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DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS IDEAS

Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS
2.a edición
Alberto A. Makinistian

EL ALEPH
DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS IDEAS
Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS
DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS IDEAS
Y TEORÍAS EVOLUCIONISTAS

Alberto A. Makinistian
MAKINISTIAN, Alberto A.
Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas / Alberto A. Makinistian.
— 2ª ed. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 2009
319 p. ; 22 cm. — (El Aleph ; 3)
Bibliografía: p. 299-308. — ISBN 978-84-92774-07-4
1. Evolucionismo–Historia
575.8(091

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© Alberto A. Makinistian
© De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza
2.ª edición, 2009

Colección El Aleph, n.º 3


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A mi madre
A mi esposa
A mis hijos
¿Negar que la Tierra da vueltas alrededor del Sol porque
dicen que Josué dijo: Párate, sol y se paró?… ¿Afirmar la exis-
tencia de un diluvio universal contra todos los principios de
la ciencia moderna, porque así nos lo han contado?… ¿Negar-
nos el derecho que tenemos de estudiar qué es lo que hay de
cierto en el transformismo, porque de chiquitines nos dijeron
que el hombre fue formado con barro?… ¿Negar rotunda-
mente la gran antigüedad del género humano, porque la tra-
dición hebraica —y tan solo la hebraica— nos dice que solo
tiene seis mil años de existencia?… ¡No! ¡No! ¡Mil veces no!…
Vuestras palabras son inútiles, vuestros trabajos estériles, vues-
tros dilemas vanos y vuestros esfuerzos impotentes!
La humanidad ha marchado siempre a pasos más o
menos lentos hacia el progreso, pero se prepara a seguir esa
marcha en el porvenir a verdaderos pasos de gigante; y todas
las trabas reunidas que los oscurantistas quieran oponerle a su
paso, no producirán más efecto que el que causaría un dimi-
nuto grano de arena puesto sobre los rieles de una vía férrea,
con el objeto de detener la marcha de una locomotora lanza-
da a todo vapor.

Florentino Ameghino (1947), tomo 1, introducción, París,


enero de 1880
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Este libro sobre el desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas,


escrito de una forma muy objetiva y clara por mi colega y amigo Alberto A.
Makinistian, pone de manifiesto los importantes aportes a la teoría de la evo-
lución de Darwin, efectuados entre otros famosos paleontólogos por Simpson,
como proponente de la teoría sintética y por Eldredge y Gould de la teoría pun-
tuacionista de la evolución. Además, a modo de conclusión, considera necesa-
ria la realización de una nueva síntesis y reproduce las afirmaciones de otros
dos paleontólogos, Devillers y Chaline, abogando por rejuvenecer y enriquecer
la teoría sintética con todos los nuevos datos que las múltiples disciplinas afec-
tadas por el fenómeno evolutivo no cesan de aportar. Como micropaleontólogo
me satisface constatar que actualmente se valore tanto la contribución de la
paleontología para documentar una teoría tan trascendente y que constituye el
paradigma unificador de la biología.
Los paleontólogos desarrollamos nuestra labor en un campo intermedio
entre la biología y la geología. La mayoría nos hemos formado en las facultades
de ciencias geológicas, al especializarnos nos hemos visto obligados a estudiar
muchos aspectos biológicos y lo hacemos estimulados por su enorme interés. La
paleontología es un área de conocimiento de tipo biológico, ya que la biología se
puede dividir en neontología, que estudia los organismos actuales, y paleontolo-
gía (paleobiología), que estudia los organismos que vivieron en el pasado a través
de los fósiles. En este sentido, generalmente hacemos investigación tanto dentro
del paradigma evolucionista como del de la tectónica de placas, que es el para-
digma central de la geología. Lo que nos suele «dar de comer» a la mayoría de
los paleontólogos son las aplicaciones geológicas, pero no podemos olvidar las apli-
caciones biológicas de la paleontología en el relevante campo de la evolución.
12 Prólogo a la primera edición

El desarrollo de la paleontología ha permitido documentar el hecho de la


evolución, ya que los fósiles al quedar registrados constituyen el principal docu-
mento fáctico. Sin embargo, Darwin no pudo apoyarse mucho en el registro
fósil para fundamentar su propuesta de que la evolución era un proceso gra-
dual y pensó que era debido a la imperfección del registro fósil. Desde enton-
ces los paleontólogos se han afanado en buscar series evolutivas y así la teoría
sintética se pudo apoyar más en el registro fósil cuando Gaudry, Marsh, Simp-
son, etcétera, pusieron de manifiesto diversos ejemplos que documentaban el
proceso evolutivo. Los paleontólogos volvieron a tener protagonismo desde
1972, cuando Eldredge y Gould propusieron el equilibrio intermitente como
modelo alternativo al gradualismo filético. Esto fue posible porque el registro
fósil ya se conocía mejor y se pudo constatar que aporta una serie de datos que
contribuyen a conocer todo lo relacionado con tasas, tendencias y pautas evo-
lutivas. Además, todo lo referente a la filogenia, permitiendo documentar
cómo eran y cómo se sucedieron los seres vivos a lo largo del tiempo; es decir, el
curso de la evolución. Este es un aspecto fundamental para la evolución del que
carecen los neontólogos, ya que solo estudian la época actual y no pueden cons-
tatar cuáles han sido las modalidades del proceso evolutivo a lo largo de la his-
toria geológica de la vida.
Darwin fue un gran científico naturalista que se adelantó a su tiempo
proponiendo el verdadero mecanismo de la evolución. Por entonces aún no
había nacido la genética y la paleontología estaba aún en sus albores, que son
las dos disciplinas que le hubieran permitido completar los principales aspec-
tos de su teoría. En el último siglo la genética ha avanzado mucho y ha per-
mitido confirmar y completar muchas de sus hipótesis de tipo microevolutivo.
La paleontología ha avanzado bastante y está contribuyendo a documentar los
aspectos macroevolutivos. Sin embargo, es verdad que el registro fósil tiene
muchas limitaciones y es imperfecto, aunque no tanto como creía Darwin. Los
fósiles de mayor tamaño suelen ser escasos y se acumulan en determinados nive-
les, pero los microfósiles son extraordinariamente abundantes y tienen un regis-
tro muy continuo, lo cual unido a su pequeño tamaño permite hacer muestreos
muy detallados y así alcanzar una gran precisión temporal. La micropaleon-
tología, que se desarrolló a principios del siglo XX debido a su gran aplicación
en la industria petrolera, estuvo muy centrada en las aplicaciones geológicas y
los primeros evolucionistas no se pudieron apoyar en ella. Sin embargo, recien-
temente los microfósiles están permitiendo establecer filogenias muy completas
y conocer las modalidades o patrones evolutivos, si bien aún queda mucho por
Prólogo a la primera edición 13

descubrir. Un buen ejemplo lo constituye la investigación multidisciplinar


sobre el origen de la vida, tema en el que los microfósiles (bacterias, cianobac-
terias, acritarcos) desempeñan un papel fundamental documentando cómo y
cuándo surgieron los primeros organismos. Otro buen ejemplo lo constituye la
investigación sobre el evento del límite Cretácico/Terciario, hace 65 millones
de años, en el cual los microfósiles han permitido establecer el patrón catas-
trófico de extinción con mayor facilidad y precisión que los fósiles más grandes
(dinosaurios, ammonites, etcétera).
En definitiva, los microfósiles permiten documentar muchos aspectos evo-
lutivos. Los más optimistas creen que los microfósiles pueden llegar a desempe-
ñar un papel similar al que la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster)
ha desempeñado en el área de la genética. Probablemente no se llegue a tanto,
porque generalmente solo fosilizan las partes duras y porque no podemos expe-
rimentar al modo que lo hacen los neontólogos. En este sentido, es la natura-
leza la que ha realizado los experimentos por nosotros y se trata de observar e
interpretar lo ocurrido en todo lo relativo a los aspectos macroevolutivos. Al res-
pecto queda mucho por hacer y ahora, que la Micropaleontología está menos
condicionada por las aplicaciones petroleras, los investigadores de las Univer-
sidades deberían dedicarse más a los aspectos evolutivos.
Algunos lo intentamos aunque nos apremie la solución de problemas geo-
lógicos (bioestratigráficos, cronoestratigráficos, paleoecológicos, etcétera) dado
que desarrollamos nuestra labor en departamentos geológicos. De aquí la apa-
rentemente inusual colaboración con Alberto Makinistian del Departamento
de Bioantropología y Evolución de la Universidad Nacional de Rosario. Ahora
bien, los paleontólogos de formación geológica debemos colaborar con antropó-
logos y otros neontólogos para poder fundamentar de una forma interdiscipli-
nar nuestras investigaciones sobre aspectos evolutivos. Nuestra colaboración ha
sido bastante fructífera, ya que Alberto es un buen investigador y, sobre todo,
un excelente profesor. Nuestro contacto se inició hace casi una década cuando
él me propuso colaborar después de haber leído un libro sobre Origen y evo-
lución del Hombre que yo había editado. Me envió sus publicaciones y entre
ellas su libro El proceso de Hominización que había publicado en 1992.
Inmediatamente le propuse participar como profesor invitado en mi curso de
doctorado sobre Evolución, extinción e implicaciones pseudocientíficas.
Fruto de esta colaboración fue su participación en otros dos libros editados por
mí: Evolucionismo y racionalismo y Avances en evolución y paleoantro-
Prólogo a la primera edición 14

pología. Además, dio varias conferencias en Zaragoza y otras ciudades espa-


ñolas, ya que nuestros colegas se percataron de sus extraordinarias cualidades
de conferenciante y por eso lo invitaron y lo siguen invitando.
En el marco de esta colaboración tuve la satisfacción de poder impartir
un curso de doctorado sobre evolución en la Universidad de Rosario y una con-
ferencia sobre las implicaciones pseudocientíficas. Este es un tema que siempre
nos ha preocupado a ambos por lo que hemos tratado de hacer divulgación
científica, intentando combatir los ataques de los creacionistas «científicos».
Actualmente, los únicos que se oponen frontalmente al hecho de la evolución
son estos pseudocientíficos que se autocalifican de científicos, pero que no lo son
ya que basan sus ideas en la interpretación literal de la Biblia. Desde la época
de Darwin los evolucionistas han puesto de manifiesto que no es necesario ape-
lar a causas sobrenaturales para explicar el hecho evolutivo y esto ha llevado a
una gran transformación de la sociedad. En el momento actual, resulta evi-
dente que en los ambientes cultos el hecho de la evolución es generalmente acep-
tado, existe una clara separación entre ciencia y religión y la comunidad cien-
tífica discute principalmente los detalles del mecanismo y de las modalidades
de la evolución. Sin embargo, los fundamentalistas religiosos, especialmente
ciertas sectas protestantes, no cesan de atacar el paradigma de la evolución,
habiendo logrado que en muchas escuelas y colegios de EE. UU. se prohibiera
su enseñanza. El fanatismo religioso en otros países ni siquiera se preocupa por
el debate, sencillamente impone sus particulares ideas creacionistas como ocu-
rre con los musulmanes fundamentalistas, los cuales propugnan que la socie-
dad sea regida por la ley islámica basada en el Corán y en algunos países lo
han conseguido. Analizar las implicaciones pseudocientíficas le hubieran per-
mitido a Alberto duplicar el número de páginas de su libro, pero con buen cri-
terio casi las ha ignorado, ya que aunque algunos lo pretendan, sus ideas no
son científicas y este es un libro de un gran rigor científico. Sin embargo, este
excelente libro puede ser muy útil para combatir la ignorancia, contribuyendo
a la difusión de las ideas y teorías evolucionistas, tanto entre el público en gene-
ral como en la enseñanza en los colegios y Universidades.
Eustoquio MOLINA MARTÍNEZ
Departamento de Ciencias de la Tierra
Universidad de Zaragoza

Enero de 2004
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

En pocos años se ha agotado la primera edición y es una gran satisfacción


poder escribir este nuevo prólogo. Alegra constatar que un libro de alta divul-
gación científica sobre el Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolu-
cionistas, tenga éxito y haga necesaria una segunda edición. La mayoría de los
libros científicos no agotan la primera edición a pesar de que sus autores rega-
len gran parte de los ejemplares. La buena distribución de Prensas Universita-
rias de Zaragoza puede haber contribuido mucho a la venta de este libro, pero
lo más determinante del éxito alcanzado parece ser la calidad y el interés de su
contenido, así como el prestigio de su autor Alberto A. Makinistian.
Si bien la primera edición era muy rigurosa y estaba muy cuidada, el con-
tenido de la presente edición ha sido ampliado y exhaustivamente revisado.
Efectivamente, se puede apreciar un incremento en el número de citas a pie de
página y en la bibliografía consultada, además de que la nueva edición cons-
ta de once capítulos en lugar de los diez anteriores, ya que, en lo que respecta
a Darwin, se ha incorporado material suficiente para transformar los dos capí-
tulos anteriores en tres. En cuanto a la revisión del texto anterior, observamos
que el autor ha efectuado buena cantidad de retoques, correcciones y modifi-
caciones, en beneficio del lector.
El estilo en que está escrito el libro es muy claro y riguroso, utilizando fre-
cuentemente la cita literal de párrafos originales, lo cual evita la distorsión de
las ideas y teorías históricas. Además, el libro comprende desde la Antigüedad
hasta la actualidad, sin eludir algunos temas polémicos que el autor zanja con
gran objetividad. Alberto A. Makinistian es un prestigioso profesor de la Uni-
versidad Nacional de Rosario (Argentina) que también destaca por ser un
16 Prólogo a la segunda edición

excelente conferenciante y divulgador de las teorías evolucionistas, así como del


proceso de la hominización, algo muy necesario para la difusión de la ciencia
en la sociedad.
El interés del contenido es muy grande para la enseñanza de las teorías
evolucionistas en las disciplinas biológicas y afines. En este sentido, el libro es
muy recomendable para la docencia en cursos de doctorado, máster y grado de
las universidades del mundo de habla hispana. Además, el contenido está
expuesto en un lenguaje asequible al gran público, lo cual hace atractivo el
libro para todo aquel que tenga interés por saber cómo se han desarrollado las
teorías evolucionistas, las cuales son determinantes para explicar el origen y la
evolución de nuestra propia especie y que, por lo tanto, deben interesar a todo
tipo de lectores. En consecuencia, creo que todos debemos congratularnos por la
reedición de un libro imprescindible y felicitar a su autor por haber realizado
un magnífico trabajo.

Eustoquio MOLINA MARTÍNEZ


Departamento de Ciencias de la Tierra
Universidad de Zaragoza

Marzo de 2009
INTRODUCCIÓN

El tema de la evolución biológica es central dentro de las ciencias


naturales, ya que constituye el eje integrador de contenidos muy hetero-
géneos. Nada mejor que las clásicas palabras de Dobzhansky para reflejar
su importancia: «en biología nada tiene sentido si no se considera bajo el
prisma de la evolución». En general, el fenómeno de la evolución (del latín
evolvere, ‘desarrollar’) es indicativo de un proceso de cambio y diversifica-
ción de los seres vivos a través de los tiempos geológicos. Se trata, sin duda
alguna, de «uno de los conceptos mejor documentados, más convincentes
y excitantes de toda la ciencia».1
Sin embargo, el significado que le damos en la actualidad al concep-
to de evolución, aparece tardíamente, ya que no lo encontramos en la Anti-
güedad y tampoco en la Edad Media y el Renacimiento, en tanto que en
el siglo XVIII era común la noción de progreso relacionada con el hombre y
la naturaleza, pero estas ideas no solían estar acompañadas, de igual mane-
ra, por la idea de evolución biológica y, si bien existían referencias a este
tema, las mismas carecían de peso por cuanto los autores no tenían gran
interés por la cuestión.
Al respecto, es notable el hecho, destacado por sir William Dampier
en su obra History of Science (1942), de que, hasta fines del siglo XVIII, se
encontraban más alusiones a la evolución en los escritos de los filósofos
que en los de los biólogos, lo que, según él, no debería extrañar pues la evi-
dencia de la evolución no era entonces lo suficientemente firme para que

1 Gould (1995a), 215.


18 Introducción

se pudieran establecer las bases de una teoría evolucionista, y el tema no


estaba maduro para su discusión en el terreno científico. En este sentido,
la discusión filosófica fue de gran utilidad, ya que mantuvo el tema hasta
el momento en que los biólogos estuvieron en condiciones de tratarlo
científicamente.2
En relación con el tema, Émile Guyénot señala:
[...] a fines del siglo XVIII fue cuando la Teoría de la Evolución se elaboró, poco
a poco, y se formuló algo más tarde: teoría que imprimió un prodigioso impul-
so a los estudios de ciencias naturales y que renovó la filosofía científica. Este
acontecimiento capital fue el resultado de una lenta gestación, solo posible gra-
cias a los progresos efectuados en los diferentes dominios de la Biología.3

Es así como el uso adecuado del concepto de evolución data de prin-


cipios del siglo XIX. Es indudable que su aparición cambió radicalmente
ideas que habían parecido básicas respecto de la concepción del mundo.
Ese fue el momento en que el hombre comprendió que él también for-
maba parte de la naturaleza, que sus orígenes lo conectaban con el mundo
natural. En este sentido, C. Leon Harris afirma:

Del mismo modo en que los satélites artificiales nos han ofrecido una
nueva conciencia de nuestro lugar en el espacio, el pensamiento evolutivo nos
ha suministrado una nueva conciencia de nuestro lugar en el tiempo.4

Desde los inicios del siglo XIX hasta nuestros días han transcurrido
doscientos años. Durante todo ese tiempo la idea de la evolución como un
fenómeno natural se fue afianzando de manera notable. Pero, ciertamen-
te, una cosa es el hecho de la evolución y otra muy distinta la interpreta-
ción de ese hecho. Aunque actualmente existe un consenso generalizado,
dentro de la comunidad científica internacional, respecto del reconoci-
miento del hecho de la evolución, el tema ha sido, y continúa siendo,
arduamente discutido en el terreno del cómo y del por qué. En este senti-
do, las palabras de Stephen Jay Gould son suficientemente esclarecedoras:

2 Cfr. Carter (1959), 42.


3 Guyénot (1956), 1.
4 Harris (1985), 11.
Introducción 19

[...] la evolución es una teoría. Es también un hecho. Y los hechos y las teorías
son cosas diferentes, no escalones de una jerarquía de certidumbre creciente.
Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son estructuras de ideas que
explican e interpretan los hechos.5

Nosotros nos ocuparemos en este libro de las ideas y teorías interpre-


tativas de la evolución biológica, pasadas y presentes, que han intentado,
y continúan intentando, dar respuesta a interrogantes tales como ¿cuáles
son las causas de la evolución?; ¿son causas materiales o espirituales?; ¿qué
relación existe entre organismo y medio?; ¿cómo debe interpretarse el
registro fósil?; los cambios evolutivos, ¿son predominantemente graduales
o bruscos?; ¿qué papel desempeña la selección natural?; ¿es solo un meca-
nismo adaptativo o explica también el fenómeno de la especiación?
Al tratar esa diversidad de ideas y teorías, hemos adoptado el criterio
de proceder cronológicamente, es decir, siguiendo una secuencia histórica,
por cuanto estamos convencidos de que, hacerlo de esta manera, contribu-
ye a una mejor comprensión de los hechos. Así, la verdadera dimensión de
la propuesta evolucionista de Lamarck solo puede ser apreciada en su justa
medida si tenemos en cuenta cuál era la principal preocupación de los natu-
ralistas del siglo XVIII. De igual modo, el conocimiento de los postulados
fundamentales del uniformismo de Lyell o del ensayo poblacional de Mal-
thus facilita nuestra comprensión de la teoría darwinista. A su vez, el cono-
cimiento de la teoría de Darwin nos ayuda a entender mejor tanto el sin-
tetismo, que surge en las décadas de los treinta y de los cuarenta, así como
de su contrapartida, el puntuacionismo, surgido a mediados de los setenta.
Pero como los adelantos de la ciencia no se producen en el vacío, sino
en relación con la atmósfera intelectual de la época, es natural que la acep-
tación o el rechazo de las ideas dependa, en gran medida, del momento his-
tórico en que son formuladas. En este sentido, el éxito de una obra se vin-
cula con la facilidad con que sus conclusiones penetran en la mente de
quienes la leen. Si existe afinidad entre las ideas expresadas y el ambiente
intelectual de la época, es muy probable que ellas sean inmediatamente
aceptadas. Si no es así, es decir, si no responden a las expectativas o necesi-
dades de la época, probablemente pasen desapercibidas o sean rechazadas.

5 Gould (1995a), 216.


20 Introducción

Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con el método de clasificación


binario propuesto por Linneo a mediados del siglo XVIII, que tuvo rápida
aceptación porque respondía a la necesidad que experimentaban los auto-
res de la época: la de ordenar, a través de un sistema clasificatorio, el vasto
mundo de los seres vivos. También se puede explicar por qué, en un
momento determinado de la historia del pensamiento científico, la obra de
Lamarck no logró mayor repercusión; por qué, cincuenta años más tarde y
en otro contexto histórico-social, la obra de Darwin tuvo un impacto tan
grande; o por qué el Partido Comunista soviético, a partir de su ideología,
respaldó fuertemente las tesis sustentadas por Michurin y Lysenko en el
campo de la biología, en dura oposición a la genética occidental.
En razón de lo que antecede, el objetivo que nos ha movido para
escribir este libro es el de intentar exponer, de la forma más clara y fiel
posible, las diversas teorías interpretativas de la evolución biológica. Con
tal motivo, el lector encontrará numerosas citas en el texto pues hemos
optado por dejar que cada uno de los autores se exprese a través de sus pro-
pias palabras. De ese modo, esperamos reflejar con exactitud sus ideas, su
pensamiento.
Este trabajo está dirigido particularmente a docentes y estudiantes de
nivel universitario vinculados, sobre todo, con las áreas de ciencias natu-
rales, biología, antropología, historia y filosofía, pero es nuestro deseo que
el lector interesado en el tema pueda igualmente acceder al mismo.
Se utilizará el sistema de citas y notas a pie de página, por conside-
rarlo el más práctico para el lector. En el caso de las citas solo se mencio-
nará el autor, el año de edición de la obra y la página correspondiente, pero
el lector encontrará la referencia completa en la bibliografía consultada,
inserta al final del libro.
Puede llamar la atención de los entendidos en el tema que hayamos
dedicado tanto espacio al tratamiento de autores como Kammerer y
Lysenko, ambos estrechamente ligados con la defensa de la heredabilidad
de los caracteres adquiridos. Si bien es cierto que ellos permanecen prácti-
camente en el olvido en la actualidad, los hemos desarrollado con cierta
extensión porque en su momento tuvieron repercusión, porque el tema de
la herencia de los caracteres adquiridos siempre está rodeado de interro-
gantes y dudas acerca del modo en que se han obtenido los resultados y
Introducción 21

porque estos autores ocupan generalmente muy poco espacio en obras


similares. En este sentido, nos ha parecido importante proporcionar al lec-
tor una información más amplia.
Finalmente, ante el hecho de que algunas obras del mismo tenor que
la nuestra desarrollan la postura cladista y no la sociobiológica,6 queremos
dejar en claro que, teniendo en cuenta que el cladismo no propone una
explicación del proceso evolutivo, no será tenido en cuenta en esta obra.
En cambio, sí nos referiremos a la sociobiología, por cuanto, indepen-
dientemente de toda otra consideración, su condición de teoría interpre-
tativa de la evolución no puede ser negada.

Agradecimientos
En primer lugar, deseo expresar mi gratitud a dos colegas de la Facul-
tad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario
(Argentina), quienes mostraron la mejor disposición para la lectura de los
originales: a mi amiga, la profesora Teresita Diederich, quien desde hace
más de una década trabaja a mi lado en la Cátedra de Paleoantropología y
Evolución, y a la profesora Norma Desinano, titular de la Cátedra de
Socio y Psicolingüística. Sus comentarios y sugerencias resultaron de
mucho provecho y me llevaron a corregir y mejorar este trabajo.
Asimismo, dejo constancia de mi reconocimiento a otros dos profe-
sionales: a la Dra. Silvana Filippi, titular de la Cátedra de Historia de la
Filosofía Medieval en la mencionada Casa de Estudios, por su lectura y
útiles observaciones del capítulo 1, y al ingeniero agrónomo Ricardo Mar-
tignone, profesor adjunto de la Cátedra de Fisiología vegetal en la Facul-
tad de Ciencias Agrarias, por explicarme en detalle la técnica de la verna-
lización. Ambos fueron muy amables al responder a mis consultas. Gracias
también a mi hijo Daniel quien, en más de una oportunidad, me auxilió
en el uso del ordenador. No obstante, los errores u omisiones que pudie-
ren haber quedado son de mi exclusiva responsabilidad.
Por último, mi especial agradecimiento a Prensas Universitarias de
Zaragoza, la editorial de esa Universidad, y al destacado colega y querido

6 Por ejemplo, Alonso (1999).


22 Introducción

amigo Dr. Eustoquio Molina, profesor titular del Departamento de Cien-


cias de la Tierra de la Universidad de Zaragoza, por sus buenos consejos,
sus valiosas observaciones tras una lectura crítica del manuscrito y por
haber accedido gentilmente a mi pedido de prologar esta obra. Su actitud
me satisface y enorgullece.
Rosario (Argentina), enero de 2004
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN

El año 2009, en el que se publica la segunda edición de esta obra, es


un año de aniversarios importantes para quienes trabajamos y nos intere-
samos en la temática de la evolución biológica. Por un lado, se cumple el
bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y ciento cincuenta años
de la publicación de su obra cumbre El origen de las especies por medio de
la selección natural. Por otro lado, justo es recordar que también se cumple
el bicentenario de la publicación de la Filosofía zoológica de Lamarck, pri-
mera obra claramente evolucionista. Asimismo, hace cincuenta años, el
matrimonio Louis y Mary Leakey efectuaba un descubrimiento paleoan-
tropológico relevante: el del Zinjanthropus boisei (hoy Australopithecus boi-
sei), el primer australopitécido encontrado en África oriental, que habría
de marcar, sin lugar a dudas, el punto de partida de una extraordinaria
serie de hallazgos paleoantropológicos en Etiopía, Kenia y Tanzania. El
valiosísimo material recuperado en los últimos cincuenta años ha permiti-
do avanzar considerablemente en el conocimiento de nuestro pasado.
En relación con la edición original, hemos efectuado correcciones,
modificaciones, agregados, reubicación de algunos temas y revisión de la
redacción de otros con la intención de que el conjunto resulte de mejor
lectura y comprensión por parte del lector. Dejamos constancia de nues-
tro agradecimiento al colega y amigo Gustavo Caponi, de la Universidad
de Santa Catarina, Brasil, por la revisión de los capítulos 1 y 2, a Prensas
Universitarias de Zaragoza, por la excelencia de su labor editorial y en
particular a su director, Dr. Antonio Pérez Lasheras, por brindarnos la
oportunidad de esta nueva edición. Finalmente, deseamos destacar, con
inocultable satisfacción, el hecho de que el Dr. Eustoquio Molina, cate-
24 Nota a la segunda edición

drático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, haya


escrito el prólogo a esta segunda edición. Ello es demostrativo de una
mutua estima profesional y, sobre todo, de una sincera y profunda
amistad.
Alberto A. MAKINISTIAN
marzo de 2009
CAPÍTULO 1

1. Antigüedad y Edad Media

Algunos autores suelen realizar una detallada exposición de todos


aquellos filósofos de la Antigüedad que, en algún pasaje de sus obras,
habrían manifestado ideas compatibles con el evolucionismo. En nuestra
opinión, se trata solo de una apariencia. Nosotros no procederemos de la
misma manera, conscientes de que no resulta fácil la interpretación de
dichos textos, que muchas veces conocemos indirectamente y son, en con-
secuencia, de dudoso origen. Por otra parte, porque se trata de fragmen-
tos aislados, prácticamente perdidos en obras dedicadas a otras cuestiones.
Por lo tanto, y para alivio del lector, solo haremos referencia a algunos de
esos filósofos, los que nos parecen más importantes aun a pesar de no
encontrar, en ninguno de ellos, ideas que puedan ser calificadas como de
tono evolucionista.
Si nos remontamos a la Antigüedad clásica nos encontramos con la
creencia generalizada en un universo dominado por las fuerzas sobrenatu-
rales. Pero a partir del siglo VI a. C. los filósofos griegos de Mileto (Jonia)
se propusieron, basándose en observaciones simples, buscar una explica-
ción natural que reemplazara a las narraciones míticas, vigentes hasta ese
momento. De este modo, pensaron que los fenómenos naturales se desa-
rrollaban de acuerdo con un esquema fijo e inalterable y supusieron la
existencia de la causalidad. Así, cada fenómeno respondía a una causa y
una determinada causa originaba, inevitablemente, un efecto. A su vez,
26 Capítulo 1

esta relación causa-efecto no podía ser modificada por la acción de las fuer-
zas sobrenaturales.
Una de las cuestiones que más les preocupó a los filósofos de Mileto
—que eran hombres activos, prácticos— fue encontrar la causa primera de
todas las cosas, el elemento primordial, el punto de partida de todo lo que
existe. Para Tales, ese elemento era el agua, para Anaxímenes el aire y para
Anaximandro lo indefinido. Todos ellos coincidieron en ver al cosmos y a
la naturaleza como algo dinámico, que cambia de manera permanente,
continua.
Algunos autores le atribuyen a Anaximandro (610-546 a. C.) ideas
especulativas acerca del origen de los animales y del hombre. Los textos
más conocidos al respecto son los que transcribimos a continuación:
Anaximandro dijo que los primeros seres vivientes nacieron en lo húme-
do, envueltos en cortezas espinosas (escamas), que, al crecer, se fueron trasla-
dando a partes más secas y que, cuando se rompió la corteza (escama)
circundante, vivieron, durante un corto tiempo, una vida distinta. (En Aecio
v. 19, 4.)7

De acuerdo con la interpretación más común que se suele hacer de


este fragmento, los primeros seres vivos habrían aparecido en el agua para
luego pasar a tierra firme. En cuanto al hombre, al parecer Anaximandro
pensaba que
en un principio, nació de criaturas de especie distinta, porque los demás seres
vivos se ganan la vida en seguida por sí mismos y solo el hombre necesita de
una larga crianza; por esta razón, de haber tenido su forma original desde un
principio, no habría subsistido. (En Plutarco.)8

En ocasiones, las ideas de Anaximandro han sido calificadas de evolu-


cionistas. Muy por el contrario, C. Leon Harris afirma que «lejos de demos-
trar que Anaximandro era un evolucionista, estas citas demuestran que no
lo era. El problema que deseaba resolver era cómo el primer humano, un
niño sin padres, pudo haber sobrevivido. Semejante problema nunca se le
ocurriría a un evolucionista, ya que el primer humano habría tenido pro-
genitores lo suficientemente semejantes a él como para alimentarle».9

7 Kirk y Raven (1981), 201.


8 Kirk y Raven (1981), 201.
9 Harris (1985), 54.
Antigüedad y Edad Media 27

De todos modos, y aunque Anaximandro «no merezca el crédito de


primer evolucionista», Harris rescata el hecho de que el autor «no recurrió
a explicaciones sobrenaturales, sino que intentó aplicar su comprensión de
las cosas presentes a los fenómenos pasados».10
La visión de la naturaleza como algo dinámico tuvo su más claro
exponente en Heráclito (540-480 a. C.), de la ciudad griega de Éfeso,
quien consideraba que todo lo que existe, existe en estado de continuo
cambio. Es muy gráfica la expresión que se le atribuye acerca de que «no
podemos bañarnos dos veces en el mismo río», ya que todo está en per-
manente cambio, en constante devenir o fluir, como las aguas de un río.
¿Era esta una idea evolucionista? No, en absoluto, ya que si bien existe por
parte del autor una idea de cambio continuo, se trata de un cambio que
no implica ninguna progresión (es decir, cambios irreversibles e irrepeti-
bles) sino un eterno retorno al punto de partida. Todo cambia, pero todo
vuelve a comenzar ya que se trata de un cambio circular, cíclico.
Por el contrario, el filósofo griego Parménides (540-470 a. C.), de la
ciudad italiana de Elea, llegó a conclusiones diferentes de las de Herácli-
to,11 ya que mientras este decía que «todo cambia», Parménides insistía en
que «nada cambia». Al respecto, enuncia dos proposiciones: «lo que es» es
y «lo que no es» no es, no existe. Por lo tanto, sostuvo que la realidad era
eterna, inmutable. Lo único que existe es la plenitud absoluta del ser. El
cambio, el movimiento, son solo ilusiones de los sentidos.12
La idea del ser como algo estático, inmutable, pesó con fuerza en el
pensamiento occidental durante mucho tiempo, lo que explica el extenso
predominio de la visión fijista. Esta idea del ser influyó en Aristóteles
(384-322 a. C.) quien «veía en cada organismo la aspiración al ideal de
cada especie, no la evolución hacia otra especie».13
Con Aristóteles el conocimiento de los seres vivos avanzó notable-
mente y la biología griega, de esta manera, alcanzó su punto culminante.

10 Harris (1985), 54.


11 Sin embargo, algunos destacados filósofos como Martin Heidegger, Étienne Gil-
son y Kurt Riezler, entre otros, fundándose en el análisis de los fragmentos conservados de
Heráclito y Parménides, concluyen que sus doctrinas no son antagónicas sino comple-
mentarias (cfr. Filippi [1998]).
12 Cfr. Farrington (1957), 60-63.
13 Harris (1985), 64.
28 Capítulo 1

Se ocupó de cuestiones tales como nutrición, crecimiento, sexualidad,


herencia, etc., y, basándose en sus estudios de anatomía comparada, orde-
nó a los animales sentando las bases de los sistemas de clasificación. Su dis-
cípulo Teofrasto (372-288 a. C.) haría luego lo mismo con los vegetales,
llegando a reconocer unos 500 tipos de plantas diferentes.
Aristóteles procedió a un ordenamiento progresivo de los seres vivos,
desde los más simples a los más complejos o de los inferiores a los superio-
res, de acuerdo con su constitución (la denominada scala naturæ). En rela-
ción con este punto, mucho se ha discutido acerca de si Aristóteles sostuvo
o no ideas que en la actualidad pudieran ser calificadas de evolucionistas.
Erik Nordenskiöld, por ejemplo, no dudaba en considerarlo como «el pri-
mer evolucionista». Es más, el autor señala: «aquí encontramos enunciada
por vez primera, una teoría realmente completa de la evolución».14 Pero
esas «escalas naturales» o «escalas de seres», si bien indicaban una continui-
dad (condicionada obviamente por los conocimientos de la época) no
implicaban en absoluto que una forma pudiera derivarse a partir de otra
porque Aristóteles concebía a las especies como entidades estáticas.
En otras palabras, en las mencionadas escalas o cadenas de seres exis-
te progresión, pero no concatenación filogenética. No hay eslabonamien-
to ni encadenamiento. No existe, en definitiva, una relación ancestro-des-
cendiente entre unas formas y otras. Por lo tanto, las ideas de Aristóteles
no pueden ser consideradas, de ningún modo, evolucionistas. Esta es la
opinión que predomina en la actualidad entre los críticos, y que nosotros
compartimos.
Después del 200 a. C. toda la ciencia griega comenzó a declinar y esto
produjo, entre otras consecuencias, un alejamiento del estudio racional de
la naturaleza que se había iniciado con los filósofos jónicos. No obstante,
en el área de la biología cabe destacar la figura de Galeno (130-200 d. C.),
un médico griego nacido en Pérgamo, Asia Menor, que a los 16 años
comenzó a estudiar medicina y a los 20 aprendió anatomía en la Escuela
de Medicina de Alejandría. Posteriormente, a la edad de 28 años, Galeno
regresa a Pérgamo donde trabajará durante cuatro años como cirujano de
gladiadores, lo que, sin duda, le proporcionó una amplia experiencia en el
conocimiento del cuerpo humano.

14 Nordenskiöld (1949), 54.


Antigüedad y Edad Media 29

Sin embargo, como consecuencia de la prohibición existente de disec-


cionar cadáveres humanos con fines científicos (por razones religiosas,
legales o morales), Galeno tuvo que recurrir a la disección de cadáveres de
perros, ovejas y, cuando le era posible, también de monos, con la inten-
ción de trasladar muchas de sus observaciones al cuerpo humano. Lamen-
tablemente, ello lo condujo a cometer errores, ya que, si bien perros, ove-
jas, monos y seres humanos son todos mamíferos, existen, naturalmente,
diferencias entre sí.
Fruto de sus observaciones, Galeno escribió acerca de las funciones de
los diversos órganos del cuerpo humano. Gozó de popularidad y prestigio
y su nombre perduró, como veremos, a través de las siguientes generacio-
nes. Pero a partir del Renacimiento, muchos de los errores por él cometi-
dos comenzarían a esclarecerse.
La decadencia del Imperio romano coincidió con el ascenso cada vez
mayor del cristianismo, que prestó particular importancia a las cuestiones
del espíritu. En la Edad Media, la Iglesia constituyó una fuerza unifica-
dora y la concepción cristiana de la vida instaló la teología en el máximo
lugar de privilegio. Esto llevó a una interpretación literal de las Sagradas
Escrituras en lo atinente a los fenómenos de la naturaleza. Así, la visión
fijista que se desprendía del relato del Génesis venía a coincidir con las
ideas aristotélicas, por lo que se impondría, durante largo tiempo, la
creencia en la inmutabilidad de las especies.
Dice Silvia Tribiño:
El prestigio de Aristóteles en la Ciencia posterior a él no tiene preceden-
tes en la historia de las ideas científicas. Sus escritos eran dogmas. Se discutía
la forma literal, el sentido que se debía atribuir a cada uno de sus párrafos, pero
nadie se hubiera atrevido a interrogar la naturaleza tal como lo había hecho el
fundador de la escuela peripatética, y menos aún a poner en duda sus argu-
mentaciones.
La autoridad de los escritos aristotélicos es tan grande, que hasta el siglo
XVIII domina en la Biología el concepto de la fijeza de las especies ligada a la idea
creacionista y a la explicación por lo sobrenatural.15

En el siglo IX se inicia la Escolástica, conjunto de doctrinas que inten-


taban armonizar la concepción filosófica griega con el cristianismo y que

15 Tribiño (1946), 171.


30 Capítulo 1

tuvieron un total predominio en la enseñanza impartida en las escuelas


occidentales durante la Edad Media. Entre los escolásticos, algunos se die-
ron cuenta de la importancia de emplear directamente los textos originales
griegos en lugar de los textos arábigos de los cuales procedían sus versiones.
En Europa occidental, la ciencia y la cultura se eclipsaron durante la
última parte de la Edad Media. Por ello, la actividad científica quedó redu-
cida al ámbito de los monasterios, primero, y de las universidades, después.
El gran movimiento religioso del siglo XIII había traído como conse-
cuencia la fundación de nuevas órdenes religiosas. Entre las principales
destacaban la de los franciscanos y la de los dominicos. Algunos represen-
tantes de estas órdenes tuvieron destacada actividad docente en las uni-
versidades, especialmente la de París, que por entonces era el centro
universitario escolástico y un poderoso faro intelectual. Allí enseñaron el
franciscano inglés Rogerio Bacon (1214-1294) quien comprendió la
importancia de la observación sistemática de la naturaleza, y el dominico
alemán Albrecht (más conocido como Alberto Magno).
Alberto Magno (1206-1280) destacó por efectuar algunas observa-
ciones originales en una época en la que se daba más importancia a lo
expresado en los textos antiguos que a la observación directa de los fenó-
menos naturales y, trabajando siempre sobre traducciones latinas del
árabe, siguió fielmente los escritos de Aristóteles y realizó una gran tarea
de recopilación que abarcaba los más diversos campos del conocimiento.
En este sentido, su principal mérito fue el de preparar el terreno para la
síntesis del pensamiento aristotélico que llevaría a cabo Tomás de Aquino.
Tomás de Aquino (1225-1274), que fue sin duda el más famoso filó-
sofo y teólogo de la época, trató de conciliar la filosofía de Aristóteles con
el cristianismo. En este sentido, su máxima contribución fue la Summa
Theologica, trabajo que emprendió en 1267. Allí el autor afirmaba que el
verdadero razonamiento no podía llevar al hombre a conclusiones contra-
rias a las enseñanzas cristianas.
Hacia fines de la Edad Media comenzaría a practicarse en Italia la
disección de cadáveres humanos. A veces era necesario recurrir a la autop-
sia en los juicios relacionados con la causa de una muerte. Posteriormen-
te, cuando los casos se incrementaron, la disección se introdujo en la ense-
ñanza de la medicina, pero esta era practicada por un ayudante, no por el
Progresos registrados durante el Renacimiento 31

profesor, quien se limitaba a una exposición teórica basada en los textos de


Galeno, sin importarle si lo que estaba exponiendo coincidía con la obser-
vación práctica. Tampoco el ayudante se atrevía a contrariar a su superior.
Esto demostraba la vigencia del principio de autoridad y también que las
ideas seguían teniendo más fuerza que los hechos. Así, Galeno seguirá
siendo, durante este período, «el Aristóteles de la medicina» como dijera
Henri Berr. La confianza en él era tan grande, que ningún médico de la
Edad Media pensó siquiera en la posibilidad de que sus obras pudiesen
contener algún error.

2. Progresos registrados durante el Renacimiento


El Renacimiento constituye una corriente cultural que nace en Italia
hacia fines del siglo XIV y se desarrolla hasta principios del siglo XVII,
expandiéndose desde allí a toda Europa. Durante este período, que suce-
de a la Edad Media, se avanzará notablemente en dos aspectos centrales:
por un lado, tendrá lugar una restauración del saber de la Antigüedad clá-
sica, de tal manera que los editores de los textos clásicos se esforzarán por
darlos a conocer con la mayor fidelidad posible, sobre todo desde el punto
de vista filológico.
Por otro lado, se establecerán las bases para la realización de investi-
gaciones originales y la adquisición de nuevos conocimientos que contri-
buirán a una visión más real y amplia de la naturaleza. De esta manera, el
mencionado período se caracterizará por la publicación de grandes enci-
clopedias con ilustraciones cada vez más exactas, la exploración de nuevos
territorios (por ejemplo, el descubrimiento de América) con el consi-
guiente hallazgo de plantas y animales hasta entonces desconocidos, la
creación de los primeros jardines botánicos y museos, el establecimiento
de nuevos y mejores estudios anatómicos, etc.
De todos los adelantos producidos durante el Renacimiento nos inte-
resan exponer, con mayor detalle, los siguientes:

2.1. El naturalismo en el arte


Los artistas de esta época intentaron transmitir en sus pinturas la ilu-
sión de las tres dimensiones y, con el fin de dar el mayor realismo posible
32 Capítulo 1

a sus figuras, se detuvieron a observar aspectos de la piel y disposición de


músculos, tendones y huesos y a desarrollar una serie de nuevas reglas para
que, en definitiva, sus representaciones parecieran más reales. De esta
manera, se convirtieron en verdaderos aficionados a la biología.
El examen de las obras de los pintores italianos de la segunda mitad
del siglo XV demuestra muy buena capacidad de interpretación naturalís-
tica (esto se puede apreciar en la representación de las escenas, las figuras
del cuerpo humano y de los animales y la exhibición de detalles en plan-
tas y flores).
Entre los pintores italianos de la segunda mitad del siglo XV merecen
destacarse Sandro Botticelli (1444-1510) y Leonardo da Vinci (1452-
1519). El primero de ellos era un observador entusiasta de la vida de las
plantas. Su cuadro Primavera (1478) es típico del espíritu renacentista.
Según Singer, en esta obra se pueden apreciar más de treinta especies de
vegetales. En cuanto a Leonardo da Vinci, el más famoso de los «artistas
anatomistas», debemos decir que no se limitó a estudiar huesos y múscu-
los superficiales, como los demás artistas italianos, sino que profundizó
disecando cadáveres humanos y de animales y estudiando todas las partes
del cuerpo, que ilustró admirablemente.
Ya en el siglo XVI, la naturaleza está expresada en todo su esplendor
en los cuadros del pintor italiano Giuseppe Arcimboldo (1527-1593). Lo
singular de sus obras es que Arcimboldo representa, en cada caso, nume-
rosas flores, frutas, hortalizas, aves, peces o animales terrestres con la forma
de un rostro humano. Sus cuadros están ejecutados acertadamente, con un
gusto delicado por el color y un trazo diferenciado. Entre las principales
obras pueden mencionarse: El agua (1566), La Tierra (hacia 1570), El aire
(sin fecha), La Primavera, El Verano, El Otoño y El Invierno (todos en 1573)
y La flora (hacia 1591).

2.2. Nuevas ideas en el campo de la astronomía


La filosofía aristotélica de la Edad Media concebía el universo como
un mundo finito, con la Tierra como centro. En esta concepción, la cien-
cia estaba limitada en sus alcances, ya que la única labor que debía cum-
plir era la de describir ese universo. Pero esta visión del mundo cambiaría
durante el Renacimiento.
Progresos registrados durante el Renacimiento 33

El año 1543 suele ser considerado como de inicio de una «revolución


científica», expresión que creemos justificada. Por un lado, el astrónomo
Nicolás Copérnico (1473-1543) publica una obra particularmente signifi-
cativa: De revolutionibus orbium celestium (Núremberg, 1543) en la que,
en oposición al sistema ptolomeico, propone un esquema del universo
según el cual la Tierra no ocupa el centro. Por otro lado, ese mismo año
aparece la famosa obra De corporis humanis fabrica del anatomista belga
Andrés Vesalio, que veremos seguidamente en el apartado «Avances en
anatomía».
Continuando con las innovaciones producidas en el área de la astro-
nomía debemos mencionar la importante obra de Giordano Bruno (1548-
1600) quien fue condenado a la hoguera por atreverse a considerar que el
universo era infinito (De l’infinito universo, Londres, 1584) y que, además,
cabía la posibilidad de que existieran otros mundos habitados.
Hacia 1616, y como consecuencia de defender el sistema copernica-
no, Galileo Galilei (1564-1642) sería condenado oficialmente por el Tri-
bunal del Santo Oficio de Roma y obligado a abstenerse de enseñar o
mantener dicha opinión. Pero más tarde, en 1633, el Santo Oficio volve-
ría a condenarlo por considerar «herejes» los contenidos de su obra Dialo-
go supra i due massimi sistemi del mondo, publicada un año antes. Amena-
zado con la tortura y recluido bajo arresto domiciliario hasta su muerte,
Galileo tuvo que retractarse de sus ideas, que sostenían además el movi-
miento de la Tierra, aunque en dicha oportunidad no pudo menos que
expresar «eppur si muove» (y, sin embargo, se mueve).

2.3. Avances en anatomía


Así como el año 1543 marca un hito en el desarrollo de la astronomía
durante el Renacimiento, con la exposición de las ideas revolucionarias de
Copérnico, ese mismo año constituyó una fecha clave en el campo de la
anatomía por la publicación de la obra De corporis humanis fabrica (De la
estructura del cuerpo humano) por parte del anatomista belga Andrés Vesa-
lio (1514-1564).
Este autor, justamente célebre, se había formado en las universidades
de Lovaina y de París, que por entonces eran centros muy conservadores
donde la enseñanza era todavía medieval y se basaba directamente en los
34 Capítulo 1

textos de Galeno, bien conocidos por Vesalio. Habiéndose doctorado en


Medicina en el año 1537 y ante el hecho de que mantenía relaciones poco
amistosas con sus superiores, Vesalio se traslada a la Universidad de Padua,
en Italia, donde terminaría siendo profesor de Anatomía y Cirugía a la
edad de 23 años (recordemos que las clases se dictaban en latín, lengua que
Vesalio manejaba con fluidez).
En Padua se recurría muy poco a los escritos religiosos, por lo que su
influencia resultaba mínima. Vesalio, que tuvo la particularidad de unir
por primera vez la disección de cadáveres, que efectuaba personalmente,
con la explicación de lo que se iba mostrando, logró liberarse de las viejas
concepciones griegas cuando estas no coincidían con las observaciones rea-
lizadas. Su capacidad didáctica y el hecho de que los estudiantes pudieran
optar por sus profesores, explican que sus clases fuesen muy concurridas.
El libro publicado por Vesalio era lo que hoy denominaríamos un
«muy buen manual de anatomía» provisto de excelentes ilustraciones,
muchas de ellas debidas a un discípulo de Tiziano (Jan Stevenzoon van
Calcar). Los cuidadosos dibujos, basados en disecciones de cadáveres
humanos, demostraron finalmente los cuantiosos errores cometidos por
Galeno y sus seguidores. Por primera vez alguien se atrevía a contradecir-
lo. Esto explica que Vesalio tuviera serias dificultades, pues sus opiniones
fueron consideradas heréticas y las disecciones de cadáveres humanos allí
mencionadas, ilegales. Por ello fue obligado a realizar una peregrinación
por Tierra Santa desapareciendo en un naufragio en el viaje de regreso.
En opinión de Charles Singer, De corporis humanis fabrica «es la pri-
mera gran obra científica moderna y la piedra fundamental de la moder-
na biología».16
En la segunda mitad del siglo XVI hubo gran actividad en el campo de
la biología, estimulada fundamentalmente por la obra de Vesalio. Entre los
autores que siguieron sus pasos podemos mencionar a Gabrielle Fallopio
(1523-1562), quien estudió el aparato reproductor y describió los con-
ductos que unen el ovario con el útero, que desde entonces conocemos
con el nombre de «trompas de Fallopio» y al médico italiano Bartolomeo
Eustaquio (1510-1574) quien, si bien era adversario de Vesalio y defensor

16 Singer (1947), 129.


Progresos registrados durante el Renacimiento 35

de Galeno, también observó el cuerpo humano y describió lo que veía.


Actualmente, recibe su nombre el conducto que se extiende desde la pared
anterior de la caja del tímpano a la pared externa de la cavidad posterior
de las fosas nasales.

2.4. La interpretación de los fósiles


Aunque en la Antigüedad algunos autores llegaron a considerar correc-
tamente a los fósiles como restos petrificados de organismos de épocas ante-
riores, la opinión de Plinio de que solo se trataba de «caprichos de la natu-
raleza» predominó por entonces y aún durante mucho tiempo después.
En el Renacimiento, si bien algunos continuaban pensando como Pli-
nio, otros creyeron que se trataba de restos de organismos enterrados
durante el Diluvio Universal. No obstante, surgiría un grupo de autores
con una visión bastante aceptable para la época. Entre ellos, merecen citar-
se: Leonardo da Vinci (1452-1519), quien fue quizá el primero en descri-
bir el proceso de fosilización y en darse cuenta de que los fósiles represen-
taban verdaderos animales y plantas que vivieron en el pasado (aunque no
llegó a considerar que se tratara de especies extintas) y Bernard de Palissy
(1510-1589), que fue encarcelado en la Bastilla, donde murió, porque se
atrevió a rechazar la hipótesis diluviana y a especular acerca de la forma-
ción de los fósiles, aunque no supiera explicar con claridad su origen.
En la misma línea de pensamiento, también podemos mencionar a
Girolamo Fracastoro (1478-1553) y al director del Jardín Botánico del
Vaticano, Miguel Mercati (1541-1593). Más tarde, Buffon sería uno de
los primeros en desechar la hipótesis del Diluvio Universal, en interpretar
adecuadamente el origen de los fósiles y en reconocer que muchos de ellos
corresponden a especies desaparecidas.

2.5. Las primeras clasificaciones botánicas y zoológicas


La botánica descriptiva tuvo su apogeo en el siglo XVI, época en la que
los naturalistas se esforzaban por dar una idea del aspecto exterior de las
plantas, de sus ramas, de la forma de sus hojas, del color de sus flores, etc.
Aunque poco conocidos, es posible mencionar la labor desarrollada por
Leonhard Fuchs (1501-1566), botánico alemán que en 1542 publicó la
descripción de más de quinientas plantas originarias de su país, Mathías
de Lobel (Lobelius) (1538-1616) quien, en 1571, escribió una gran obra
36 Capítulo 1

de botánica que incluía la descripción de unas dos mil plantas y Gaspard


Bauhin (1560-1624), botánico suizo que en 1623 llegó a describir, con
mayor precisión que sus colegas, unas seis mil plantas, que reunió en gru-
pos afines.
La taxonomía de las plantas se adelantó bastante a la de los animales.
En realidad, aunque los botánicos del siglo XVI no se preocuparon dema-
siado por establecer algún orden, sí advirtieron que algunas plantas eran
más semejantes entre sí que respecto de otras. De todos modos, la explo-
ración de nuevos territorios y el consiguiente incremento de las variedades
vegetales conocidas, llevó a elaborar algunas pautas de diferenciación, con
el propósito de esclarecer un panorama que aparecía bastante abrumador.
Entre los primeros autores que contribuyeron a simplificar esa com-
pleja realidad a través de una clasificación metódica, podemos mencionar
al italiano Andrea Cesalpini (1519-1603) quien, en su obra De plantis
(Florencia, 1583), propone un esquema clasificatorio para ordenar las
plantas según sus flores y frutos y a Joachim Jung (1587-1657) que estu-
dia las hojas, los tallos y las raíces y, denominando las plantas con dos pala-
bras, las clasifica según su naturaleza sexual. Es, por otra parte, quien
introduce el término pecíolo para el tallo de la hoja. Algunas de estas ideas
serán posteriormente desarrolladas y mejor sistematizadas por Linneo, en
pleno siglo XVIII.
Del mismo modo, en la segunda mitad del siglo XVI se publicaron
también importantes enciclopedias zoológicas. Así, por ejemplo, en 1551
apareció Historia animalium, una especie de diccionario zoológico cuya
autoría se debe al naturalista suizo Konrad von Gesner (1516-1565), que
compendiaba todos los conocimientos existentes hasta el momento. Ese
era, precisamente, el propósito de Gesner: publicar una obra tan comple-
ta como fuera posible (unas cuatro mil quinientas páginas, con numerosas
figuras). Ya por entonces, Gesner distinguiría entre géneros y especies aun-
que se estaba lejos, todavía, de una norma de carácter universal. Con fre-
cuencia, las especies eran designadas con dos, tres, cuatro o más palabras
seguidas, como si fuera una frase.
Una segunda gran enciclopedia zoológica se debe al naturalista italiano
Ulisse Aldrovandi (1522-1605), siendo publicados los respectivos volúme-
nes ya a comienzos del siglo XVII, entre 1599 y 1616. La obra completa es,
sin duda, de gran magnitud: diez tomos y un total de unas siete mil páginas.
El siglo XVII 37

El aporte de este ilustre naturalista sin duda merece reconocimiento


por cuanto fue un férreo defensor de la observación directa y el empleo de
ilustraciones fieles al original. No efectuaba ninguna descripción, afirma-
ba, sin haber visto, tocado y examinado el material. Por otra parte, Aldro-
vandi fue el primer profesor de Ciencias Naturales de la Universidad de
Bolonia, su ciudad natal, y también director del museo fundado allí sobre
la base de su colección de 18.000 ejemplares.

3. El siglo XVII
La ciencia pasa a la Edad Moderna con dos figuras sobresalientes: el
científico inglés Francis Bacon (1561-1626), quien se propuso cambiar la
forma deductiva del razonamiento, propia de Aristóteles, por una forma
inductiva basada en la observación de la naturaleza, y el filósofo francés
René Descartes (1596-1650) con quien surge un pensamiento filosófico y
científico puramente racional, independiente de consideraciones teológi-
cas y guiado por el espíritu crítico (Discurso sobre el método, 1637).
Al mismo tiempo de rechazar la visión ptolomeica y creer en la infi-
nitud del universo, Descartes contribuirá fuertemente a sentar las bases de
una ciencia diferente a la que predominó durante la Edad Media. A partir
de este momento, la observación y la experimentación se convertirán en
las únicas autoridades valederas.
El fundador de la ciencia experimental, según Galileo, había sido el
físico inglés William Gilbert (1540-1603), autor de la obra De magnete
(Sobre el imán) publicada en el año 1600. Gilbert también fue iniciador de
los estudios sobre geomagnetismo. Luego, durante todo el siglo XVII,
habrían de sucederse diversas observaciones y experimentaciones. Nos
referiremos particularmente a las que se realizaron con relación a dos cues-
tiones: la circulación de la sangre y la generación espontánea.
El tema de la circulación de la sangre se remonta a la misma Anti-
güedad. Es muy interesante, al respecto, el comentario que efectúa Isaac
Asimov en cuanto a que los primeros médicos griegos creían, errónea-
mente, que las venas eran los únicos vasos sanguíneos a juzgar por el hecho
de que en los cadáveres las arterias siempre aparecían vacías (lo que los
llevó a pensar que se trataba, en realidad, de vasos conductores de aire; de
38 Capítulo 1

allí la palabra arteria).17 Si bien Herófilo (siglo IV a. C.) había demostrado


que tanto las arterias como las venas contienen sangre, no se logró descu-
brir ninguna conexión entre ambas.
La idea según la cual la sangre venosa pasaría por los pulmones y
regresaría al corazón izquierdo por la vena pulmonar fue formulada por
primera vez por el médico español Miguel Servet (1511-1553), quien
había estudiado medicina en París. Pero, habiendo puesto en duda algu-
nos dogmas de la religión, fue encarcelado y condenado a la hoguera por
hereje, a la edad de cuarenta y dos años.
Discípulo y seguidor de Fallopio, Girolamo Fabrizio (1533-1619), lla-
mado d’Acquapendente, fue quien descubrió que las grandes venas tienen
válvulas y que estas están dispuestas de modo que la sangre corre por las
venas hacia el corazón, no pudiendo la sangre retroceder sin ser detenida por
las válvulas. La conclusión obvia hubiera sido, entonces, que la sangre corría
por las venas en una sola dirección. Sin embargo, como Galeno hablaba de
un sistema de avances y retrocesos Fabrizio solo se atrevió a asegurar que las
válvulas podían retrasar, pero no detener, el reflujo de la sangre.
De todos los maestros de Padua, Fabrizio fue el que más influyó des-
pués de Vesalio. Enseñó en ese lugar durante sesenta y cuatro años, siendo
catedrático de Cirugía y fundador de la Anatomía comparada. Uno de sus
discípulos fue el fisiólogo inglés William Harvey (1578-1657), profesor de
Anatomía y Fisiología en el Real Colegio de Médicos de Londres.
Después de su paso por Padua, Harvey regresa a Inglaterra en 1602 y
allí se dedica a estudiar el corazón, observando que la sangre era expulsa-
da durante su contracción y no, como generalmente se creía, cuando el
corazón se dilataba. Asimismo, observó que existían válvulas que impulsan
la sangre desde el corazón a través de las arterias y vuelve al corazón por
las venas y que las válvulas impiden cualquier retroceso. En 1628, publica
De motu cordis et sanguinis (De los movimientos del corazón y la sangre), un
pequeño y revolucionario libro editado en Holanda, en el que exponía sus
conclusiones acerca de la circulación de la sangre.
Sin haber podido constatar las conexiones existentes entre arterias y
venas y por la sola deducción surgida de la observación, Harvey solo pudo

17 Cfr. Asimov (1966), 33.


El siglo XVII 39

suponer que la unión entre arterias y venas existía, pero no pudo corrobo-
rarla ya que la unión no podía apreciarse a simple vista. No obstante, la
circulación de la sangre fue aceptada por la mayoría de los biólogos.
Este es el momento en el que las observaciones comienzan a realizar-
se con la ayuda de instrumentos, especialmente el microscopio. Durante
la segunda mitad del siglo XVII se destacaron varios observadores micros-
copistas: dos holandeses (Leeuwenhoek y Swammerdan), dos ingleses
(Hooke y Grew) y uno italiano, Marcelo Malpighi (1628-1694). Extraor-
dinario observador y muy hábil en el uso del microscopio fue este último
quien completó, en 1660, las afirmaciones de Harvey señalando la exis-
tencia de los vasos capilares, que comunican las arterias con las venas,
hecho que pudo constatar en los pulmones de una rana. Se lo recuerda,
además, como el fundador de la anatomía microscópica vegetal.
De todos los microscopistas mencionados, quien más se destacó fue
Antony van Leeuwenhoek (1632-1723) quien tuvo la habilidad de cons-
truir microscopios de alta calidad para su propio uso. Leeuwenhoek
amplió considerablemente los conocimientos que se tenían del mundo
microscópico, teniendo el notable mérito de descubrir las bacterias, en
1683. Un tiempo antes, en 1665, había sido publicada la Micrographia,
obra escrita por el científico inglés Robert Hooke (1635-1703) que con-
tenía gran número de observaciones y algunos excelentes dibujos (fue
quien primero utilizó la palabra célula).
Resultaba obvio, por entonces, que los seres humanos y los animales
grandes procedían del cuerpo de sus madres o de huevos depositados por
ellas. En cambio, no aparecía suficientemente clara la cuestión del origen
de los seres vivos más simples, sosteniéndose, en general, que estos se ori-
ginaban «espontáneamente» a partir de la materia inanimada. Al respecto,
el típico ejemplo presentado como evidencia de generación espontánea era
la aparición de larvas en la carne putrefacta. Casi todos los biólogos acep-
taban este hecho. Sin embargo, William Harvey se inclinaba por pensar
que tal vez esos seres muy pequeños se originaran a partir de semillas o
huevos demasiado reducidos para ser observados a simple vista.
Un médico y naturalista italiano, Francesco Redi (1626-1697), impac-
tado por la lectura de la obra de Harvey, decidió someter a prueba esa hipó-
tesis. Con tal motivo, en 1668 preparó ocho frascos que contenían trozos
de carne. A continuación, cerró herméticamente cuatro de ellos, dejando
40 Capítulo 1

abiertos los demás. Las moscas solo podían posarse en estos últimos y allí
es donde, efectivamente, se desarrollaron larvas. En cambio, en los frascos
cerrados herméticamente, si bien la carne entró en descomposición, no se
desarrollaron larvas. Luego, para responder a la objeción de que al tapar los
frascos había impedido el acceso del aire, Redi repitió el experimento
tapando los frascos con una malla muy fina; el resultado fue el mismo: tam-
poco aparecieron larvas. En consecuencia, las larvas no se originaban en la
carne, sino que procedían de los pequeños huevos de las moscas.
Refiriéndose a Bacon, Descartes y Redi, C. Leon Harris apunta: «[...]
el enfoque inductivo de Francis Bacon, el deductivo de René Descartes y
el experimental utilizado por Francesco Redi fueron cruciales para el desa-
rrollo del pensamiento evolutivo».18
No obstante, aunque las experiencias de Redi parecían concluyentes,
su importancia se vio disminuida por el descubrimiento de los protozoarios
efectuado por Leeuwenhoek. Los protozoarios son organismos muy sim-
ples y tan pequeños como los huevos de las moscas. Se pensó entonces que
los protozoarios surgían por generación espontánea y ello no hizo más que
dilatar la resolución del tema (efectivamente, justamente en 1864 Pasteur
demostrará, en forma contundente y a través de una serie de experimentos
ingeniosamente concebidos y técnicamente impecables, que la denomina-
da «generación espontánea» carecía absolutamente de fundamento).
Continuando con el siglo XVII, el primer intento importante de sen-
tar las bases científicas del estudio, la nomenclatura y la clasificación de los
seres vivos fue el del naturalista inglés John Ray (1627-1705), quien seña-
laba que el número de especies en la naturaleza es fijo, limitado y cons-
tante, y que además es inmutable porque «jamás una especie nace de la
semilla o germen de otra, y recíprocamente».19 En 1667, este autor publi-
có un catálogo de las plantas de las islas británicas que le posibilitó ser ele-
gido Miembro de la Royal Society de Londres. También viajó por Bélgica,
Holanda, Alemania, Italia y Francia recogiendo, describiendo y registran-
do minuciosamente las plantas y animales que encontraba.
Ray creía que para establecer una clasificación natural debía tenerse
en cuenta el mayor número posible de caracteres. En 1682 publicó

18 Harris (1985), 125.


19 Citado por Guyénot (1956), 320.
El siglo XVII 41

Methodus plantarum nova (Nuevo tratado de plantas), pero su obra más


importante, que contenía prácticamente todo lo que se sabía hasta enton-
ces acerca de la estructura, la fisiología y la distribución de las plantas
(aproximadamente dieciocho mil seiscientas especies) fue Historia genera-
lis plantarum (Historia general de las plantas), publicada en Londres, en tres
volúmenes (1686, 1688 y 1704). Tuvo también el mérito de establecer
una distinción clara entre monocotiledóneas y dicotiledóneas, que ya
habían fijado en la práctica algunos botánicos que le precedieron, aunque
sin definir exactamente los grupos.
Asimismo, Ray trató de sistematizar el reino animal publicando en
1693 un libro que contenía una clasificación basada especialmente en
pezuñas, dedos y dientes. Por otro lado, su punto de vista acerca de los
fósiles estaba bastante bien encauzado para la época, quedando ello expre-
sado en una publicación de 1691 en la que afirmaba que los fósiles eran
reminiscencias petrificadas de seres ya extinguidos. Sin embargo, esto no
sería aceptado por los biólogos en general hasta un siglo después.
No podemos finalizar este capítulo sin mencionar al botánico francés
Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708), profesor de Botánica en el Jar-
dín Botánico del Rey (1688) y miembro de la Academia de Ciencias, quien
ejercería una importante influencia en la formación de los botánicos del
siglo XVIII. Tournefort se preocupó por precisar y caracterizar los géneros,
de manera tal que constituyeran el fundamento de toda clasificación.
Dice Émile Guyénot:

Poco a poco, todos los elementos necesarios para el establecimiento de


una sistemática racional habían sido preparados: Tournefort había definido los
géneros; Ray, las especies. Los antiguos botánicos utilizaron muy frecuente-
mente la nomenclatura binaria. Esta es la que Rivinus recomendaba a fines del
siglo XVII en su Introductio universalis in rem herbarium (1690): «La mejor
nomenclatura, decía, es la que atribuye a la planta dos nombres: uno, designa
el género; el otro, la especie». Faltaba poner en práctica estos principios, reu-
nir los datos todavía dispersos, fundirlos en un todo homogéneo y presentar-
los con autoridad; esta fue la obra capital de Linneo.20

20 Guyénot (1956), 90.


CAPÍTULO 2

1. Linneo (1707-1778)

Carl von Linné, más conocido por su nombre latinizado de Linneo, fue
un destacado botánico sueco del siglo XVIII. Sin duda alguna, uno de los más
importantes naturalistas del siglo, junto con Buffon. En palabras de Guyé-
not, «fue el reformador ilustre de la sistemática y de la nomenclatura».21
En su tiempo, el número de especies vegetales conocido era de unas
70 000. En 1732, siendo aún muy joven, la Academia de Ciencias de
Upsala le financió un viaje por el norte de la península escandinava, des-
cubriendo un centenar de especies nuevas. También viajó por Alemania,
Holanda, Inglaterra y Francia, siempre con el mismo objetivo de incre-
mentar sus colecciones de vegetales.
Durante todo ese tiempo, Linneo fue preparando su famosa obra Sys-
tema Naturæ que publica por primera vez en Holanda, en 1735. Se trata-
ba de un texto breve, de solo 14 páginas, que convertirá a Linneo en el
fundador de la taxonomía. En los años siguientes aparecerían otras obras
de su autoría: Fundamenta botanica (1736), Genera plantarum (1737) y
Classes plantarum (1738).
Después de regresar a Suecia, Linneo es designado, en 1741, profe-
sor de Botánica en la Universidad de Upsala, convirtiéndose en un docen-

21 Guyénot (1956), 94.


44 Capítulo 2

te muy popular porque los estudiantes se reunían a su alrededor en las


clases, que dictaba al aire libre, en pleno contacto con la naturaleza.
Muchos de esos estudiantes se destacarían luego por las exploraciones que
realizaron en diversas regiones con el propósito de descubrir nuevas espe-
cies vegetales.
Siendo aún estudiante en la Universidad de Lund, donde estudió
Medicina, Linneo se había interesado en el estudio de los órganos sexua-
les de las plantas, estambres y pistilos, caracteres que consideraba natura-
les y esenciales (y que obviamente sobrevaloraba respecto de los demás).
De esta manera, Linneo creyó haber sido el primero en idear un sistema
clasificatorio basado en caracteres naturales. Sin embargo, otros botánicos,
como Adanson, habrían de rechazar abiertamente tal pretensión (véase
más adelante).
Por otro lado, Linneo decide crear el sistema de nomenclatura bina-
ria, utilizado desde entonces hasta nuestros días, que consiste en deno-
minar a todo ser vivo con dos nombres; el primero, que indica el género
y el segundo, que designa la especie (Canis lupus el lobo, Felis leo el león,
Homo sapiens el hombre actual, etc.). En 1753, en su Species plantarum,
Linneo aplicó este sistema a los vegetales (acuñando el nombre de unas
siete mil trescientas especies) y en la voluminosa décima edición de su
Systema Naturæ (2300 páginas), en 1758, lo extendió a los animales. Más
tarde, también se incluiría a los fósiles dentro de este sistema. En todos
los casos, el nombre genérico se inicia con mayúscula, el de la especie se
transcribe totalmente en minúscula y ambos términos deben ser escritos
con letra cursiva.
Linneo sostuvo una visión fijista de la especie, que desarrolló parti-
cularmente en su Philosophia botanica (1751). Para él, las especies son
entidades de existencia real en la naturaleza y cada una de ellas corres-
ponde a un acto especial de Dios, que las creó con características esen-
ciales bien definidas. Dice Linneo: «Hay tantas especies como formas
diferentes ha producido desde el principio el Ser Supremo».22 Por lo
tanto, Linneo no tuvo en cuenta la posibilidad de transformación de las
especies a través del tiempo.

