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Antonio

y la Hojita Viajera
ELENA DRESER
Antonio
y la Hojita Viajera

elena dreser
Ilustraciones de Enrique Martínez
Biblioteca Plan Ceibal

Un escritor llamado Antonio

H ace mucho tiempo, Antonio llegó a un pequeño país. Allí, el campo


estaba cubierto de pasto fino. Había plantas de hojas grandes, flores
perfumadas que asomaban a la luz, pájaros cantores y mariposas danzarinas.

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La lluvia caía con delicadeza sobre las ciudades y los sembrados,


formando hilitos de agua que corrían alegres hasta los arroyos.
Y, cuando la lluvia se despedía, dejaba en el cielo un arco iris de muchos
colores.

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¡Todo lucía bonito, perfecto!... Sólo que los pobladores de ese hermoso
lugar parecían enojados; y los niños... tristes... ¡Casi nadie sonreía!

Antonio se preguntaba por qué, entre tanta belleza, la gente no era feliz.
Y comenzó a investigar. Muy pronto, descubrió algo horrible. ¡Espantoso!
Los niños de aquel país... ¡no tenían libros de cuentos!

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Él sabía que todos los niños del mundo merecen escuchar historias
emocionantes y divertidas. ¡Antonio necesitaba solucionar esa terrible falta!
Claro que él no podía comprar tantos libros... no era rico, todo lo contrario:
era escritor.

Entonces, se le ocurrió una idea. (Porque eso sí tienen los escritores:


ideas) Antonio decidió llenar una simple hoja de papel con cuentos, poemas,
dibujos... ¡Y publicar muchas hojitas iguales, miles, y algunas mandarlas bien
lejos!

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Cada hoja debía ser tan liviana como una pluma que lleva el viento. ¡Así,
la Hojita Viajera volaría a todos los rincones de aquel hermoso país!

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Y como Antonio necesitaba ayuda para cumplir con este sueño, fue a
pedirla al Palacio de Gobierno.

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Allí, contó cómo sería su Hojita Viajera, y hasta dibujó unos cuantos
garabatos sobre el escritorio de un señor muy serio.

Explicó que la hojita costaría poco. Y que todos los niños tienen derecho
a leer cuentos, hasta los que viven muy lejos o son muy pobres. Eso dijo
Antonio.

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Algunos empleados arrugaron la frente; otros movieron la cabeza, como


diciendo: no, no. Pero el señor serio se quedó pensativo, hizo cuentas con
una calculadora, y exclamó:

—¡Jmm!

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Antonio sentía que todos sus sueños se estrellaban contra aquel gran
escritorio...

Y de pronto, el señor serio se levantó de la silla... alzó su dedo índice...


miró a los ojos del escritor... y dijo:

—¡Buena idea!

Antonio suspiró hondo. Y el señor serio mostró todos sus dientes en una
gran sonrisa. ¡Sí! ¡Sabía sonreír!

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Antonio se encargó de los cuentos y de las ilustraciones.

lo demás.
Poco después, ¡nació la primera
Hojita Viajera!

De la imprenta salían montones de hojitas, todas iguales.


Se repartieron en las escuelas, en los mercados, en los hospitales, en los
parques... Algunas se enviaron por correo hasta lugares muy lejanos.

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Y cada una de esas hojas de papel, llena de cuentos, de poesía y de


imaginación, llegó a donde debía llegar: a las manos de los niños de aquel
pequeño y hermoso país.

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Historia de una hoja de papel

E s imposible saber cómo les fue a todas aquellas hojitas.


Aunque sí es posible seguir a una de ellas, la que viajó más lejos.

¡Quién sabe cuántos kilómetros recorrió esta Hojita Viajera para llegar a
su destino: al pueblito más olvidado en el último rincón del país!

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Iba cansada, aturdida y polvorienta en aquella gran bolsa de lona. El


cartero la llevó en bicicleta por un callejón solitario que subía al cerro. Hasta

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La Hojita Viajera se quedó allí, sola, tirada en el suelo...


