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ASIGNATURA: PSICOLOGÍA SOCIAL

CÁTEDRA: II

De la verdad científica al construccionismo social.


Claudia I. Bazán y Pablo Espoille

1. Introducción
Este capítulo se propone contribuir a la comprensión del contexto que enmarcó el
cuestionamiento al positivismo hegemónico o dominante, a mediados del 1900; es decir,
lo que se llamó la crisis de las ciencias sociales.
Para entender el surgimiento de la crisis de las ciencias sociales y en particular de la
Psicología Social, un factor insoslayable es la concepción de Kuhn (1962/1995)
respecto de la ciencia. Con la introducción del término paradigma, revolucionó el
campo de la historia y la filosofía de la ciencia. Puso de manifiesto la relevancia que
tienen los factores sociales en el desarrollo científico. Para este autor, un paradigma
implica relaciones científicas universalmente reconocidas, es decir una serie de
creencias o acuerdos compartidos por los científicos que durante cierto tiempo
proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.
Desde su perspectiva la actividad científica se sostiene sobre un cuerpo de
conocimientos teórico-metodológicos que permiten seleccionar, evaluar y criticar su
campo de acción. Contrariamente a lo que piensa el común de la gente, él afirma que, en
general, los científicos no son pensadores objetivos e independientes; más bien son
individuos conservadores que aceptan lo que se les enseñó y aplican su conocimiento
para resolver los problemas que dicta la teoría. Los científicos saben lo que quieren
descubrir y por lo tanto diseñan sus instrumentos y orientan su pensamiento para
lograrlo.
Kuhn escribió numerosos artículos y cinco libros, de los cuales el más conocido es The
Structure of Scientific Revolutions1, mientras estudiaba física teórica en la Universidad
de Harvard, Estados Unidos. El libro convocó muchos adeptos, pero asimismo generó
grandes controversias. En él, sostiene que la ciencia no es una acumulación lineal de

1
La Estructura de las Revoluciones Científicas, publicado en 1962.

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conocimientos sino más bien una serie de pacíficos interludios seguidos de violentas
revoluciones intelectuales, después de las cuales un mundo conceptual es reemplazado
por otro.
El desarrollo típico de una ciencia madura implica sucesivas transiciones de un
paradigma a otro, a partir de revoluciones. Cuando ocurre un cambio de paradigma, el
mundo científico cambia cualitativamente y se enriquece cuantitativamente,
descubriendo hechos novedosos o elaborando nuevas teorías. Durante el período de
ciencia normal los científicos acumulan información detallada sobre un tema
determinado. Es un período rígido, en tanto no permite alejarse de los parámetros
fijados por la ciencia en ese momento. Los científicos ignoran los descubrimientos que
amenazan al paradigma vigente, que posibilitarían el surgimiento de uno nuevo. Por
ejemplo, Ptolomeo sostenía que el sol giraba alrededor de la tierra, y esta postura fue
sostenida durante siglos, a pesar de que había evidencia contraria.
Los períodos de ciencia normal no solo son rígidos, también son ciclos ricos que
permiten profundizar acerca de un tema, hacia el cual la comunidad científica
mayoritariamente dirige su atención. Es justamente, gracias a la acumulación de
información que se produce durante el período de ciencia normal, que en determinado
momento los científicos empiezan a percibir anomalías entre las teorías vigentes y la
naturaleza. Esto solo es posible en aquellos especialistas que conocen profundamente
los problemas y soluciones que propone la comunidad científica. Precisamente quienes
conocen la teoría a fondo pueden percibir anomalías en la misma y entonces el
paradigma entra en crisis. A partir de allí es posible rediseñar herramientas y teorías que
pueden llevar a la consolidación de un nuevo paradigma.
La crisis puede resolverse de tres maneras:
- El paradigma vigente demuestra ser capaz de resolver el problema que provocó el
conflicto y por lo tanto sale fortalecido. Se vuelve a la ciencia normal.
- El problema permanece y es catalogado como inabordable con las herramientas
existentes. Si bien se lo identifica, se posterga su resolución para el futuro, cuando haya
mayor desarrollo científico-tecnológico.
- En unos pocos casos, un nuevo paradigma ofrece respuestas convincentes y
comienza la lucha para que sea aceptado, de modo que finalmente se instale
estableciendo un nuevo período de ciencia normal.
Kuhn (1962/1995) argumenta que la ciencia no es acumulativa sino que el viejo
paradigma es reemplazado total o parcialmente por uno nuevo. Además, cuestiona la