22 Citado por Guyénot (1956), 321.


El desarrollo del ser. Preformación frente a epigénesis 45

Una vez dicho esto, aparecía claro para Linneo que el objetivo de
todo naturalista consistía en reconocer todas las especies creadas por el
Supremo Hacedor, dándoles nombre, para luego registrarlas, describirlas
y, finalmente, clasificarlas. Del mismo modo, en su condición de botáni-
co, Linneo estaba convencido de que ese era, también, el fin último de la
botánica.
En sus últimos años, y con el fin de explicar ciertas variaciones vege-
tales, Linneo aceptó la posibilidad de un transformismo moderado apun-
tando a que quizá Dios creara géneros en lugar de especies, originándose
estas, en un segundo momento, como resultado de la influencia del clima
o de la geografía. Pero esta tardía expresión no alcanza para modificar una
concepción que fue, esencialmente, fijista.
Linneo recibió muchos honores por su extraordinaria labor. Gustavo III
lo hizo Caballero de la Orden de la Estrella Polar, lo que le permitió acce-
der a la nobleza, pasando a llamarse Carl von Linné, nombre con el que
firmaba. Fue también Miembro de la Academia de Estocolmo y director
del Jardín Botánico de Upsala. Muerto Linneo, su herbario, su biblioteca
y su correspondencia fueron compradas por un joven y rico naturalista
inglés quien, una vez fundada la Linnean Society de Londres, en 1790,
quedaría a cargo de su custodia.

2. El desarrollo del ser. Preformación frente a epigénesis

Durante los siglos XVII y XVIII el tema de la generación animal tam-


bién alcanzó repercusión. Una de las posturas existentes para explicar este
hecho fue la de los «preformacionistas», para quienes el organismo adulto
ya estaría contenido en el germen con todos sus caracteres, de tal manera
que el origen de una forma adulta se lograría por simple agrandamiento o
despliegue de la existente en miniatura.
Biólogos eminentes como Malpighi, Leeuwenhoek, Swammerdan, von
Haller, Spallanzani, Bonnet y también el filósofo Leibniz defendieron el pre-
formacionismo. Pero como se reconocía un germen masculino, el esperma-
tozoide, y uno femenino, el óvulo, los preformacionistas se dividieron en
«animalculistas» y «ovistas». Para los primeros, el organismo en miniatura ya
existía en el espermatozoide. En cambio, para los «ovistas» los futuros seres
46 Capítulo 2

estaban todos acumulados en el ovario femenino. De cualquier manera, las


diversas explicaciones preformacionistas llegarían a ser tan fantasiosas que no
lograrían prevalecer sobre la teoría opuesta, la epigenista.
La teoría de la epigénesis tuvo un destacado defensor en el joven
médico alemán Kaspar-Friedrick Wolff (1733-1794), quien habría de ser
considerado el fundador de la embriología moderna. Wolff expuso lo fun-
damental de sus trabajos en la Theoria generationis (1759), redactada en
latín y, más tarde, en su memoria Sobre la formación del intestino en el
polluelo, que apareció en 1766-1767 en los Informes de la Academia de
Ciencias de San Petersburgo, de la que fue miembro.
De todas maneras, desde antes de que emprendiese cualquier investi-
gación, Wolff se encontraba predispuesto por sus opiniones teóricas a
rechazar la idea de la preformación germinal. Sus estudios robustecieron
esta postura. En efecto, las experiencias que Wolff consagró al desarrollo
de los seres vivos y, en especial, del polluelo, le permitieron observar la
aparición de estructuras y órganos que no existían antes. Que el organis-
mo no se halla «preformado» en el huevo sino que sus estructuras van sur-
giendo durante el período embrionario. Wolff atribuía el desarrollo
embriológico a la incidencia de una fuerza vital sobre la materia orgánica
homogénea. Para él, todo el desarrollo era totalmente independiente de las
influencias externas.
A pesar de los errores propios de la época, las observaciones embrio-
lógicas de Wolff fueron notables y le permitieron llegar mucho más lejos
que su predecesor Malpighi. Destacando la importancia de la obra de
Wolff, señala Jean Rostand:
No hay, pues, ninguna exageración en afirmar que la Theoría generatio-
nis señala una etapa en la historia de la biología. Rompiendo definitivamente
con el preformacionismo, Wolff había asestado un golpe magistral a la idea
ingenua del animal que se halla en miniatura en el germen.23

Finalmente, la disputa entre preformacionismo y epigenismo queda-


rá superada en virtud de los avances que se irían registrando en el campo
de la embriología experimental.

23 Rostand (1985), 68.


El siglo XVIII en Francia 47

3. El siglo XVIII en Francia


3.1. La Enciclopedia francesa
A mediados del siglo XVIII, los franceses Le Breton y Briasson le enco-
mendaron al filósofo y escritor Denis Diderot (1713-1784) la edición de
una obra de gran envergadura: Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des
sciences, des arts et des métiers (Enciclopedia o Diccionario razonado de las
ciencias, las artes y los oficios).
Entre los antecedentes de Diderot, un autor que poseía una enorme
curiosidad por todas las ramas del saber, puede mencionarse su obra La
carta de los ciegos, publicada en 1749 (que le costó un año de prisión acu-
sado de ateísmo) y el sostenimiento de algunas ideas transformistas que
circulaban por entonces en Pensées sur l’interprétation de la Nature, apare-
cida en 1753. Finalmente, en la Enciclopedia, además de su labor como
editor, Diderot escribió artículos sobre filosofía, historia y ciencias en
general. En el prefacio anunciaba que los objetivos de la obra eran
reunir todo el conocimiento disperso por la superficie de la Tierra para cons-
truir así un sistema general de pensamiento [...].24

Con tal motivo, a Diderot se le ocurrió que todos los sabios y técni-
cos debían aportar, bajo la forma de un diccionario, un conjunto comple-
to de los conocimientos humanos. Muchos pensadores notables de la Ilus-
tración participaron en el proyecto. Entre los más destacados podemos
citar a Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Daubenton.
El director de la obra era Jean Le Rond d’Alembert (1717-1783), un
matemático y filósofo que en 1754 fue elegido miembro de la Academia
Francesa y en 1772 su secretario perpetuo. También él participó en la
Enciclopedia escribiendo el Discurso preliminar (1751) que inicia el diccio-
nario con un lenguaje de alta erudición. Para tener una idea de la magni-
tud de esta producción, digamos que el ejemplar completo de la primera
edición, publicada entre 1751 y 1780, comprendía 35 volúmenes y un
total de 23 135 páginas y 3132 láminas.

24 Citado por Mason (1995), 83.


48 Capítulo 2

Pero la Enciclopedia era mucho más que una obra erudita. Su enorme
influencia en la segunda mitad del siglo XVIII en Francia trajo aparejada
una independización paulatina de las creencias tradicionales. Los enciclo-
pedistas rechazaban cualquier interpretación sobrenatural y consideraban
al mundo exclusivamente en términos de un orden natural explicable por
medio de la ciencia y de la razón.
La obra, imbuida del espíritu racionalista, liberal y antirreligioso del
siglo, contenía una crítica contra las doctrinas tradicionales, y fue uno de
los gérmenes de la Revolución francesa y de la Revolución industrial. Ade-
más, proclamaba firmemente la superioridad de la razón frente a la auto-
ridad, la tradición y la fe, sentando los principios de la libertad, igualdad
y fraternidad.

3.2. Michel Adanson y el método natural


de clasificación de las plantas
La clasificación de las plantas de acuerdo con la aplicación de un
método natural recibió un gran impulso con la propuesta del francés
Michel Adanson (1727-1806), de quien señala Guyénot: «aunque haya
sido sistemáticamente desconocido y escandalosamente plagiado, el verda-
dero fundador del método natural fue el genial botánico francés Michel
Adanson».25
En 1750, a la edad de 23 años, Adanson le escribió a su antiguo maes-
tro Bernard de Jussieu (1699-1777) para explicarle su idea sobre el tema.
Para Adanson la diferencia existente entre las clasificaciones artificiales y
las naturales residía en que, en las primeras, un autor intenta, arbitraria-
mente (sobrevalorando uno o dos caracteres considerados «distintivos»
con relación a los demás), establecer una clasificación. En este caso, el
número de clasificaciones es ilimitado.
En cambio, según Adanson, en las clasificaciones naturales debe
tomarse en consideración el conjunto de los caracteres y no alguno o algu-
nos de ellos en particular. Así, la clasificación surgirá, naturalmente, de la
realidad y, por lo tanto, no puede existir más que una sola clasificación, la
que se desprende de la detallada comparación entre las semejanzas y dife-

25 Guyénot (1956), 29.


El siglo XVIII en Francia 49

rencias observadas. El método natural, decía Adanson, debe ser único,


universal y general. Por lo dicho, resulta obvio que Adanson calificara de
artificiales las clasificaciones llevadas a cabo por Linneo.
Miembro de la Academia de Ciencias de Francia, su obra más impor-
tante fue las Familles naturelles des plantes, editada en 1763, año en que
también pasó a ser miembro de la Royal Society. En relación con las cla-
ses, los géneros y las especies, es interesante observar que Adanson pensa-
ba que no tienen existencia real en la naturaleza; los únicos que existen son
los individuos. Ideas similares a esta las encontraremos luego en Buffon,
Lamarck y, en cierto modo, en el mismo Darwin.

3.3. Charles Bonnet y las escalas de seres


En tanto que en los siglos XVI y XVII la clasificación de las plantas
avanzó notablemente, la clasificación animal en general no registró prácti-
camente cambios.
Durante el siglo XVIII reaparecen las escalas de seres o escalas natura-
les, de origen aristotélico. Quien más desarrolló esta idea fue el suizo Char-
les Bonnet (1720-1793), gran biólogo y filósofo quien, en 1740 y a la
corta edad de 20 años, hizo un extraordinario descubrimiento: el de la par-
tenogénesis en los pulgones (esto es, que los pulgones hembras podían
producir descendencia viva sin fertilización previa de los machos). Aun-
que, al parecer, este fenómeno ya había sido observado en 1695 por Leeu-
wenhoek, el mérito principal le corresponde a Bonnet porque, además,
comprendió claramente su significado. Este hecho fue el que lo llevó a
adoptar una postura preformacionista, que luego se demostraría errónea,
según hemos visto.
Poco tiempo después, en 1744, Bonnet reuniría una gran cantidad de
observaciones sobre los insectos en su obra Insectología, publicando, al año
siguiente, el resultado de sus experiencias sobre regeneración en gusanos y
lombrices de tierra.
Volviendo al tema de las escalas de seres, en su obra Tratado de la natu-
raleza (1765) Bonnet ubica a todos los cuerpos orgánicos e inorgánicos de la
naturaleza en una escala ascendente que va desde las rocas hasta el hombre.
Siguiendo la conocida expresión del filósofo alemán Leibniz (1646-1716),
«Natura non facit saltum» (En la naturaleza no hay grandes saltos) Bonnet
50 Capítulo 2

creía que estas escalas de seres eran absolutamente graduales. De todos


modos, estas escalas, al igual que las propuestas por Aristóteles dos mil años
antes, no representan ninguna idea evolucionista. Bonnet ni siquiera llega a
considerar la posibilidad de nexo filogenético entre las diversas formas.
Al respecto, dirá Stephen Jay Gould:
[...] la cadena del ser original era explícita y vehementemente antievolucionista.
La cadena es una ordenación estática de entidades inmutables creadas, una serie
de animales situados por Dios en posiciones fijas en una jerarquía ascendente
que no representaba el tiempo ni la historia, sino el orden eterno de las cosas.26

3.4. Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759)


El matemático francés Pierre de Maupertuis desarrolló una labor
importante en el campo de las ciencias naturales y sustentó una incipien-
te idea transformista. Estudiando el mecanismo de la reproducción y de la
herencia, observa la aparición de cambios bruscos en los organismos y
llega, además, a entrever el principio de la selección natural.
Maupertuis estudió filosofía en París a los 16 años y, merced a sus tra-
bajos en el área de las matemáticas y de la biología, fue elegido miembro de
la Academia de Ciencias a la edad de 25 años. Más tarde, en 1728 y tras una
visita a Londres, fue el primer autor francés que comprendió y expuso la teo-
ría de Newton sobre la gravitación universal. En 1738 Voltaire lo recomen-
dó a Federico el Grande como la persona ideal para reorganizar la Academia
de las Ciencias de Berlín, desempeñando Maupertuis el cargo durante varios
años, desde 1745 a 1753. Si bien era uno de los científicos más respetados
de la Ilustración, un lamentable malentendido le acarrearía la enemistad de
Voltaire, quien, atacándolo con dureza, terminó afectando su reputación.
Las principales obras de Maupertuis que tratan cuestiones de índole
biológica son: Vénus physique (1745), Systéme de la Nature (1754) en la
que, oculto tras el seudónimo de Dr. Baumann sugirió que todas las espe-
cies tenían un origen común, y Essai de Cosmologie (1756) en el que se
aproxima a la idea de selección natural, sin identificarla, como mecanismo
de la continua formación de nuevas especies.

26 Gould (1995b), 242.


El siglo XVIII en Francia 51

Sin dejar de lado la influencia del clima y el alimento, Maupertuis con-


sideró que las variedades humanas, lo mismo que las razas de animales, se
han producido por cambios bruscos que luego se han conservado. Tales
cambios, sufridos por los gérmenes masculino y femenino, perdurarían
desde la primera reproducción sobre cualquier organización precedente.
Dice Maupertuis:
¿No podría explicarse así cómo, a partir de solo dos individuos se habría
podido producir la multiplicación de las especies más dispares? Todas ellas
deberían su origen a algunas producciones fortuitas, cuyas partes elementales
no habrían retenido el orden que tenían en los animales padre y madre. Cada
grado de error habría producido una nueva especie; y a fuerza de variaciones
repetidas se habría originado la diversidad infinita de los animales que vemos
hoy. (Systéme de la Nature, XLV.)27

Como vemos, las ideas de Maupertuis parecen acercarse a lo que más


adelante se llamó mutacionismo, con el cual coincidiría incluso al consi-
derar la selección natural de los organismos como un proceso eminente-
mente negativo, consistente en la eliminación de los individuos defectuo-
sos o no aptos.
De todos modos, no debemos sobrevalorar las expresiones de Mau-
pertuis en relación con la temática que nos ocupa. Precisamente, Stephen
Jay Gould, refiriéndose a la segunda sección de la Venus physique, señala
que esta contiene
algunas especulaciones evolutivas pobremente formuladas, y es en gran medi-
da la responsable de la fama de Maupertuis como antecesor de Darwin, una
valoración injusta y anacrónica, basada en unos pocos pasajes ocasionales que
abstraen a Maupertuis de las preocupaciones de su tiempo.28

3.5. Buffon (1707-1788)


Georges-Louis Leclerc, más conocido por su título nobiliario de caba-
llero y luego conde de Buffon, que le fue concedido en 1773, tuvo una
notable influencia en las ciencias naturales de su época. Nacido en Mont-
bard (Borgoña, Francia) en 1707, inicia su licenciatura en Derecho en

27 Citado por Templado (1974), 27-28.


28 Gould (1995b), 120-121.
52 Capítulo 2

1723, que finaliza tres años más tarde. Desde joven evidencia interés por
las matemáticas y en 1728 comienza a estudiar medicina en Angers, carre-
ra que abandona a raíz de un incidente que lo obliga a salir de la ciudad.
En 1732 se instala en París y dos años más tarde es elegido miembro
adjunto de la sección mecánica de la Academia de Ciencias de París, pre-
sentando, al poco tiempo, varios trabajos, en su mayoría sobre silvicultura
(cultivo de los bosques). Antonio Beltrán dice que está bien documentada
la anglofilia de Bufón, ya que simpatiza particularmente con los científicos
ingleses, con los que mantiene mejores relaciones que con sus colegas fran-
ceses, al mismo tiempo de envidiar la libertad de pensamiento existente en
Inglaterra, sobre todo en los aspectos religioso y político. No es de extrañar,
pues, su nombramiento como miembro de la Royal Society, en 1739.29
Ese mismo año Buffon es designado intendente del Jardín Real y del
Museo del Rey. En cuanto a la Academia de Ciencias, pasa de la sección
mecánica a la de botánica. Posteriormente, entre 1740 y 1748 presenta allí
numerosos trabajos sobre distintos temas tales como matemáticas, óptica
e historia natural. Es por entonces cuando comienza su labor más intensi-
va en el campo de las ciencias naturales concibiendo una obra de gran
envergadura en la que trabajará el resto de su vida. Nos referimos a su His-
toire naturelle, générale et particuliére, que indudablemente lo convertirá en
uno de los científicos más brillantes de la Ilustración francesa y, más aún,
en el más grande naturalista de la segunda mitad del siglo XVIII.
Buffon proyecta al principio quince volúmenes, pero a lo largo de su
vida se publicarán treinta y seis y quedará material para otros ocho, hasta
completar cuarenta y cuatro volúmenes. Los primeros quince están dedi-
cados a los mamíferos, los siete siguientes, aparecidos entre 1774 y 1780
contienen, entre otros temas Las épocas de la naturaleza (1778). Casi
simultáneamente (1770-1783) se publican nueve tomos acerca de las aves.
Luego, entre 1783 y 1788 cinco tomos sobre minerales y, finalmente, tras
la muerte de Buffon en 1788, Lacépède se encarga de la edición de ocho
tomos más, el último en 1804, dedicados a reptiles, peces y cetáceos.
Como vemos, la publicación de los cuarenta y cuatro tomos de la obra
completa demandó nada menos que cincuenta y cinco años (1749-1804).

29 Introducción a la versión castellana de Buffon (1997), 14.


El siglo XVIII en Francia 53

Los tres primeros tomos, aparecidos en 1749, tuvieron un importan-


te éxito de venta y obligaron a una segunda edición, un mes y medio des-
pués. Más tarde serían traducidos al alemán y al holandés. «Ni siquiera la
Encyclopédie de Diderot se vendió como la Historia Natural, que fue el
gran best-seller científico del siglo XVIII», dice Antonio Beltrán.30
De igual modo, el mismo autor señala:
[...] los primeros tres volúmenes de la Historia Natural de Buffon venían a
desafiar [...] las teorías dominantes en los distintos campos de la historia natu-
ral. Queda claro desde el mismo inicio de su obra que Buffon quiere remover
los cimientos de la disciplina. La suya no pretende ser otra historia natural, es
decir, otra ilustración más o menos amplia y detallada del diseño divino, o un
nuevo método de clasificación. Quiere ser una historia natural nueva, radical-
mente distinta. El mero hecho de incluir el adjetivo «general» en el título
implica un claro distanciamiento de la ortodoxia filosófica. Está claro que Buf-
fon no piensa limitarse a la mera recolección escrupulosa de hechos.
En realidad, su irrupción en el campo no podía ser más provocativa. El
«discurso» con que inicia la obra, titulado Sobre la manera de estudiar y tratar
la historia natural constituye un ataque frontal a Linneo, es decir, al naturalis-
ta por excelencia, y a su clasificación, o sea, a la historia natural dominante.31

Buffon critica el hecho de que Linneo estableciera una diferenciación


entre las plantas sobre la base de un solo carácter, pues él considera que lo
que hay que tener en cuenta es el conjunto (lo que nos recuerda, induda-
blemente, a Adanson). Por otra parte, no solo deja de lado la hipótesis
diluviana, proclamando ideas afines con el uniformismo, sino que, ade-
más, expone ideas claras acerca de la sedimentación, la superposición de
las capas según su orden cronológico y el significado de los fósiles, muchos
de los cuales considera que corresponden a especies desaparecidas o extin-
guidas. También se manifiesta contrario a las ideas preformacionistas sos-
tenidas por su contemporáneo Bonnet.
Continuando con la idea expresada por Adanson y adelantándose a
Lamarck, Buffon aseguraba que no existe verdaderamente en la naturale-
za más que individuos: los géneros, los órdenes y las clases solo existen en
nuestra imaginación. Sin embargo, Buffon sí estaba convencido de la exis-
tencia real de las especies. Al respecto, dice Jacques Roger, uno de sus más
destacados biógrafos:

30 Buffon (1997), 80.


31 Buffon (1997), 27.
54 Capítulo 2

La única unidad taxonómica a la que Buffon reconoce existencia real en


la naturaleza es la especie. Pero la definición que da no es morfológica: es bio-
lógica. Pertenecen a la misma especie los individuos capaces de interfecunda-
ción. La especie no es, en consecuencia, la colección de individuos «parecidos»,
sino el conjunto de los que se reproducen entre sí.32

Efectivamente, Buffon expresa claramente ese concepto en el texto


que transcribimos a continuación:
[...] no es ni el número ni la colección de individuos parecidos lo que hace la
especie; es la sucesión constante y la renovación ininterrumpida de los indivi-
duos que la constituyen. Pues un ser que durara siempre no sería una especie,
ni tampoco un millón de seres parecidos que también duraran siempre. La
especie es, pues, una palabra abstracta cuyo referente no existe en la realidad
más que considerando la naturaleza en la sucesión de los tiempos. Solo com-
parando la naturaleza de hoy con la de otros tiempos, y los individuos
actuales con los pasados, hemos llegado a una idea clara de lo que se llama
«especie» […] No siendo la especie nada más que una sucesión constante de
individuos parecidos y que se reproducen […].33

De la lectura del texto que acabamos de transcribir se desprende que


Buffon consideraba insuficiente el parecido físico de los individuos de una
población para hablar de especie. Además del aspecto morfológico, lo que
importaba para él era la afinidad reproductiva, es decir que esos individuos
fueran capaces de interfecundación. Aunque los individuos se van reno-
vando en el curso de sucesivas generaciones, mientras continúen siendo
semejantes e interfecundos la unidad y estabilidad de la especie a la cual
pertenecen se mantendrá a lo largo del tiempo. El tiempo es, según Buf-
fon, «el gran obrero de la naturaleza».
En el tomo I de la Histoire naturelle, la sección escrita por Buffon bajo
el título Historia y teoría de la Tierra (en la que el autor describe los suce-
sivos momentos que habría pasado la Tierra hasta su configuración
actual), fue objeto de crítica por parte de la Facultad de Teología de la Sor-
bona, quien condenó catorce proposiciones y exigió una retractación. Buf-
fon no tuvo inconveniente alguno en firmar una declaración (que al pare-
cer ni siquiera fue escrita por él) en la que afirmaba su fe y fidelidad a las

32 Roger (1983), 6.
33 Buffon (1997), 84. La cita ha sido tomada por A. Beltrán de las Oeuvres Philosophi-
ques de Buffon editada por Jean Piveteau (1954, 355-356), París, Presses Universitaires de
France.
El siglo XVIII en Francia 55

Sagradas Escrituras. Si bien es cierto que Buffon se había comprometido a


publicar esa declaración en el siguiente volumen, y cumplió, en las reedi-
ciones de los textos observados jamás modificó ni una sola palabra.34 Una
situación similar vivirá Buffon unos treinta años después, al publicar Las
épocas de la naturaleza, pero la cuestión pasó casi inadvertida en la socie-
dad francesa de entonces.
Al parecer, Buffon tendió en un principio hacia un transformismo
cósmico, decidiéndose más tarde por un transformismo más restringido
con su hipótesis de la degeneración, elaborada en consonancia con ideas
propias de la época. Para él, todo el reino animal se deriva de cierto núme-
ro de tipos originales, algunos de los cuales han persistido más o menos
como eran al principio, en tanto que otros originaban, por degeneración,
es decir, por los efectos del clima y la alimentación acumulados a lo largo
de muchas generaciones, toda una familia de especies vecinas. Así, el asno
y el caballo pertenecen a la misma familia, constituyendo el asno un caba-
llo degenerado y lo mismo ocurre con los simios y monos que representan
a hombres degenerados, etc. Pero Buffon no ve, en este proceso, ni pro-
greso ni perfeccionamiento.
En este sentido, Jacques Roger señala:
Incapaz de imaginar, a la manera de Lamarck, una «tendencia natural»
de los seres vivientes a un grado superior de organización, o, a la manera de
Darwin, una adaptación lenta del ser vivo a sus condiciones de vida, Buffon
no puede concebir la idea de un progreso en la historia de la vida. Al igual que
para Jean-Jacques Rousseau la historia de la humanidad es la de una decaden-
cia, para Buffon, la historia de la vida es la de una «degeneración».35

En el ensayo en el que trata acerca de la «degeneración» de los ani-


males (Dégénération des animaux), al final del tomo XIV de la Histoire natu-
relle, publicado en 1766, Buffon remarca los cambios experimentados por
los animales domésticos (la domesticidad también debe ser contada entre
las causas de degeneración), que atribuye al clima, al alimento y a la
influencia humana. También indica como posible causa de variación en las
especies salvajes el número de individuos, y acaba por señalar que

34 Cfr. Beltrán en Buffon (1997), 79.


35 Roger (1983), 12.
56 Capítulo 2

comparando así todos los animales y situando cada uno en su género, hallare-
mos que las doscientas especies (de animales cuadrúpedos), cuya historia natu-
ral hemos estudiado, pueden reducirse a un número bastante pequeño de
familias o estirpes principales, de las cuales no es imposible que todos los otros
hayan salido. (De la dégénération des animaux, en Histoire naturelle, XIV: 358.)36

Aquí aparece un Buffon tibiamente transformista, ya que, en lugar de


afirmar que un número pequeño de familias pudo originar a un número
mayor, solo especula diciendo que «no es imposible» que haya ocurrido de
esa manera. Por supuesto que se trata de un lenguaje muy propio de la
época. Buffon escribía en la Francia anterior a la Revolución y es posible
que, de haber vivido en un país protestante, hubiese sido más explícito al
tratar el tema del transformismo.
En rigor, existe diversidad de opiniones en torno a la cuestión de esta-
blecer si Buffon fue o no fue evolucionista. Ello se debe, en parte, al hecho
de que sus ideas se encuentran muy dispersas a lo largo de su obra y a que
algunas de ellas son contradictorias. De acuerdo con Guyénot, Buffon
«puede ser considerado no solo como un precursor, sino como uno de los
verdaderos fundadores de la teoría de la evolución».37
En cambio, y al mismo tiempo de afirmar que «Está claro, pues, que
Buffon no es transformista y que jamás lo ha sido [...]»,38 Jacques Roger
reconoce que, más que nadie en el siglo XVIII, Buffon contribuyó a hacer
posibles las teorías evolucionistas del XIX.

3.6. Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808)


Autor del libro Relaciones entre lo físico y lo moral en el hombre (dos volú-
menes), publicado en 1802, el médico y filósofo francés Pierre Cabanis se
muestra allí como precursor de ideas que habrían de ser luego profundiza-
das en la obra de Lamarck. Incluso es posible encontrar algunas de corte evo-
lucionista, que no deberían ser sobrevaloradas, ya que se trata, una vez más,
de ideas sueltas inmersas en una producción dedicada a otras cuestiones.
Dentro de la temática que nos interesa, Cabanis asegura que el ani-
mal, influido por el clima y las demás circunstancias físicas, recibe un sello

36 Citado por Templado (1974), 26.


37 Guyénot (1956), 350.
38 Roger (1983), 12.
El siglo XVIII en Francia 57

especial. Del mismo modo, experimenta una serie de cambios al pasar al


estado de domesticidad, así como incorpora una nueva serie de hábitos. Al
respecto, Cabanis creía que estas nuevas disposiciones adquiridas se trans-
mitían de padres y madres a los hijos, adoptando de esta manera una pos-
tura favorable a la herencia de los caracteres adquiridos. También conside-
raba Cabanis que los órganos pueden fortalecerse o debilitarse de acuerdo
con su uso, en una clara anticipación de la idea de que la función crea al
órgano desarrollada más tarde por Lamarck.
Finalmente, Cabanis explica que no sabremos nunca si el hombre y
los grandes animales han podido derivarse de organismos inferiores surgi-
dos por causas estrictamente naturales. En otras palabras, el autor se pre-
gunta si el hombre y los grandes animales no habrían podido surgir a par-
tir de organismos primigenios aparecidos por generación espontánea.
Pero, aunque no se sepa de sus orígenes, «de ningún modo está probado
que las especies sean todavía actualmente las mismas que en el momento
de su formación primitiva».39 Todas estas opiniones influirían muy proba-
blemente en el pensamiento de Lamarck.

3.7. Georges Cuvier (1769-1832)


Si bien es cierto que Cuvier nació veinticinco años después que
Lamarck, y, por lo tanto, sus puntos de vista podrían desarrollarse aquí
después de tratar la vida y obra de este, conviene recordar que es Lamarck
el que responde a las ideas proclamadas por Cuvier y no a la inversa, moti-
vo por el cual optamos por referirnos en primer lugar a este último autor.
Georges Leópold Chrétien Frédéric Dagobert, barón de Cuvier, nació
en Montbéliard (Francia), siendo súbdito alemán de nacimiento, además de
protestante. Dotado de cualidades brillantes, pero pobre, tuvo la oportuni-
dad de conseguir una beca para la Karlschule de Stuttgart (Alemania), donde
se formó al lado de Karl Friedrich von Kielmeyer (1765-1844), destacado
profesor de Biología y uno de los representantes de la denominada Natur-
philosophie, o escuela alemana de Zoología, que, como veremos más adelan-
te, concedía gran importancia al enfoque morfológico. Es entendible,
entonces, que, desde muy joven, Cuvier resultara influido por tal criterio.

39 Citado por Guyénot (1956), 355.


58 Capítulo 2

Cuvier regresa a París en 1795, a la edad de 26 años, y cinco años


después, en 1800, era ya profesor del Museo de Historia Natural y del
College de Francia. Portavoz oficial en el Parlamento bajo Napoleón y
Luis XVIII, obtuvo grandes honores y una envidiable situación oficial, que
se prolongó más tarde, hasta lograr un título de nobleza (el de barón), des-
pués de la caída del emperador. Secretario Perpetuo de la Academia de
Ciencias, Cuvier alcanzó gran prestigio en la época. Son sus principales
obras Lecons d’anatomie comparée (1800-1805), Recherches sur les ossements
fossiles (1812) y Le règne animal (1817).
El aspecto central que guiaba la obra de Cuvier, que era un morfólogo,
fue el principio de «correlación de las partes», que consiste en considerar que
«todo ser organizado forma un conjunto, un sistema único y cerrado, cuyas
partes se corresponden mutuamente y convergen en una misma acción defi-
nitiva a través de una reacción recíproca. Ninguna de sus partes puede cam-
biar sin que las otras también cambien; y, en consecuencia, cada una de ellas,
tomada por separado, indica y representa a todas las otras».40 Cuvier sabía,
por ejemplo, que los ungulados con cuernos poseen dentadura de herbívo-
ros y los reptiles con dientes cónicos son carnívoros. Y si los intestinos de un
animal, por ejemplo, presentan características tales que solo pueden digerir
carne fresca, «es necesario que sus mandíbulas estén construidas para devo-
rar una presa, sus garras para aferrarla y desgarrarla; sus dientes para cortar-
la y despedazarla; el conjunto de sus órganos locomotores para perseguirla y
alcanzarla […]».41 Como se observa, Cuvier destacaba la armoniosa combi-
nación de todas las partes para producir un todo funcional.
Mediante el estudio sistemático de los vertebrados fósiles, advierte
Cuvier que los animales que hoy pueblan la Tierra presentan caracteres
distintos de los que la habitaban en épocas anteriores. Pero, en vez de
explicar estas diferencias en la fauna por transformaciones sucesivas, ima-
ginaba la existencia de grandes catástrofes o cataclismos cuya consecuen-
cia directa era la desaparición de las especies vivientes en esos momentos
puntuales. De esta manera, las especies desaparecidas o «especies perdi-
das»42 negaban la existencia de una continuidad. Luego, esas catástrofes

40 Citado por Tassy (1994), 17.


41 Citado por Tassy (1994), 17.
42 Se sugiere al lector que vea en la p. 79 el modo en que Lamarck explica la cuestión
de las «especies perdidas».
El siglo XVIII en Francia 59

eran seguidas por otros períodos de calma en los cuales habían aparecido
las nuevas especies. En este sentido, Cuvier concibe la naturaleza como
algo inmutable, a excepción de los momentos catastróficos, y los fósiles
son, para él, testigos de esas hecatombes. De lo expresado se desprende,
por lo tanto, que para Cuvier todos los fósiles pertenecen a restos de ani-
males y vegetales cuyos análogos vivientes ya no existen en la naturaleza.
Cuvier, que era «un empírico convencido» según Gould, se basó
fundamentalmente en la paleontología de vertebrados, pero Lamarck, espe-
cialista en invertebrados, encontró numerosos ejemplos de especies de
invertebrados fósiles que sí eran muy semejantes («análogas») a especies
vivientes conocidas, con lo que se demostraba la inconsistencia del catas-
trofismo. Con su postura acerca de las variaciones geológicas lentas, también
Lyell, en Inglaterra, como veremos, se oponía al catastrofismo de Cuvier.
En relación con el catastrofismo, Stephen Jay Gould señala que es:
una compleja doctrina de multitud de facetas, pero que se centra en la afir-
mación de que el cambio geológico se concentra en escasos períodos de paro-
xismo a escala prácticamente global: inundaciones, fuegos, elevación de las
montañas, fractura y hundimiento de continentes; en pocas palabras, todos los
componentes habituales del apocalipsis.43

¿Suponía Cuvier que estos cataclismos tenían carácter universal?


¿Creía que cada uno de ellos destruía por completo la vida existente en ese
momento? En realidad no. Cuvier concebía un único acto de creación
seguido por una serie de catástrofes que habrían producido extinciones
parciales. A partir de algunas regiones no afectadas y otras todavía insufi-
cientemente exploradas se producirían irradiaciones y emigraciones que
repoblarían el planeta. Sin embargo, debido a que las emigraciones a par-
tir de las regiones no afectadas nunca resultarían suficientes para explicar
la aparición de tantas especies nuevas, uno de sus continuadores, Alcide
d’Orbigny, proclamó la idea de la existencia de creaciones tras cada uno de
los cataclismos44 (de allí la expresión «cataclismos y creaciones sucesivas»).
La historia de la Tierra, entonces, se constituiría cada vez en un plano
de mayor organización y complejidad. Al principio —explica Cuvier—

43 Gould (1995a), 87.


44 Cfr. Rostand (1985), 107.
60 Capítulo 2

hubo corales, moluscos y crustáceos; luego vino la época de las primeras


plantas; a continuación, la de los peces y reptiles; y, por último, la de las
aves y los mamíferos. Según Cuvier, el hombre aparece después (y no antes
como dice la Biblia) de la última revolución geológica (que identifica con
el Diluvio Universal) hace unos cinco o seis mil años. Pero es esta una dife-
rencia menor entre Cuvier y la Iglesia de entonces, ya que, en las cuestio-
nes fundamentales, existía coincidencia.
Así, por ejemplo, Cuvier se revelaba claramente como un autor fijista.
Su esquema no puede tildarse, de ningún modo, como evolucionista pues si
bien cada nivel de seres vivos marca una progresión respecto del estadio
anterior, no existe, entre ellos, ninguna concatenación filogenética, no exis-
te relación ancestro-descendiente. En ningún momento Cuvier considera la
posibilidad de que unas formas pudieran derivarse a partir de las anteriores.
Dice Silvia Tribiño:
Resulta realmente curioso que un hombre del talento y la preparación
científica de Cuvier, fundador de la anatomía comparada y la paleontología,
los dos puntales más serios de la doctrina evolucionista, haya tenido en sus
manos las pruebas más evidentes de la evolución filogenética y a pesar de ello
haya sostenido la doctrina fijista. Por eso nos inclinamos a creer, como afirman
algunos comentaristas, que Cuvier era en el fondo partidario de las ideas evo-
lucionistas, pero que siempre se opuso a ellas defendiendo la tesis contraria por
razones políticas.45

Del mismo modo, señala C. Leon Harris:


La hostilidad de Cuvier hacia el evolucionismo era, en parte, resultado
de su conservadurismo político. Aunque era demasiado buen paleontólogo
como para creer literalmente en el Génesis, intentó que la ciencia y el cristia-
nismo concordaran todo lo posible por el bien de la estabilidad social. Por con-
siguiente, rechazó el uniformismo de Lamarck y su creencia en una tierra pri-
migenia a favor de la teoría de que los cambios geológicos eran el resultado de
acontecimientos catastróficos tales como el Diluvio Universal. Era así como
Cuvier explicaba los cambios en las especies fósiles que Lamarck había atri-
buido a la evolución.46

Contrastando con ambos, y en un intento por revalorizar la figura de


Cuvier, Stephen Jay Gould sostiene:

45 Tribiño (1946), 172.


46 Harris (1985), 165.
La filosofía de la naturaleza en Alemania (Naturphilosophie) 61

El eclipse de Cuvier está inundado de ironía, pero no existe elemento de


su denigración que sea más curiosamente injusto que la acusación de que su
catastrofismo refleja un compromiso teológico con sus ideales científicos. En los
grandes debates de comienzos del siglo XIX en torno a la geología, los catas-
trofistas aplicaban el método estereotipado de la ciencia objetiva, el literalismo
empírico. Creían en lo que veían, no interpolaban nada y leían el registro geoló-
gico directamente. Este registro, leído literalmente, refleja discontinuidad y tran-
siciones abruptas: desaparecen faunas enteras […]. Los uniformistas, oponentes
tradicionales del catastrofismo, no triunfaron porque leyeran el registro más
objetivamente. Más bien, los uniformistas, como Lyell y Darwin, abogaban por
un método más sutil y menos empírico: utilizar la razón y la inferencia para obte-
ner la información que falta y que una evidencia imperfecta no puede aportar.47

Las ideas de Cuvier también fueron sustentadas por otros autores.


Entre ellos podemos mencionar:
En Francia: Alcide d’Orbigny (1802-1857). Hacia 1850 elevó el
número de creaciones y cataclismos sucesivos a veintisiete. Élie de Beau-
mont (1798-1874) geólogo y principal discípulo de Cuvier en Francia. En
un principio, pensó que los cataclismos eran siete, más tarde señaló doce,
quince, sesenta y, finalmente, cien.
En Inglaterra: William Buckland (1784-1856). Clérigo inglés, profesor
de Mineralogía y Geología en la Universidad de Oxford y primer geólogo
oficial de esta Universidad. Lyell fue su alumno. Adam Sedgwick (1785-
1873), titular de la Cátedra Woodward de Geología de la Universidad de
Cambridge y profesor de Darwin, también defendía el catastrofismo.
En Estados Unidos: Louis Agassiz (1807-1873). Zoólogo y geólogo
suizo nacionalizado norteamericano, profesor de la Universidad de Har-
vard, también era seguidor de Cuvier y catastrofista. Efectivamente, Agas-
siz había llegado a la conclusión, en concordancia con el catastrofismo de
Cuvier, que mucho tiempo atrás, la Tierra había quedado sepultada bajo
el hielo, en una «Edad del Hielo».

4. La filosofía de la naturaleza en Alemania (Naturphilosophie)


La escuela de Zoología más destacada en la segunda mitad del
siglo XVIII y desde luego la escuela dominante en aquel tiempo, fue la

47 Gould (1995a), 87-88.


62 Capítulo 2

escuela alemana de Zoología, generalmente llamada Natur-philosophie,


influenciada por la filosofía kantiana. Aunque esta escuela debe su origen
a Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) más que a otro autor, sobre-
salieron como principales representantes Friedrich Schelling (1775-1854),
Lorenz Oken (1779-1851), Karl Friedrich von Kielmeyer (1765-1844) y
Ernst von Baer (1792-1876). Sus principios también se extendieron a
otros autores y países (Georges Cuvier en Francia, como ya hemos visto, y
Richard Owen en Inglaterra, por ejemplo).
Los filósofos alemanes diferían de los franceses en su forma de inter-
pretar los fenómenos naturales. Los alemanes eran más introspectivos, y se
interesaban por la actividad interna de la mente humana, los «sentimien-
tos íntimos», como decía Goethe. También opinaban que el universo se
hallaba impregnado de espiritualidad. Esto puede constatarse en Sche-
lling, el máximo filósofo del romanticismo, quien establecía la prioridad
del sentimiento y la intuición y cuyo método era totalmente contrario al
método científico.
Para los filósofos de la naturaleza, la estructura de cada organismo era
simplemente una modificación de un único plan común para todos (un
arquetipo). Así, en 1790 Goethe publicó Metamorfosis de las plantas, obra
en la que defiende la existencia de un prototipo, tipo ideal o arquetipo
común a todas las plantas. La diversidad de formas representaría modifi-
caciones a partir de un órgano fundamental primero o primitivo (las
hojas). Oken haría lo mismo con los vertebrados (1807).
Luego de aparecida Metamorfosis de las plantas, Goethe publicaría, en
1795, Esbozo primero de una introducción general a la anatomía, obra en la que
considera que la ciencia natural en conjunto se basa en la comparación. De
esta manera, y aún sin describirlo con exactitud, Goethe elabora un tipo ideal
con el que deben compararse los detalles anatómicos de toda especie animal.
Por otra parte, los filósofos de la naturaleza argumentaban que los
diversos tipos de organismos vivos se hallaban también relacionados por el
hecho de que todos se componían de las mismas unidades materiales.
Oken fue el primero en proponer la idea, en 1805, sugiriendo que las
especies no podían haber evolucionado las unas a partir de las otras debi-
do a que la muerte y degeneración de un organismo era el requisito esen-
cial para la generación de otro.
La filosofía de la naturaleza en Alemania (Naturphilosophie) 63

Pensaron también en la existencia de un paralelismo de estructura con


relación a las partes que forman el cuerpo de un organismo. Así, se inten-
taron comparaciones muchas veces forzadas y a veces lindantes con la fan-
tasía. Por ejemplo, se pensó que las estructuras del segmento de un insec-
to mostraban los mismos caracteres estructurales que las del segmento de
un vertebrado.
Por muy fantásticas que nos parezcan estas ideas, es importante darse
cuenta que eran ellas las que prevalecían en zoología, sobre todo en Ale-
mania, hasta poco tiempo antes de que Darwin llevara a cabo sus trabajos
sobre evolución. En medio de estas ideas se formó la mente de muchos de
los biólogos de la última parte del siglo XVIII.
Todos los trabajos del siglo XVIII y principios del XIX tenían un senti-
do puramente morfológico (el término morfología, del griego morphé, ‘for-
ma’, fue propuesto por Goethe). La meta era encontrar un plan tras la
diversidad de las formas vivas. A menudo se le consideraba como el plan
de la creación, el plan de acuerdo con el cual los animales y las plantas
habían sido creados al principio.
Aunque su obra es posterior y menos especulativa que la de Schelling
y Oken, importa destacar la apreciación efectuada por Ernst von Baer en
1828 en relación con el hecho de que existe mucha más semejanza entre
los organismos en los primeros estadios de su vida que en los últimos. Par-
tiendo de la Naturphilosophie alemana, él creía que eran más parecidos en
los comienzos porque estaban más cerca del arquetipo del grupo al que
pertenecían, sosteniendo que la diferenciación entre los phyla se debía
principalmente al diferente desarrollo de cada uno durante las posteriores
etapas de la vida.
En general, esta corriente no tenía una base evolucionista. Sin embar-
go, al poner de relieve el paralelismo existente en la estructura de los orga-
nismos, la escuela de filosofía natural alemana sugería la posibilidad de la
evolución y, por lo tanto, preparó el camino para el posterior desarrollo de
las ideas evolucionistas. Las mayores semejanzas en las primeras etapas iban
a sugerir que las relaciones entre los organismos eran mucho más profundas
que las que parecen existir a simple vista al contemplar las formas adultas.
Los trabajos de von Baer favorecieron, por lo tanto, la interpretación
evolucionista de estas semejanzas, y él mismo admitió cierta evolución
64 Capítulo 2

entre los organismos más similares. Fue uno de los pocos biólogos de su
tiempo que lo hicieron, pero no creyó en la existencia de una teoría gene-
ral de la evolución que fuera aplicable a todo el mundo viviente.
Tampoco implicaban la idea de evolución las clasificaciones de orga-
nismos en grupos de similar estructura. En todo caso, representaban cabal-
mente la principal preocupación de los naturalistas del siglo XVIII por des-
cribir, inventariar y clasificar a todos los seres vivos. No obstante, George
Carter rescata la importancia que tendría más adelante este tipo de clasifi-
caciones en relación con la idea de evolución. Dice el autor:
El hecho de que los organismos puedan ser clasificados de esta manera
no implica necesariamente una idea de evolución. Ni Aristóteles ni Linneo
concibieron esta idea. Linneo, coincidiendo con el pensamiento religioso de su
tiempo, veía en cada especie una creación especial. Sin embargo, el hecho de
que los organismos pudieran ser clasificados de este modo iba a encajar per-
fectamente con las ideas evolucionistas cuando estas surgieran; porque si las
especies han sido creadas independientemente no existe razón alguna para que
su creación se hubiera hecho en grupos de similar estructura; en cambio, si se
admite una evolución, la semejanza de estructura resultaría necesariamente del
parentesco evolutivo; y todos los phylum serían considerados como descen-
dientes de un solo antecedente común.48

Para finalizar este capítulo, nos parece oportuno recordar expresiones


de Guyénot en relación con los primeros autores que sustentaron esporá-
dicas y muy tibias ideas evolucionistas:
Tratando de evocar a los precursores del transformismo, es posible
encontrar, gracias a un enorme trabajo de lectura, algunas reflexiones, resúme-
nes, frases características recogidas aquí y allá en muchos volúmenes consagra-
dos a los más diferentes temas. La reunión de esas citas engendra artificial-
mente una apariencia de precisión, de continuidad en el pensamiento de los
autores, que no corresponde a la realidad. Se trata, verdaderamente, de ciertos
destellos diseminados y medio perdidos en una masa considerable de hechos y
de teorías.49

No es esto lo que ocurrirá con Lamarck.

48 Carter (1959), 27.


49 Guyénot (1956), 364.
CAPÍTULO 3

1. Lamarck (1744-1829)

Jean Baptiste Pierre Antoine de Monet heredó el título de caballero de


Lamarck en su juventud y utilizó este nombre en todas sus publicaciones.

1.1. Datos biográficos


1744. Nace en Bazentin, en la región francesa de la Picardía, en el seno de
una familia de nobles venida a menos.
1761. Muere su padre y el joven Lamarck, con 17 años, se incorpora como
voluntario al ejército francés, que por entonces intentaba poner fin a
la guerra de los Siete Años (disputa entre Francia e Inglaterra por el
dominio de las colonias, que finalizaría en 1768). Por su destacada
actuación en Villinghausen, obtiene el grado de oficial.
1770. Truncada su carrera militar debido a una herida, Lamarck se trasla-
da a París. Allí trabaja durante un año con el banquero Boullat, en
tareas de registro contable.
1772-1776. Estudia medicina y lleva años de vida bohemia en el Barrio
Latino, pero abandona sus estudios debido a su creciente interés
por la botánica (Bernard de Jussieu fue su mentor).
1778. A los 34 años de edad Lamarck publica, en tres tomos Flora france-
sa, obra que, gracias a la gestión de Buffon, es editada por la Impri-
66 Capítulo 3

merie Royale (la Imprenta Real). Se trataba de una guía de campo


con claves que posibilitaban la identificación de las flores. Tuvo un
gran éxito de venta (tirada de 5000 ejemplares).
— Muere Linneo.
— Buffon publica Las épocas de la Naturaleza.
1779. Habiendo ganado la confianza de Buffon, Lamarck obtiene una
designación como ayudante de la Cátedra de Botánica en la Acade-
mia de Ciencias de París, donde presenta la memoria Investigaciones
sobre las causas de los principales hechos físicos, trabajo que será publi-
cado en 1794.
1781-1782. Buffon le pide a Lamarck que emprenda una misión científica
oficial por Holanda, Alemania e Italia, acompañado por el hijo de
aquel, con el propósito de incrementar las colecciones de plantas del
Jardín Botánico del Rey mediante acuerdos sobre canje de colecciones.
— A su regreso, se le solicita a Lamarck colaboración para la redac-
ción de un diccionario de botánica destinado a la Enciclopedia (obra
que, como ya señaláramos en el capítulo anterior, tuvo significativo
valor en el movimiento intelectual de liberación que precedió a la
Revolución francesa). Lamarck escribe dos tomos y parte de un ter-
cero, durante diez años de trabajo continuo. La obra consistía en la
descripción, por orden alfabético, de todas las plantas conocidas
hasta la época, pero habiendo llegado hasta la letra R, la obra fue
completada por otros botánicos.
1788. Muere Buffon, y la dirección del Jardín Botánico del Rey es con-
fiada a Daubenton. Lamarck logra obtener el modesto puesto de
«guardián de los herbarios del gabinete del Rey».
1793. Lamarck, que se había adherido plenamente a las consignas de la
Revolución francesa, solicita a la Asamblea Nacional la transforma-
ción del Jardín Botánico del Rey en una institución científica al ser-
vicio del pueblo. Nace así el Museo de Historia Natural y se crean
doce cátedras que son concedidas, entre otros, a Daubenton, Des-
fontaines, Saint Hilaire, Lacépède y al mismo Lamarck.50

50 En su biografía sobre Lamarck, Komarov señala que, siendo el más joven de los tres
botánicos del museo (los otros dos eran Desfontaines y de Jussieu), Lamarck no podía pre-
Lamarck (1744-1829) 67

1794. A los 50 años de edad, y dedicado ahora a la zoología, dicta su pri-


mer curso. En su disertación de inicio de clases utiliza por primera
vez el término animales sin vértebras para reemplazar la denomina-
ción «animales inferiores».
1799. Cumplida la etapa revolucionaria, la reacción prepara su revancha.
El golpe de Estado de Napoleón Bonaparte precipita la caída de la
República y se instaura la dictadura.
— Muere Daubenton, hasta ese momento director del Museo de
Historia Natural. Es probable que su pensamiento fijista impidiera
a Lamarck y al conde de Lacépède, ambos profesores en el Museo y
continuadores de Buffon, expresar libremente su adhesión al evolu-
cionismo. No serían casuales, por lo tanto, las expresiones evolu-
cionistas de Lacépède y Lamarck a partir de 1800.51
1800. Lamarck expone por primera vez ideas transformistas en la lectura
inaugural de su curso de zoología de invertebrados.
1801. Se publica el texto del mencionado discurso al comienzo de El sis-
tema de los animales sin vértebras.
1809. Publica su obra capital desde el punto de vista de su concepción
evolucionista: Filosofía zoológica, en la que amplía y sistematiza sus
ideas anteriores.

tender ocupar uno de los dos cargos disponibles, por lo que, a cambio, se le ofreció la cáte-
dra de «animales inferiores» (incluía insectos y gusanos según Linneo), que prácticamente
carecía de especialistas en la Francia de ese entonces.
51 Tras la muerte de Buffon en 1788, el conde de Lacépède (1756-1825) tuvo a su
cargo la edición de los últimos ocho volúmenes de la Histoire naturelle (1788-1804) dedi-
cados a reptiles y peces. En su Discours sur la durée des espéces, que publicó encabezando el
segundo volumen de la Histoire naturelle des poissons (Historia natural de los peces), Lacépè-
de señala que con la especie sucede lo mismo que con el género, el orden y la clase, se trata
de una abstracción de la mente. Luego, refiriéndose al tema de la extinción de las especies
y la aparición de nuevas, asegura: «la especie puede experimentar un número tan grande de
modificaciones en sus formas y en sus cualidades, que, sin perder nada de su aptitud para
el movimiento vital, se encuentre, por su última conformación y por sus últimas propie-
dades, más alejada de su primer estado que de una especie extraña: entonces estará meta-
morfoseada en una especie nueva» (citado por Guyénot [1956], 357). Ocupado en el desem-
peño de sus cargos políticos (ministro de Estado y presidente de la Asamblea Legislativa),
Lacépède no profundizaría esta idea claramente evolucionista.
68 Capítulo 3

1799-1810. Durante este período Lamarck publica los once volúmenes de


sus Annuaires météorologiques (Anuarios meteorológicos), verdaderos
almanaques llenos de predicciones que contenían numerosos erro-
res. Ello, unido a sus críticas desafortunadas a Berthollet y a Lavoi-
sier, lo desacreditan oficialmente, lo que contrasta con el creciente
prestigio que va adquiriendo la figura de Cuvier.
1815-1822. Aparecen los siete tomos de su Historia natural de los anima-
les sin vértebras, obra de tipo sistemático que representa la culmina-
ción de su labor zoológica.
1829. Habiéndose casado cuatro veces, Lamarck enviudó las cuatro y de
sus siete hijos solo le sobrevivieron dos hijas, que le prestaron apoyo
en sus últimos años de vida. Su muerte acontece a los 85 años tras
una ceguera prácticamente total por el uso de la lupa y habiendo
transitado una vejez pobre y triste. Sus restos fueron sepultados en
el cementerio de Montparnasse.52

1.2. Introducción
La relevancia de Lamarck en el plano de las ideas y teorías evolucio-
nistas es indiscutible, por lo que no debe extrañar al lector que dedique-
mos un capítulo completo al análisis de su vida y su obra. Nos parece, este,
un acto de estricta justicia hacia un autor que lamentablemente ha sido y
sigue siendo poco y mal conocido, ya que solo han trascendido de él algu-
nas ideas muy aisladas e incompletas que en nada ilustran su capacidad
para elaborar, por primera vez, una verdadera concepción evolucionista. Es
necesario reconocer, al mismo tiempo y tal como lo sostiene Guyénot, que
convergen en Lamarck un cúmulo de ideas de sus predecesores, que ejer-
cerán clara influencia en su pensamiento:
Lamarck no aparece, a la luz de la historia de las ideas biológicas, como
el innovador, el revolucionario que algunos se han complacido en presentar.
Debe a Buffon, a Adanson, a Ch. Bonnet y a otros muchos, las ideas referen-
tes a la continuidad progresiva de la Naturaleza organizada, a la relatividad de
nuestras clasificaciones, a la degradación y a la transformación de las especies,

52 Según Komarov, como las hijas de Lamarck no contaban con los medios suficien-
tes para adquirir una bóveda, su lugar fue pagado solo por cinco años, al término de los
cuales la propiedad de su tumba fue transferida a otra persona y sus restos desenterrados y
enviados a un osario común, donde se entremezclaron con otros muchos.
Lamarck (1744-1829) 69

a la influencia del clima y de las circunstancias. Debe a Buffon y a Robinet la


creencia de que la Naturaleza puede aún engendrar, por generación espontá-
nea, seres sencillos e inferiores semejantes a los que se originaron en las pri-
meras edades de la Tierra. Sus concepciones acerca de la naturaleza de la vida,
de la organización, de la influencia de las necesidades, de los hábitos, de los
efectos del uso y del desuso están manifiestamente inspiradas en las ideas de
Cabanis. Ninguna de las opiniones sostenidas por Lamarck es completamente
original. Sin embargo, lo juzgaríamos mal si lo considerásemos como un com-
pilador, y al historiador corresponde precisar este punto.53

Decíamos anteriormente que Lamarck es un autor poco y mal cono-


cido. Esta afirmación aparece reflejada en las opiniones expresadas por los
autores que han estudiado su obra. Al respecto, nos parecen suficiente-
mente ilustrativas las siguientes:
La obra de Lamarck, sin duda una de las peor conocidas y estudiadas en
el campo de la epistemología del conocimiento biológico […].54
Ninguna obra científica como la teoría de Lamarck ha sido con más fre-
cuencia deformada, mal comprendida o falsamente presentada.55
Fue uno de los científicos más criticados y ridiculizados en toda la his-
toria de la biología.56

¿Y qué opinión tenía Darwin sobre Lamarck? En la reseña histórica


que precede a El origen de las especies por medio de la selección natural, Dar-
win parece ser muy justo al considerar su obra:
Lamarck fue el primero cuyas conclusiones sobre este tema despertaron
mucho la atención. Este naturalista, justamente celebrado, publicó primero
sus opiniones en 1801, las amplió mucho en 1809, en su Philosophie Zoologi-
que, y después, en 1815, en la Introducción a su Histoire Naturelle des animaux
sans vertébres. En estas obras sostuvo la doctrina de que las especies, incluso el
hombre, han descendido de otras especies. Fue el primero que prestó el emi-
nente servicio de despertar la atención acerca de la probabilidad de que todos
los cambios, tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico, sean el resul-
tado de una ley y no de una intervención milagrosa.57

Si bien Darwin se refiere aquí a Lamarck muy correctamente, en la


práctica no desaprovechará oportunidades para criticarlo. Es lo que se

53 Guyénot (1956), 362-364.


54 Joan Senent en su presentación a Lamarck (1971), 7.
55 Guyénot (1956), 365.
56 Núñez (1990), 54.
57 Darwin (1972), 24.
70 Capítulo 3

puede observar en una carta escrita en 1844 a Joseph Hooker, en la que le


comunica que no conoce ninguna obra sobre el tema de la transformación
de las especies que sea sistemática, a excepción del libro de Lamarck «que
es una verdadera porquería». No obstante, cuando Darwin no tenía una
explicación mejor, recurría a él (no debemos olvidar que la cuestión de la
herencia de los caracteres adquiridos, por ejemplo, atribuida casi exclusi-
vamente a Lamarck, también fue sostenida por Darwin).
Cabe, en esta introducción, señalar que Lamarck se identificó clara-
mente con el empirismo, corriente que, como es sabido, constituyó la ideo-
logía dominante entre los científicos del siglo XVIII. Para el empirista, el
método de conocimiento por excelencia es la observación o la experiencia
de lo real: lo real para Lamarck es la naturaleza. Por ello, Lamarck es empi-
rista. En su Filosofía zoológica podemos leer:
No necesito ninguna hipótesis, ni ninguna suposición; para esto pongo
por testigos a todos los naturalistas observadores.58
Nada de todo esto podría ser considerado como una hipótesis o como
opinión particular; son, al contrario, verdades que no exigen, para hacerse evi-
dentes, más que la atención y la observación de los hechos.59

No obstante, como bien señala Guyénot, la certeza de Lamarck


es tal y sus razonamientos le parecen tan evidentes que afirma sin pruebas. Ver-
dad es que siempre anuncia demostraciones, pruebas seguras que no llegaron
a realizarse nunca. A lo sumo se sirve, para apoyar su concepción general, de
ejemplos que interpreta hipotéticamente en el sentido que le es favorable. No
tiene tiempo ni medios para demostrar; su convicción le basta. Siente, dice, a
cada instante, que las cosas han sucedido como él se imagina. Esta sensación
tiene para él el valor de un argumento: «No he podido escribir —dice— de un
modo distinto de cómo yo sentía», y es más lo que sintió que lo que trató de
probar.60

1.3. Presentación de la Filosofía zoológica


¿Por qué Filosofía zoológica como título? La respuesta la encontramos
en la misma obra, cuando Lamarck señala que la Filosofía zoológica es «un
cuerpo de preceptos y de principios relativos al estudio de los animales e

58 Lamarck (1971), 77.


59 Lamarck (1971), 180.
60 Guyénot (1956), 362.
Lamarck (1744-1829) 71

incluso aplicables a otras ramas de las ciencias naturales»61 y también


cuando afirma que «cualquier ciencia debe tener su filosofía y solo por este
camino hace progresos reales».62 De este concepto también se desprende el
objetivo de la obra, que es sin duda trascendente: el de propender al avan-
ce de la disciplina zoológica sobre la base de nuevos fundamentos.
Durante todo el siglo XIX la Filosofía zoológica no fue traducida al cas-
tellano. La primera versión es la de editorial F. Sempere y Cía., de Valen-
cia (España), con prólogo de Ernst Haeckel. Si bien en esta edición no
figura el año de publicación, Adriá Casinos señala que, antes del inicio del
prólogo, se menciona que la casa editorial obtuvo Diploma de Honor y
Medalla de Oro en la Exposición Regional de Valencia en 1909 y Gran
Premio de Honor en la Exposición Internacional de Buenos Aires en
1910. El hecho conocido de que la editorial desapareció en 1913 permite
establecer que la fecha de edición oscila obviamente entre 1911 y 1912
siendo la primera de esas fechas la que figura en el catálogo de la Bibliote-
ca Nacional de Madrid,63 por lo que, en definitiva, la primera versión cas-
tellana habría aparecido 102 años después que la primera edición francesa
de 1809.
La segunda versión en castellano data de 1971 y fue publicada por
editorial Mateu, de Barcelona (España), conforme a la edición francesa de
Schleicher Frères (París, 1907).64 La tercera y última edición en castellano,
hasta el momento, data de 1986 y es la que tuvo a su cargo la editorial Alta
Fulla, también de Barcelona, que consiste en una reimpresión de la versión
ya mencionada de 1911.
Las tres ediciones en castellano corresponden a traducciones del pri-
mer tomo (la edición original francesa consta de dos tomos), que es el que
contiene el desarrollo de la concepción evolucionista del autor. Nosotros
utilizaremos la versión castellana de editorial Mateu, de 1971.

