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1) Jean-Bénéigne Bossuet fue un teórico del absolutismo francés que defendió que el poder provenía únicamente del monarca y que este tenía la autoridad divina.
2) A finales del siglo XVII, otros teóricos como Fénelon criticaron el concepto de monarquía absoluta y propusieron dar más poder a la aristocracia y Estados generales.
3) En el siglo XVII, el racionalismo y el cartesianismo representaron un peligro para la iglesia desde la perspectiva de Bossuet, mientras que otros como
1) Jean-Bénéigne Bossuet fue un teórico del absolutismo francés que defendió que el poder provenía únicamente del monarca y que este tenía la autoridad divina.
2) A finales del siglo XVII, otros teóricos como Fénelon criticaron el concepto de monarquía absoluta y propusieron dar más poder a la aristocracia y Estados generales.
3) En el siglo XVII, el racionalismo y el cartesianismo representaron un peligro para la iglesia desde la perspectiva de Bossuet, mientras que otros como
1) Jean-Bénéigne Bossuet fue un teórico del absolutismo francés que defendió que el poder provenía únicamente del monarca y que este tenía la autoridad divina.
2) A finales del siglo XVII, otros teóricos como Fénelon criticaron el concepto de monarquía absoluta y propusieron dar más poder a la aristocracia y Estados generales.
3) En el siglo XVII, el racionalismo y el cartesianismo representaron un peligro para la iglesia desde la perspectiva de Bossuet, mientras que otros como
Jean Benigne Bossuet (1627-1704), preceptor del Delfín y una de las
figuras políticas más representativas del reinado de Luis XIV, convertido en obispo de Meaux, indicó en sus Memorias para la instrucción del Delfín (1670), que el poder provenía únicamente del monarca y éste tenía que ejercerlo de manera que se pusiese de manifiesto su grandeza, desarrollando la dimensión religiosa del absolutismo por derecho divino. A su juicio solo Dios podía cuestionar la autoridad real. Para los teóricos del absolutismo el rey era el representante de Dios y solo a él debía rendir cuentas. El monarca era la ley viviente, y legislaba por medio de ordenanzas, edictos, declaraciones o decretos del Consejo. Bossuet ha sido considerado como el representante más característico del absolutismo francés y por ende del galicanismo. La Declaración de 1682, redactada por Bossuet, fijó las fórmulas definitivas del absolutismo francés. A partir de 1730, La Defensio Declarationis, publicada póstumamente, representó el resumen más completo de todo lo que se había dicho o escrito sobre la autoridad del Papa. Los tratados sobre educación de príncipes tuvieron su continuidad en la obra de Bossuet con su La Politique tirée des propres paroles de l’Escriture Sainte. Pero también a finales del siglo XVII otros teóricos desarrollaron una crítica al concepto de monarquía absoluta. Fenelon, arzobispo de Cambrai, soñó con una monarquía donde la aristocracia recobraría sus antiguas prerrogativas (el poder del rey se vería moderado por Estados Generales y Provinciales); donde los nobles tendrían la mayoría, votando los impuestos y controlando los asuntos (consejos formados por nobles ayudarían al rey en el ejercicio del gobierno); donde se aboliría la venalidad de los cargos y los intendentes quedarían suprimidos; y donde la economía, cuidadosamente dirigida por el Estado, sería esencialmente agrícola. Este programa germinó en el Telémaco de Fenelon (1699) y fue cuidadosamente expuesto en las Tablas de Craulnes, un plan de reformas redactado en noviembre de 1711 (entre otros por Fénelon) para presentarlo al nuevo Delfín y que inspiró hasta el fin del Antiguo Régimen a toda una corriente de oposición hacia la monarquía absoluta. En 1714, Fenelon intentó reconciliar los dos campos con destreza y serenidad en su Carta a la Academia. En realidad, la controversia señaló el fin del equilibrio clásico y preludió el comienzo de una nueva sensibilidad, la ilustrada, reivindicando una idea vinculada al pensamiento escéptico, constituyendo un valor fundamental para la filosofía que estaba por llegar, la de las Luces, la de la Ilustración. Era el concepto de Progreso, en cuya virtud el hombre moderno podía igualarse y superar el paradigma grecorromano. Otro pensador crítico con el Absolutismo fue el francés La Bruyère (1645-1696), que denunció ásperamente como la sociedad de su época estaba dominada por el poder del dinero. Vauban reclamó una profunda reforma social, mediante la igualdad ante el impuesto. A finales del siglo XVII el cartesianismo, deísmo y racionalismo representaron para la Iglesia un temible peligro que Bossuet, envejecido y, desengañado, pero siempre combativo, denunció con vigor. En 1687 Bossuet escribió una carta al marqués de Allemans, discípulo de Malebranche, denunciando el peligro que el cartesianismo representaba para la Iglesia. Había comenzado años atrás la lucha de los racionales (como los llamaría Pierre Bayle) contra los religionarios. Los más rudos golpes asestados a la religión procedieron de Holanda, tierra de refugio para librepensadores, de donde salían clandestinamente hacia los estados vecinos libros y periódicos. En 1693 Bossuet hacía alusión a una obra del oratoriano francés Ricchard Simon (1638-1712), la Historia crítica de los principales comentaristas del Nuevo Testamento. Pero años antes su Historia crítica del Antiguo Testamento (1678) había fundamentado el método de la exégesis bíblica. Al mismo tiempo, los benedictinos de Saint-Maur y Dom Mabillon (1632-1707) inauguraron sus trabajos de erudición y crítica expurgando la Vida de santos de las leyendas que las recargaban, sentando las bases de una historia eclesiástica con sólidas bases científicas. Richard Simón estudió