¡Y de pronto... se escucharon ladridos! La hojita sintió que la olfateaban,
después le pusieron una pata encima... y le acercaron unos dientes muy
grandes, a la vez que le gruñían:

—¡Grrr!

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Y cuando la hoja de papel creía que ya nadie jamás podría leerla...


cuando se preparaba para recibir el mordisco que terminaría con su corta
vida... se escucharon voces que llegaban... ¡Y se abrió la pequeña puerta de la
casa amarilla!

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—¡Mira, mami! —dijo uno de los niños— ¡Llegó nuestra Hojita


Andariega!

—Viajera —corrigió la mamá.

—¿Acaso no es lo mismo? —preguntó la más chiquita.

—Bueno... sí —dijo la mamá—. Es casi lo mismo.


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Los niños corrieron a desplegar la hoja de papel con cuentos y poemas


ilustrados.

—¡Qué bonitos dibujos! —exclamó uno de ellos.

—¡Dámela, dámela! —pedía el otro.

También vino la nena de al lado. Y en la tarde, llegaron los primos.


¡Todos querían leer al mismo tiempo, una esquina cada uno! Hasta el papá
leyó “El soldadito de plomo”.

viaje, pero no sospechaba todo lo que aún le faltaba por recorrer.

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Al otro día, los niños decidieron llevarla nada menos que... ¡a la escuela!
¡Cómo iba de emocionada esta viajera! ¡Era la primera vez que entraba a una
escuela! ¡Y era la primera vez que la miraban tantos niños!

Voló primero por el salón de clases, de un lado al otro.


¡Se mareaba por tantas volteretas!

Luego, en el recreo, revoloteaba de mano en mano: del corredor al patio


y de vuelta al corredor. Hasta que... quién sabe cómo... ¡llegó a la dirección!

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La Hojita Viajera comenzó a temblar de miedo: ¡había armado tanto


alboroto en la escuela!

Entonces, la tomaron con la punta de los dedos (porque a estas alturas,


la viajera ya necesitaba un buen baño).

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La directora preguntó de quién era. Sólo que a esa hora de la mañana, la


hoja de papel ya pertenecía a toda la escuela. Eso dijo la maestra.

La Hojita Viajera sentía vergüenza por andar sucia, despeinada y sin


uniforme. Miraba el armario, tan severo... y se imaginó allí, encerrada para
siempre...

¡Y con la tristeza que les causa el encierro a las andariegas!...


¡Ella no podía permanecer quieta por mucho tiempo!...

También le echaba miradas al cesto de la basura... ¡ya no quería ni


pensar!

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De pronto, no supo cómo, otra vez andaba volando por el pasillo, apenas
sostenida de una orilla por los dedos de la linda maestra.

Salió al patio. Brillaba el sol. Y muchas manos gordas se estiraron a


su encuentro. Todos querían leerla, ver sus dibujos... y después... dejarla volar
libre por las alturas.

Y ella contenta de llegar a todos los niños: a quienes tenían libros y a


quienes no tenían, a quienes sabían leer y a quienes estaban por aprender.

La Hojita Viajera siguió volando hasta el último rincón del cerro y de la


playa, a cualquier lugar donde vivían esos maravillosos niños que deseaban
leer para llenarse de luz el corazón.

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El país de la alegría

A quel pequeño y hermoso lugar... ¡por fin, se convirtió en un país risueño!


Y todo, gracias al genio de un escritor llamado Antonio. Claro, y también
gracias al señor serio que lo ayudó con la Hojita Viajera.

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las plantas de hojas grandes, se escondían los duendes escapados de los


cuentos.

Hasta los pájaros cantores eran más musicales que antes. Y las
mariposas danzarinas abrían y cerraban sus alas, como se abren y cierran las
páginas de los libros.

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La Hojita Viajera fue sólo el comienzo. Muy pronto, también hubo libros
con historias emocionantes y divertidas. Todos los niños podían escuchar
cuentos, novelas y poemas.

Y aquel pequeño y hermoso lugar se cubrió de magia. Tanto, que ahora


lo llaman: el país de la alegría.

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