61 Lamarck (1971), 23.


62 Lamarck (1971), 69.
63 Véase la presentación de Adriá Casinos de la versión castellana de editorial Alta
Fulla (año 1986), XIV.
64 Sin duda se trata de un error la afirmación de Joan Senent de que la versión de edi-
torial Mateu es la primera que se publica en castellano (véase su presentación a Lamarck
[1971], 7-8 y notas).
72 Capítulo 3

1.4. Clasificación y distribución de los animales


Lamarck manifiesta estar de acuerdo con las clasificaciones, ya que
estas «facilitan nuestros estudios y nuestros conocimientos» en tanto que
las líneas de separación son «puntos de reposo en nuestra imaginación».65
No obstante, considera que los taxones utilizados por los naturalistas «son
medios totalmente artificiales» para establecer una clasificación, ya que
[...] la naturaleza no ha formado, en realidad, ni clases, ni órdenes, ni familias,
ni géneros, ni especies constantes, sino solamente individuos que se suceden
los unos a los otros y que se parecen a los que los han producido.66

Así es como, para Lamarck, las clases, los órdenes, las familias, los
géneros y las especies «son medios de nuestra invención de los que no
sabríamos prescindir, pero que hay que emplear con discreción […]».67
Refiriéndose luego a la actitud adoptada por sus colegas en relación con el
tema, comenta:
Algunos naturalistas modernos han introducido el uso de dividir una
clase en varias subclases, y seguidamente ha habido otros que han aplicado esta
idea a los géneros; de manera que no solo forman subclases, sino también sub-
géneros; y nuestras distribuciones presentarán pronto subclases, subfamilias,
subgéneros y subespecies.

Y, finalmente, concluye:
Hay que poner fin a los abusos de la nomenclatura; de lo contrario, la
nomenclatura se convertiría en un tema más difícil de conocer que los propios
objetos que debemos considerar.68

Por tal motivo, Lamarck considera que es necesario que al instituirse


cada uno de los taxones se lo haga con sujeción a ciertos principios o reglas
a las que deberían someterse todos los naturalistas.
Bajo el título «Estado actual de la distribución y clasificación de los
animales», Lamarck da a conocer la clasificación de los animales efectuada
por Aristóteles, que identifica como la más antigua. En dicha clasificación

65 Lamarck (1971), 106.


66 Lamarck (1971), 51.
67 Lamarck (1971), 51.
68 Lamarck (1971), 55.
Lamarck (1744-1829) 73

se establecen dos grandes grupos: en primer lugar, el de los animales que


tienen sangre (todos los que denominaríamos vertebrados) y, en segundo
lugar, el de los privados de sangre (para nosotros invertebrados en gene-
ral), que incluye moluscos, crustáceos, testáceos (algunos moluscos y equi-
nodermos) e insectos.
Inmediatamente después, Lamarck señala que esta clasificación repre-
senta el primer ejemplo de una distribución en sentido inverso al de la
naturaleza, ya que desciende desde los cuadrúpedos vivíparos hasta los
insectos (es decir, desde los organismos más complejos hasta los más sim-
ples). Y dice:
Desde esta época se ha seguido generalmente una dirección falsa en
cuanto a la distribución de los animales, lo que evidentemente ha retrasado
nuestros conocimientos relativos a la marcha de la naturaleza.69

A continuación, Lamarck transcribe la clasificación de los animales


establecida por Linneo, que reconoce un total de seis clases: mamíferos,
aves, anfibios (que incluye reptiles), peces, insectos y gusanos, con los
mamíferos como primer grupo y más complejo y los gusanos, de organi-
zación más simple y ubicados en último término, lo cual es observado por
Lamarck al señalar que la distribución presenta una inversión, como la de
Aristóteles y todas las otras realizadas hasta el presente.
En el primer curso dictado en el Museo, en 1794, Lamarck había crea-
do la gran división de los animales en vertebrados e invertebrados; con-
servando para los vertebrados la división de Linneo en mamíferos, aves,
reptiles y peces (considera a los anfibios como un orden dentro de los rep-
tiles), clasificando a los invertebrados en moluscos, insectos, gusanos,
equinodermos y pólipos.
Poco tiempo después cambia la denominación de equinodermos
por la de radiados. En 1799 diferencia la clase de los crustáceos de la de
los insectos; en 1800 establece la de los arácnidos, separándola de la de los
insectos; en 1802 la de los anélidos, subdivisión de los gusanos, y la de
los cirrípedos, que distingue de los pólipos. En 1807 establece, por últi-
mo, la clase de los infusorios.

69 Lamarck (1971), 114.


74 Capítulo 3

De esta manera, Lamarck establece su propia clasificación, mencio-


nando un total de catorce clases (cuatro de vertebrados y diez de inverte-
brados), que, dice, también va a disponer «en un orden contrario al de la
naturaleza». Veamos:

1. Mamíferos
2. Aves Animales
Animales vertebrados
3. Reptiles vertebrados
4. Peces
5. Moluscos
6. Cirrípedos
7. Anélidos
8. Crustáceos
9. Arácnidos Animales
Animales invertebrados
10. Insectos invertebrados
11. Gusanos
12. Radiados
13. Pólipos
14. Infusorios
Pero inmediatamente, finalizando el capítulo V de la Filosofía zoológi-
ca, Lamarck se plantea el siguiente interrogante:
Todas las clases que dividen el reino animal, al formar necesariamente
una serie de masas según la composición creciente o decreciente de la organi-
zación, ¿nos obligarían a proceder, en la organización de esta serie, del más
simple al más compuesto o del más compuesto al más simple?70

Como veremos, Lamarck sostendrá que los seres vivos deben distribuir-
se de acuerdo con su grado de organización, ya que, para él, la organización
es fundamental «para orientar una distribución metódica y natural de los
organismos». En este sentido, adopta claramente la postura según la cual los
seres vivos deben distribuirse según la composición creciente de la organiza-
ción, es decir, desde los más simples a los más complejos, en corresponden-
cia con el orden seguido por la misma naturaleza, que es, según Lamarck, «el
único orden estable, independiente de cualquier arbitrariedad».71

70 Lamarck (1971), 121.


71 Lamarck (1971), 53.
Lamarck (1744-1829) 75

A nosotros nos parece que las ideas de Adanson tienen un particular


punto de contacto con las sustentadas por Lamarck, ya que así como
Adanson estaba empeñado en lograr una clasificación natural, Lamarck
intentará lo propio para una distribución natural de los seres vivos.
En ese esquema de distribución de los seres vivos, Lamarck rechaza la
existencia de una sola línea, estableciendo que animales y vegetales consti-
tuyen dos series separadas y asegurando que no existen formas intermedias
entre ambos grupos. Al respecto, sostiene con firmeza:
Todos los cuerpos vivientes conocidos se dividen claramente en dos rei-
nos particulares, fundados sobre diferencias esenciales que distinguen a los ani-
males de los vegetales; y, a pesar de lo que se ha dicho sobre esto, estoy con-
vencido de que no hay ninguna relación verdadera en ningún punto entre
estos dos reinos, y, por consiguiente, que no existen en absoluto los animales-
plantas, lo que expresa la palabra zoófito, ni plantas-animales.72

Dos series separadas para animales y vegetales y, al mismo tiempo, un


doble punto de partida para la serie animal: una de las líneas comenzando
con los infusorios, mientras que la otra, iniciada con los gusanos, llegaría
a los moluscos. No obstante el hiato existente, Lamarck supone que son
estos los que dan origen a los primeros vertebrados, es decir, los peces,
conectados a su vez con los reptiles. A pesar de lo rudimentario y sencillo
que es este cuadro filogenético, posee una intuición sorprendente al con-
siderar a aves y mamíferos como dos ramas independientes surgidas a par-
tir de los reptiles.

1.5. La relación Supremo Hacedor-naturaleza


Lamarck era deísta (del latín deus, ‘dios’), doctrina filosófico-religiosa
que reconoce la existencia de un Dios, sin revelación ni culto, que se cons-
tituye en la causa originaria del mundo. Dios crea el universo pero no
tiene intervenciones posteriores.
De acuerdo con ello, Lamarck consideraba que el Supremo Hacedor,
o Potencia Infinita como también lo llama, actúa de una vez y para siem-
pre imponiéndole a la naturaleza, u orden de cosas, todas sus leyes. Al res-
pecto, dice Lamarck:

72 Lamarck (1971), 97-98.


76 Capítulo 3

Desde luego, no existe nada sino por la voluntad del sublime Autor de
todas las cosas. Pero ¿podemos asignarle reglas en la ejecución de su voluntad
y fijar el modo en que ha actuado a este respecto? Su poder infinito ¿no ha
podido crear un orden de cosas que diera sucesivamente la existencia a todo lo
que vemos y que no conocemos?
Seguramente, cualquiera que haya sido su voluntad, la inmensidad de su
poder es siempre igual y, sea cual sea la forma en que se haya ejecutado esta
voluntad suprema, nada puede disminuir su grandeza.73

Y más adelante:
¿Admiraré menos la grandeza del poder de esta primera causa de todo, si
le ha gustado que las cosas fueran así que si, por tantos otros actos de su volun-
tad, se hubiera ocupado y se ocupara continuamente todavía de los detalles de
todas las creaciones particulares, de todas las variaciones, de todos los desarro-
llos y perfeccionamientos, de todas las destrucciones y todas las renovaciones,
en una palabra, de todas las mutaciones que se ejecutan generalmente en las
cosas que existen?74

Como vemos, Lamarck estaba lejos de la idea de una divinidad que


interviene en todo momento en nuestras actividades o que creó a todos los
seres vivos con sus caracteres definidos. Los seres vivos son, para él, pro-
ducciones directas de la naturaleza, no del Supremo Hacedor. Evidente-
mente, una cosa es la creación y otra la producción. Veamos en este sentido
lo que señala Jordanova:
Lamarck diferenciaba la producción de la creación, que era un acto ins-
tantáneo de poder supremo, la prerrogativa de la deidad, a la que no podía
aspirar la naturaleza. Al subrayar que la naturaleza era un poder productor,
Lamarck sugería que en la historia de la naturaleza participaba mucho tiempo
e incluso trabajo.75

1.6. El origen de la vida y la generación espontánea


Lamarck sostiene que estudiando a los organismos más simples será
posible investigar en qué consiste realmente la vida y cuáles son las condi-
ciones esenciales para su existencia. Para él, la vida es un hecho eminente-
mente físico y por ello todo ser vivo resulta de las relaciones entre tres
partes: las partes continentes, organizadas en un tejido celular, los fluidos

73 Lamarck (1971), 75.


74 Lamarck (1971), 82.
75 Jordanova (1990), 124.
Lamarck (1744-1829) 77

contenidos, que están en movimiento en su interior y, por último, una


causa excitadora de los movimientos y de los cambios que allí se realizan.
Para engendrar sus producciones, la naturaleza «organiza en tejido
celular las pequeñas masas de materia gelatinosa que encuentra a su dis-
posición». Después, llena «esas pequeñas masas celulosas de fluidos conte-
nibles». Por último, las vivifica «poniendo esos fluidos en movimiento con
ayuda de fluidos sutiles excitadores que sin cesar afluyen desde los medios
circundantes».76
¿Cuáles son esos fluidos sutiles que penetran en los organismos y
ponen en movimiento a los fluidos internos? Son el calor, la luz, la elec-
tricidad y la humedad. Ellos constituyen los factores externos que explican
el fenómeno de la generación espontánea o directa de los organismos más
simples, que viven en los comienzos de ambos reinos.
Continuando con la exposición de las ideas de Lamarck, dice Guyé-
not, que «en los seres inferiores que crea la naturaleza, la materia pasa a
viviente por influjo de algún fluido universalmente extendido. No es una
fuerza vital, sino física que no produce nada semejante en los cuerpos bru-
tos, pero que da vida en los ya organizados».77
Lamarck creía además que la vida en general se renovaba sin cesar en
sus puntos de partida, ya que todavía, actualmente, continúan formándo-
se por generación espontánea los organismos más simples.
[…] la naturaleza no ha podido producir directamente, es decir, sin el con-
curso de ningún acto orgánico, más que los cuerpos organizados más simples,
sea de animales, sea de vegetales, y los reproduce todavía de la misma forma,
todos los días, en los lugares y los tiempos favorables […].78

En el caso de los seres inferiores, que carecen de sistema nervioso,


estos solo viven con la ayuda de las excitaciones que reciben del exterior.
Pero, de acuerdo con Lamarck, la naturaleza supo trasladar esa fuerza y
fijarla dentro del mismo animal. Por último, llegaría a ser el origen de la
sensibilidad y, por fin, de los actos intelectivos.

76 Expresiones de Lamarck referidas por Guyénot (1956), 368.


77 Guyénot (1956), 368.
78 Lamarck (1971), 212.
78 Capítulo 3

Los animales superiores, con el desarrollo de los hemisferios cerebra-


les, adquieren una voluntad más o menos libre, por lo que poseen la facul-
tad de elegir, y tienen la posibilidad de modificar sus acciones o al menos
algunas de ellas. Desde entonces, la voluntad es la que determina los movi-
mientos y las acciones.
En cuanto al sentimiento y la inteligencia Lamarck afirma:
[…] para la producción del sentimiento es necesario que el sistema nervioso
esté ya muy perfeccionado, como es necesario que lo esté aún más para poder
dar lugar a los fenómenos de la inteligencia.79

1.7. La concepción evolucionista de Lamarck


Lamarck se opone de un modo rotundo a la creencia en la inmutabi-
lidad de las especies animales y vegetales, sosteniendo, en contra del fijis-
mo, que si las especies hubieran sido establecidas en la Creación y se man-
tuviesen estáticas desde ese momento, no habrían podido sobrevivir a los
cambios ambientales. Al respecto, señala:
Se ha llamado especie a toda colección de individuos semejantes que han
sido producidos por otros individuos iguales a ellos.
Esta definición es exacta; pues todo individuo que goza de la vida se
parece siempre, de muy cerca, a aquel o aquellos de los que proviene. Pero se
añade a esta definición la suposición de que los individuos que componen una
especie no varían nunca en su carácter específico, y que consecuentemente la
especie tiene una constancia absoluta en la naturaleza.
Es únicamente esta suposición la que me propongo combatir, porque
algunas pruebas evidentes obtenidas por la observación constatan que no está
fundada.80

Por lo tanto, considera la fijeza de la especie solo como una aparien-


cia debida a la brevedad de la vida humana. Por eso, argumenta:
En realidad, como estos cambios se ejecutan solo con una lentitud enor-
me que nos los hace imperceptibles, las proporciones y las disposiciones de las
partes parecen siempre las mismas al observador que, efectivamente, nunca la
ve cambiar; y, cuando encuentra algunas que han sufrido cambios, como no
ha podido observarlos, supone que las diferencias que percibe han existido
siempre.81

79 Lamarck (1971), 26.


80 Lamarck (1971), 74.
81 Lamarck (1971), 65.
Lamarck (1744-1829) 79

Según Lamarck, horticultores y criadores pueden dar pruebas sufi-


cientes de los cambios físicos que se producen en vegetales y animales
como resultado de su cambio de ambiente. En este sentido, afirma:
Todos los botánicos saben que los vegetales que transportan de su lugar
de origen a los jardines para cultivarlos, sufren poco a poco cambios que lle-
gan a volverlos irreconocibles.

Y luego continúa:
¿El trigo cultivado (Triticum sativum) no es acaso un vegetal llevado por
el hombre al estado en que lo vemos actualmente? ¿En qué país vive natural-
mente una planta semejante sin ser la consecuencia de su cultivo en algún
terreno cercano? ¿Dónde encontramos en la naturaleza nuestras coles y nues-
tras lechugas, etc., en el estado en que las encontramos en nuestros campos de
hortalizas? ¿Acaso no sucede lo mismo con gran cantidad de animales que la
domesticidad ha cambiado o modificado considerablemente?82

Contrario a las ideas evolucionistas, Cuvier había manejado el con-


cepto de especies perdidas como demostrativo de la inexistencia de una con-
tinuidad de los seres vivos a través del tiempo. Pero Lamarck abordará el
tema desde otra perspectiva. Bajo el subtítulo «De las llamadas especies per-
didas» analizará precisamente el hecho de que «razas enteras se han aniqui-
lado o perdido» en el pasado. ¿Qué pudo haber ocurrido con ellas? ¿Habrían
sido destruidas por catástrofes universales como lo planteaba Cuvier? No es
eso lo que Lamarck postula. Si bien admite catástrofes parciales o locales,
producidas por terremotos, inundaciones, huracanes y otros fenómenos
que pueden ser observados directamente, opina que la vida sobre la Tierra
nunca se ha interrumpido. Sin mencionar a Cuvier, Lamarck plantea:
[...] ¿por qué suponer sin pruebas una catástrofe universal, cuando la marcha
de la naturaleza puede ser suficiente, mejor conocida, para dar razón de todos
los hechos que observamos en todas sus partes?
Si consideramos, por una parte, que, en todo lo que opera, la naturaleza
no hace nada bruscamente y que actúa siempre con lentitud y por grados sucesivos,
y, por otra parte, que las causas particulares o locales de los desórdenes, de los
trastornos, de los desplazamientos, etc., pueden dar razón de todo lo que se ha
observado en la superficie de nuestro globo […] reconoceremos que no es nece-
sario en absoluto suponer que una catástrofe universal ha venido a derribarlo
todo y a destruir una gran parte de las propias operaciones de la naturaleza.83

82 Lamarck (1971), 182.


83 Lamarck (1971), 89-90. La cursiva es nuestra.
80 Capítulo 3

Queda claro, en el texto que acabamos de transcribir, que Lamarck


se opone con firmeza a cualquier posibilidad de catástrofe universal y
vemos cómo, para él, la explicación hay que buscarla en la forma en que
opera la naturaleza. Eso lo lleva a pronunciarse en favor de una postu-
ra gradualista («la naturaleza no hace nada bruscamente» o «la natura-
leza lo ha hecho todo poco a poco y sucesivamente») y también en favor
de un Tiempo que «no tiene límites» (la naturaleza «actúa siempre con
lentitud»).
Si un cataclismo universal no fue responsable de la desaparición de
especies, ¿cuáles son las causas? A Lamarck se le ocurren tres alternativas
posibles para responder a ese interrogante. La primera de ellas contempla
el caso de que muchas especies que creemos absolutamente desaparecidas
quizá no lo estén. Es que existen tantas zonas del mundo aún inexplora-
das, tanto terrestres como en las profundidades de los mares, dice
Lamarck, que perfectamente podrían encontrarse allí ejemplares de las
especies que se supone desaparecidas.
Una segunda posibilidad es que el hombre efectivamente haya causa-
do la destrucción de muchos grandes animales que viven en tierra por no
tener ningún interés en conservarlos o reducirlos a la domesticidad.
La última alternativa considerada por Lamarck es de una importancia
mayúscula ya que encierra, plenamente, su claro pensamiento evolucio-
nista. Dejemos que él mismo nos la explique:
[...] entre los restos fósiles que se encuentran de tantos animales que han exis-
tido, un gran número de ellos pertenecen a animales de los cuales no se cono-
cen análogos vivientes y perfectamente semejantes; y, entre estos, la mayor
parte pertenecen a moluscos con concha, de manera que solo nos quedan las
conchas de estos animales.
Así, si encontramos gran cantidad de conchas fósiles con diferencias que
no nos permiten, según las opiniones admitidas, mirarlas como análogas de las
especies vecinas que conocemos, ¿se sigue necesariamente que estas conchas
pertenecen a especies realmente perdidas? ¿Por qué, por otra parte, se habrían
perdido, si el hombre no ha podido obrar su destrucción? ¿No sería posible, al
contrario, que los individuos fósiles de que se trata pertenecieran a especies toda-
vía existentes, pero que hubieran cambiado dando lugar a las especies vivas en la
actualidad que nos parecen sus vecinas?84

84 Lamarck (1971), 87-88. La cursiva es nuestra.


Lamarck (1744-1829) 81

Es necesario aquí detenerse en el concepto de especies análogas, que


Lamarck utiliza hábilmente para demostrar la inexistencia de catástrofes
universales. La sucesión de especies análogas a través de los períodos geo-
lógicos demostraría que no hubo ruptura en la cadena de la vida y tam-
bién que el parecido entre ellas es producto de su filiación.
Si es cierto que hubo especies análogas (y sabemos que, efectivamen-
te, Lamarck encontró muchos ejemplos convincentes entre los invertebra-
dos) entonces, como concluye Goulven Laurent:
1) No hay razón para separar las especies antiguas de las actuales que
presentan los mismos caracteres anatómicos.
2) Es, pues, una sola y única especie la que se encuentra en dos
momentos distintos.
3) Por lo tanto, dicha especie no fue destruida.85
Lamarck construye su teoría evolucionista sobre la base de un postu-
lado particularmente significativo: la tendencia interna al progreso. Por eso,
una vez originados los primeros esbozos animales y vegetales en lugares y
circunstancias favorables, la vida misma, que posee la cualidad inherente
de hacer progresar la organización, y la influencia de nuevas circunstancias
ambientales y de nuevos hábitos, ha ido produciendo, poco a poco, a tra-
vés de los tiempos, todos los organismos.
En este proceso actúan dos factores: el interno, que tendería a formar
una seriación o gradación regular de los distintos grupos animales, y los
factores externos que tenderían continuamente a alterar la regularidad de
dicha gradación. Esta interacción del factor interno con los externos la
expresa Lamarck en repetidas ocasiones:
[...] la organización de los animales, en su composición creciente, desde los más
imperfectos hasta los más perfectos, solo ofrece una gradación irregular [...].
En efecto, será evidente que el estado en que vemos a todos los animales
es, por una parte, el producto de la complejidad creciente de la organización,
que tiende a formar una gradación regular, y, por la otra, que es el de las
influencias de una multitud de circunstancias muy diferentes que tienden con-
tinuamente a destruir la regularidad en la gradación de la composición cre-
ciente de la organización.86

85 Laurent (1987), 142.


86 Lamarck (1971), 178-179.
82 Capítulo 3

Lamarck estaba convencido de que los organismos son guiados a tra-


vés de su existencia por una fuerza innata y misteriosa, una fuerza vital, que
les permite sobreponerse siempre, absolutamente siempre, a las adversida-
des del medio. Por ello asegura que las condiciones ambientales no pueden
alterar el plan de composición de los animales «más que en las particulari-
dades de detalle y jamás en la totalidad de su organización» (Histoire natu-
relle des animaux sans vertèbres, introduction, vol. II, 134, 1815).87
Aunque Canguilhem la descarte (véase la cita más abajo), nosotros
observamos aquí, en la relación organismo-medio, la existencia de una
visión finalista por parte de Lamarck, pues sea cual fuere el cambio que tiene
lugar en las circunstancias (medio ambiente), ya se sabe de antemano qué
pasará: el organismo terminará triunfando, adaptándose a las nuevas condi-
ciones. Por tal motivo, el autor no acepta en absoluto la posibilidad de extin-
ción de especies como consecuencia de la falta de respuestas adecuadas a los
cambios ambientales. Por el contrario, todos los cambios físicos que se pro-
ducen en el organismo representarán mejoras en el sentido de que posibili-
tarán, siempre, su adaptación a las nuevas condiciones ambientales.
En este contexto, no sorprende que Stephen Jay Gould afirme que
«[…] el lamarckismo es, esencialmente, una teoría de la variación dirigi-
da» y que «[…] la variación es dirigida directamente hacia la adaptación,
y no es necesaria ninguna segunda fuerza, como la selección natural».88
En la coyuntura histórica en la que se sitúa Lamarck surge el mecani-
cismo como ideología ascendente y progresivamente dominante. Frente al
mecanicismo está el vitalismo, que reconoce la existencia de una iniciativa
en los seres vivos. No hay duda alguna de que Lamarck sustentó una pos-
tura vitalista. Su filosofía vitalista domina sobre su concepción materialis-
ta de la naturaleza.
Al respecto, dice G. Canguilhem:
El cambio en las circunstancias es inicial, pero es el ser viviente quien
tiene, en el fondo, la iniciativa del esfuerzo para no ser abandonado por su
medio. El lamarckismo no es un mecanicismo, sería inexacto hablar de finalismo,
se trata de vitalismo.89

87 Citado por Guyénot (1956), 370.


88 Gould (1986), 82.
89 Citado por Joan Senent en su presentación a Lamarck (1971), 17.
Lamarck (1744-1829) 83

¿Cómo responden vegetales y animales a los cambios operados en el


medio? Lamarck establece aquí una diferencia significativa entre la reac-
ción que experimentan los vegetales frente a los cambios ambientales y la
que tiene lugar entre los animales y el medio. Así, Lamarck considera que
los factores externos influyen directamente sobre los vegetales, ya que estos
no tienen «hábitos propiamente dichos». En otras palabras, los cambios en
las condiciones ambientales provocan cambios inmediatos y proporciona-
les en los vegetales. Al respecto, explica Lamarck:
En los vegetales, en los que no hay acciones y, por consiguiente, no hay
hábitos propiamente dichos, los grandes cambios de circunstancias conducen
a diferencias no menos grandes en el desarrollo de sus partes; de manera que
estas diferencias hacen nacer y desarrollar algunas de entre ellas, mientras que
atenúan y hacen desaparecer a algunas otras. Pero aquí todo se opera por los
cambios que provienen de la nutrición del vegetal, de sus absorciones y sus
transpiraciones, de la cantidad de calórico, de luz, de aire y de humedad que
recibe habitualmente […].90

Pero no es así como obran las circunstancias sobre los animales, que
poseen un sistema nervioso desarrollado, porque
sean cuales sean las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y
sobre la organización de los animales ninguna modificación.
Pero grandes cambios en las circunstancias producen grandes cambios en
las necesidades de los animales y cambios iguales en las acciones. Así, si las nue-
vas necesidades se vuelven constantes o muy duraderas, los animales adquie-
ren nuevos hábitos, que son tan duraderos como las necesidades que los han
hecho nacer.91

Como vemos, el cambio en las condiciones ambientales no implica,


directamente, cambios en la forma y organización de los animales. Lo que
cambia, básicamente y en primerísimo lugar, son sus necesidades. El ani-
mal experimenta, ante el cambio ambiental, nuevas necesidades, necesida-
des que hasta ese momento no tenía. ¿Cómo responde el animal a esas
nuevas necesidades? Según Lamarck con nuevas acciones, esto es, com-
portándose de manera distinta. Si estas acciones se convierten en habitua-
les, se producirá un reordenamiento funcional del organismo que pasará a
emplear de diferente manera sus órganos (por ejemplo, empleando en

90 Lamarck (1971), 180.


91 Lamarck (1971), 179. La cursiva es nuestra.
84 Capítulo 3

mayor medida órganos que utilizaba poco, usando menos los que antes
usaba más, creando algunos nuevos o bien produciéndose la desaparición
de los que ya no se utilizarán en absoluto).
El mismo Lamarck nos proporciona un resumen de su planteamiento:
Así, pues, el verdadero orden de cosas que debemos considerar en todo
esto consiste en reconocer:
1) Que todo cambio un poco considerable y mantenido seguidamente
en las circunstancias en que se encuentra cada raza de animales obra en ella un
cambio real en sus necesidades.
2) Que todo cambio en las necesidades de los animales necesita de otras
acciones para satisfacer las nuevas necesidades y, por consiguiente, otras cos-
tumbres.
3) Que toda nueva necesidad, al precisar de nuevas acciones para satisfa-
cerla, exige del animal que la experimenta o bien el uso más frecuente de algu-
na de sus partes de la que antes hacía menos uso, lo cual la desarrolla y la agran-
da considerablemente, o bien el empleo de nuevas partes que las necesidades
hacen nacer insensiblemente en él por esfuerzos de su sentimiento interior […].92

Lo que acabamos de subrayar en el texto precedente representa una


típica expresión lamarckiana para explicar el origen de órganos nuevos en
un ser vivo. De todos modos, es evidente que, más que concederle impor-
tancia a los órganos, Lamarck destaca, sobre todo, las funciones que cum-
plen esos órganos, de allí que se le atribuyan las consabidas palabras «la fun-
ción crea al órgano». En la Filosofía zoológica Lamarck recuerda que ya se
había explayado sobre este tema con anterioridad, en su Investigaciones sobre
los cuerpos vivientes, trabajo en el que establecía la siguiente proposición:
No son los órganos, es decir, la naturaleza y la forma de las partes del
cuerpo de un animal, las que han dado lugar a sus costumbres y sus facultades
particulares, sino que por el contrario, sus costumbres, su manera de vivir y las
circunstancias en las que se han encontrado los individuos de que provienen,
son las que, con el tiempo, han constituido la forma de su cuerpo, el número
y el estado de sus órganos, en fin, las facultades de que goza.93

A fin de dar mayor énfasis a sus ideas, Lamarck formula dos leyes. En


la primera, como veremos, postula que el desarrollo de un órgano es pro-
porcional a su uso, en tanto que en la segunda señala que toda modifica-
ción será transmitida a la descendencia (más conocida como «herencia de

92 Lamarck (1971) 186-187. La cursiva es nuestra.


93 Lamarck (1971), 189.
Lamarck (1744-1829) 85

los caracteres adquiridos»). Esta segunda ley ha sido posteriormente la más


criticada de ambas, pero es preciso tener en cuenta, en descargo de
Lamarck, los conocimientos de su tiempo. Cincuenta años después, tam-
bién Darwin aceptará la herencia de los caracteres adquiridos en su «hipó-
tesis provisional de la pangénesis». Transcribimos a continuación las men-
cionadas leyes:
Primera Ley
En todo animal que no ha ultimado el término de su desarrollo, el uso
más frecuente y sostenido de un órgano cualquiera fortifica poco a poco este
órgano, lo desarrolla, lo agranda y le da una potencia proporcional a la dura-
ción de este uso; mientras que la falta constante de uso del mismo órgano lo
debilita sensiblemente, lo deteriora, disminuye progresivamente sus facultades,
y termina por hacerlo desaparecer.
Segunda Ley
Todo lo que la naturaleza ha hecho adquirir o perder a los individuos por
la influencia de las circunstancias a que su raza se encuentra expuesta desde
hace mucho tiempo […] lo conserva a través de la generación a los nuevos
individuos que provienen de ella, mientras que los cambios adquiridos sean
comunes a los dos sexos, o a los que han producido estos nuevos individuos.94

Para demostrar la validez de estas leyes, Lamarck dio varios ejemplos:


respecto de las consecuencias que acarrea la falta de uso de determinados
órganos cita el caso de los topos, que por vivir bajo tierra hacen poco uso
del sentido de la vista y por eso tienen escasa visión o el caso de las ser-
pientes, que supone tendrían cuatro extremidades en un comienzo pero las
perdieron debido a su costumbre de deslizarse por el suelo y a sus esfuer-
zos por alargar su cuerpo para poder pasar por lugares estrechos.
Por el contrario, la costumbre de emplear constantemente un órgano
lo desarrolla cada vez más. Tal es el caso de las aves acuáticas que, por ten-
der a nadar moviendo las patas en el interior del agua, como los patos, han
terminado desarrollando membranas interdigitales; o la jirafa que, ante la
escasez de hierbas, se vio obligada a alimentarse del follaje de los árboles y
a esforzarse por alcanzar las ramas más altas, lo que habría alargado su cue-
llo; o el caso del canguro que, por trasladarse continuamente a saltos tiene
los miembros anteriores muy pequeños y los posteriores y la cola muy
desarrollados.

94 Lamarck (1971), 187.


86 Capítulo 3

1.8. Lamarck y los orígenes del hombre


No es cierta la afirmación del autor francés Georges Olivier en el sen-
tido de que «Lamarck no aplicó su tesis al hombre».95 Por el contrario,
Lamarck sí intentó, aunque en forma de exposición hipotética, explicar
cómo pudo originarse la forma humana.
En relación con este punto, debemos decir que la edición española
de la Filosofía zoológica de F. Sempere, y también la reimpresión llevada
a cabo por Alta Fulla, incluyen un capítulo suplementario, el IX, que está
referido al hombre. Pero dicho capítulo no existe en la edición original
francesa ni en la que edita la Librairie F. Savy de París, en 1873, que
hemos tenido en nuestras manos. Allí se puede apreciar que «Algunas
consideraciones relativas al hombre» constituye un subtítulo que apare-
ce en la última parte del primer tomo. Quizá los editores españoles
de 1900 lo transformaron en capítulo independiente con el propósito de
despertar un mayor interés en los lectores y así vender más ejemplares
de la obra.
A continuación, transcribiremos una parte del mencionado capítulo,
que tomamos directamente de la edición de F. Sempere (ya que la versión
castellana de editorial Mateu, de 1971, que hemos utilizado, no lo inclu-
ye). Si bien la cita es un tanto extensa, estimamos que el lector nos dis-
culpará si juzga la importancia del texto:
[…] si una raza cualquiera de cuadrumanos, sobre todo la más perfecciona-
da de ellas, perdiese, por la necesidad de las circunstancias, el hábito de tre-
par sobre los árboles y de abarcar las ramas con sus pies, así como con las
manos, para agarrarse a ellas, y si los individuos de esta raza, durante una
larga sucesión de generaciones, se hubieran visto obligados a no servirse de
sus pies más que para andar y cesasen de emplear en este ejercicio sus manos
de igual manera que los pies, es indudable […] que tales cuadrumanos se
transformarían por fin en bimanos, y que los pulgares de sus pies no cesarían
de ser separados de los dedos, no sirviéndoles ya dichos miembros más que
para marchar.
Además, si los individuos hipotéticos de quienes hablo, movidos por la
necesidad de dominar y de ver a la vez a lo lejos y a lo ancho, se esforzasen por
sostenerse en pie y adquiriesen esta costumbre de generación en generación; es
indudable también que sus pies adquirirían insensiblemente una conforma-
ción adecuada para mantenerlos en una posición vertical. No ofrece duda tam-

95 Olivier (1968), 42.


Lamarck (1744-1829) 87

poco que sus piernas adquirirían pantorrillas y que entonces estos animales no
podrían marchar más que penosamente sobre los pies y las manos a la vez.
Por último, si estos mismos individuos cesasen de emplear sus quijadas
como armas para morder, triturar o asir, o como tenazas para cortar la hierba
y nutrirse con ella y solo las empleasen en la masticación, no es dudoso asi-
mismo que su ángulo facial resultaría más abierto, que su hocico no se redu-
jera cada vez más hasta desaparecer por completo, y que entonces tuviesen sus
dientes incisivos verticales.
Pues que se suponga ahora que una raza de cuadrumanos, la más per-
feccionada, habiendo adquirido, por hábitos constantes en todos sus indivi-
duos, la conformación que acabo de citar y la facultad de mantenerse y mar-
char de pie, llegando en seguida a dominar a las otras razas de animales y
entonces se comprenderá sin dificultad:
1.º Que esta raza más perfeccionada en sus facultades, habiendo llegado
por ello a enseñorearse sobre las demás, no tardará en apoderarse de todos los
lugares que le convengan en la superficie del globo.
2.º Que esta raza habrá acosado a las otras razas eminentes, y que en el
caso de disputarle los bienes de la tierra, las habrá obligado a refugiarse en los
lugares que esta raza no ocupa.
3.º Que perjudicando a la gran multiplicación de las razas que se le apro-
ximaban por sus conexiones y manteniendo las relegadas en los bosques u
otros lugares desiertos, la raza conquistadora habrá detenido los progresos del
perfeccionamiento de sus facultades, en tanto que ella, pudiendo extenderse
por todas partes, de multiplicarse sin obstáculo en cualquier lugar y de vivir en
bandas numerosas, se habrá creado sucesivamente necesidades nuevas, que
contribuirán a excitar su industria y a perfeccionar gradualmente sus medios y
sus facultades.
4.º Que, por último, esta raza preeminente habiendo adquirido una
supremacía absoluta sobre todas las demás, llegará a poner entre ella y los ani-
males más perfeccionados una diferencia, y, en cierto modo, una distancia
considerable.
De este modo la raza de cuadrumanos más perfeccionada habrá podido
llegar a ser dominante. Habrá conseguido también cambiar sus hábitos por
consecuencia del imperio absoluto que habrá adquirido sobre las demás y por
sus nuevas necesidades. Con ello adquirirá progresivamente modificaciones en
su organización y facultades nuevas y numerosas. Limitará el número de los
más perfeccionados de otras razas al estado en que se hallan, y no tardará en
producir las distinciones tan enormes que las separan.96

1.9. Acogida que tuvieron sus ideas


Las ideas de Lamarck, muchas veces especulativas, no gozaron espe-
cialmente del apoyo de científicos y público en general. Algunas de las
razones podrían ser las siguientes:

96 Lamarck, Filosofía zoológica, ed. de F. Sempere, 234-236.


88 Capítulo 3

a) A pesar de sus aportes incuestionables en el campo de la botánica y


de la zoología, Lamarck inspiraba cierta desconfianza entre sus con-
temporáneos. Recordemos sus críticas desafortunadas a Lavoisier y a
Berthollet y los errores contenidos en sus Anuarios meteorológicos.
b) El vitalismo se oponía al pensamiento científico materialista y, aunque
muchos biólogos eran vitalistas, el materialismo se estaba poniendo de
moda en las ciencias físicas y se estaba extendiendo a otros campos.
c) El principal interés de la zoología de aquel tiempo era el morfológi-
co. La Naturphilosophie había ejercido una gran influencia y los hom-
bres estaban más interesados en la búsqueda de los arquetipos que en
cualquier otra cosa.
d) Tampoco ayudó a Lamarck el hecho de que Cuvier, de gran prestigio
científico, rechazara su teoría y también su punto de vista funcional,
que contradecía la mayoría de sus propias creencias morfológicas. Es,
sin duda, llamativo que, en ocasión de la muerte de Lamarck, Cuvier,
encargado del discurso necrológico, no dedicara ni una sola palabra
de elogio hacia su obra.
e) La opinión general estaba totalmente en contra del evolucionismo.

2. La contienda entre Cuvier y Saint Hilaire (1830)

Muerto Lamarck, Étienne Geoffroy Saint Hilaire (1772-1844), segui-


dor de Lamarck y colega y amigo de Cuvier en los primeros tiempos, man-
tuvo luego con este una de las polémicas más memorables en la historia de
las ciencias.
La preocupación de Saint Hilaire, profesor en el Museo de Historia
Natural de París y autor de Philosophie anatomique (1818), consistía en
fundamentar su tesis de la unidad del plan de organización de todos los
animales, que consideraba de particular importancia. En este sentido, creía
que la naturaleza ha formado a todos los animales de acuerdo con un plan
básico común a todos ellos pero que ha variado de infinidad de maneras
en los detalles. Había observado, además, que todos los animales de un
mismo grupo poseen idénticos órganos, y que en órganos análogos pue-
den variar la forma y la función. Para Geoffroy el órgano es independien-
te de la función (hasta entonces se mantenía, con un criterio finalista, que
un órgano estaba destinado a cumplir una determinada función). Los seres
La contienda entre Cuvier y Saint Hilaire (1830) 89

vivos existen con una estructura constante y responden a un mismo plan


de organización, pero son las condiciones del medio en que viven las que
determinan la forma y el funcionamiento de esos órganos.
En este contexto adquiere importancia la comparación como método
de investigación. La morfología debe descubrir, entonces, bajo la diversi-
dad de formas, la semejanza existente. La noción de semejanza conduce a
su vez a la de filiación o parentesco y, en este sentido, Geoffroy no rechaza
la posibilidad de transformación de una especie. Por el contrario, admite
que en el pasado las especies sufrieron grandes modificaciones debidas a la
acción directa de las condiciones ambientales. Para Geoffroy la presión del
medio sobre los seres vivos es mucho mayor que la aceptada por Lamarck.
Bajo la influencia del medio, los organismos se transforman pero conser-
vando siempre un plan uniforme (de acuerdo con la información aquí
expuesta, no sorprende que Goethe se pusiera del lado de Saint Hilaire en
la disputa con Cuvier).
Si bien la disputa entre Saint Hilaire y Cuvier se inició como conse-
cuencia de interpretaciones diferentes en torno a la semejanza habida entre
la estructura de los moluscos cefalópodos y los vertebrados, en el curso del
debate no podía dejar de plantearse la cuestión fundamental de la trans-
formación de las especies, con Cuvier sosteniendo una postura fijista y
Saint Hilaire defendiendo el transformismo. Esta controversia finalizará
con el triunfo de Cuvier, lo que traerá aparejado una doble consecuencia:
en tanto que, por un lado, se produciría un olvido temporario de las ideas
evolucionistas, por el otro, el prestigio de Cuvier perduraría en Francia
durante unos cuarenta años después de su muerte, acaecida en 1832.
CAPÍTULO 4

En la última década del siglo XVIII se publican en Gran Bretaña dos


obras que habrían de tener repercusión tiempo después. Se trata de An
essay on the principle of population (1798), de Thomas Robert Malthus, y
de Theory of the Earth (1795), del escocés James Hutton. A continuación,
nos referiremos a estas obras y sus autores.

1. Thomas Robert Malthus (1766-1834)

Como acabamos de señalar, en 1798 aparece An essay on the principle


of population de autor anónimo, aunque nadie duda que fue escrita por
Thomas Robert Malthus, un pastor y economista político inglés quien, al
año siguiente y para constatar sus ideas sobre el terreno, recorre Dinamar-
ca, Suecia, Noruega y el norte de Rusia. Producto de esas experiencias es
una segunda edición de la obra, ampliada, que publica, esta vez con su
nombre, en 1803.
Sobre la base de datos estadísticos relacionados con el crecimiento de
la población norteamericana en particular, Malthus adopta la regla según
la cual la población en general se duplica cada 25 años, asegurando que ese
crecimiento, de período en período, sigue una progresión geométrica (por
ejemplo, 1-2-4-8-16-32, etc.), pero los medios de subsistencia, en el mejor
de los casos, no aumentan más que en una progresión aritmética (por
ejemplo, 1-2-3-4-5-6, etc.), por lo que se produce un desfase alarmante,
según el autor, entre la velocidad de crecimiento de las poblaciones huma-
92 Capítulo 4

nas (por multiplicación) y la velocidad de crecimiento de los recursos


naturales, o alimentos (por adición).
Al respecto, dice Malthus:
[...] la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor
que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre.
La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geo-
métrica. Los alimentos tan solo aumentan en progresión aritmética.97

De acuerdo con el autor, para equilibrar esta desproporción preocu-


pante no queda otra salida: debe producirse una reducción de la pobla-
ción, la cual se logra de forma natural (guerras, epidemias, hambre, etc.) o
bien a través de la aplicación de medios preventivos, como la disminución
de la tasa de natalidad. Se trata de frenos que evitan un colapso. Más ade-
lante, señala Malthus:
La fuerza de crecimiento de la población es tan superior a la capacidad
de la tierra de producir el alimento que necesita el hombre para subsistir, que
la muerte prematura en una u otra forma debe necesariamente visitar a la raza
humana. Los vicios humanos son agentes activos y eficaces de despoblación.
Son la vanguardia del gran ejército de destrucción; y muchas veces ellos solos
terminan esta horrible tarea. Pero si fracasan en su labor exterminadora, son
las enfermedades, las epidemias y la pestilencia quienes avanzan en terrorífica
formación segando miles y aun decenas de miles de vidas humanas. Si el éxito
no es aún completo, queda todavía en la retaguardia como reserva el hambre:
ese gigante ineludible que de un solo golpe nivela la población con la capaci-
dad alimenticia del mundo.98

También considera Malthus que las necesidades alimenticias del ser


humano constituyen un fuerte impulso que lo llevan a la explotación de
la tierra porque, de no ser así, es decir, si no existiera desfase entre el cre-
cimiento de las poblaciones y el de los alimentos, «es probable que el hom-
bre no hubiese salido jamás del estado salvaje».99
Malthus, que pertenecía al partido liberal, creía que una forma de
limitar la tasa de natalidad era el casamiento tardío. Fiel a ese criterio, se
casó a los 38 años, pero aun así tuvo tres hijos.

97 Malthus (1993), 53.


98 Malthus (1993), 128.
99 Malthus (1993), 259.
James Hutton y los comienzos del uniformismo en geología 93

2. James Hutton y los comienzos del uniformismo en geología

En 1785, el médico escocés aficionado a la geología James Hutton


(1726-1797) presentó, ante la Royal Society de Edimburgo, sus ideas en
relación con el principio de la uniformidad. Diez años después, en 1795,
dichas ideas serían expuestas en su obra Theory of the Earth (Teoría de la Tie-
rra), que tuvo escasa repercusión en el ámbito académico, pero que marcó,
según Stephen Jay Gould, «el convencional descubrimiento del tiempo
profundo en el pensamiento geológico británico».100 Afortunadamente, sus
principales ideas fueron difundidas a través de una versión abreviada y más
accesible de la obra bajo el título Ilustraciones de la teoría huttoniana de la
Tierra que en 1802 publicó su amigo John Playfair, profesor de Matemáti-
cas y Filosofía Natural en la Universidad de Edimburgo.
En dicha obra se describe la forma en que la acción lenta, y sobre todo
semejante y constante (principio uniformista) de causas tan comunes como
el agua, el viento y el clima, pueden dar origen a todos los hechos geoló-
gicos conocidos. Afirmaba también que los cambios geológicos como la
formación de las montañas y los cauces de los ríos habían requerido enor-
mes períodos para producirse, por lo que la Tierra debía ser muy antigua.
Tanto, que Hutton, partiendo de su visión cíclica de la historia, pensaba
en una Tierra sin un comienzo y sin un final; en un tiempo sin límites.
Hutton describe la Tierra como una máquina, constantemente reno-
vada en su ciclo continuo: erosión, deposición, formación de las rocas y
elevación. Y como cada ciclo borraba el anterior, no quedaba ningún ves-
tigio de un principio, ni perspectivas de un final. Una vez iniciado el sis-
tema, la máquina no puede detenerse, ya que cada una de las etapas origi-
na la siguiente. Se trataba, para él, de un proceso dinámico, pero que no
iba a ninguna parte.
Continuando con el pensamiento de Hutton, William Smith (1769-
1839), agrimensor inglés dedicado a la geología, efectuó algunas conside-
raciones acerca de los fósiles. En 1815 publicó Mapa geológico de Inglate-
rra y Gales, obra en la que afirmaba que ciertas capas estratigráficas poseen
fósiles característicos. Si las capas se habían ido depositando lentamente

100 Gould (1992), 79.


94 Capítulo 4

era razonable pensar que las más profundas eran las más antiguas y esto
tenía validez también para los fósiles que contenían.
Un tercer geólogo, fundador de la moderna geología inglesa (y que
además ejercerá particular influencia sobre la vida y obra de Darwin), fue
Charles Lyell (1797-1875). En su gran obra Principles of Geology (publica-
da en tres volúmenes entre 1830 y 1833), sostiene, al igual que Hutton,
que el tiempo es ilimitado y que todos los efectos causados en la actuali-
dad por la acción de las lluvias, el viento, la erosión, la sedimentación, la
elevación, el fraccionamiento, etc., pueden dar cuenta, sin recurrir a expli-
caciones catastrofistas, de todos los cambios acaecidos en la Tierra en épo-
cas pasadas. De esta manera, afirma el claro principio uniformista que ase-
gura que «en el presente está la clave del pasado».
Es interesante consignar el hecho según el cual, a pesar de que hacia
1830 buena parte de los geólogos británicos se encolumnaba detrás de las
ideas diluvianas y catastrofistas de Buckland, Lyell, un ex alumno suyo,
sustentara una postura uniformista.
La labor de Lyell como geólogo tuvo reconocimiento. En 1848 reci-
bió la investidura de caballero, convirtiéndose en sir Charles Lyell. La
Royal Society le concedió la Copley Medal y la Geological Society of Lon-
don la Wollaston Medal. En 1864 fue elegido presidente de la British
Association for the Advancement of Science y recibió un título nobiliario
por parte de la reina Victoria. A su muerte, fue enterrado en la Abadía de
Westminster, con todos los honores.

3. Charles Darwin (1809-1882)

Charles Robert Darwin, «el mayor teórico general de la biología», el


que provocó «la mayor revolución en la historia del pensamiento» según el
biólogo norteamericano Michael Ghiselin,101 fue un trabajador incansa-
ble. Su permanente esfuerzo, su constancia y su dedicación al trabajo cien-
tífico, son dignos del mayor mérito y merecen ser destacados. Por otra
parte, su concepción evolucionista constituye un punto central en una

101 Ghiselin (1983), 11 y 13, respectivamente.


Charles Darwin (1809-1882) 95

obra que, como esta, pretende abarcar las diversas teorías formuladas a
partir de 1800. Es indudable que existe un antes y un después de la teoría
darwinista.
La vida y la obra de Charles Darwin es tan vasta («Quizá no esté
mejor documentada la vida de ningún otro científico»),102 que le dedica-
remos el resto de este capítulo y los capítulos 5 y 6. En un intento por con-
tribuir a una mejor exposición de su vida y su concepción evolucionista,
desarrollaremos sucesivamente los puntos que se detallan a continuación:
1.º Datos biográficos de Darwin, y otras referencias, desde su nacimien-
to, en 1809, hasta el inicio de su viaje a bordo del Beagle, en 1831.
2.º Análisis del viaje y de la importancia que tuvo en su vida y en su pen-
samiento evolucionista.
3.º Datos biográficos de Darwin, y otras referencias, desde su regreso del
viaje, hacia fines de 1836, hasta la publicación de su obra más tras-
cendente, On the origin of species by means of natural selection (Sobre el
origen de las especies por medio de la selección natural), en 1859.
4.º Desarrollo de su teoría evolucionista (capítulo 5).
5.º Reacción frente a El origen de las especies por medio de la selección
natural. El evolucionismo teísta. Críticas a la teoría darwinista. La
relación Darwin-Marx. El darwinismo fuera de Inglaterra. Datos
biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-1882)
(capítulo 6).

3.1. Datos biográficos y otras referencias (período 1809-1831)


1809
• Perteneciente a una familia burguesa rica, el 12 de febrero nace
Charles Robert Darwin, hijo de Robert Waring Darwin (1766-
1848) y de Susannah Wedgwood (1765-1817), en la localidad de
Shrewsbury, una villa del oeste de Inglaterra.
• Lamarck publica su Filosofía zoológica.
• Se publica, en francés, Viajes por la América Meridional desde 1781
hasta 1801, escrito por el ingeniero militar aragonés Félix de Azara
(1742-1821) quien había sido designado en 1781 por la Corte

102 Ghiselin (1983), 13.


96 Capítulo 4

española para señalar los límites de las posesiones españolas y por-


tuguesas en América, donde permanece durante veinte años y se
dedica al estudio de la flora y la fauna, convirtiéndose en un natu-
ralista avezado. Azara trató de resolver problemas de biogeografía
relacionados con el origen y expansión de los mamíferos. Así, cre-
yendo imposible que muchos de ellos hayan podido pasar por el
estrecho de Bering debido al clima, y ante la imposibilidad de que
animales de vida sedentaria hayan podido avanzar tanto de norte a
sur, abogó por las creaciones múltiples en el espacio y sucesivas en
el tiempo. La idea de las creaciones sucesivas apareció después en los
discípulos de Cuvier y con esto se adelantó a su época, así como con
sus referencias a los animales «singulares» que la naturaleza produ-
ce de vez en cuando por accidente (lo que mucho después de Vries
denominaría «formas mutantes») y que se perpetúan al igual que los
otros. Darwin cita repetidas veces las observaciones de Azara pero,
según Templado, más que precursor de Darwin, Félix de Azara debe
considerarse precursor de Hugo de Vries.
1817
• En el mes de julio muere su madre, cuando Charles tenía tan solo
ocho años de edad, y, a pesar de que sus hermanas mayores trataron
de compensar, en cierto modo, tan lamentable pérdida, el hecho lo
afectó profundamente.
1818-1825
• Darwin estudia en la Shrewsbury School, dirigida por el reconoci-
do educador Samuel Butler.103
• Durante esta época demuestra interés por coleccionar insectos y
minerales.
1822
• Nace Mendel.
• Nace Pasteur.

103 Más tarde, expresaría opiniones críticas hacia la escuela: «nada pudo ser peor para
el desarrollo de mi inteligencia que la escuela del doctor Butler, pues era estrictamente clá-
sica, y en ella no se enseñaba nada, salvo un poco de geografía e historia antiguas. Como
medio de educación, la escuela fue sencillamente nula» (Darwin [1977], 44).
Charles Darwin (1809-1882) 97

1825-1827
• A pesar de las intenciones de su padre, médico de profesión, para
que el joven Darwin se gradúe en la misma carrera, Charles fracasa
tras estudiar medicina durante cuatro semestres en la Universidad
de Edimburgo.104
• Lee la Zoonomía o las leyes de la vida orgánica, obra que su abue-
lo, el médico y filósofo inglés Erasmus Darwin (1731-1802),
había publicado en 1794. Dicha obra contenía muchas ideas
de la época sobre fisiología y medicina y algunas especulacio-
nes de tipo evolucionista. Si bien esta primera lectura causó
buena impresión en el joven Charles, él mismo confiesa en su
Autobiografía que cuando la volvió a leer, diez o quince años des-
pués, se sintió defraudado precisamente por el elevado número
de especulaciones existentes en relación con los datos que pro-
porcionaba.
• Aparece la 6.ª edición del Ensayo sobre el principio de la población,
de Malthus.
1829
• Muere Lamarck.
1830
• Contienda pública entre Cuvier y Étienne Geoffroy Saint Hilaire
(1772-1844).105
• Publicación del primer tomo de los Principios de geología de Char-
les Lyell (tres tomos, 1830-1833). Según el autor, la Tierra había
estado sujeta a procesos de formación muy lentos, pero continuos,
y que aún seguían actuando.

104 Motiva el abandono el hecho de que las clases en general, a excepción de las de quí-
mica, le resultaban «intolerablemente aburridas» y porque debió presenciar dos operacio-
nes graves sin anestesia, ya que aún no se la conocía. Por el contrario, tuvo la oportunidad
de relacionarse con varios naturalistas de renombre y se inicia, por entonces, su especial
talento para la observación de la naturaleza.
105 Colegas y amigos al principio, más tarde protagonizarían una dura polémica (véase
el capítulo 3).
98 Capítulo 4

1828-1831
• Darwin ingresa en el Christ’s College, de Cambridge, para estudiar
teología.106 Durante ese tiempo, además de coleccionar escarabajos
con verdadero entusiasmo, establece contactos personales de prove-
cho, sobre todo en las áreas de la geología y de la botánica. Mere-
cen destacarse particularmente dos: con el reverendo John Stevens
Henslow (1796-1861), teólogo y sacerdote de la Iglesia anglicana y
profesor de Botánica en la Universidad de Cambridge107 y con
Adam Sedgwick (1785-1873), profesor de Geología en la misma
universidad y miembro de la Royal Society.
• Durante su último año en Cambridge, lee con profundo interés
Personal narrative del extraordinario viajero, naturalista y geógrafo
alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), y la Introduction to
the study of natural Philosophy del astrónomo y físico inglés John F.
W. Herschel (1792-1871).108
• Asimismo, para aprobar el examen de Bachelor of Arts (licencia-
tura de grado medio en las facultades humanísticas de la univer-
sidad inglesa), Darwin debía conocer la obra Evidences of Chris-
tianity del teólogo anglicano inglés William Paley (1743-1805),
publicada en 1794 y la Moral Philosophy (1785) del mismo autor.
Por entonces, Paley representaba la opinión oficial de la Iglesia.

106 Aunque obtendrá su título en 1831, Darwin señalaría en su Autobiografía:


«Durante los tres años que pasé en Cambridge desperdicié el tiempo tan absolutamente
como en Edimburgo y en la escuela, en lo que a los estudios académicos se refiere» (pág.
56). Sin embargo, desde otra perspectiva diría: «En general, los tres años que pasé en Cam-
bridge fueron los más gozosos de mi afortunada vida, pues tenía una salud excelente y casi
siempre estaba de buen humor» (Darwin [1977], 64).
107 Darwin admiraba a Henslow. Entre otras cosas, dice de él: «Tenía grandes conoci-
mientos de botánica, entomología, química, mineralogía y geología». «Sus cualidades
morales eran admirables en todos los sentidos. Estaba libre del menor asomo de vanidad u
otros sentimientos mezquinos» (Darwin [1977], 61). Darwin reconoció que su íntima
amistad con Henslow fue de un valor inestimable para él, por lo que no sorprende que se
convirtiera, además, en su consejero.
108 De estos libros Darwin diría: «suscitaron en mí un ardiente deseo de aportar aun-
que fuera la más humilde contribución a la noble estructura de la ciencia natural. Ningún
libro de la docena que había leído me influenció tanto como aquellos dos». Y refiriéndose
particularmente a las descripciones de Humboldt, en una carta fechada el 18 de mayo de
1832 Darwin le manifiesta a Henslow: «Antes admiraba a Humboldt, ahora casi lo adoro;
sólo él da una noción aproximada de las sensaciones que brotan en la mente al entrar por
primera vez en los trópicos» (Darwin [1977], 63 y 209, respectivamente).
Charles Darwin (1809-1882) 99

Darwin estudió detenidamente ambas obras, convencido de que


serían de gran utilidad para su formación. También le interesó la
Natural Theology de Paley, publicada en 1802, en la que el autor
aseguraba que el mundo natural era el resultado de los designios
divinos. Al respecto, Charles recuerda en su Autobiografía que
«en aquel tiempo, no me preocupé por las premisas de Paley y,
aceptándolas de buena fe, quedé encantado y convencido por la
prolongada argumentación».109

3.2. El viaje a bordo del Beagle (1831-1836)


Hacia 1830 Inglaterra decidió realizar viajes de prospección a Améri-
ca, con el propósito de incrementar el escaso comercio existente y de des-
cubrir nuevas y seguras rutas comerciales. De allí su interés en que un
navío practicara un relevamiento de puertos en toda la zona litoral de
América del Sur, recabara mayor información cartográfica de Patagonia y
Tierra del Fuego, hiciera un estudio de las costas de Chile, Perú y algunas
islas del Pacífico y obtuviera una serie de medidas cronométricas en dife-
rentes sitios, para regresar finalmente por las Indias Orientales. Por otra
parte, era preciso saber cuáles eran los recursos naturales de Sudamérica
que pudiesen tener un uso industrial.
Esta misión fue llevada a cabo por el Beagle, un reconstruido velero
de 3 mástiles, 235 toneladas, 66 hombres y 10 cañones, bien equipado
para tareas científicas. El Almirantazgo quería en la dotación a un enten-
dido en geología, consciente de los beneficios económicos que podría
aportar los conocimientos en esta disciplina. Asimismo, era indispensable
contar con los servicios de una persona que poseyera un gran sentido de la
observación y tuviese la capacidad de describir detalladamente todo lo que
viese.
Darwin había recibido su formación geológica de la escuela catas-
trofista cuando, durante su segundo año en Edimburgo, asistía a las clases
de Robert Jameson (1774-1854), el editor británico de las obras de
Cuvier. Pero como las clases le aburrían enormemente, a partir de ese
momento decidió no volver a estudiar geología.

