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Prueba Matrimonio

1. Ef 5, 22-32: Análisis, interpretaciones e importancia.


2. Sacramentalidad del matrimonio: Conflicto histórico, fundamentación bíblica, definición magisterial,
consecuencias. 
3. El sacramento del matrimonio es indisoluble: Fundamento en las Sagradas Escrituras, Padres de la Iglesia,
cristiandad, excepciones, Magisterio, Amoris Laetitia.

Desarrollo

1. Ef 5, 22-32: Análisis, interpretaciones e importancia.


En el NT el matrimonio no aparece sacramentalmente instituido de forma directa por Jesús. En el AT la
alianza entre el hombre y la mujer era como la alianza entre Dios y su pueblo. Es tanto una realidad natural como
sobrenatural. Ahora bien, esta alianza se cumple plenamente en Jesucristo, con Él llega la invitación al banquete de
bodas, la renovación de la alianza en términos matrimoniales. Algo del matrimonio aparece como signo de esta nueva
alianza de Dios, en Cristo, por el Espíritu Santo con su pueblo. Por tal motivo, la sacramentalidad del matrimonio
está en que es signo del misterio pascual, en que es parte del misterio de salvación de Jesucristo.
Ef 5, 22-32 es el texto paulina más explícito acerca de la caridad fraterna en cuanto conforma al ejemplo de
la caridad de Cristo. El mismo verbo griego (agapán) es empleado para indicar el amor de los esposos, el de Cristo a
la Iglesia y el que todo hombre profesa a sí mismo y a su cuerpo. Amar debe ser siempre participar de alguna forma
en la caridad que está en Cristo. La esposa es al esposo lo que la Iglesia es a Cristo. El esposo es a la esposa lo que
Cristo es a la Iglesia. Marido y mujer están unidos como lo están el Salvador y la Humanidad, unión que es tipo
misterioso de la unión conyugal. Alguna de las consecuencias que el Apóstol saca de este hecho sorprenden un poco
al lector moderno: la mujer debe obedecer, debe vivir sumisa a su marido; el esposo debe amar a su esposa; se diría
que la obligación de amar al otro cónyuge no alcanza a la mujer. Sin embargo, es el mismo Pablo quien califica a las
esposas y madres cristianas como "amantes de sus maridos y de sus hijos" (Tit. 2, 4). Hay que entender las palabras
de la carta en el contexto sociológico en que fueron escritas.
El Apóstol encuentra normal el que los maridos sean la primera autoridad en la familia; acepta el hecho y de
él deduce que las mujeres deben obedecer a sus esposos. Pero al poner esta obediencia en relación a la sumisión que
la Iglesia profesa a Cristo, rechaza todo lo que de humillante podía tener la obediencia femenina en un hogar del siglo
Iro. En su contexto, una cierta subordinación de la mujer al marido no significa que ésta sea una especie de esclava,
ni que se la considere como un ser humano de segunda categoría. Respecto a la autoridad, tanto religiosa como civil,
la nota bíblica más constante es ésta: la autoridad es un servicio, una diaconía… No obstante es un texto complejo
por lo que se hace necesario explicar que no se está hablando del matrimonio sino de la relación esponsal de Cristo
con la Iglesia. San Pablo interpreta el texto de Gen. 2, 24 sobre la unión íntima entre los esposos -"una carne"- en
función de la nueva alianza, donde marido y mujer se unen para significar la unión de Cristo a su cuerpo que es la
Iglesia. El hogar cristiano se funda para presentar y prolongar esta caridad del Salvador. La conexión entre
matrimonio cristiano y relaciones Cristo-Iglesia es un "misterio", un secreto divino que concierne a la salvación. La
significación más honda del matrimonio sólo Dios podía darla a conocer. Por este estado, los esposos son aptos para
reproducir en su vida las cualidades del amor de Cristo para con los hombres: intimidad y entrega. Un esposo
cristiano enteramente fiel a la exhortación paulina es un ser amante particularmente activo, al que su estado permite
reproducir y evocar de forma reveladora la caridad permanente del Salvador hacia los hombres.
En síntesis, Jesús confirma la existencia de esta institución – matrimonio – desde el principio, santifica ese
estado de vida y vincula la realidad matrimonial a su relación (Cristo) con la Iglesia insertándola en el misterio
pascual. Por tales motivos hay reglas morales necesarias para ser vigilantes frente a prácticas paganas que no reflejan
la unión entre Cristo y la Iglesia (divorcio – Mt 19, 3-10). Esto justifica que la Iglesia intervenga en lo que refiere a la
relación matrimonial. (De mis notas en Clase)