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postura popperiana de la falsación de las teorías científicas -según la cual una teoría no
puede ser verificada, sino tentativamente refutada- ya que para el autor la ciencia
normal se caracteriza por ser imperfecta e incompleta. Si lo que planteó Popper
(1935/1980) fuera verdadero, todas las teorías podrían ser refutadas todo el tiempo.
Otro elemento central del planteo kuhniano es que el progreso tecnológico y las
condiciones externas -como los acontecimiento sociales, económicos, políticos e
intelectuales, así como los incidentes personales e históricos- juegan un papel
significativo en el desarrollo de la ciencia. A pesar de que su análisis histórico no
reniega directamente de la verdad epistemológica, la primacía de una u otra teoría no
estaría determinada por cuestiones racionales, sino por condiciones sociales. La
experiencia que tenemos del mundo está condicionada, entonces, de forma radical por
nuestras teorías, que a su vez dependen del paradigma.
Quienes hacen ciencia comparten creencias metodológicas y teorías entrelazadas, a
partir de las cuales evalúan, seleccionan y critican los hechos. Es decir, el paradigma
define el objeto de estudio, la metodología para abordarlo y el basamento teórico desde
el cual se leerán los datos que estudie una comunidad científica particular. Cualquier
otra alternativa no será aceptada por dicha comunidad.
Con su concepción de paradigma, este autor quiebra la linealidad de la ciencia,
entendida como progreso o acercamiento paulatino a la verdad. La actividad exitosa y
creativa de la comunidad científica es lo que denominamos progreso. Sostiene que
debemos olvidar la idea explícita o implícita de que los cambios paradigmáticos sean
aproximaciones sucesivas a la verdad. Cuestiona la existencia de una verdad única,
objetiva y completa acerca de la naturaleza. Pone en tela de juicio que el avance de la
ciencia dependa exclusivamente de argumentos empíricos sólidos, introduce la variable
social.

2. El Posmodernismo
El contexto de la crisis de las ciencias sociales no puede pensarse por fuera del
movimiento intelectual Posmoderno; aunque para algunos autores no sea más que una
nueva etapa del Modernismo (Giddens, 1984/1998). Dicha corriente remite a estilos o
movimientos en el arte, la arquitectura, la literatura y la pintura, que luego se
desplazaron a otras áreas. Sin embargo, como señala Jameson (1991), se lo puede
entender no como un estilo, sino como una dominancia cultural, ya que implica la
coexistencia de un gran número de rasgos muy diversos, pero subordinados. Esto no

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significa que toda la producción cultural actual sea posmoderna, sino que “[…] el
posmodernismo es el campo de fuerza en que tipos muy diferentes de impulsos
culturales […] tienen que abrirse camino” (Jameson, 1991, p. 21).
Para la mayoría de los autores (Burr, 1995; Giddens 1984/1998; Jameson, 1995,
Lyotard, 1979/1991), representa un cuestionamiento y un rechazo de los supuestos
fundamentales del Modernismo; movimiento intelectual que lo precedió y que en
muchos sentidos dio cuerpo a la vida intelectual y artística que se desarrolló desde el
Iluminismo. Su meta era buscar la verdad, y entender la verdadera naturaleza de la
realidad aplicando la razón y la racionalidad.
En las teorías sociales y humanísticas, la búsqueda de reglas y estructuras escondidas
fue vista como la realidad más profunda que subyace a la superficie de las
características propias del mundo, por lo que la verdad acerca del mundo podría ser
revelada analizando las estructuras subyacentes. Las teorías que postulan tales
estructuras son denominadas Estructuralistas. El rasgo común a todas estas teorías es
que constituyen lo que suele llamarse metanarrativas o grandes teorías. Ofrecen un
modo de comprender la totalidad del mundo social a partir de un único término
abarcativo y por lo tanto, las recomendaciones para el cambio social se hacen a partir de
ese único principio (Burr, 1995).
El posterior rechazo de la noción de reglas, o estructuras subyacentes al mundo real, fue
entonces llamado Posestructuralismo. Los términos Posestructuralismo y
Posmodernismo son a veces usados de modo intercambiable. Sus representantes
argumentan que en occidente se vive en un mundo que ya no puede ser comprendido a
partir de un único sistema de conocimiento, como la religión o la ciencia positivista de
Comte. Enfatizan la coexistencia de una multiplicidad y variedad de modos de vida
dependientes de la situación (a veces llamado pluralismo) (Burr, 1995).
Como señala la autora citada, el Posmodernismo rechaza ambas ideas: la existencia de
una verdad absoluta y la idea estructuralista de que el mundo tal como lo vemos es el
resultado de una estructura escondida. En arquitectura se ejemplifica por el diseño de
edificios que parecen despreocuparse por la sabiduría del buen diseño. En arte y en
literatura, puede verse en el rechazo de que haya formas artísticas y literarias mejores
que otras; entonces el arte pop y los objetos que lo representan, reclaman el mismo
estatus que las obras de Miguel Ángel o Leonardo, por ejemplo. En el criticismo
literario, el posmodernismo llevó a considerar que no hay una lectura verdadera de una

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poesía o novela, cada interpretación es tan buena como cualquier otra y la significación
que haya querido transmitir el autor es irrelevante.
Los avances de la tecnología y de los medios de comunicación llevaron a que vivamos
en condiciones tales que distintos tipos de conocimiento están a nuestro alcance (como
una variedad de disciplinas científicas, naturales y sociales, muchas religiones,
medicinas alternativas, etc.), cada uno operando como un sistema auto contenido de
conocimientos que podemos aceptar o rechazar cuando queramos. Asimismo, el
posmodernismo rechaza la noción de que el cambio social depende de descubrir y
alterar las estructuras subyacentes de la vida social. En realidad, la misma palabra
descubrir presupone una existencia, idea en total oposición con la perspectiva
posmoderna.
Según Lyotard (1979/1991), el posmodernismo es más bien una superposición arbitraria
de juegos del lenguaje. No hay un metalenguaje capaz de establecer criterios comunes,
por lo tanto, todo consenso es contingente. El Posmodernismo asume el fracaso de los
grandes modelos comprensivos, dando lugar a una forma fragmentaria, alegórica y
discursiva, eminentemente personal e individual. Produce una sensación de inseguridad,
producto de su gran escepticismo (Bernardele, 1994).