109 Darwin (1977), 57.


100 Capítulo 4

Sin embargo, en abril de 1831, tras obtener la licenciatura en Teolo-


gía en el puesto número 10 de su promoción y por sugerencia de Hens-
low, se dedica nuevamente al estudio de la geología y, gracias a la media-
ción del mismo Henslow, Charles termina participando de una expedición
por el norte de Gales con el profesor Adam Sedgwick, responsable de la
Cátedra Woodward de Geología, en Cambridge, y también catastrofista.
Sedgwick era, por entonces, el más eminente geólogo de campo en Ingla-
terra. Fue precisamente este relevamiento geológico el que le permitió
definir el sistema cámbrico.
A su regreso, en agosto, Charles se encuentra con una carta enviada
por Henslow. En ella, este le comunica que le habían pedido que reco-
mendara, para ese viaje, a un naturalista bien capacitado (que fuera ante
todo un «caballero», ya que debía compartir el camarote del capitán), que
estuviese dispuesto a participar sin percibir ninguna retribución por ello
(por el contrario, el costo de su manutención era de unas 30 libras al año).
Con absoluta franqueza, Henslow le expresa a Darwin:
He afirmado que lo considero la persona más dotada que conozco que
pueda encargarse de tal plaza. Cuando digo esto no es que suponga que es
usted un naturalista cumplido, sino que está ampliamente cualificado para
recoger, observar y anotar todo cuanto sea útil para la historia natural.110

Charles tenía mucho interés en aceptar el ofrecimiento, pero dicho


interés contrastó con la negativa de su padre, quien le planteó diversas
objeciones. Sin embargo, dejó abierta una posibilidad: «Si eres capaz de
encontrar una persona en su sano juicio que te aconseje marcharte, daré
mi consentimiento», le dijo. Afortunadamente, y a pesar de que Charles,
como hijo obediente, rechazó la oferta, la mediación de su tío Josiah, her-
mano de su madre y que se convertiría más tarde en su suegro, logró que
el padre de Charles retirara sus objeciones, posibilitando así la participa-
ción de su hijo en el viaje.
Luego de contar con la aprobación de su padre, Charles tuvo que
superar, sin saberlo, un nuevo obstáculo. El capitán del barco, el aristó-
crata Robert FitzRoy (1805-1865), de 26 años, acababa de leer la Fisiog-
nomía, del suizo-alemán Johann Caspar Lavater (1741-1801), obra dedi-

110 Darwin (1977), 186.


Charles Darwin (1809-1882) 101

cada a establecer relaciones entre los rasgos físicos de un individuo y su


carácter. Basándose en esta lectura, FitzRoy llegó a considerar que Char-
les, por el tipo de nariz que tenía, difícilmente fuera poseedor de una
decisión y energía suficientes para encarar un viaje tan largo.
En realidad, FitzRoy no estaba muy desacertado en su apreciación, ya
que Darwin mismo dudaba que pudiera resistir semejante viaje debido a
su estado de salud. Describiendo ese momento, recuerda Charles:
[...] estaba preocupado por las palpitaciones y dolores de corazón y, como la
mayoría de los jóvenes ignorantes, estaba convencido de que tenía una enfer-
medad cardíaca. No consulté a ningún médico, porque estaba seguro de que
me diría que no me hallaba en condiciones para hacer el viaje, y yo estaba dis-
puesto a ir a todo trance.111

Johannes Hemleben, biógrafo de Charles Darwin, señala que en este


relato recordatorio el famoso naturalista «describió exactamente como el
rasgo fundamental de su propio carácter el antagonismo entre el temero-
so hipocondríaco y el hombre de voluntad, decidido y enérgico».112
Para colmo de males, el viaje debió ser aplazado en varias oportunida-
des. Habiéndose previsto la partida para el 4 de noviembre de 1831, Char-
les llegó a Plymouth el 24 de octubre, pero el mal tiempo y la falta de vien-
tos favorables impidieron la salida del Beagle, de tal modo que Darwin tuvo
que esperar dos meses, que se le hicieron muy penosos debido a su insegu-
ridad de saber si resistiría el viaje y porque le entristecía pensar que se ale-
jaría por tanto tiempo de su familia y amigos. Tiempo después, diría:
Estos dos meses en Plymouth fueron los más tristes de mi vida, a pesar
de que me ocupaba intensamente en diferentes asuntos.113

Por fin, el 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpa de Devonport


(Plymouth) y alcanza mar abierto, dando comienzo a uno de los viajes
científicos más notables de la historia. Charles Darwin no era el naturalis-
ta oficial del Beagle (sino el cirujano Robert McKormick, que ocuparía ese
puesto hasta su renuncia, en abril de 1832) ni tampoco un diplomado en
ciencias naturales. Sin embargo, contaba con algo mucho más valioso: era

111 Darwin (1977), 71.


112 Hemleben (1971), 36.
113 Darwin (1977), 70-71.
102 Capítulo 4

«un hombre con una curiosidad sin límites», como lo definió su tío Josiah.
Ello le permitió observar, describir e interpretar la naturaleza como muy
pocos lo habían logrado antes. Refiriéndose a este episodio destacado de
su vida, el mismo Charles no dudaba en afirmar:
El viaje del Beagle ha sido con mucho el acontecimiento más importan-
te de mi vida, y ha determinado toda mi carrera.114

Del 16 de enero al 8 de febrero de 1832, el Beagle llega a San Yago e


islas del Cabo Verde. El 16 de febrero a la isla de San Pablo y el 19 de
febrero a la isla Fernando Noronha. Luego, el 28 de febrero, Darwin pisa
por primera vez América del Sur, en Bahía, Brasil. De allí hacia el sur pasa
por Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Bahía Blanca, Tierra de
Fuego e islas Malvinas. El 21 de enero de 1834 atraviesa el estrecho de
Magallanes y llega a la isla de Chiloé. Recorre toda la costa chilena y
peruana. Islas Galápagos (16 de septiembre de 1835), Tahití, Nueva
Zelanda (21 de diciembre de 1835), Sidney (Australia) el 12 de enero de
1836, isla Mauricio (al este de Madagascar) el 29 de abril, Ciudad del
Cabo (1 de junio), isla Ascensión (en el océano Atlántico, al este del con-
tinente africano) el 14 de julio, Bahía (Brasil) el 1 de agosto, Pernambuco
(Brasil) el 12 de agosto y, finalmente, Falmouth (Inglaterra) el 2 de octu-
bre de 1836.
Muy pocos libros acompañaron a Darwin en su viaje. El motivo era
muy simple: la falta de espacio en el camarote que debía compartir con el
capitán Robert FitzRoy. Entre los principales, podemos mencionar: Perso-
nal narrative, de Humboldt, que le había sido obsequiado recientemente
por Henslow, El paraíso perdido, de John Milton, y el primer volumen de
Principios de geología, de Charles Lyell, que leyó muy atentamente por
sugerencia de Henslow (quien, partidario del catastrofismo, le recomen-
daba al mismo tiempo no aceptar las conclusiones del autor). El segundo
tomo lo recibiría con ocasión de atracar el Beagle en el puerto de Monte-
video (Uruguay) en 1832, y el tercero lo leería a su regreso a Londres.
A través de la lectura de la obra de Lyell, Darwin no desconocía la
existencia en Inglaterra de dos grandes corrientes de pensamiento: la catas-
trofista, defensora de los cambios bruscos, y la uniformista, partidaria de

114 Darwin (1977), 68.


Charles Darwin (1809-1882) 103

los cambios graduales. Charles se inclinó absolutamente a favor del gra-


dualismo y en esto mucho tuvo que ver Lyell. Más adelante volveremos
sobre el tema.
Charles tenía a bordo un rango especial. El hecho de compartir el
camarote con el capitán y de comer con él lo ubicaba por encima de los
oficiales. Según Stephen Jay Gould, la decisión de Robert FitzRoy de lle-
var un compañero de viaje para una travesía tan larga
[...] debió verse determinada por dos características de los viajes por mar de los
años 1830. En primer lugar, las travesías duraban muchos años, con largos
intervalos entre escalas y un contacto muy limitado por carta con los amigos
y la familia. En segundo lugar [...], la tradición naval británica dictaba que un
capitán no podía tener virtualmente ningún contacto social con ningún
miembro inferior de la cadena de mando. Hacía sus comidas solo, y única-
mente se reunía con sus oficiales para discutir asuntos del barco y para con-
versar del modo más formal y «correcto».115

Robert FitzRoy tenía excelentes antecedentes. Había ingresado en el


Royal Naval College, en Portsmouth, a los 12 años, obteniendo califica-
ciones sobresalientes. A los 14 años se embarcó, a los 15 ascendió a guar-
diamarina y a los 19 a teniente, siendo el primero entre los de su promo-
ción. De él diría Darwin en su Autobiografía: «El carácter de FitzRoy era
muy singular, con rasgos de gran nobleza: era fiel a sus obligaciones, gene-
roso hasta el exceso, valiente, decidido, incorregiblemente enérgico y
amigo apasionado de cuantos estaban bajo su mando». «Era un hombre
elegante, sorprendentemente caballeroso, de maneras extraordinariamente
corteses.» Y también que «tenía muy mal genio».116
Asimismo, comenta que, estando en Bahía (Brasil), había sostenido
una dura discusión sobre el tema de la esclavitud, con FitzRoy defendién-
dola y él rechazándola.
FitzRoy estaba convencido de que la Biblia tenía respuesta a todos los
interrogantes, de que el mundo era inmutable y de que la idea de evolu-
ción representaba, por lo tanto, una herejía. Por otra parte, los fósiles cons-
tituían para él la prueba del Diluvio Universal, ya que no todos los ani-
males habían conseguido salvarse a bordo del Arca de Noé.

115 Gould (1983b), 28.


116 Darwin (1977), 67.
104 Capítulo 4

Dos experiencias puntuales, vividas por Darwin durante el viaje,


habrían de influir más tarde en su pensamiento:
a) Su constatación de que muchos de los numerosos fósiles de mamífe-
ros hallados en la Patagonia eran semejantes a los organismos exis-
tentes en la actualidad. Tal parecido llevaba a pensar en una probable
relación de parentesco entre dichas formas.
b) Su paso por las islas Galápagos, grupo de islas de origen volcánico
situadas en el océano Pacífico, a unos 1000 kilómetros al oeste de la
costa ecuatoriana.
El 7 de septiembre de 1835 el Beagle partió con dirección al archi-
piélago de las islas Galápagos, ya en el viaje de regreso. Permaneció allí
cinco semanas, de las que Darwin estuvo solo tres en tierra. Durante ese
tiempo, se dio cuenta que la flora y la fauna de las islas tenía cierta seme-
janza con la de América del Sur.
Lo que particularmente despertó su interés fue observar que el aisla-
miento de las tortugas las había hecho diferentes y que todas, probable-
mente, habían tenido un origen común. También recogió ejemplares de
un tipo de aves conocido con el nombre de pinzones, los cuales diferían
entre sí por la forma y el tamaño de sus picos (de acuerdo con el tipo de
alimentación) y ello estaba relacionado con su distribución en el conjun-
to de las islas. Estas observaciones biogeográficas habrían de tener suma
importancia en sus reflexiones posteriores.
Stephen Jay Gould advierte que si bien Darwin encontró los pinzo-
nes, «no los reconoció como variaciones de un tronco común. De hecho,
ni siquiera tomó nota de las islas donde descubrió a muchos de ellos
—algunas de sus etiquetas rezan simplemente “Islas Galápagos”». Y luego:
«Reconstruyó la historia evolutiva una vez de vuelta en Londres, y no
antes, cuando un ornitólogo del Museo Británico identificó correctamen-
te todas las aves como pinzones».117
Hoy está descartada la idea de que Darwin se convirtiera en evolu-
cionista a bordo del Beagle. Al respecto, Gould señala: «[…] Darwin regre-
só a Londres sin haberse planteado teoría evolutiva alguna. Sospechaba la
verdad de la evolución, pero no tenía mecanismo por el que explicarla».118

117 Gould (1986), 62.


118 Gould (1986), 63.
Charles Darwin (1809-1882) 105

El regreso a Inglaterra se produce el 2 de octubre de 1836, tras casi


cinco años de navegación. Inmediatamente, Darwin viaja a Cambridge
para ver a su amigo Henslow y en la primavera de 1837 traslada su domi-
cilio a Londres, donde permanecerá dos años particularmente activos: pre-
para su diario de viaje, reparte entre los especialistas los materiales zooló-
gicos y botánicos recogidos y analiza las piezas geológicas obtenidas.

3.3. Datos biográficos de Darwin y otras referencias


(período 1837-1859)
1837
• Trabaja con intensidad en el Diario de Viaje y lo termina en seis
meses.
• Entrega el material fósil recogido en Sudamérica al especialista en
anatomía comparada Richard Owen (1804-1892), anatomista del
Real Colegio de Cirujanos de Londres y discípulo de Cuvier, y
queda sorprendido por las relaciones establecidas por Owen entre
los restos fósiles y las formas vivas (más tarde Owen se opondría
tenazmente a la concepción evolucionista de Darwin).
• Empieza a dudar de la permanencia e inmutabilidad de las especies,
iniciando un cuaderno de notas sobre el tema, en el mes de julio.
• Conoce a Charles Lyell (1797-1875).119
1838
• Darwin acepta el cargo de secretario honorario de la Geological
Society of London, que ocupará durante tres años.
• Darwin se interesa por conocer las ideas sostenidas por los econo-
mistas escoceses, particularmente Adam Smith (1723-1790).
• En octubre lee la obra de Malthus Ensayo sobre el principio de la
población.

119 Presidente de la Geological Society of London a partir de 1835, Lyell fue uno de
los amigos más íntimos de Darwin, motivo por el cual este pidió su consejo, que mucho
valoraba, en numerosas oportunidades. Ambos tenían una sólida posición económica y
eran liberales, existiendo entre ellos una mutua estima, respeto intelectual y particular
admiración. Aunque mucho tardó en convencerse, Lyell aceptó finalmente el evolucionis-
mo (lo que fue calificado por Darwin de «un gran triunfo»), pero nunca su explicación a
través del mecanismo de la selección natural.
106 Capítulo 4

• Boucher de Perthes (1788-1868), empleado aduanero y anticuario


por afición, publica De la creación: ensayo acerca del origen y progre-
sión de los seres, donde sostiene la contemporaneidad del hombre
con algunos mamíferos extintos, idea muy discutida por entonces
en Francia.
• Mathias Schleiden (1804-1881), profesor de Botánica en la Uni-
versidad de Jena (Alemania), anuncia la teoría según la cual la célu-
la es la unidad básica de las estructuras vegetales.
1839
• Darwin contrae matrimonio con su prima, Emma Wedgwood
(1808-1896) hija de su dilecto tío Josiah (hermano de su madre y
propietario de la importante fábrica de cerámicas Etruria) que de
este modo pasaba a convertirse en su suegro.120 El matrimonio tuvo
diez hijos, de los cuales tres murieron en vida de Darwin: Mary Elea-
nor en 1842, a veinte días de nacer, Anna en 1851, a los diez años
y Charles Waring en 1858 a los dieciocho meses.
• Se publica el Viaje de un naturalista alrededor del mundo a bordo del
Beagle que resultó uno de los mejores libros de viajes de todos los
tiempos. Humboldt no ahorró elogios al referirse a las descripcio-
nes que Darwin había hecho de la naturaleza.
• El médico alemán Theodore Schwann (1810-1882), profesor de
Anatomía en las Universidades de Lovaina y Lieja (Bélgica), extien-
de la teoría celular de Schleiden a los animales.
1842
• Debido a que su asistencia a las reuniones científicas y las obliga-
ciones sociales afectaban a su salud, debilitada desde hacía dos años,
Darwin decide trasladarse, con toda su familia, a una casa de
campo, en Down, condado de Kent, a 25 kilómetros al sudeste de
Londres.

120 Emma era una mujer retraída y amable. Se dedicó profundamente al cuidado de
sus hijos y de su esposo. El matrimonio de Charles «no pudo ser más afortunado, ni podía
haber encontrado una esposa más adecuada. Emma era un año mayor que Charles, her-
mosa y atractiva, pero de espíritu equilibrado y decidido, inteligente y capaz, como todos
los Wedgwood, muy enérgica y profundamente religiosa» (Huxley y Kettlewell [1985],
109-111). Del mismo modo, Hemleben señala que Charles no hubiera podido completar
su obra sin el permanente apoyo de Emma.
Charles Darwin (1809-1882) 107

• Esboza un primer esquema de ideas acerca de la transformación de


las especies.
• Publica La estructura y distribución de los arrecifes de coral.
1843
• Entabla amistad con el botánico Joseph Hooker (1817-1910).121
1844
• Darwin publica Observaciones geológicas sobre las islas volcánicas visi-
tadas durante el viaje de H. M. S. Beagle.
• Publicación anónima, aunque se estima que su autor es el escocés
Robert Chambers (1802-1871), de la obra Vestiges of the Natural
History of Creation en la que se exponían, con claridad, los princi-
pales argumentos a favor del evolucionismo. Se trataba de un libro
escrito de manera simple, que obtuvo gran circulación (diez edicio-
nes en los nueve años siguientes) y cuyo principal mérito fue el de
preparar al gran público para la obra de Darwin. Aunque se trataba
de una obra de divulgación, la insistencia del autor sobre la adapta-
ción de los seres vivos al medio como causa de los cambios estruc-
turales es interesante, porque se anticipa a ideas similares desarro-
lladas más tarde por Darwin.122
1845
• Se publica la 2.ª edición de Viaje de un naturalista alrededor del
mundo a bordo del Beagle, de la que llegarían a venderse 10 000
ejemplares solo en Inglaterra.

121 Uno de los dilectos amigos de Darwin. En su juventud había participado como
naturalista a bordo del Erebus, buque de la Armada Británica, viajando por Nueva Zelan-
da, Australia y el Ártico, con el propósito de llevar a cabo un relevamiento de la flora de
esas regiones. Trabajador incansable, de amistad sincera y fina inteligencia. De él dice
Hemleben que lo que fue Henslow para Darwin «en su primera década de existencia como
biólogo, lo fue Hooker a partir de entonces. Se convirtió en el amigo y consejero de Dar-
win en los problemas científicos, sobre todo botánicos, y en todos los asuntos personales»
(Huxley y Kettlewell [1985], 82).
122 La obra de Chambers seguramente influyó en Wallace, que la había leído antes de
emprender sus viajes (Rostand [1985], 134).
108 Capítulo 4

1846
• Como resultado de sus excavaciones en Abbeville (Francia), Bou-
cher de Perthes, calificado de hereje por la Iglesia, publica Sobre la
industria primitiva, obra en la que insiste en la existencia docu-
mentada del hombre antediluviano.
• Darwin publica Observaciones geológicas sobre América del Sur.123
• Inicia su investigación sobre un tipo de crustáceos cirrípedos, los
percebes, que le ocupará ocho años de trabajo (incluye unos dos
años perdidos por razones de salud).124
1851
• La Ray Society publica el primer volumen de su monografía sobre
los percebes.
• Conoce al botánico norteamericano Asa Gray (1810-1888).125
1852
• Herbert Spencer (1820-1903), biólogo y filósofo inglés y convenci-
do evolucionista antes de la aparición de la obra de Darwin, publi-
ca La hipótesis del desarrollo.

123 Como se puede observar en esta síntesis cronológica, entre 1842 y 1846 Darwin
publica sus obras «geológicas» (que le exigieron cuatro años y medio de trabajo constante).
Si bien al principio del viaje Charles no podía evitar la observación de distintos fenóme-
nos «con los ojos de Lyell», como diría más adelante, lo cierto es que luego sus trabajos no
carecieron de originalidad. A tal punto fue así que en su artículo «Darwin geólogo» San-
dra Herbert señala: «no fue secundaria su aportación a la geología», y Michael Ghiselin,
con toda claridad, expresa: «... la aportación de Darwin a la geología fue sustancial y ella
sola justificaría darle un lugar importante en la historia de la ciencia» (Ghiselin [1983], 46).
124 Más tarde, y si bien Darwin juzgó esa labor de carácter sistemático como muy útil,
dudaba que fuera tan importante como para haberle dedicado tanto tiempo. Sin embargo,
Joseph Hooker le escribiría a Francis Darwin: «Su padre señalaba tres etapas en su carrera
como biólogo: la de simple coleccionista en Cambridge, la de coleccionista y observador
en el Beagle, y durante algunos años más; y la del naturalista formado, después, y solo des-
pués del trabajo de los cirrípedos» (Darwin [1977], 238).
125 De ascendencia irlandesa, Asa Gray nació en París y emigró a los EE. UU. donde
se doctoró en Medicina en 1831. Respondiendo a una temprana afición por la botánica,
describió, junto con John Torrey, la flora completa de Norteamérica (1838-1843). En 1842
le ofrecieron la Cátedra de Historia Natural de la Universidad de Harvard, que desempe-
ñaría hasta su muerte. Como devoto cristiano y defensor de la teología natural, Asa Gray
aceptó en líneas generales la teoría darwinista pero sin dejar de lado la existencia de una
guía divina. Convertido en primer representante del darwinismo en Estados Unidos, se
opuso tenazmente a los pronunciamientos antievolucionistas de su colega de Harvard
Louis Agassiz. Influyó en los trabajos botánicos de Darwin.
Charles Darwin (1809-1882) 109

1854
• Darwin entabla amistad con Thomas Henry Huxley (1825-
1895)126, 127
• Aparece el segundo volumen de su monografía sobre los percebes.
1855
• Alfred Russel Wallace (1823-1913)128 publica su artículo «Sobre la
ley que ha regulado la aparición de nuevas especies», que Darwin
leerá tiempo después.129
1856
• Darwin comienza a trabajar en El origen de las especies por medio de
la selección natural por consejo de Charles Lyell.

126 Siendo joven, Huxley estudió Medicina en Londres y, tras graduarse, ingresó como
médico en la Marina inglesa. Fue presidente de la Royal Society entre 1833 y 1835. Desde
1846 hasta 1850 viajó como naturalista a bordo del Rattlesnake alrededor del mundo,
publicando a su regreso numerosos trabajos científicos sobre invertebrados marinos, que le
dieron prestigio. Tenía la capacidad de escribir con claridad y precisión aun acerca de los
temas más complejos. Darwin lo admiraba por su rápida capacidad de reacción, su inge-
nio y su juicio y decía de él: «Su inteligencia es clara como un rayo y aguda como un cuchi-
llo. Es el mejor conversador que he conocido […] Es mi amigo más íntimo y está siempre
dispuesto a evitarme cualquier incomodidad. Dentro de Inglaterra es el representante más
fuerte del principio de la evolución gradual de los seres orgánicos» (Hemleben [1971], 87).
127 Sin duda, el grupo de amigos íntimos de Darwin (Henslow, Hooker, Lyell, Asa Gray
y Huxley) era muy selecto, académicamente hablando. Algunos habían participado de viajes
alrededor del mundo, que duraron varios años. Como dice Hemleben, «Rara vez —o quizá
nunca— ha tenido un círculo tan pequeño de amigos un conocimiento tan completo como
este de plantas, animales, estratos geológicos y seres fosilizados» (Hemleben [1971], 87-88).
128 Wallace era un naturalista inglés que había participado en 1848, junto con Henry
Walter Bates, de un viaje al Amazonas donde permaneció durante cuatro años examinando
y recolectando ejemplares de su flora y fauna. Precisamente, el viaje se financiaría con la venta
de los ejemplares recogidos pero, lamentablemente, el barco en el que iban sus colecciones se
incendió y las pérdidas fueron casi totales. Posteriormente, en 1854 y después de una breve
visita a Inglaterra, Wallace se trasladaría al archipiélago malayo para efectuar nuevos estudios,
que le demandarían unos ocho años y un recorrido de más de 20 000 kilómetros entre las
Molucas, Sumatra, Java, Nueva Guinea, Célebes e islas menores. Realizó grandes esfuerzos
por conocer la fauna de las islas y se interesó profundamente en los problemas biogeográfi-
cos, motivo por el cual se lo recuerda también como el «padre de la biogeografía». Entre sus
publicaciones pueden mencionarse: The Geographical Distribution of Animals (Londres y
Nueva York, 1876), Darwinism (Londres y Nueva York, 1889), Man’s Place in the Universe
(Londres y Nueva York, 1903) y The World of Life (Londres y Nueva York, 1910).
129 En una carta fechada el 1 de mayo de 1857 Darwin le manifiesta a Wallace que, evi-
dentemente, partiendo de razonamientos semejantes, ambos habían llegado a conclusiones
parecidas. También le señala que venía trabajando alrededor del tema desde hacía veinte años.
110 Capítulo 4

• Fulhrott descubre, en la localidad de Neanderthal (Alemania) los


famosos restos humanos del mismo nombre. Rudolf Virchow
(1821-1902), famoso médico y patólogo alemán, profesor en la
Universidad de Berlín y director del Instituto de Patología en dicha
ciudad, consideraba que los restos presentaban patologías (por
ejemplo, los fuertes rodetes supraorbitarios) y que eran de reciente
data. En cambio, Huxley, declarado evolucionista, sostenía que esas
supuestas patologías se debían en realidad a la primitivez de los res-
tos, consecuencia de su antigüedad.
• Mendel realiza los primeros cruzamientos en el jardín del monas-
terio.
1858
• Muere su hijo Charles Waring al año y medio de edad, como con-
secuencia de los efectos de la escarlatina.
• El paleontólogo inglés Hugh Falconer visita el yacimiento de Abbe-
ville y expresa su acuerdo con Boucher de Perthes. Lo mismo ocu-
rre con John Evans, Charles Lyell y Joseph Prestwich.
1859
• Mendel viaja a Londres. Darwin está a pocos kilómetros de allí, en
Down, pero no llegan a conocerse.
• Karl Marx (1818-1883) publica Sobre la crítica de la Economía
Política.

3.4. La salud de Darwin


El viaje a bordo del Beagle había deteriorado la salud de Darwin. Un
antiguo condiscípulo suyo, que lo encontró a su regreso, apuntaba: «Ha
vuelto convertido en una sombra de sí mismo». Entre 1842 y 1854 Dar-
win estuvo muy enfermo. Esta enfermedad se caracterizaba por un males-
tar general producido por mareos, debilidad, escalofríos, palpitaciones,
trastornos estomacales y, a menudo, fuertes ataques de vómitos (según su
propio Diario).
Aún no existe consenso en cuanto a la determinación de cuál pudo
ser la enfermedad que Darwin padeció. Algunos autores han considerado
Charles Darwin (1809-1882) 111

la posibilidad de que Charles contrajera la enfermedad de Chagas,130 ya


que él mismo reconoce haber sido picado por una vinchuca en territorio
argentino. Efectivamente, Charles narra en su Diario que, estando una
noche en una vivienda precaria, en Mendoza (Argentina), «sufrí un ata-
que, y no exagero al utilizar esta palabra, de la vinchuca […]».
Algunos autores consideran que es probable que la enfermedad de
Chagas (enfermedad crónica que produce cansancio y luego afecta al cora-
zón) —junto con la neurosis que manifestó más tarde— fuera la causa de
sus abatimientos y de sus continuos problemas de salud, que durarían
hasta el final de sus días. Pero no todos los especialistas aceptan esta
versión. Así, en opinión de Nordenskiöld, Darwin padeció de un mareo
incurable durante el viaje, que gradualmente dañó para siempre su salud.
También señala que sufría de un trastorno nervioso del estómago que
constantemente le producía vómitos y con frecuencia insomnios.131
En la biografía de Darwin escrita por Huxley y Kettlewell, estos auto-
res señalan que «la causa que pudo dar lugar a la posible psiconeurosis de
Charles Darwin debió ser el conflicto y la tensión emocional resultante de
sus ambivalentes relaciones con su padre, Robert, a quien reverenciaba,
pero por el que sentía, al mismo tiempo, un resentimiento inconsciente.
Es indudable que su padre fue siempre muy autoritario...».132 Efectiva-
mente, su fuerte personalidad, unida a un físico imponente, con casi 1,90
de altura y unos 150 kilos de peso, explican que Charles se sintiera siem-
pre muy cohibido ante su presencia. No deja de llamar la atención el
hecho de que Robert, a su vez, tampoco había tenido buenas relaciones
con su padre Erasmus.
Más recientemente, los doctores Thomas Barloon y Russell Noyes, de
la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, consideraron la posibilidad de
que Darwin sufriera de pánico, a juzgar por las conclusiones que obtuvie-

130 La enfermedad de Chagas es causada por el insecto hematófago Triatoma infestans


(vinchuca) que suele vivir en las casas de barro y en los refugios de las mulitas o armadi-
llos. La vinchuca transmite el parásito Trypanosoma cruzi cuando defeca sobre su propia
picadura. La persona afectada a menudo se rasca la picadura, introduciendo accidental-
mente las heces en la herida. Otra forma de contraer la enfermedad, aunque menos fre-
cuente, es la ingesta de comida contaminada con el parásito.
131 Nordenskiöld (1949), 521.
132 Huxley y Kettlewell (1985), 120.
112 Capítulo 4

ron sobre la base de un estudio detenido de sus notas, cartas, diarios y


otros escritos. También el cambio de actitud en su vida social parece apo-
yar esta idea si tenemos en cuenta que se iría recluyendo cada vez más,
pues se sentía desfallecer por la emoción y tenía palpitaciones cada vez que
se le presentaba un compromiso.
El estado de salud de Darwin era tan delicado que el 5 de julio de
1844, y contando solo con 35 años de edad, le escribe una nota a su espo-
sa dejándole instrucciones precisas para la publicación de un esquema sobre
el origen de las especies (que acababa de concluir), en caso de fallecer.
En 1845, escribía a Hooker:
Creo que no he pasado un solo día, o más bien una noche, en los tres
últimos años, libre de enormes molestias de estómago, y la mayor parte del
tiempo me aqueja una gran debilidad: gracias por su amabilidad; creo que
muchos de mis amigos me tienen por un hipocondríaco.133

En 1848 muere su padre. Desde Malvern, donde se sometía a un tra-


tamiento hidropático (método curativo por medio del agua), escribe a sir
Joseph Hooker:
El día 13 de noviembre murió mi pobre padre […]. En ese momento yo
me encontraba tan mal que no me fue posible hacer el viaje, lo cual se sumó a
mi tristeza.
Durante todo este invierno he estado bastante mal, y mi sistema nervio-
so comenzó a afectarse: me temblaban las manos y la cabeza me daba vueltas
con frecuencia. Un día de cada tres no podía hacer nada, y por otra parte esta-
ba demasiado deprimido para escribirle o para hacer cualquier cosa, a no ser
que me obligaran. Pensé que me dirigía rápidamente hacia el fin de todos los
humanos […].134

Charles recibiría de su padre una importante herencia que, unida al


capital proveniente de la familia de su esposa, le permitiría vivir sin traba-
jar durante toda su vida sin sufrir apremios económicos. Solo se trataba de
administrar correctamente esa fortuna, y para ello Darwin poseía especial
habilidad.
En abril de 1851 muere prematuramente su hija Anna, a la edad de
10 años. Darwin quedó tan afectado que no tuvo fuerzas para asistir al

133 Darwin (1977), 241.


134 Darwin (1977), 243.
Charles Darwin (1809-1882) 113

funeral. Una semana después, escribiría notas que reflejan su profundo


dolor por la pérdida de su hija predilecta. Este desgraciado acontecimien-
to, que obviamente constituyó un duro golpe para su frágil fe, afectó aún
más su ya precaria salud.
El mismo Darwin cuenta que cuando escribió El origen de las especies
por medio de la selección natural no podía trabajar más de veinte minutos
seguidos sin que el dolor le obligase a interrumpir. En los años siguientes
sus problemas de salud continuaron y al menos en seis oportunidades
debió someterse a curas hidropáticas.

3.5. La preparación de El origen de las especies


por medio de la selección natural
¿Cuándo y cómo Darwin llegó a ser evolucionista? Creemos que un
análisis cronológico de la génesis de su pensamiento sobre el tema nos acla-
rará suficientemente este punto. De todas maneras, ya nos hemos referido
al hecho de que no fue a bordo del Beagle donde Darwin se convirtió en
evolucionista. En una carta escrita el 24 de febrero de 1877 al naturalista
alemán Otto Zacharias le describe cuál era su pensamiento por entonces:
Cuando estaba a bordo del Beagle creía en la permanencia de las especies,
pero, hasta donde puedo recordar, vagas dudas cruzaban a veces por mi mente.
A mi vuelta a casa en el otoño de 1836, empecé inmediatamente a preparar mi
Diario para su publicación, y entonces vi cuántos hechos indicaban la ascen-
dencia común de las especies, de tal modo que en julio de 1837 empecé un
cuaderno para registrar todos los datos que pudieran tener relación con la cues-
tión. Pero no llegué a estar convencido de que las especies eran mutables hasta
después, creo, de dos o tres años.135

En numerosas oportunidades hemos encontrado en la bibliografía refe-


rencias al método utilizado por Darwin en sus razonamientos. Así, suele
pensarse que el concepto de selección natural surgió como consecuencia de
una operación deductiva, pero Michael Ruse sostiene que es una simplifica-
ción decir que Darwin utilizara exclusivamente el método inductivo o
deductivo. Al respecto, C. Leon Harris señala que, «de hecho, Darwin no
utilizaba metódicamente ni la inducción ni la deducción»,136 y a su vez

135 Darwin (1977), 262-263.


136 Harris (1985), 145.
114 Capítulo 4

Julian Huxley, uno de los pilares de la teoría sintética, afirmaba con absolu-
ta convicción: «Por darwinismo entiendo esa mezcla de inducción y deduc-
ción que Darwin fue el primero en aplicar al estudio de la evolución».137
De acuerdo con lo sostenido por Stephen Jay Gould, Darwin transi-
tó el «camino de en medio» entre el inductismo y el eurekaísmo. El induc-
tismo, que sostiene que una teoría nueva solo puede surgir a partir de una
sólida base de datos (en este caso, las numerosas observaciones efectuadas
por Darwin en su viaje a bordo del Beagle); y el eurekaísmo que concede
particular relevancia a la creatividad, un don que solo estaría reservado a
unas pocas personas.
Al respecto, Gould observa:
La selección natural no surgió de ninguna lectura directa de los datos del
Beagle, sino de sus dos años subsiguientes de meditación y lucha reflejados en
una serie de notables libros de apuntes que han sido descubiertos y publicados
en el transcurso de los últimos veinte años. En estos libros de anotaciones
vemos cómo Darwin va poniendo a prueba y abandonando toda una serie de
teorías y persiguiendo una multitud de falsas pistas —aunque luego afirmara
que había registrado datos con la mente vacía—.

Y luego agrega:
En su irritantemente equívoca autobiografía, Darwin da fe de un eureka
y sugiere que la idea de la selección natural surgió como un súbito y descon-
certante relámpago tras más de un año de frustrante tanteo a ciegas.138

Darwin diría en su Autobiografía:


En octubre de 1838, esto es, quince meses después de haber empezado
mi estudio sistemático, se me ocurrió leer por entretenimiento el ensayo de
Malthus sobre la población y, como estaba bien preparado para apreciar la
lucha por la existencia que por doquier se deduce de una observación larga y
constante de los hábitos de animales y plantas, descubrí en seguida que bajo
estas condiciones las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfa-
vorables a ser destruidas. El resultado de ello sería la formación de especies
nuevas. Aquí había conseguido por fin una teoría sobre la que trabajar; sin
embargo, estaba tan deseoso de evitar los prejuicios que decidí no escribir
durante algún tiempo ni siquiera el más breve esbozo.139

137 Huxley (1965), 13.


138 Gould (1986), 63-64.
139 Darwin (1977), 86-87.
Charles Darwin (1809-1882) 115

Según Gould, los cuadernos de notas de Darwin contradicen sus pos-


teriores recuerdos y, por ello, no convencido de que la lectura de Malthus
por parte de Darwin haya sido «accidental» o «por entretenimiento»
afirma:
La teoría de la selección natural no surgió ni como inducción elaborada
a partir de los datos de la naturaleza, ni como un misterioso relámpago de ilu-
minación procedente del subconsciente de Darwin, detonado por una lectura
fortuita de Malthus. Emergió, por el contrario, como resultado de una bús-
queda consciente y productiva, que procedió de un modo ramificado pero
ordenado, y que utilizó tanto los datos de la naturaleza como el abanico asom-
brosamente amplio de percepciones procedentes de disciplinas muy dispares y
alejadas de la suya propia. Darwin recorrió el camino de en medio entre el
inductismo y el eurekaísmo. Su genio no es ni pedestre ni inaccesible.140

En apoyo de sus expresiones, Gould señala que en su excelente obra


Darwin on Man Howard E. Gruber
demuestra que Darwin estaba continuamente proponiendo, comprobando y
abandonando hipótesis, y que jamás se limitó a recolectar datos ciegamente.
Empezó con la idea un tanto imaginativa de que las especies nuevas surgen con
un margen de vida limitado, y se abrió camino gradualmente, si bien a empe-
llones, hacia la idea de la extinción por competencia en un mundo de luchas
continuas. No dio muestras de exultación alguna al leer a Malthus, porque en
su rompecabezas le faltaban por aquel entonces tan solo una o dos piezas por
encajar.141

Finalmente, Gould afirma:


De hecho, Darwin había leído ya la afirmación de Malthus varias veces,
pero solo en este momento estaba preparado para apreciar su significado. Así
pues, no dio con Malthus por accidente, sino que sabía ya lo que decía. Su
«entretenimiento», debemos asumir, consistía solo en un deseo de leer en su
formulación original la familiar afirmación que tanto le había impresionado en
su exposición secundaria por Quételet.142 [En su obra, el belga Adolphe Qué-
telet, especialista en estadística, se refería a las conclusiones de Malthus.]

De todas maneras, Darwin no escribió nada sobre el tema hasta junio


de 1842, en que esbozó a lápiz un resumen de sus ideas con una extensión
de 35 páginas y en donde ya aparece la expresión natural selection. De ines-

140 Gould (1986), 65.


141 Gould (1986), 65.
142 Gould (1986), 66.
116 Capítulo 4

timable valor es una carta que, un año y medio después, el 11 de enero de


1844, le dirige a su dilecto amigo Joseph Hooker. De ella, extractamos el
siguiente párrafo:
Aparte de un interés general por las tierras meridionales, he estado ahora
ocupado desde mi regreso en un trabajo muy presuntuoso y que no conozco a
nadie que no lo haya calificado de un poco absurdo. Me impresionó tanto la
distribución de los organismos en las Galápagos, etc., etc., y el carácter de los
mamíferos fósiles de América, etc., etc., que decidí coleccionar ciegamente
cualquier tipo de hecho que pudiera tener que ver de alguna forma con lo que
son las especies. He leído muchísimos libros de agricultura y horticultura, y no
he dejado de recoger hechos; al final han surgido destellos de luz y estoy casi
convencido (muy al contrario de la opinión con la que empecé) de que las
especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables. El Cielo me pro-
teja de la tontería de Lamarck de una «tendencia a la progresión», «adaptacio-
nes de la lenta voluntad de los animales», etc., pero las conclusiones a las que
he llegado no son muy diferentes de las suyas, aunque sí lo son por completo
los instrumentos del cambio. Creo que he descubierto (¡esto es presunción!) la
simple forma por medio de la cual las especies devienen exquisitamente adap-
tadas a varios fines. Ahora estará rugiendo y pensando para sí mismo «con qué
clase de hombre he estado perdiendo el tiempo carteándome». Hace 5 años,
yo hubiera pensado así.143

Ese mismo año Darwin redacta un texto más extenso, de 231 páginas,
y, consciente de su importancia, el 5 de julio de 1844 le escribirá a su espo-
sa: «Si, como creo, mi teoría fuera leída en el futuro, aunque solo fuese por
un crítico competente, supondrá un avance considerable en la ciencia».144
Además, sabiendo de su precaria salud, le pedirá que, en caso de
morir, le encargue a un editor competente (entendía por competente
poseer una formación de geólogo-naturalista) la revisión y ampliación de
esos textos, con miras a su publicación (Darwin sugiere a Lyell, Forbes,
Henslow, Hooker y Strickland, en ese orden). Con ese fin, le deja además
la suma de 400 libras en concepto de remuneración (más los beneficios
que pudiera reportar la venta del libro) para el editor que asumiera la
responsabilidad de tal cometido. Diez años después, en agosto de 1854,
Darwin, aún preocupado por el tema, escribe en el reverso de la mencio-
nada carta que, de todos, Hooker sería el más adecuado para emprender
ese trabajo.

143 Burkhardt (1999), 106-107.


144 Darwin (1977), 12.
Charles Darwin (1809-1882) 117

3.6. El episodio Darwin-Wallace y la publicación de El origen de


las especies por medio de la selección natural
En mayo de 1856, y por consejo de Lyell, Darwin comienza a redac-
tar la obra en la que desarrollaría sus puntos de vista con suficiente exten-
sión. Hasta junio de 1858 había escrito diez largos capítulos y estaba a
punto de comenzar el undécimo. Pero en ese momento tuvo lugar un
hecho muy particular, poco frecuente en la historia de las ciencias. Alfred
Russel Wallace, que en ese momento estaba trabajando en el archipiélago
malayo, le envía a Darwin, con pedido de opinión, su artículo «Sobre la
tendencia de las variedades a alejarse ilimitadamente del tipo original», en
el que formula su idea de que en la naturaleza tiene lugar una verdadera
«lucha por la existencia» en virtud de la cual no todos los organismos
sobreviven para luego reproducirse y de que esa supervivencia depende de
las particulares características de cada organismo.
La sorpresa de Darwin fue mayúscula. Al igual que él, Wallace había
llegado a deducir la existencia de la selección natural (aunque no emplea-
ra esta expresión) después de leer a Malthus (también a Chambers, Hum-
boldt y Lyell) e independientemente de Darwin. En definitiva, el artículo
de Wallace presentaba conclusiones a las que Darwin había llegado des-
pués de veinte años de trabajo. Así, la originalidad de su producción se
perdía por completo. Desesperado, Darwin le escribe a Lyell solicitándole
consejo acerca de cómo proceder en situación tan difícil. La respuesta no
se hizo esperar. Lyell y Hooker aconsejaron a Darwin preparar un resumen
de sus escritos. Así lo hizo este, titulándolo «Extracto de una obra inédita
sobre el concepto de especie», adjuntando una copia del texto de la carta
que le remitiera a Asa Gray el 5 de septiembre de 1857 y el artículo de
Wallace. Finalmente, el 1 de julio de 1858, tendría lugar la lectura con-
junta de todo el material en la Sociedad Real de Londres (Linnean
Society), que más tarde publicaría ambos artículos.
Cabe señalar que ni Wallace ni Darwin estuvieron presentes en esa
reunión científica. Wallace continuaba muy lejos, en el archipiélago mala-
yo, y Darwin hacía tiempo que, por razones de salud, había dejado de asis-
tir a reuniones científicas y sociales. Más aún en esta oportunidad debido
al fallecimiento de Charles Waring, el último hijo del matrimonio Dar-
win, tres días antes, el 28 de junio, de escarlatina. Tenía tan solo un año y
medio. Fueron días muy duros para la familia Darwin.
118 Capítulo 4

El sentido de adjuntar la copia de la carta enviada a Asa Gray, en la


que le explicaba sucintamente sus ideas sobre el tema era, en el fondo, el
de demostrar que venía trabajando en la cuestión con anterioridad y que
no había copiado, en nada, las opiniones vertidas por Wallace. Podría
decirse que el contenido de la carta le permitía mantener su «prioridad».
Pero nada de ello fue necesario. Aunque Wallace no había sido debida-
mente informado de que se haría una lectura conjunta, afortunadamente
no reaccionó mal. Con un digno comportamiento y llamativa honestidad
intelectual, y lejos de demostrar ambiciones, Wallace no reclamó en nin-
gún momento su prioridad y no cesó de reconocer los méritos que le ca-
bían a Darwin, sabiendo que había estado trabajando en el tema de la
evolución durante tantos años. Es lo que manifiesta en una carta que le
dirige a su amigo Henry Bates, el 24 de diciembre de 1860:
No sé cómo ni a quién expresar plenamente mi admiración por el libro
de Darwin. A él, podría parecerle lisonja; a otros, vanidad. Pero creo honrada-
mente que, por más paciencia que hubiera dedicado a la cuestión, no habría
jamás producido una obra tan acabada, con una acumulación de pruebas seme-
jante y una argumentación tan vigorosa, y este tono y espíritu admirables. Agra-
dezco al destino que me haya evitado dar esta teoría al mundo. M. Darwin ha
creado una nueva ciencia y una nueva filosofía, y creo que nunca se ha visto
ejemplo tan completo de una nueva rama del conocimiento humano que sea
debida a los trabajos e investigaciones de un solo hombre. Jamás habían sido
reunidas en un sistema masas tan considerables de documentos esparcidos, de
forma que formaran una filosofía tan grande, tan nueva, tan sencilla [...].145

Al mismo tiempo de expresarle a Wallace su reconocimiento y admi-


ración por tan generosa actitud, Darwin se puso a trabajar de lleno en la
redacción de su obra, que finalmente concluyó luego de trece meses de
intensa actividad. Pero esa obra, a la que se reconoce actualmente como la
más importante de su producción, tal como lo pensaba también el mismo
Darwin, tenía carácter de resumen. En la introducción a El origen de las
especies por medio de la selección natural el autor señala que como la obra
completa le llevaría aún muchos años y su estado de salud era precario (y
considerando, como dijimos, que Wallace ya había arribado a conclusio-
nes similares a las suyas) le propusieron que publicara ese resumen. Dar-
win pensaba que en un futuro inmediato, con más tiempo, podría abo-
carse a la redacción de un trabajo de mayor envergadura. Pero dicha

145 Rostand (1985), 133-134.


Charles Darwin (1809-1882) 119

empresa jamás sería acometida por él. Otros temas, y nuevas publicacio-
nes, lo mantendrían ocupado hasta su muerte. En cambio, sí introdujo
correcciones y modificaciones a las sucesivas ediciones hasta llegar a la
sexta, aparecida en 1872, que sería la definitiva.
La edición original de On the origin of species by means of natural selec-
tion (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural) apare-
cería finalmente el 24 de noviembre de 1859. Curiosamente, el mismo
Darwin no era demasiado optimista respecto del nivel de ventas que ten-
dría esta edición, que consideraba demasiado voluminosa (1250 ejempla-
res). A tal punto, que estaba dispuesto a liberar de todo compromiso a su
editor, John Murray (el mismo que había editado las obras de Lyell), si este
creía que el libro iba a ser poco rentable. Pero para sorpresa de ambos, ocu-
rrió lo contrario: los 1250 ejemplares disponibles fueron vendidos el
mismo día, a 15 chelines cada uno.
Ante tal éxito, un mes y medio después, el 7 de enero de 1860, se
pondría a la venta la segunda edición, con una tirada de 3000 ejemplares
que se venderían en pocos días y que obligaron a una tercera edición, de
2000 ejemplares, al año siguiente. Desde entonces, esta «obra maestra de
la literatura científica»,146 ha sido traducida a más de treinta idiomas.
Desde 1838 hasta 1859 habían transcurrido nada menos que vein-
tiún años ¿Demasiado tiempo? Con relación a este interrogante, es muy
esclarecedora la opinión de Hemleben, que pasamos a transcribir:
Fue un acto de sabiduría el dejar pasar veintiún años desde la primera
visión de la idea hasta la terminación del manuscrito. De otra forma la obra
no hubiera tenido aquel grado de concentración, al que debe su enorme fuer-
za de persuasión. No solo Darwin, también el tiempo había madurado entre
tanto para poder recoger la idea de la evolución, del desarrollo de todos los
seres vivientes, de forma que no se pudiera perder nunca más. Poco después de
la publicación del libro comenzaron los ataques apasionados, razón por la cual
quince años antes ni Hooker ni Huxley —como biólogos afamados— hubie-
ran podido ser de ninguna manera compañeros para Darwin como lo fueron
desde 1859. En 1844 Hooker, con veintisiete años, acababa de regresar de su
vuelta al mundo y se encontraba en los comienzos de su carrera como botáni-
co, y la adhesión de Huxley —entonces con diecinueve años— no hubiera
tenido ningún valor para Darwin. De cualquier forma que se mire, la apari-
ción del libro El origen de las especies mediante la selección natural fue «decisi-

146 Gruber (1984), 20.


120 Capítulo 4

va» para la vida de Darwin y para la historia de la investigación biológica de la


Edad Moderna, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, en el momento
justo.147

En relación con el texto que precede, nos surge un interrogante: ¿fue


verdaderamente un acto de sabiduría esperar veintiún años para publicar
el libro, tal como asegura Hemleben? Obviamente, la respuesta sería afir-
mativa si Darwin hubiese esperado conscientemente todo ese tiempo para
decidir su publicación. Pero los hechos no ocurrieron de esa manera. Si
bien estamos de acuerdo con el autor en que la obra apareció en el
momento justo, fue en definitiva la carta de Wallace y las «presiones» reci-
bidas de parte de sus amigos Lyell y Hooker lo que precipitaría la deter-
minación de Charles de concluir su obra. Es por este motivo por lo que
Hemleben señala:
Dada la fuerte tendencia de Darwin a la irresolución, en el fondo no le
podía haber ocurrido nada mejor.148

De no haber sido por ese hecho circunstancial, la obra se hubiera


publicado bastante tiempo después... o quizá nunca. El mismo Lyell se dio
cuenta de esto, al expresarle a Darwin en una carta que le remitió el 3 de
octubre de 1859:
me alegro muchísimo de haber hecho lo posible con Hooker para convencer-
lo de que lo publicara y de que no esperara una ocasión que probablemente no
habría llegado nunca, aunque viviera cien años […].149

Inmediatamente antes de la publicación de El origen de las especies por


medio de la selección natural el clima académico existente en Inglaterra en
torno a las ideas evolucionistas no era demasiado favorable, dado el pre-
dominio de las ideas creacionistas. En su Autobiografía, Darwin expone la
situación que existía justo antes de publicar sus trabajos tal y como apare-
cía ante él:
Se ha dicho en ocasiones que el éxito del Origen demostró «que el tema
estaba en el aire», o «que la mente de la gente estaba preparada para dicho
tema». No creo que esto sea estrictamente cierto, pues a veces sondeé a no

147 Hemleben (1971), 100.


148 Hemleben (1971), 107.
149 Darwin (1977), 316.
Charles Darwin (1809-1882) 121

pocos naturalistas, y nunca di con uno solo que pareciera dudar de la perma-
nencia de las especies. Ni siquiera Lyell y Hooker parecían estar de acuerdo,
aunque me escucharan con interés. En una o dos ocasiones intenté explicar a
hombres capaces lo que entendía por selección natural pero fracasé notoria-
mente. Lo que creo que era absolutamente cierto es que innumerables hechos
perfectamente observados estaban esperando en las mentes de los naturalistas,
listos para ocupar su puesto tan pronto como se explicara suficientemente una
teoría que los abarcara.150

Analizaremos en el próximo capítulo la concepción evolucionista de


Darwin y, a su término, cómo fue recibida la misma por científicos y
público en general.

150 Darwin (1977), 90.


CAPÍTULO 5

1. La concepción evolucionista de Charles Darwin

En El origen de las especies por medio de la selección natural Darwin


manifiesta estar absolutamente convencido del origen común de todas las
especies, de su transformación a través del tiempo y de que la selección
natural constituye el mecanismo más importante (si bien no el único,
como prudentemente señala) de modificación. Con absoluta franqueza
afirma, en el último párrafo de la introducción a la mencionada obra, lo
siguiente:
Aunque mucho permanece y permanecerá largo tiempo oscuro, no
puedo, después del más reflexionado estudio y desapasionado juicio de que soy
capaz, abrigar duda alguna de que la opinión que la mayor parte de los natu-
ralistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mantuve anteriormente —o sea
que cada especie ha sido creada independientemente—, es errónea. Estoy
completamente convencido de que las especies no son inmutables y de que las
que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos
de alguna otra especie, generalmente extinguida, de la misma manera que las
variedades reconocidas de una especie son los descendientes de esta. Además,
estoy convencido de que la selección natural ha sido el medio más importan-
te, si bien no el único, de modificación.151

En un intento por desarrollar de manera más clara y ordenada la con-


cepción evolucionista de Darwin, nos parece conveniente abordar, en pri-

151 Darwin (1972), 43-44.


124 Capítulo 5

mer lugar, dos cuestiones: por un lado, la postura gradualista asumida por
el autor en su interpretación del proceso evolutivo y, por otro, sus ideas en
relación con el concepto de especie.

1.1. Su postura gradualista


Sandra Herbert puntualiza que los años treinta constituyeron una
década de oro en la geología inglesa, por lo que no debiera sorprendernos
el peso que tuvo en la formación del pensamiento del joven Darwin. Al
estar el uniformismo estrechamente ligado al gradualismo, se entiende que
Darwin adoptara esta postura bajo la influencia de Lyell, precisamente
considerado «el apóstol del gradualismo» en la geología inglesa. Recorde-
mos, al respecto, que Lyell escribía en momentos en que la concepción
catastrofista gozaba del mayor consenso (y también que las enseñanzas
recibidas por el mismo Darwin, en su juventud, provenían de un catas-
trofista como Sedgwick).
De todos modos, y sin dudarlo, Darwin adoptó una visión gradualis-
ta en su interpretación de la historia de la vida, visión que más adelante
sería recogida y revalorizada por la moderna teoría sintética de la evolu-
ción. Por otra parte, sus ideas gradualistas armonizaban con el programa
liberal de la Inglaterra de mediados del siglo XIX, que rechazaba la idea de
transformación abrupta y sustancial del orden social.
El 23 de noviembre de 1859, un día antes de la publicación de El ori-
gen de las especies por medio de la selección natural, Darwin recibe una carta
escrita por su dilecto amigo y extraordinario defensor Thomas Henry
Huxley en la que le advierte la inconveniencia de haber adoptado en su
obra el «Natura non facit saltum» sin atenuantes. Es que, si bien Huxley
era darwinista, no estaba convencido de que el proceso fuera absoluta-
mente gradual. Pero Darwin «se había jugado entero» a favor del gradua-
lismo. Aunque conocía casos de cambios bruscos, discontinuos, no consi-
deró que ellos tuvieran mayor importancia en el proceso evolutivo. En
cambio, la validez de su teoría dependía, según él, de que la selección natu-
ral preservara solo las variaciones pequeñas, graduales y sucesivas que se
producían en el seno de una población. Dice Darwin:
¿Por qué la naturaleza no ha dado un salto brusco de estructura a estruc-
tura? Según la teoría de la selección natural, podemos comprender claramen-
te por qué no lo hace, pues la selección natural obra solamente aprovechando
La concepción evolucionista de Charles Darwin 125

pequeñas variaciones sucesivas; no puede dar nunca un gran salto brusco, sino
que tiene que adelantar por pasos pequeños y seguros, aunque sean lentos.152

En cuanto a la formación de órganos complejos, asegura:


Si se pudiera demostrar que existió un órgano complejo que no pudo
haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas, mi
teoría se destruiría por completo; pero no puedo encontrar ningún caso seme-
jante.153

Como vemos, a tal punto Darwin fue gradualista que no dudó en


poner en juego toda su teoría en defensa de ese concepto. Este «poner en
juego» implicaba, claramente, un riesgo, una apuesta. Y la apuesta de Dar-
win era muy fuerte: «Si se pudiera demostrar […] mi teoría se destruiría
por completo», pero estaba convencido de que no había ocurrido de esa
manera.
El registro fósil entonces conocido, ¿respaldaba la postura de Darwin?
En realidad, no. Por el contrario, la documentación mostraba lagunas y
cortes abruptos que no dejaban demasiadas alternativas para su lectura.
Según Stephen Jay Gould, Darwin «no leyó lo que vio» sino que supuso
que el registro no reflejaba gradualismo debido a su extrema imperfección,
tanto por la propia naturaleza de los organismos como por las dificultades
de su conservación.
Darwin tuvo absoluta claridad en este sentido y no dudó en afirmar
que:
Los que crean que los registros geológicos son en algún modo perfectos
rechazarán desde luego indudablemente mi teoría. Por mi parte [...] conside-
ro los registros geológicos como una historia del mundo imperfectamente con-
servada y escrita en un dialecto que cambia, y de esta historia poseemos solo
el último volumen, referente nada más que a dos o tres siglos. De este volu-
men solo se ha conservado aquí y allá un breve capítulo, y de cada página, solo
unas pocas líneas saltadas.154

La escasez de formas de transición se convertía para Darwin en un pro-


blema de difícil resolución, salvo que se apelara a la extrema imperfección de

152 Darwin (1972), 271.


153 Darwin (1972), 257.
154 Darwin (1972), 464.
126 Capítulo 5

los registros geológicos. Advertido de esta dificultad para su teoría, el mismo


Darwin formula el planteo y le da respuesta en el texto que transcribimos:
¿Por qué, pues, cada formación geológica y cada estrato no están reple-
tos de estos eslabones intermedios? La geología seguramente no revela la exis-
tencia de tal serie orgánica delicadamente gradual, y es esta quizá la objeción
más grave y clara que puede presentarse en contra de mi teoría. La explicación
está, a mi parecer, en la extrema imperfección de los registros geológicos.155

Como bien señala Pascal Tassy:


A los ojos de Darwin, los fósiles no ofrecían una imagen detallada de esta
evolución progresiva, gradual, que concordaría con su concepción personal del
proceso. Por ello se mostró más inclinado a insistir sobre las lagunas de la fosi-
lización que sobre la información que esta aportaba.156

1.2. El concepto de especie en Darwin


¿Qué entendía Darwin por especie? Al referirse al tema, Ernst Mayr
(1904-2005), sin duda el más destacado evolucionista del siglo XX y uno de
los principales representantes de la teoría sintética de la evolución, señalaba:
Teniendo en cuenta la posición central que el problema de las especies y
la especiación tuvo en la obra de Darwin uno esperaría encontrar en el Origen
un tratamiento satisfactorio y realmente sólido de este tema. Curiosamente, no
se encuentra tal cosa. De hecho, cuanto más luchó Darwin por aclarar estos
conceptos, más confuso parece que estuvo.157

¿Es cierto, como señalan algunos autores, que Darwin negaba la exis-
tencia real de las especies en la naturaleza?, ¿qué criterio adoptó para dife-
renciar a una variedad de una especie y a una especie de otra especie?, y,
finalmente, en consonancia con estos interrogantes, ¿de qué manera
entendió Darwin la transición evolutiva entre una especie y otra?
En relación con el primer interrogante, podemos decir que desde hace
tiempo existen dos posturas contrapuestas que siempre han debatido, en
el campo de la taxonomía, la cuestión de si las especies tienen o no tienen
existencia real en la naturaleza: el realismo y el nominalismo.

