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A pesar de este logro, también se comienza a hacer evidente que, debido al tamaño
del grupo, mucho de los participantes comienzan a desaparecer detrás del discurso de
aquellos que eran capaces de alzar la voz, siendo invisibilizados y no apareciendo en ellos
una demanda propia. En una búsqueda de subsanar aquel problema es que se decide en
conjunto a otro colega clínico el dividir el grupo en 2, como una manera de hacerlo más
acorde a los requerimientos propios de la psicoterapia grupal. Es esta búsqueda, el intento
de realizar la psicoterapia de grupo en la institución, quedando 16 usuarios en cada uno de
los grupos. Se opta por realizar esta separación y que aquellos pacientes que se atendían de
manera individual con uno de los clínicos, asistieran con el otro clínico a psicoterapia
grupal, en un intento de generar un encuadre distinto, un espacio terapéutico distinto, donde
por un lado no se viera vulnerado el vínculo con el terapeuta individual, y por el otro, el
poder generar un espacio donde se desplegara con el grupo el psiquismo, que no fuera un
repetir lo mismo que lo de la terapia individual y se pusiera en juego algo nuevo en este
contexto transferencial con el grupo y así también poder compensar la limitación de que
aún seguían siendo gran cantidad de integrantes para ser una psicoterapia grupal como tal.
Esta nueva modalidad permitió dar cabida a una escucha de los distintos sujetos sin
que se perdieran en el grupo. Comienzan a poner en juego la propia demanda y se genera
un espacio en donde pueden abrir problemáticas traumáticas encontrando en el grupo
cabida y entendimiento. Como refiere Silvia González (2011):
Entre los miembros del grupo comienza a generarse una dinámica de empatía y
entrega al otro de una vivencia en común, en donde todos habían pasado por situaciones
similares producto de su adicción permitiéndoles reelaborar sus vivencias traumáticas y
posicionarse de manera distinta al espacio.
Sin embargo, siguen existiendo algunos integrantes que muestran resistencias a
participar y abrirse al grupo, que lo siguen sintiendo como una obligación lo que conlleva a
que el espacio no se desarrolle de manera óptima. Del mismo modo, producto a la falta de
un terapeuta nuevamente el grupo debe conformarse con 32 pacientes, ya que las presiones
de la institución no permitían que el espacio se detuviera. Frente a este panorama es que el
espacio comienza a ser reformulado y repensado nuevamente, tomando en consideración
las limitantes del contexto institucional y lo necesario para realizar una psicoterapia grupal
como tal. Se termina optando por espacio psicoeducativo en donde la labor del clínico se
vio reducida a la de un educador que enseñaba el buen manejo de las emociones y la forma
asertiva de comunicarse.
Se presenta como una perdida frente a la demanda institucional, pero también el
reconocer las limitaciones con las que el clínico se enfrenta. De alguna manera este intento
de formulación de un espacio grupal bajo una mirada del psicoanálisis permitió la discusión
y la apuesta por hacer circular un discurso que la institución estaba tapando, el discurso del
sujeto más allá del intento normalizador y poner algo de su malestar en la superficie.
También permite entender la importancia del encuadre y las condiciones necesarias para
realizar una psicoterapia grupal, y que estas no son azarosas, tienen la lógica de generar un
espacio contenedor que permita el despliegue del psiquismo e inconsciente de sus
participantes, que tiene sus tiempos y que también es necesario que permita que aparezca
ahí el síntoma del sujeto. Por lo mismo es importante también poder exponer y reflexionar
este fracaso, este fragmento clínico que nos muestra una búsqueda por no ceder y rescatar
la escucha del sujeto, que permite seguir pensando sobre el quehacer del clínico y como
puede trabajar desde la institución sin ceder a la demanda de esta, el poder movilizar
elementos para poner una lógica distinta en juego que permitió al menos hacerse la
pregunta de si era posible una psicoterapia grupal en un contexto residencial de tratamiento
de adicciones para 32 usuarios, aunque la respuesta a esa pregunta haya sido negativa.
Referencias.
Greiser I. (2012). Psicoanálisis sin diván. Los fundamentos de la práctica analítica en los
dispositivos jurídicos – asistenciales. Buenos Aires: Paidós, pp. 13-64.