3. Construccionismo
En los últimos cincuenta años, entonces, se fue consolidando una nueva perspectiva
dentro de las ciencias sociales que puede caracterizarse como una posición crítica frente
al conocimiento y englobarse dentro del construccionismo social. Algunos autores usan
también el concepto constructivismo para referirse a esta orientación teórica. Sin
embargo, siguiendo a Gergen (1985), se opta por usar el término construccionismo, para
evitar confundirlo con la teoría piagetiana.
El construccionismo es multidisciplinario, ya que engloba disciplinas como la
psicología, sociología, lingüística, análisis del discurso, filosofía, entre otras. Esta es
una de las razones por las que no se puede hacer una única descripción. De hecho, no es
posible enumerar todos principios a los que debería suscribir un autor para poder ser
denominado construccionista; muchos autores nombrados como tales, no se etiquetarían
de es modo. Según Burr (1995), se podría decir que los construccionistas comparten un
aire de familia, como los miembros de una familia que, pese a no ser iguales, pueden
reconocerse como pertenecientes a un mismo tronco familiar. O dicho de otro modo,
hay una serie de proposiciones a las que no podría renunciar ningún construccionista:

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1- Asumir una posición crítica, que no permite dar por sentado el conocimiento.
Enfrenta al principio positivista de que el conocimiento se basa en la objetividad, en la
observación imparcial del mundo. Propone en cambio, que las categorías con que
percibimos el mundo no necesariamente remiten a divisiones del mundo real. Por
ejemplo, puede decirse que las distancias en Argentina son largas (la categoría sería
corto/largo o cerca/lejos). Sin embargo esta percepción varía si la realiza un inmigrante
italiano de comienzos del 1900 que viaja en carreta, o un empresario del año 2000 que
viaja en avión.
2- La comprensión del mundo debe estar histórica y culturalmente
contextualizada. Como se deduce del ejemplo anterior, las categorías que usamos
dependen del momento histórico y el contexto socio cultural en que vivimos. Pero no
solo dependen, más bien son productos históricos y culturales, que obedecen a acuerdos
económicos y sociales de esa cultura en ese momento particular.
3- El conocimiento se sostiene en procesos sociales. El conocimiento no deriva de
la naturaleza del mundo, no implica descubrir sus leyes de funcionamiento; sino que es
producto de la interacción social. Los intercambios cotidianos de las personas, en
especial a través del lenguaje, son las prácticas durante las cuales nuestras versiones
compartidas de la realidad se negocian y construyen. La verdad es producto de un
proceso social.
4- El conocimiento y la acción social van juntos. La descripción –o más
exactamente la construcción- que hacemos del mundo sostiene determinadas pautas de
acción y excluye otras.
En este contexto, se puede entender la necesidad de recurrir a una perspectiva histórica
y crítica de la Psicología social. En 1973, Gergen enfatizaba que hay eventos (como la
caída libre de un cuerpo, por ejemplo una manzana) que pueden recrearse en el
laboratorio hoy y dentro de cien años; son tan estables que permiten generalizaciones
con un alto nivel de confiabilidad, explicaciones que pueden se probadas empíricamente
y que pueden ser traducidas a fórmulas matemáticas de modo fructífero. Los sucesos
sociales, en cambio, son inestables. Por eso la psicología social requiere de
investigación histórica. A diferencia de las ciencias naturales, los hechos sociales no se
repiten ya que cambian a lo largo del tiempo. La interacción humana, habitualmente no
se mantiene estable. El conocimiento no puede acumularse a la manera tradicional del
positivismo, porque en términos generales ese conocimiento no trasciende los límites
históricos. Por su parte Malfé (1994), promotor de la psicología social histórica

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argentina, destaca que los procesos psicosociales implican una secuencia articulada de
transformaciones, donde lo nuevo y lo viejo conviven.
Para terminar, y siguiendo a Montero (2003), hablar de una psicología social crítica
remite a una necesidad de ensanchar los límites de la disciplina.

[Implica] “la voluntad de salirse de las corrientes principales de la psicología social, ya


sea en la teoría, en la academia o en las prácticas profesionales o políticas. […] La
psicología social crítica pretende hacer crítica de la psicología social estandarizada e
institucionalizada […]; asimismo y por lo mismo, pretende hacer crítica de la psicología
social en sí misma, y últimamente, pretende, y lo consigue muy bien, ser crítica de sí
misma […] Es bueno que haya una psicología social que no de tanto por sentado: hacer
crítica significa asumir que todavía se pueden pensar otros futuros” (Montero 2003, p.
211).

4. ¿Con quién discute el construccionismo?