155 Darwin (1972), 428.


156 Tassy (1994), 40-41.
157 Mayr (1992), 39.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 127

De acuerdo con el realismo, las especies tienen, en sí mismas, realidad


objetiva, independientemente de la mente humana. Así, por ejemplo,
recordemos que en pleno siglo XVIII, el botánico sueco Linneo sostuvo una
visión fijista de la especie, según la cual las especies son entidades de exis-
tencia real en la naturaleza y cada una de ellas se corresponde con un acto
de especial intervención por parte de Dios, que las creó con características
esenciales bien definidas. Por el contrario, los partidarios del nominalismo
consideran que las especies son construcciones de la mente humana, sin
existencia objetiva. Solo existen los individuos que las componen, a los
cuales se los agrupa arbitrariamente bajo un nombre determinado.
Hay autores que han considerado, y otros siguen considerando, que
Darwin negaba la existencia real de las especies en la naturaleza y, por lo
tanto, dicen, mal podía escribir acerca de su origen. Precisamente en ese
sentido se pronunciaba por ejemplo, Osvaldo Reig (1929-1992), quien
señalaba que Darwin
[…] participó de una concepción disolvente de la especie. Y disolvente en el
sentido estricto de la palabra, pues fue una concepción que negó la propia exis-
tencia de las especies en tanto que entidades reales de la naturaleza, y que con-
dujo a la paradoja de indagar en el origen de algo de cuya existencia se daba
explícitamente una respuesta negativa.158

Del mismo modo, Niles Eldredge (n. 1943), uno de los fundadores
del puntuacionismo junto con Stephen Jay Gould (1941-2002), como
veremos más adelante, observa que si bien los naturalistas del siglo XVIII
habían reconocido a la especie como una entidad real y bien delimitada,
al mismo tiempo la concebían como una entidad inmutable. Por ello, dice
Eldredge, al reaccionar en contra de esa idea, Darwin
[…] llegó a negar que la especie estuviera delimitada de manera discontinua
en la escala del tiempo. Esto volvía a negar la especie como entidad biológica
real (y explica que Darwin, como a menudo se ha recordado irónicamente, se
hubiese ocupado ampliamente en su libro El origen de las especies del modo en
que estas se transforman, pero no dijese nada acerca de su origen, es decir,
sobre el mecanismo de su aparición: si las especies no existen ¡no hay necesi-
dad de explicar su origen!).159

158 Reig (1983), 37.


159 Eldredge (1982), 798-799.
128 Capítulo 5

Por lo visto, tanto Reig como Eldredge, y otros, terminan encasillan-


do a Darwin entre los autores nominalistas. En este sentido, y si bien es
cierto que algunas expresiones de Darwin podrían justificar su inclusión
entre los autores nominalistas, nosotros creemos que concluir que Darwin
negaba la existencia real de las especies constituye una simplificación apre-
surada de lo que Darwin en realidad sostuvo en relación con la especie. En
ninguna parte Darwin niega expresamente la existencia de las especies. Por
eso hacemos nuestras las palabras del biólogo norteamericano Michael
Ghiselin, en cuanto a que
[…] parece inconsistente que se deba colocar a Darwin entre quienes niegan
la «realidad» de las especies.160

Es más. Existe evidencia de que similares críticas a las formuladas por


Reig y Eldredge ya le habían sido planteadas al mismo Darwin y respon-
didas por él. El testimonio consta en una carta que Darwin le había
remitido el 11 de agosto de 1860 al botánico norteamericano Asa Gray
(1810-1888), su amigo y primer representante del darwinismo en Estados
Unidos. En ella, Darwin alude a Louis Agassiz (1807-1873), zoólogo y
geólogo suizo nacionalizado norteamericano, quien se oponía a sus ideas
sosteniendo que la teoría darwinista era «un error científico, falso en sus
hechos, anticientífico en sus métodos y dañino en su tendencia».161 Res-
pondiendo puntualmente a otra de sus expresiones, dice Darwin:
Me sorprende que Agassiz no escribiera algo mejor. Su objeción lógica
suena absurda: «Si las especies no existen, ¿cómo pueden variar? Como si
alguien dudara de su existencia temporal».162

Al respecto, compartimos absolutamente las palabras de Ghiselin,


quien señala:
Parece que hay un sentido en el que se considera que la especie es real.
Aunque es evidente que hay otro sentido en el que se considera que no es
real. Siendo esto así, cualquier cita de afirmaciones efectuadas por Darwin en
apoyo de uno u otro punto de vista debe ser reforzada por una demostración
del sentido que pretendía darle.163

160 Ghiselin (1983), 108.


161 Alonso (1999), 98.
162 Traducción del texto en inglés. Véase en Google: Darwin online/Darwin Corre-
spondence Project/Asa Gray/All correspondence with Asa Gray. Letter 2896.
163 Ghiselin (1983), 112.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 129

Efectivamente, Darwin fluctúa en sus apreciaciones acerca de si las


especies tienen o no existencia real, ya que mientras en algunos pasajes de
sus escritos afirma la realidad de las especies, en otros considera que el con-
cepto de especie es una construcción puramente artificial y arbitraria. Solo
si precisamos el porqué de dicha fluctuación podremos conocer mejor sus
ideas sobre el tema.
A comienzos del capítulo II de El origen de las especies por medio de la
selección natural, Darwin deja en claro que no discutirá allí «las varias defi-
niciones que se han dado de la palabra especie». No obstante, dice, ningu-
na de ellas «ha satisfecho a todos los naturalistas»,164 por lo que resulta
obvia la inexistencia de un acuerdo general sobre el tema en tiempos de
Darwin. Es entendible, por lo tanto, que al hablar de especies y varieda-
des Darwin afirme:
[…] pero discutir si deben llamarse especies o variedades antes de que haya
sido aceptada generalmente alguna definición de estos términos, es dar inútil-
mente palos al aire.165

De todas maneras, Darwin daba por descontado que


[…] todo naturalista sabe vagamente lo que él quiere decir cuando habla de
una especie.166

Para nosotros resulta indiscutible que Darwin era, ante todo, un natu-
ralista. Por lo tanto, si tomamos al pie de la letra su expresión de que «todo
naturalista sabe vagamente lo que él quiere decir cuando habla de una espe-
cie», y seguimos un razonamiento silogístico, resulta evidente que Darwin
también sabía vagamente (vaguely en el original inglés) lo que era una especie.
En consecuencia, la cuestión central reside en explicar la expresión vagamen-
te, no en afirmar a la ligera que Darwin negaba la existencia de las especies.
¿Podría alguien poner en duda que Darwin considerara que un ele-
fante, una cebra y un león, por poner un ejemplo, representaban especies
claramente diferenciadas? Pues creemos que no. Cuando decimos que, al
igual que el resto de los naturalistas, también Darwin tenía una idea «vaga»

164 Darwin (1972), 87.


165 Darwin (1972), 96.
166 Darwin (1972), 87.
130 Capítulo 5

de lo que era una especie, estamos afirmando que Darwin tenía una idea
«imprecisa», «indefinida» o «indeterminada» de la especie. Pero ¿en qué
sentido lo manifestaba Darwin? En el sentido de que para él existe un fluir
ininterrumpido entre el nivel de las variaciones en los individuos, el nivel
de las variaciones en las variedades y el nivel de las variaciones en las espe-
cies, de tal manera que consideraba imposible establecer cortes que per-
mitieran identificar cada uno de los niveles con absoluta claridad. Al exis-
tir continuidad plena entre los distintos niveles de variaciones, los límites
existentes entre ellos se tornan borrosos porque no es posible fijar el punto
exacto donde termina un nivel y comienza el otro.
Un caso actual que demuestra e ilustra con claridad lo que Darwin
quería decir, y que nos permite entender su pensamiento sobre el tema, es
el de las gaviotas del género Larus, las denominadas Larus argentatus (o
gaviota argéntea, de color plateado) y Larus fuscus (o gaviota sombría, de
lomo oscuro). El género Larus está distribuido de manera muy especial, en
forma de anillo alrededor del Polo Norte, de manera que si se sigue la
población de gaviotas argénteas hacia el oeste, dando la vuelta hasta llegar
nuevamente a Europa, se puede apreciar que dichas gaviotas se van ale-
jando cada vez más del punto de partida hasta convertirse en gaviotas som-
brías, al otro extremo, es decir que solo donde el círculo se cierra puede
observarse que la argéntea y la sombría son dos especies bien diferenciadas
que no poseen afinidad reproductiva (tal como ocurre en Gran Bretaña,
por ejemplo). Pero la variación gradual, paulatina, observada en sus carac-
teres a lo largo de toda la cadena oeste-este, en una serie ininterrumpida
de individuos interfértiles, impide fijar límites estrictos entre una y otra
especie, porque no se puede establecer con exactitud en qué lugar la espe-
cie argéntea deja de ser tal para pasar a ser sombría.
El problema principal, por lo tanto, estaba en los límites, sobre todo
en los casos de especies emparentadas, motivo por el cual Darwin también
consideraba la palabra especie como una construcción puramente artificial
y arbitraria, dada, por razón de conveniencia, a un «grupo de individuos
muy semejantes» y lo mismo sucedía con el término variedad.
Según Darwin, la gran confusión existente en su época era conse-
cuencia de que muchas formas consideradas especies por algunos natura-
listas, solían ser tenidas como variedades por otros, y viceversa. Y él mismo
reconocía estar inmerso en esa confusión. Veámoslo a través de sus propias
La concepción evolucionista de Charles Darwin 131

palabras en una carta que le escribe a su amigo el botánico Joseph Hooker


el 25 de septiembre de 1853. Dice Darwin:
Después de describir un conjunto de formas como especies distintas,
hacer pedazos mi manuscrito y convertirlas en una especie; volver a hacerlo
pedazos y separarlas, y luego volverlas a reunir en una (lo que me ha ocurrido
a mí) he rechinado los dientes, maldecido las especies y me he preguntado qué
pecado había cometido para tanto castigo […].167

Por lo tanto, cuando en El origen de las especies por medio de la selec-


ción natural Darwin señala que «[…] muchas formas consideradas como
variedades por autoridades competentes parecen, por su índole, tan por
completo especies, que han sido clasificadas así por otros competentísimos
jueces […]»,168 no está haciendo otra cosa que mostrar la situación de con-
fusión general existente entre los naturalistas.
Darwin comprendía cabalmente la dificultad de distinguir entre espe-
cies y variedades. Por eso no sorprende que diga que
[…] para determinar si una forma ha de ser clasificada como especie o varie-
dad, la opinión de los naturalistas de buen juicio y amplia experiencia, parece
la única guía que seguir. En muchos casos, sin embargo, tenemos que decidir
por mayoría de naturalistas […].169

Y más adelante:
Indudablemente no se ha trazado una línea clara de demarcación entre
especies y subespecies, o sea las formas que, en opinión de algunos naturalis-
tas, se acercan mucho, aunque no llegan completamente a la categoría de espe-
cies, ni tampoco entre subespecies y variedades bien caracterizadas, o entre
variedades menores y diferencias individuales. Estas diferencias se mezclan
unas a otras, formando una serie continua, y una serie imprime en la mente la
idea de un tránsito real.170

Finalmente, concluye:
[…] si dos formas difieren muy poco son generalmente clasificadas como
variedades […] pero no es posible determinar la cantidad de diferencia nece-
saria para conceder a dos formas la categoría de especies.171

167 Burkhardt (1999), 153.


168 Darwin (1972), 96.
169 Darwin (1972), 93.
170 Darwin (1972), 99.
171 Darwin (1972), 107.
132 Capítulo 5

Como vemos, Darwin tenía conciencia de la enorme dificultad prác-


tica de establecer una distinción clara entre una variedad y una especie y
entre una especie y otra especie. Y esto era así porque los naturalistas,
como él señala, no disponían de «una regla de oro para distinguir las espe-
cies de las variedades […]».172
Un siglo antes de Darwin, continuando con la idea expresada por
Adanson y adelantándose a Lamarck, Buffon (1707-1788) reafirmaba que
no existe en la naturaleza más que individuos; los géneros, los órdenes y
las clases solo existen en nuestra imaginación. Sin embargo, Buffon sí le
concedía entidad real a las especies. Lo que las distinguía, según Buffon,
no era solo el parecido físico entre los individuos, sino además su afinidad
reproductiva, es decir que esos individuos fueran capaces de interfecunda-
ción. Aunque los individuos se van renovando en el curso de sucesivas
generaciones, mientras continúen siendo semejantes e interfecundos la
unidad y estabilidad de la especie a la cual pertenecen se mantendrá a lo
largo del tiempo.
Que Darwin se refiriera en su obra a la esterilidad de los híbridos sig-
nifica que sabía que, desde el punto de vista reproductivo, las especies esta-
ban bien delimitadas y ello permitía distinguirlas con claridad. ¿Por qué,
entonces, aun disponiendo en la época del criterio reproductivo para la
distinción entre especies, Darwin se inclinó por dar mayor importancia al
criterio morfológico? Porque el criterio morfológico, en nuestra opinión,
presentaba mayor afinidad con su concepción gradualista. Siguiendo un
hipotético razonamiento de Darwin, si se parte de que las especies son
equivalentes a comunidades reproductivas, y se acepta que los híbridos son
estériles, entonces es posible que la conclusión sea que las especies consti-
tuyen algo así como compartimentos cerrados, por lo que el paso de una
especie a otra no podría ser gradual y cuantitativo, como pensaba Darwin,
sino quizá brusco y cualitativo.
Al respecto, Michael Ghiselin señala:
[...] se coincide en general, incluso aquellas autoridades cuyos juicios merecen
el más elevado respeto, en que Darwin sostuvo un concepto morfológico de
especie; que creía que las especies deben representar grados de similaridad.173

172 Darwin (1972), 447.


173 Ghiselin (1983), 108-109.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 133

Es que Darwin estaba convencido de la existencia de una comunidad


de origen entre todos los seres vivos y, al mismo tiempo, también estaba
convencido de que no existían diferencias esenciales entre una variedad y
una especie y entre una especie y otra. En cambio, Darwin sí consideraba
que entre una variedad y una especie, y entre una especie y otra existen
grados de semejanza. Así, el parecido físico entre dos seres vivos será mayor
cuanto más emparentados están y obviamente menor si se trata de formas
no emparentadas directamente o con un parentesco lejano.
Sin embargo, a pesar de las dificultades existentes para lograr dicha
distinción, Darwin consideraba de fundamental importancia el aspecto
cuantitativo. En este sentido, dice:
Hemos visto que no hay un criterio infalible para distinguir las especies
de las variedades bien marcadas; y cuando no se han encontrado eslabones de
enlace entre formas dudosas, los naturalistas se ven forzados a decidirse por el
conjunto de diferencias entre ellas, juzgando por analogía si este conjunto es o
no suficiente para elevar una forma o ambas, a la categoría de especies. Por
consiguiente, la cantidad de diferencias es un criterio importantísimo para deci-
dir si dos formas han de ser clasificadas como especies o como variedades.174

Refiriéndose a la importancia que Darwin concede al aspecto cuanti-


tativo, Crowson señala:

Sería curioso, pero incomprensible, que Darwin hubiera caído en el error


sobre el problema mismo de la especie a que atañe expresamente su libro. Si
recordamos que el argumento que constantemente se oponía a los primeros
evolucionistas, era que las especies son algo esencial y cualitativamente distin-
to de las variedades […] comprendemos por qué Darwin destaca el aspecto
puramente cuantitativo de las diferencias entre especies. Un autor versado en
la dialéctica de Hegel podría haber señalado que las diferencias cuantitativas
llevadas más allá de cierto punto resultan cualitativas; sin embargo, Darwin,
cuya educación liberal no incluyó mucha filosofía alemana, se sintió impelido
a negar que las diferencias entre especies difieran en algo más que en grado de
las diferencias entre variedades.175

A pesar de los esfuerzos de Darwin por dilucidar el concepto de espe-


cie, Ernst Mayr está convencido de que no lo logró, que «no consiguió
resolver el problema indicado por el título de su obra. Aunque demostró

174 Darwin (1972), 105 (la cursiva es nuestra).


175 Crowson (1966), 45.
134 Capítulo 5

que las especies se modifican con el tiempo, nunca intentó seriamente ana-
lizar con rigor el problema de la multiplicación de las especies, esto es, el
desdoblamiento de una especie en dos. He examinado las razones de este
fracaso […] —dice Mayr— y he encontrado que la más importante es que
Darwin no comprendía la naturaleza de la especie».176
Sin embargo, si bien es cierto que Darwin se limitó a explicar el fenó-
meno de transformación filética de una especie en otra y no se ocupó del
fenómeno de especiación entendido como «desdoblamiento de una espe-
cie en dos», nosotros nos permitimos disentir de Mayr en cuanto a que
Darwin no comprendió la naturaleza de la especie.
Que Darwin no haya sido suficientemente claro en su apreciación de
lo que entendía por especie resulta entendible si consideramos que aun
habiendo transcurrido ciento cincuenta años, el estado actual de la cues-
tión continúa siendo controvertido. Por eso, aunque resulte obvio decirlo,
nos parece importante dejar sentado que la causa real de sus vacilaciones
no tuvo otro origen que la difícil y compleja naturaleza del tema aborda-
do. Pero aun a pesar de ello, Darwin no solo abordó el concepto de espe-
cie, sino que lo hizo con su sello personal, a través de su particular enfoque
gradualista. De esta manera, no prestó demasiada atención al concepto
biológico ya existente en la época, y en cambio prefirió basarse en criterios
morfológicos y cuantitativos tanto para diferenciar a una variedad de una
especie como a una especie de otra especie, y también para explicar la
transformación evolutiva de una especie en otra por medio de la selección
natural, como veremos en las próximas páginas.

1.3. La variabilidad en los seres vivos


Los dos primeros capítulos de El origen de las especies por medio de la
selección natural están dedicados al tema de la variabilidad en los seres
vivos: la «variación en estado doméstico», el primero, y la «variación en la
naturaleza», el segundo. Para Darwin, las variaciones pueden ser tanto ger-
minales (innatas) como somáticas (adquiridas), admitiendo que estas, las
corporales o somáticas, podrían, a la larga, registrarse en el germa y con-
vertirse en hereditarias. ¿Cómo se producen esas variaciones? En este

176 Mayr (1968), 28.


La concepción evolucionista de Charles Darwin 135

punto, Darwin manifiesta, en reiteradas ocasiones, que existe por parte de


los naturalistas (él incluido) una total ignorancia acerca de las causas de
cada variación particular, ya que «las leyes que rigen la herencia son, en su
mayor parte, desconocidas».177 No obstante, Darwin cree que las condi-
ciones ambientales seguramente deben incidir en su aparición. Así, dice:
[…] el hecho de que las variaciones ocurran con mucha más frecuencia en
domesticidad que en estado natural y la mayor variabilidad en las especies de
distribución geográfica muy extensa que en las de distribución geográfica redu-
cida, llevan a la conclusión de que la variabilidad está generalmente relaciona-
da con las condiciones de vida a que ha estado sometida cada especie durante
varias generaciones sucesivas.178

Como vemos, para Darwin las especies que más varían son las más
expandidas, y esto se debe a que son las que están expuestas a diferentes con-
diciones físicas y porque entran en competencia con diversos grupos de seres
vivos. También señala que en el cambio de ambiente que se da, por ejemplo,
en el paso de la vida salvaje a la doméstica, los animales modifican sus hábi-
tos y estos llevan a una utilización diferente de sus órganos (algunos se usan
más, otros menos) y estas novedades se transmiten a la descendencia.
Al respecto, Darwin señala:
El cambio de condiciones produce un efecto hereditario, como en el
período de florescencia de las plantas cuando se las transporta de un clima a
otro. En los animales, el creciente uso o desuso de órganos ha tenido una
influencia más marcada; así, en el pato doméstico encuentro que, en propor-
ción a todo el esqueleto, los huesos del ala pesan menos y los huesos de la pata
más que los mismos huesos del pato salvaje, y este cambio puede atribuirse
seguramente a que el pato doméstico vuela mucho menos y anda más que sus
progenitores salvajes. El grande y hereditario desarrollo de las ubres en las
vacas y cabras en países donde son habitualmente ordeñadas, en comparación
con estos órganos en otros países, es, probablemente, otro ejemplo de los efec-
tos del uso. No puede citarse un animal doméstico que no tenga en algún país
las orejas caídas, y parece probable la opinión, que se ha indicado, de que el
tener las orejas caídas se debe al desuso de los músculos de la oreja, porque
estos animales raras veces se sienten muy alarmados.179

Como vemos, en este punto referido al uso y desuso de órganos el


lenguaje de Darwin es claramente lamarckiano. Más adelante, en el capí-

177 Darwin (1972), 52.


178 Darwin (1972), 197.
179 Darwin (1972), 50.
136 Capítulo 5

tulo quinto, Darwin vuelve sobre el tema, bajo el título «Efectos del
aumento del uso y desuso de los órganos en cuanto están sometidos a la
selección natural», pero a pesar de esta aclaración (la dependencia respec-
to de la selección natural), una vez más adopta una postura lamarckiana al
admitir la herencia de los caracteres adquiridos, tal cual lo había hecho
Lamarck cincuenta años antes. Por si alguna duda quedara, comprobé-
moslo a través de sus propias expresiones:
Por los hechos expuestos en el capítulo primero, creo que no puede caber
duda alguna de que el uso ha fortalecido y desarrollado ciertos órganos en los
animales domésticos, de que el desuso los ha hecho disminuir y de que estas
modificaciones son hereditarias. En la naturaleza libre no tenemos tipo de
comparación con que juzgar los efectos del uso y desuso prolongados, pues no
conocemos las formas madres; pero muchos animales presentan conformacio-
nes que el mejor modo de poderlas explicar es por los efectos del uso y del
desuso. Como ha observado el profesor Owen, no existe mayor anomalía en la
naturaleza que la de que un ave no pueda volar y, sin embargo, hay varias en
este estado.180

¿Es el hombre causante de la variabilidad en las formas domésticas? Al


respecto, asegura Darwin:
[...] la variabilidad que encontramos casi universalmente en nuestras produc-
ciones domésticas no está producida directamente por el hombre, según han
hecho observar muy bien Hooker y Asa Gray; el hombre no puede crear varie-
dades ni impedir su aparición; puede únicamente conservar y acumular aque-
llas que aparezcan.181

Darwin no resolverá el problema de saber cuáles son las causas de las


variaciones (tampoco lo harán otros naturalistas de la época), pero ello de
ninguna manera invalidaba su teoría. Para sostenerla, Darwin necesitaba
demostrar la existencia de las variaciones. Y este hecho era incuestionable.
Para Darwin, la variabilidad de los individuos y la diversificación eran
fenómenos relevantes. Lejos de tratarse de pequeños cambios sin impor-
tancia, las diferencias mínimas existentes entre los organismos constituían
la verdadera fuente de la innovación biológica, por cuanto, siguiendo el
argumento de Darwin, algunas variantes naturales tenían que ser más ven-
tajosas que otras en cuanto a la supervivencia y reproducción de los indi-

180 Darwin (1972), 200.


181 Darwin (1972), 131-132.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 137

viduos que las portaban. En definitiva, debido a que los individuos varían
una especie puede, poco a poco y con la intervención de la selección natu-
ral, como veremos, transformarse en una especie nueva.

1.4. Lucha por la existencia y selección natural


Para llegar al concepto de lucha por la existencia Darwin partirá de dos
observaciones puntuales: por un lado, la tendencia de los seres vivos a un
crecimiento numérico considerable y, por otro, el hecho de que, no obs-
tante esa tendencia, en la práctica el número de individuos que integra
cada una de las especies se mantiene más o menos constante.
Aunque no sea un tema muy comentado por los autores en general, a
nosotros nos parece por demás interesante comprobar que, también en
esas observaciones, Lamarck se anticipa a Darwin, aunque no llegue a uti-
lizar la expresión lucha por la existencia para designar el mecanismo que
explica por qué se mantiene cierta estabilidad numérica en las poblacio-
nes. Veamos lo que dice al respecto:
La multiplicación de las pequeñas especies de animales es tan considera-
ble y las renovaciones de sus generaciones tan rápidas, que estas pequeñas espe-
cies harían inhabitable el globo terrestre, si la naturaleza no hubiera puesto un
límite a su prodigiosa multiplicación. Pero, como sirven de presa a una multi-
tud de otros animales y los descensos de temperatura los matan, la duración
de su vida es muy limitada y su cantidad se mantiene siempre dentro de sus
justas proporciones para la conservación de sus razas y la de las demás.
En cuanto a los animales más grandes y más fuertes, se volverían domi-
nantes y perjudicarían la conservación de muchas otras razas si pudieran mul-
tiplicarse en unas proporciones muy grandes. Pero sus razas se devoran entre
sí y no se multiplican sino con lentitud y al mismo tiempo en pequeño núme-
ro, lo cual conserva en este aspecto el equilibrio que debe existir.182 [Es posi-
ble que debido a un error en la traducción del texto original en francés, a
comienzos de la cita dice «pequeñas especies» donde debiera decir «especies
pequeñas», ya que el autor se está refiriendo a especies de pequeño tamaño].

En principio, Darwin también había considerado incuestionable la


afirmación de Malthus de que las poblaciones aumentan en progresión geo-
métrica (es decir, se duplican permanentemente, como en la serie numéri-
ca 1-2-4-8-16-32, etc.), pero Darwin no repetirá la relación que Malthus
establecía entre esta idea y la de progresión aritmética de aumento de los

182 Lamarck (1971), 101-102.


138 Capítulo 5

recursos naturales (a modo de ejemplo: 1-2-3-4-5-6, etc.). En rigor, Dar-


win vinculará la primera afirmación (la que sostiene la existencia de un
aumento de los seres vivos en progresión geométrica) con una observación
de alcance universal: el hecho de que, numéricamente, las poblaciones de se-
res vivos se mantienen, en general, más o menos constantes, estables (por-
que si todas aumentaran en progresión geométrica, como señala, no cabrían
en el planeta), de lo que infiere que la progresión geométrica de aumento
es solo una tendencia, pues no se cumple efectivamente en la práctica.
Al respecto, Darwin señala:
No hay excepción para la regla de que todo ser orgánico aumenta natu-
ralmente en progresión tan alta y rápida que, si no es destruido, estaría pron-
to cubierta la tierra por la descendencia de una sola pareja.183

Nótese que mientras Malthus hablaba fundamentalmente de pobla-


ciones humanas, Darwin, hábilmente, aplicaría el mismo concepto exclu-
sivamente a vegetales y animales, ya que «en este caso no puede haber nin-
gún aumento artificial de alimentos, ni ninguna limitación prudente por
el matrimonio».184 Con esta aclaración, Darwin quería significar que el
hombre sí puede regular ambos aspectos.
Si, por un lado, hay una tendencia clara al aumento (ya que el núme-
ro de descendientes, por lo general, es más numeroso que el de progenito-
res), pero, por otro, el número de individuos se mantiene más o menos
estable, evidentemente hay algo que impide que la mayoría de los nacidos
vivos lleguen a reproducirse. Se trata de la lucha por la existencia.
Con absoluta claridad, Darwin afirma:
De la alta progresión en que tienden a aumentar todos los seres orgáni-
cos, resulta inevitablemente una lucha por la existencia. Todo ser que durante
el tiempo natural de su vida produce varios huevos o semillas tiene que sufrir
destrucción durante algún período de su vida, o durante alguna estación, o de
vez en cuando en algún año, pues, de otro modo, según el principio de la pro-
gresión geométrica, su número sería pronto tan extraordinariamente grande,
que ningún país podría mantener el producto. De aquí que, como se produ-
cen más individuos que los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada
caso una lucha por la existencia [...].185

183 Darwin (1972), 113.


184 Darwin (1972), 113.
185 Darwin (1972), 113.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 139

Darwin interpreta el concepto de lucha por la existencia en un senti-


do amplio: entre individuos de la misma especie (intraespecífica), entre
individuos de especies distintas (interespecífica) y entre el individuo y las
condiciones físicas de vida. Pero en todas estas situaciones la lucha por la
existencia significa competencia, básicamente entre individuos. Competen-
cia que, en algunos casos, puede resultar muy dura, como en el de la lucha
intraespecífica, por cuanto los individuos presentan idénticas necesidades
(los mismos alimentos, por ejemplo).
En el párrafo que transcribimos a continuación, Darwin relaciona la
lucha por la existencia con las variaciones y con un fenómeno nuevo: la
selección natural, a la que también define:
Debido a esta lucha, las variaciones, por ligeras que sean y cualquiera sea
la causa de que proceden, si son en algún grado provechosas a los individuos
de una especie […] tenderán a la conservación de estos individuos y serán, en
general, heredadas por la descendencia. La descendencia también tendrá así
mayor probabilidad de sobrevivir; pues de los muchos individuos de una espe-
cie cualquiera que nacen periódicamente, solo un pequeño número puede
sobrevivir. Este principio, por el cual toda ligera variación, si es útil, se con-
serva, lo he denominado yo con el término de selección natural, a fin de seña-
lar su relación con la facultad de selección del hombre; pero la expresión fre-
cuentemente usada por Herbert Spencer de la supervivencia de los más adecua-
dos es más exacta y es algunas veces igualmente conveniente.186

Más adelante insiste en su concepto de selección natural, ahora de una


manera más acabada:
A esta conservación de las diferencias y variaciones individualmente
favorables y la destrucción de las que son perjudiciales, la he llamado yo selec-
ción natural o supervivencia de los más adecuados.187

Darwin introduce el concepto de selección natural por analogía con el


de selección artificial o doméstica. Pero en tanto en este caso los horticulto-
res o criadores son los agentes de selección de las variaciones (caracteres)
que más les convienen, para su propio beneficio, en la selección natural el
agente de selección es la misma naturaleza, que actúa para beneficio del
organismo en cuestión. Dice Darwin:

186 Darwin (1972), 110.


187 Darwin (1972), 132.
140 Capítulo 5

Metafóricamente puede decirse que la selección natural está buscando


día por día y hora por hora por todo el mundo las más ligeras variaciones;
rechazando las que son malas; conservando y sumando todas las que son bue-
nas; trabajando silenciosa e insensiblemente, cuando quiera y dondequiera que
se ofrece la oportunidad, por el perfeccionamiento de cada ser orgánico en
relación con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida.188

Darwin es categórico al asegurar que la selección natural de ninguna


manera produce la variabilidad. Solo actúa después de que las variaciones
aparecen. Enfáticamente, Darwin señala: «Si no aparecen estas, la selección
natural no puede hacer nada».189 Una vez surgidas las variaciones, la selec-
ción natural actúa preservando las que son favorables y dejando de lado las
que no lo son. De esta manera, y siguiendo a Francisco Ayala, cualquier
variante hereditaria útil, que aumente la probabilidad de que el organismo
sobreviva y se reproduzca, aumentará su frecuencia en las siguientes gene-
raciones precisamente porque los organismos portadores de tales variantes
dejan, en promedio, más descendientes que los que carecen de ellas.
Visualicemos, en el siguiente gráfico que hemos elaborado para ilus-
trar mejor estos conceptos, que el carácter «O» en la generación 1 es
común a todos los miembros de una población. En la generación siguien-
te (2), surge la variante «X» que es más útil o favorable que la variante «O»
existente. Por lo tanto, a partir de la generación 3, la nueva variante se va
a ir haciendo cada vez más frecuente hasta llegar a reemplazar por com-
pleto a la variante menos favorable «O».

7- X X X X X X
6- O X X X X X
5- O O X X X X
4- O O O X X X
3- O O O O X X
2- O O O O O X
1- O O O O O O

En relación con la expresión «supervivencia de los más aptos», algu-


nos autores han acusado a Darwin de cometer tautología (del griego tautó,
‘lo mismo’, proposición cuyo predicado repite lo expresado en el sujeto),

188 Darwin (1972), 136.


189 Darwin (1972), 134.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 141

porque si a la pregunta ¿quiénes son los individuos más aptos? se respon-


diera «los que logran la supervivencia», entonces estaríamos ante la expre-
sión «supervivencia de los que superviven», la que sin duda es tautológica.
Pero para Darwin la aptitud de los individuos no puede ser medida en
relación con la mera supervivencia, ya que sobrevivir para envejecer no
reporta ninguna ventaja. En cambio, si consideramos, junto con Darwin,
que los individuos más aptos son los portadores de las variaciones favora-
bles y que estos no solo sobrevivirán sino que además dispondrán de
mayores probabilidades de tener una descendencia numerosa e igualmen-
te portadora, por herencia, de las variaciones favorables, entonces enten-
deremos por qué reside allí, según Darwin, el verdadero éxito de un indi-
viduo. O, como bien señala Juan Moreno, «la supervivencia en sí misma
sin efectos sobre la reproducción no tiene repercusiones evolutivas».190
Aunque Darwin consideraba que la gran mayoría de las variaciones
eran favorables o desfavorables para los organismos, se dio cuenta de que
había variaciones que no eran ni ventajosas ni perjudiciales y que, no obs-
tante, podían dar explicación del polimorfismo observado en algunas espe-
cies poco numerosas, en las que estas variaciones tendrían mayores posibi-
lidades de conservarse. En este sentido, dice Darwin:
Me inclino a sospechar que, por lo menos en algunos de estos géneros
polimorfos, vemos variaciones que no son ni de utilidad ni de perjuicio para
la especie, y que, por consiguiente, la selección natural no ha recogido ni pre-
cisado […].191

Para finalizar, nos parece importante destacar la apreciación de Dar-


win respecto del rol que desempeña la selección natural en el proceso evo-
lutivo. Para él, la selección natural no se limita a la eliminación de las
variaciones desfavorables. Representa, por el contrario, y fundamental-
mente, un mecanismo positivo, creativo en la evolución, ya que explica el
proceso por el cual una especie se transforma en otra.

1.5. La selección natural y la transformación de una especie en otra


¿Cómo explica Darwin la transición evolutiva entre una especie y
otra? Al respecto, el autor asegura que la selección natural no solo preser-

190 Moreno (2008), 55.


191 Darwin (1972), 90.
142 Capítulo 5

va las pequeñas variaciones favorables, sino que, además, las acumula len-
tamente. Aquí es preciso entender que esta acumulación de variaciones
favorables constituye, en definitiva, una acumulación de diferencias res-
pecto de un hipotético punto de partida. Y para Darwin, la cantidad de
diferencias, como hemos visto, constituye un criterio taxonómico de sig-
nificativa importancia.
En definitiva, Darwin creía que, partiéndose de una especie dada, la
acumulación de un cierto número de pequeñas variaciones (diferencias) por
parte de la selección natural, originaría una variedad y esta, a su vez, con más
variaciones acumuladas por la selección natural, se transformaría, finalmen-
te, en una nueva especie. Por lo tanto, en una relación ancestro-descendien-
te, la cantidad de diferencias existentes (diferencias de grado) será menor
entre una especie y una variedad y mayor entre una especie y otra especie.
Aun en la transición de una especie a otra, ¿en qué momento la espe-
cie A deja de ser A para pasar a ser B?, ¿hasta dónde llega la especie A y a
partir de dónde comienza la especie B? Es evidente que este planteamien-
to nos recuerda el caso de las gaviotas del género Larus, que vimos más
atrás, solo que en ese caso contábamos con todas las formas de transición
y aquí es posible que muchas hayan desaparecido. Por eso, recordemos
también que Darwin partía de la base de que el registro fósil era incom-
pleto, imperfecto, pero suponía que, de ser completo, mostraría una serie
continua y gradual entre unas especies y otras.
Por lo tanto, proceder a un corte en un proceso ininterrumpido de
cambios graduales entre especies emparentadas o entre especies y varieda-
des emparentadas resulta para él convencional y arbitrario porque lo que
distingue a una especie de otra, derivada de la anterior, es solo una cierta
cantidad de diferencias morfológicas, esto es, una cuestión estrictamente
cuantitativa. De esta manera, la diferencia entre la especie A y la B (deri-
vada a partir de A) es solo de grado, no de naturaleza. En este punto, debe-
mos dejar bien en claro que los cambios de grado suponen cambios cuan-
titativos, y estos se traducen en expresiones tales como «un poco más» o
«un poco menos». Por lo tanto, son graduales. Por el contrario, los cam-
bios de naturaleza, o cualitativos, que no significan «un poco más» o «un
poco menos» sino que plantean «el paso de una cosa a otra diferente»,
implican discontinuidades, es decir, cambios bruscos que, como ya hemos
visto, eran rechazados por Darwin.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 143

En este contexto, se entiende perfectamente que Darwin llame a la


variedad «especie incipiente» porque se trata, según su apreciación, de una
especie en formación. Si bien es cierto, como dice el autor, que no nece-
sariamente todas las variedades habrán de convertirse a la categoría de
especie (ya que pueden extinguirse o bien permanecer como tales durante
largos períodos), la tendencia general es a que esa transformación tenga
lugar. Dependerá, en gran medida, del tiempo transcurrido y de la canti-
dad de cambios producidos.
Si bien la experiencia en las Galápagos le había mostrado a Darwin
que el aislamiento geográfico era un factor importante en la transforma-
ción de una especie en otra, por la época en que escribió El origen de las
especies por medio de la selección natural llegó a la conclusión de que las
barreras geográficas no eran decisivas y que la transformación podía ocu-
rrir frecuentemente como consecuencia de la especialización ecológica de
individuos de la misma población, residentes en una determinada área de
dispersión.
En ese caso, la selección natural desempeñaría un papel fundamental
al preservar las variaciones que posibilitan una adaptación cada vez más
estrecha entre un cierto número de individuos y un determinado nicho
ecológico. De esta manera, va teniendo lugar una gradual divergencia de
caracteres entre los individuos adaptados a cada uno de los nichos hasta el
punto en que el apareamiento solo se dará entre los miembros de cada uno
de los grupos, rechazándose a todos aquellos individuos que no forman
parte de ese nicho en particular. Entonces, según Darwin, se habrá pro-
ducido el paso de una especie a otra.

1.6. Extinción de especies por selección natural


Darwin se refiere al tema de la extinción producida por selección natu-
ral en los capítulos IV y XI. De su lectura se desprende con claridad que, así
como la selección natural explica el origen de nuevas especies, también
explica la extinción de otras. De esta manera, existe en el proceso evolutivo
una renovación permanente: la aparición de nuevas formas, provistas de
mejores dispositivos adaptativos, traerá como lógica consecuencia la desa-
parición de las que carecen de esos dispositivos, particularmente si se esta-
blece, entre ambas, una competencia directa por la supervivencia. Esta idea
aparece claramente expuesta por Darwin en los siguientes párrafos:
144 Capítulo 5

Hemos visto que las especies que son más numerosas en ejemplares tie-
nen las mayores probabilidades de producir variaciones favorables en un espa-
cio de tiempo dado. Tenemos pruebas de esto en los hechos expuestos en el
capítulo segundo, que demuestran que las especies comunes y difundidas, o
predominantes, son precisamente las que ofrecen el mayor número de varie-
dades registradas. De aquí que las especies raras se modificarán y perfecciona-
rán con menor rapidez en un tiempo dado y, por consiguiente, serán derrota-
das en la lucha por la vida por los descendientes modificados y perfeccionados
de las especies más comunes.
De estas diversas consideraciones creo que se sigue inevitablemente que,
a medida que en el transcurso del tiempo se forman por selección natural
especies nuevas, otras se irán haciendo más y más raras, y, por último, se
extinguirán.192

Y también:
La teoría de la selección natural se funda en la creencia de que cada
nueva variedad, y, finalmente, cada nueva especie, está producida y manteni-
da por tener alguna ventaja sobre aquellas con quienes entra en competencia,
y de que casi inevitablemente sigue la extinción consiguiente de las formas
menos favorecidas.193

1.7. Selección sexual


También dentro del capítulo IV Darwin se refiere a un modo particu-
lar de selección: el que se establece exclusivamente entre los individuos de
un sexo por el dominio del sexo opuesto. A esta forma de selección la
denomina selección sexual. Con absoluta claridad y precisión señala:
Esta forma de selección depende, no de una lucha por la existencia en
relación con otros seres orgánicos o con condiciones externas, sino de una
lucha entre los individuos de un sexo —generalmente los machos— por la
posesión del otro sexo. El resultado no es la muerte del competidor desafortu-
nado, sino del que deja poca o ninguna descendencia. La selección sexual es,
por lo tanto, menos rigurosa que la selección natural.194

En palabras de Michael Ghiselin, «la selección sexual es el argumen-


to más brillante de Darwin a favor de la selección natural […]».195

192 Darwin (1972), 166.


193 Darwin (1972), 473.
194 Darwin (1972), 141.
195 Ghiselin (1983), 242.
La concepción evolucionista de Charles Darwin 145

Según Darwin, existen dos formas de selección sexual:


1. Por competencia: los machos más vigorosos resultarán victoriosos
en la competencia con otros machos y, en consecuencia, tendrán
mayores probabilidades de cruzarse con mayor número de hem-
bras y de dejar mayor descendencia que los que resulten vencidos.
2. Por exhibición: los machos que presenten los caracteres más visto-
sos o más llamativos para el sexo opuesto (ya sean físicos o com-
portamentales) también tendrán mayores probabilidades repro-
ductivas ya que las hembras elegirán a los más atractivos.

La concepción evolucionista de Darwin, que acabamos de desarrollar,


fue expuesta por el autor de manera entendible, apoyado en una gran can-
tidad de datos y argumentaciones que la convierten en una teoría sufi-
cientemente sólida y con un carácter claramente materialista. Al hablar de
selección natural, Darwin integró su teoría dentro de la corriente materia-
lista que domina el ambiente científico y cultural de la segunda mitad del
siglo XIX. Además, combatió el finalismo y la idea de progreso. De hecho,
el evolucionismo de Darwin no implica progreso ni dirección alguna.
Hasta entonces, los morfólogos habían considerado particularmente
la estructura del individuo y no sus relaciones con el medio, pero a Dar-
win le preocupaban, en cambio, las relaciones existentes entre los seres
vivos y las condiciones ambientales (poniendo el acento en estas últimas)
sin importarle el análisis del interior del organismo. Ello explica que las
expresiones «sentimiento interior» o «esfuerzos del organismo», tan pro-
pias de Lamarck, fueran rechazadas de plano por Darwin.
CAPÍTULO 6

1. Reacción frente a El origen de las especies por medio de la


selección natural

La publicación de El origen de las especies por medio de la selección


natural despertó las más diversas reacciones: algunas favorables y otras
contrarias a la teoría darwinista. Entre las primeras, podemos mencionar
las siguientes:

• Contienda pública entre el obispo anglicano de Oxford, Samuel


Wilberforce, y Thomas Henry Huxley, que tuvo lugar en una reu-
nión de la «British Association for the Advancement of Science»
(Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia), el 30 de junio
de 1860, en la mayor de las salas del Museo Zoológico de esa ciu-
dad y con la presencia de más de setecientas personas. El tema cen-
tral de la discusión entre ambos giró en torno a la teoría darwinis-
ta, con Wilberforce criticándola y Huxley defendiéndola. En otras
palabras, se trataba de una confrontación entre ciencia y religión,
muy propia de la época.196 De acuerdo con la versión oficial, en el

196 Es en esta célebre reunión científica en la que, en el momento culminante de la


discusión, el obispo Wilberforce, dirigiéndose a Huxley, le habría preguntado si era por vía
paterna o por vía materna que él descendía de los monos. Al parecer, la respuesta del cien-
tífico fue inmediata, replicándole que preferiría tener esa ascendencia a tener relación fami-
liar alguna con una persona que, como él (Wilberforce), con su ignorancia estaba ocultan-
do la verdad.
148 Capítulo 6

debate habrían triunfado las ideas evolucionistas, pero existen otras


interpretaciones del hecho.197, 198
• Darwin creía que, evolutivamente, las aves se originaban a partir de
los reptiles. Si esto era así, y teniendo en cuenta su concepción gra-
dualista, debían encontrarse en el registro fósil formas de transición
de una clase a otra. Pues bien, en 1862 se descubre, en un depósi-
to de caliza amarilla del Jurásico de Solnhöfen, Baviera (Alemania),
un fósil que habría sido considerado un pequeño dinosaurio bípe-
do a no ser por el hallazgo de claras improntas de plumas en los
miembros anteriores y la cola, por lo que fue denominado Archae-
opteryx litographica. Este fósil, sin ninguna duda una verdadera
forma de transición, constituía una prueba paleontológica de sig-
nificativo valor en apoyo de la teoría darwinista. Quizá por ello el
British Museum de Londres pagó por entonces la suma de 700
libras esterlinas por su adquisición.
• Es importante destacar que, en 1864, la Royal Society concede a
Darwin la «Copley Medal», que constituía el más alto reconoci-
miento científico a su obra.
• Desde 1859 hasta 1872 aparecieron en Inglaterra seis ediciones de
El origen de las especies por medio de la selección natural, con una tira-
da total de 12 500 ejemplares, cifra nada despreciable si se tiene en
cuenta que se trataba de un libro técnico denso. A juzgar por la can-

197 Convencido de que la versión oficial no describe lo que en realidad sucedió (que
Wilberforce salió airoso de la confrontación), Stephen Jay Gould dice que, sorprendente-
mente, «nadie se preocupó de registrar el acontecimiento en el más mínimo detalle en
aquella época. No había ningún taquígrafo. Los dos hombres intercambiaron palabras, eso
es seguro, pero nadie sabe lo que dijeron realmente, y los pocos informes de periodistas y
corresponsales contienen lagunas y contradicciones importantes. Resulta irónico que la
versión oficial haya sido tan ampliamente aceptada y nunca puesta en tela de juicio no por-
que sepamos que es cierta a partir de copiosa documentación, sino precisamente porque
existen pocos datos para contradecirla finalmente» (Gould [1993], 354). Para más infor-
mación sobre el tema, se sugiere al lector la lectura completa del capítulo «¿El caballo se
come al alfil?», de donde ha sido extraída la cita precedente.
198 Según Alonso, Wilberforce impresionó a muchos de los científicos presentes, entre
ellos al ornitólogo Henry Baker Tristram, «el primero que había declarado públicamente
su adhesión a la nueva teoría de la evolución mediante la selección natural. Sin embargo,
los argumentos de Wilberforce le resultaron tan convincentes que se volvió antidarwinista
el resto de su vida, a pesar de los intentos de su amigo Alfred Newton, profesor de Zoolo-
gía de la Universidad de Cambridge, por reconvertirlo» (Alonso [1999], 103).
Reacción frente a El origen de las especies por medio... 149

tidad de ejemplares vendidos, el libro fue leído no solo por científi-


cos, sino también por sectores de público general.
• George Carter señala que hacia la mitad del siglo XIX la ciencia se
había popularizado y aun puesto de moda y que se creía que solo el
método científico era capaz de adquirir el conocimiento, que no
hay verdadero conocimiento fuera de la ciencia, y esto ayudó con-
siderablemente a la difusión de la obra.
• Durante la primera mitad del siglo XIX, la situación económico-
social de Inglaterra era propicia para el desarrollo de ideas evolu-
cionistas. Por entonces predominaban, al igual que en otros países
occidentales, las ideas liberales. En el ámbito de la economía regían
las ideas de Adam Smith (1723-1790) según las cuales para lograr
una economía ordenada debía aplicarse la política del laissez faire
(‘dejar hacer’); que consistía en una libre competencia entre
comerciantes e industriales, de la que emergerían los mejores,
lográndose finalmente un equilibrio beneficioso para todos. La
libre competencia que existía según Darwin en la lucha por la exis-
tencia (también entre individuos, al igual que en el liberalismo),
¿fue pensada por él en consonancia con lo que estaba ocurriendo
en la sociedad inglesa en esos momentos?; ¿sus simpatías por el
liberalismo lo llevaron a trasladar ese cuadro a lo que ocurría en la
naturaleza? Mientras Marx, por entonces, hacía notar la existencia
de una clara correlación entre la selección natural y la situación
social en Inglaterra, más recientemente Stephen Gould observa
que por los meses de 1838 Darwin, que sentía gran interés por los
economistas escoceses, estaba estudiando el pensamiento de Adam
Smith. Y agrega:
La teoría de la selección natural es misteriosamente parecida al eje doc-
trinario de la economía del laissez faire. (En nuestro lenguaje académico diría-
mos que ambas teorías son «isomórficas», es decir, estructuralmente similares
punto por punto, a pesar de que la materia tratada sea distinta).199

Sobre el mismo tema, Gould señala en otra de sus obras:


De hecho, en mi opinión, la teoría de la selección natural debería ser
vista como una analogía extendida —si consciente o inconscientemente por

199 Gould (1994), 139.


150 Capítulo 6

parte de Darwin, no sabría decirlo— de la economía del laissez faire de Adam


Smith. La esencia de la argumentación de Adam Smith es una especie de para-
doja: si se pretende una economía ordenada con un máximo de beneficios para
todos, entonces dejemos que los individuos compitan y luchen en su propio
beneficio. El resultado, tras una adecuada criba y eliminación de los individuos
ineficientes, será un estado armónico y estable.200

En realidad, no sabemos si Darwin lo hizo a sabiendas o no, pero una


cosa es segura: no se ocupaba de política. De todas maneras, parece claro
que quienes aceptaban el liberalismo económico, que eran muchos, apro-
baron sin reservas las ideas de Darwin al ver que constituían un funda-
mento científico claro del liberalismo económico imperante.
La reacción contraria provino principalmente: a) de quienes se afe-
rraban a la Biblia y puntualmente al capítulo del Génesis, que no se
correspondía en absoluto con las ideas evolucionistas; b) de los que pro-
fesaban el evolucionismo teísta; c) de todos aquellos que rechazaban la
idea darwiniana de la competencia como único medio de supervivencia
en la lucha por la existencia. «Una teoría que atribuía el progreso de la
evolución a la lucha, parecía implicar que la naturaleza era en todas par-
tes cruel y sangrienta».201 Por eso, muchos desearon que la teoría resul-
tase falsa.

2. El evolucionismo teísta

En general, se suele considerar que los primeros antecedentes del


evolucionismo teísta (postura según la cual la naturaleza se desarrolla de
acuerdo con un plan divino), se encuentran en la obra ya mencionada en
el capítulo anterior Natural Theology, publicada en 1802. En ella, su
autor, el teólogo anglicano inglés William Paley, aseguraba que el mundo
natural era el resultado de los designios divinos, argumentando la analo-
gía típica entre el reloj y el ojo, de tal manera que así como un reloj
requiere de la existencia de un relojero, el ojo exige la existencia de un
Creador.

200 Gould (1986), 66-67.


201 Carter (1959), 72.
Críticas a la teoría darwinista 151

El propio Darwin era aún teísta cuando publicó El origen de las espe-
cies por medio de la selección natural, pero luego, como no podía estar de
acuerdo con que Dios tuviera algún control de la dirección de la evolu-
ción, se iría inclinando cada vez más en favor del agnosticismo.
Con posterioridad a la publicación de dicha obra, algunos naturalis-
tas partidarios del evolucionismo teísta cuestionaron, rechazándolo, el
carácter azaroso de las variaciones que Darwin proponía, porque, si fuera
así, cada línea evolutiva carecería de dirección. Por otra parte, también
rechazaban la selección natural como la expresión de un mecanismo
materialista de la evolución, porque de esta manera no dejaba lugar a la
planificación divina. Entre quienes mantuvieron estos principios en Ingla-
terra a mediados del siglo XIX pueden mencionarse al geólogo Adam
Sedgwick, al anatomista Richard Owen, al zoólogo George Mivart y al
naturalista suizo-norteamericano Louis Agassiz. Este último diría, en
1860, que lo sostenido por Darwin era «un error científico, falso en sus
hechos, anticientífico en sus métodos y dañino en su tendencia».202
Curiosamente, el mismo Asa Gray, ferviente partidario del darwinis-
mo en Estados Unidos, era un hombre profundamente religioso que creía
que solo podía aceptar la evolución si podía ser contemplada como el des-
pliegue de un proyecto divino.
De todas maneras, como señala Peter Bowler:
[…] el evolucionismo teísta jamás fue una efectiva línea de oposición, en parte
porque sus seguidores no formaron una escuela coherente de pensamiento y
en parte porque la idea era demasiado obviamente un compromiso con el viejo
sobrenaturalismo.203

3. Críticas a la teoría darwinista

A Darwin no le afectaba que otros autores discreparan con él. En


cambio, sí valoraba enormemente que la crítica fuera bien intencionada.
Interesa también señalar lo agradecido que se mostraba cuando algún

202 Citado por Alonso (1999), 98.


203 Bowler (1995), 192.
152 Capítulo 6

autor, según él, se tomaba el «trabajo» de leer sus obras, elogiarlas o criti-
carlas de buena fe y no despiadada e injustificadamente.
En los años siguientes a la publicación de El origen de las especies por
medio de la selección natural Darwin recibió numerosas críticas, algunas de
ellas particularmente duras. Las que más le afectaron fueron probable-
mente las que señalamos a continuación.

3.1. Crítica de lord Kelvin


Basándose en el método uniformista, Darwin estimaba que la forma-
ción geológica Weald, ubicada entre North y South Downs, en el sur de
Inglaterra, representada por los sedimentos provenientes de la erosión
de una cadena de colinas, debió requerir aproximadamente 300 millones de
años para desgastarse hasta su nivel actual. Si este dato era correcto, pen-
saba, la Tierra debía ser aún más antigua.
Darwin sabía que la efectividad de la selección natural dependía de la
existencia de infinidad de cambios pequeños y lentos y que, para que ese
proceso evolutivo gradual hubiera tenido lugar, se requería una edad muy
antigua de la Tierra. Convencido de este punto, Darwin no duda en afirmar:
El que sea capaz de leer la gran obra de sir Carlos Lyell sobre Los princi-
pios de Geología, que los historiadores futuros reconocerán que ha producido
una revolución en las ciencias naturales y, con todo, no admita la enorme
duración de los períodos pasados de tiempo, puede cerrar inmediatamente el
presente libro.204

Darwin creía en el uniformismo (estrechamente ligado al gradualis-


mo) y, como dice Stephen Jay Gould, el uniformismo «descansa sobre dos
proposiciones: un tiempo esencialmente ilimitado (para que los procesos
lentos puedan producir su efecto acumulativo) y una Tierra que no altera
ni su forma básica ni su estilo de cambio a todo lo largo de este tiempo ili-
mitado».205
Pero el físico y matemático inglés William Thomson (1824-1907),
más conocido por lord Kelvin, dejando de lado los datos geológicos y
basándose en cálculos matemáticos fundamentados en consideraciones de

204 Darwin (1972), 430.


205 Gould (1995b), 108.
Críticas a la teoría darwinista 153

la termodinámica (tiempo de enfriamiento de la Tierra, por ejemplo), afir-


maba, hacia 1862, que la edad de la Tierra no superaba los 100 millones
de años, es decir, bastante menos que lo sostenido por Darwin.
En 1866, en su Breve refutación de la «Doctrina de la Uniformidad» en
geología, Kelvin criticaba los fundamentos del uniformismo y afirmaba
que el Tiempo no era ilimitado y que la Tierra había tenido un comienzo
y tendría un fin. La crítica de Kelvin, que estaba dirigida particularmente
a la selección natural como mecanismo evolutivo, afectó especialmente a
Darwin. En una carta que este escribió a Wallace, en 1869, le dice:
las opiniones de Thomson [lord Kelvin] acerca de la juventud del mundo son,
hace ya tiempo, una de mis más graves preocupaciones.206

En respuesta a la crítica formulada por lord Kelvin y ante la inconve-


niencia de oponerse a la afirmación de quien aparecía como un especialis-
ta en datación, Darwin suprimió su estimación de la antigüedad de la for-
mación Weald de El origen de las especies por medio de la selección natural
y, tratando de adecuar su teoría a la cronología manejada por Kelvin,
admitió que en los comienzos de la Tierra se habían producido cambios
más rápidos que los que se producen actualmente y que ellos habían ace-
lerado al principio el proceso evolutivo. Consecuentemente, le concedió
mayor importancia a los efectos hereditarios del uso y del desuso.

3.2. Crítica de Saint-George Jackson Mivart


Saint-George Jackson Mivart (1827-1900) nació en Londres donde
estudió Derecho, dedicándose más tarde a las Ciencias Naturales y en par-
ticular a la zoología y a la anatomía. En 1871 publicó On the genesis of Spe-
cies. Desde 1874 hasta 1884 Mivart fue profesor de Zoología en el Roman
Catholic University College de Kensington, y en 1890 obtuvo la Cátedra
de Filosofía en Lovaina (Bélgica).
De acuerdo con el razonamiento de Darwin, ningún órgano comple-
jo surgió bruscamente, sino a través de una sucesión continua y gradual de
pequeños cambios estructurales. En ese contexto, la selección natural
habría ido seleccionando cada una de esas pequeñas estructuras de transi-

206 Darwin (1977), 112.


154 Capítulo 6

ción, hasta llegar al órgano completo. Ahora bien, aquí es donde Mivart
plantea su objeción: para que cada uno de esos pequeños cambios estruc-
turales haya sido seleccionado por la selección natural, los mismos debían
ser útiles, provechosos, porque de otro modo, la selección natural no los
hubiera podido preservar. Pero ¿cómo pueden resultar útiles si se trata de
modificaciones menores dentro de una transición y no representan nada
en sí mismas?
Veamos un caso: si la transición evolutiva entre la aleta de un pez y la
extremidad de un vertebrado terrestre se produjo gradualmente, ¿cómo la
selección natural seleccionaría estructuras que han dejado de constituir
una aleta pero aún no se han convertido en una extremidad? Lo mismo
habría ocurrido con la transición gradual entre un miembro anterior y un
ala. Es evidente, dice Stephen Jay Gould, que no se puede volar con el 2%
de un ala. Y si no se puede explicar la utilidad de cada uno de los pasos
estructurales, ¿cómo pudo la selección natural haberlos seleccionado?
En la sexta y última edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, publicada en 1872, Darwin respondió, en primer lugar,
que la crítica de Mivart demostraba escasa imaginación, ya que no hay
motivos para pensar que esa sucesión de pequeños cambios estructurales
estén vinculados siempre, exclusivamente, con la misma función. Una
variación inicial ventajosa puede perfectamente terminar siendo igual-
mente ventajosa pero para cumplir con una función diferente. Tal es el
caso de las plumas, ya que, como sabemos, las plumas habrían tenido, pri-
mariamente, la función de mantener la temperatura corporal constante, es
decir, como aislante térmico, y solo más tarde, en estadios evolutivos pos-
teriores, posibilitaron el vuelo.
No obstante, para Gould el dilema planteado por Mivart aún no ha
sido respondido satisfactoriamente.

3.3. Crítica de Henry Fleeming Jenkin


En un artículo aparecido en junio de 1867 en The North British
Review, el escocés Henry Fleeming Jenkin (1833-1885), profesor de Inge-
niería en la Universidad de Edimburgo, le formula una crítica tan bien
fundada que, según comentario de Francis Darwin, hijo de Charles, ade-
más de impactar a su padre lo sorprendió particularmente en el sentido de
Críticas a la teoría darwinista 155

que no provenía de un naturalista experimentado sino de un profesor de


Ingeniería. Pero hoy sabemos que la crítica partía de una concepción falsa
de la herencia.
Efectivamente, por entonces, el mismo Darwin y todos sus contem-
poráneos consideraban que la herencia se daba de manera «mezclada», es
decir que, en un caso hipotético de cruce de un conejo de color negro y
un conejo de color blanco, el resultado sería un conejo de color gris, o
que, en el caso del cruce de una rosa de color rojo con otra de color blan-
co, el resultado obtenido sería una rosa de color rosa. Por lo tanto, se
suponía que no había predominio de uno de los caracteres sino fusión de
los mismos.
Esta «herencia por mezcla» permitía pensar, según Jenkin, en que,
aparecida una variación favorable (es importante señalar aquí que Jenkin
se refería exclusivamente a variaciones únicas, de gran repercusión), en
lugar de ser preservada y mantenida en las generaciones siguientes por la
selección natural, originando así una nueva variedad, ocurriría precisa-
mente lo contrario; tendería a desaparecer. De esta manera, si un indivi-
duo portador de ese carácter favorable se cruzara con otro no portador, el
descendiente heredará su 50%, y si este individuo se cruzara, a su vez, con
otro que tampoco es portador del carácter en cuestión, el descendiente
recibiría la mitad de la mitad, es decir, el 25%, de tal modo que en el
transcurso de pocas generaciones la variación favorable, en lugar de ser
conservada por la selección natural, se diluiría por completo.
Darwin intentó contrarrestar los efectos de esta sencilla y al mismo
tiempo acertada crítica al año siguiente, en su obra Variaciones de los
animales y de las plantas en estado doméstico y en las últimas ediciones de
El origen de las especies por medio de la selección natural (las de 1869 y
1872; 5.ª y 6.ª edición, respectivamente) con las siguientes argumenta-
ciones:
a) En primer lugar, Darwin no prestaba atención a las variaciones
únicas, de gran magnitud, de las que hablaba Jenkin, puesto que
una variación única (dentro del contexto de la herencia «mezcla-
da»), es una variación que no puede transmitirse intacta a través de
las generaciones. En cambio, sí concedió importancia a las peque-
ñas variaciones, de escasa envergadura, que según él aparecían
156 Capítulo 6

simultáneamente en un número significativo de individuos y que,


además, podían reaparecer varias veces más en el seno de una
población, dando así tiempo a que la selección natural actuara para
preservar dicho carácter.
b) Por otra parte, Darwin destacó el valor del apareamiento preferen-
cial, es decir, del apareamiento entre los individuos portadores del
rasgo favorable, lo cual, si bien los aislaría, permitiría la presencia
definitiva del carácter en la nueva población.
c) Asimismo, le otorgó una importancia aún mayor a la acción direc-
ta de las condiciones ambientales. Según Darwin, si existe una
«uniformidad de causas» en el ambiente, existe también una «uni-
formidad de efectos» en los organismos.
d) Introdujo la idea de una «tendencia a variar de la misma manera»
según la cual si el individuo que ha variado no transmite los nue-
vos caracteres a la descendencia, les transmite al menos una ten-
dencia a variar en el mismo sentido.
e) Le dio mayor importancia a la herencia por uso y desuso, ya que
esta aumentaba la proporción de la variedad heredada. En su hipó-
tesis provisional de la pangénesis, desarrollada en su obra de 1868
acerca de las variaciones en animales y plantas, Darwin sostiene
que todas las células del cuerpo liberan pequeñas partículas, a las
que denomina gémulas, que se dispersan por todo el cuerpo a tra-
vés de las corrientes sanguíneas. Cuando una célula resulta modifi-
cada por alguna causa, las gémulas que se derivan de ella también
resultan modificadas de manera similar. Estas gémulas se acumula-
rían en las células germinales o reproductoras (gametos) y transmi-
tirían a la descendencia, a través de ellas, las características exactas
de las células de las que proceden. Según Darwin, cada una de estas
gémulas tiene la potencialidad de reproducir la totalidad del orga-
nismo (de allí el término pangénesis). Con su hipótesis provisional de
la pangénesis Darwin estaba reconociendo la herencia de los carac-
teres adquiridos. Con el propósito de calificar esta idea, Hemleben
señala que «De todas las creaciones de Darwin esta fue la más
pobre».207 De hecho, Darwin la abandonaría tras la dura crítica
que le formulara su primo Francis Galton.

207 Hemleben (1971), 131.


La relación Darwin-Marx 157

4. La relación Darwin-Marx

Darwin y Marx nunca llegaron a conocerse personalmente, a pesar de


la escasa distancia que medió entre ambos (Marx vivió en Londres a par-
tir de 1850 y Darwin en su casa de campo, en Down, a unos 40 kilóme-
tros de distancia). Sin embargo, mantuvieron una breve correspondencia.
La relación entre ambos no puede dejar de ser mencionada si considera-
mos la particular repercusión que habría de tener posteriormente la teoría
darwinista entre los científicos rusos.
Unos quince días después de publicada la primera edición de El ori-
gen de las especies por medio de la selección natural el socialista Federico
Engels (1820-1895) le escribe a Carlos Marx (1818-1883) dándole a
conocer sus primeras impresiones sobre el libro de Darwin. Marx, a su vez,
lo leerá un año después (los postulados de su concepción materialista de la
historia ya habían sido propuestos por él) y el 19 de diciembre de 1860,
desde Londres, le transmite su parecer a Engels: «en este libro se encuen-
tra el fundamento histórico-natural de nuestra idea».208
Impresionado favorablemente por la obra de Darwin, sabemos que
Marx asistió, en 1862, a seis conferencias que Thomas Huxley pronunció
a obreros ingleses para explicarles las ideas de Darwin. Marx aceptó el evo-
lucionismo darwiniano, su concepción materialista y su rechazo a la teleo-
logía en las ciencias naturales, pero criticó a Darwin por apoyarse en Malt-
hus para explicar las causas de la lucha por la existencia.
En 1867 apareció el primer tomo de El Capital. En 1873, Marx le
remite, en calidad de obsequio, un ejemplar a Darwin, quien unos meses
después, al mismo tiempo de agradecerle el envío le confiesa sus escasos
conocimientos en economía política, tema sobre el que versaba el libro.
Efectivamente, es sabido que Darwin solamente leyó unas 100 páginas de
las más de 800 que posee el libro y que, pese a su costumbre, práctica-
mente no hizo anotaciones al margen.
Al morir Marx, en 1883 (un año después de que falleciera Darwin),
Engels, más darwinista que Marx, pronuncia un discurso ante la tumba de

208 Citado por Núñez Ruiz (1983), 294.


158 Capítulo 6

su dilecto amigo y maestro, en el cementerio londinense de Highgate.


