,


que, a pesar de Su horrible padecimiento, cumple sereno
Su misión y amonesta a las mujeres que lo compadecen
Esto nos recuerda que, en tiempos difíciles, debemos
cumplir fielmente nuestros deberes de estado,
misteriosamente así es como recibimos la redención de
nuestros pecados.
● En la novena estación vemos caer por tercera vez al
Señor, Quien vuelve a levantarse y prosigue Su camino.
Mejor que cualquier sermón, esta estación nos muestra
que Dios no exige de nosotros que no flaqueemos nunca,
sino que volvamos a empezar, siempre bien dispuestos a
seguir adelante.

● Décima estación. Lo despojan de sus vestiduras; amarga


vergüenza para Jesús. También nosotros tenemos que
estar firmes y acercarnos más y más a Dios en los
momentos críticos para nuestro honor.

● En la décimo primera estación vemos al Señor clavado en


la cruz, no puede hacer otra cosa que permanecer
suspendido y sufrir. Llegarán para nosotros también
tiempos semejantes, en los cuales no podremos hacer
nada; el único recurso será soportarlo todo en Dios,
ofreciéndolo por nuestra salvación.

● La duodécima estación retrata la muerte de Jesús.


Anuncia, poderosamente, el divino misterio del sufrimiento
expiatorio como condición para la redención del mundo.

● En la décimo tercera estación, el descendimiento de la


cruz recuerda que el fruto brota de la semilla, destinada a
morir, y nos enseña a considerar los sufrimientos como
santa simiente de la cual brotará la Salvación.

● En la décimo cuarta estación, el sepulcro anuncia,


finalmente, el gran mensaje de que, también para
nosotros, a todo Viernes Santo le sucede la Pascua
gloriosa.
El Vía Crucis se constituye así en santa escuela de la vida y
del dolor, en la cual se refleja nuestra diaria existencia.

Caben, además, algunas observaciones sobre el presente


ejercicio del Vía Crucis. Según hemos indicado ya, se ha dado
especial valor a la meditación, de manera que este Vía Crucis
será más apropiado para la meditación silenciosa que para la
oración en común. Se han omitido las fórmulas y jaculatorias
que suelen acompañar las diversas estaciones, el "Te
adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz
redimiste al mundo" y "Señor, pequé; ten misericordia de mí",
al igual que el Padrenuestro, Avemaría y Gloria, para que no
resulte demasiado largo. La Iglesia no ha vinculado las
indulgencias a las oraciones especiales.

Permítasenos otra observación. Este pequeño libro pretende


indicar, al que reza, los tesoros contenidos en el Vía Crucis, y
ayudarlo a que lo descubra por sí mismo. El que mejor
interpretará su intención es quien aproveche cuanto le dice,
coloque su propia vida y especial congoja a la luz de la Pasión
de Jesucristo y piense e interrogue por sí mismo, y luego
encuentre la respuesta que necesita. Cuanto más de prisa
pueda prescindir del libro, tanto más rápidamente habrá
alcanzado el fin que el autor se ha propuesto.

Si el tono de las meditaciones resultara demasiado sosegado,


debe tenerse en cuenta que la invitación del autor a acoger la
miseria y el sufrimiento cotidiano. Se necesitan, para eso,
ideas y estímulos que ayuden a "tomar la cruz de cada día" y a
no perder el aliento en el trabajo ingrato y vulgar. Los
pensamientos expuestos en este libro son, sin duda,
apropiados a tal finalidad, pues para el autor han conservado
todo su valor durante más de diez años.
PREPARACIÓN

Señor, tú has dicho: "Quien quiera ser mi discípulo, tome su


cruz de cada día y venga en pos de mí". Quiero seguir ahora
tus huellas y seguirte en espíritu en tu camino de dolor.
Presenta de modo vivo ante mi alma lo que tú sufriste por mi.
Abre mis ojos, toca mi corazón para que yo vea y descubra
hasta lo más profundo cuán grande es tu amor por mí; que yo
me convierta a ti con toda el alma, a ti, mi Salvador, y me
aparte del pecado que tan amargos sufrimientos te ha
causado.

Me pesan de todo corazón mis pecados. Quiero empezar de


nuevo, emprender seriamente el camino y seguirte. Ayúdame a
lograrlo.