La crisis de las ciencias sociales, en la medida que fue reconocida por el positivismo,
generó el enfrentamiento de dos grupos de intelectuales, abriéndose así un debate entre
epistemólogos positivistas o cientificistas y construccionistas o relativistas. Los
positivistas reivindican la legitimidad del conocimiento científico, en tanto explica
coherentemente nuestra experiencia y tiene capacidad de predicción; basándose en la
solidez de su método. Los construccionistas, por su parte, plantean que el conocimiento
científico es producto de la actividad humana y como tal no tiene por qué tener un lugar
privilegiado o, más aún, dogmático frente a otros conocimientos.
Pero en este contrapunto de ideas, cuáles son los argumentos que sostienen los
positivistas. Ante todo destacan que el conocimiento científico no es radicalmente
distinto de la actitud racional en la vida cotidiana o en otros ámbitos del conocimiento
humano. Las personas usan los mismos métodos de inducción, deducción y evaluación
que los científicos. Es por eso que el filósofo John Searle (1993) argumenta que la
victoria del multiculturalismo llevaría a la destrucción de la herencia cultural occidental.
La diferencia entre el conocimiento del científico y del hombre en su cotidianeidad está
dada por el cuidado y la sistematicidad con que esos método son aplicados, en la
medida que los primeros usan controles y pruebas estadísticas, replican sus
experiencias, tratan los fármacos con pruebas de doble ciego; una lista específica para
cada tipo de ciencia sería interminable. Desde tal punto de vista, las mediciones

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científicas son a menudo mucho más precisas y permiten descubrir fenómenos hasta
ese momento desconocidos, que muchas veces entran en conflicto con el sentido común
(Sokal y Bricmont, 1999). Además, los autores distinguen entre el contexto de
descubrimiento y el de justificación. Mientras en el primero todo vale (inducción,
analogía, intuición), el segundo exige mayor rigurosidad. Esto no invalida que “[…]
sería ingenuo suponer que hay reglas generales e independientes de todo contexto que
permiten verificar o falsar una teoría” (Sokal y Bricmont, 1999; p. 91).
La razón para creer en las teorías es su capacidad para explicar la realidad. Las teorías
bien desarrolladas se fundan en general en buenos argumentos, así como en sólidos
métodos, aunque no haya recetas exhaustivas. No existe ninguna codificación completa
de la racionalidad científica y probablemente nunca la haya. El futuro es impredecible
porque la racionalidad implica adaptación permanente a situaciones nuevas. Es por eso
que actualmente, aún los planteos más cientificistas, no pretenden descubrir la verdad,
sino que entienden a la ciencia como sucesivas aproximaciones a la misma.
Como señalan Sokal y Bricmont (1999), otro elemento fundamental que refuerza la
credibilidad de una teoría es su capacidad de predicción. Sin duda en las llamadas
ciencias exactas esto es más sencillo. El ejemplo que proponen los autores es arrollador:
Edmund Halley, astrónomo inglés que vivió entre los años 1656 y 1742, predijo que
había cierto cometa –que luego llevó su nombre- que regresaba cada 76 años. Era el
mismo que ya se había visto desde el año 240 antes de Cristo, y luego en 1531, 1607 y
1682. Fue este último año cuando Halley anunció que el cometa volvería en 1758. La
predicción se cumplió casi exactamente, diecisiete años después de la muerte del
astrónomo, en marzo de 1759. Resulta inverosímil, afirman, que una teoría que puede
predecir fenómenos inéditos, no sea al menos aproximadamente verdadera. En ciencias
sociales, estas predicciones son más difíciles de aceptar, ya que entran en juego factores
como las profecías autocumplidas y el manejo de la opinión pública, entre otros; que
pueden manipular el devenir de los acontecimientos.
Siguiendo a Searle (1993), los fundamentos de la tradición racionalista occidental se
pueden sintetizar en cinco proposiciones:
1- La realidad existe independientemente de sus representaciones humanas. Para el
llamado realismo es el principio fundante de la tradición racionalista occidental.
Poseemos representaciones mentales y lingüísticas del mundo en forma de creencias,
experiencias, proposiciones y teorías, pero este mundo existe por fuera de ellas, ya que
es totalmente independiente de dichas representaciones. Esto no invalida que haya

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bastos sectores de la realidad que son construcciones sociales. Entidades tales como la
moneda, la propiedad, el matrimonio y los gobiernos, son creados y mantenidos por la
acción cooperativa de los hombres. Si desaparecieran todas las representaciones
humanas, también lo harían la moneda, la propiedad, el matrimonio. Sin embargo, otros
sectores de la realidad, descritos por representaciones humanas, existen de forma
completamente independiente de esas representaciones, como por ejemplo la órbita
elíptica de los planetas alrededor del sol o la estructura atómica del hidrógeno. El citado
autor sostiene que esta afirmación debe ser analizada con precaución. El vocabulario o
el sistema de representaciones a través del cual se puede describir una verdad es una
creación humana, las motivaciones que nos conducen a llevar a cabo una determinada
investigación implican caminos contingentes que deben ser incluidos en el terrenos de
la psicología humana. Sin categorías verbales o motivacionales no se puede formular
ninguna proposición. Pero las situaciones concretas del mundo que se corresponden con
esas proposiciones no son creaciones humanas y no dependen de motivaciones
humanas. Esta concepción del realismo es la base de las ciencias de la naturaleza.
2- Al menos una de las funciones del lenguaje es comunicar significados del
hablante al auditorio. Esos significados hacen posible que la comunicación remita a
objetos y a estados de las cosas del mundo que existen independientemente del
lenguaje. Para la tradición racionalista, el lenguaje tiene un carácter comunicacional, a
la vez que referencial. Quien habla puede comunicar satisfactoriamente la mayoría de
sus pensamientos, ideas y creencias al auditorio. Asimismo, puede usar el lenguaje para
hablar de objetos y de estados de las cosas que tienen existencia independientemente del
lenguaje, de quien habla y del auditorio. La comprensión es posible porque locutor y
auditorio comparten los mismos pensamientos y, al menos a veces, lo que hablan remite
a una realidad que es independiente de cada uno de ellos.
3- La verdad remite a la precisión de la representación. Las proposiciones
generalmente buscan describir cómo son las cosas en un mundo que es independiente de
ellas. Una proposición es verdadera o falsa según el mundo sea o no tal como la
proposición afirma que es. Las proposiciones “el hidrógeno tiene un solo átomo”, “la
tierra está a 150 millones de kms del sol”, o incluso “en este momento el perro está en la
cocina” son verdaderas en la medida que ciertas cuestiones que tienen que ver con los
átomos de hidrógeno, el sistema solar o las costumbres domésticas caninas, sean
realmente tal como sostienen las respectivas proposiciones. La verdad así construida
admite diferentes grados de certidumbre; la proposición de la distancia entre la tierra y

