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“¿En qué consiste el trabajo de duelo? Se permanece en algo vago, que explica la
detención de toda especulación en la vía abierta por Freud en ‘Duelo y Melancolía’. La
pregunta no ha sido convenientemente articulada...”
Jacques Lacan, 22 de abril de 1959
Otra vez… madres y padres de duelo. Hace un tiempo una joven colega trajo a
supervisión el caso de una señora, llamémosla Sra. M, que había perdido una hija en la
tragedia de la disco República Cromañón. Preocupada, comentaba que la paciente
cada vez estaba peor, repitiendo las palabras de la apesadumbrada Sra M. Esta
describía que en los primeros meses corría de un lado para el otro haciendo marchas y
reclamos, no tenia tiempo para pensar, ni para deprimirse, ni para llorar. Luego
vinieron los ahogos: se asfixiaba y tenía que salir precipitadamente de colectivos,
ascensores o de cualquier lugar en que se sintiera que le faltaba el aire. En el
momento de la supervisión relata que se la pasaba llorando, tirada en la cama y
comiendo compulsivamente.
Así como no hay palabra que nombre al deudo que ha perdido a un hijo, así de
complejo es considerar cómo opera la función del duelo en una pérdida de esta
magnitud. Lo que sí podemos afirmar es que frente a lo traumático, el primer
mecanismo de que dispone el sujeto es la renegación, por eso al principio esta señora
podía hacer trámites y correr de un lado para otro. Luego, cuando el universo
significante no le alcanzó para decir su dolor, identificándose con el objeto perdido,
reaccionó con todo su cuerpo: le faltaba el aire, se ahogaba. Si ahora lloraba y se
deprimía no es que estaba peor, es que ha comenzado a manifestarse el dolor de la
herida, que aunque cure con el tiempo no lo hará sin cicatriz…
Para una ética del duelo: cicatrices en la polis. Retomando la viñeta clínica del
comienzo, hay una dimensión ética a tener en cuenta para que los tiempos del duelo
transcurran y el sujeto pueda declarar a pesar del gran dolor, al fallecido como muerto
y no irse tras él. Esta dimensión ética abarca al logos, a la comunidad, a la polis.
En el Seminario 7 Lacan recurre a la tragedia de Antígona para enfatizar entre otros,
los aspectos éticos de la función del duelo. Cuando el duelo por la muerte de Polinices
se ve impedido por la negativa de Creonte a dar digna sepultura a sus restos,
Antígona, su hermana se deshace en ruegos que no llegan a ser oídos y finaliza sus
días ahorcándose en su celda.
Un aspecto esencial de las posibilidades de que un duelo avance en sus tiempos de
elaboración es el modo en que la comunidad le haga lugar, lo legitime, que sancione
por los medios de que dispone y particularmente los jurídicos donde colapsó el sistema
para producir la catástrofe, para que la impunidad no aliente el caos. Esos rituales son
como las cicatrices en una herida.
Cicatrices que es auspicioso que puedan devenir marcas en la polis y no sólo en los
dolorosos cuerpos de los deudos, que tallen en la urdimbre del lazo social. No alcanza
la indemnización económica que el Estado provee a los padres de las víctimas. La Sra.
M cuando recibió ese dinero, iba compulsivamente a jugar al bingo, a la máquina
tragamonedas, a cualquier hora, incluso en la largas de insomnio. Allí el tiempo pasaba
rápido y las luces y los ruidos eran una compañía. No soportaba haber recibido ese
pago, necesitaba ir a jugarlo, a perderlo.
Otro es el tiempo, hablo del tramo que la cura cursa actualmente, en que la Sra.M,
pudo retomar sus actividades laborales, reunirse con otras madres y padres, marchar y
reclamar por la tan ansiada justicia, y promover medidas en la comuna para que se
sancionen nuevas leyes que no le evitarán seguramente que el dolor continúe vivo,
pero que tal vez eviten las desmesuras de otra República Cromañón.
1. Adriana Bauab Dreizzen, Los tiempos del duelo, Homo Sapiens, Rosario, 2001.