la Biblia como filólogo, independientemente de la teología y del dogma. Tanto esta obra como las siguientes pusieron en tela de juicio la atribución a Moisés de determinados libros del Pentateuco, suscitando violentas reacciones de católicos y protestantes. Simón fue excluido del Oratorio y sus libros fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos, retirándose a un presbiterio de Normandía y permaneciendo fiel a la Iglesia, mientras continuaba con su labor de exégeta. Iglesia y Estado trabajaron conjuntamente para reprimir cualquier tipo de desviación. Todas las iglesias oficiales aspiraban a imponer modelos de creencias monolíticas (sermones, visitas pastorales, catecismos, instrucción religiosa y actividad de misioneros populares). Las acusaciones se dirigían contra aquellos que pertenecían a los sectores más bajos de la sociedad, originando una caza de brujas. Las procesiones religiosas pronto se adoptaron como ceremonias para preservar a la comunidad tanto de los peligros físicos como de los espirituales. Peregrinar hasta los límites de las parroquias o portar las reliquias a los viñedos se hacían en lugares con fuertes vinculaciones a la religión y lo mágico. Asimismo, se practicaba libremente el exorcismo y se creía que tenía poder sobre las catástrofes naturales inminentes o sobre situaciones sobrevenidas. Fue una época en la que todavía podían dotarse cátedras de astrología en las universidades de Bolonia o Salamanca. Y en la que se podía aceptar una intervención divina favorable para emprender todas las causas habidas y por haber. Era un complejo mundo de paganismo y tradiciones populares que reformistas y contrarreformistas deseaban controlar. A medida que mejoró la eficacia de los mecanismos de control eclesiásticos, el objetivo fue canalizar la piedad popular hacia prácticas parroquiales uniformes. Para esto se establecieron controles constantes sobre la devoción, mediante registros más completos de nacimientos, comuniones, matrimonios y defunciones. Y se llevaron a cabo algunas iniciativas para canalizar las festividades populares y las actividades comunales hacia aquello que pareciese totalmente inofensivo. En 1665 se trató de someter la celebración anual de las fogatas de San Juan a una regulación estatal francesa, por la gran variedad de supersticiones que iban asociadas a sus funciones públicas y festivas. No obstante, el espíritu popular seguía dominado por la veneración de los santos, las imágenes y las reliquias, la celebración de procesiones, las peregrinaciones, y la fe en los milagros. Proliferaron los iluminados y circuló toda una cohorte de charlatanes que invocaban a los espíritus, realizaban cálculos cabalísticos o practicaban la alquimia, la astrología y la quiromancia. Los progresos científicos no habían hecho tambalear estas prácticas tradicionales y la mayoría de los europeos educados vivían en 1700 en un universo mental muy parecido al de sus bisabuelos. En efecto, pese a la oposición de las autoridades eclesiásticas, los campesinos franceses de Bresse siguieron celebrando la noche de San Juan con prácticas que combinaban liturgia católica y costumbres paganas Todavía la generación de las Luces heredaría un mundo sacralizado. En 1700 los europeos tuvieron ante la religión y la religiosidad una respuesta plural y junto a posturas que trataron de conciliar las religiones reveladas con la Razón también se incurrió en el rechazo de estas formas de religiosidad y con especial vehemencia del cristianismo. La creencia en el poder sobrenatural de ciertos hombres o mujeres, capaces de provocar daño por medios mágicos, existió en todas las civilizaciones. Iniciada la persecución en Europa en el siglo XV, la cultura popular incorporó numerosas tradiciones mágicas. Incluso la iglesia consideró la brujería en el siglo XVII como una auténtica amenaza para la sociedad y que habría que reprimir. Alemania, los Países Bajos españoles, Francia e Inglaterra fueron los territorios donde la persecución fue más brutal, teniendo una especial incidencia en los lugares donde habían sufrido las guerras de religión. A mediados del siglo XVII la relativa estabilidad política permitió que estos procesos cesaran. En la práctica las iglesias aplicaban sus preceptos de forma mucho menos exigente de lo que parece. De hecho, en la orientación de los feligreses y en el cumplimiento de la doctrina religiosa sobre cuestiones difíciles como la usura, la contracepción o la observancia de los domingos, los sacerdotes solían mantener una mayor discreción. Muchos se mostraban incluso dispuestos a fomentar la vivencia y las prácticas de la religión popular. En este sentido entre los católicos hubo un acercamiento y un aumento, del uso de las lenguas vernáculas en el culto. En Eslovaquia la Iglesia introdujo el empleo del eslovaco en aquellas partes de la misa que se entendían peor y permitió que participasen los campesinos con sus instrumentos y melodías. La experiencia pastoral del clero, realizada por individuos aislados que deseaban guiar espiritualmente a sus parroquianos, fue mucho más importante que la denuncia de prácticas supersticiosas por parte de intelectuales y algunos miembros de la jerarquía eclesiástica. Es más, no llegaron a suprimirse muchas de las peregrinaciones, cultos o fiestas existentes. En Alsacia siguió habiendo peregrinaciones y antiguos santuarios, como el de Santa Odile (patrona de la región), porque el clero se hallaba muy poco interesado en las ideas de la Ilustración. En este sentido, las críticas de entusiastas y filósofos no carecían de fundamento .
Obras escogidas de Tertuliano: Apología contra los gentiles. Exhortación a los mártires. Virtud de la paciencia. La oración cristiana. La respuesta a los judíos