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el sol, por ejemplo, es solo aproximadamente verdadera. La teoría aquí en juego es una
teoría de la verdad como correspondencia. Esta definición de la verdad puede verse
representada de la siguiente manera: “una proposición es verdadera si y solo si se
corresponde con los hechos”. Las proposiciones son verdaderas en virtud de ciertas
características del mundo que son independientes de las proposiciones en cuestión.
4- El conocimiento es objetivo. Como el contenido de lo que se conoce es siempre una
proposición verdadera, y como la verdad en general implica que hay una representación
pertinente de una realidad que existe de modo independiente, el conocimiento no
depende ni deriva de las actitudes subjetivas y de los sentimientos de investigadores
particulares. Esto es así a pesar de que las representaciones son elaboradas por
investigadores con nombre y apellido, que pueden tener, por ejemplo, deshonestidad o
prejuicios. A veces sus intereses son compartidos por la sociedad a la que pertenecen.
Otras, en cambio, sus intereses son tan criticables como el deseo de enriquecerse, servir
a los poderosos o instalarse ellos mismos en el poder. Pero si las teorías que proponen
describen la realidad con precisión, todo esto no tiene ninguna importancia. La verdad o
falsedad de las afirmaciones son independientes de los motivos, la moral e incluso el
género, la raza o el origen étnico de quien las produce. Sería una falacia genética criticar
una afirmación científica cuando en realidad deberíamos estar criticando a su autor. Si
cualquier científico reivindica la verdad de una proposición y la puede sostener, quiere
decir que efectivamente sabe de qué está hablado. Si ese científico es sexista o racista
nada tiene que ver con la validez de la proposición.
5- La lógica y la razón son formales. Searle (1993) considera que la racionalidad, la
razón, la lógica, la evidencia y la prueba no nos dicen nada por sí mismas respecto de lo
que hay que creer o hacer; y este es un elemento esencial en la concepción occidental de
todas esas nociones. Para dicha concepción, la racionalidad nos ofrece una serie de
procedimientos, métodos, modelos y cánones que nos permiten sostener distintas
proposiciones respecto de afirmaciones concurrentes. Lo mismo ocurre con la lógica,
que establece lo que es en función de que las hipótesis planteadas sean verdaderas. La
lógica y la racionalidad conforman modelos de prueba, de validez y de lo que es
razonable. Pero estos modelos funcionan solo sobre un ensamble de axiomas, hipótesis,
metas y objetivos fijados de antemano.
Desde el punto de vista del cientificismo, estos cinco principios conducen a sostener
que los estándares intelectuales no han sido instituidos por nada. Son criterios de
creación y de calidad intelectual válidos tanto objetiva como subjetivamente.

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Tanto Searle (1993) como Sokal y Bricmont (1997/1999) sostienen que existe un
conjunto complejo, aunque no arbitrario, de criterios que permiten juzgar los méritos de
una proposición, teoría, explicación o interpretación. Algunos de estos criterios son
objetivos, en tanto son independientes de quienes los aplican. Otros son intersubjetivos,
en la medida que son largamente compartidos por los seres humanos. Los primeros son
los que permiten, por ejemplo, afirmar la validez del cálculo proposicional. En cambio,
los segundos son usados para discutir, por ejemplo, las razones históricas del golpe
militar. No existe una clara línea divisoria entre ambos tipos de criterios, pero en
disciplinas como la historia o la psicología, donde la interpretación es crucial, los
criterios de intersubjetividad son la esencia de la actividad intelectual.
Los cuatro primeros principios que enumera Searle (1993), responden a un interlocutor
imaginario, enrolado en las filas del construccionismo. Sintéticamente, con la primera
proposición -La realidad existe independientemente de sus representaciones humanas-
se defiende de la crítica construccionista que sostiene que aunque la realidad exista
autónomamente, el observador nunca puede acceder a ella, sino es a través de sus
propios sentidos –inclusive de sus características anatómicas- y el contexto socio-
cultural al que pertenece. Por lo tanto es irrelevante que la realidad exista
independientemente de las representaciones.
La segunda proposición -Al menos una de las funciones del lenguaje es comunicar
significados del hablante al auditorio- enfrenta el carácter constructivo del lenguaje.
Como plantean Berger y Luckmann (1969) y antes que ellos Mead (1934/1982) -
antecedentes del construcionismo- la realidad tiene sentido en la medida que la nombro.
Para los construccionistas el lenguaje tiene un carácter performativo, es decir, tiene la
capacidad de instalar realidades en el mundo; de crear y recrear la realidad (Iñiguez y
Antaki, 1994).
La tercera proposición -La verdad remite a la precisión de la representación- enfrenta
al carácter interpretativo de la ciencia. Para los construccionistas, la ciencia es
hermenéutica. Como el científico no tiene acceso directo a la realidad, sus afirmaciones
no son más que una entre muchas interpretaciones posibles. Por eso la ciencia debe estar
contextualizada en tiempo y espacio. No hay premisas o leyes que sean universales, de
ahí la necesidad permanente de deconstrucción (Ibáñez, 1992, 2001), es decir de
revisión constante de los supuestos teóricos. Además, como se señaló previamente, el
hombre no puede aproximarse al mundo sin el tamiz de su subjetividad, por lo tanto no