Entre otras consideraciones, destaca: «Del mismo modo que Darwin ha
descubierto la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descu-
bierto la ley del desarrollo de la historia humana».209

5. El darwinismo fuera de Inglaterra

¿Cómo fue recibido El origen de las especies por medio de la selección


natural fuera de Inglaterra? En general, podríamos decir que la obra se
expandió rápidamente. En una carta escrita por Charles Kingsley a F. D.
Maurice, en 1863, le refiere:
La situación de la mentalidad científica es curiosísima: Darwin está
resultando vencedor en todas partes e invadiéndolo todo como un torrente,
solo con la fuerza de la verdad y los hechos.210

El origen de las especies por medio de la selección natural fue traducido al


alemán en 1860, al francés en 1863, al ruso en 1864 y al español en 1877.
En Alemania, la obra no fue bien recibida por la mayoría de los bió-
logos alemanes quienes eran, en general, continuadores de la Naturphilo-
sophie. Buscaban todavía un plan entre la diversidad. En cambio, un grupo
de jóvenes naturalistas, más progresistas, le brindaron su apoyo.
También reaccionó favorablemente el embriólogo alemán Karl Ernst
von Baer (1792-1876), quien aceptó las ideas evolucionistas en general
pero rechazó la explicación por medio de la selección natural. Baer no esta-
ba de acuerdo con la concepción materialista de Darwin y creía que la evo-
lución debía tener un propósito, un fin.
Mientras, Ernst Haeckel declaró públicamente su adhesión a Darwin
en 1863 y en los años siguientes desempeñaría un rol semejante al de Hux-
ley en Inglaterra, convirtiéndose en el principal defensor del darwinismo
en Alemania. George Carter señala, al respecto, que las ideas darwinistas
se extendieron en Alemania casi tan rápidamente como en Inglaterra y que

209 Núñez Ruiz (1983), 296.


210 Darwin (1977), 370.
El darwinismo fuera de Inglaterra 159

se puede asegurar que hacia 1880 dichas ideas habían sido aceptadas por
la gran mayoría de los biólogos alemanes.
En Rusia, algunos autores sostenían ideas evolucionistas antes de que
Darwin publicara su obra máxima. Uno de ellos fue Karl F. Roulié (1814-
1858), quien, habiéndose graduado en la Academia de Medicina y Ciru-
gía de Moscú, se sintió interesado por la zoología y la paleontología. Este
autor sostenía que la causa principal de la evolución de los animales era la
influencia que el medio exterior ejercía sobre ellos.
La traducción al ruso de El origen de las especies por medio de la selec-
ción natural, efectuada en 1864 por Rachinski, fue recibida con entusias-
mo. En relación con este punto, Viéselov señala:
En Rusia, el darvinismo fue aceptado con simpatía por todas las capas
progresivas de la sociedad. Tiene esto su explicación en el hecho de que gracias
al florecimiento social, a la actividad clarificadora de los demócratas revolu-
cionarios rusos, a la amplia difusión del materialismo en la década del sesenta
y a las obras de la escuela rusa de evolucionistas (en particular, Roulié y sus dis-
cípulos) existía en Rusia un terreno favorable para la aceptación de las ideas de
Darwin.211

En relación con la concepción materialista que Darwin desarrolla a lo


largo de su obra, ya hemos dicho de qué modo había sido ponderada tanto
por Engels en un principio, como por Marx inmediatamente después.
En virtud de todo ello, en 1867 Darwin fue elegido miembro corres-
pondiente de la Academia de Ciencias de Rusia y en 1870 fue designado
miembro honorario de la Sociedad de Naturalistas de Moscú.
Darwin siempre deseó que sus ideas se extendieran por Francia. Sin
embargo, el ambiente intelectual allí era en general hostil a las ideas dar-
winistas y su aceptación fue más bien un proceso gradual, ya que los dis-
cípulos de Cuvier seguían manteniendo bien alto el prestigio de su maes-
tro y defendieron ideas antievolucionistas. No sorprende, entonces, que
cuando Eduardo Lartet (1801-1871) presentó su comunicación Acerca de
la antigüedad geológica de la especie humana en Europa occidental a la Aca-
demia de Ciencias de Francia, en 1860, la Academia rehusara publicar el
trabajo (que, en cambio, sería editado en Londres y en Ginebra).

211 Viéselov (1964), 257.


160 Capítulo 6

Hacia 1863 el más oficialista de los geólogos franceses, Elie de Beau-


mont, secretario de la Academia de Ciencias de Francia y principal discí-
pulo de Cuvier, seguía negando la posibilidad de que la especie humana
fuera contemporánea del mamut, ya que eso significaba reconocer la gran
antigüedad del hombre, hecho inaceptable para él.
Aunque El origen de las especies por medio de la selección natural fue
traducido al francés al poco tiempo, el darwinismo ingresó en Francia tar-
díamente, entre 1870 y 1880, y aun así, esa entrada no fue fácil. Como
dato ilustrativo, cabe señalar que dos veces, en 1872 y 1873, y después de
duras discusiones, la candidatura de Charles Darwin para ingresar en la
Academia de Ciencias de Francia, por la Sección Zoología, fue rechazada.
Finalmente fue aceptado en 1878, pero no en calidad de autor de su ya
famosa concepción evolucionista sino en reconocimiento a su labor en el
área de la botánica (de todos modos, la prensa católica francesa reaccionó
furiosamente contra la Academia de Ciencias).
El ambiente continuaba siendo inadecuado para las ideas evolucio-
nistas. Así, por ejemplo, hacia 1875, Víctor Meunier había conseguido
publicar su obra Los antepasados de Adán. Historia del hombre fósil, en la
que narraba la vida de Boucher de Perthes, pero el editor, temeroso por las
represalias que podría acarrearle, retiró y destruyó la obra completa, que se
imprimirá nuevamente en el año 1900.
Al parecer, hacia 1883 el evolucionismo todavía no se mencionaba en
los cursos de biología de la Sorbona y aun a comienzos del siglo XX un
número considerable de biólogos franceses seguían ignorando o incluso
rechazando la idea de evolución.212
En España, la discusión entre quienes estaban a favor o en contra de
las ideas de Darwin se vio impulsada por la Ley de Libertad de Enseñan-
za de 21 de octubre de 1868. Así, los profesores Augusto González de
Linares, Antonio Machado Núñez y Rafael García Álvarez defendieron el
darwinismo. Pero Josep Cuello señala que, años más tarde (más concreta-
mente en febrero de 1875) el marqués de Orovio, quien ejercía entonces
como ministro de Fomento, dictó un Real Decreto y una circular prohi-
biendo la difusión del darwinismo en la enseñanza oficial, argumentando
que la mayoría de los españoles profesaba el catolicismo.

212 Cfr. Bowler (1985), 124-125.


El darwinismo fuera de Inglaterra 161

De acuerdo con tal disposición, los rectores vigilaron que los catedrá-
ticos no desarrollaran temas que pudieran atentar contra la fe católica,
pero González Linares se negó a acatarla y eso provocó que se lo separara
del cargo. Seguidamente, otros treinta y seis catedráticos se sumaron a su
actitud y corrieron la misma suerte. Poco tiempo después, en 1876, los
catedráticos disidentes fundarían la Institución Libre de Enseñanza y,
entre sus primeras medidas, designarían profesores honorarios a Darwin y
a Haeckel.213
Muerto Darwin, el 19 de abril de 1882, la prensa española comentó
el hecho de diversas maneras. Así, en el diario La Unión, de La Unión
Católica, se señala que la teoría de la evolución «es absurda y depresiva
para la dignidad humana»,214 en tanto que en el diario republicano El
Globo se elogia la figura de Darwin afirmando que se trataba de «uno de
los grandes pensadores de nuestro siglo, uno de los grandes obreros de los
progresos científicos».215
En Argentina, la teoría darwinista impacta fuertemente en el último
cuarto del siglo XIX. Penetra en todos los ámbitos, influyendo particular-
mente en las ideas políticas y en las ciencias naturales y sociales. Asimis-
mo, constituirá el sustrato filosófico del positivismo, movimiento que
tiene en la Argentina una vasta proyección.
En relación con el desarrollo del positivismo en nuestro país, Gracie-
la Aletta de Sylvas señala:
El sustrato filosófico del positivismo está constituido por el evolucionis-
mo darwiniano, articulado con el evolucionismo universal y el naturalismo
como concepción del mundo. Entre el 70 y el 80 la teoría darwiniana impreg-
na de un decidido biologismo al positivismo argentino y pretende renovar el
naturalismo frente al auge que empezaban a tener el espiritualismo y el idea-
lismo en Europa. Junto a la actividad cultural y política, en el contexto de la
introducción de la ciencia moderna en la Argentina, las ciencias naturales
adquieren, en este momento, un desarrollo inusitado.216

La mayoría de los intelectuales más representativos aceptaron el dar-


winismo sin objeciones. Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Guillermo

213 Cuello (1982), 536.


214 Núñez Ruiz (1982), 398.
215 Núñez Ruiz (1982), 399.
216 Aletta de Sylvas (1998), 7-8.
162 Capítulo 6

Enrique Hudson (1841-1922), Francisco Javier Muñiz (1795-1871),


Eduardo L. Holmberg (1852-1937), Domingo Faustino Sarmiento
(1811-1888), Florentino Ameghino (1854-1911), José Ingenieros
(1877-1925) y Carlos Bunge (1875-1918), entre otros, se declararon
partidarios del evolucionismo. Entre los pocos autores que se opusieron
a las nuevas ideas podemos mencionar a José Manuel Estrada (1842-
1894), Pedro Goyena (1843-1892) y, sobre todo, el prestigioso natura-
lista alemán radicado en Argentina Carlos Germán Conrado Burmeister
(1807-1892).
¿Qué opinión tenía Florentino Ameghino del darwinismo? El autor
de La antigüedad del hombre en el Plata y Filogenia, publicadas en 1880 y
1884, respectivamente, reconoce haber sido uno de los primeros en acep-
tar las ideas de Darwin, a quien califica de ser «un gran genio y un gran
sabio».217 También se declara gradualista, como Darwin, suponiendo que
en nuestro país podrían encontrarse numerosas formas de transición evo-
lutiva, punto muy criticado en Darwin.
Por otra parte, considera, al igual que él, que las clasificaciones no son
naturales sino artificiales, ya que solo tienen existencia en la mente del
investigador. Y esta idea está ligada estrechamente a la idea de evolución.
Transcribimos a continuación sus palabras:
las clasificaciones actuales son artificiales, no naturales y, por consiguiente, el
transformismo es una realidad.218

En 1877 miembros de la Sociedad Científica Argentina proponen el


nombre de Charles Darwin como Socio Honorario de la institución. Poco
tiempo después, al producirse su fallecimiento, se le tributa un sentido
homenaje en el Teatro Nacional de Buenos Aires, en un acto organizado
por el Círculo Médico Argentino, que congregó a unas 3000 personas. En
esa ocasión, Sarmiento y el joven médico y naturalista Eduardo Holmberg
pronunciaron palabras de reconocimiento al ilustre naturalista, frente a un
público selecto.

217 Ameghino (1937), 56.


218 Ameghino (1937), 48.
Datos biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-1882) 163

6. Datos biográficos de Darwin


y otras referencias (período 1860-1882)

1860
• Como ya hemos visto, en 1860 tiene lugar la contienda pública
entre el obispo anglicano de Oxford, Samuel Wilberforce y Thomas
Henry Huxley.
1862
• El naturalista alemán Ernst Haeckel (1834-1919) publica Mono-
grafía de los radiolarios, obra en la que proclama su adhesión al dar-
winismo. Haeckel se convertirá en el principal defensor y difusor de
las ideas darwinistas en Alemania.
1863
• Charles Lyell publica Pruebas geológicas de la antigüedad del hombre,
obra en la que, con ciertas reservas, acepta la tesis evolucionista.
• Thomas Henry Huxley publica El puesto del hombre en la naturale-
za, obra de claro contenido darwinista.
1865
• El prehistoriador inglés sir John Lubbock (1834-1913), un darwi-
nista convencido, publica Los tiempos prehistóricos.
1866
• Haeckel publica Morfología general de los organismos. En el segundo
tomo de esta obra, que Haeckel dedica a Lamarck, Darwin y Goe-
the, el autor utiliza el nombre hipotético de Pithecanthropus alalus
para designar a la forma de transición evolutiva entre los antropoi-
des y el hombre.
1868
• Haeckel publica Historia de la Creación de los seres según las leyes natu-
rales, un conjunto de conferencias en defensa del darwinismo. La
obra fue traducida al inglés en 1876, bajo el título History of Creation.
• Darwin publica, en dos volúmenes, The Variation of Animals and
Plants Under Domestication (La variación de los animales y de las
plantas bajo la acción de la domesticidad), obra que le demandó más
de cuatro años de trabajo. El éxito de venta obligó a una reimpre-
sión, un mes después de publicada.
164 Capítulo 6

1869
• Se publica la 5.ª edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, con una tirada de 2000 ejemplares.
1870
• Sir John Lubbock publica El origen de la civilización, obra de con-
tenido evolucionista en la que combate la vieja creencia acerca del
estado naturalmente civilizado del hombre.
1871
• Darwin publica The Descent of Man and Selection in Relation to Sex
(El origen del hombre y la selección en relación con el sexo), obra en
dos volúmenes en la que llega a la conclusión de que el hombre des-
ciende de una forma inferior. Invirtió en ella tres años de trabajo.
La 2.ª edición, ampliamente corregida, apareció en 1874 y se tra-
dujo al español en 1876.
• El antropólogo inglés Edward B. Tylor (1832-1917) publica The
Primitive Culture (La cultura primitiva).
1872
• Se publica la 6.ª edición de El origen de las especies por medio de la
selección natural, con una tirada de 3000 ejemplares. Se trata de la
edición definitiva, ya que en las anteriores Darwin efectuó modifi-
caciones y agregados.
• Publica The Expression of the Emotions in Man and Animals (La
expresión de las emociones en el hombre y en los animales), edición de
7000 ejemplares que se vendieron, en su mayor parte, al cabo de
corto tiempo. Originalmente, este trabajo solo iba a ser un capítulo
de El origen del hombre y la selección en relación con el sexo, pero la
cuantiosa información acumulada durante años justificó su publica-
ción independiente como libro. Parte de esa información provenía
de colaboradores a los que Darwin pedía que le comunicaran sus
observaciones y respondieran a los cuestionarios que él les enviaba.
1874
• Ernst Haeckel publica Antropogenia.
1875
• Darwin publica Insectivorous Plants (Plantas insectívoras) y The
Movement and Habits of Climbing Plants (Sobre los movimientos y
hábitos de las plantas trepadoras).
Datos biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-1882) 165

• Muere Charles Lyell y se le entierra en la Abadía de Westminster.


• El biólogo alemán Oscar Hertwig (1849-1922), alumno de Hae-
ckel y luego profesor de Anatomía en Berlín, comprueba que la
fecundación consiste, no en la fusión de dos células reproductoras,
sino en la de sus núcleos.
• Los alemanes Edward Strasbürger (1844-1912) y Walter Flemming
(1843-1905) describen por primera vez la división celular.
1876
• Darwin escribe su esquemática Autobiografía, publicada por su hijo
Francis dentro de Vida y cartas de Charles Darwin.
• En este mismo año publica The Effects of Cross and Self Fertilization
in the Vegetable Kingdom (El efecto del cruce y la autofertilización en
el reino vegetal).
1877
• Darwin es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de
Cambridge.
• Publica The Different Forms of Flowers on Plants of the same Species
(Las diversas formas de flores en plantas de la misma especie).
• Lewis H. Morgan (1818-1881) publica The Antiquity Society (La
sociedad antigua).
1878
• Se designa a Darwin miembro correspondiente de la Sección Botá-
nica de la Academia de Ciencias de Francia.
1880
• Con su hijo Francis Darwin publica The Power of Movement in
Plants (El poder de movimiento en las plantas).
• El ferviente darwinista argentino Florentino Ameghino (1854-
1911) publica La antigüedad del hombre en el Plata.
1881
• Aparece la última publicación de Darwin: The Formation of Vegeta-
ble Mould Through the Action of Worms (La formación del mantillo
vegetal por acción de las lombrices), obra de gran éxito de venta (en
los primeros tres años, aproximadamente 8500 ejemplares, tanto o
más que El origen de las especies por medio de la selección natural en
el mismo período).
166 Capítulo 6

• El 1 de mayo nace Pierre Teilhard de Chardin en Sarcenat (Francia).


1882-muerte de Darwin
• Durante los meses de febrero y marzo Charles tuvo lipotimias
acompañadas de fuertes dolores de corazón, que hicieron pensar en
una angina de pecho, asegura Hemleben. Desde entonces, padeció
cada vez con más frecuencia estados de angustia y desmayos que no
podían ser evitados por los médicos que lo atendían. Finalmente, el
19 de abril, muere Darwin. Inicialmente, el deseo de la familia fue
el de enterrar el cuerpo allí mismo, en Down. Pero luego dio su
consentimiento para que los restos recibiesen sepultura en la Aba-
día de Westminster, respondiendo a un especial pedido del decano
de la abadía y de veinte miembros del Parlamento inglés.
Amigos, parientes y representantes diplomáticos de Francia, Alema-
nia, Italia, España y Rusia, y de diversas sociedades científicas y Universi-
dades asistieron a la solemne ceremonia, que tuvo lugar el día 26 de abril.
En un balance de la vida de Darwin, Stephen Gould reflexiona:
[…] Darwin tuvo la suerte de nacer rico, tuvo la suerte de viajar a bordo del
Beagle, tuvo la suerte de vivir rodeado de las ideas de su época, tuvo la suerte
de tropezar con el pastor protestante Malthus —fue esencialmente poco más
que un hombre en el lugar preciso en el momento preciso—. Y, no obstante,
cuando leemos la historia de su lucha por comprender, y de la amplitud de sus
preocupaciones y sus estudios, y de la orientación de su búsqueda de un meca-
nismo para la evolución, comprendemos por qué Pasteur pronunció su famo-
sa frase de que la fortuna favorece a la mente preparada.219

¿Qué fue lo que distinguió a Darwin de los demás naturalistas? Según


Ernst Mayr, cuya opinión compartimos, «fue su habilidad para plantear
preguntas profundas y su perseverancia en intentar responderlas».220
Las obras de Darwin siguen teniendo un extraordinario valor cien-
tífico, aun a pesar de las imprecisiones que pudo haber cometido o las
cuestiones que no supo o no pudo resolver en su época. Lejos de todo ello,
coincidimos plenamente con las expresiones de Michael Ghiselin cuando
señala:

219 Gould (1986), 68-69.


220 Mayr (1992), 18.
El gran descubrimiento de Gregor Mendel 167

Difícilmente parece racional, al tratar la genética de Darwin y sus demás


contribuciones, condenar al Copérnico y al Newton de la biología por no ser
también su Einstein.221

Aunque mucho se ha escrito, y se continúa escribiendo, a favor de


Darwin o en su contra, el ilustre naturalista sigue constituyendo un obli-
gado punto de partida en la temática de la evolución, y no solo en ella. Ni
más ni menos como reza el título en inglés de una obra del varias veces
mencionado paleontólogo de la Universidad de Harvard, Stephen Jay
Gould: Ever since Darwin (Siempre desde Darwin).

7. El gran descubrimiento de Gregor Mendel

Johann Mendel (1822-1884) nació en Heizendorf, una pequeña


aldea al norte de Moravia. Por diversas circunstancias, y contando tan
solo con 21 años, ingresa como fraile en el monasterio agustiniano de
Santo Tomás, en Brno (en alemán Brünn), donde vestiría hábito y adop-
ta el nombre de fray Gregorio (de allí que se lo recuerde más común-
mente con el nombre de Gregor Mendel). Brno era una de las principa-
les ciudades industriales del Imperio austro-húngaro y posiblemente el
centro religioso de mayor prestigio de Moravia, región que en la actuali-
dad forma parte de la República Checa. Cuatro años después, en 1847,
sería ordenado sacerdote.
Entre 1856 y 1863 Mendel realizó experimentos con guisantes,
cultivando alrededor de 27 000 plantas de 34 variedades distintas en un
pequeño jardín de unos 35 metros de largo por 7 metros de ancho. Los
resultados demostraban que los caracteres no se transmitían como un
todo de una generación a la siguiente, sino separadamente como uni-
dades independientes unas de otras. Al cruzarse con otro individuo, las
posibilidades de combinación son múltiples, pero no existe fusión o
mezcla entre los caracteres, como se creía en la época, sino predominio
de un carácter respecto de otro. Por lo tanto, existen en la herencia
caracteres «que dominan» y otros que resultan «dominados» (dominan-
tes y recesivos), pero ni unos ni otros se mezclan ni se pierden con el

221 Ghiselin (1983), 209.


168 Capítulo 6

paso de las generaciones. Así, de las experiencias con guisantes llevadas


a cabo por Mendel se desprendía claramente que los caracteres «liso» y
«amarillo» eran dominantes y los caracteres «rugoso» y «verde» eran
recesivos. Mendel se dio cuenta de lo que podría denominarse «una
doble segregación independiente» en la transmisión de los caracteres, a
saber:
a) Los caracteres que tenían que ver con la forma de la semilla, lisa o
rugosa, se transmitían independientemente entre sí en la herencia.
En este caso, si bien es cierto que el carácter dominante, el liso,
predominaba sobre el rugoso en una proporción de 3 a 1, el carác-
ter recesivo rugoso no se mezclaba ni se perdía. A diferencia del
carácter dominante, cuya sola presencia implicaba manifestación,
el carácter recesivo se manifestaba únicamente cuando se unía con
otro recesivo. Idéntica situación se daba con el color de los gui-
santes (verdes o amarillos).
b) En segundo lugar, Mendel se dio cuenta de que los caracteres que
tenían que ver con la forma de la semilla se transmitían indepen-
dientemente de los del color, por lo que también pudo constatar
casos de guisantes lisos y verdes y de rugosos y amarillos en pro-
porciones numéricas definidas.
Mendel presentó el resultado de sus experiencias en dos reuniones
de la Sociedad de Naturalistas de Brno llevadas a cabo los días 8 de
febrero y 8 de marzo de 1865, redactando para ello un trabajo de 44
páginas que resumía siete años de investigación y miles de experimen-
tos. El texto fue publicado en forma de artículo en los Anales de la
Sociedad de Historia Natural de Brno al año siguiente, bajo el título de
«Experimentos de hibridación en plantas» y, en contra de lo que gene-
ralmente se supone, dice Tálice, el trabajo tuvo suficiente difusión para
la época (el autor relata que fue enviado a 120 bibliotecas con las cua-
les la Sociedad de Historia Natural de Brno mantenía intercambio y
cuarenta separatas le fueron entregadas a Mendel para su distribución
entre especialistas extranjeros). Refiriéndose a su repercusión, Tálice
señala:
[...] no tuvo resonancia alguna ni en Europa ni en los Estados Unidos. Pasó
inadvertida para todos aquellos que la leyeron u hojearon. A nadie se le ocu-
rrió felicitarlo o criticarlo, o solicitarle ampliaciones, aclaraciones, ni semillas
El gran descubrimiento de Gregor Mendel 169

para controlar las pruebas, según lo sugiriera el propio Mendel durante la lec-
tura de su trabajo. Nadie se mostró dispuesto a repetir tales experimentos. Ni
un solo autor se permitió citarlo.222

Mendel remite su escrito, con una dedicatoria, a uno de los botáni-


cos más reconocidos de la época, el alemán Karl Wilhelm von Nägeli
(1817-1891), profesor en la Universidad de Münich y especialista en
cuestiones de hibridación entre plantas del género Hieracium. Nägeli,
absolutamente convencido de la «herencia mezclada», no solo no le con-
cedió mérito alguno a las conclusiones obtenidas por el aficionado Men-
del, sino que le recomienda experimentar con el mencionado género.
Pero Mendel no logró repetir los resultados obtenidos con los guisantes.
Es que él había estado experimentando con variedades de una misma
especie, mientras que los botánicos de la época, como Nägeli, estaban
fundamentalmente preocupados por la hibridación entre especies distin-
tas. Desalentado, o muy ocupado con sus nuevas obligaciones tras ser
nombrado abad del monasterio en 1868, lo cierto es que Mendel no con-
tinuó con sus experiencias.
Lamentablemente, Darwin no pudo sacar provecho de los resultados
logrados por Mendel. A lo sumo, solo vio su nombre citado por el botá-
nico alemán H. Hoffmann, en 1869, pero nunca llegó a consultar el
artículo original de Mendel. En cambio, en la biblioteca de Mendel se
encontraron ejemplares de El origen de las especies por medio de la selección
natural y La variación de animales y plantas bajo la acción de la domestici-
dad con detalladas anotaciones.
¿Cuál habría sido la reacción de Darwin en caso de acceder a la obra
de Mendel? Nos parece particularmente interesante, al respecto, lo apun-
tado por Peter Bowler. Dice el autor:

Se ha sostenido que si Darwin hubiese leído los informes de Gregor


Mendel en torno a sus experimentos sobre la herencia en los guisantes
publicados en 1865, los problemas de la teoría de la selección se habrían
superado inmediatamente. Pero semejante afirmación descansa claramente
en una visión retrospectiva: sabemos que los experimentos de Mendel han
venido a ser la base de la genética moderna, y suponemos que Darwin y sus
seguidores hubieran sido capaces de valorar el significado que nosotros

222 Tálice (1968), 51-52.


170 Capítulo 6

ahora podemos leer en estos resultados. La historia nos dice que nadie de la
época era capaz de valorar las consecuencias de lo que Mendel estaba
haciendo —incluso ahora parece casi seguro que ni siquiera el propio Men-
del pensaba que sus experimentos serían la base de una nueva teoría de la
herencia—. De haber conocido los resultados de Mendel, Darwin los
habría dejado de lado probablemente como anomalía interesante. Difícil-
mente habría abandonado la pangénesis, porque un experimento solo no
hubiese tenido más peso que una dedicación de toda la vida a un modelo
diferente de pensamiento.223

Es un hecho que, si bien los historiadores de la ciencia estiman que


Mendel fue citado una docena de veces antes de 1900, sus conclusiones no
tuvieron la debida repercusión hasta treinta y cuatro años después de
publicadas. Efectivamente, solo a partir de 1900 el mendelismo adquiriría
todo su brillo y habría de ejercer una notable influencia sobre el darwinis-
mo. La suma de ambos, en buena parte, daría más tarde origen a la deno-
minada teoría sintética de la evolución.

223 Bowler (1995), 242.


CAPÍTULO 7

Hacia 1880 la teoría de la evolución había alcanzado un alto grado de


aceptación. Sin embargo, después de la muerte de Darwin, se inicia un
período de cuarenta o cincuenta años que Julian Huxley caracteriza como
de «eclipse del darwinismo».224 El mismo se habría producido, en gran
medida, por el hecho de que los adelantos en biología celular y en genéti-
ca sembraron serias dudas acerca de la eficiencia de la selección natural.
Las ideas sustentadas por algunos «neodarwinistas», que flaco favor le
hicieron al darwinismo, el auge de las posturas lamarckianas, con su insis-
tencia en la herencia de los caracteres adquiridos y el arrollador avance de
la genética mendeliana y de las experimentaciones en laboratorio por parte
de los mutacionistas, llevaron a que Darwin y la selección natural queda-
ran relegados a un segundo plano. Así, la popularidad del darwinismo
empezaba a decrecer.
Como señala Peter Bowler:
Los decenios anteriores y posteriores a 1900 fueron fundamentales para
el darwinismo, pues en ese momento el lamarckismo florecía todavía, al
mismo tiempo que comenzaba a imponerse la nueva alternativa mendeliana-
mutacionista. El darwinismo se veía atacado por todos los frentes, y el hecho
de que sus oponentes no se pusieran de acuerdo entre sí no era óbice para que
existiera un sentimiento general de que había quedado demostrada la insufi-
ciencia del viejo enfoque evolucionista.225

224 Huxley (1965), 22. Título del punto 3. Luego, esta expresión sería tomada por
Peter Bowler como título de una de sus obras, que citamos en esta misma página.
225 Bowler (1985), 51.
172 Capítulo 7

Recordemos que el punto más débil de la teoría de Darwin lo cons-


tituyó el tema de la herencia en general y de las variaciones en particular.
No sorprende, por lo tanto, que este sea el tema que concitará la atención
de botánicos y zoólogos en la última parte del siglo XIX y primera parte
del XX.
En medio de ese período existe un hecho histórico de profunda
importancia no solo en el campo de la herencia, sino en el del conoci-
miento científico en general. Al respecto, sugerimos al lector tener
presente este acontecimiento a lo largo del capítulo. Se trata del
redescubrimiento de los trabajos de Mendel, hecho que tuvo lugar en el
año 1900. Ese año, tres botánicos de diferente nacionalidad, el holan-
dés Hugo de Vries (1848-1935), el alemán Carl Eric Correns (1864-
1933) y el austríaco Heinrich Tschermack (1871-1962), trabajando
independientemente en cruzamiento experimental de vegetales, creen
«descubrir» las leyes de la herencia, pero en realidad lo que hacen es «redes-
cubrir» las conclusiones alcanzadas por Gregor Mend el treinta y cuatro
años antes.
Refiriéndose a las experiencias de Mendel, diría Hugo de Vries en su
informe de marzo de 1900:
Este importante trabajo se cita tan raramente, que solo llegué a cono-
cerlo cuando ya había terminado la mayor parte de mis investigaciones
[…].226

Del mismo modo, Correns reconocería que Mendel ya había obteni-


do los mismos resultados que de Vries y que él mismo y, finalmente, el
2 de junio de 1900, Tschermack escribiría:
Las recientes investigaciones de Correns sobre cruzamientos de distintas
variedades de Pisum sativum, y sus observaciones sobre los mestizos autofe-
cundados durante varias generaciones, confirman, al igual que las mías, las
doctrinas de Mendel. El simultáneo descubrimiento de Mendel, Correns, De
Vries y el mío mismo, me parece particularmente halagüeño. En el segundo
año de mis investigaciones también yo creía haber encontrado algo completa-
mente nuevo.227

226 Cfr. Tálice (1968), 62


227 Tálice (1968), 62.
El neodarwinismo: August Weismann (1834-1914) 173

1. El neodarwinismo: August Weismann (1834-1914)

La denominación «neodarwinismo» fue propuesta por George John


Romanes en 1895. A diferencia de lo sostenido por el mismo Darwin, los
neodarwinistas consideraron que la evolución se debe a una causa interior
al organismo, independiente de las condiciones ambientales.
Todos los autores coinciden en señalar que el representante más carac-
terizado del neodarwinismo fue August Weismann, considerado por Mayr
como el científico del siglo XIX con mayor impacto en la teoría evolutiva,
después de Darwin. Nacido en Fráncfort del Meno (Alemania), Weis-
mann estudió Medicina en la Universidad de Gotinga y, después de haber-
la practicado durante algún tiempo, se dedicó a la observación microscó-
pica. Más tarde, en 1863, acepta un puesto como profesor de Anatomía
Comparada y Zoología en la Universidad de Friburgo, pero al poco tiem-
po una rara enfermedad ocular le obliga a interrumpir sus investigaciones
y lecturas y además le impide usar el microscopio. Durante la siguiente
década de virtual ceguera Weismann se dedica a especulaciones teóricas,
convirtiéndose en uno de los principales defensores del darwinismo en
Alemania. Critica la pangénesis y, al igual que Wallace, sobrevalora (res-
pecto de Darwin) la importancia de la selección natural, convirtiéndola en
el «principio omnipotente de la evolución».
A partir de 1874 la vista de Weismann había mejorado lo suficiente
como para permitirle el estudio de pequeños animales acuáticos, investi-
gación que lo llevaría a exponer su teoría de la «continuidad del plasma
germinal» en 1883, en su discurso como rector (o vicerrector, según otras
fuentes) de la Universidad de Friburgo.
Con Weismann retorna el concepto de la máquina orgánica, que fuera
introducido por Descartes. Así, el organismo es concebido como una com-
pleja maquinaria constituida por una serie de engranajes que se mueven
dentro del sistema. Según Weismann, el organismo está dividido en dos
partes: el germen o germa, que es el portador de los caracteres hereditarios
contenidos en las células sexuales, y el soma, única parte del organismo
que puede ser modificado por las condiciones ambientales. Debido a que
existe una separación clara entre germa y soma (efectivamente, las células
sexuales son independientes de las somáticas), los nuevos caracteres no
174 Capítulo 7

pueden alterar el plasma germinativo y, por lo tanto, no pueden transmi-


tirse a los descendientes. Solo los cambios que se producen en el plasma
germinal pueden afectar la herencia del organismo.
Continuando con el pensamiento de Weismann, los caracteres adqui-
ridos son considerados como puramente individuales y somáticos (corpo-
rales) y no transmisibles por herencia. De esta manera, se concibe una
especie de inmortalidad fisiológica: el soma, es decir, el cuerpo, muere;
pero el germa es inmortal, ya que se va transmitiendo de generación en
generación («continuidad del plasma germinativo»). Para demostrar esta
afirmación, Weismann realiza una serie de experimentos que comprueban
el hecho de que las mutilaciones continuadas durante mucho tiempo
(cortó la cola a varias generaciones de ratones), no influyen en las caracte-
rísticas de los descendientes.
Weismann elaboró una teoría de traspaso, a través del plasma germi-
nal, de elementos corpusculares representativos de todo el organismo,
identificando estos elementos corpusculares hereditarios (denominados
idas por él) con pequeñas porciones de cromosomas o con los cromosomas
mismos. Creía que cada ida contiene todos los elementos esenciales para
el desarrollo del individuo. La variación se debía entonces a diferentes
combinaciones de idas, resultado de la unión de óvulos con espermatozoi-
des. El número de idas se duplicaría en cada una de esas uniones si no
fuera por la meiosis (o reducción cromática), cuya existencia Weismann
predijo.
En 1896, en su obra Sobre la selección germinal, Weismann extendió
la idea de selección natural al interior del organismo con su hipótesis de la
«selección germinal», que tiene lugar después de la fecundación, cuando se
produce la unión de los dos plasmas germinales, cada uno de ellos con sus
correspondientes caracteres o factores hereditarios. Por lo tanto, el proce-
so de selección natural, que para el darwinismo se produce siempre fuera
del organismo, en la teoría weismanniana es un proceso que ocurre siem-
pre, bajo la forma de «selección germinal», en su interior. Weismann
intentaba, de esta manera, una articulación entre la selección natural y la
biología celular.
En síntesis, el neodarwinismo de Weismann se aleja pronunciada-
mente de la postura sostenida por Darwin. Veamos las diferencias:
El mutacionismo 175

1) La concepción de Darwin es materialista. En cambio, la de Weis-


mann es vitalista mecanicista.
2) Weismann pone el acento en el organismo; Darwin en el medio.
3) Darwin aceptaba la herencia de los caracteres adquiridos. Weis-
mann no.
4) Weismann sobrevalora la importancia de la selección natural («es
el principio omnipotente de la evolución») respecto de Darwin
(«la selección natural ha sido el medio más importante, si bien no
el único […]»).228
5) Para Darwin, la selección natural existe fuera del organismo, por
el contrario, Weismann la considera dentro de él.
6) Para Darwin primero se producen las variaciones y luego, sobre
ellas, actúa la selección natural. Para Weismann, en cambio, las
variaciones se producen como consecuencia de la acción de la
«selección germinal» o selección natural interna.

2. El mutacionismo
2.1. Hugo de Vries (1848-1935)
Nacido en Haarlem (Holanda) en 1848, Hugo de Vries estudió en la
Universidad de Leyden y amplió sus estudios en las de Würzburg y Hei-
delberg. En 1878 ocupó la Cátedra de Botánica en la Universidad de Áms-
terdam, puesto que desempeñó hasta su jubilación en 1918. Murió en
1935, a los 87 años de edad.
Dedicado primeramente al estudio de la fisiología vegetal, luego deci-
dió estudiar la naturaleza de las variaciones sobre las que actuaba la selec-
ción natural. Así, en 1885 descubrió cerca de Hilversum (Holanda) un
terreno en el que abundaba particularmente la Oenothera lamarckiana
(nuestras prímulas de primavera), una planta de origen americano intro-
ducida en Europa y que se estaba expandiendo con rapidez.
Inmediatamente, de Vries observó que algunos ejemplares diferían
marcadamente del tipo normal, preguntándose si no habrían surgido

228 Darwin (1972), 44.


176 Capítulo 7

directamente por un fenómeno de variación brusca. Con el fin de com-


probar su hipótesis emprende el cultivo controlado de Oenotheras. De esta
manera, extrae nueve plantas recientes que trasplanta en su jardín y que
luego se multiplicarán por autofecundación. En el transcurso de pocos
años de Vries observa el desarrollo de ejemplares aislados con nuevos y
bien marcados caracteres de especie. Así, una nueva especie, surgida como
una entidad completamente independiente, era el resultado de un cambio
brusco o «mutación».
Con ese término de Vries denominó todos los cambios que se produ-
cen en uno o varios individuos de una especie (los llamados «individuos
mutantes») y que se transmiten hereditariamente a la descendencia. Según
de Vries la nueva especie surge súbitamente, con rasgos definidos y carac-
terísticos, sin pasar por ninguna etapa intermedia y sin que intervenga la
selección natural.
Aquí podemos apreciar bien lo que ya habíamos visto en Weismann:
la diferencia entre los cambios que afectan el germa, o «mutaciones», que
se producen al azar y son heredables, y las «modificaciones», producidas
por los factores ambientales en el soma, que no influyen en el germa y no
pasan, por lo tanto, a la descendencia (se comprende, entonces, que la
creencia en la herencia de los caracteres adquiridos quedara así descartada
por completo).
Resulta oportuno efectuar una aclaración. El término mutación es de
uso común en la actualidad, pero la magnitud del cambio depende del
tipo de mutación producida. Por ello se distinguen tres tipos de mutacio-
nes, a saber:
a) las mutaciones génicas, que afectan a un solo gen y son de escasa
envergadura,
b) las mutaciones cromosómicas, que son de una magnitud mayor, por
cuanto afectan al número de cromosomas o bien a su constitución,
c) las mutaciones genómicas, que son de máxima amplitud. En estos
casos se replica la dotación cromosómica completa (es el caso de
la poliploidía).
Más adelante, en los capítulos 8 (sintetismo) y 10 (puntuacionismo),
volveremos sobre el tema. En cuanto a de Vries, hoy podemos asegurar que
sobrestimó la amplitud y frecuencia de las mutaciones porque sus testi-
El mutacionismo 177

monios se basaban en una forma híbrida. De hecho, lo que de Vries había


observado no eran mutaciones génicas simples sino el producto de reor-
denamientos cromosómicos en una especie poco común.
Recordemos que en el año 1900 de Vries se da cuenta de que treinta
y cuatro años antes Mendel había alcanzado conclusiones idénticas a las
suyas. Fortalecido, publica una extensa obra bajo el título Die Mutations-
theorie (Sobre la teoría de la mutación), cuyo primer tomo aparece en 1901
y el segundo en 1903. En esta obra dice de Vries:
Las especies no están […] ligadas en forma continua, sino que surgen
por cambios o tránsitos repentinos. Cada nueva unidad agregada a las ya exis-
tentes da lugar a un tránsito y separa el tipo como una especie independiente
de la especie de la que deriva. La nueva especie constituye una aparición brus-
ca. Se presenta sin preparación visible y sin transiciones.229

Como resultado de sus trabajos, muchos biólogos comenzaron a sos-


tener la idea de que las mutaciones constituían la materia prima de la evo-
lución, quedando la selección natural relegada a un segundo plano. Tal
cual lo expresaba de Vries:
La selección natural no puede crear nada, solo puede cribar lo creado.230

Si tomamos esta expresión literalmente, podríamos concluir que no


dice nada que Darwin no haya dicho: «Si no aparecen estas (se refiere a las
variaciones), la selección natural no puede hacer nada».231 O lo que es lo
mismo: la selección natural no crea las variaciones (mutaciones en de
Vries); solo actúa cribándolas, tamizándolas, filtrándolas, después, solo
después, que ellas hayan aparecido.
Sin embargo, creemos que la expresión de de Vries debe ser entendi-
da de otra manera: en el sentido de que las mutaciones, es decir, los cam-
bios, constituyen lo nuevo, lo creativo en la evolución, en tanto que el
mecanismo de la selección natural cumple el papel de agente negativo, ya
que no crea nada nuevo y solo elimina las mutaciones desfavorables.

229 Singer (1947), 526.


230 Citado por Templado (1974), 111.
231 Darwin (1972), 134.
178 Capítulo 7

2.2. William Bateson (1861-1926)


Independientemente de de Vries, el biólogo inglés William Bateson
(1861-1926) se destacó también en el estudio de las variaciones llegando
a conclusiones similares a las de aquel. Hijo de un profesor de la Univer-
sidad de Cambridge, efectuó allí sus estudios universitarios y, siendo joven
y simpatizando con el lamarckismo, emprendió un largo viaje a los lagos
de Asia central (el lago Balkash, lago Tchalka, mar de Aral, etc.) con la
esperanza de descubrir en la fauna de esas remotas regiones inexploradas
pruebas de la herencia de los caracteres adquiridos.
Dicho viaje tenía el propósito de estudiar la relación existente entre
las características de los seres vivos y las condiciones ambientales. Así,
pudo comprobar que en muchas especies no existían signos de correlación
alguna entre la variación producida y nuevas condiciones ambientales. El
hecho de encontrar muy pocas correlaciones positivas y ningún ejemplo
de herencia de caracteres adquiridos evidentemente contradecía postula-
dos del lamarckismo y del darwinismo. Es por ello por lo que, de regreso,
Bateson adoptó una posición hostil hacia los lamarckianos (véase, más
adelante, la relación que mantuvo con Kammerer).
Bateson pensaba que si una especie podía vivir en condiciones muy
diferentes sin mostrar ningún signo de adaptarse a ellas, era evidente que
el medio ambiente no ejercía sobre los organismos el control que presu-
ponía la selección natural. A partir de este momento, Bateson llegó a la
conclusión de que era la variación, y no la selección natural, la que desem-
peñaba un papel fundamental en la dirección del curso de la evolución.
Hacia 1887, siendo ayudante de la Cátedra de Zoología en la Univer-
sidad de Cambridge, se dedicó a registrar hechos vinculados con la
variación en plantas y animales. Así, se interesó por un caso evidente de va-
riación discontinua: el polimorfismo de muchas especies de flores. En 1891
se sentía tan impresionado por la discontinuidad de las formas de las flores
dentro de una misma especie, que le pareció imposible aceptar que estruc-
turas tan diferentes se hubiesen producido de manera gradual mediante la
selección de pequeñas variaciones, como decía la teoría darwinista.
Fruto de siete años de observaciones y experimentaciones fue la publi-
cación de Materiales para el estudio de la variación, obra en la que Bateson
pone el acento en las variaciones discontinuas y que, por este mismo moti-
El mutacionismo 179

vo, no fue bien recibida en el ambiente universitario británico, fiel a Dar-


win y a la idea de la variación continua.
Cuando en el año 1900 se redescubrieron los trabajos de Mendel,
Bateson se dio cuenta de inmediato de la importancia que tenían esas
investigaciones y el apoyo que brindaban a sus propias conclusiones acer-
ca del significado de las variaciones discontinuas. Así fue como, de la
mano de Bateson, el mendelismo ingresó y se expandió en Inglaterra de
modo incontenible. Tanto es así que en 1901 se publicó una traducción
de los trabajos de Mendel al inglés y al año siguiente apareció Los princi-
pios mendelianos de la herencia de Bateson. Cabe señalar que su admiración
por Mendel fue tan grande que bautizó a su propio hijo con el nombre de
Gregory (por Gregor).
Declarado antiseleccionista, Bateson fue el primero en demostrar,
mediante sus experiencias con aves de corral, que las leyes de Mendel eran
tan aplicables a los animales como a las plantas. Pero ninguna de estas
pruebas era suficiente para convencer a los seguidores de Darwin, que defen-
dían la herencia «por mezcla» y que intentaron demostrarla aplicando un
método estadístico a la biología (de allí que se la denominara «biometría»).
La contienda entre mendelianos y biometristas, que se extendió desde
1901 hasta 1906, fue durísima. Al frente de los primeros, partidarios de la
variación discontinua, se ubicaba William Bateson y entre los segundos,
continuadores de la idea de la variación continua, se destacaban el profe-
sor de Zoología en Oxford Walter Weldon (1860-1906) y el matemático
Karl Pearson (1857-1936).
Durante esos años cada bando tuvo su estrategia de confrontación.
Pearson y Weldon atacaban a Bateson y otros mendelianos publicando
artículos en la revista Biometrika, fundada por Pearson en 1901, pero no les
concedían derecho a réplica en esta. La respuesta no se hizo esperar: Bate-
son escribía lo suyo y lo difundía en una publicación cuya cubierta era una
reproducción exacta de la cubierta de la revista Biometrika. A su vez, Pear-
son hizo uso de su influencia sobre los editores de Nature para que no
publicaran nada proveniente de Bateson y sus seguidores. Pero con la muer-
te de Weldon, en 1906, terminaría triunfando la postura mendeliana.
En 1904, en el Congreso de la British Association, celebrado en Cam-
bridge, Bateson fue nombrado presidente de la Sección Zoología. Dos
180 Capítulo 7

años después, en 1906, él mismo propondría el término genética, con


motivo de la Tercera Reunión Internacional sobre el tema, convocada en
Londres.
En 1908, Bateson fue elegido para ocupar la Cátedra de Biología en
la Universidad de Cambridge, cátedra que en 1912 pasaría a denominar-
se de Genética. Por entonces, Bateson ya se había hecho cargo de un ins-
tituto dedicado por completo a las investigaciones genéticas, el cual diri-
gió hasta su muerte, acaecida en 1926.

2.3. Thomas Hunt Morgan (1866-1945)


Este médico y biólogo norteamericano nació en Lexington (Ken-
tucky), en 1866. Después de cursar estudios en la Universidad de Kentu-
cky, de los que se graduó en 1886, se doctoró en la Universidad John
Hopkins, de Baltimore (Maryland), en 1890. Luego, en 1891, fue
nombrado profesor de Biología en el Colegio Bryn Mawr, pequeña ciu-
dad de Pennsylvania en los alrededores de Filadelfia, permaneciendo
hasta 1904. Este año Morgan es nombrado profesor de Biología Expe-
rimental en la Universidad Columbia, de Nueva York, cargo que desem-
peñaría hasta 1928. También enseñó en California, en el Institute of
Technology de Pasadena, de 1918 a 1940, donde fue director de la
División Biología. Morgan muere en 1945 en la ciudad de Pasadena, a
la edad de 79 años.
Interesado por el desarrollo de las investigaciones mendelianas y los
estudios citológicos sobre los cromosomas, Morgan mostraba cierto escep-
ticismo hacia la validez universal de las leyes mendelianas. Ya en 1883 el
científico belga Edouard van Beneden (1845-1910) había comprobado
que el número de cromosomas en cada especie era constante. En 1902, de
manera independiente aunque simultánea, el biólogo alemán Theodor
Boveri (1862-1915), considerado el mayor citólogo de fines del siglo XIX,
y el biólogo y genetista norteamericano Walter S. Sutton (1877-1916)
habían formulado la «teoría cromosómica de la herencia» y en 1909, el
biólogo danés Wilhelm Johannsen (1857-1927) había llamado «gene» a la
unidad mendeliana de la herencia. Sin embargo, Morgan dudaba de la
existencia real de los genes dentro de los cromosomas o, dicho de otra
manera, de que los cromosomas fuesen los portadores de los genes. El
tema requería una investigación profunda. Dice al respecto Garland Allen:
El mutacionismo 181

Al rechazar las especulaciones y las conjeturas como injustificables en la


biología moderna, Morgan y otros biólogos abogaron por recurrir sistemática-
mente al método experimental en embriología. La toma de partido por el
método experimental pasó a ser la marca distintiva de la joven generación de
biólogos que emergía en Europa y sobre todo en Estados Unidos en el último
decenio del siglo XIX y primeros del XX.232

La primera cuestión que debía resolverse era el material sobre el que


se trabajaría en el laboratorio. La elección de Morgan recayó en la mosca
Drosophila melanogaster o «mosca de la fruta», pequeño díptero que pre-
sentaba una triple ventaja: su pequeño tamaño, que permitía mantener
grandes cantidades en espacios reducidos, su corto ciclo de desarrollo (en
el calor un individuo requiere solo 12 días para pasar desde el huevo a la
madurez sexual) y su extraordinaria prolificidad (200 a 300 descendientes
por pareja) y, finalmente, la presencia de solo cuatro pares de cromosomas,
claramente distintos unos de otros por su forma y tamaño y fácilmente
reconocibles al microscopio.
A partir de 1910 Morgan y sus colaboradores Alfred Henry Sturte-
vant (1891-1970), Herman Joseph Muller (1890-1967) y Calvin Black-
man Bridges (1889-1938) emprendieron la investigación obteniendo
como resultado la comprobación de la existencia de los genes dentro de
los cromosomas y observando que estos están dispuestos en serie lineal
y según un orden fijo, por lo que Morgan encontró rápidamente un
método que le permitía reconocer, de manera aproximada, la posición
cromosómica de un determinado gen. De esta manera, pudo localizar
cientos de genes y así elaborar, con su equipo, verdaderos «mapas» de
los cromosomas de la Drosophila. Con ello, no solo se logró la produc-
ción de mutaciones, sino, además, y fundamentalmente, la posibilidad
de dirigirlas.
Sin embargo, a diferencia de de Vries, Morgan sostuvo que las muta-
ciones de gran amplitud eran esporádicas y dio mayor importancia a las
pequeñas mutaciones, es decir, a las mutaciones génicas. De esa manera,
veía la evolución como un proceso relativamente gradual, en el que los
genes portadores de ligeras ventajas adaptativas se difundían en la pobla-
ción. En relación con este punto, Peter Bowler señala:

232 Allen (1985), 729.


182 Capítulo 7

Las mutaciones dejaron de verse como cambios genéticos totales que


producían una nueva población reproductora de la noche a la mañana, consi-
derándose que se trataba de cambios en los genes individuales con un efecto
limitado sobre la forma del organismo, y que se producía dentro de la pobla-
ción reproductora existente.233

En 1915, Morgan y sus colaboradores publicaron Mecanismos de la


herencia mendeliana, libro considerado como el más importante dentro de
la genética desde la publicación del famoso artículo de Mendel en 1866 por
llegar a demostrar la validez de la teoría cromosómica de la herencia. Al año
siguiente, en 1916, Morgan publica Evolución y mendelismo (crítica de la
teoría de la evolución) y, en 1926, La teoría del gene, su obra cumbre.
Detengámonos un momento en su obra Evolución y mendelismo (crí-
tica de la teoría de la evolución). En realidad, el blanco de sus críticas era la
selección natural, ya que estaba convencido de que esta no podía llegar a
explicar la aparición de nuevas especies. En todo caso, la selección natural
podía ser responsable de modificaciones menores dentro de la especie,
pero no de generar organismos que representaran especies nuevas. De
hecho, Morgan argumentaba que en ningún caso los criadores habían
podido crear nuevas especies por medio de la selección artificial.
Entre 1927 y 1931 Morgan presidió la Academia de Ciencias de Esta-
dos Unidos y también la Asociación Americana para el desarrollo de la
Ciencia (1930). Asimismo, en 1933, fue presidente del Sexto Congreso
Internacional de Genética. Este mismo año recibe el Premio Nobel de
Fisiología y Medicina y un año después, en 1934, publica Embriología y
genética.
Cabe destacar que Morgan, llamado «el Mendel del siglo XX» y tam-
bién «el padre de la genética moderna», y sus colaboradores, trabajaron
sobre el tema durante cuarenta años. Observaron 12 000 generaciones y
30 millones de moscas. Comprobaron 463 caracteres hereditarios y más de
800 mutaciones.234 Estudiaron unos 5000 genes (el número total de genes
en la Drosophila melanogaster se estima en unos 10 000). En 1946 también
Herman Muller, quien había integrado su equipo, recibió el Premio Nobel
de Física por sus trabajos acerca de las mutaciones inducidas por rayos X.

233 Bowler (1985), 217.


234 Cfr. Tálice (1968), 71.
La herencia de los caracteres adquiridos 183

3. La herencia de los caracteres adquiridos


3.1. Paul Kammerer (1880-1926)
Paul Kammerer (1880-1926), una de las figuras principales de un
pujante movimiento lamarckiano de principios del siglo XX, nació en
Viena, en cuya Universidad inició su formación en ciencias naturales
desde muy joven. En 1902 pasa una temporada de estudio en el laborato-
rio zoológico de Trieste y, a continuación, realiza una serie de viajes para
recolección de materiales de estudio por Italia, Egipto y Sudán. En 1903,
cuando apenas contaba con 23 años, Kammerer ingresa en el Instituto de
Biología Experimental de Viena (Vivarium), dirigido por Hans Przibram,
doctorándose en 1904. Dos años más tarde, sería designado Privatdozent
(conferenciante) de la Universidad. Desde 1906 a 1912 fue profesor de
Biología en el Liceo Cottage de Viena. En 1909, y tras cinco años de expe-
rimentos sistemáticos intentando alterar el modo de reproducción de la
salamandra, obtuvo el Premio Sömmering para descubrimientos funda-
mentales en Fisiología, concedido por la Sociedad de Ciencias Naturales
de Fráncfort.
A partir de 1909, Kammerer sostuvo que había realizado una serie de
experiencias que demostraban la herencia de los caracteres adquiridos.
Pero el autor, sospechoso de haber cometido fraude, terminó con su corta
vida suicidándose. Si bien es cierto, como decíamos en la introducción,
que tanto él como sus experiencias permanecen prácticamente en el olvi-
do en la actualidad, el hecho de que se trate de un caso rodeado de dudas
e interrogantes seguramente despertará la curiosidad del lector. Digamos
también que, debido a que la obra de Arthur Koestler El abrazo del sapo es
la que quizá mejor describe los hechos, y aun a pesar de su abierto apoyo
hacia Kammerer, hemos optado por seguir, en gran parte, su relato.
Lo primero que interesa comentar es que su ingreso en el Vivarium se
produjo poco después de que su director, Przibram, fundara el instituto
con la intención de estimular los trabajos de la nueva biología experimen-
tal. Przibram había estado leyendo algunos artículos de Kammerer (entre
ellos Anfibios en cautividad) y, tras ponerse en contacto con él, lo invitó a
desarrollar sus ideas en el instituto. Entre ellos se establecería una asocia-
ción que duraría toda la vida. Refiriéndose a las cualidades de Kammerer,
escribe Przibram:
184 Capítulo 7

Estábamos buscando un ayudante capaz de planear el acuario y el terra-


rio de modo que las pequeñas criaturas se sintieran como en su casa. Después
de leer el artículo de Kammerer sobre el cuidado de sus animales en cautivi-
dad, le hice una visita y descubrí en él a un colaborador entusiasta y compe-
tente. Sus dotes como músico y su temperamento artístico se combinan con
una gran habilidad para observar la naturaleza en sus más mínimos detalles y
un amor hacia todas las criaturas vivas sin paralelo en mi experiencia. Ese era
el núcleo de su personalidad. Organizó nuestros acuarios y terrarios de tal
forma que se convirtieron en modelos para el adecuado cuidado de esos ani-
males. No creo haber conocido a nadie capaz de manejarlos como él.235

Kammerer recogió la mayoría de los especímenes con los cuales tra-


bajó, en las montañas y tierras bajas de Europa central, así como en tres
expediciones a las deshabitadas tierras dálmatas. Otro viaje, esta vez en
compañía de Przibram, lo llevó al Sudán, donde recolectó ejemplares tro-
picales para el Instituto. La idea de Kammerer era inducir cambios en los
hábitos de cópula y también alteraciones en las características físicas de
animales criados en medios artificiales diferentes de su hábitat natural, con
el fin de comprobar luego si los cambios producidos llegaban a convertir-
se en hereditarios.
Con el objeto de alterar el método de reproducción de la salamandra,
Kammerer trabajaría con dos ejemplares de características diferentes, una,
la Salamandra atra, que habita en los Alpes, es de color negro y da a luz
sobre tierra firme dos únicas crías grandes y bien formadas, y la moteada
Salamandra maculosa, que habita las tierras bajas y, una o dos veces al año,
da a luz de diez a cincuenta larvas pequeñas, con branquias externas, que
deposita en el agua. Al cabo de varios meses las branquias externas desa-
parecen y los renacuajos se convierten en salamandras.
El experimento consistía básicamente en criar la salamandra moteada
sobre un suelo seco y frío, imitando el clima alpino y criar la salamandra
alpina en un clima artificial más cálido, similar al de las tierras bajas. Los
resultados, publicados en 1904 y 1907, mostraban, según sus propias pala-
bras, una completa inversión de los caracteres reproductivos con las sala-
mandras moteadas pariendo dos crías plenamente desarrolladas, como lo
hacen las alpinas, y estas, las alpinas, pariendo larvas pequeñas con bran-
quias externas, como las moteadas.