Ayúdame también a llevar mi cruz contigo. Tu camino de


amargura es la escuela de todo dolor, de toda paciencia y
abnegación. Hazme conocer en él mi propia indigencia.
Enséñame a comprender lo que él me sugiere, lo que debo
hacer, precisamente yo y precisamente ahora. Y luego haz que
este conocimiento sea vigoroso y fructífero para que yo
fundamente en él mis acciones. Así sea.

PRIMERA ESTACIÓN

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE


P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.
T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús está ante el tribunal. Los que lo acusan son impostores.


El juez es un hombre sin carácter. El procedimiento judicial es
un verdadero escarnio de la justicia. Este tribunal declara a
Jesús culpable de un gran crimen. El castigo es, al mismo
tiempo, ignominioso y horrible.

¡Y Jesús sabe cuán puras fueron siempre sus intenciones,


cuánto ha amado al pueblo y se ha sacrificado por su
salvación! La horrenda injusticia y ligereza de este fallo ha de
conmover hasta la más recóndita fibra del corazón del Señor.

¡Cómo se sublevabaría mi sentimiento de justicia, si alguien


quisiera castigarme injustamente! ¡Cómo me defiendo yo
contra la desgracia cuando pienso que no la merezco! Y eso, a
pesar de saber que soy muy culpable. ¡Cómo debe conmover
profundamente a Jesús la miserable farsa del tribunal!

Pero Él calla. Acepta la sentencia voluntariamente, porque


contiene la santísima voluntad del Padre y porque se trata de
nuestra salvación.

Pero todo lo que sucederá después está ya impregnado de la


áspera amargura de ser injusto e inmerecido.

Señor, tú me has precedido y has trazado el camino.


Enseñame ahora a seguirte, cuando llegue mi hora. Si he de
escuchar duras palabras de mandato o reproche, muéstrame
cuánto hay en ellas de justo y enséñame a olvidar lo injusto.
Cuando un deber me parezca insoportable, procuraré ver y
obedecer en él la voluntad del Padre. Si sobrevienen
sufrimientos y me parecen inmerecidos, haz que mi corazón
aprenda, como el Tuyo, a someterse a la voluntad del Padre. Y
si una clara injusticia se cierne sobre mí, haz que tu gracia me
ayude a callar y a dejar mi justificación en manos del Padre.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

SEGUNDA ESTACIÓN

JESÚS TOMA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Ha sido dictada la sentencia. Jesús la ha aceptado en silencio.


Ahora acercan la cruz. El reo mismo debe llevarla al lugar del
suplicio.

Jesús toma el madero del dolor. No la cargar pasivamente,


sino con decisión.

No se trata de una exaltación inconsciente. Lo que se aproxima


se presenta al espíritu de Jesús cruel y penetrantemente, en
todo su horror. Pero no lo impulsa el valor de la desesperación.
El Señor es completamente libre y está exento de todo temor.

Ve en la cruz la misión que el Padre le ha encargado: nuestra


salvación. La quiere con toda la fuerza de su alma. Y su alma
está serena y sosegada. Va al encuentro de la cruz y la toma
resuelto.

Señor, una cosa es decir "estoy dispuesto a lo que Dios quiera"


cuando todo va bien, y otra cosa muy distinta es estar
dispuesto de veras cuando llega la cruz. El corazón desfallece,
teme, y todas las buenas disposiciones quedan olvidadas.

Enséñame a considerar que todo sufrimiento verdadero ha de


parecer, forzosamente alguna vez, demasiado pesado para
nuestros hombros; no hemos sido creados para el dolor, sino
para la felicidad. Todas las cruces de esta vida exceden,
alguna vez, las fuerzas del hombre. Y siempre surgen aquellas
palabras, embebidas de cansancio y temor: "No puedo más".

Señor, por la fuerza de tu paciencia y amor, ayúdame a no


desesperar en tales circunstancias. Tú sabes cuán pesada
puede ser una cruz. Tú no tomas a mal que desfallezcamos y
nos ayudas para que podamos volver a levantarnos. Renueva
mi paciencia, llena mi alma de tu energía, y podré levantarme,
cargar con el peso y proseguir mi camino.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN
TERCERA ESTACIÓN

JESÚS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

No ha dormido en toda la noche y nada ha bebido desde la


víspera. Lo han arrastrado de una autoridad a otra. Los dolores
y la pérdida de sangre lo han debilitado. Ha sufrido el tormento
de la villanía de los hombres. El Señor está terriblemente
cansado.