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hay modo de contrastar si la realidad coincide o no con las premisas del científico, ya
que no es posible acceder a ella (Ibáñez, 2001).
La cuarta proposición -El conocimiento es objetivo- rebate la afirmación
construccionista de que el conocimiento es una producción subjetiva. Mientras que para
el positivismo el método garantiza la objetividad, para los construccionistas el
investigador siempre está implicado en el conocimiento que produce. Si como señala
Ibáñez (1992, 2001), el conocimiento es una interpretación posible de la realidad, es
histórico y reflexivo (modifica la misma realidad que estudia), no puede sostenerse que
sea objetivo. Por otra parte, que una interpretación se imponga sobre otras es producto
de una lucha competitiva entre especialistas que esperan adquirir el monopolio de la
autoridad científica. Siguiendo a Bourdieu (1976), el análisis completo de la comunidad
científica, y por lo tanto del saber científico, no pueden separarse de la dimensión
política de dominación del campo científico, e incluso de relaciones de poder que lo
exceden ampliamente. Los especialistas siempre plantean en términos epistemológicos
los conflictos políticos en ciencia. Las prácticas científicas están sobredeterminadas
tanto por cuestiones científicas como por cuestiones sociales.
Finalmente, la quinta proposición es meramente formal.

5. El concepto de Verdad, tan natural en el positivismo, tan intersubjetivo en el


construccionismo. Sus efectos en la vida cotidiana.
Si se radicaliza el cuestionamiento hacia las premisas del positivismo, la crítica no
apunta solamente a cuestiones técnicas, metodológicas o teóricas. Es más bien una
inevitable crítica política hacia la noción de sujeto, de sociedad y hasta de cambio social
que encierran esas naturalizadas posturas del racionalismo de la Modernidad.
Siguiendo algunos indicadores que Ibáñez (2001) va marcando en su crítica a la
prescripción metodológica, a la pretensión fiscalizadora de tales prescriptores, no solo
aparece el peligro de la ingenuidad moderna de la objetividad. Más bien emerge,
sostenido desde el marco construccionista ya expuesto, un campo teórico, una
hermenéutica alternativa. Resulta revelador mencionar los títulos de algunos de los
textos escritos por el psicólogo social de la Universidad Autónoma de Barcelona que se
cita: Municiones para disidentes (2001) y Contra la dominación (2005). En ellos se
refiere al autoritarismo científico que hace posible, desde un supuesto tribunal
académico, juzgar al resto de las posiciones teóricas en base a las normas correctas para
el correcto y exacto acceso a esa realidad que está allí para ser descubierta. Ingenuidad

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de pensamiento, rayano con la reificación (Berger y Luckmann, 1969), donde es la
realidad la que informa al mundo científico sobre sus fenómenos, sobre sus
propiedades, sin que intervenga la subjetividad del científico.
Es clara la advertencia de Ibáñez (2001) cuando señala que esta peligrosa ingenuidad da
lugar al secuestro de la verdad por parte de posiciones teóricas con pretensión de
órgano contralor de la producción de conocimientos. Secuestro de la verdad, o
monopolio de la misma, que tiene consecuencias. En primer lugar; y sobre todo en lo
que respecta a las ciencias sociales; dado que esas definiciones científicas de la realidad,
además de realizar un aporte científico, generan un efecto en la vida cotidiana de las
personas. Modifican o reproducen un determinado orden social, ya que en la
Modernidad el científico, el portador de los saberes, está imbuido de poder. Desde
Foucault (1975) para aquí, ese saber da poder; no solo de generar efectos, de objetivar la
realidad, sino que también propicia la sumisión al discurso científico, que es el reducto
último de los saberes desde fines del siglo XVIII a la fecha. De ahí la importancia de
reposicionar al saber científico como una producción social. Un producto más, con
todas las contingencias que le permiten ser tal.
Resulta ineludible el rol político de quienes se dedican a la psicología social, tanto en
sus intervenciones profesionales como científico-académicas en general, por lo que no
es posible desentenderse de los efectos generados por las mismas. No hay espacio en el
cual quienes practican ciencia puedan escudarse tras respuestas de neutralidad científica
o mostrarse como tecnócratas de una realidad que está ahí afuera y a la cual solo unos
pocos acceden para iluminar al resto sobre esas verdades. La perspectiva positivista, en
cambio, sostiene que sí hay una realidad que puede ser conocida si se usa la técnica
adecuada.
En determinado momento histórico fueron válidos y eficaces los modelos explicativos
del conocimiento propios de las ciencias naturales, cuando se los aplicaba como matriz
de la verdad científica a fenómenos de la esfera humana, cristalizando formas de pensar
en el sentido tanto de Durkheim (1895/2007) –el hecho social- como de Asch
(1952/1964) –el concepto de conformidad. Los neopositivismos de fin de siglo XX -
fortalecidos y con mayor sofisticación a disposición para instalar y difundir definiciones
de la realidad en tanto verdades- han ganado terreno posibilitando y hasta legitimando
dichas definiciones; no solo adoptando criterios propios para prescribir la orientación de
las investigaciones (y por lo tanto, el financiamiento de las mismas), sino que también
instalando los modos de pensar políticamente correctos de una época.

