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La importancia del contexto

Algo que empecé a percibir con mayor claridad en 2012 es la importancia que tiene el contexto en
las diversas cosas que hacemos. Esto ya era claro en lo referente a la aplicación de diversas ideas
relacionadas con la educación y la tecnología: el contexto importa porque las ideas y prácticas que
surgen en un determinado contexto social, político, económico y cultural pueden no aplicar a un
contexto con unas condiciones diferentes.

Esta es una afirmación que puede resultar obvia, pero que con frecuencia pasa desapercibida. Un
ejemplo de esto es la forma en la cual algunos investigadores y comentaristas toman/tomamos
como referencia para nuestros entornos específicos los muy diversos reportes generados en Norte
América y Europa (otras realidades) sobre cualquier cantidad de temas (los usos de Internet por
parte de los jóvenes, el estado de los e-books, el efecto de los medios en los niveles de atención,
etc.). Este efecto es amplificado con la disponibilidad de herramientas que facilitan un acceso
inmediato a la información.

El asunto con esto es que, al ignorar la importancia del contexto, más de uno termina metido en
caminos de investigación y desarrollo (o al menos, de indagación) que no llevan a ninguna parte.
Aquí hay multitud de ejemplos. Tome los investigadores en televisión interactiva que trabajaron
sobre protocolos diferentes al elegido en Colombia, o el llamado ‘proyecto inteligente’ que iba a
generar una amplia capacidad de desarrollo de software entre amas de casa y taxistas (entre otros
públicos), o algunos proyectos multilaterales (como era el caso de Rived por allá a inicio del siglo)
que, estando diseñados para otras realidades, trataron de implementarse en la región (a veces a
las malas y, en general, con poco éxito). Ocurre en todas partes. Ocurre una y otra vez.

Pero no se trata sólo de caminos sin salida. También se encuentra en procesos de planeación a
todo nivel (de aula, de gobierno), algo a lo cual me he referido en otras ocasiones. Ignorar la
importancia del contexto lleva a planear programas y proyectos enteros que, desde su concepción,
tienen dificultades. Cuando usted planea una política nacional con base en documentos que
reflejan la situación de amplios sectores del primer mundo e intenta aplicarla a un sector de la
población de un país que no cuenta con estas condiciones, de antemano va a exponer a
frustraciones a todos los involucrados.

Lo bueno es que estas historias suelen tener un final feliz. En muchos casos, es justo decir que los
involucrados perciben la discrepancia e intentan hacer algo al respecto. En otros, simplemente
ponen el fracasado proyecto en su hoja de vida y continúan su vida laboral sin problema. Ahora, el
final no es tan feliz cuando se piensa en los recursos (frecuentemente públicos) invertidos y en el
desperdicio de tiempo y esfuerzo. Esa es la parte que suele pasar con ‘bajo perfil’. Ocurre en todas
partes. Ocurre una y otra vez.

Pero además de esto, hay un aspecto adicional del contexto que, como decía al inicio, se hizo más
claro para mi en este año. El contexto no sólo define posibilidades de aplicación de ideas, sino que
marca la forma en la que aparecen. Esto, que visto en retrospectiva también es obvio, pasó
desapercibido para mi durante mucho tiempo.
Una de las cosas que me llevó en 2006 a iniciar la traducción del artículo de George Siemens sobre
conectivismo era que, tal como yo lo veía en ese momento, estaba en curso una discusión
respecto a una posible nueva teoría de aprendizaje, con lo que tenía sentido llevar esa
conversación a un público más amplio. Lo interesante del asunto, para mi, era la posibilidad de
observar en vivo y en directo cómo se construía una teoría de aprendizaje, cuáles eran los
procesos de discusión y verificación asociados y, por supuesto, cómo aplicaban a mi contexto local.
No obstante, como el tiempo lo ha mostrado, el ejercicio terminó siendo más un ejemplo de cómo
fluye, no fluye y se distorsiona la información de manera progresiva. Pero esa es otra historia.

Lo importante es que en 2006 yo percibía a las ideas como entes independientes de quienes las
proponían, por lo que en ese entonces me enfoqué solamente en ellas. Pero con el paso del
tiempo, y luego de conocer un poco más a algunas de las personas involucradas en la exploración
de muchas de esas ideas, empecé a notar que en ellas había una influencia muy fuerte -a veces
explícita, a veces no, a veces ignorada- de los rasgos de personalidad de cada uno de ellos y de sus
condiciones contextuales específicas. Y que lo mismo ocurre (sin que seamos conscientes de ello)
con muchas de las ideas de las que hacemos uso día tras día.

