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Dios!... Fue entonces cuando descubrí la razón de las penas presentes: descubrí que en mi
trabajo en vez de tratar de agradar sólo a Dios, hacía años que estaba mendigando la alabanza de
los hombres y a la búsqueda constante de alguien que me pudiese ver, apreciar, aplaudir, y
llegué a esta conclusión: hay que comenzar una vida nueva ya aquí, y trabajar buscando sólo a
Dios!”
En la ventana había una planta de ciclaminas, después un corredor y algunos curas que
meditaban píamente y más allá un crucifijo, un querido y venerado crucifijo que me
recordaba años preciosos e inolvidables; y la mirada cargada de lágrimas se detuvo allí,
a los pies del Señor. Y me parecía que el alma se alzase y que palabras de paz y de
conforto descendieran de aquel corazón traspasado, y me invitasen a subir allá arriba, a
confiarle a Dios mis dolores y a rezar.
La mirada de Dios es como el rocío que fortalece, es como un rayo luminoso que
fecunda y dilata: ¡Trabajemos entonces sin hacer ruido y sin tregua, trabajemos bajo la
mirada de Dios, sólo de Dios!
La mirada humana es un rayo ardiente que hace palidecer los colores más resistentes: en
nuestro caso sería como una flor que habiendo pasado por muchas manos es casi
impresentable. (...)
¡Sólo para Dios! Oh, como es útil y consolador querer sólo a Dios por testigo! Sólo
Dios, es la santidad en su más alto grado! Sólo Dios, es la seguridad mejor fundada de
entrar en el cielo un día.
Oración
¡Oh, Dios mío! Haz que toda esta pobre vida mía sea sólo un cántico de divina caridad
en la tierra, porque quiero que sea -por tu gracia, oh Señor- un sólo cántico de divina
caridad en el cielo. (del Beato Luigi Orione)