La cruz es demasiado pesada para él; la carga excede a sus


fuerzas. La lleva un tramo temblandole las rodillas, pero luego
tropieza con una piedra, o alguien de la turba le da un
empellón y lo hace caer.

¡Qué crueles son los hombres en tales tos! Risotadas, insultos,


golpes, cubren como granizo al caído. Jesús se levanta en
cuanto puede, alza penosamente la cruz, la carga sobre sus
llegadas espaldas y prosigue su camino.

Señor, la cruz es demasiado pesada para ti; no obstante, la


llevas por nosotros, porque el Padre así lo quiere. Su peso
rebasa tus fuerzas, pero tú no la arrojas. Caes, te levantas y
sigues llevándola.

Enséñame a considerar que todo sufrimiento verdadero ha de


parecer, forzosamente alguna vez, demasiado pesado para
nuestros hombros; no hemos sido creados para el dolor, sino
para la felicidad. Todas las cruces de esta vida exceden,
alguna vez, las fuerzas del hombre. Y siempre surgen aquellas
palabras, embebidas de cansancio y temor: "No puedo más".

Señor, por la fuerza de tu paciencia y amor, ayúdame a no


desesperar en tales circunstancias. Tú sabes cuán pesada
puede ser una cruz. Tú no tomas a mal que desfallezcamos y
nos ayudas para que podamos volver a levantarnos. Renueva
mi paciencia, llena mi alma de tu energía, y podré levantarme,
cargar con el peso y proseguir mi camino.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

CUARTA ESTACIÓN

JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

La Virgen ha estado esperando en una encrucijada, y se


acerca a la comitiva. Nada se dice la madre y el hijo. ¿Qué
iban a decir? Están solos en el mundo, a pesar de la gente que
se agolpa confu- samente a su alrededor. Ambas miradas
están entrelazadas, ambos corazones unidos. Sólo Dios sabe
cuán inmenso es el amor, cuán profundo, el dolor que ambos
sienten y que se comunican con la mirada.

¿Quieres detenerte a pensar en el alma de María? Fuerte,


sensible, profunda, convertida en ascua de amor. Ella, la
elegida entre todas, la más cercana a Dios, no pudo, como
madre, crear una coraza protectora contra el dolor. El
sufrimiento traspasaba su corazón hasta lo más hondo.

Fue un instante larguísimo y, a la vez, muy breve. La mirada


del Señor dijo luego: "Madre, ha de ser. El Padre lo quiere". "Si,
hijo, el Padre lo quiere y tú también. Sea, pues, así".

¡Oh Señor, amado Señor! ¡Que yo tenga la culpa de esta


amargura! ¡Por mí te separaste de tu madre! Señor, no quiero
que tu sacrificio sea inútil para mi. Recuérdamelo cuando Dios
me llama y el corazón se siente atado por los hombres.

Enseñame a dominar el respeto humano cuando se interpone y


pretende cerrarme la boca para que no te confiese a ti.
Enseñame a rechazar los miramientos humanos cuando estos
quieran apartarme de mi deber. Pero, Señor, enséñame a
realizarlo como tu lo hiciste: con amor. Sin asperezas ni rigidez,
sino con indulgencia y delicadeza.

Y estoy seguro de que si, por ti, me veo obligado a herir el


amor, éste quedará fortalecido en ti. Y lo que pierda por ti lo
ganaré cien veces en ti.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

QUINTA ESTACIÓN

SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Por unos instantes, Jesús se ha cobijado en la aureola del


amor maternal. Ahora tiene que reanudar la marcha. La
crueldad que lo rodea le parece doblemente amarga, la cruz se
le hace más pesada.

Está solo. Nada pueden hacer los que lo aman. Los que
podrían ayudarlo no quieren. Los soldados de la guardia, al ver
que flaquean sus fuerzas, eligen a un aldeano que regresa del
campo. Se llama Simón. Tiene que ayudar a llevar la cruz, pero
él se niega. Está cansado; tiene hambre. Quiere regresar
cuanto antes a su casa para comer y descansar. ¿Por qué ha
de molestarse por un revolucionario? No quiere y han de
obligarlo. Toma la cruz iracundo, indignado. ¿Qué clase de
ayuda sería ésta?