235 Citado por Koestler (1973), 21-22.


La herencia de los caracteres adquiridos 185

El segundo objetivo era conseguir que esos especímenes procreados


artificialmente a partir de 1903, alcanzaran la madurez y copularan para
ver si la segunda generación mostraba signos de haber heredado el com-
portamiento reproductor «anormal» de los padres. Esto llevaba varios años
puesto que las salamandras no alcanzan la madurez sexual hasta los cuatro
años aproximadamente. Finalmente, en 1906 y 1907 Kammerer se alegró
de presenciar el nacimiento de seis camadas, cuatro de tipo moteado y dos
de tipo alpino. Todas mostrando en diverso grado la inversión, inducida
artificialmente, del método reproductor.
Una segunda experiencia también fue llevada a cabo con salamandras.
Esta vez con la variedad moteada (Salamandra maculosa) que tiene man-
chas amarillentas distribuidas irregularmente sobre un fondo negro. El
experimento, que se prolongó por espacio de once años, consistía en criar
un grupo de animales sobre suelo negro y otro sobre suelo amarillo (artifi-
cial). Las manchas amarillas del primer grupo se fueron reduciendo cada
vez más, en cambio en el segundo grupo las manchas amarillas se agran-
daban progresivamente, hasta formar anchas bandas, comprobándose
luego que estos resultados influían en la herencia.
Otra experiencia fue realizada con el tritón ciego, o Proteus, que
habita en aguas subterráneas de cavernas de Europa central y es un peren-
nibranquio, porque toda su vida tiene respiración branquial. Si Proteus se
cría a la luz permanece ciego pero Kammerer hizo la prueba de criarlo
con luz roja, y entonces desarrolló ojos, demostrando que la información
hereditaria para la formación de ojos no se había perdido. Aunque Kam-
merer no pretendió que este experimento tuviera algo que ver con la
herencia de caracteres adquiridos, igualmente debió enfrentarse con
diversas críticas.
Pero hubo un experimento que Kammerer consideraba de significati-
va importancia en su demostración de la herencia de caracteres adquiridos.
No era ni su trabajo con las salamandras ni con el sapo partero, sino sus
experiencias con una ascidia marina denominada Ciona intestinalis, que
vive en el fondo del mar y tiene dos prolongaciones en forma de tubo, o
sifones, que se emplean para la alimentación: uno para absorber agua
marina, el otro para expulsarla. Kammerer cortó esos sifones y descubrió
que la Ciona los regeneraba, y que los sifones regenerados eran más largos
que los anteriores; cuanto más repetía la operación, mayor longitud alcan-
186 Capítulo 7

zaban los sifones. Después aseguró que el alargamiento de los sifones se


convertía en hereditario.
Sin embargo, de todos los experimentos que efectuó Kammerer los
que tuvieron mayor repercusión fueron los realizados con el Alytes obste-
tricans, o sapo partero. Sabía que la mayoría de los sapos y ranas copulan
en el agua, donde el sapo macho abraza a la hembra por la cintura y se
mantiene aferrado a ella a veces por espacio de varias semanas hasta que
ella pone los huevos, que él fecunda con su semen. Para poder abrazar a la
hembra en el agua, el macho desarrolla en la época de celo unas callosida-
des en las palmas y dedos (llamadas «callosidades nupciales»). Pero el sapo
partero, que copula en tierra, donde la piel de la hembra es áspera y seca,
no presenta (ni necesita) esas callosidades. Kammerer pretendía que, indu-
ciendo al Alytes a copular en el agua durante varias generaciones, como los
otros sapos, terminaría por desarrollar las callosidades, que además se con-
vertirían en un rasgo adquirido heredado.
Manteniendo a los sapos en una temperatura anormalmente alta (de
25º a 30º) y poniendo a su alcance un estanque con agua fresca, se conse-
guía que los animales pasasen cada vez más tiempo en el agua hasta que
finalmente terminaban por copular allí mismo. Posteriormente, los
machos así tratados adquirían rugosidades y este carácter se transmitía
hereditariamente, de modo que en la quinta generación tratada de esa
manera, todos los machos la poseían.
Si bien el experimento con el Alytes obstetricans fue considerado cru-
cial; el mismo Kammerer sabía que perfectamente se podía objetar el
hecho de que, siendo que la especie Alytes descendía de sapos corrientes
que copulaban en el agua y estaban equipados con rugosidades nupciales,
la reaparición de esas rugosidades podría deberse a un fenómeno de ata-
vismo (recuperación de un carácter existente en un antepasado). Por lo
tanto, Kammerer le restaba importancia a las callosidades nupciales y
negaba que fueran una prueba concluyente de la herencia de los caracteres
adquiridos.
Sin embargo, el inglés William Bateson tomó el caso como si se tra-
tara de una demostración de la herencia de los caracteres adquiridos.
Recordemos que Bateson había sido lamarckiano en sus comienzos e
incluso había intentado encontrar fenómenos de ese tipo en lugares inhós-
La herencia de los caracteres adquiridos 187

pitos de Asia, pero no encontró ningún caso. Más tarde, con el redescu-
brimiento de los trabajos de Mendel, Bateson se convertiría en mendelia-
no y, por lo tanto, contrario a la idea de la herencia de los caracteres adqui-
ridos. Resulta obvio, por lo tanto, que se manifestara tan duramente con-
tra aquellos que, como Kammerer, sostenían una idea que él ya había
abandonado.
Más tarde, con la guerra de 1914-1918 todos los animales de Kam-
merer murieron y el instituto quedó convertido en ruinas. En 1919, una
vez finalizada la contienda, Kammerer publica un estudio detallado sobre
su trabajo con los Alytes. Posteriormente, en 1923, realiza un viaje a Ingla-
terra para dictar una serie de conferencias llevando consigo un frasco con el
último ejemplar conservado que le quedaba de los sapos con callosidades.
El tema volvió a tener actualidad en 1926, con ocasión de una visi-
ta de Gladwyn Kingsley Noble, conservador del Museo Americano de
Historia Natural y experto en biología de anfibios, al Instituto de Inves-
tigaciones Biológicas de Viena, donde Przibram lo autorizó, con el
consentimiento de Kammerer en ese momento ausente, a examinar el famo-
so ejemplar. En su carta a Nature, el 7 de agosto de 1926, Noble mani-
festaba que con la ayuda de la lupa binocular no observó callosidades.
Por el contrario, había advertido que las superficies ventrales y dorsales
de la mano izquierda eran de color negro, y que esta capa negra parecía
proceder de una capa profunda de la piel. Entonces, procedió a exami-
narla minuciosamente y vio que era producto de una inyección de tinta
china.
En una carta a Nature que acompañaba a la de Noble, Przibram,
director del instituto, reconocía que el espécimen examinado actualmente
no tenía ya callosidades, pero que las había tenido anteriormente y que las
numerosas dificultades para realizar demostraciones por el mundo le de-
bían haber deteriorado y hecho perder sus callosidades. En cuanto a la
tinta china, reconocía que alguien había debido inyectarla: o un ayudante
bien intencionado, probablemente para luchar artificialmente contra el
blanqueamiento progresivo operado por la luz del día en esa zona de la
mano (el animal ya tenía quince años) o bien alguien que buscaba vengar-
se de Kammerer. Lo cierto es que Przibram consideraba que el responsable
no era el propio Kammerer, pues él había permitido las investigaciones.
188 Capítulo 7

Koestler se pregunta: ¿cuándo se inyectó la tinta? Al respecto, afirma


que el ejemplar en cuestión había sido sometido a estudios preliminares
con aumentos moderados de un microscopio binocular, por parte de bió-
logos de Cambridge y Londres (algunos bien predispuestos y otros escép-
ticos) con motivo del viaje que hizo Kammerer a Inglaterra en 1923. Es
evidente que si la tinta se hubiese inyectado antes de ese viaje, razona
Koestler, el ejemplar no hubiese pasado el examen (sin embargo, otras ver-
siones aseguran que tanto partidarios como adversarios de Kammerer no
pudieron ponerse de acuerdo sobre lo que veían en el sapo). Sea como
fuere, Koestler concluye que la tinta fue inyectada en el ejemplar después
de su regreso, en muy mal estado, a Viena.
¿Quién lo hizo y por qué lo hizo? En este sentido, Koestler señala:
No podemos excluir la posibilidad de que lo hiciera el mismo Kamme-
rer en un arrebato de desesperación. Su colección de preparados —la prueba
del trabajo de toda su vida— estaba arruinada, y el último espécimen, amena-
zado de ruina. Sabiendo que las rugosidades negras habían estado allí, pudo sen-
tir la tentación de restaurar artificialmente su aspecto. Incluso es posible que
no considerara siquiera que aquello era algo incorrecto. Estos retoques no son
desconocidos en la historia de la ciencia.236

Y más adelante:
Sin embargo, existen fuertes razones en contra de esta suposición. El riesgo
de que se descubriera era menor mientras el espécimen permaneciera en el
Museo, pero seguía siendo un riesgo muy grande, como lo demostraron los
hechos posteriores. Una corriente constante de visitantes pasaba por el Instituto
de Viena, y frecuentemente había que sacar el espécimen de su frasco para que lo
examinara alguna Very Important Person. Era inevitable que surgiera antes o des-
pués un Dr. Noble. Además, la inyección era un trabajo muy torpe, y Kammerer
era un cumplido experimentador, cuya habilidad para la manipulación y disec-
ción de animales hasta sus enemigos tenían que reconocer a regañadientes.237

Muerto Hans Przibram, director del instituto donde trabajaba Kam-


merer, su hermano Karl le escribió a Koestler dos cartas, el 19 y el 27 de
octubre de 1970. Koestler transcribe la parte esencial:
Mi hermano estuvo siempre convencido de la honestidad de Kammerer,
y en varias ocasiones dijo que creía conocer la identidad del falsificador, pero

236 Koestler (1973), 127.


237 Koestler (1973), 128.
La herencia de los caracteres adquiridos 189

que no podía hacerla pública por falta de pruebas suficientes. Si se me permi-


te añadir mi opinión, consideraba a Kammerer demasiado inteligente para
cometer semejante torpeza.
Desde luego, mi hermano creía en la inocencia de Kammerer, y estaba
convencido de que el único propósito de la falsificación era desacreditar a
Kammerer y su obra.238

Habiendo sido invitado para organizar un Instituto de Biología Expe-


rimental en Moscú, bajo los auspicios del famoso instituto del profesor
Pavlov, y a ocupar una cátedra de Genética, Kammerer se trasladaría a
Moscú para iniciar sus tareas el 1 de octubre. En este sentido, cabe seña-
lar que unos días antes de su suicidio, acaecido el 23 de septiembre de
1926, Kammerer visitó la delegación soviética en Viena dando numerosas
instrucciones para que el embalaje y traslado del equipo científico se hicie-
ra con el mayor cuidado.
Llama la atención el hecho de que, si bien las revelaciones de Noble
fueron publicadas por la revista Nature el 7 de agosto de 1926, sus obser-
vaciones se habían efectuado unos seis meses antes. Sin embargo, aun en
conocimiento de la falsificación, las autoridades rusas no revocaron su
invitación a Kammerer, a pesar de que habían tenido tiempo más que sufi-
ciente para arrepentirse. Todo hace pensar, según Koestler, que estaban
seguros de su integridad personal.
A pesar de que sus detractores póstumos intentaron mostrar a Kam-
merer como un aficionado y un escritor de artículos de divulgación,
Kammerer había publicado sus trabajos en el Archivo de Roux, dirigido por
un pionero de la biología experimental: Wilhelm Roux. La revista era «una
de las publicaciones más respetadas, si no la más respetada del mundo en
ciencias biológicas» (así lo señala la Enciclopedia Británica). Otros docu-
mentos aparecieron en Natur (Leipzig), en Nature (Londres) y en otras
revistas especializadas.239
Si bien es cierto que en una de las cartas que dejó tras su suicidio
Kammerer insistía en que no había sido el responsable de la falsificación,
no es seguro que se suicidara por este motivo. Otra versión indica que
pudo influir en su decisión de poner fin a su vida el hecho de que una
artista vienesa, de la que estaba enamorado, se decidiera a no seguirle a

238 Koestler (1973), 137.


239 Koestler (1973), 24.
190 Capítulo 7

Moscú. Por otro lado, Koestler asegura que, al producirse la ascensión del
nazismo en la Universidad de Viena en 1925-1926, tal vez un militante
nazi quiso deshonrar al socialista Kammerer.
Desacreditado todo el trabajo de Kammerer, nadie ha creído que
mereciera la pena intentar repetirlo. La extraordinaria dificultad de criar a
esas criaturas en cautividad, y los muchos años que tienen que transcurrir
antes de que se hayan sucedido generaciones en número suficiente para
probar la herencia, son suficientes para desanimar a cualquier científico.
Por otra parte, un descubrimiento efectuado en 1924 anulaba toda
conclusión sobre los Alytes acuáticos ya que se había descubierto en la natu-
raleza un Alytes, terrestre que presentaba callosidades copulatorias. Por con-
siguiente, los sapos de Kammerer podían tener perfectamente rugosidades
copulatorias sin que su régimen acuático interviniera para nada en ello.
De todos modos, nada asegura que se eliminara, en las experiencias,
toda posibilidad de intervención de la selección natural. Con relación a
este punto, Stephen Jay Gould asegura que, en realidad
[...] Kammerer había realizado un experimento darwiniano: al obligar a los
sapos a reproducirse en el agua, tan solo sobrevivieron unos pocos huevos.
Kammerer había ejercido una fuerte presión selectiva a favor de cualesquiera
variaciones genéticas que favorecieran el éxito dentro del agua y había reforza-
do su presión a lo largo de varias generaciones. La selección de Kammerer
había reunido los genes que favorecen la vida acuática —una combinación que
ninguno de los padres de la primera generación poseía. Ya que las almohadi-
llas nupciales son una adaptación acuática, su expresión puede estar ligada a la
serie de genes que confieren éxito dentro del agua, una serie favorecida en su
frecuencia por la selección darwiniana de Kammerer.240

3.2. El darwinismo michurinista soviético


Este tema suele ocupar un espacio reducido en la bibliografía relacio-
nada con las ciencias biológicas en general y aún en la vinculada con el
evolucionismo en particular. Sin embargo, el michurinismo soviético jugó
un papel significativo durante varias décadas del siglo XX, no tanto por su
importancia en sí mismo sino porque representó un punto central de dis-
cusión entre la ciencia soviética y la ciencia occidental.

240 Gould (1986), 85-86.


La herencia de los caracteres adquiridos 191

La publicación de El origen de las especies por medio de la selección natu-


ral el 24 de noviembre de 1859, tuvo amplia y favorable repercusión.
Recordemos, al respecto, que la edición completa, de 1250 ejemplares, se
agotó el mismo día que salió a la venta. Uno de sus primeros lectores fue
Engels, quien, entusiasmado, le escribe a Marx pocos días después, el 11 de
diciembre del mismo año, elogiando la obra de Darwin, según hemos visto.
Al ser considerado el darwinismo como uno de los fundamentos cien-
tífico-naturales del materialismo dialéctico, las ideas darwinistas fueron
rápidamente aceptadas en Rusia y en 1864 El origen de las especies por
medio de la selección natural es traducido a ese idioma. Pero con posterio-
ridad a la revolución comunista, los científicos soviéticos, a pesar de reco-
nocer las virtudes del darwinismo, no lo adoptaron sin reparos. Por el con-
trario, ellos pensaban que la teoría tenía errores y defectos y que, algunos
de estos errores, serían más tarde acentuados por biólogos a quienes, por
este mismo motivo, calificarían de «reaccionarios».
Esta postura crítica frente a la teoría de Darwin los llevó a la cons-
trucción de un nuevo paradigma: el darwinismo creador soviético, elabo-
rado sobre la base filosófica del materialismo dialéctico. Este darwinismo
creador, o revolucionario, fue también denominado «michurinista» por
ellos mismos, ya que se inicia con la obra del agrónomo Iván V. Michurin
(1855-1935) y se continúa con la del también agrónomo Trofim D. Lysen-
ko (1898-1976). Por lo tanto, esta corriente representaba, para los cien-
tíficos soviéticos, una actualización y superación de la concepción mate-
rialista de Darwin. Viéselov señala:
Los errores de Darwin y la tergiversación posterior de su teoría por parte
de los biólogos reaccionarios hicieron necesaria la renovación creadora del dar-
winismo.241

Los trabajos de Michurin, cuya obra alcanzó tal resonancia que fue
declarado héroe nacional (y en su honor la ciudad de Kozlov pasó a lla-
marse Michurinsk a partir de 1932), desempeñaron un papel particular-
mente significativo en la conformación del darwinismo soviético al consi-
derar que es preciso modificar el carácter conservador de la herencia si se
pretende obtener resultados provechosos en horticultura.

241 Viéselov (1964), 280.


192 Capítulo 7

A diferencia de Darwin, quien sostenía que el horticultor o criador no


podían influir en la variabilidad de plantas y animales sino que tenían que
limitarse a esperar que estos cambios se produjeran solos (para luego selec-
cionarlos, si eran de su conveniencia), Michurin consideraba, con total
convicción, que la actitud del horticultor no debía ser pasiva, contempla-
tiva, que no podía esperar a que, accidentalmente, se produjera la varia-
ción deseada. Por el contrario, insistió con vehemencia que el cambio
debía ser provocado, que había que lograr un «quebrantamiento» o «dis-
locación» de la herencia a través de cambios profundos o tratamientos por
shocks, en fases especiales de la vida de una planta, actuando en su entor-
no para modificar sus propiedades y orientar su desarrollo en el sentido
deseado. En una frase de Michurin encontramos sintetizado su pensa-
miento: «No podemos esperar mercedes de la naturaleza, nuestra misión
es arrancárselas».
Idéntica postura adoptará más tarde Lysenko, al decir:
Nosotros no podemos, no tenemos derecho a sentarnos y esperar tran-
quilamente, por ejemplo, a que, en medio de un campo sembrado de trigo,
una espiga, entre decenas de millares de espigas, presente una característica
nueva, importante para la agricultura. No podemos esperar pasivamente a que
una modificación se produzca por sí misma, a que se dé, precisamente, la
modificación que necesitamos.242

A comienzos del siglo XX, la genética mendeliana llegó a Rusia y antes


de producida la revolución comunista ya contaba con calificados repre-
sentantes, tales como Filipchenko y Vavilov, por ejemplo. Pero a fines de
la década de los veinte habrían de ocurrir dos importantes acontecimien-
tos: mientras Stalin se adueñaba del poder, el agrónomo Lysenko exponía
sus primeros trabajos, con éxito, en un Congreso Nacional de Genética
realizado en Leningrado. Las ideas manifestadas por Lysenko eran contra-
rias a la genética mendeliana, ya que, ante la cuestión «constitución gené-
tica-medio ambiente», decidió poner el acento en los factores ambientales,
reivindicando la herencia de los caracteres adquiridos.
Inmediatamente, a comienzos de los años treinta, «los ideólogos
soviéticos —dice C. Leon Harris— empezaron a aplicar la filosofía mar-
xista a la ciencia, siendo el Comité Central del Partido Comunista el juez

242 Lysenko (1945), 92.


La herencia de los caracteres adquiridos 193

último de la corrección de las teorías».243 Las teorías científicas, entonces,


tendían a ser consideradas por los biólogos marxistas «como productos
subjetivos y como herramientas de la ideología».244
Al respecto, Viéselov afirma:
La teoría michurinista responde a las normas que el Partido Comunista
plantea ante la ciencia de vanguardia […].245

Hacia 1935, en colaboración con I. I. Prézent, un teórico del marxis-


mo, Lysenko publicó un libro y editó una revista en la que exponía públi-
camente sus ideas y atacaba al mendelismo (representado, entre otros, por
William Bateson y Thomas Hunt Morgan). G. Rattray Taylor señala que
después del primer discurso importante de Lysenko en un congreso de
agricultura, Stalin exclamó «¡Bravo, camarada Lysenko!»,246 y desde ese
momento su prestigio fue en aumento. Mientras vivió Stalin el poder de
Lysenko fue creciendo cada vez más, no solo en el ámbito científico, sino
también en el político, llegando incluso a ocupar el cargo de vicepresiden-
te del Soviet Supremo.
Durante la época staliniana se llegó a implantar en la Unión Soviéti-
ca una férrea dictadura en el campo de la biología, ejecutada con particu-
lar dureza por Lysenko y sus seguidores. La teoría michurinista rechazaba
la afirmación de los mendelianos de que las propiedades de la herencia son
independientes de las condiciones de vida. Por el contrario, ellos conce-
bían a los organismos indisolublemente unidos a las condiciones de vida
necesarias para su desarrollo. La herencia de los caracteres adquiridos surge
como producto de esa unidad.
En su condición de presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas,
Lysenko impuso con fuerza sus ideas, estratégicamente politizadas, que
contaron con el apoyo del partido. El resultado fue el relevo de sus pues-
tos de muchos colegas acusados de reaccionarios por defender la genética
tradicional. Así, Dubinin fue enviado a una «Oficina Forestal» en los
Montes Urales, Vavilov murió en un campo de concentración en 1943 y

243 Harris (1985), 328.


244 Harris (1985), 326.
245 Viéselov (1964), 279.
246 Taylor (1984), 51.
194 Capítulo 7

otros, como Dobzhansky (quien más tarde se erigiría en uno de los auto-
res más representativos de la teoría sintética de la evolución), emigraron a
otros países.
Por motivos políticos, más que científicos, los soviéticos defendieron
la herencia de los caracteres adquiridos y se enfrentaron a la genética men-
deliana (lo que les valió la denominación de «neolamarckianos» —recha-
zada por ellos— por parte de los genetistas occidentales). Por tal motivo,
un requisito fundamental que el darwinismo soviético consideraba indis-
pensable para que una teoría pudiera ser calificada de materialista (como
la de Darwin), era, precisamente, su aceptación incondicional de la heren-
cia de los caracteres adquiridos, producto de la unión indisoluble entre los
organismos y sus condiciones de vida. Bajo estas perspectivas, aparecen
claras las expresiones de Lysenko que se transcriben a continuación:
La tendencia michurinista en la biología es materialista precisamente
porque no separa del cuerpo vivo y de sus condiciones de vida la propiedad de
la herencia. Sin herencia no hay cuerpo vivo y sin cuerpo vivo no hay heren-
cia. El cuerpo vivo y sus condiciones de vida son inseparables.247
La teoría materialista del desarrollo de la naturaleza viva […] es inconcebi-
ble sin el reconocimiento del carácter hereditario de las propiedades adquiridas.248

Para el michurinismo, la diferencia entre genotipo (patrimonio gené-


tico) y fenotipo (patrimonio genético + medio ambiente) era «irreal» y
«metafísica». Lo único válido es el conjunto, la totalidad, la unidad orga-
nismo-medio y, de esta unidad, se desprende naturalmente la herencia de
los caracteres adquiridos.
Esto explica con claridad, entonces, por qué los lysenkistas rechaza-
ron con tanta vehemencia todas las posturas contrarias a la herencia de los
caracteres adquiridos (léase Weismann, de Vries, Bateson y Thomas Mor-
gan). Esto llevaría a Viéselov a calificar el neodarwinismo de Weismann
como antidarwinismo, ya que se trata, según él, de la negación completa
de los aspectos materialistas de la teoría de Darwin.
Lysenko basó sus teorías en la «hibridación vegetativa» producida por
injerto (con fusión de las dos herencias en juego y transmisión de los cam-
bios a la descendencia), practicada en gran escala por Michurin y en la

247 Lysenko (1949), 567-568.


248 Lysenko (1949), 11.
La herencia de los caracteres adquiridos 195

«vernalización» (del latín vernalis, ‘primavera’), técnica propuesta por el


alemán Gassner a fines de la Primera Guerra Mundial.
Antes de continuar, y para una mejor comprensión de la vernalización
por parte del lector, conviene señalar que hasta ese momento se cultiva-
ban, en diferentes regiones de la Unión Soviética, dos tipos de trigo, a
saber:
a) Trigo invernal (de alto rendimiento), el cual, sembrado en el otoño,
es cubierto por el hielo durante todo el invierno y luego, cuando se
produce el descongelación, se desarrolla la plántula y la cosecha se
lleva a cabo a fines de la primavera o principios del verano.
b) Trigo primaveral (de bajo rendimiento), que se siembra en la pri-
mavera y se cosecha en el verano.
Con el objeto de mejorar el rendimiento y la calidad del trigo de pri-
mavera, la idea de Lysenko, interesante por cierto, consistía en sembrar
las semillas del trigo de invierno en la primavera, para obtener mayor ren-
dimiento y calidad. Así, con la intención de simular el invierno y ponien-
do en práctica un tratamiento previo, humedecía las semillas de cereales
y las sometía a baja temperatura (entre 0º y 4º) durante 30 o 40 días.
Luego, estas eran sembradas en la primavera, con el objeto de estimular
la floración.
Sin la vernalización, las plantas pasan un período muy largo duran-
te el cual todo es más lento, ya que las hojas son reemplazadas por otras
hojas y las espigas aparecen tardíamente, siendo menor el rendimiento.
En cambio, con la vernalización se logra una germinación incipiente,
produciéndose una reducción en el número de hojas, lo que anticipa la
floración y deriva en una aparición temprana de las espigas. De esta
manera, se dispone de más tiempo para que el grano madure y sea cose-
chado durante el verano, con la consiguiente mejora en el rendimiento
agrícola.
Aunque ocasionalmente, la técnica todavía se aplica. Pero Lysenko
insistía en que la vernalización tenía efectos hereditarios, lo que ha sido sis-
temáticamente rechazado por los biólogos y genetistas de Occidente. Así,
Julian Huxley consideraba imposible aceptar tal afirmación hasta tanto no
se pudiera comprobar, fehacientemente, el cumplimiento de tres puntos
fundamentales de la investigación en el laboratorio: trabajar con un stock
196 Capítulo 7

genéticamente puro, utilizar testigos adecuados y recurrir a los test esta-


dísticos.249
A excepción de Lysenko y sus seguidores, ningún científico tuvo
oportunidad de presenciar las experiencias ni de observar las condiciones
de trabajo en los laboratorios soviéticos, por lo que no puede descartarse
la posibilidad de selección o la interpretación del fenómeno en términos
mendelianos. Sea como fuere, Lysenko pretendía, a través de la vernaliza-
ción, explotar las zonas más frías de la Unión Soviética para cultivar trigo.
Sin embargo, los resultados obtenidos fueron desastrosos. La siembra de
cereales de invierno en Siberia causó un daño severo a la agricultura de esa
región; la vernalización de las semillas en Ucrania y Crimea redujo enor-
memente la cosecha de sus fértiles campos y, en Asia Central, la siembra
de remolacha azucarera a finales del verano fracasó totalmente.250
Entonces modificó su estrategia: envió cuestionarios a unas 50 gran-
jas modelo (excelentemente equipadas) para preguntar si la hibernación
había mejorado las cosechas. Los directores, presionados, respondieron
afirmativamente y Lysenko utilizó esta «información» reiteradamente.251
Al respecto, Jeremy Bernstein señala:
Solo después de 1964 se reveló en toda su amplitud la naturaleza de los
métodos del lisenquismo. Resultó que los «datos» reunidos por Lysenko para
apoyar sus teorías sobre las granjas colectivas eran en gran parte falsos y que los
campesinos que aplicaron sus métodos sufrieron pérdidas tan enormes que
sobrevino una verdadera crisis en la agricultura soviética.252

Es evidente, entonces, que para Lysenko y sus partidarios lo verdade-


ramente importante era que la teoría concordase con los lineamientos ideo-
lógicos del partido. En este sentido, pensamos que, moviéndose en un
terreno pseudocientífico, su objetivo era, a todas luces, sostener la teoría a
pesar de que los resultados prácticos la demostraran absolutamente falsa.
Pero el darwinismo michurinista no solo significó un duro enfrenta-
miento entre la genética soviética y la genética occidental, sino también un

249 Huxley (1952).


250 Cfr. Ayala (1994b), cap. X.
251 Cfr. Rattray Taylor (1984), 50.
252 Bernstein (1982), 197.
La herencia de los caracteres adquiridos 197

enfoque diferente de la evolución biológica, marcadamente sesgado por la


propia ideología. En este sentido, Lysenko remarca:
Nuestro darwinismo soviético, michuriniano, es un darwinismo creador
que, a la luz de la doctrina de Michurin, plantea y resuelve de manera nueva
los problemas de la teoría de la evolución.253

La cerrada defensa que los lysenkistas hicieron de la herencia de los


caracteres adquiridos motivó que los genetistas occidentales la calificaran
de «neolamarckiana», calificación que tuvo, creemos, un sentido despecti-
vo, con todo el propósito de desacreditarla como teoría, ya que el lamarc-
kismo nunca gozó de buena reputación en Occidente. En rigor, y a pesar
de asumir una postura crítica frente a Darwin, el lysenkismo estaba más
cerca de él que de Lamarck y por ello se autodenominaron «darwinistas-
michurinistas» (lo que representaba, para ellos, una actualización y supe-
ración de la concepción materialista de Darwin, al liberarla de sus errores).
Al respecto, afirma Lysenko:
[…] la tendencia michurinista no puede ser llamada en modo alguno neola-
marckista o neodarwinista. Es un darwinismo soviético, creador […].254

A pesar de que Darwin aplicó las ideas de Malthus a los seres vivos
en general y no particularmente al hombre, como este lo había hecho, los
lysenkistas, y el marxismo en general, siempre le recriminaron el haber
recurrido a Malthus para elaborar su teoría. De acuerdo con los autores
soviéticos, las ideas malthusianas referidas a la competencia en la lucha
por la existencia se hallaban tan difundidas entre la burguesía inglesa que
Darwin cayó, sin darse cuenta, bajo su influencia, aplicando estas ideas
reaccionarias.
Ellas condujeron a Darwin «a la idea de que la causa principal y casi
única de la selección reside en la presión que ejerce la superpoblación y el
antagonismo dentro de las especies, y que la faceta principal de la selec-
ción consiste en la eliminación, es decir, en la destrucción masiva de los
inadaptados».255

253 Lysenko (1949), 41.


254 Lysenko (1949), 15.
255 Viéselov (1964), 387.
198 Capítulo 7

Pero para Lysenko, en la naturaleza no ha habido ni puede haber


superpoblación. Al mismo tiempo, también niega la lucha por la existen-
cia dentro de las especies porque esta competencia es contraria al ideal de
solidaridad de clase establecido en la doctrina marxista. En su lugar, creía,
por ejemplo, que en el caso de una plantación de árboles «en racimo», no
se produciría competencia por la luz, la humedad y la absorción de los
minerales del suelo para sobrevivir, sino que los más débiles «se sacrifica-
rían por el bien de la especie».
En lo que respecta a la selección natural, Lysenko acepta en principio
este mecanismo pero rechaza la idea de que la lucha por la existencia, pro-
ducto de la superpoblación (ideas malthusianas), sea la causa de la selec-
ción natural. Dice Lysenko:
Dirigiremos los organismos con más éxito si dejamos de pensar que la
base de la selección natural es la lucha por la existencia a causa de la superpo-
blación. La lucha por la existencia no es la base de la selección natural, sino el
cambio del metabolismo, el proceso de adaptación.256

Otro punto en el que se advierte una diferencia clara entre Darwin y


el darwinismo michurinista es en el concepto de especie y en el fenómeno
de la especiación. Al respecto, recordemos que Darwin consideraba la
palabra especie «como dada arbitrariamente, por razón de conveniencia, a
un grupo de individuos muy semejantes»;257 en otras palabras, para Dar-
win el término era convencional y arbitrario. En cambio, Lysenko funda-
menta la existencia real de la especie en que las relaciones recíprocas exis-
tentes en el interior de una especie son cualitativamente diferentes de las
que existen entre los individuos de especies distintas. Al respecto, afirma:
Las especies no son una abstracción, sino eslabones, realmente existen-
tes, de la cadena biológica general.258

Según Darwin, la selección natural no solo preserva las variaciones


favorables sino que, además, las acumula a través del tiempo. Esta acumu-
lación de variaciones, que es al mismo tiempo una acumulación de dife-
rencias respecto a un imaginario punto de partida, explicará el paso de una

256 Lysenko (1945), 70.


257 Darwin (1972), 100.
258 Lysenko (1949), 42.
La herencia de los caracteres adquiridos 199

especie a otra («la cantidad de diferencias es un criterio importantísimo


para decidir si dos formas han de ser clasificadas como especies o como
variedades», dice Darwin259). Por lo tanto, para él, la transformación de
una especie en otra es un fenómeno gradual y puramente cuantitativo.
Por razones fundamentalmente ideológicas, según las cuales los cam-
bios «revolucionarios» son los únicos válidos, los lysenkistas también
rechazaron el gradualismo de Darwin. En este sentido, lo más caracterís-
tico del fenómeno de la especiación es, para Lysenko, el paso brusco de las
pequeñas variaciones cuantitativas que tienen lugar dentro de la especie, a
las diferencias cualitativas que se producen en el paso de una especie a otra.
Citemos a Lysenko:
Ya es hora de revisar la cuestión de la formación de las especies desde el
punto de vista del paso brusco de la acumulación cuantitativa a las diferencias
cualitativas de las especies.
Debemos comprender que la formación de la especie es el paso de los
cambios cuantitativos a los cualitativos en el proceso histórico.260

Esta postura es perfectamente entendible a la luz de la ideología que


la determina, si tenemos en cuenta que una de las leyes dialécticas adop-
tadas por Marx de Hegel fue la transformación de lo cuantitativo en cua-
litativo. El cambio cuantitativo acaba produciendo un cambio cualitativo
revolucionario. Como dice Stephen Jay Gould: «calentemos agua y final-
mente hervirá».261
En su discurso inaugural de la Sesión de la Academia Lenin de Cien-
cias Agrícolas de la Unión Soviética, en julio de 1948, quedó claramente
expresada la división practicada por Lysenko entre la ciencia «auténtica»
(la propia) y la «idealista reaccionaria» (la de Occidente), calificando reite-
radamente de anticientífico y reaccionario al morganismo.
Después de la muerte de Stalin, acaecida en 1953, y con la llegada de
Nikita Kruschev al poder en 1958, los científicos tuvieron la posibilidad
de criticar a Lysenko. Ello, unido al hecho de que los progresos agrícolas
no eran los que se esperaban (y que Lysenko había prometido), determi-

259 Darwin (1972), 105.


260 Lysenko (1949), 41.
261 Gould (1986), 195.
200 Capítulo 7

naron su abandono de la presidencia de la Academia de Ciencias Agríco-


las. A partir de este momento, la genética mendeliana fue impulsada nue-
vamente en la Unión Soviética. Pero Lysenko no estaba derrotado. A pesar
de sus fracasos con los programas agrícolas implementados, algunos seguí-
an creyendo en él. El mismo Kruschev decía: «Si me preguntaran por qué
científico votaría, respondería sin vacilar: por Lysenko. Son pocos los que
entienden de suelo como él».262
El período comprendido entre 1956 y 1964 se caracterizó por un
duro enfrentamiento entre lysenkistas y no lysenkistas. En 1961 Lysenko
reasume por pocos meses la presidencia de la Academia de Ciencias Agrí-
colas y en 1963 los delegados soviéticos al Congreso Internacional de
Genética, celebrado en La Haya, eran lysenkistas. Pero en 1964 Kruschev
dimite (al parecer uno de los factores clave de su caída fue el fracaso de su
política agraria) y Lysenko entra en definitiva decadencia, al revelarse que
los «datos» reunidos por él para apoyar sus teorías sobre las granjas colec-
tivas eran en gran parte falsos y que los campesinos que aplicaron sus
métodos sufrieron grandes pérdidas.
En 1965 Lysenko fue destituido de su cargo como director del Insti-
tuto de Genética. Casi al mismo tiempo, Zhukovsky anunciaba la apari-
ción de una nueva revista que, en su primer número, dedicaba un home-
naje a Mendel, al cumplirse el centenario de sus memorias. Ahora sí, la
genética mendeliana se instalaba definitivamente en la Unión Soviética.
Lysenko moriría diez años después, en 1976.

3.3. La herencia de los caracteres adquiridos en tiempos modernos


Comenta Brian Leith263 que en 1979 se invitó a Karl Popper a esco-
ger el libro que, a su juicio, fuera el más interesante publicado ese mismo
año. La inesperada elección recayó en una obra de un joven inmunólogo
australiano hasta entonces desconocido: Edward Steele, titulada: Somatic
Selection and Adaptative Evolution: On the inheritance of acquired characters
(Selección somática y evolución adaptativa: Sobre la herencia de los caracteres
adquiridos). En esa publicación Steele señalaba que la herencia lamarckia-
na puede ser algo muy común en los sistemas inmunitarios de los anima-

262 Tálice (1968), 68.


263 Leith (1986), 114.
La herencia de los caracteres adquiridos 201

les. De hecho, afirmaba haber realizado experimentos demostrativos de la


herencia de los caracteres adquiridos en animales de laboratorio.
Normalmente, todo intento de injertar o trasplantar tejidos, de un
organismo a otro, fracasa a causa del rechazo por parte del cuerpo recep-
tor. El sistema inmunitario del huésped reconoce como extraño el tejido
trasplantado y desencadena una reacción de rechazo para librar al organis-
mo del material invasor. En realidad, el organismo sintetiza anticuerpos
para contrarrestar la presencia de antígenos.
Pero las ratas de laboratorio pueden llegar a adquirir la capacidad de
tolerar tejidos trasplantados extraños si lo experimentan desde muy jóve-
nes. Así, si se comienza con dos grupos no emparentados de rata, A y B, y
luego se intenta trasplantar el tejido de un adulto B a un A joven, enton-
ces ese ratón adquiere la capacidad de tolerar el trasplante, de modo que
cuando llegue a adulto no reaccionará adversamente a los tejidos de B.
El descubrimiento de la tolerancia inmunológica adquirida significó
el logro del Premio Nobel de Medicina, en 1960, a sir Peter Medawar y su
equipo. Interesado por los trabajos de Steele, Medawar le ofreció la opor-
tunidad de proseguir sus investigaciones en Inglaterra, lo cual fue acepta-
do por Steele, quien aseguraba haber llegado aún más lejos. En un par de
artículos escritos en colaboración con el canadiense Reg Gorczynski, en
1980 y 1981, Steele publicó datos en virtud de los cuales parecía demos-
trarse que la tolerancia inmunológica adquirida se había transmitido a la
descendencia.
Se inyectaron células de un grupo de ratones en animales recién naci-
dos de otro grupo no emparentado; como era de esperar, estos ratones
adquirieron tolerancia a las células del primer grupo. Los ratones toleran-
tes fueron criados hasta la madurez y entonces se analizó su descendencia.
Esto llevó al descubrimiento de que los hijos mostraban análoga toleran-
cia a las células del otro grupo sin haber estado expuestos a tales células.
Entonces se confirmó que la tolerancia adquirida había sido transmitida a
la descendencia.
En 1981 y 1982 se publicaron varios artículos en diversas revistas,
especialmente Nature, en los que se planteaban reparos al trabajo de Stee-
le. Los experimentos duplicados no lograron descubrir transmisión alguna
de tolerancia inmunológica adquirida a la descendencia, con lo que los
202 Capítulo 7

datos originales de Steele fueron seriamente puestos en tela de juicio.


Incluso se insinuó que Steele, quizá sin advertirlo, había seleccionado los
datos a favor de su tesis.
Otra crítica importante era que, aunque sus resultados fueran cues-
tionados, las condiciones de los experimentos originales, que incluían la
inyección de decenas de millones de células en ratones recién nacidos, eran
tan extremas que convertían cualquier conclusión en inaplicable al mundo
real. De todos modos, a pesar de que Steele siguió afirmando que las nue-
vas pruebas no desmentían su hipótesis original, los intentos de repetir sus
experimentos no han arrojado resultados favorables.
Dice al respecto Brian Leith:
[…] hasta ahora, las pruebas a favor del lamarquismo son débiles y sospecho-
sas. Aunque se repitieran con éxito los experimentos de Steele o, si vamos a
eso, los de Kammerer, subsiste el hecho de que son tan extremas las condicio-
nes de laboratorio necesarias para obtener siquiera una dudosa respuesta, que
apenas guardan relación con la vida de los organismos en su medio natural. Y
caso de que se confirmara tal herencia lamarquiana, estaría llamada a ser más
excepción que norma, a causa de la abrumadora evidencia a favor de la heren-
cia mendeliana tradicional.264

En relación con las experiencias de Steele, resulta ilustrativa la infor-


mación proporcionada un tiempo después por dos investigadores nortea-
mericanos del Salk Institute, M. K. Cohn y K. Horibata, quienes han pues-
to de manifiesto un fenómeno análogo al de la herencia de los caracteres
adquiridos en el colibacilo (Escherichia coli) y han podido explicarlo sin
necesidad de recurrir a dicho concepto. Estos investigadores han demostra-
do que las bacterias pueden ser modificadas de generación en generación
por la estancia en un medio particular. En realidad, el medio no modifica
en esta experiencia el patrimonio genético de las bacterias, sino solo las con-
diciones de funcionamiento de sus genes, a causa de una alteración dura-
dera de sus membranas. Es probable que este modelo explicativo pueda ser
aplicado a las experiencias efectuadas por Gorczynski y Steele.
Las experiencias de Steele no fueron las únicas realizadas en el senti-
do lamarckiano. En septiembre de 1988, John Cairns y sus colegas de la
Escuela de Salud Pública de Harvard presentaron resultados que sugerían

264 Leith (1986), 130.


La herencia de los caracteres adquiridos 203

que, bajo condiciones apropiadas, las células pueden «decidir» mutar en


una dirección favorable y adaptativa.
Así, el grupo de Cairns estudió una cepa de Escherichia coli que había
perdido la capacidad de digerir el azúcar lactosa, por culpa de una defi-
ciencia génica, de tal manera que su reproducción se había detenido, al no
encontrar alimento. No obstante, colocaron dichas bacterias en una caja
de Petri con lactosa como única fuente de alimento, comprobando que las
bacterias adquirían preferentemente las mutaciones que necesitaban para
convertirse en consumidoras de lactosa.
Unos meses después, también Barry G. Hall, de la Universidad de
Rochester en Estados Unidos, anunció que había obtenido bacterias
mutantes capaces de digerir la molécula salicina en cultivos que contenían
esta sustancia, atribuyendo dicha capacidad a la producción de dos muta-
ciones específicas muy raras, que hacían prácticamente nulas las posibili-
dades de que pudieran haber surgido accidentalmente.
¿Será posible la producción de mutaciones favorables bajo condicio-
nes de presión selectiva, tal como parecieran demostrar algunas experien-
cias?, ¿es posible que, en algunos casos, la información fluya hacia el ADN
y no desde el ADN? Si bien es cierto que aún existen mecanismos genéti-
cos insuficientemente conocidos, la comunidad científica continúa des-
cartando por el momento toda posibilidad de existencia de un mecanismo
molecular que permita avalar la herencia de los caracteres adquiridos. De
todos modos, siempre conviene tener presente que «la evidencia negativa
nunca es taxativa».265

265 Harris (1985), 293.


CAPÍTULO 8

Tras la rápida difusión de las ideas de Mendel inmediatamente des-


pués del redescubrimiento de sus trabajos, en el año 1900, los estudios de
genética desplazaron a un segundo plano a los estudios sobre la evolución.
Hacia 1930 las obras de los ingleses Ronald A. Fisher (1890-1962) y
John B. S. Haldane (1892-1964) contribuyeron a compatibilizar el men-
delismo-mutacionismo con el darwinismo, es decir, los resultados obteni-
dos en el campo de la genética con la teoría evolucionista en general y, par-
ticularmente, con el mecanismo de la selección natural. De este modo,
surgía la denominada «teoría genética de la selección natural». Por otra
parte, mediante el empleo de métodos bioestadísticos, dichos autores des-
tacaron por ser los iniciadores de la genética de poblaciones.
Efectivamente, mientras en su obra The genetical theory of natural
selection (1929) Ronald Fisher daba un fundamento matemático a la teo-
ría de la selección natural, mostrando cómo las mutaciones favorables van
quedando incorporadas con el tiempo al stock genético de una población,
John Haldane, en The causes of evolution (1932), insistía en considerar las
mutaciones conjuntamente con la selección natural.
A diferencia de lo sostenido por de Vries y los mutacionistas, en el
sentido de que únicamente las grandes mutaciones podían explicar el pro-
ceso evolutivo, los biólogos matemáticos Fisher, Haldane y también el
norteamericano Sewall Wright (1889-1988) aseguraron que las mutacio-
nes solo mantenían la variabilidad genética en alto grado, proporcionan-
do así la materia prima necesaria sobre la que actúa la selección natural, el
principal mecanismo determinante de la evolución.
206 Capítulo 8

1. La teoría sintética de la evolución

Tras los trabajos de Fisher, Haldane y Sewall Wright aparecieron las


obras de un conjunto de autores que, desde distintos campos de las cien-
cias naturales, especialmente la genética (y sobre todo la genética de pobla-
ciones), la sistemática266 y la paleontología, aportaron para la conforma-
ción de un cuerpo teórico actualizado que permitiera proporcionar una
explicación integral del proceso evolutivo.
Cuatro autores, con sus respectivas obras publicadas entre 1937 y
1944, tuvieron particular responsabilidad en el surgimiento de la teoría
sintética de la evolución. Ellos fueron:
• Theodosius Dobzhansky (1900-1975). Nacido en Nemirov, Ucra-
nia (antigua URSS) estudió en la Universidad de Kiev y se especia-
lizó en genética en la de Leningrado. En 1927 emigró a los Estados
Unidos para trabajar junto a Thomas Hunt Morgan en su labora-
torio, donde habría de nacer la genética moderna. En 1936 fue
designado catedrático de Zoología en el Instituto Tecnológico de
California. Luego, en 1940, regresó a Columbia donde trabajó para
la Universidad Rockefeller desde 1962 a 1971. Pasó sus últimos
años como profesor en la Universidad de California, en Davis. En
1937 había adquirido la ciudadanía norteamericana y ese mismo
año publicó Genetics and the Origin of Species.
• Ernst Mayr (1904-2005). Biólogo de origen alemán nacido en la
ciudad de Kempten, quien, tras estudiar en la Universidad de Ber-
lín, se doctoró en Zoología en 1926. En 1928 participó como orni-
tólogo en una expedición de dos años por Nueva Guinea y las islas
Salomón. En 1931 se nacionalizó ciudadano norteamericano, tra-
bajando como investigador en el Museo Americano de Historia
Natural de Nueva York hasta 1953. A partir de esta fecha, se hace
cargo de la Cátedra de Zoología en la Universidad de Harvard, uni-
versidad en la que, en 1975, sería designado Profesor Emérito.
Miembro de la Royal Society, suele ser considerado como uno de

266 La sistemática es el estudio comparativo de la diversidad de organismos fósiles y


vivientes para establecer relaciones de parentesco entre ellos y elaborar una clasificación que
tenga en cuenta esas relaciones.
La teoría sintética de la evolución 207

los autores evolucionistas más notables del siglo XX. En 1942


publicó Systematics and the Origin of Species. Una obra posterior
suya, Especies animales y evolución, habría de ser calificada por Julian
Huxley como el libro quizá más importante en materia de evolu-
ción biológica desde El origen de las especies de Darwin.
• Julian S. Huxley (1887-1975). Nacido en Londres, este ilustre bió-
logo británico nieto de Thomas Henry Huxley (el famoso «bull
dog» de Darwin) estudió en las Universidades de Eton y de
Oxford. En 1912 marchó a los Estados Unidos, donde se dedicó a
la investigación y la docencia durante varios años. Volvió a Oxford
en 1919 y fue profesor de Zoología en el King’s College de Lon-
dres (1925-1935) y de Fisiología en la Royal Institution (1926-
1929). También ocupó el cargo de secretario de la Sociedad Zoo-
lógica de Londres entre 1935 y 1942. Entre 1946 y 1948 fue el
primer director general de la UNESCO. Obtuvo en 1953 el Pre-
mio Kalinga otorgado por la UNESCO por su extraordinaria labor
de divulgación científica. Al respecto, eran muy conocidos sus
espacios radiofónicos en la BBC de Londres. En 1942 publicó Evo-
lution. The Modern Synthesis.
• George Gaylord Simpson (1902-1984). Prestigioso paleontólogo
norteamericano que nació en la ciudad de Chicago y estudió pri-
mero en la Universidad de Colorado y luego en la de Yale, donde se
doctoró en 1926 con un trabajo sobre mamíferos mesozoicos. A
partir de 1927, fue designado curator asistente de Paleontología de
Vertebrados del Museo Americano de Historia Natural de Nueva
York. Fue el primer presidente de la Sociedad para el estudio de la
evolución, en 1946, y también habría de trabajar como profesor de
Paleontología de Vertebrados en la Universidad Columbia (entre
1945 y 1959) y luego en la de Harvard. En 1944 publicó Tempo
and Mode in Evolution. Otra obra de fuerte repercusión fue The
Meaning of Evolution (1949), traducida a varios idiomas.
Con posterioridad a la publicación de las obras de referencia, más
concretamente en 1946, se funda en los Estados Unidos la Sociedad para
el estudio de la evolución con el objeto de promover las investigaciones y
estudios sobre paleontología y biología evolutiva, así como la integración
de los contenidos propios de cada disciplina, en torno a la evolución.
Dicha sociedad editará, poco tiempo después, la revista Evolution.
208 Capítulo 8

Casualmente, en enero de 1947 tendría lugar un congreso sobre


evolución en la ciudad norteamericana de Princeton (New Jersey), cuyo
principal objetivo era el de sellar un acuerdo general con los represen-
tantes de las diferentes disciplinas biológicas, para elaborar, entre todos,
una nueva teoría evolucionista, con claro enfoque materialista. Surge así
la teoría sintética, expresión que se desprende del título de la obra de
Julian Huxley Evolución. Síntesis moderna, en cuyo prólogo el autor
había señalado:
El tiempo está ya maduro para un rápido progreso de nuestra compren-
sión de la evolución. La genética, la fisiología del desarrollo, la ecología, la sis-
temática, la paleontología, la citología, el análisis matemático, han proporcio-
nado nuevos hechos o nuevos instrumentos de trabajo. La necesidad actual es
una armonización de estos estudios y una síntesis. Si este libro contribuye a
dicho punto de vista sintético podré darme por contento.267

Respecto del nombre dado a esta corriente de pensamiento, Simpson


aclara que:
[…] esta teoría fue, con frecuencia, denominada neodarwinista incluso por
aquellos que colaboraron en su desarrollo, porque se esbozó como consecuen-
cia de la confrontación del concepto darwinista de la selección natural y los
hechos de la genética. El término, sin embargo, es inapropiado, y aplicado a
este tema, se presta doblemente a confusiones. La teoría completa es muy dife-
rente de la de Darwin y elaboró sus lineamientos sobre la base de diferentes
fuentes, en gran parte no darwinistas y en parte antidarwinistas. En esta teo-
ría, incluso la selección natural tiene un sentido enteramente diferente del con-
cepto darwiniano, aunque, en gran parte, deriva de él. En segundo lugar, el
término neodarwinismo fue aplicado durante largo tiempo a la escuela de Weis-
mann y sus discípulos, cuya teoría era radicalmente diferente de la moderna
teoría sintética y desde luego no debería confundírselas en un solo nombre.268

Además de Dobzhansky, Mayr, Huxley y Simpson, poco a poco se


irían identificando con la teoría sintética autores como George Ledyard
Stebbins,269 Gavin de Beer, E. B. Ford, A. J. Cain, P. M. Sheppard, J. W.

267 Huxley (1965), 11.


268 Simpson (1961), 215-216 (en nota a pie de página).
269 Botánico norteamericano (1906-2000) que algunos autores consideran, en lugar
de Julian Huxley, dentro del «grupo de los cuatro» junto con Dobzhansky, Mayr y Simp-
son. Miembro de la Academia Nacional de la Ciencia y Medalla Nacional de la Ciencia,
su obra más importante fue Variation and evolution in plants, publicada en 1950, en la que
se combina genética y selección natural para describir la especiación en plantas.
La teoría sintética de la evolución 209

Valentine y Francisco J. Ayala, entre otros, quienes, partiendo de las más


diversas especialidades biológicas, habrían de contribuir fuertemente al
crecimiento y consolidación de esta moderna teoría de la evolución. Apo-
yada fundamentalmente por genetistas, la teoría sintética continúa tenien-
do vigencia en la actualidad. En cambio, los paleontólogos muestran sobre
todo preferencia por el puntuacionismo, como veremos en el capítulo 10.
Observe el lector que a partir de aquí utilizaremos, con frecuencia, los
términos sintetismo o sintetista como alternativos de teoría sintética. Fun-
damentalmente hemos optado por esas expresiones porque nos parecen
igualmente apropiadas y porque en la literatura científica ya existen deno-
minaciones de posturas que suenan de manera similar a «sintetismo»,
como es el caso de «darwinismo», «mutacionismo», «neutralismo» y «pun-
tuacionismo».

1.1. Postulados fundamentales del sintetismo


En nuestra opinión, los postulados fundamentales del sintetismo
podrían enunciarse de la siguiente manera:
1. El sintetismo es una concepción materialista de la evolución que
incorpora la genética mendeliana al darwinismo.
2. Como resultado de lo antedicho, y a diferencia de Darwin, el sin-
tetismo niega la herencia de los caracteres adquiridos.
3. Sustenta un criterio poblacional, en la seguridad de que son las
poblaciones las que evolucionan y no los individuos de manera
aislada.
4. Insiste en que las «pequeñas mutaciones», o micromutaciones,
son las más frecuentes en el proceso evolutivo.
5. Por ende, el sintetismo es esencialmente gradualista, al igual que
lo es la teoría evolucionista de Darwin.
6. Proclama la naturaleza absolutamente fortuita de las micromuta-
ciones, en el sentido de que se producen independientemente de
las necesidades del organismo.
7. Al mismo tiempo, sostiene la existencia de un factor orientador
en el proceso evolutivo: la adaptación, producto de la interrela-
ción entre organismo y medio.
8. De acuerdo con los puntos 6 y 7 precedentes, el sintetismo con-
sidera que el proceso evolutivo es una mezcla de azar y de orien-
210 Capítulo 8

tación y que la selección natural es, en definitiva, el mecanismo


que pone orden en la variabilidad genética conduciendo a la evo-
lución por caminos adaptativos.
9. Sostiene, a diferencia de Darwin, que el aislamiento geográfico
entre dos poblaciones desempeña un papel clave en el fenómeno
de especiación.
10. Finalmente, reivindica a la selección natural como mecanismo de
especiación.

1.2. Micromutaciones fortuitas


Partiendo de la base de que las variaciones sobre las que actúa la selec-
ción natural se transmiten según las leyes de la genética mendeliana, el sin-
tetismo, a diferencia de Darwin, negará absolutamente la posibilidad de la
herencia de los caracteres adquiridos.
Asimismo, con el sintetismo el término mutación adquiere un nuevo
sentido. Ya no designa, como en la época de de Vries, la producción de
un cambio brusco y de envergadura en el patrimonio genético de un ser
vivo (lo que hoy denominaríamos mutación cromosómica), sino que se
aplica fundamentalmente al cambio producido por la alteración mínima
de un solo gen (mutación génica). De allí la expresión «micromutacio-
nes». Se trata de mutaciones «pequeñas», de escasa magnitud, que el sin-
tetismo valoriza particularmente por ser las más frecuentes en el proceso
evolutivo.
En cuanto a que las mutaciones son «fortuitas», debemos señalar
que esto no significa que las mutaciones se produzcan porque sí, sin una
causa que las origine, pues la causa siempre existe. Cuando arrojamos
una moneda al aire, en los casos en que deseamos definir una determi-
nada situación a través de un hecho «azaroso», si pudiésemos filmar en
cámara lenta cada uno de los giros de la moneda en el aire podríamos
comprobar, por ejemplo, que resultó «cara» y no «cruz» porque dio
catorce vueltas en el aire y no trece o quince. En el caso que aquí esta-
mos tratando, el término fortuitas tiene un significado preciso y está
referido a que las mutaciones son absolutamente independientes de las
necesidades del organismo. Solo para marcar la diferencia, recordemos
que para Lamarck todos los cambios que tienen lugar en los organismos
son cambios que efectivamente responden a sus necesidades. Es decir
La teoría sintética de la evolución 211

que, según este autor, hay una estrecha correspondencia entre las nece-
sidades existentes y los cambios producidos, por lo que estos, a su vez,
se traducen en una mejora en la relación entre dicho organismo y su
medio circundante.
Según el sintetismo, reiteramos, las mutaciones son absolutamente
libres: algunas pueden responder a las necesidades de los organismos y
otras (la mayoría), no. Simpson lo expresa con claridad en dos párrafos
que transcribimos a continuación:
[…] los resultados de las mutaciones no tienden, en modo alguno, a corres-
ponderse estrechamente con las necesidades u oportunidades de los organis-
mos mutantes. Es bastante sorprendente observar que la producción de este
material básico de la evolución parece no tener relación alguna con la
demanda.270
[…] los efectos de las mutaciones génicas no tienen una relación evidente
con las condiciones adaptativas, las necesidades o, en general, la forma de
vida del organismo en que se producen. En este sentido son completamente
fortuitas.271

Al aceptar que las pequeñas mutaciones son las más frecuentes en la


evolución de la vida, el sintetismo reconoce que los cambios evolutivos son
casi siempre graduales. De esta manera, al mismo tiempo de asumir una
concepción gradualista, idéntica a la que había sostenido oportunamente
Charles Darwin, reafirma la idea según la cual las variedades son especies
incipientes.
Si bien la mutación es la base de toda variación, la importancia de la
recombinación genética no debe ser minimizada, ya que es la responsable
de producir una extraordinaria diversidad de combinaciones en el seno de
las poblaciones. La recombinación de genes, que se produce al azar, es pre-
cisamente la que le confiere plasticidad a las poblaciones. De allí la impor-
tancia del criterio «poblacional» presente en el sintetismo y que Simpson
refleja con toda claridad al decir «[…] las que evolucionan son las pobla-
ciones y no los individuos».272 En sí misma, una mutación puede perder-
se o pasar desapercibida en una población, pero la recombinación genéti-
ca, además de posibilitar su difusión, potencia sus efectos.

270 Simpson (1961), 81.


271 Simpson (1961), 142.
272 Simpson (1961), 163.
212 Capítulo 8

1.3. Selección natural


Peter Grant señala que la selección natural es «el éxito de la dife-
rencia».273 Veamos por qué lo dice: si se toma la selección natural como
expresión equivalente a «supervivencia de los más aptos», entonces
surge la pregunta: ¿quiénes son los individuos más aptos?; indudable-
mente la respuesta es que lo son los individuos portadores de las varia-
ciones favorables, quienes tendrán mayores probabilidades de dejar una
buena descendencia. Por lo tanto, resulta evidente que los individuos
portadores de las variaciones favorables irán siendo cada vez más en
relación con los individuos portadores de las variaciones desfavorables,
que, obviamente, irán siendo cada vez menos. Por lo tanto, lo que
importa es el éxito reproductivo diferencial. Ahí reside la explicación de
la expresión de Grant. De manera más acabada, Francisco Ayala, discí-
pulo de Dobzhansky, ve la selección natural como «la reproducción
diferencial de los individuos genéticamente distintos»,274 o bien que
«no es más que el proceso de reproducción diferencial de las variantes
genéticas alternativas».275
Como ya hemos observado en el capítulo 7, los mutacionistas consi-
deraban a las mutaciones como la materia prima de la evolución, mientras
que el papel de la selección natural, que actuaba en un segundo plano,
quedaba reducido a eliminar las mutaciones negativas o perjudiciales. Por
lo tanto, de ninguna manera le atribuían a la selección natural un papel
creativo en la evolución.
Sin embargo, el sintetismo se opondrá a esta idea. Acertadamente,
Julian Huxley señalaba, al respecto, que
[…] el juicio de que la selección es un factor destructivo no es cierto, si se
quiere significar simplemente destrucción. Es también directivo, y debido a
ello participa en la creación evolutiva. Ni la mutación ni la selección, por
sí solas, crean nada importante en la evolución, pero las dos unidas son
creadoras.276

273 Grant (1991), 60.


274 Ayala (1994b), 25.
275 Ayala (1994b), 154.
276 Huxley (1965), 27.
La teoría sintética de la evolución 213

Del mismo modo, aunque más recientemente, Francisco Ayala asegura:


La selección natural […] es mucho más que un proceso puramente nega-
tivo: de hecho es capaz de engendrar entidades genuinamente nuevas que de
otra manera serían extremadamente improbables. La selección natural es un
proceso creativo en el sentido que ya he mencionado: no crea las entidades
genéticas sobre las que actúa, pero produce combinaciones genéticas adaptati-
vas que nunca hubieran llegado a existir sin tal proceso.277

Si las mutaciones constituyen el azar en la evolución, la selección


natural desempeña el papel de antiazar, eliminando o atenuando las posi-
bilidades del azar al preservar las mutaciones favorables y dejar de lado las
que no lo son. Por lo tanto, para el sintetismo la evolución es una mezcla
de azar y de orientación, tal como lo señala Simpson: «La historia de la
vida no fue, ni completamente azarosa ni estrictamente orientada, sino
una curiosa mezcla de ambas formas...».278
¿Es posible hablar de orientación en el proceso evolutivo desde la
perspectiva de una concepción materialista? Sí, es posible, puesto que en
este caso el factor orientador no es ninguna fuerza espiritual sino material.
Efectivamente, en el intento de identificarlo, Simpson descarta toda posi-
bilidad de que dicho factor sea de naturaleza espiritual y está convencido
de que la orientación «depende solo de las posibilidades físicas de la situa-
ción y de la interacción del organismo y el medio».279 Por ello señala:
[…] la orientación en la evolución no está determinada ni exclusivamente por
alguna característica inherente a los organismos que evolucionan, ni solo por
factores externos del ambiente, sino por ambos y por su mutua interacción.280

Y más adelante:
La clave que más promete parece radicar en la interrelación del organis-
mo y el ambiente y no en cualquiera de estas instancias tomadas por separado.
Esta interrelación funcional es la adaptación, uno de los rasgos fundamentales
de la evolución y de la vida.281

Como vemos, la interrelación armónica entre el organismo y el medio


adquiere aquí particular importancia. A tal punto que, cuando se produ-
ce una ruptura en esa relación, sobreviene la extinción.

277 Ayala (1994b), 207.


278 Simpson (1961), 145.
279 Simpson (1961), 42.
280 Simpson (1961), 54.
281 Simpson (1961), 56.
214 Capítulo 8

¿Es la adaptación el factor orientador de la evolución? Simpson res-


ponde:
Durante la búsqueda del factor orientador de la evolución vimos que, en
algunos casos, de acuerdo con todas las deducciones razonables, no puede ser
otro que la adaptación y que en todos, aun en los más dudosos, podría ser la
adaptación. Tenemos así una elección entre un factor concreto como mecanis-
mo conocido y la vaguedad de tendencias inherentes, impulsos vitales o fina-
lidades cósmicas sin mecanismos conocidos.
Sin pretender haber sondeado todo el misterio o excluido todas las
demás posibilidades, se deduce que el factor fundamental (si no único) no for-
tuito, orientador, del proceso evolutivo, puede identificarse razonablemente
con la adaptación.282

Y, por último,
La adaptación tiene un mecanismo conocido: la selección natural que
actúa sobre la genética de las poblaciones.283

Como vemos, Simpson (y, con él, el sintetismo en general) llega a la


conclusión de que los hechos parecen apoyar que, efectivamente, la adap-
tación es el factor orientador de la evolución. La adaptación, el verdadero
motor de la evolución, cuenta con un mecanismo conocido: la selección
natural. Por lo tanto, la selección natural constituye la causa material que
dirige el proceso evolutivo, eliminando o atenuando los efectos del azar, y
es la que pone orden en la variabilidad genética y conduce la evolución por
caminos adaptativos.
La selección natural es un mecanismo oportunista por completo, pues
actúa preservando lo que es ventajoso aquí y ahora, sin tener previsión del
futuro, es decir que no opera en función de ventajas a largo plazo, no pro-
cede de acuerdo con un plan preconcebido. La selección natural no tiene
valor predictivo, tal como lo manifiesta Francisco Ayala en los textos que
transcribimos a continuación:
[…] la selección natural ni tiene objetivos preestablecidos ni anticipa el futu-
ro; cambios ambientales drásticos pueden ser insuperables para organismos
que previamente eran prósperos y llevarles a la extinción.284

282 Simpson (1961), 74-75.


283 Simpson (1961), 74.
284 Ayala (1994b), 144.
La teoría sintética de la evolución 215

Y más adelante prosigue:


Los ambientes, como observa Darwin, cambian continuamente a través
del tiempo, y son diferentes de un lugar a otro. La selección natural, por con-
siguiente, favorece diferentes características en diferentes situaciones. La acu-
mulación de diferencias produce eventualmente diferentes especies.285

1.4. La selección natural en acción


¿Cómo opera la selección en condiciones naturales? Un buen ejem-
plo, ampliamente conocido, nos lo proporciona un caso registrado en
Inglaterra de melanismo industrial en polillas. El caso fue investigado cui-
dadosamente por los científicos ingleses Ronald A. Fisher y E. B. Ford y,
más recientemente, por H. B. D. Kettlewell.
El estudio original se basó en la polilla del abedul, la Biston betularia.
Estas polillas eran bien conocidas en los campos ingleses hacia mediados
del siglo XIX. Efectivamente, hasta 1845, todos los especímenes conocidos
eran de color gris, color que se adaptaba perfectamente, para confundirse,
con los líquenes que recubrían las cortezas arbóreas. Pero ese año se reco-
lectó un ejemplar negro, único (la variedad carbonaria) en el creciente
centro industrial de Manchester. Si bien el color oscuro era dominante res-
pecto al gris, el hecho de que su color se destacara claramente sobre la cor-
teza de los árboles llevaba a su eliminación permanente por parte de las
aves de la zona y al parecer solo subsistió porque la mutación de la varian-
te oscura reapareció varias veces en la población. De acuerdo con la infor-
mación disponible, en ese momento el 99% de la población de polillas era
de color gris y un 1% estaba representado por las de color oscuro.
Más tarde, la Revolución industrial trajo como consecuencia un nota-
ble cambio en el medio ambiente, debido a que la contaminación del aire
con cantidades cada vez mayores de polvo de carbón, producto de una
actividad industrial intensa, llegó a eliminar los líquenes de los árboles,
ennegreciendo troncos y ramas. En esas condiciones, la polilla favorecida
comenzó a ser la oscura, ya que pasaba desapercibida sobre el menciona-
do fondo. En 1895, los porcentajes se habían invertido. Ahora la forma
negra comprendía el 99% de la población de Manchester.