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Hay innumerables ejemplos para ofrecer, especialmente en la década de los ’90. Sirve
como muestra el modo en que se hablaba del desempleo en ese momento, tomándolo
como un flagelo, una peste que afectaba incluso a los países más poderosos, casi desde
un punto de vista inmunológico -una epidemia por lo extendido del fenómeno o por la
inevitabilidad de verse contagiado- dentro del contexto de la globalización,
construyendo así una representación social con pretensiones de verdad hegemónica.
Podría pensarse que más que buscar una correspondencia con la verdadera realidad, se
recurre a utilizar una metodología que avale posiciones previas. Esta fetichización del
método (Ibáñez, 1992) legitima enfoques teórico-políticos.
Hoy, Europa es un claro ejemplo del poder del discurso técnico economicista de gran
hegemonía, tras discursos eficientistas, con recetas y prescripciones varias, emanadas
del centro del saber-poder. Desde esta ortodoxia supuestamente liberal, se insiste en la
aplicación de planes y medidas económicas que empírica, cuantitativa y hasta
estadísticamente muestran resultados negativos en relación a los objetivos que
pretenden alcanzar. Nuestro país, por su parte, a partir de la política económica de la
última dictadura militar, y en función de los efectos del terrorismo de Estado en 1976,
es una muestra clara de una situación que se agravó durante los ’90, y que impacta
fuertemente en la vida cotidiana de las personas. Estas verdades únicas acerca de la
definición de un Estado y sus funciones, supeditadas a intereses particulares, tienden a
establecer, por ejemplo, que el acceso gratuito a la educación, el mantenimiento de un
centro de salud en zonas marginadas o la cobertura socio económica a la tercera edad
son solo gastos, en un sentido netamente económico contable, negando la existencia de
derechos de ciudadanía.
Parte del éxito del neoliberalismo reside en instalarse y legitimarse desde el discurso
único, naturalizando las prácticas sociales, los modos de pensar y las mentalidades de
una época. Para profundizar respecto de estos procesos, la psicología social recurre a
conceptos capaces de articular aspectos individuales y colectivos, tales como Actitudes
Colectivas, Representaciones Sociales, Imaginario Social, entre otros no menos
fecundos. Esa historicidad presente en cada producción social, es la que con sus
contingencias determinará qué teoría será reconocida como de mayor alcance
explicativo. A riesgo de ser reiterativos, hegemonía discursiva con efectos en la vida
cotidiana.
Al reconsiderar el ejemplo anterior, se puede observar la legitimación de un discurso,
vehiculizado por medidas económicas concretas, que afectaba y afecta seriamente la

14
vida de las personas. Quienes alcanzaron cierta edad pueden recordar (y/o haber
escuchado) cuando casi dos décadas atrás se implementaba un plan económico conocido
mediáticamente como la teoría del derrame. Este es un concepto adoptado por las
teorías del crecimiento optimista, según las cuales el mercado garantiza el crecimiento,
que a largo plazo penetrará en las capas más carenciadas de la sociedad, en virtud de
una mayor demanda de mano de obra, y aumentos en la productividad y los salarios
(Hemmer, 1995).
La teoría del derrame contemplaba realizar una serie de ajustes que impactaban
negativamente en el corto plazo, en los sectores sociales despojados o más vulnerables
socio económicamente hablando. Esta serie de medidas llamadas austeras, apuntaban a
que los mercados tomaran confianza; a que la economía se hiciera previsible y
predecible, y que los capitales extranjeros vinieran a invertir. En la medida que los
mercados fueran llenándose de ganancias, estas utilidades serían tantas que, por efecto
de derrame, llegarían también a los que estaban afuera y por debajo de los mercados: la
clase trabajadora y los marginados del sistema. Desde el monopolio de la verdad
(economistas en tanto científicos neutrales) se describía una realidad que está allí, y
mediante modelos explicativos de la ciencia, se realizaba un diagnóstico, una
terapéutica y hasta un pronóstico, con énfasis de certidumbre, acerca de cómo conducir
la economía de un país.
Aquellos que pregonaban tales teorías no tuvieron en cuenta -en el mejor de los casos
por la ingenuidad que refiere Ibáñez (2001)- que un sistema económico se constituye
por personas con intereses propios, con modos de pensar, con conductas a reglamentar
por instituciones, y todas las contingencias humanas que se puedan citar. Es muy difícil
sostener que los mercados se autorregulan; más bien, como todo producto humano, son
creados y regulados por las prácticas, discursos e intercambios que ocurren entre las
personas. Desde luego que algunos grupos sociales tienen más poder de incidencia,
situación que dependerá del momento histórico político y sus marcos de posibilidades.
Es de destacar la propuesta que desde la física cuántica acerca Illia Prigogine
(1984/1993), al ofrecer un punto de vista alternativo al conservadurismo de la física
clásica, desarrollando el concepto de estructuras disipativas, el cual puede considerarse
un aporte para pensar modelos explicativos de otras disciplinas, como el modelo
lagrangiano en economía o la disputa misma entre Tarde y Durkheim en sociología, o
de modo más abarcativo, en las ciencias sociales en general.

