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Según criterio personal ¿Cuáles deben ser las estrategias para abordar un plan de

política criminal en Venezuela?

La política criminal, como se conoce hoy, tiene sus orígenes a finales del siglo XIX
(1803) con el alemán Fran Von Liszt quien la definió como "el conjunto sistemático de
principios, con arreglo a los cuales deben organizar el Estado y la sociedad, en la lucha
contra el crimen". Por su parte, Gabaldón, entiende por política criminal “todas las
actividades dirigidas o coordinadas por el Estado para identificar la problemática
delictiva y para adoptar medidas tendentes a minimizar los efectos de la criminalidad.
En otras palabras, se trata de la formulación de políticas públicas para el control de la
criminalidad por parte del Estado”. La política criminal es una política pública orientada
hacia los fenómenos definidos por la ley penal como delitos. Sus estrategias se
orientan a la prevención, control, investigación y sanción de la criminalidad, la
atención a las víctimas y el tratamiento de los condenados. El Estado venezolano a
través de los cuerpos de seguridad respectivos tiene el deber de proteger a los
ciudadanos que se encuentren potencialmente en peligro, garantizando así el derecho
a la vida, esto en concordancia con el mandato constitucional establecido en el
preámbulo de la Carta Magna y su artículo 43, donde señala que el derecho a la vida es
un derecho inviolable, siendo el Estado responsable de la vida de las personas que se
encuentren sometidas a su autoridad. La Declaración Internacional de los Derechos
Humanos aprobada en 1948, recoge los principios de libertad e igualdad que deben
regir a todos los seres humanos, es por esto que especifica en su artículo 3 que toda
persona tiene derecho a la vida, a la libertad y a gozar de seguridad personal. Desde
nuestra normativa legal, es menester recordar que, Venezuela suscribió la Declaración
de los Derechos Humanos que realizó la Organización de las Naciones Unidas y se
comprometió ante la comunidad internacional a hacer efectiva su vigencia, es por esto
que toda la responsabilidad en velar y resguardar el principio fundamental de la vida
recae en el Estado venezolano. Este compromiso queda plasmado en los artículos 43 y
55 de nuestra Carta Magna: Artículo 43. El derecho a la vida es inviolable. Ninguna ley
podrá establecer la pena de muerte, ni autoridad alguna aplicarla. El Estado será
responsable de la vida de las personas que se encuentren privadas de su libertad,
prestando el servicio militar o civil, o sometidas a su autoridad en cualquier otra forma.
Artículo 55. Toda persona tiene derecho a la protección por parte del Estado a través
de los órganos de seguridad ciudadana regulados por ley, frente a situaciones que
constituyan amenaza, vulnerabilidad o riesgo para la integridad física de las personas,
sus propiedades, el disfrute de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes. La
participación de los ciudadanos y ciudadanas en los programas destinados a la
prevención, seguridad ciudadana y administración de emergencias será regulada por
una ley especial (…). Partiendo de esta idea, planear el sistema de justicia penal, no
supone únicamente un marco normativo en función de cifras, tiene que ver además
con calidad de vida, que se apoya en la educación, la salud, la nutrición, el trabajo, la
vivienda, el salario, la recreación, entre otros, es mucho más que la policía, los
tribunales y las cárceles; se trata de investigar, juzgar y sancionar, pero también de
desarrollar al pueblo. Nuestro país no escapa al visible incremento de los índices de
criminalidad, el justificado sentimiento de inseguridad por parte de la colectividad, es
entendible…, si se toma en cuenta que la última estadística oficial de política criminal
en nuestro país de la que se tiene registro data del año 2015. Ya en años sucesivos solo
se dio cabida a planes estratégicos orientados a una prevención delictiva un tanto
soslayada, por decirlo así, ya que solo se les cambiaban los nombres a esos mismos
planes según el ánimo y perspectiva de la realidad política del momento. Aunado a ello
la tendencia gubernamental ha sido emplear una política criminal más represiva que