Del Curso de Monseñor Ronca


El matrimonio cristiano es un misterio que consiste en anticipar temporalmente la unión eterna de la
humanidad salvada (la Iglesia – Esposa) con su Salvador (Cristo – El Esposo). El matrimonio de Cristo con la
Iglesia es la realidad que no pasará. El matrimonio cristiano es la sombra y figura de aquella realidad. En 1Co 7,1-
39, respondiendo a preguntas concretas de la comunidad de Corinto, se afirma que el matrimonio cristiano es una
cosa sagrada y, por eso, los cristianos sólo pueden “casarse en el Señor”. Considera al matrimonio, no
exclusivamente desde el punto de vista del “remedio de la concupiscencia”, sino que afirma con fuerza su
dimensión “sacramental” y “carismática”.
En Ef 5,21-33 se presenta una relación esponsal de Cristo con la Iglesia. Algunos elementos centrales sobre
esto son los siguientes: es el texto más importante del Nuevo Testamento sobre el misterio del matrimonio. El
pasaje forma parte del texto paulino sobre la moral familiar y, más particularmente, matrimonial (Ef 5,22-33).
Basándose en el Gn y continuando con la tradición del Antiguo Testamento, habla de cómo el matrimonio ha de
entenderse y vivirse a partir del misterio de amor que se da en la unión entre Cristo y la Iglesia. Los vv. 29-33
tratan de las razones o motivos que fundamentan las relaciones y deberes recíprocos entre el marido y la mujer,
razones que se resumen en la significación que encierra la unidad que han venido a constituir por el matrimonio.
Son dos las ideas de fondo: En primer lugar, el misterio de Cristo que se realiza en la Iglesia, como
expresión del plan divino, en cuanto que el gran misterio es la unión de Cristo con la Iglesia (Ef 5,32). En este
gran misterio los esposos han de descubrir el sentido sacramental del propio matrimonio. En segundo lugar, el
misterio de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados. Como exigencia de la
unión con Cristo e incorporación a la Iglesia, producidas por el sacramento del bautismo, el cristiano está llamado
a vivir una vida santa e inmaculada en la presencia del Señor: esa es su vocación. Entre el matrimonio y la unión
Cristo-Iglesia hay una relación esponsal en dos direcciones: la primera es la alianza propia de los esposos, que
explica el carácter esponsal de la unión de Cristo con la Iglesia y, a su vez, como segunda, esta unión –como
“gran sacramento”– determina la sacramentalidad del matrimonio como alianza santa de los esposos, hombre y
mujer.
La comparación del matrimonio con la relación Cristo-Iglesia descubre la verdad esencial sobre el
matrimonio: éste responde a la vocación de los cristianos únicamente cuando refleja el amor que Cristo-Esposo
dona a la Iglesia, su Esposa, y con el que la Iglesia trata de corresponder a Cristo. En este sentido se le podrá
llamar al matrimonio misterio grande. Es el amor de Cristo por la Iglesia en el que participan y se han de realizar
existencialmente los esposos. Tan sólo así su matrimonio se convertirá en signo visible del amor eterno de Dios.
El matrimonio de los cristianos convierte a los esposos en signos del amor de Cristo por la Iglesia. Por eso sus
relaciones mutuas deben revestir las características del amor con el que Cristo ama a la Iglesia. Estas
características pertenecen también al matrimonio de los orígenes. En el texto del Gn, san Pablo descubre una
figuración profética del misterio de amor de Cristo y la Iglesia. Aunque el pecado de los orígenes ha introducido
el desorden en la relación hombre-mujer, el texto da a entender, sin ningún tipo de duda, que continúa del todo
vigente el designio originario de Dios sobre el matrimonio.
En síntesis, tomando un texto de la Comisión Teológica Internacional (1977), el Nuevo Testamento
muestra bien que Jesús confirmó esta institución que existía “desde el principio” y que la sanó de sus defectos
posteriores (Mc 10,2-9, 10-12). Le devolvió así su total dignidad y sus exigencias iniciales. Jesús santificó este
estado de vida insertándolo en el misterio de amor que lo uno a él, como Redentor, con su Iglesia. Por esta razón
han sido confiadas a la Iglesia la conducción pastoral y la organización del matrimonio cristiano (cf. 1 Co 7,10-
16). Las epístolas del Nuevo Testamento reclaman el respeto de todos hacia el matrimonio (Hb 13,4) y,
respondiendo a ciertos ataques, lo presentan como una buena obra de Dios creador (1 Tm 4,1-5). Hacen valer el
matrimonio de los fieles cristianos en virtud de su inserción en el misterio de la alianza y del amor que unen a
Cristo con la Iglesia (Ef 5,22-33). Quiere, en consecuencia que el matrimonio se realice en el Señor (1 Co 7,39) y
que la vida de los esposos sea conducida según su dignidad de nueva creatura (2 Co 5,17), en Cristo (Ef 5,21-33).
Ponen en guardia a los fieles, contra las costumbres paganas en esta materia (1 Co 6,12-20; cf. 6,9-10). Las
iglesias apostólicas se basan en un derecho emanado de la fe, y quieren asegurar su permanencia; en este sentido
formulan directivas morales (Col 3, 18ss; Tit 2,3-5; 1 Pe 3,1-7) y disposiciones jurídicas proyectadas a hacer vivir
el matrimonio según la fe en las diversas situaciones y condiciones humanas.