15
Como los problemas a resolver van más allá de las teorías, y mucho más lejos de los
modelos interpretativos de las ciencias duras aplicados a las relaciones sociales, la teoría
del derrame naufragó. En cambio, se consolidó un marco socio político y cultural
caracterizado por la maximización de las ganancias empresariales, con legitimación
incluso en la letra escrita, mediante modificaciones referentes a cercenar derechos
laborales, con un Estado sin potestad de regulación sobre el margen de ganancia de las
empresas. Los datos macro económicos de la época hablan acerca del alto nivel de
concentración de la riqueza en el polo más rico de la población2. Como psicólogos
sociales, en distintos trabajos de abordaje comunitario podemos encontrar otros efectos
de tales políticas: la fragmentación de grupos familiares con necesidades básicas
insatisfechas. En este marco, Fiasché (2003) realizó aportes importantes sobre la
constitución psicosocial del adolescente en contextos bajo la línea de la pobreza.
Hasta el momento, no se ha hecho referencia a la clase política, solo se tomó en cuenta
el discurso de economistas y abogados, representantes de campos del saber científico,
según circulaban en los medios de comunicación de masas de la época. Entonces, ¿la
realidad estaba ahí afuera, y fue descubierta por especialistas 3 que prescribieron modos
de intervención desde un punto de vista objetivo y desinteresado? Dadas las
consecuencias de dichas políticas, parecería que respondían a intereses particulares, sin
demasiada responsabilidad por los efectos indeseados o efectos colaterales de la técnica
que se aplicó. No se puede dejar de lado que, como advierte Ibáñez (1992), quienes
investigan o intervienen en tales problemas son siempre agentes políticos, responsables
de las elaboraciones teóricas que construyen, de la metodología que implementan, de los
medios que eligen para publicar sus resultados, y de los efectos de sus intervenciones (al
menos parcialmente).
Pero, frente a discursos científicos reificados, son los pueblos los que encuentran
respuestas novedosas. Europa, por ejemplo, cuestiona las leyes del mercado en busca de
una democracia más participativa a través del movimiento de los indignados -15M. En
palabras de la profesora Margarita Bravo Sanz4, novísimos movimientos sociales, así
denominados por el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación
(NTIC), como por ejemplo la utilización de redes sociales para convocar, coordinar y

2
INDEC: Instituto Nacional de Estadísticas y Censo de la República Argentina, Condiciones de vida:
“Brecha de la pobreza en el Gran Buenos Aires, desde 1991 en adelante”, extraído el 15 de abril de
2012: http://www.indec.gov.ar/
3
También se hablaba en la época de los gurúes económicos.
4
Profesora Titular de Psicología Laboral y Recursos Humanos en Universidad de Málaga. Conferencia
dictada en el Seminario de la cátedra Psicología Social II, Facultad de Psicología, UBA, en abril de 2012.

16
organizarse. El 15M implementa un conjunto de estrategias espaciales, por ejemplo
tomando el espacio físico en ciudades y pueblos de la geografía española (ya se ha
extendido a otros países europeos), en una compleja relación entre el espacio geográfico
y el ciberespacio.
En el ámbito local encontramos las nuevas luchas de la clase obrera, como respuesta al
aniquilamiento y la marginación a la que pretendía conducirlos el marco económico,
político y cultural agravado en la década del ’90 -pero que adquieren visibilidad con la
crisis del 2001- representadas fundamentalmente por el movimiento de fábricas y
empresas recuperadas. Al transformar las fábricas en cooperativas autogestionadas,
promueven una respuesta novedosa de resistencia. La consigna del Movimiento
Nacional de Empresas Recuperadas en general y de la empresa metalúrgica IMPA en
particular, una de las primeras fábricas recuperadas, resume el espíritu de este colectivo:
“Ocupar, Resistir, Producir” (Robertazzi et al.).
Volviendo a los cuestionamientos al discurso dominante, los marcos explicativos
procedentes de las ciencias duras han contribuido a la crisis de las ciencias sociales a
fines de los ’60 (Sarabia, 1983) mediante el abuso del método de laboratorio como
metodología rectora para explicar la complejidad de las relaciones sociales. Esto no
significa que hayan pasado a otro plano, producto de la crisis del paradigma. Podría
ahora decirse que, a pesar de ser cuestionados por la filosofía y la sociología de la
ciencia, permanecen muy instalados en la cultura.
El construccionismo, a pesar de los ataques que pueda recibir desde diferentes frentes,
incentiva la adopción de una perspectiva que permita construir y reconstruir
herramientas teóricas y metodológicas desde una posición crítica, de cuestionamiento,
no tanto del discurso científico en la Modernidad en su conjunto, sino de posiciones
dogmáticas, de pretendido saber absoluto. A la vez, vale la aclaración de que así como
algunos autores de la Modernidad –e inclusive anteriores a ella- daban cuenta de críticas
similares, tales autoritarismos científicos, no son exclusivos de quienes sostienen
posiciones positivistas. Ni tampoco puede tildarse a todo positivista de autoritario.

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