preventiva, queriendo apaciguar el escenario con sucesivas reformas penales basadas
en la creación de nuevos tipos y la modificación de otros, especialmente en la
agravación de las penas, tanto en el código penal como por medio de leyes especiales.
En efecto, la prevención parece dejarse casi exclusivamente en manos del sistema
jurídico, mientras que la actuación de los cuerpos de seguridad inicia en el momento
post-delictual. Sin embargo la realidad parece mostrar como la teoría de prevención
general ha fracaso, pues la sucesiva cadena de aumentos de penas en las reformas del
código penal y aún con la puesta en vigencia de la ley contra el secuestro y la
extorsión, no ha disminuido el impacto del secuestro como modalidad delictiva. Más
aún, el referido instrumento legal se presenta como una iniciativa de buenas
intenciones, incluso en sintonía con las medidas legales tomadas por otros países de
América Latina, como es el caso de Colombia y México. La desarticulación de los
valores sociales, las condiciones políticas y económicas del país, la ausencia de políticas
claras y definidas, la improvisación y anomalía en el proceso de creación de las leyes y
con ello la falsa representación de un estamento normativo, la imprecisión de cifras, la
carente sistematización de información, el populismo, los problemas carcelarios
(hacinamiento), la excesiva dependencia (horizontal y vertical) de los poderes públicos
respecto al ejecutivo nacional y la falta de coordinación entre los cuerpos de seguridad
por razones eminentemente protagonistas, y una falta de credibilidad de las
instituciones; son solo algunos de los síntomas de la enfermedad que está corroyendo
las instituciones democráticas del Estado. Esto denota en el ciudadano que no existe
remedio para el mal, pues no parecen estar dadas las condiciones para tener un
efectivo control sobre el problema. Sin embargo, la reversibilidad de esta suerte de
hándicap, solo es posible, si se logran resultados concretos contra la criminalidad, que
permitan definir estrategias auténticas, con naturaleza realista, desde la plena
capacidad de los cuerpos de seguridad del Estado, y de la mano del resto de las
políticas públicas del país, que lo impulsen a constituirse en una fuente de
conocimientos certeros y de abierta disposición a la ciudadanía en general, podría
plasmar la definición de una política criminal a largo plazo, donde se logre un objetivo
definido de la lucha contra la criminalidad. Esto sólo revela la importancia de
considerar criterios de política criminal uniformes y coherentes con la realidad
circundante al momento de estructurar y reformar el sistema penal de un país, de ahí
que puede afirmarse que la política criminal es la guía que define los principios que
rigen el derecho penal de un ordenamiento jurídico determinado y claro, que debe
basarse en sus elementos estructurales y no en crisis coyunturales del sistema, pues
una política definida desde esta perspectiva, solo supone un ataque momentáneo del
problema y no su solución –o por lo menos su control– a largo plazo. Y es aquí donde
la confianza hacia las instituciones juega un papel preponderante, pues acerca al
ciudadano y debería tender a inhibir al delincuente. En este sentido, la política criminal
debe ser considerada como una sección de la política social del Estado. Por ello, el
enfrentamiento de los índices de criminalidad, se debe asumir como una política
integral, que comprende, por una parte, la reducción de las desigualdades sociales, el
incremento del nivel de empleo y la atención a los grupos sociales relativamente
pobres y, por la otra, una política específica para la prevención y combate de la
criminalidad y la violencia. Como conclusión final, una sincera y racional
implementación de política criminal, debe permitir a su vez dar a conocer estadísticas
oficiales más precisas a la colectividad, mostrando en una especie de contraloría social,
así como también, las acciones emprendidas por el gobierno para combatir los delitos
en sus diferentes naturaleza, al igual que sus resultados y evaluaciones para establecer
los correctivos, emprender nuevas estrategias y redefinir la política criminal misma.

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