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1.

Las cosas de casa, un cuento infantil sobre el respeto a los demás

Érase una vez una niña que vivía con sus padres y su mascota.
Un día al salir de casa, cerraron la puerta de la calle y la televisión empezó a hablarle a las estanterías del
salón.
- ¡Qué aburrimiento! A mí me tienen todo el día encendida - dijo la televisión.
- Pues tú no te quejes - dijo la estantería -. A mí me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de
encima.
- Pues anda que a mí - dijo el sofá -. Yo tengo que estar aguantando su peso y sus brazos.
- Yo, que soy una mantita, tengo todo el día al perro encima.
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2. Cuento sobre las quejas constantes: El hombre sabio
Las gentes venían de muy distintos lugares, quejándose de los mismos problemas una y otra vez. El
hombre, harto de la actitud de queja de todas las personas, un buen día decidió contarles un chiste. Al
terminarlo, todos rieron a carcajadas. 
Un par de minutos después, volvió a contarles el mismo chiste, pero en esta ocasión solo unos pocos
sonrieron. 
Y, por tercera vez, decidió contar el mismo chiste, pero en esta ocasión, nadie se rió. 
El hombre sabio sonrió y dijo:
"Si no puedes reírte del mismo chiste una y otra vez, entonces, ¿por qué siempre te quejas por el mismo
problema?
Moraleja: quejarse no resolverá tus problemas, solo perderás tiempo y energía.
3. Cuento sobre el defecto de ser avaro: El rey midas

Había una vez un rey muy bueno que se llamaba Midas. Sin embargo, este rey tenía un defecto: que
quería tener para él todo el oro del mundo.
Un día el rey Midas le hizo un favor a un dios. El dios le dijo:
- Lo que me pidas te concederé.
- Quiero que se convierta en oro todo lo que toque - dijo Midas.
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4. Cuento sobre el valor del esfuerzo: Los tres cerditos
Había una vez tres cerditos que eran hermanos. Su vida podría ser tranquila y feliz, de no ser por el lobo
feroz, que siempre que tenía hambre intentaba comérselos.
- Construiremos una casa, así podremos meternos dentro cuando venga el lobo y estaremos a salvo de
sus fauces. - dijo el mayor de ellos.
A los otros dos les pareció una buena idea, y se pusieran manos a la obra, cada uno construyendo su
casita.
- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad .
Terminaré muy pronto y podré ir a jugar.
El hermano mediano decidió que su casa sería de madera:
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores, - explicó a sus hermanos - construiré mi
casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar.
Termina de leer el cuento de los tres cerditos
5. Cuento sobre la sinceridad: Pedro y el lobo

Érase una vez un pequeño pastor llamado Pedro que se pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y
cuidando de sus ovejas en el campo de un pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, él hacía
siempre lo mismo. Salía a la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo.
Muchas veces, mientras veía pastar a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse.
Como muchas veces se aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió
que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía por allí cerca. Se acercó y
empezó a gritar:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!
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6. Cuento sobre el respeto a las diferencias: El patito feo
Bañada de sol se alzaba  una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso. En aquel una
pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto,
que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.
Al fin los huevos se abrieron uno tras otro.  ¡Pip, pip!, decían los patitos conforme iban asomando sus
cabezas a través del cascarón.
-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron,
dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas.
-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.
-Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto - dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa.
Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. 
Por fin se rompió el huevo. ¡Pip, pip!, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y
feo que era, y exclamó:
-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros.
Sigue leyendo el cuento del patito feo
7. Cuento sobre el valor de la amistad: El león y el ratón

Érase una vez, un ratón que iba caminando muy distraído cuando, sin darse cuenta, se encaramó por el
lomo de un león que andaba echándose la siesta. El león, que comenzó a notar unas leves cosquillas, se
rascó pero... al pasar la zarpa por su lomo, notó algo extraño: 
- Pero, ¿qué es esto?- dijo sorprendido atrapando al pequeño ratón entre sus garras y acercándoselo a la
cara.- ¡Mmmmm, qué suerte tengo, la comida viene a mi hoy!
Pero cuando iba a abrir sus fauces para comerse al pequeño ratón, el pequeño animal que sorprendido y
aterrado comenzo a temblar, se atrevió a decir:
- Señor león, no sabía que estaba sober usted, tiene que perdonarme iba despistado. Sálveme la vida y
quizás, algún día, pueda yo salvar la tuya.
Sigue leyendo esta fábula sobre la importancia de la amistad y de la solidaridad: El león y el ratón
8. Cuento infantil sobre la perseverancia: La reina de las nieves

Érase una vez, un malvado mago que creó un enorme espejo capaz de reflejar todo aquello que era
bueno y hermoso como algo feo y corrompido. Para conseguir que este hechizo tuviera efecto en gentes
muy distintas, el mago llevó su espejo por todo el mundo, hasta que, unas aves intentaron llevarlo al
cielo. Durante el velo, el espejo se iba volviendo cada vez más pesado hasta que, finalmente se escapó de
entre sus garras estrellándose contra la Tierra y rompiéndose en cientos de pequeños pedazos. El espejo
se volvió así más peligroso ya que, esos fragmentos se incrustaron en los ojos de las personas haciendo
que todo lo que veían, se volviera gris y desagradable. Y peor aun, algunos fragmentos quedaron
alojados en sus corazones, volviéndose fríos como el hielo.
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9. Cuento sobre el valor de la empatía: ¿Qué es más bonito que las pecas?