Algunos ejemplos:

 Influencia explícita del contexto: Thorndike y, más adelante, Gagné, desarrollaron sus
ideas en un contexto militar, en entrenamiento para miembros de fuerzas armadas,
buscando desarrollar los fines de esos estamentos.

 Influencia no explícita (esto es, no necesariamente documentada): el efecto que pudo


tener el contexto político en el que vivió Vygostsky en el desarrollo de sus ideas (tomando
en cuenta, por ejemplo, su participación en el gobierno bolchevique de la ciudad de
Gomel).

 Influencia ignorada (ignorada no sólo en el sentido de no documentada, sino de invisible


incluso para el mismo autor): el papel que el contexto familiar de Thorndike, Gagné o
Vygostky tuvo en su trabajo.

Esto último resultó bastante claro en una interesante conferencia a la que asistí el año pasado en
Rio de Janeiro, por parte de una estadounidense del área junguiana que hablaba acerca de la
forma en la que el contexto familiar, en especial la relación con sus respectivos padres, incidió (e
incide) en la vida pública de Martin Luther King y Barack Obama. Esta perspectiva abrió para mi un
campo de preguntas relacionado con la forma en la que condiciones familiares (que definen rasgos
de personalidad) inciden también en la vida profesional de figuras históricas. De toda persona, en
realidad.

El asunto se pone aún más enredado cuando nuevas interpretaciones históricas llevan a nuevas
conclusiones sobre personajes de todo tipo. Por ejemplo, lo que se aprende en una maestría de
historia acerca de lo que fue la campaña libertadora es mucho menos épico y mucho más
perturbador de lo que yo aprendí en el colegio en su momento. Las motivaciones son mucho más
complejas y menos ‘nobles’, y muchos de nuestros próceres parecen haber sido verdaderos
pioneros del horror que los grupos paramilitares traerían casi dos siglos después. No sólo la
historia no es como la pintan, sino que en muchos casos no contamos con suficiente información
para comprenderla (si es que en algún caso podemos hacerlo).
Percibir esto hace que aparezca una capa adicional de preguntas que uno tendría que hacer al
acercarse a ciertas ideas: ¿de qué contexto político provienen los proponentes de esas ideas?
¿cómo fue/es su vida familiar? ¿representan algún tipo de orientación religiosa / ética específica?
¿en qué tipo de sociedad ‘creen’? Por supuesto, es una enorme dificultad responder preguntas
como estas. Puede ser prácticamente imposible en la mayoría de los casos.

Por eso ha sido tan interesante para mi el contacto que he tenido con algunas de las personas que
están detrás de las ideas con las que trabajo. Ese contacto me permite ver que, por ejemplo, algo
como ds106 (con su énfasis en la experimentación narrativa) sólo podría surgir de alguien como
Jim Groom, con su contexto de películas B y de zombies. Ni Siemens ni Downes habrían generado
algo así. De igual manera, el énfasis de Stephen en los procesos de aprendizaje individual tiene
total relación con la independencia que lo caracteriza a nivel personal. Y estas son apenas
percepciones a partir de fragmentos de sus vidas.

Claramente, hay mucha más información sobre la cual sólo es posible especular. Por ejemplo,
David Wiley es mormón. ¿Cómo incide la visión del mundo promovida por los mormones en sus
posiciones profesionales? ¿Incide? Ni idea. Nótese que aquí no hay ningún juicio de valor, sino
simplemente una pregunta que queda abierta. Podría no haber incidencia alguna (o tal vez sí).

Uno podría aventurar que sí existe una incidencia, pues las ideas siempre se generan en un
contexto. Cada uno de nosotros puede establecer nuevas conexiones (que interpretamos como
ideas) gracias a los patrones previos que hemos consolidado. Y esos patrones son producto (por
decirlo de alguna forma) de todo lo que hemos vivido, de todo lo que hemos experimentado, del
entorno en el que hemos crecido, de las formas en las cuales fuimos educados, etc. Como
sabemos, el lenguaje marca la visión del mundo. Así como la pertenencia a grupos específicos,
para seguir con el ejemplo anterior. No es un asunto de sectarismo, pero sí es claro que la ética
protestante es diferente de la ética judía, que los católicos y los mormones tienen perspectivas
diferentes y que, para completar, una vida relativamente acomodada conduce a una perspectiva
muy distinta de la que genera una vida más limitada.