2. Sacramentalidad del matrimonio: Conflicto histórico, fundamentación bíblica, definición magisterial,


consecuencias. 
El matrimonio natural: Hecho universal - No ha hecho falta la aparición del cristianismo para que siempre
haya existido una unión peculiar entre el hombre y la mujer, llamada matrimonio, muy importante y claramente
distinta de otras formas de relación íntima entre personas de distinto sexo. Es, pues, una "institución natural" en
cuanto brota de lo más hondo del ser humano y, por tanto, se da siempre allí donde la especie encuentra
condiciones para sobrevivir. Esta realidad tiene rasgos que de ordinario le dan una fisonomía muy semejante. Es
una unión para toda la vida. Presenta un carácter social, es decir, los esposos -sólo un hombre y sólo una mujer-
viven de ordinario juntos y forman con sus hijos una familia. Está estrechamente ligada a la fecundidad. Implica
una celebración más o menos solemne. La poligamia y el divorcio son hechos raros, en todo caso, menos
frecuentes que la monogamia y el matrimonio para toda la vida; son también fenómenos "mal vistos", en general,
por la mayoría de los hombres.
El Antiguo Testamento ofrece ejemplos muy significativos para ilustrar esas palabras. Dios consciente "por
causa de la dureza del corazón" de su pueblo (Mt. 19, 8) la poligamia, el divorcio y las relaciones sexuales libres
de los amos con las cautivas de guerra (Dt. 21,10-17; 22, 13-19; 24, 1-4). Si se leen atentamente estos lugares, que
no son los únicos, se observa, primero, que por lo menos los casos de poligamia no son frecuentes; segundo, que
estas leyes tienen un sentido humanitario y una relativa grandeza moral: en la imposibilidad de obtener más del
varón, procuran defender a la mujer -esposa o esclava- ele arbitrariedades e injusticias excesivas, habituales en los
pueblos vecinos ele Israel. Pero las alabanzas del Antiguo Testamento van siempre hacia el matrimonio
monógamo y fiel, nunca hacia la poligamia y el divorcio. Estos hechos indican que el matrimonio es "institución
natural" que brota de la esencia misma del ser humano; como ésta es la misma en todos los hombres, parece
lógico que el matrimonio ofrezca en todas o casi todas las culturas unos caracteres muy semejantes y que tenga
unas exigencias básicas de fidelidad y permanencia. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor
conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación ele la prole. Esta íntima unión (ele los
es posos), como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad
conyugal y urgen su indisoluble unidad.
Ahora bien, el matrimonio como institución humana se encuentra en casi todas las culturas. Bíblicamente, en
el antiguo Testamento la aceptación y alianza entre el hombre y la mujer se consideran imagen y semejanza de la
alianza de Dios con el hombre. Lo encontramos en Oseas, Jeremías, Ezequiel y Jeremías. El matrimonio es una
forma como se expresa el amor y la fidelidad de Dios. Y el pacto de Dios haya su realización plena en Jesucristo:
alianza con Dios hecha hombre. Cristo es el esposo del Pueblo de la nueva alianza (Mc 2,19), y por él llega la
invitación al banquete de bodas (Mt 22,2). Es esta concepción del matrimonio como signo de la alianza con Dios
donde se fundamenta su sacramentalidad. No hay palabras o un hecho concreto de su institución, pero sí hay una
constatación constante de que el matrimonio está implicado en la obra salvífica de Jesucristo.
En los primeros siglos, los cristianos se casaban conforme a las costumbres de la sociedad de su tiempo. Para
san Pablo, es necesario “vivir en el Señor” el matrimonio; y un bautizado no se puede casar sino con otro
bautizado. Las parejas se formaban en el cuadro familiar donde los ritos sociales y religiosos estaban asociados.
Aunque en muchos de los Padres hay una neta preferencia de la virginidad frente al matrimonio, la Iglesia nunca
se contaminó con ninguna de las sectas que, como los marcionitas o los distintos tipos de encratitas, despreciaban
o rechazaban el matrimonio. Hay que reconocer, no obstante, que algunos de los Padres, incluidas figuras parecen
haber tenido reservas acerca de la bondad moral plena o integral del acto conyugal; pero los datos son escasos y
requieren atenta valoración. Muchos de los Padres desaprobaban además el nuevo matrimonio cuando había
muerto uno de los cónyuges (Viudas); y estaban absolutamente en contra de los matrimonios entre miembros de la
Iglesia y no cristianos.
El matrimonio es un evento humano, pero el hecho de que concierne a los bautizados le confiere muy
pronto un carácter eclesial, lo cual fue sido reafirmado a finales del siglo II por Clemente de Alejandría en Oriente