Una anciana y su nieto, con la cara salpicada de brillantes pecas, decidieron pasar el día en el zoológico.
Muchos niños esperaban en fila para que un artista local les pintara las mejillas y las decorara con patas
de tigre.
 
- ¡Tienes tantas pecas que no hay lugar para pintar!, dijo una niña que esperaba en la fila. 
 
Avergonzado, el niño bajó la cabeza. Su abuela se arrodilló a su lado y le dijo:
- Me encantan tus pecas. Cuando era una niña siempre tener quise pecas, dijo, mientras pasaba el dedo
por la mejilla del niño. Las pecas son hermosas.
El chico levantó la vista
- ¿En serio?
- Por supuesto, dijo la abuela. ¿A que no se te ocurre nombrar una cosa más bonita que las pecas?
 
El niño pensó por un momento, miró intensamente a la cara de su abuela y susurró suavemente:
- Arrugas.
10. Cuento sobre la gratitud: El niño ciego
Un niño ciego estaba sentado en los escalones de un edificio con un sombrero a sus pies. Levantó un
cartel que decía: "Estoy ciego, por favor, ayuda".
Solo había unas pocas monedas en el sombrero, la gente pasaba con prisa y no prestaba atención al niño. 
Hasta que un hombre, sacó algunas monedas de su bolsillo, las dejó caer en el sombrero y tomó el
letrero, le dio la vuelta para escribir algunas palabras.
Luego volvió a poner el letrero en la mano del niño para que todos los que pasaran pudieran leer el
nuevo mensaje.
Pronto el sombrero comenzó a llenarse. Mucha más gente le estaba dando dinero al niño ciego.
Esa tarde, el hombre que había cambiado el letrero volvió a ver cómo estaban las cosas.
El niño reconoció sus pasos y preguntó:
- ¿Fuiste tú quien cambió mi letrero esta mañana? ¿Qué escribiste?
El hombre dijo:
- Solo escribí la verdad. Escribí: Hoy es un día hermoso, pero no puedo verlo.
Ambos letreros decían la verdad. Pero el primero afirmaba que el niño era ciego, mientras que el
segundo recordaba a todos los caminantes que debían estar agradecidos porque podían ver. 
Cuento infantil. Orejas y Rabito

Un precioso cuento que habla del perdón

Hace muchos años en un bosque verde y lleno de hermosos árboles, plantas y flores, vivía Orejas
comiendo y disfrutando todas las zanahorias que cultivaba para él y su familia.

Un día Orejas como de costumbre salió a buscar sus alimentos, sus preciadas zanahorias, pero algo
raro sucedió, no encontró ni una sola zanahoria, ni grande ni chiquita.

Cuento sobre el valor de compartir 

¡Quizás vine muy lejos!, exclamó Orejas, y decidió entonces ir al prado más cercano que él conocía
y al cual algunas veces acudía en busca de alimento, pero allí tampoco había ni una sola zanahoria,
ni muy fresca ni muy madura.

Ya había atardecido y Orejas no había podido encontrar la respuesta a tan insólito acontecimiento
'Será mejor que pida ayuda', dijo. Fue entonces que apareció Rabito, un blanco y hermoso
conejo de abolengo, luciendo una inmensa panza, ¡rebosante de felicidad!

- ¡Hola! - ¡Soy Rabito!

- ¿Quién eres tú? - ¿Qué haces por aquí? Ante tantas preguntas Orejas estaba desconcertado y
muy enojado, yo diría que nunca había visto a un conejo tan molesto como éste. Pero le contestó:

- Soy Orejas y vivo en este bosque desde hace mucho tiempo y aquí cultivo el alimento para mi
familia, pero hoy extrañamente desaparecieron todas las zanahorias que con mucho esfuerzo
cultivé durante bastante tiempo. ¿Sabes algo tú?, le preguntó a Rabito.

- Yo, je, je, je, yo no sé na, na, na, nada de nada, y será mejor que de una vez yo me marche
llevando este encargo de mi familia. Además son pu, pu, pu, puras pelusas, dijo Rabito, muy
nervioso.

- Está bien, pero no te enfades, contestó Orejas. Y Rabito siguió su camino. Caminó largo rato,
pero su conciencia pesaba más que la bolsa que llevaba, decidió regresar y confesar la verdad a
Orejas.

Cuando volvió encontró a Orejas muy triste así que le confesó toda la verdad:

- Orejas yo fui quien recogió todas tus zanahorias, es que tengo una gran familia, muy numerosa y
no me quedó otro remedio. Orejas, que tenía buen corazón, decidió perdonar a Rabito, y además
le invitó a que viniera a vivir con su familia, y que trabajasen juntos.
Desde entonces Orejas y Rabito viven muy felices comiendo zanahorias todos los días.

FIN

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