Está en la página 1de 1

La lámpara grande y las innumerables lámparas pequeñas

Santa Matilde tuvo una vez la siguiente revelación: Vio al Sagrado Corazón
bajo la figura de una inmensa lámpara en forma de corazón y despidiendo
una claridad muy brillante. De esta gran lámpara pendían innumerables
lamparillas más pequeñas, en forma también de corazón, que simbolizaban
los corazones de los hombres. Gran número de ellas estaban unidas por tres
cadenillas a la lámpara mayor, por lo cual podía fluir mucho aceite de ésta
a aquéllas. Otras muchas estaban unidas sólo por dos cadenas a la lámpara
mayor, y otras, en cambio, por una sola, quedando por esto como invertidas
y sin poder atraer una sola gota de aceite de la gran lámpara. Las tres
cadenillas representaban la fe, la esperanza y la caridad, que son las
virtudes que unen a Dios las almas; las dos cadenillas solas significaban
que aquellas almas estaban unidas a Dios sólo por la fe y la esperanza,
mientras que la cadenilla única representaba la fe sola. Algunas otras
pequeñas lámparas estaban completamente separadas de la mayor y caídas
al suelo, símbolo evidente de aquellos hombres que no tienen siquiera fe,
por lo cual están enteramente separados de Dios. No está, pues, todo
perdido para el hombre mientras tiene fe; pero una vez perdida ésta, todo
está perdido. A esto viene el antiguo proverbio: «Fortuna perdida, gran
ruina; vida perdida, mayor ruina; fe perdida, completa ruina.»

Como una hoja de papel blanco

Estaban dos caballeros conversando, cuando uno de ellos preguntó al otro:


¿Qué fe profesa usted? «Yo no tengo ninguna fe, contestó el otro; en este
respecto, soy como una hoja de papel blanco. El primero, que era un
hombre de sentimientos piadosos, replicó: «En este caso, esté usted muy
atento, caballero, no sea caso que el diablo escriba su nombre en ese
papel.» Estas valerosas palabras conmovieron profundamente al incrédulo,
que no pudo darlas jamás al olvido. En su alma había penetrado en aquel
momento un rayo de la divina gracia. Desde entonces tuvo un interés
creciente por las cosas de la religión y empezó a reanudar las oraciones que
en su infancia aprendiera de labios de su madre. Este hombre era el sabio
Buchenau.

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. I, Ed. Políglota, 5ª Ed., Barcelona,


1941, p. 64-65)

También podría gustarte