y Tertuliano en Occidente. La bendición nupcial, que no es el matrimonio propiamente dicho, tomó forma en el
siglo IV. Con San Agustín, se centra en el valor ético del matrimonio, que es bueno. Los bienes conyugales son la
fides (remedio a la concupiscencia), proles (la unión sexual se justifica por la procreación) et sacramentum (El
sacramento del matrimonio consiste en la presencia de Cristo en la vida de los esposos. Su primer efecto es la
indisolubilidad). El reconocimiento de la sacramentalidad del matrimonio fue lento. Agustín aprovechó la
palabra sacramentum de Ef 5,32; los griegos, que leían allí mystérion, pensaban más en el plan divino. Harían
falta varios siglos hasta que el matrimonio tuviera un rito celebrado universalmente dentro de la Iglesia, aunque
hay huellas de bendiciones nupciales ya en “Tertuliano". Las Constituciones apostólicas, de finales del siglo IV,
insisten mucho en la santidad del matrimonio y condenan severamente todo lo que se opone a ella. Está prohibido
repudiar a la mujer excepto en caso de vida disoluta y de adulterio; una mujer repudiada no puede volver a
casarse.
El conflicto que se produce, en el contexto de la lucha contra los matrimonios clandestinos, reside en
aquello que fundamenta la sacramentalidad del matrimonio: el consentimiento o el acto sexual. Hay dos escuelas:
1/ la escuela de Paris – consensualista – para la cual el consentimiento establece el matrimonio y 2/la escuela de
Bolonia –Concubitus- en donde se da más importancia a la unión física sexual, Así en acto conyugal y la
procreación es lo determinante. Si el matrimonio no se consuma no hay sacramento puesto que no hay vínculo de
entrega análogo a la unión entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia tiene hoy estas dos dimensiones. En la antigüedad
el concubinato se consideraba matrimonio de hecho y se diferenciaba de la fornicación por ser consumado,
consensuado, estable e indisoluble. La virginidad de la mujer tenía más que ver con el hecho de establecer que no
había una relación anterior. Ahora bien, para establecer que el matrimonio es más que el concubitus se exigió el
consentimiento público, el permiso de los padres, la entrega del dote y la bendición del sacerdote.
El primer concilio medieval que apoyó el matrimonio cristiano fue el de Letrán II, en el que Inocencio III
introdujo el tema en la profesión de fe exigida a los valdenses (1208). Parece que la primera vez que se llamó
sacramento al matrimonio en un documento magisterial fue en un concilio local celebrado en Verona (1184). A
partir del concilio de Lyon II es contado dentro de los siete sacramentos, doctrina repetida en Florencia y en
Trento". En la Edad media se disputó sobre qué era lo esencial en el matrimonio; fue bajo Alejandro III (1159-
1181) cuando se decidió que era el consentimiento mutuo el que daba origen al verdadero matrimonio cristiano,
derivándose la indisolubilidad de la posterior consumación en la relación sexual (ratum el consummatum). Los
reformadores rechazaron la compleja legislación canónica que se había ido formando durante la Edad media, pero
tuvieron en gran estima el matrimonio, aunque situándolo más bien en el ámbito secular que en el sacramental. La
preocupación de Trento no es hacer un tratado completo sobre el sacramento del matrimonio, sino de aclarar lo
que es uno de los 7 sacramentos.
En el siglo XX ha habido diversas declaraciones acerca del matrimonio: la Casti connubii (1930) de Pío
XI y numerosas referencias en las alocuciones de Pío XII. En el Concilio Vaticano II manifiesta una dinámica del
matrimonio, fundamentalmente visto en dos documentos: en Lumen Gentium 11,35 y 41 y Gaudium et Spes 47-
52. El matrimonio es presentado a partir de la teología bíblica de la alianza: Como realidad que posee el carácter
interpersonal de una comunidad de amor; como una comunidad de personas que se entregan y acepta mutuamente
(alianza); como un ámbito de intimidad donde es posible compartir la vida y el amor conyugal (perspectiva
personal). De la misma forma, el Concilio Vaticano II proporciona una visión más abierta del matrimonio: porque
recupera su significado bíblico; porque sale del modelo puramente canónico; porque para reformular su sentido ha
contado también con las ciencias humanas modernas. Lo principal es que subraya la centralidad del amor mutuo
como esencial del matrimonio. Esta clave personalística ha sido decisiva para comprender actualmente el
matrimonio sacramental, entendido como la comunión de vida y amor, mutuo y fiel de los esposos.

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