Jesús está solo, completamente solo en su horrible aflicción.


Únicamente el Padre está junto a él.

Señor, has ayudado a muchos, todos te han abandonado


ahora. Y tú tienes paciencia por mí, para ser mi camino y
fortaleza. Cuando esté sólo y en mi dolor, pensaré en Simón de
Cirene.

¡Con cuánta frecuencia se ve abandonado el que está afligido!


Está solo en el sufrimiento y nadie lo ayuda; se encuentra solo
en la angustia y los demás no lo comprenden. Y si va a su
encuentro con su congoja, sus caras le muestran cuán
desagradable les resulta su visita. Los gestos y las palabras
proclaman: "¿qué nos importa esto?".

Señor, ponte a mi lado en esas horas amargas. Ayúdame a


aceptar, resignado, esta soledad. Aleja de mí la desesperación.
He de aprender a no ir enseguida al encuentro de los demás
con mis tristezas, y soportarlo todo voluntariamente, solo,
contigo.

Y si algún día veo claramente que, en el fondo, todos estamos


solos en nuestra angustia y que debemos superarla sin ayuda
de nadie y que, en lo más profundo, nadie puede ayudar a su
semejante, haz que sienta que tú estás a mi lado. Hazme
saber que tú eres fiel y no me abandonas.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

SEXTA ESTACIÓN
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El Señor está completamente abandonado. A su alrededor hay


sólo hostilidad, crueldad, indiferencia. Está extenuado de sed y
de dolor, cansado de cuerpo y alma, a punto de desfallecer. La
cruz lo oprime horrorosamente. Siente que va a asfixiarse y
sus ojos se nublan.

Otro que no fuera él se arrastraría desesperado y no mostraría


interés por nada. Si se le hubiese acercado la Verónica para
ofrecerle su lienzo, ni siquiera la hubiera visto, y hubiera
seguido su camino, ciego e indiferente.

Jesús, jadeante bajo el peso de la cruz, tiene, sin embargo, el


corazón tan despierto y delicado, que sabe recibir el humilde
servicio de la mujer, sabe apreciarlo y lo agradece al modo
divino. Enjuga su rostro, y cuando devuelve el lienzo, éste lleva
sus santos rasgos impresos en él.

¡Señor, cuán fuerte y sensible es tu corazón! ¡Alma real, noble


por encima de toda nobleza, libre entre todas, tú solo eres libre
entre nosotros, esclavos de la vida y del dolor!

Haz que yo también sea libre. Cuando esté sufriendo, ciego,


sordo e indiferente hacia los que me rodean, conserva clara mi
vista, libra mi corazón del egoísmo tan propio del que sufre.
Ayúdame a no pensar siempre en mí mismo. Que no sea yo
exigente y me convierta en una carga para lo demás, ni llegue
a turbar su alegría porque a mí me domine la tristeza.
Enséñame a percibir las pruebas de amor, por insignificantes
que sean, y enséñame a apreciarlas y agradecerlas.

En tales momentos, debo aprender a ser útil a los demás,


porque dominaré mi propia angustia más de prisa y fácilmente,
si acudo presuroso en ayuda de mis semejantes, olvidándome
de mí mismo. Enséñame a pensar en ellos y a comprenderlos,
a ganarme su confianza, a prodigarles palabras de alivio para
consolarlos, animarlos y ayudarlos.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

SEPTIMA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Simón de Cirene ha ayudado muy mal y ha acabado por


marcharse. Jesús vuelve a estar solo entre el pueblo
despiadado. Ha tenido que separarse de su madre; sus
discípulos han huido: los fieles son impotentes entre la gran
multitud. Nadie lo ayuda en su pena. La cruz pesa mucho, pero
pesa más ahora sobre su espíritu la ingratitud que lo rodea.
Con el más acendrado amor les ha anunciado el reino de Dios.
Entre la muchedumbre, hay, sin duda alguna, personas a
quienes él habrá curado o dado de comer en el desierto. Y
ahora todos están en su contra, como si fuera su peor
enemigo. Esto lo hace caer por segunda vez.

Pero una gran luz ilumina su alma: quiere salvarlos,


precisamente, por lo que ellos le hacen. Vuelve, pues, a
levantarse penosamente y prosi- su camino.

