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Psicoterapia Grupal en un contexto residencial de

tratamiento de adicciones. El encuentro entre la práctica, la


institución y la teoría.

Autor: Sebastián Santibáñez Ruiz.

Santiago de Chile, octubre 2016.


Psicoterapia Grupal en un contexto residencial de tratamiento de adicciones. El
encuentro entre la práctica, la institución y la teoría.

Resumen: El presente ensayo hará un recorrido por una experiencia clínica en un


contexto de programa residencial para tratamiento de adicciones y la búsqueda de instalar
un espacio de psicoterapia grupal a partir de la demanda de la institución que busca con
cumplir con una atención igualitaria para todos los pacientes. Así mismo, el poder pensar
cual es la labor del clínico frente a esta petición, si es que es posible una psicoterapia grupal
sin las condiciones óptimas y el camino que se recorre para poder responder a esta
pregunta. Así mismo, tomando como base la visión que puede aportar el psicoanálisis al
trabajo clínico, al análisis teórico y la relación entre práctica, teoría e institución.

Palabras Claves: Psicoterapia Grupal, Psicoanálisis, Clínico, Sujeto, Institución

Keywords: Group Psychotherapy, Psychoanalysis, Clinical, Subject, Institution


En las siguientes líneas se abordará la temática de la psicoterapia grupal, más
específicamente, la psicoterapia grupal en condiciones que no son las óptimas y los
obstáculos en su realización, haciendo un recorrido desde la práctica para ejemplificar la
problemática. Esta práctica transcurre en el contexto especifico de un programa residencial
de tratamiento de adicciones y la búsqueda por responder acerca de las condiciones de
posibilidad de una psicoterapia grupal en esas condiciones.
En los programas residenciales para el tratamiento de adicciones (PTR) el trabajo
del clínico gran parte del tiempo toma lugar en un contexto fuera de las paredes de la
atención individual y se traslada al espacio grupal, en un trabajo con el grupo total de
pacientes internados. La cantidad de pacientes con las que se deba trabajar en grupo
depende netamente del tamaño del programa y de la tasa de demanda existente. Es en este
contexto en donde se le exige al clínico que lleve a cabo un espacio de psicoterapia grupal
en el cual participen todos los pacientes residentes de manera obligatoria ya que forma
parte del plan terapéutico. En mi propia praxis me veo enfrentado al tener que realizar un
espacio de psicoterapia grupal para un numero de 32 pacientes, todos con diferentes
características, diagnósticos, origen de ingreso, pudiendo ser personas en situación calle
que fueron derivados desde algún programa calle que los acogió o desde la red de salud
pública, en donde reciben la primera evaluación y posterior derivación, siendo el punto en
común el abuso y dependencia de alguna sustancia.
Una de las exigencias de la institución tiene que ver con que este espacio tome un
carácter central en el tratamiento de los pacientes, definiéndolo como el grueso del proceso
y que debe ser llevado a cabo por los clínicos que trabajen en el PTR. La participación de
los pacientes no queda a libre elección ni tampoco deben pasar por alguna preparación
previa en el contexto individual, ya que, por regla de la institución, toda aquella persona
que ingrese al programa debe participar obligatoriamente de todas las actividades que se
realicen y se encuentren programadas. Entonces uno se encuentra con el panorama de que
los 32 pacientes que asisten a psicoterapia grupal, lo hacen de manera obligatoria y por qué
es parte de la programación.
Es así el contexto a grandes rasgos en el que se debe desarrollar lo que la institución
llama como psicoterapia grupal y que pone al clínico a cargo como el especialista. Entonces
aparece un problema a nivel teórico y práctico, ya que una psicoterapia grupal,
habitualmente participa un número mucho más reducido de integrantes, los cuales pasan
por un trabajo individual anterior y en donde se evalúa si estos se beneficiaran de un
contexto grupal, para así proponérselo, que ellos manifiesten si están de acuerdo y desde
ahí dar el pase. Así mismo, dependiendo de las características del grupo que se quiera
llevar a cabo es como se dará la dinámica; si es que este es un grupo abierto o cerrado, con
participantes homogéneos o heterogéneos, si es que habrá una continuación del trabajo
individual paralelamente o no. Esto en el ideal teórico y en lo posible en lo práctico, pero
tomando en cuenta el contexto del PTR y su forma de funcionar, se observa que estos
criterios se vuelven imposibles de cumplir. Para empezar, los pacientes apenas ingresan
deben comenzar a participar de la llamada “psicoterapia grupal”, no existe un trabajo previo
la gran mayoría de las ocasiones, no hay claridad de la demanda desde la persona más que
un pedido para que lo ayuden a dejar de consumir. A primera vista parece claro que no se
cumplen las condiciones mínimas para realizar este espacio, de todos modos, la institución
lo exige y como clínico que trabaja en la institución se debe cumplir con este mandato de
alguna forma.
Volviendo entonces a la práctica del clínico, más específicamente a mi propia
práctica, es que este espacio es llevado a cabo en un intento de realizar algo similar a la
psicoterapia grupal como se le conoce. Al grupo habitualmente asisten los 32 usuarios, pero
siendo esto en si problemático, ya que como se mencionó anteriormente, no existe mucha
voluntariedad, por lo cual muchos demoran su ingreso al espacio. El tema de la adicción es
el común del grupo, funciona como un grupo continuo en el tiempo, sin un fin. También
toma el carácter de grupo abierto, ya que existe constante rotación de los pacientes,
pudiendo ser que los que están presentes en una sesión no sean los mismos que están
presente en la próxima. Aun así, el espacio es llevado a cabo y aparece la problemática de
la demanda, el poder volver la demanda de la institución en la demanda del sujeto,
“Servirnos de esa demanda de evaluación, pero no respondiendo con el protocolo, si no
apostando la escucha de ese sujeto” (Greisser, p. 24, 2012). Es esta la primera apuesta,
hacer de esa obligación de asistir a la psicoterapia grupal una escucha del sujeto y así
también de su síntoma, que este pueda aparecer en el contexto grupal. Se apuesta a la
aparición del síntoma como la manera de que pueda realizarse un trabajo clínico con los
pacientes (Aveggio, 2016).
En este sentido, al comenzar a realizar un intento por rescatar una escucha de los
sujetos, es que comienzan a darse diversos fenómenos habituales en psicoterapia de grupo,
a pesar del tamaño del grupo. Se generan transferencias a nivel grupal, aparece el síntoma
en el discurso de algunos integrantes, así como la aparición de la demanda del sujeto.
Comienza a ponerse en juego el Icc de los participantes a medida que van avanzando las
sesiones, dando a lugar al comienzo de la elaboración de experiencias traumáticas en
alguno de ellos. Se genera las así llamadas transferencias múltiples que:

(…) Desplegadas entre los integrantes de un grupo y su conductor,


entre los diferentes miembros del grupo o sub-grupos, y con el grupo
como un todo, facilitan la elucidación de las experiencias traumáticas
tempranas, y los principios organizadores resultantes de estas (Stolorow,
Branchft y Atwood, 1987, citado en, González, p.161, 2011).

A pesar de este logro, también se comienza a hacer evidente que, debido al tamaño
del grupo, mucho de los participantes comienzan a desaparecer detrás del discurso de
aquellos que eran capaces de alzar la voz, siendo invisibilizados y no apareciendo en ellos
una demanda propia. En una búsqueda de subsanar aquel problema es que se decide en
conjunto a otro colega clínico el dividir el grupo en 2, como una manera de hacerlo más
acorde a los requerimientos propios de la psicoterapia grupal. Es esta búsqueda, el intento
de realizar la psicoterapia de grupo en la institución, quedando 16 usuarios en cada uno de
los grupos. Se opta por realizar esta separación y que aquellos pacientes que se atendían de
manera individual con uno de los clínicos, asistieran con el otro clínico a psicoterapia
grupal, en un intento de generar un encuadre distinto, un espacio terapéutico distinto, donde
por un lado no se viera vulnerado el vínculo con el terapeuta individual, y por el otro, el
poder generar un espacio donde se desplegara con el grupo el psiquismo, que no fuera un
repetir lo mismo que lo de la terapia individual y se pusiera en juego algo nuevo en este
contexto transferencial con el grupo y así también poder compensar la limitación de que
aún seguían siendo gran cantidad de integrantes para ser una psicoterapia grupal como tal.
Esta nueva modalidad permitió dar cabida a una escucha de los distintos sujetos sin
que se perdieran en el grupo. Comienzan a poner en juego la propia demanda y se genera
un espacio en donde pueden abrir problemáticas traumáticas encontrando en el grupo
cabida y entendimiento. Como refiere Silvia González (2011):

