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LA

IGLESIA
EN LA

La iglesia católica tuvo influencia en todos los órdenes de la vida de la edad medieval. En


el siglo XI Europa era en gran parte cristiana.

La cristiandad vivió una etapa de gran influencia, aunque esta se vio profundamente
afectada cuando en el año 1054, los obispos bizantinos negaron la autoridad del
Papa provocando el llamado cisma de Oriente. Desde entonces, el mundo cristiano europeo se
dividió en dos: Oriente optó por la Iglesia griega ortodoxa, mientras que Occidente se
mantuvo fiel a la Iglesia católica romana como se conoce todavía.

ROL DE LA IGLESIA EN LA EDAD MEDIA

En Occidente, la Iglesia se vinculó estrechamente a la sociedad feudal; la misma Iglesia era


un gran poder feudal, pues poseía la tercera parte de la propiedad territorial del mundo
católico y entre otras cosas, tenía derecho al diezmo, que era le décima parte de las
cosechas de toda la gente.

En la Edad Media, la Iglesia Cristiana tuvo un rol decisivo. Fue la única institución que logró
ejercer su poder a lo largo de una Europa fragmentada políticamente.

La vida cotidiana en la Edad Media y la forma de pensar de nobles y campesinos estaban


muy influenciados por los principios y creencias de la Iglesia Cristiana. Como consecuencia de
esto, las acciones de la gente se hallaban estrechamente ligadas a las normas religiosas.
La Iglesia era al mismo tiempo el centro de la vida intelectual. Desde este rol preeminente,
posibilitó el afianzamiento de una particular interpretación del mundo, diseñado y ordenado
según los designios Dios. Se cristalizó así una mentalidad medieval basada en preceptos
religiosos que perduró durante siglos.

LOS DIFERENTES TIPOS DE IGLESIAS EN LA EDAD MEDIA

Todos los miembros de la Iglesia conformaban el clero, que a su vez se dividía en dos: el
clero secular y el clero regular. El jefe espiritual de todos era el Papa.

EL CLERO SECULAR
El clero secular eran aquellos miembros de la Iglesia que vivían en el mundo, mezclados con
los laicos: el Papa, los arzobispos, los obispos y los párrocos.
Los párrocos eran los que estaban al mando y regulaban pequeños distritos llamados
parroquias. Varias parroquias formaban una diócesis, cuyo jefe era un obispo y varias
diócesis formaban una arquidiócesis, dirigida por un arzobispo.

EL CLERO REGULAR
A partir del siglo VI se organiza en Occidente el clero regular. Sus miembros son aquellos
eclesiásticos que optaron por aislarse del mundo y vivir en monasterios regidos por un
abad. Seguían, además unas reglas específicas. Su regla se basaba en el lema ora et labora,
es decir, reza y trabaja.

En Occidente, el monacato lo inició San Benito de Nursia, quien fundó la orden benedictina,
la cual obligó a sus miembros a cumplir votos de obediencia, castidad y pobreza. La regla
de San Benito fue respaldada por el Papado.

LOS PRINCIPALES MOVIMIENTOS HERÉTICOS DE LA EDAD MEDIA

Los principales movimientos heréticos (aunque no los únicos) que convulsionaron Europa


durante la edad Media fueron los siguientes.

PRISCILIANISMO
El priscilianismo fue un movimiento religioso que se
originó en el siglo IV que recibe el nombre de su
principal predicador, Prisciliano. Esta corriente surgió
como un rechazo a la creciente riqueza y relajación
de costumbres que presentaba la Iglesia de Roma y
defendía que la Iglesia debía volver a la pobreza.
Una de las tesis más revolucionarias que defendía el priscilianismo era que la mujer debía
tener un papel protagonista en el ámbito eclesiástico, debía disfrutar de una amplia
libertad y, además, debía tener autoridad en el contexto cristiano.

El priscilianismo se extendió mucho por la península Ibérica y fue ganando muchos adeptos,
pese a las crecientes medidas de contención que puso en marcha la Iglesia de Roma.
Tanto Prisciliano como sus colaboradores más cercanos fueron excomulgados, pero esto solo
hizo que su influencia continuara creciendo y las autoridades tomaron medidas cada vez más
expeditivas para atajar el problema prisciliano. Tras ser traicionado por algunos de sus
acompañantes, Prisciliano fue ejecutado, la mayoría de sus adeptos más importantes fueron
apresados y el resto de los que profesaban esa religión fueron considerados como herejes,
llegando a sufrir diversas penas como la confiscación de sus bienes o el destierro.

Tomando el alma como elemento principal y negando todo el contacto posible con el mundo
material, los cátaros practicaban el ascetismo y una severa abstinencia de todo lo terreno.
Negaban los sacramentos y crearon una organización propia ajena a la Iglesia y, en buena
medida, también al resto de la sociedad del momento.

En un principio, la Iglesia de Roma organizó misiones para evangelizar estas comunidades


y devolverlas a la ortodoxia, pero dichas misiones no solo no consiguieron su objetivo, sino
que tuvieron que resignarse ante la continua expansión de las ideas cátaras.