¡Señor, si yo pudiera comprender cuán es sufrir por los demás!


Todos Tus dolores tienen una escondida dulzura, porque tú
sabes que de ellos manan nuestra felicidad y salvación. ¿No
podría pensar yo lo mismo? ¿No puedo soportar yo todo lo que
me acongoja por mis semejantes? ¿Ofrecer, como sacrificio al
Padre celestial, junto con tu pasión de Redentor, mis zozobras,
mis angustias, mis dolores? Por todos mis seres queridos:
esposo, hijos, padres, hermanos... Por todo el sufrimiento del
mundo... Por todo lo grande, puro, santo que está en peligro...
Por los muchos que yerran y que están en pecado y se han
perdido a sí mismos...

¡Si yo pudiera convencerme profundamente de que así mi


dolor es una bendición para los demás, que participa de la
fuerza del padecer del Redentor, atrae la gracia de Dios sobre
otros y ayuda cuando todo socorro humano resulta ya inútil! Si;
el dolor estaría entonces realmente superado, vencido en su
raíz más profunda. En lugar de estar descontento, sentiría yo
en mi angustia la alegría de ayudar a Dios en su obra de amor
y redención.

Señor, yo te lo pido de todo corazón, házmelo comprender.


Ensancha y engrandece mi alma para que entienda esta
verdad que, de puro profunda, es inefable, e infúndeme amor
para realizarla.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

OCTAVA ESTACIÓN

JESUS HABLA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

También aquí se muestra un prodigio de la generosidad de


Jesús.

Cuando pienso lo que él siente... La cabeza, torturada por las


espinas; el cuerpo, desgarrado por profundas heridas,
agobiado por el sudor acre... Casi se asfixia bajo el peso de la
cruz... A su alrededor, sólo odio y escarnio, y ante él un terrible
final... Si yo estuviera en tal situación desesperada y alguien se
me acercara lamentándose a voces y me compadeciera con
muchas palabras y lágrimas, ¿no se apoderaría de mí una
impaciencia loca y desenfrenada?

Pero el alma de Jesús permanece sosegada y libre. Aunque se


conmueva la última fibra de su ser como consecuencia del
dolor, habla serenamente con las mujeres, cumple su misión
aleccionándolas y amonestándolas.

A cada uno le llega el momento en el cual lo oprime un horrible


dolor y todo en él palpita bajo su yugo. Los nervios se niegan a
obedecer y cuesta trabajo dominarlos para que no nos
arrastren. Esta lucha se hace más difícil, si el ambiente que
nos rodea nos atormenta con su trato insensato y cruel, hay
que redoblar el esfuerzo.

Si algún día me encuentro en semejante situación, ayúdame,


Señor, a conservar la serenidad.

Quiero dominarme nutriéndome de la fuerza de tu paciencia.


Quiero ser amable con mis semejantes, incluso con los
imprudentes, crueles y groseros. Quiero seguir haciendo mi
trabajo serenamente, ejercer mi profesión, aunque me
abandonen las fuerzas.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

NOVENA ESTACIÓN

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Poco después de la segunda caída, Jesús vuelve a


desplomarse. ¿Qué vamos a decir ante esta congoja
martirizante? ¿Repetir palabras? Todas sonarían a hueco.

Procuremos sentir lo mismo que él padece. Está mortalmente


cansado. Pensemos lo que significa caer por tercera vez
rodeado de tales personas.

Las fuerzas lo abandonan. A pesar de ello, vuelve a erguirse y


lleva la cruz hasta el fin. Allí no lo espera la liberación, sino la
horrenda muerte. ¡Oh, Jesús, fortaleza, tú estás en mí y yo en
ti! He de poder soportar el dolor contigo, aunque crea que ya
no puedo más. Contigo he de cumplir con mi deber, aunque
sea duro.

Ayúdame a no desmayar en la tribulación, a no sustraerme a


mi deber. Y si, debilitadas las fuerzas, vuelvo a caer, ayúdame
a levantarme de nuevo. Tres veces caíste tú, tres veces te
levantaste. Enséñame a comprender que no pides que no
flaqueemos, sino que volvamos a levantarnos.