La configuración de grupos homogéneos, por ejemplo pacientes que


han sido víctimas de tortura o persecución política, abuso sexual, etc.,
proveen quizá el único medio donde puedan compartir estas vivencias
traumáticas extremas, encontrar las respuestas empáticas necesarias para
reestablecer la capacidad de integrar y mentalizar dichas vivencias y
repara la confianza perdida en el medio social que les rodea (p. 161)

Entre los miembros del grupo comienza a generarse una dinámica de empatía y
entrega al otro de una vivencia en común, en donde todos habían pasado por situaciones
similares producto de su adicción permitiéndoles reelaborar sus vivencias traumáticas y
posicionarse de manera distinta al espacio.
Sin embargo, siguen existiendo algunos integrantes que muestran resistencias a
participar y abrirse al grupo, que lo siguen sintiendo como una obligación lo que conlleva a
que el espacio no se desarrolle de manera óptima. Del mismo modo, producto a la falta de
un terapeuta nuevamente el grupo debe conformarse con 32 pacientes, ya que las presiones
de la institución no permitían que el espacio se detuviera. Frente a este panorama es que el
espacio comienza a ser reformulado y repensado nuevamente, tomando en consideración
las limitantes del contexto institucional y lo necesario para realizar una psicoterapia grupal
como tal. Se termina optando por espacio psicoeducativo en donde la labor del clínico se
vio reducida a la de un educador que enseñaba el buen manejo de las emociones y la forma
asertiva de comunicarse.
Se presenta como una perdida frente a la demanda institucional, pero también el
reconocer las limitaciones con las que el clínico se enfrenta. De alguna manera este intento
de formulación de un espacio grupal bajo una mirada del psicoanálisis permitió la discusión
y la apuesta por hacer circular un discurso que la institución estaba tapando, el discurso del
sujeto más allá del intento normalizador y poner algo de su malestar en la superficie.
También permite entender la importancia del encuadre y las condiciones necesarias para
realizar una psicoterapia grupal, y que estas no son azarosas, tienen la lógica de generar un
espacio contenedor que permita el despliegue del psiquismo e inconsciente de sus
participantes, que tiene sus tiempos y que también es necesario que permita que aparezca
ahí el síntoma del sujeto. Por lo mismo es importante también poder exponer y reflexionar
este fracaso, este fragmento clínico que nos muestra una búsqueda por no ceder y rescatar
la escucha del sujeto, que permite seguir pensando sobre el quehacer del clínico y como
puede trabajar desde la institución sin ceder a la demanda de esta, el poder movilizar
elementos para poner una lógica distinta en juego que permitió al menos hacerse la
pregunta de si era posible una psicoterapia grupal en un contexto residencial de tratamiento
de adicciones para 32 usuarios, aunque la respuesta a esa pregunta haya sido negativa.
Referencias.

Aveggio R. (2016). Intervenciones Psicoanalíticas en instituciones de salud en Chile. En


Aveggio R. y Araya C.(Comp.), Del motivo de consulta al síntoma en la clínica sin
demanda. (pp. 27 – 45) Santiago de Chile: Ril Editores.

González S. (2011). Psicoterapia Psicoanalítica de Grupos y Vínculos. En Morales G.,


Ortuzar B. y Thumala E. (Comp.), La retraumatización en los procesos psicoanalíticos:
ventajas de la psicoterapia analítica de grupo. (pp. 147 – 170) Santiago de Chile: Orjikh
Editores.

Greiser I. (2012). Psicoanálisis sin diván. Los fundamentos de la práctica analítica en los
dispositivos jurídicos – asistenciales. Buenos Aires: Paidós, pp. 13-64.

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