Un peligro adicional con esto último es que resulta casi inevitable que quien está en una posición
‘acomodada’ suponga que eso es lo que todo el mundo debería ‘disfrutar’. De aquí es de donde
vienen, justamente, la mayoría de discursos de brecha digital. Y no se trata de decir que la equidad
no es importante, sino de señalar que lo que percibimos como brechas a veces corresponde a
necesidades creadas que simplemente acentúan las profundas desigualdades que nuestro sistema
económico genera.

El problema es que esto pasa desapercibido (para variar), y entonces naciones enteras terminan
tratando de resolver ‘brechas’ a punta de máquinas, y más de un/una dirigente (o empleado
público) presume que lo que la gente necesita es ser más parecido a él/ella: ¿cómo puede ser que
la gente no tenga blackberry (o el gadget de su preferencia)? ¿cómo puede ser que la gente no
tenga un posgrado (ojalá en el exterior)? ¿cómo puede ser que la gente no tenga un alto nivel de
consumo? Las respuestas a estas preguntas que casi nunca nos hacemos están por todas partes:
¡Necesitamos ser más competitivos! ¡Necesitamos más doctores! ¡Lo que hay que hacer es darle
computadores a todo el mundo! ¡Necesitamos más deuda…!
Y así, el futuro de sociedades enteras termina determinado por el contexto, carencias y
necesidades vitales de unos pocos, que creen que los demás deberían parecerse a ellos. Hace unos
días pude ver un ejemplo muy inquietante de esto en el documental La doctrina del shock, que a
partir del trabajo de Naomi Klein narra el devenir de las ideas económicas de la escuela de Chicago
(con Milton Friedman a la cabeza) y de algunos de sus efectos a nivel global. Las ideas pueden,
efectivamente, cambiar el mundo. De maneras inesperadas.

Pero el asunto no tiene que ser tan espeluznante. Piense simplemente en que personas del primer
mundo con gran presencia en línea con frecuencia provienen de contextos con condiciones de vida
mucho mejores que las de la mayor parte de la población latinoamericana, tanto en cuanto a los
lugares en los que habitan como en cuanto a sus condiciones profesionales, económicas y
laborales. En términos más simples, sus preocupaciones son otras. Y cuando las preocupaciones y
las necesidades básicas están resueltas, es posible dedicarse a otro tipo de búsquedas.

Al final, todo esto importa porque aplica igualmente para cada uno de nosotros. ¿Por qué creemos
lo que creemos? ¿Por qué pensamos lo que pensamos? ¿Será que las ideas del conectivismo
resuenan en mi porque además de hijo único soy bastante independiente? ¿Mis búsquedas
personales tratan de compensar alguna carencia, o son parte genuina de un proceso de
individuación? En esa medida, ¿hasta qué punto lo que pienso y lo que hago es de utilidad para
otros?

Esta última pregunta tiene dos caras. Si se trata de mi presencia en línea, aplica lo que hace
tiempo decía Gardner: las personas interesadas se identificarán a sí mismas. Pero si se trata del
diseño de experiencias de formación docente el asunto se complica un poco, pues hay una
responsabilidad tangible en el tipo de cosas que propongo a los docentes con los cuales trabajo.

A este punto, lo que importa aquí es cuidar que otras personas no terminen atrapadas en mis
propias búsquedas, sino que tengan una estructura de base que les permita cuestionar su propia
realidad y abordar sus propios caminos. Mirando hacia atrás, creo que es lo que he estado
tratando de hacer desde hace tiempo.

Lo que hace retador esto es que no tiene que ver con contenidos ni con competencias. O al menos
no de manera directa, pues podemos argumentar que cada elección de un contenido, de una
competencia o de una actividad es un reflejo de una perspectiva acerca del mundo propia del
diseñador, o en la que este actúa como caja de resonancia de otros intereses o necesidades que
pueden ser totalmente personales (pero con frecuencia ‘invisibles’ para el mismo individuo).

Así que lo que tenemos aquí es un componente más del ‘crap detector’: mantener las alertas
puestas en los contextos de los cuales provienen las ideas que nos seducen, y hacer una
introspección permanente que nos permita (hasta donde sea posible) identificar cuáles son las
búsquedas y conflictos personales que nos definen, y que no tenemos derecho de imponer a otros
en nuestras actuaciones profesionales.

Nada nuevo. El proceso de descubrir quiénes somos en realidad sigue siendo la tarea más difícil de
nuestras vidas. Sobre todo en un mundo y una época en los que podemos pasar toda la vida sin
pensar en ello.

Diego Leal

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