Hazme ver que nuestra vida terrena no es más que un


continuo volver a levantarse, un volver a empezar, enérgico y
denodado.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN
DICIMA ESTACIÓN

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Se lo han quitado todo: libertad, amigos, actividad. Ahora le


roban el pudor de su cuerpo, de sus vestidos, lo exponen a la
vergüenza. Cualquier insolente puede mirarlo y escarnecerlo.
Todos lo ven en su humillación, todos los que antes lo habían
venerado como profeta, lo habían celebrado como Mesías;
todos, amigos y forasteros, el pueblo entero.

El alma de Jesús es fuerte, profunda, noble hasta lo indecible y


delicada. Su sentimiento del honor, muy sensible y despierto.
El deshonor se apodera de él como llama devoradora. Pero
Jesús, sin embargo, persevera, porque sabe que cumple con la
voluntad del Padre.

Señor, recuérdame esta hora amarga cuando se trate de mi


honra; cuando se ponga en duda mi buena intención y me
atribuyan móviles torcidos; cuando me calumnien y ensucien
de barro mi nombre; y, ante todo, cuando los que no me
comprendan sean precisamente los que están cerca de mi, y,
por tanto, quienes más deberían conocer mis sentimientos.

Por mi has sufrido este escarnio incalificable. Por este tu


sacrificio hazme fuerte en las horas de prueba. Dios conoce la
verdad; quiero apoyarme en esta convicción y pensar que mi
honor está guardado por Dios y que él me justificará en el
momento oportuno.

No dejes que me domine la impaciencia; no permitas que


devuelva mal por mal, que riña, juzgue o sospeche de quien ha
manchado mi honor. Ayúdame a ser justo y a conservar la
serenidad y confiar en ti.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

DUODECIMA ESTACIÓN

JESÚS MUERE EN LA CRUZ.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús padece durante tres horas. Al pie de la cruz, están su


madre y su amigo más amado. "He aquí a tu hijo!", le dice a
ella, y aquí a tu madre!", a Juan. Parece desligar de si el amor
de estas dos personas que lo envuelve.

Quiere estar solo. Ha tomado nuestras culpas sobre si y quiere


presentarlas solo a la justicia eterna: nadie lo ha de asistir.
Completamente solo debe saldar esta terrible cuenta con Dios.
Lo que ocurrió en el alma de Jesús en aquellos momentos,
nadie lo sabe.

Clama: "Dios mío, Dios mío!: ¿por qué me has


desamparado?". Nadie descubrirá este misterio de que el Hijo
de Dios pueda estar abandonado de Dios. Podemos decir que,
hasta ese momento, la proximidad de Dios ha sido el consuelo
y el apoyo de su corazón. Ahora, incluso, ésta lo abandona.

Despojado de sus vestiduras, está solo, abandonado de todos.


Completamente solo, cargado con nuestras culpas, ante la
justicia divina. Nadie podrá llegar a imaginarse lo que esto
significa. Sólo una cosa lo sostiene: Su inmutable fidelidad a la
misión que el Padre le ha confiado; su incomprensible amor
hacia nosotros Se entrega, ese amor, hasta que todo esté
terminado. Todas esta consumado

Adoro la infinita justicia de Dios, ante la cual me presento como


pecador y te adoro a ti. Jesús mio, mi Salvador, porque has
respondido por mi Señor, tú me has redimido, te doy las
gracias desde lo más profundo de mi corazón.

Me has enseñado también a sobrellevar mi dolor y a dominarlo


yo solo por amor Solamente puedo soportarlo, si lo acepto
como tu. Si confío en el Padre y permanezco en él, seré fuerte,
aunque todos me abandonen. Y sólo podré superarlo si lo
convierto en bendición para los demás, como tu lo hiciste. Si
soporto y lo ofrezco al Padre por los que yo amo, por todos
aquellos que quiero ayu dar Mi dolor participará así de la
omnipotencia de tu pasión, hará descender la gracia del Padre
y ayudará donde el socorro humano ya no alcance Yo también
sentiré alivio al ver que no sufro en vano, que mi sufrimiento es
bendición para todos.
Y si ya nada puedo hacer y me siento inútil en el mundo, haré
lo más sublime, que es ofrecer contigo, sosegada y
gozosamente, mi dolor, mi impotencia e, incluso, mi muerte por
los demás. Señor, sólo así se realza lo que ni la sabiduría
humana, ni el poder, ni los bienes terrenos pueden alcanzar
sólo así quedan superados el dolor y la muerte.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