Ante tal fracaso, la Iglesia de Roma inició una violenta ofensiva y dio a la lucha contra los
cátaros la condición de «cruzada», presentándolos como peligrosos herejes y convenciendo a
los poderes civiles de los territorios que contaban con mayor presencia de cátaros de que
debían ser exterminados por la fuerza.

LOS HUSITAS

La última de las grandes herejías medievales


antes de la llegada de los movimientos
protestantes fue la de los husitas. La llamada
“iglesia husita” surgió en Bohemia en el siglo
XV y recibe el nombre de su principal ideólogo,
Juan o Jan Hus. Juan Hus, vinculado a la
universidad de Praga, defendía que la Iglesia se
había apartado hacía mucho de los preceptos de
la Biblia, que se había convertido en una
autoridad terrena rica y degenerada y que la
única autoridad a la que debía obediencia era a
la del Libro Sagrado.

Sus críticas constantes a la jerarquía eclesiástica despertaron un importante rechazo entre la


Iglesia de Roma, pero en un principio las autoridades civiles prestaron su apoyo a Juan Hus, que
se hizo con el control de la universidad de Praga y llegó a ser confesor de la reina Sofía de
Baviera. Sin embargo, las posturas de los husitas se fueron radicalizando y, después de que Juan
Hus fuera quemado en la hoguera tras acudir al concilio de Constanza a defender sus preceptos,
estalló una verdadera revolución religiosa y civil en la zona de Bohemia. En 1419 comenzaron las
llamadas revueltas o guerras husitas, en las que el ámbito religioso se unía con graves problemas
de índole civil. Estas guerras se extendieron hasta el año 1434.

LAS PRINCIPALES REFORMAS ECLESIÁSTICAS: LOS CLUNIACENSES Y


LOS CISTERCIENSES

Uno de los aspectos más importantes que evidencian los cambios que atravesó la Iglesia
durante esta época fueron las reformas internas que se llevaron a cabo para adaptarse a
los cambios y para luchar contra los problemas internos que iban surgiendo. Las más
destacadas de ellas (que no las únicas) fueron las reformas cluniacense y cisterciense.

La reforma cluniacense, que empezó a surgir alrededor de los años 909 y 910, tuvo su origen
en la abadía benedictina de Cluny, en Francia. La idea era la de volver a la esencia original
del monacato, luchar contra la relajación de costumbres que se podía apreciar en distintos
ámbitos religiosos y, también, conseguir una cierta independencia frente a los poderes
políticos del momento, especialmente de los señores feudales y de los obispos de la región.
Así, los monasterios cluniacenses se pusieron bajo la protección directa del Papa, sin rendir
pleitesía a ningún otro poder político ni religioso y se erigen como entes prácticamente
independientes en el que el poderoso abad de Cluny controlaba y coordinaba el resto de
monasterios vinculados a esta reforma.

Imponía una rígida disciplina a sus miembros para luchar contra la relajación de costumbres
que se apreciaba en aquella época en muchos ámbitos del clero. Los monjes debían hacer voto
de pobreza, castidad y obediencia, al mismo tiempo que también prometían ser imagen de
humildad y penitencia. En la mayoría de las ocasiones, incluso, se hacía voto de silencio y la
oración y la liturgia llenaban la mayoría de sus vidas.
En el siglo XII, llegó a haber más de 1.500 monasterios cluniacenses extendidos por todo
el continente, antes de que los cambios políticos y religiosos favorecieran su decadencia y su
desaparición final.

La Orden del Císter experimentó un gran desarrollo en el siglo XII de la mano de Bernardo


de Claraval y promulgaba que los monjes debían llevar una vida recogida y basada en el
trabajo, la oración y la ayuda a los peregrinos.

Se instalaban especialmente en zonas deshabitadas o inhóspitas, en busca de un aislamiento


y recogimiento que les acercara más a Dios y les alejara del mundanal ruido. Así lo hacían,
creando unidades prácticamente autosuficientes en las que los monjes trabajaban ayudados
por campesinos que buscaban la protección del monasterio, llegando a tener un gran éxito en
la producción de productos como telas o vinos cuyos excedentes dedicaban al comercio.

La reforma cisterciense fue enormemente exitosa y experimentó una gran extensión,


llegando a contar con más de 700 monasterios y decenas de miles de monjes extendidos
por toda Europa a finales de la Edad Media. Su éxito les llevó a sustituir en muchos ámbitos
de poder a los cluniacenses y se convirtieron en la orden monacal más influyente de la
Cristiandad

Sin embargo, como le sucedió a la orden de Cluny, su alejamiento progresivo de sus propios
principios y su vinculación cada vez más estrecha con el ámbito del poder hicieron que esta
orden entrase pronto en decadencia, aunque nunca llegó a desaparecer del todo.
Ya en el siglo XV, con la irrupción de una nueva forma de religiosidad más vinculada a las
órdenes mendicantes, a la ayuda de los pobres y enfermos dentro de la misma ciudad y al
auge del ascetismo, los cistercienses dejaron de disfrutar de la preeminencia de antaño y se
vieron sustituidos por otro tipo de órdenes como los franciscanos.

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