DECIMOTERCER ESTACIÓN

JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Señor ha acabado de padecer. Está muerto. La milagrosa de


Dios, esta vida floreciente llena de todas las energías y
riquezas, fuerte, sensible ha quedado destruida. Humanamente
hablando, tenía aún la vida ante sí. ¡Cuánto hubiera podido
crear, enseñar, realizar y ayudar Jesús anderia Que plenitud de
vida divina hubiera podido brotar de su alma, si hubiese vivido
una larga vida humana! Todo está destrozado.
Pero esta es la locura de la cruz. El grano de trigo debla morir
para que la mies excelsa surgiera de Él y quienes lo pisotearon
en el suelo se construyeron sin quererlo, en sembradores de
Redención.

Señor, ésta es la respuesta a la amarga pregunta: ¿por qué


sufrir? ¿Por qué hemos de padecer, cuando en nosotros todo
quiere felicidad y tiende a crear? ¿Por qué tener que entregar
lo que amamos?

Aquí se agota la sabiduría humana. Solo la cruz puede


contestar. la semilla no germinará en tanto no muera en la
tierra. Todos nuestros sufrimientos, nuestros sacrificios y
nuestra muerte son simiente celestial. Al unirnos con la
voluntad de Dios, surge vida intensa, tanto para nosotros como
para nuestro prójimo. Quiero creerlo, quiero confiar y estar al
lado de Dios para que mi vida y mi dolor den fruto eterno.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

JESÚS ES SEPULTADO.

P: Te adoramos Cristo y te bendecimos.


T: Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Envuelven el cuerpo de Jesús en lienzos y lo colocan en la
tumba de José de Arimatea. Luego cierran la abertura con una
pesada losa y regresan tristes a sus casas.

Todo está ahora en silencio. Respiramos aliviados porque ha


terminado el terrible sufrimiento. Una profunda paz rodea la
tumba solitaria. Es la paz de la consumación. El que duerme
allí adentro ha realizado con fidelidad divina todo cuanto el
Padre le había encomendado. Ahora descansa de su labor.
Alrededor del silencioso lugar, nos parece ver, a lo lejos, la
gloria pascual.

Los discípulos sienten de diversa manera. Para ellos se ha


desvanecido la última esperanza. Para ellos la Pasión y la
Muerte del Viernes Santo son el fin. Pero también a ellos se les
aparece Jesús, resplandeciente de fuerza y de luz, y
reconocen "que el Mesías había de padecer todo aquello para
alcanzar la gloria" y que su muerte era el precio de nuestra
vida.

¡Oh, Señor, ésta es la fiesta nueva anunciada por ti a todos:


que después del Viernes Santo viene siempre una Pascua
florida, que todo sufrimiento es fuente de bendición, que la
misma muerte es semilla de nueva vida para cuantos te
siguen!

Enséñame a comprenderlo. Haz que viva en mí esta


convicción al llegar las horas de oscuridad Entonces,
comprenderé que no sólo puedo soportar el dolor, sino que
también soy capaz de superarlo. En ti quiero sentirme superior
a él y conven- cerme de que el alma sale fortalecida de la
valiente lucha contra el dolor, y que surge un rayo de luz
pascual de la superación de cada noche oscura, y que quien
así vive y sufre participa de tu paz en los momentos de
amargura.

P: Ave María…
T: Santa Maria…
P: Padrenuestro…
T: danos hoy…
P: Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre. AMEN

ORACIÓN FINAL

Señor, permíteme ahora salir del sagrado recinto de tu Pasión.


Me reintegro a la vida cotidiana. Tú me has enseñado que
nuestro padecer no es una sombría servidumbre, contra la cual
nos rebelamos en vano o en la cual nos acobardamos o
desesperamos; el dolor es amargo, pero viene de Dios, y está
destinado a alcanzar nuestra salvación.

Me has enseñado de qué modo debo llevar mi cruz: confiando


en Dios y por amor a él. También me has enseñado a superar
el dolor, ofreciéndolo amorosamente por los demás. Grábame
esta verdad en el corazón para que no la olvide jamás. Haz
que reviva en mí cuando llegue el momento. En las horas de
angustia, pensaré en todo cuanto hoy me has dicho y instituye
en ello mis acciones. Así sea.

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