285 Ayala (1994b), 148.


216 Capítulo 8

A mediados del siglo XX, Kettlewell llevó a cabo ingeniosos experi-


mentos tendentes a demostrar que el color puede cumplir una función
protectora en las polillas frente a la acción depredadora de las aves. Para
ello, liberó números conocidos de polillas marcadas en dos áreas: a) una
reserva para aves en Birmingham, zona industrial donde la población local
consistía en un 90% de polillas oscuras, y b) un área campestre de Dorset,
no contaminada, donde no había polillas negras.
En Birmingham, donde liberó un total de 477 individuos negros y
137 de color claro, pudo observar a las aves alimentándose de las polillas
liberadas, recapturándose las sobrevivientes atrayéndolas con luz por la
noche. Se recuperó el 40% de las polillas negras y el 19% de las de color
gris. En cambio, en la localidad no contaminada de Dorset se liberaron
473 negras y 496 de color claro. Los resultados de la recaptura fueron los
inversos de los obtenidos en Birmingham: el 12,5% de las de color claro
y solo el 6% de las negras.
A partir de 1960, y con la intención de combatir la contaminación
existente, la legislación inglesa redujo el uso del carbón en algunas indus-
trias. Como consecuencia, el ennegrecimiento de la vegetación circundan-
te disminuyó y las polillas con alas de color gris comenzaron a incremen-
tar su frecuencia poco a poco hasta reemplazar a las de color oscuro en
muchas regiones.
Otro caso interesante es el de los pinzones que habitan en las islas
ecuatorianas Galápagos. Viven allí trece especies que se supone evolucio-
naron a partir de un antepasado común. De color oscuro y proporciones
corporales similares, varían en longitud (de 7 a 12 cm) y en la forma del
pico, que refleja su dieta particular (semillas, bayas o insectos). Existen
pinzones arbóreos, terrestres, de los cactos, vegetarianos, picamaderos y un
pinzón de manglar. El conjunto representa un ejemplo excelente de radia-
ción adaptativa, de diversidad geográfica.
A partir de 1973, Rosemary y Peter Grant, ambos de la Universidad
de Princeton (Estados Unidos), comenzaron a estudiar a los pinzones de
la pequeña isla Daphne Major, del grupo de las Galápagos. Allí, durante
las estaciones húmedas normales, existe abundancia de semillas pequeñas
y un número mucho menor de semillas grandes. A medida que los pinzo-
nes van agotando el suministro de semillas pequeñas, buscan más a menu-
La teoría sintética de la evolución 217

do las semillas grandes. Es en este caso en el que se puede apreciar la ven-


taja que tienen los individuos de mayor talla y pico más grande y apro-
piado, que los equipa mejor para abrir la cáscara y llegar a la pepita. Y esta
ventaja se hace más manifiesta durante la sequía, por cuanto se depende
casi únicamente de las semillas grandes.
De acuerdo con la descripción efectuada por Peter Grant,286 en 1977
Daphne Major sufrió un episodio de sequía. Consecuentemente, las plan-
tas deciduas presentaban pocas hojas y las orugas escasearon. Durante los
18 meses que duró la sequía, muchas aves murieron (no se descarta la posi-
bilidad de migración de algunas), particularmente los pinzones terrestres
medianos, de los que solo sobrevivió el 15%. En cambio, los de mayor
talla, provistos de un pico grande y más alto que los habilitaba para la
ingesta de semillas grandes, tuvieron menor número de bajas. Un episodio
similar se repitió en 1982.
Contrariamente a lo sucedido en esas ocasiones, en el período húme-
do que comprendió los años 1984-1985 la selección natural cambió su
acción: ahora favorecía a los pinzones de menor talla y con pico pequeño,
que resultaron beneficiados por la abundancia de semillas pequeñas, fren-
te a la escasez relativa de las semillas grandes.
En esta isla, la composición de la dieta varía de año en año, lo que
determina cuál es la forma óptima del pico para esas circunstancias. Ello
es demostrativo de que la selección natural selecciona lo que representa
ventajas en ese momento, pero puede cambiar de dirección cuando
esas ventajas dejan de serlo. Los Grant no tardaron en descubrir que, de
hecho, los pinzones evolucionan de un año al otro conforme las condi-
ciones de la isla cambian, de la humedad a la sequedad y viceversa. Un
pinzón con un pico más pequeño no constituye una nueva especie, pero
Peter Grant cree que solo hacen falta unos cuantos incidentes para que se
establezca una nueva especie, que no elegirá reproducirse con la de sus
progenitores.
Solo un estudio a largo plazo en Daphne Major, como el que conti-
núan llevando a cabo Rosemary y Peter Grant (19 000 ejemplares anali-
zados y 25 generaciones de pinzones) permitirá saber si existe o no, por

286 Cfr. Grant (1991).


218 Capítulo 8

encima de las oscilaciones periódicas, una tendencia direccional clara que


muestre el surgimiento de una nueva especie.
De cualquier manera, si bien es cierto que la observación de la selec-
ción natural en acción en los casos de melanismo industrial y en el de los
pinzones de la isla de Daphne Major permite extraer algunas conclusiones
con respecto a la mecánica evolutiva, no son pocos los autores que consi-
deran que, en los casos en que se ha observado a la selección natural en
acción, los resultados están lejos de mostrarla como un mecanismo de
especiación. Tal es el caso de Niles Eldredge, uno de los representantes de
la teoría puntuacionista, como veremos en el capítulo 10, quien señala:
La evolución está en acción, desde luego; pero la dinámica del cambio
como respuesta a la perturbación del ecosistema parece más cíclica que direc-
cional y, por lo tanto, no es el material del que surge la evolución de especies
verdaderamente nuevas o el desarrollo de adaptaciones revolucionarias. Ocu-
rre que los mismos caprichos del cambio ambiental a corto plazo tienden a ser
cíclicos; lo que hace improbable que la selección natural empuje a una especie
en una determinada dirección durante demasiado tiempo. Además, cada espe-
cie está fragmentada en poblaciones locales, y cada una de estas poblaciones
pertenece a un ecosistema diferente en sus detalles de los sistemas vecinos.287

2. El concepto de especie en tiempos modernos

En la actualidad, la inmensa mayoría de los profesionales de las cien-


cias naturales coinciden en aceptar que el concepto de especie constituye,
por su extraordinaria complejidad, un verdadero «nudo gordiano». Esto es
así porque, lamentablemente, no existe un concepto consensuado que
satisfaga por igual a los especialistas de cada una de las ramas de las cien-
cias naturales. Así, por ejemplo, el concepto morfológico de especie, referi-
do a un conjunto de individuos caracterizados por cierta homogeneidad
en sus rasgos físicos, presenta dificultades para ser aplicado en los casos de
especies polimórficas y en los de especies gemelas (llamadas así porque son
prácticamente indistinguibles morfológicamente), en tanto que el concep-
to ecológico de especie, referido a un conjunto de individuos que explotan

287 Eldredge (2001), 86-87.


El concepto de especie en tiempos modernos 219

un mismo nicho ecológico (al que están adaptados y que no comparten


con otras especies que ocupan nichos ecológicos diferentes), resulta difi-
cultoso en la práctica porque existen casos en los que especies parecidas
habitan nichos ecológicos superpuestos.
Corresponde a Ernst Mayr el mérito de haber introducido en tiem-
pos modernos el concepto biológico de especie, que se caracteriza por
poner el acento en el aspecto reproductivo. Este es el que actualmente goza
del mayor consenso dentro de la comunidad científica internacional y que
nosotros seguiremos aquí. En 1940, Mayr definía a la especie como «gru-
pos de poblaciones naturales real o potencialmente intercruzables, aislados
reproductivamente de otros grupos análogos».288
De esta definición se desprende el hecho de que una especie equivale
a una comunidad reproductiva. Dentro de ella, todos los individuos que
la integran presentan afinidad reproductiva, por lo que pueden cruzarse
entre sí pero no pueden hacerlo, en principio, con otros individuos perte-
necientes a otras comunidades reproductivas. En otras palabras, y siguien-
do las expresiones de Savage, las especies
[…] son sistemas genéticos cerrados, protegidos contra el flujo genético de
otras especies mediante un complejo de mecanismos aislantes establecidos
genéticamente.289

Convencido de que las especies son unidades de existencia real y no


de la mente humana, el propio Mayr aseguraba que no hay argumento
más demoledor en contra de la postura nominalista que la experiencia que
le tocó vivir en Nueva Guinea. Dice al respecto:
Hace cuarenta años viví solo con una tribu de papúes en las montañas
de Nueva Guinea. Estos soberbios habitantes de los bosques tenían 136 nom-
bres para las ciento treinta y siete especies de aves que yo pude distinguir (con-
fundiendo tan solo dos indistinguibles especies de sílvidos). Que […] el hom-
bre de la Edad de Piedra reconozca las mismas entidades que los científicos
occidentales formados en universidades, refuta de modo bastante decisivo la
afirmación de que las especies no son más que un producto de la imaginación
humana.290

288 El autor se cita a sí mismo en Mayr (1968), 35.


289 Savage (1973), 107.
290 Citado por Gould (1986), 220-221.
220 Capítulo 8

Ciertamente, el concepto biológico también presenta limitaciones.


Así, por ejemplo, el criterio de interfecundidad no puede ser utilizado en
los casos de organismos que se reproducen asexualmente y tampoco por
los paleontólogos, quienes, imposibilitados de comprobar la existencia o
no de afinidad reproductiva por trabajar con fósiles, optan por considerar
que los fenómenos de origen y extinción de especies aparecen reflejados en
el registro fósil a través de discontinuidades morfológicas. No obstante, es
indudable que las especies representan unidades de existencia real en la
naturaleza. Prueba de ello es la tendencia a que las mismas se constituyan
en sistemas genéticos cerrados, ayudados por la presencia de diversos
mecanismos aislantes que actúan impidiendo que la ocasional cruza entre
individuos de diferentes especies prospere. Se trata de los mecanismos de
aislamiento reproductor, que desarrollaremos a continuación.

3. Mecanismos de aislamiento reproductor

Por lo general, en condiciones naturales normales los miembros de dife-


rentes especies con reproducción sexual, no se cruzan entre sí. Se debe a que
los individuos de cada una de las especies se mantienen aislados reproducti-
vamente por medio de barreras conocidas con el nombre de mecanismos de
aislamiento reproductor (MAR), de acuerdo con la expresión propuesta por
Dobzhansky, cuya función consiste en impedir o bien reducir al máximo
posible el intercambio de genes entre especies de reproducción sexual.
Siguiendo a Hunziker, generalmente los MAR no actúan aisladamente
sino en forma conjunta. Varios mecanismos algo incompletos pueden, sin
embargo, producir un aislamiento reproductivo total. La mayoría de las
especies, señala este autor, no están aisladas por un solo mecanismo sino por
combinaciones de diferentes mecanismos que actúan de manera sinérgica.
Estos mecanismos son de dos tipos:

3.1. Mecanismos precigóticos


Son los que actúan antes de producirse la reproducción entre indivi-
duos de diferentes especies, dificultando la formación del huevo o cigoto
(óvulo fecundado). De esta manera, se evita o reduce la formación de des-
cendencia híbrida.
Mecanismos de aislamiento reproductor 221

Pueden agruparse en cinco tipos principales:

3.1.1. Aislamiento ecológico


En este caso, si bien las poblaciones están dentro del mismo territo-
rio, ocupan nichos ecológicos diferentes, de tal manera que no entran en
contacto. Entre los muchos ejemplos existentes, Savage291 cita el caso de
las ranas Rana grylio y Rana areolata. La primera es extremadamente acuá-
tica y se encuentra en estanques profundos o lagos, sobre diversa vegeta-
ción emergente. En cambio, la Rana areolata ocupa túneles de mamíferos
y tortugas durante el día, pero es activa durante la noche en las márgenes
de áreas inundadas.
Otro caso es el que se presenta en las especies de sapos Bufo america-
nus, que vive en zonas de bosques, y Bufo fowleri, que prefiere vivir en pas-
tos. Al parecer, estas dos especies se encuentran básicamente separadas por
una combinación de aislamientos ecológicos y también estacionales (como
veremos en el punto siguiente), que se refuerzan mutuamente.

3.1.2. Aislamiento estacional o temporal


Es el que tiene lugar con motivo de que el apareamiento entre ani-
males o bien la floración de plantas se produce en estaciones distintas o en
diferentes momentos del día. Así, por ejemplo, el sapo Bufo americanus se
reproduce en primavera, un poco antes que Bufo fowleri. No obstante,
como las épocas reproductoras se solapan ligeramente, se han observado
casos de híbridos fértiles.
En muchas plantas la maduración de los óvulos y del polen son fac-
tores decisivos en la reproducción. Una semana de diferencia en la madu-
ración del polen puede causar un aislamiento completo. Al respecto,
Ayala292 proporciona el caso de tres especies tropicales de orquídea del
género Dendrobium que florecen por un solo día; las flores se abren al alba
y se marchitan al ocaso. La floración en las tres especies responde a ciertos
estímulos meteorológicos tales como una tormenta repentina o bien una
jornada extremadamente calurosa, pero el lapso que media entre un fenó-

291 Savage (1973), 116.


292 Cfr. Ayala (1994a), 154.
222 Capítulo 8

meno y el otro (estímulo y floración) varía entre una especie y otra (ocho
días en una, nueve en la otra y diez u once en la tercera). En estos casos,
la fertilización interespecífica resulta imposible porque cuando las flores de
una especie se abren, las de otra se han marchitado o todavía no están
maduras.
Schwoerbel293 cita el caso del castaño de Indias común, que florece
generalmente unos catorce días antes que el castaño de Indias rojo, y algo
parecido ocurre con el tilo de verano y el tilo de invierno. Una especie de
pinos del sur de California alcanza el período de madurez del polen y de
la fecundación en febrero-marzo, en tanto que otra especie que se da en el
norte tiene su floración en los meses de abril y mayo.

3.1.3. Aislamiento conductual o etológico


El reconocimiento entre machos y hembras de la misma especie es
absolutamente necesario para que se produzca el contacto sexual. Dicho
reconocimiento comprende estímulos que pueden ser olfativos, visuales,
auditivos o táctiles. El aislamiento reproductivo causado por la falta de
atracción entre los sexos se llama aislamiento conductual o etológico, uno
de los más importantes entre animales. En este caso, las poblaciones se aís-
lan por diferencias o incompatibilidad en el comportamiento previo al
apareamiento. La mayoría de los animales muestran en su apareamiento
una conducta compleja que comprende una serie de actos estrechamente
coordinados que culminan en la cópula. Si en cualquier etapa de tales
sucesos no se produce la respuesta adecuada a un estímulo particular, el
ritual se interrumpe y la cópula se frustra.
Un interesante ejemplo (Savage [1973]) es el que tiene lugar cerca de
Nueva Orleans, donde las ranas arbóreas Hyla versicolor e Hyla femoralis
con frecuencia se reproducen en los mismos estanques. Aunque ambas son
muy semejantes, las llamadas de apareamiento de los machos son muy dis-
tintas. En Hyla versicolor la llamada consiste en un sonido corto, fuerte y
resonante que no dura más de tres segundos, mientras que la llamada de
Hyla femoralis consiste en una serie de «puntos y rayas» cortos, sonoros.
Las llamadas de los machos atraen a las hembras y además estimulan a
otros a congregarse y cantar. De esta manera, se forman «coros» de indivi-

293 Schwoerbel (1986), 215.


Mecanismos de aislamiento reproductor 223

duos de la misma especie. Al distinguir las hembras entre estas llamadas,


no se producen uniones sexuales con individuos de la otra especie.
Otro caso mencionado por Savage es el que se da en las salamandras del
género Taricha. Aunque Taricha torosa y Taricha granulosa pueden reprodu-
cirse al mismo tiempo y en los mismos arroyos, el intercambio genético
entre ellas se evita por la existencia de un comportamiento sexual diferente.
En las aves, los estímulos visuales juegan un papel importante en el
cortejo. Los plumajes, adornos, exhibiciones de cortejo y cantos permiten
el reconocimiento de la especie e impiden o restringen los apareamientos
interespecíficos. También existen estímulos visuales muy importantes
entre las luciérnagas, en las que cada especie tiene su código característico,
como si se tratara de un alfabeto Morse. A las señales luminosas de los
machos responden las hembras con señales luminosas también específicas.
De esta manera, las hembras de cada especie reconocen a los machos de la
misma especie y viceversa. Los diferentes tipos de centelleo evitan las unio-
nes interespecíficas (Hunziker [1978]).

3.1.4. Aislamiento mecánico


En este caso el cruzamiento es impedido o resulta restringido debido
a diferencias en la forma o tamaño de los órganos de la reproducción
(genitales en los animales, flores en las plantas). Las diferencias en el tama-
ño impiden la hibridación entre los sapos Bufo quercicus y Bufo valliceps.
B. quercicus es un anfibio diminuto que alcanza una longitud máxima de
3,2 cm en las hembras. Las hembras pequeñas de B. valliceps miden unos
5,7 cm de longitud. Es evidente que la talla impide el apareamiento: los
machos de B. quercicus son demasiado pequeños para sostener a una hem-
bra de B. valliceps y los machos de B. valliceps son tan grandes que aun
suponiendo que entrara en cortejo con una hembra de B. quercicus, esta
sucumbiría bajo el peso del enorme macho (Savage [1973]).

3.1.5. Aislamiento gamético


En animales con fecundación interna, los espermatozoides pueden
resultar inviables en los conductos sexuales de las hembras o bien los gra-
nos de polen de una especie generalmente no pueden germinar en el estig-
ma de otra especie, de modo que el polen nunca llega al ovario y, por lo
tanto, no puede producirse la fecundación.
224 Capítulo 8

Así, por ejemplo, entre la oveja (Ovis aries) y la cabra (Capra hircus)
no es posible obtener híbridos. Los resultados son diferentes según como
se efectúe el cruzamiento. Pero en el caso de una cruza entre una oveja y
un macho cabrío se produce incompatibilidad gamética y la fecundación
no tiene lugar.

3.2. Mecanismos poscigóticos


Son los que actúan en los pocos casos en que la reproducción entre
individuos de diferentes especies ha tenido lugar, dando origen al huevo o
cigoto. En estas circunstancias, la acción de los mecanismos poscigóticos
impide, por lo general, que el individuo híbrido resultante se desarrolle
normalmente y llegue a la adultez. Así, puede suceder que muera en eta-
pas tempranas de desarrollo, antes de nacer. Pero también puede ocurrir
que llegue a la adultez y, no obstante, sea estéril o bien que, aun siendo fér-
til, su descendencia sea poco viable o estéril. Veamos a continuación las
tres situaciones:

3.2.1. Inviabilidad de los híbridos


En estos casos, el híbrido resultante suele morir en etapas tempranas
de desarrollo, antes de nacer. La inviabilidad de los híbridos es común en
plantas cuyas semillas híbridas, con frecuencia, no germinan o mueren
poco después de la germinación. Entre animales, un caso ilustrativo men-
cionado por Savage es el de los frecuentes híbridos entre el sapo de la costa
del Golfo, en Estados Unidos, y el sapo de Fowler (Bufo woodhousii).
Todos los individuos resultantes de cruces entre hembras de la primera
especie y machos de la segunda, mueren durante el desarrollo temprano.
Otro caso, más conocido, es el de la cabra y el carnero: hay fecundación
pero los embriones híbridos mueren en las primeras etapas del desarrollo.

3.2.2. Esterilidad de los híbridos


Es el mismo ejemplo de los sapos de la costa del Golfo y el Fowler,
pero esta vez en el caso de la unión sexual entre machos del primero y
hembras del segundo, los híbridos se desarrollan normalmente hasta la
adultez, pero estos adultos son todos machos y estériles. Asimismo, en el
conocido cruce entre caballo y burra o asno y yegua, los descendientes, los
mulos, son estériles.
La especiación según el sintetismo. La especiación alopátrica 225

3.2.3. Degradación de los híbridos


En este caso, los híbridos de la primera generación son normales y fér-
tiles, pero sus descendientes constituyen individuos inviables, débiles o
estériles. Cuando se crían en cautiverio gallinas de la especie Gallus gallus
con gallos de Gallus sonneratii, por ejemplo, la cruza de ambos puede dar
origen a híbridos vigorosos y fértiles pero en la generación siguiente no
sobrevive ningún individuo y los embriones revelan muchas condiciones
anatómicas anormales (Morejohn, 1968, citado por Hunziker [1978]).
¿De qué modo opera la selección natural en relación con los meca-
nismos pre y poscigóticos de aislamiento reproductor? Con absoluta clari-
dad, Francisco Ayala procede al siguiente análisis:
Resulta evidente que el derroche del esfuerzo reproductor es muy supe-
rior en los mecanismos de aislamiento postcigóticos que en los precigóticos. Si
se forma un cigoto híbrido que resulta inviable, se desperdician dos gametos.
Todavía es peor cuando el híbrido es viable pero estéril, ya que el derroche no
solo incluye los gametos, sino también los recursos utilizados por el híbrido
durante su desarrollo. El derroche es aún superior en el caso de la degradación
de los híbridos, ya que involucra los recursos utilizados tanto por los híbridos
como por la descendencia de los mismos. Aunque en el aislamiento gamético
también se desperdician gametos, y en algunos otros mecanismos de aisla-
miento precigóticos se consume energía en los cortejos carentes de éxito o en
las copulaciones fallidas, en general los mecanismos precigóticos son mucho
menos costosos que los postcigóticos.294

4. La especiación según el sintetismo. La especiación alopátrica

Para los sintetistas, la especiación no es otra cosa que una consecuen-


cia de la adaptación o, mejor dicho, de sucesivas adaptaciones. Así, venta-
jas selectivas muy pequeñas, acumuladas a través del tiempo, llegarán a
explicar la formación de nuevas especies. Como vemos, en el sintetismo
adquiere particular relevancia el concepto de microevolución, cambios
pequeños y graduales que se producen dentro de la especie y fuera de ella,
explicando, de esta manera, lo que otros autores denominan macroevolu-
ción. Al respecto, y de acuerdo con lo sostenido por el sintetismo, la

294 Ayala (1994b), 52.


226 Capítulo 8

macroevolución, o evolución de los taxones superiores (género, familia,


orden, etc.) solo constituiría un efecto de perspectiva de la microevolu-
ción. Por tal motivo, el sintetismo considera absolutamente innecesaria la
distinción entre ambos conceptos.
En su importante obra Especies animales y evolución, Ernst Mayr señala:
Los defensores de la teoría sintética sostienen que toda la evolución
se debe a pequeños cambios genéticos, conducidos por selección natural,
y que la evolución transespecífica no se debe sino a una extrapolación y
amplificación de los acontecimientos que se verifican dentro de poblaciones
y especies.295

El modelo que el sintetismo ha considerado siempre como el más


apropiado para explicar el fenómeno de la especiación es el de la especia-
ción alopátrica, ya que responde plenamente a ciertos postulados básicos
que sostiene, tales como micromutaciones fortuitas, selección natural y
tiempo (ya que se trata de un proceso lento y gradual).
En el modelo de especiación alopátrica («en otro lugar»), propues-
to por el naturalista y explorador Moritz Wagner a mediados del siglo XIX,
el acontecimiento que inicia el proceso es una barrera geográfica que se
interpone entre poblaciones de una misma especie (por ejemplo, la for-
mación de un río, de una sierra o de un desierto, o bien la migración
de una de las poblaciones a una isla, o un incendio en los bosques, etc.).
A partir de ese momento, dichas poblaciones estarán expuestas, a cada
lado de la barrera geográfica, a presiones selectivas diferentes. Asimis-
mo, en cada una de esas áreas seguirán produciéndose micromutaciones
y continuará operando la selección natural. Un tercer elemento es el
tiempo. En principio, cuanto más tiempo transcurra desde el momen-
to de la separación, mayores diferencias existirán entre las poblaciones
en cuestión y, por ende, mayor será la probabilidad de que se inte-
rrumpa el flujo genético entre ellas (en el hipotético caso de que ambas
entraran en contacto).
La interrupción del flujo genético, o aislamiento reproductivo, con-
secuencia del establecimiento de la barrera geográfica, resulta entonces de
una profunda divergencia genética de las poblaciones separadas. A partir

295 Mayr (1968), 596.


La especiación según el sintetismo. La especiación alopátrica 227

de ahora, dejarán de ser dos poblaciones de la misma especie para pasar a


constituirse en dos especies diferentes.
Savage296 proporciona un interesante ejemplo de especiación alopá-
trica. El elefante marino del sur, Mirounga leonina, se encuentra en las
aguas frías del hemisferio austral, alrededor del Antártico, las costas sur de
Sudamérica, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. Un pariente cercano,
el elefante marino del norte, Mirounga angustirostris, se encuentra en las
aguas frías de la costa occidental de los Estados Unidos. Las dos formas
son muy similares entre sí y solo difícilmente pueden distinguirse. Sin
embargo, las poblaciones reproductoras de las dos poblaciones están sepa-
radas por 4800 kilómetros de cálido mar tropical, por lo que no pueden
tener intercambio genético.
Otros factores también pueden producir aislamiento geográfico. Así,
por ejemplo, el hundimiento y el levantamiento de masas de tierra, como
el estrecho de Bering y el istmo de Panamá, han sido muy eficaces para ais-
lar animales marinos y terrestres.

296 Savage (1973), 108.


CAPÍTULO 9

1. Una visión espiritualista de la evolución:


Teilhard de Chardin

Si bien es cierto que en la actualidad las ideas sustentadas por el jesui-


ta francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) han perdido vigencia,
el particular impacto que tuvieron después de su muerte, especialmente en
el mundo católico, justifica que le dediquemos un capítulo completo.
Dada la amplitud de la síntesis que el padre Teilhard intentó construir
acerca del origen, naturaleza y destino del universo y del hombre, no resul-
ta sencillo exponer sus ideas. Nuestro objetivo principal, al respecto, es
describir, de la manera más clara posible y siguiendo fielmente las expre-
siones del autor, su visión de la evolución de la vida y del hombre, sin
entrar en cuestiones específicas relacionadas fundamentalmente con el
tema del futuro de la humanidad. Estas reflejan un profundo pensamien-
to místico y teológico cuya naturaleza excede el carácter estrictamente
científico de este libro.

1.1. Datos biográficos


1881. Pierre Teilhard de Chardin nace el 1 de mayo de 1881 en Sarcenat,
en Auvergne (Francia). Fue el cuarto de diez hermanos, integrante
de una familia de tradiciones cristianas perteneciente a la burguesía
acomodada. Uno de sus bisabuelos, por vía materna, fue Voltaire.
230 Capítulo 9

1892-1897. En abril de 1892 ingresa en el colegio de jesuitas de Nuestra


Señora del Mongré, obteniendo el bachillerato superior en Filoso-
fía en 1897. Por entonces, manifiesta un temprano interés por las
piedras y los minerales.
1899. A los 18 años de edad, provisto de su diploma de bachiller, ingre-
sa en la Compañía de Jesús, en Aix-en-Provence. Se inicia así su
formación religiosa.
1900-1905. A partir de octubre de 1900 se traslada a Laval, donde acaba
su noviciado. En 1901 la Compañía de Jesús es expulsada de Fran-
cia. De octubre de 1901 a octubre de 1905, realiza estudios teoló-
gicos en la isla de Jersey.
1905-1908. Enseña Física y Química en el Colegio de la Sagrada Familia
de El Cairo, en Egipto.
1908-1912. Cursa 4 años de teología en Ore Place (Hastings, condado de
Sussex, Inglaterra).
1911. Es ordenado sacerdote.
1912. Conoce y comienza a trabajar con Marcellin Boule, profesor de
Paleontología en el Museo de Historia Natural de París.
1913-1914. Recorre las cuevas con pinturas rupestres del noroeste de
España. Se dedica a los estudios científicos y culmina su formación
teológica.
1915-1918. Teilhard se ve sumergido en los horrores de la primera guerra
mundial, prestando servicios como enfermero camillero. Sus vigo-
rosos escritos de esos días han sido reunidos bajo el título de Escri-
tos de tiempos de la guerra.
1919. Al retornar la paz, Teilhard reanuda en París su vida científica,
obteniendo en la Sorbona la licenciatura en Ciencias Naturales.
1920-1923. Se le encomienda el dictado del Curso de Paleontología y
Geología en el Instituto Católico de París.
1922. Defiende su tesis de doctorado en Ciencias en la Sorbona sobre el
tema Los mamíferos del Eoceno inferior francés y sus yacimientos,
pasando a desempeñarse como profesor adjunto de Geología en el
Instituto Católico de París.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 231

1923. Emprende su primer viaje a China, lo que constituye un aconteci-


miento que va a tener consecuencias decisivas en toda su actividad
científica. Su prolongada estancia en China será consecuencia de
un destierro que le fue impuesto por sus superiores: no se lo que-
ría ver en París ni en Francia. Paradójicamente esos años fueron los
de maduración de su vida y de su obra.
1929. Es designado consejero del Servicio Geológico de China. Como
tal, Teilhard debió efectuar numerosas misiones geológicas en casi
todas las regiones del país.
1931. Se integra como geólogo de la sección china de la expedición fran-
cesa Haardt-Citröen, caravana automovilística que atravesó Asia
desde Beirut hasta Pekín, en medio de enormes dificultades.
Durante seis meses, Teilhard se trasladó por el norte de China,
recorriendo más de 12 000 kilómetros.
1936-1938. Se traslada a la isla de Java (actual Indonesia) para visitar los
célebres yacimientos de pitecántropos de Trinil y Sangirán. Tam-
bién participa en la expedición Harvard-Carnegie por Birmania.
1938-1940. Es este un período de intensa actividad intelectual del Padre
Teilhard, durante el cual escribe El fenómeno humano, en Pekín.
1940. Funda en Pekín, junto con el padre Pierre Leroy, el Instituto de
Geobiología, un instituto de investigaciones referidas a la Tierra y
a la Vida.
1943. Edita con Pierre Leroy la revista Geobiología.
1946. Repatriado, Teilhard regresa a Francia y al año siguiente es invita-
do a ingresar en el Colegio de Francia. Pero sus superiores religio-
sos, inquietos por sus audaces opiniones, no le autorizan a aceptar
tal distinción.
1950. Es designado miembro de la Academia de Ciencias de Francia,
pero en 1951 sus superiores religiosos le piden que se aleje de París.
1951. Se instala en Nueva York, donde le acoge la Wenner Green Funda-
tion, con cuyo patrocinio lleva a cabo dos importantes misiones en
África austral, en 1951 y 1953, para visitar los yacimientos de aus-
tralopitécidos. Al respecto, se dio cuenta de que debía prestarse una
232 Capítulo 9

mayor atención al continente africano, en lo concerniente a los


estudios sobre los orígenes del hombre.
1955. El 10 de abril de 1955, un domingo de Pascua, muere en Nueva
York, donde había vivido los últimos años. Hoy, los restos morta-
les del gran pensador se encuentran en el cementerio del noviciado
de la Compañía de Jesús de Saint-André, sobre el río Hudson, a
160 km de Nueva York.
Teilhard de Chardin había sido miembro de honor del Real Instituto
de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda, de la Linnean Society de Lon-
dres, de la Sociedad Americana de Geología, de la Sociedad Geológica y
de la Academia de Ciencias de Francia y de la Academia de Ciencias de
Nueva York.
Además de su existencia como pensador original, escritor y sacerdote,
Teilhard desplegó una actividad intensa como geólogo, paleontólogo y
paleoantropólogo. Fruto de la misma fueron los numerosos trabajos escri-
tos y publicados en revistas científicas de primer nivel. Pero al lado de esa
vasta producción científica encontramos en Teilhard una diversidad de
ensayos que fueron escritos por el autor en consonancia con su particular
visión del mundo, de la vida y del hombre y en los que intenta una com-
pleja síntesis entre ciencia, filosofía, teología y mística. Las singulares ideas
espiritualistas y finalistas expresadas por el padre Teilhard en esos ensayos,
prohibidos por la Iglesia a lo largo de su vida y publicados inmediatamente
después de su muerte, resultaron ser los escritos más esperados, leídos y
difundidos por parte de científicos, intelectuales y público en general.
Al respecto, Leandro Sequeiros, de la Universidad de Granada, aclara:
Con Teilhard sucede algo muy curioso: dado que durante su vida le fue
prohibido publicar trabajos de tipo filosófico y teológico (que se dieron a
conocer después de su muerte), en su tiempo sólo era conocido por sus traba-
jos científicos. Sucede al contrario que en la actualidad: mucha gente leyó sus
ensayos filosóficos y teológicos pero pocas personas tuvieron un acceso a su
copiosa obra estrictamente científica.297

De acuerdo con la explicación proporcionada por el profesor Sequei-


ros, este habría sido el motivo por el cual buena parte de los lectores de

297 Sequeiros (2005b), 19-20.


Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 233

Teilhard solo conocieron «la mitad» de su obra, la expresada a través de sus


ensayos, y no el contenido de su rica producción científica. De allí su
esfuerzo de los últimos años en pos de la «recuperación histórica de su obra
científica» como reza el título de uno de sus artículos alusivos,298 porque
es allí donde Teilhard «se expresa de otra forma: como un auténtico geó-
logo y paleontólogo de la primera mitad del siglo XX».299 De cualquier
manera, y no obstante la importancia de la labor desarrollada en ese sen-
tido, nosotros creemos que es indiscutible el hecho de que fue la origina-
lidad de las ideas teilhardianas contenidas en esos ensayos, y no sus apor-
tes científicos propiamente dichos, lo que en realidad trascendió, lo que
produjo el denominado «fenómeno Teilhard».
Después de la muerte del padre Teilhard, acaecida como vimos en
1955, esos ensayos salieron a la luz bajo el patronato de la Reina Marie-
José y el patronato de un Comité Científico y un Comité General, ambos
internacionales, y pronto traducidos a otros idiomas. Entre los más desta-
cados podemos mencionar El fenómeno humano, La aparición del hombre,
La visión del pasado, El grupo zoológico humano y El porvenir del hombre.
De todos, el que constituye la base bibliográfica del presente capítulo,
dedicado a tratar la visión evolucionista del autor es El fenómeno humano,
que Sequeiros considera «la obra maestra de Teilhard».300

1.2. Introducción
Refiriéndose al pensamiento de Teilhard, su biógrafo Paul Chauchard
señala:
Lo que más importa en el pensamiento científico de Teilhard no es lo
que comparte con todos los paleontólogos, sino cómo, reflexionando sobre la
paleontología, llega, objetiva y científicamente, a contribuir a la comprensión
del mundo y del hombre, y cómo esta concepción científica del mundo con-
cuerda para él con la visión cristiana.301

Como decíamos más arriba, en Teilhard prevalece un inmenso afán


por armonizar ciencia, filosofía y teología, en una visión evolucionista del

298 Sequeiros (2005a), 1.


299 Comunicación personal (5 de julio de 2005).
300 Sequeiros (2005c).
301 Citado por Sequeiros (2005a), 7. También en Sequeiros (2005b), 20.
234 Capítulo 9

cosmos. Nuestro mundo, para él, es un mundo en movimiento. En este


sentido, nos parece importante destacar que su punto de partida es consi-
derar la evolución como un fenómeno real, como un hecho. Surge con cla-
ridad de las dos citas que se transcriben a continuación:
La Evolución, ¿una teoría, un sistema, una hipótesis? De ninguna mane-
ra, mucho más que esto: una condición general a la cual deben doblegarse y,
además, para ser posibles y verdaderas, todas las teorías, todas las hipótesis,
todos los sistemas. Una luz esclareciendo todos los hechos, una curvatura a la
cual deben amoldarse todos los rasgos: he aquí lo que es la Evolución.302
Comprendido en su más lato sentido, como debe serlo, el Transformis-
mo ya no es una hipótesis. Se ha convertido en la forma de pensar fuera de la
que ya no hay explicación científica posible.303

Pero la evolución que llegó a concebir Teilhard es al mismo tiempo


una evolución creadora: una evolución que, en cierta manera, se desarro-
lla desde sí misma, aunque solo adquiere esa posibilidad gracias a su com-
pleta dependencia con respecto al Creador.
Frente al creacionismo clásico, que apela a un especial acto de creación
para explicar el origen de la vida y del hombre (quizá no su cuerpo pero sí
su alma), en el esquema de Teilhard ni la vida ni el hombre surgen como
resultado de una especial intervención divina. Si Dios es omnipotente y
todopoderoso, es suficiente conque actúe una sola vez. Teilhard considera
que un cosmos que se desarrolla desde sí mismo es un signo de mayor
poder de creación divina que un cosmos en el que Dios tenga que volver a
intervenir siempre con nuevas creaciones. En este contexto, señala:
Y aún una creación de tipo evolutivo (Dios haciendo que se hagan las
cosas).304
Dios, más bien que «hacer» las cosas, «las hace hacerse».305

Se comprende, por lo tanto, que Teilhard padeciera permanentes difi-


cultades con la Iglesia. Sin embargo, a pesar de las desavenencias que tuvo
con sus superiores en la orden, como lo demuestra el texto que transcribi-
mos a continuación, Teilhard permaneció en la Compañía de Jesús hasta
su muerte:

302 Teilhard de Chardin (1971), 265-266.


303 Teilhard de Chardin (1971), 113.
304 Teilhard de Chardin (1971), 193.
305 Teilhard de Chardin (1971), 40.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 235

En 1925, los superiores de los Jesuitas le ordenan que deje de enseñar en


el Instituto Católico. En 1927, Roma niega el imprimátur a El medio divino.
En 1927, Roma ordena al padre Teilhard que rehúse toda actividad en París.
En 1938 se le prohíbe publicar La energía humana. En abril de 1941 envía a
Roma su obra maestra, El fenómeno humano. El 6 de agosto de 1944 se ente-
ra de que su obra maestra es rechazada por la censura: El fenómeno humano no
aparecerá hasta después de la muerte del padre. En septiembre de 1947, es
invitado a no escribir más filosofía. En 1948, se le prohÍbe aceptar la cátedra
que le es ofrecida en el Colegio de Francia. En junio de 1950, la censura recha-
za El grupo zoológico humano. En 1950, se le prohibe que participe en el Con-
greso Internacional de Paleontología. Durante toda su vida, la jerarquía no
cesó de privarle de medios de expresión. Hasta su muerte, aparte de unos
cuantos artículos técnicos, su obra era solo conocida en fragmentos copiados
a multicopista que circulaban furtivamente.306

Las ideas de Teilhard, reflejadas en la publicación y extraordinaria


difusión de sus obras después de su muerte, originaron un gran número
de escritos a favor y también en contra, principalmente provenientes de la
Iglesia. Estos se sucedieron con intensidad a partir de 1955 y durante las
décadas de los sesenta y de los setenta especialmente.
Leemos en Roger Garaudy:
Un decreto del Santo Oficio del 6 de diciembre de 1957 (hecho público
en el número de agosto de 1958 de la revista Relátions, de los jesuitas de Mon-
treal) decide: «los libros del P. Teilhard de Chardin, S. J. deben ser retirados de
las bibliotecas de los seminarios y de las instituciones religiosas; no serán pues-
tos a la venta en las librerías católicas ni traducidos a otras lenguas».307

Asimismo, el jesuita antiteilhardiano Sebastián Bartina, transcribe un


documento eclesiástico referido al padre Teilhard que interesa conocer.
Dice así:
Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio. Monitum [Aviso]
Se propagan ciertas obras, editadas incluso después de la muerte del
autor, del Padre Pedro Teilhard de Chardin, las cuales logran no escaso éxito.
Dejando aparte el juicio sobre las cosas que pertenecen a las ciencias
positivas, aparece suficientemente que dichas obras abundan en tales ambi-
güedades, más aún incluso graves errores, que ofenden la fe católica.
Por lo cual, los eminentísimos y reverendísimos Padres de la Suprema
Congregación del Santo Oficio exhortan a todos los ordinarios (obispos), no
menos que a los superiores de Institutos religiosos, a los rectores de seminarios

306 Garaudy (1970), 217.


307 Garaudy (1970), 217.
236 Capítulo 9

y a los presidentes de universidades que protejan las mentes, principalmente


de los jóvenes, contra los peligros de las obras del padre Teilhard de Chardin y
de sus seguidores.
Dado en Roma, en la Sede del Santo Oficio, el día 30 de junio de 1962.
Sebastián Massala
Notario.308

En 1981, con motivo de un acto académico efectuado en el Instituto


Católico de París al cumplirse los cien años del nacimiento del padre Teil-
hard de Chardin, el cardenal Agustín Casaroli, en nombre del Santo Padre,
envió a monseñor Paul Popupard una carta elogiosa de la personalidad del
padre Teilhard, haciendo reservas respecto de sus expresiones conceptuales
(L’Osservatore Romano, 21 de junio de 1981). Pero la prensa tergiversó el
contenido de esa carta, difundiendo la noticia de que la Santa Sede revisaba
su anterior toma de posición respecto del padre Teilhard de Chardin. Con
la intención de esclarecer la confusión planteada, un rápido comunicado de
la Santa Sede insistía en que la carta del cardenal Casaroli manifestaba en
diversos pasajes ciertas reservas respecto a las ideas de Teilhard que el perio-
dismo no había dado a conocer (L’Osservatore Romano, 19 de julio de 1981).

1.3. La concepción evolucionista de Teilhard de Chardin


Para Teilhard, «Cada elemento del cosmos está positivamente entre-
tejido con todos los demás [...]» y resulta «imposible romper esta red,
imposible aislar una sola de sus piezas sin que se deshilache toda ella y se
deshaga por todos sus extremos»; «[…] el Universo se sostiene por su con-
junto», y por eso es necesario considerar a todo el Universo «como un solo
bloque».309
Refiriéndose a la cosmología de Teilhard, dice el jesuita Eusebio
Colomer:
La cosmología de Teilhard, a diferencia de la clásica, tiene por objeto un
mundo en génesis, centrado sobre el hombre. La concepción antigua, estática
y cosmocéntrica, no es ya viable. Por eso la concepción cosmológica de Teil-
hard es evolutiva y antropocéntrica. La realidad para él es una historia, en cuyo
desarrollo ha aparecido el hombre. Por otra parte, el hombre, nacido en el seno
de esta historia cósmica, la piensa y la lleva a cumplimiento. La historia del

308 Bartina (1963). Apéndice documental, p. 111. Texto del documento tomado por el
autor de L’Osservatore Romano, año 102, n.º 148 (30 de junio-1 de julio de 1962, pp. 1 y ss.).
309 Teilhard de Chardin (1971), 58.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 237

universo es por ello una historia humana: sólo en el hombre y por el hombre
llega a la conciencia y adquiere su pleno sentido. De ahí el carácter esencial-
mente histórico de la fenomenología teilhardiana.310

«Nada es comprensible más que por su historia», diría Teilhard.


La obra en la que Teilhard mejor desarrolla su concepción evolucio-
nista es El fenómeno humano escrita entre junio de 1938 y junio de 1940.
Teilhard reconoce la existencia de tres etapas bien definidas en la his-
toria de la Tierra:
a) Geosfera, o esfera de la Tierra.
b) Biosfera, o esfera de la Vida.
c) Noosfera o esfera del hombre y de la cultura.
Estas etapas están bien reflejadas en el contenido de El fenómeno
humano: la previda, la vida, el pensamiento y la sobrevida.
En la primera parte, la previda, Teilhard sostiene que en la materia
opera una doble energía: una energía tangencial, externa (material), que
promueve en ella sus reacciones fisicoquímicas; y una energía radial, inter-
na (espiritual), mediante la cual la materia se construye en unidades cada
vez más organizadas. Poniendo el acento en un lado u otro, materialistas
y espiritualistas han rivalizado desde siempre sin intentar, nunca, una
visión totalizadora. Leemos en Teilhard:
Por una parte, los materialistas se obstinan en hablar de los objetos como
si consistieran solo en acciones exteriores, en relaciones «transientes». Por otra
parte, los espiritualistas están empeñados en no salirse de una especie de
introspección solitaria, en la que los seres no son considerados de otra manera
que encerrados en sí mismos, en sus operaciones «inmanentes». Aquí y allá se
lucha sobre dos planos diferentes, sin encontrarse unos a otros, y cada uno no
ve más que la mitad del problema.
Mi convicción es la de que los dos puntos de vista exigen complemen-
tarse y que pronto llegarán a reunirse en una especie de Fenomenología o de
Física generalizada, en la que la cara interna de las cosas será considerada tanto
como la cara externa del Mundo.311

Como vemos, Teilhard considera que el único modo de poseer una


visión completa del cosmos es teniendo en cuenta tanto el interior como

310 Colomer (1966), 863-864.


311 Teilhard de Chardin (1971), 69.
238 Capítulo 9

el exterior de las cosas, tanto la energía material como la espiritual. Dice


Teilhard: «Energía material y Energía espiritual, sin duda alguna, se sos-
tienen y se prolongan una a otra por medio de algo. En el fondo, de algu-
na manera, no debe haber actuando en el Mundo más que una Energía
única».312 De todas maneras, la visión de Teilhard es una visión funda-
mentalmente espiritualista, basada en el hecho de que el proceso evoluti-
vo muestra, a su entender, el claro triunfo del espíritu sobre la materia por-
que, si bien al principio la materia dominaba al espíritu, con el paso del
tiempo y el ingreso a la noosfera el espíritu ha comenzado a adueñarse
cada vez más de la materia.
Para Teilhard, el mundo evoluciona en el sentido de una creciente
complejidad, a la que responde correlativamente un mayor nivel de inte-
rioridad y de consciencia. «Perfección espiritual (o “centreidad” conscien-
te) y síntesis material (o complejidad) no son sino las dos caras o mitades
entrelazadas de un mismo fenómeno».313 Esta es la ley de complejidad-
consciencia, o proceso de «corpusculización», o de «centración» o de «inte-
riorización». Del átomo a la molécula, de la molécula a la megamolécula,
de la megamolécula a la célula y de la célula al tejido y al organismo. De
los organismos más simples y primitivos a los más complicados y avanza-
dos. Esa ley de complejidad-consciencia es la que le permite a Teilhard
pensar en la evolución como un proceso que indica una progresión y que
está orientado hacia el hombre.
Desde sus primeros momentos, la materia está dispuesta como una
materia consciente. Apresurémonos a aclarar que el término consciencia
está tomado por Teilhard en su acepción más general, para designar todo
tipo de psiquismo, todo tipo de interioridad, desde las formas más rudi-
mentarias hasta el advenimiento del ser humano con su conocimiento
reflexivo.
Interesa señalar, al respecto, que Miguel Crusafont Pairó, uno de los
más destacados seguidores de Teilhard en España y traductor al castellano
de la mayoría de sus obras, utiliza el neologismo consciencia para indicar
los estadios inferiores de «interioridad» a que se refiere Teilhard, reservan-
do el término conciencia solamente para el hombre. Se puede apreciar esta

312 Teilhard de Chardin (1971), 80.


313 Teilhard de Chardin (1971), 77.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 239

distinción en la traducción de El fenómeno humano, obra que hemos toma-


do como base para el análisis de la concepción evolucionista de Teilhard.
¿De qué manera surge la vida para Teilhard? Para él, la vida surge
como consecuencia de la combinación y recombinación de elementos que
van de lo inorgánico a lo orgánico y de allí a la formación de los primeros
seres vivos. Pero no se trata de una combinación casual, accidental.
Siguiendo a Teilhard, Jean Piveteau señala que «La vida no es una combi-
nación fortuita de elementos materiales, un accidente de la historia del
mundo, sino la forma que la materia adopta en determinado nivel de com-
plejidad».314 Teilhard integra la biogénesis a la cosmogénesis: la historia de
la vida a la historia del cosmos.
¿Cómo puede la vida surgir de lo inerte? Teilhard contesta con una res-
puesta paradójica que encierra la adopción de una postura filosófica: solo a
condición de que lo inerte no sea realmente inerte sino que toda materia
contenga ya un germen de vida (consciencia). Durante el proceso de enfria-
miento de la Tierra debió haber un período durante el cual las condiciones
generales hicieron posible que, espontáneamente, surgieran megamoléculas
que luego, al complicarse cada vez más, se convirtieran en los primeros seres
unicelulares. Se acepta, por lo tanto, que si hay vida y conciencia en el
mundo, es necesario que estas estén preparadas en niveles anteriores.
Por otro lado, la aparición de la vida ¿constituye un acontecimiento
absolutamente único o, por el contrario, cree Teilhard que el fenómeno
puede repetirse? Al respecto, observa:
Existen dos maneras posibles para que una determinada cosa no coinci-
da en el Tiempo con nuestra visión. O no la vemos, por el hecho de que no se
reproduce sino a tan largos intervalos que nuestra existencia está comprendi-
da, toda entera entre dos de sus apariciones, o se nos escapa más radicalmen-
te aún, por el hecho de que, una vez realizada, ya no se repite jamás.315

Y luego concluye:
[…] en el naturalista va creciendo la convicción de que la eclosión de la Vida
sobre la Tierra pertenece a la categoría de los acontecimientos absolutamente
únicos, los cuales, una vez realizados, no se repiten jamás.316

314 Prólogo en Teilhard de Chardin (1965b), 9.


315 Teilhard de Chardin (1971), 122.
316 Teilhard de Chardin (1971), 124.
240 Capítulo 9

De acuerdo con lo que manifiesta Teilhard, en la actualidad ya no se


dan, en la superficie de la Tierra y en la atmósfera, las mismas condiciones
que existían en la Tierra primigenia, durante el período de génesis de la
vida. Si se lograra establecerlas, estima que, en principio, debería ser posi-
ble producir artificialmente la vida. Pero ¿qué características tendrían esas
condiciones para el surgimiento de las primeras células? Teilhard imagina
al respecto:
Los geólogos están lejos de ponerse de acuerdo sobre el aspecto que
podría presentar nuestro planeta en esas épocas lejanas. De buen grado me la
figuro, por mi cuenta, como rodeada de un océano sin límites (¿nuestro Pacífi-
co no será su vestigio actual?) […]. Estas aguas eran sin duda más tibias que
en la actualidad —más cargadas también de todos los quimismos libres que las
edades debían absorber y fijar progresivamente—. Fue en este licor, pesado y
activo —en todo caso inevitablemente en un medio líquido—, donde las pri-
meras células debieron de formarse.317

Una vez que aparece la vida, según Teilhard, esta manifiesta una de
sus tendencias fundamentales, la tendencia a ramificarse a medida que
avanza, alcanzando, permanentemente, una creciente complejidad y per-
fección. Si vemos el proceso muy de cerca, parece existir un caos de líneas
filogenéticas. Pero esto no es más que un «tanteo» de la vida para encon-
trar el camino principal. «El tanteo, que no es solo el Azar, con el que se
ha querido confundirlo, sino un Azar dirigido. Llenarlo todo para ensa-
yarlo todo. Ensayarlo todo para hallarlo todo».318
En relación con ese despliegue de la vida, dice Teilhard:
Reducida a sus propios recursos, la Vida se expansionaría y se diversifi-
caría siempre en el mismo plano. Se parecería al avión que corre sobre el suelo
sin poder «despegar». No podría, pues, ascender.319

Pero la vida no representa solo una expansión. Hay algo más que se
agrega a ella, caracterizándola: es la ley de complicación dirigida o fenó-
meno de ortogénesis, generalmente interpretado como la existencia de un
impulso interior o tendencia inherente a la evolución a continuar en una
dirección dada. «Sin la ortogénesis no habría más que una extensibilidad:

317 Teilhard de Chardin (1971), 113.


318 Teilhard de Chardin (1971), 135.
319 Teilhard de Chardin (1971), 132.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 241

con la ortogénesis existe de manera invencible una ascensión de la


Vida»,320 sostiene Teilhard. La ortogénesis es una evolución dirigida, una
complejificación dirigida. Es una ascensión de los organismos hacia esta-
dos de consciencia crecientes.
La vida avanza en forma de «bola de nieve», acumulando caracteres
sobre caracteres, pero «¿va hacia algo?». Teilhard reconoce que si se formu-
la esa pregunta a los biólogos en general, la mayoría responderá negativa-
mente. Sin embargo, considera que, a pesar de que «el conjunto de los seres
vivos constituye, cualitativamente, un laberinto inextricable», es necesario
explorar el camino con ayuda de un hilo directriz (el «hilo de Ariadna»).
Si se procede de esta manera, inmediatamente surge cuál puede ser
ese hilo directriz, «basta que nos contemplemos a nosotros mismos para
percibirlo: es el sistema nervioso». Distribuyendo a los seres vivos por su
grado de «cerebralización» «un orden, precisamente aquel orden que bus-
cábamos, se establece, y de una manera automática».321
A continuación, señala Teilhard:
Entre las infinitas modalidades en que se dispersa la complicación vital,
la diferenciación de la sustancia nerviosa se desprende, tal como la teoría lo
hacía prever, como una transformación significativa. Ella da un sentido, y, por
consiguiente, prueba que existe un sentido de la evolución.322
Para expresar, en su verdad, la Historia Natural del Mundo sería, pues,
necesario seguirlo por dentro: no ya como una sucesión entrelazada de tipos
estructurales que se reemplazan, sino como una ascensión de savia interior ger-
minando en un bosque de instintos consolidados. En lo más hondo de sí
mismo, el mundo viviente está constituido por consciencia revestida de carne
y de hueso.323
[…] la Vida es ascensión de consciencia.324

Teilhard observa que existe una diversidad de comportamientos ani-


males y, teniendo en cuenta que la evolución es, fundamentalmente, una
transformación psíquica, comprueba que no hay un solo instinto en la
naturaleza sino numerosas formas de instintos, representando, cada uno

320 Teilhard de Chardin (1971), 133.


321 Teilhard de Chardin (1971), 176.
322 Teilhard de Chardin (1971), 178.
323 Teilhard de Chardin (1971), 184.
324 Teilhard de Chardin (1971), 186.
242 Capítulo 9

de ellos, una forma particular de solución de los problemas de la vida que


enfrenta un organismo. Sin embargo, si bien existe una diversidad nota-
ble, no tiene todo el mismo valor. Al respecto, afirma:
El psiquismo de un Insecto no es (y no puede serlo) el de un Vertebra-
do, ni el instinto de una Ardilla es el de un Gato o el de un Elefante, y ello en
virtud precisamente de su misma posición en el Árbol de la Vida.
Por este mismo hecho empezamos a ver destacarse legítimamente, en esa
variedad, un relieve, dibujarse una gradación.325

Y luego:
El psiquismo de un Perro, dígase lo que se quiera, es posiblemente supe-
rior al de un Topo o al de un Pez.326

Teilhard cree que algunas cualidades no pueden manifestarse más que


a partir de determinadas cantidades. De esta manera, los psiquismos
superiores exigen físicamente grandes cerebros. Es por ello por lo que con-
sidera que el proceso evolutivo de los primates resulta especialmente sig-
nificativo: es en este orden en el que se produce un claro proceso de cere-
bralización. La cerebralización llega a ser la línea ortogenética privilegiada,
porque en función de ella crece el psiquismo.
Refiriéndose a los primates dice Teilhard:
Y he aquí por qué en la marcha ascendente hacia la mayor consciencia
son ellos los que han llevado la antorcha. En este caso particular y singular, la
ortogénesis particular del phylum coincide exactamente con la Ortogénesis princi-
pal de la Vida misma […].327

De acuerdo con lo que acabamos de leer, los primates, según Teilhard,


«son los que han llevado la antorcha». ¿Qué quiere decir con esta expresión?
Se refiere a que si bien existen algunas líneas truncas en el proceso evoluti-
vo, existe al mismo tiempo, indudablemente, un proceso central o de «orto-
génesis de fondo», representado por el núcleo de los vertebrados que se ini-
cia en los peces y, de allí, como en una carrera de postas, pasa a los anfibios
y de estos a los reptiles, quienes a su vez darán origen a los mamíferos. Den-

325 Teilhard de Chardin (1971), 203.


326 Teilhard de Chardin (1971), 204.
327 Teilhard de Chardin (1971), 194
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 243

tro de los mamíferos, es indiscutible que el orden de los primates, entre


todos los órdenes de mamíferos placentarios, constituirá el último tramo
evolutivo previo a la aparición del hombre. En este sentido, Teilhard pien-
sa que los primates no solo vienen a representar el foco principal de la evo-
lución de los mamíferos en particular sino el de la vida en general.
Resulta obvio, por lo expresado anteriormente, que para Teilhard la
materia viva es materia consciente. Al existir una evolución paralela entre
la complejidad y la consciencia, la estructura cada vez más complicada del
cerebro (cerebralización) hará posible, en el momento de la transición de
formas no humanas a humanas, franquear el «paso de la reflexión», de
manera que la consciencia se convierta en autoconciencia. Es decir, no
solo consciencia del mundo circundante sino, y lo que es más importan-
te, conciencia de sí mismo, conciencia de la propia existencia.
Para Teilhard, este es un paso importantísimo. El segundo «umbral
crítico» después del de la biogénesis. Según él, la reflexión, tal como lo
indica su nombre
es el poder adquirido por una conciencia de replegarse sobre sí misma y de
tomar posesión de sí misma como de un objeto dotado de su consistencia y
de su valor particular; no ya solo conocer, sino conocerse; no ya solo saber,
sino saber que se sabe.328

Y agrega luego:
Una vez sentado esto, he aquí mi pregunta. Si, como se sigue de lo que
precede, es el hecho de hallarse «reflexionado» lo que hace al ser verdadera-
mente «inteligente», ¿podemos dudar seriamente de que la inteligencia sea el
atributo evolutivo del Hombre y de sólo él? ¿Y podemos, en consecuencia,
dudar en reconocer, por no sé qué falsa modestia, que su posesión no repre-
senta para el Hombre un avance radical sobre toda la Vida anterior a él? El ani-
mal sabe, no lo dudamos. Pero ciertamente no sabe que sabe; de otra manera,
hace tiempo que hubiera multiplicado las invenciones y desarrollado un siste-
ma de construcciones internas que no podrían escapar a nuestra observación.
Por consiguiente, un sector de lo Real le estará cerrado, un sector dentro del
cual nos movemos nosotros, pero en el cual él no podría entrar. Un foso —o
un umbral— infranqueable para él nos separa. En relación con él, por el hecho
de ser reflexivos, no solo somos diferentes, sino otros. No solo simple cambio de
grado, sino cambio de naturaleza, resultado de un cambio de estado.329

328 Teilhard de Chardin (1971), 201.


329 Teilhard de Chardin (1971), 202.
244 Capítulo 9

El proceso de la vida refleja un tipo de marcha muy determinado. No


trabaja siguiendo un solo hilo aislado, sino empujando hacia adelante y a
la vez toda su red, de lo simple a lo complejo. Por ello no solo hay conti-
nuidad, sino también ascenso. Al mismo tiempo, dicha continuidad evo-
lutiva implica ciertas discontinuidades: la vida surge de la no-vida, pero al
mismo tiempo es algo absolutamente diferente. El efecto es siempre mayor
que la causa que le da origen.
En el caso del hombre, este evoluciona a partir de antepasados animales
pero es más y otra cosa que el animal. Discontinuidad dentro de la continui-
dad. El origen de la vida y del hombre implican rupturas respecto al momen-
to anterior. No hay formas de transición, pues el paso ha sido franqueado de
una sola vez y por ello la diferencia entre la forma anterior y la posterior no
es de grado (cuantitativa) sino de naturaleza (cualitativa). Dice Teilhard:
Si el tránsito a la reflexión es verdaderamente tal como su misma natu-
raleza física parece exigirlo y tal como lo hemos admitido, una transformación
crítica, una mutación del cero al todo, es imposible que nos podamos repre-
sentar a este preciso nivel la existencia de un individuo intermediario. O este
ser está todavía más acá —o está ya más allá— del cambio de estado.330

Y luego:
[…] el acceso al Pensamiento representa un umbral, que debió ser franqueado
de un solo paso. Intervalo «transexperimental», sobre el que nada podemos
decir desde el punto de vista científico, pero más allá del cual nos hallamos
transportados sobre otro peldaño biológico enteramente nuevo.331

El hombre es la clave del universo. Con el hombre surge la autocon-


ciencia y la libertad de elección. Desde la aparición del hombre, todo pro-
greso puede caracterizarse como crecimiento de la libertad, y toda evolu-
ción anterior a la génesis del hombre como crecimiento hacia la libertad.
A través de la libertad, libertad de elección, la evolución se convierte de
«consciente» (siguiendo el neologismo utilizado por Crusafont Pairó) en
conciente (o autoconciente).
La existencia del hombre justifica y le da un sentido a la evolución, en
tanto que la evolución carecería de significado si no se dirigiera al hombre.

330 Teilhard de Chardin (1971), 208.


331 Teilhard de Chardin (1971), 209.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 245

Por eso la visión de Teilhard es, en este sentido, una visión antropocéntri-
ca. Sin el hombre la evolución sería inexplicable. Pero el hombre es mayor
que la evolución, puesto que es capaz de pensarla. En palabras de Teilhard:
En realidad, y siguiendo la fuerte expresión de Julian Huxley, el Hombre
descubriendo que su propio ser no es otra cosa que la Evolución convertida en
consciente de sí misma.332

Sin embargo, nos equivocaríamos si pensásemos que la evolución del


cosmos culmina en el hombre. El hombre no es la meta de la evolución, sino
el punto de paso necesario. Con él se inicia una evolución diferente, ya que,
lejos de ser meros espectadores, pasamos a ser continuadores del proceso.
Teilhard trata de explicar el cosmos a partir de lo humano y lo huma-
no a partir del cosmos. Cree que el hombre no sería capaz de verse a sí
mismo de manera completa fuera de la humanidad, ni la humanidad fuera
de la vida, ni la vida fuera del universo, por eso sostiene que «El hombre,
centro de perspectiva, es al propio tiempo centro de construcción del Uni-
verso. Por conveniencia tanto como por necesidad es pues, hacia él hacia
donde hay que orientar finalmente toda ciencia».333 Y luego: «El hombre,
pues, no como centro estático del Mundo —como se ha creído durante
mucho tiempo—, sino como eje y flecha de la Evolución […]».334
En el transcurso de la cuarta etapa, la sobrevida, hay que evitar —dice
Teilhard— un callejón sin salida: el aislamiento. Por ello, en esta instancia
señala que no hay que confundir individuo con persona. «Cuando busca
separarse lo más posible de los demás, el elemento se individualiza...»;
«Con el objeto de ser nosotros mismos de una manera plena, nos es nece-
sario avanzar, precisamente por una dirección inversa, hacia el sentido de
una convergencia con los demás; es decir, con el Otro. La meta de noso-
tros mismos, el colmo de nuestra originalidad, no es, pues, nuestra indivi-
dualidad, es nuestra persona; y esta, por la estructura misma evolutiva del
Mundo, no podemos hallarla más que por la unión».335 La persona se enri-
quece por el contacto con las demás, por la amistad, por el amor, por el
entusiasmo en una obra común.

332 Teilhard de Chardin (1971), 268.


333 Teilhard de Chardin (1971), 45.
334 Teilhard de Chardin (1971), 49.
335 Teilhard de Chardin (1971), 318.
246 Capítulo 9

Con fuerza, afirma Teilhard:


Falso y contra natura, el ideal egocéntrico de un futuro reservado sola-
mente a quienes hayan sabido egoísticamente llegar al extremo del «cada uno
para sí». Ningún elemento sería capaz de moverse ni de acrecentarse más que
con la concurrencia y la unión con él de todos los demás.
Falso y contra natura, el ideal racista de una sola rama que acapara para
sí sola toda la savia del Árbol y que se eleva sobre la muerte de todas las otras
ramas. Hace falta nada menos que el crecimiento combinado del ramaje ente-
ro si se quiere llegar hasta el Sol.
¡La salida del Mundo, las puertas del Futuro, la entrada hacia lo
Superhumano, no se abren hacia delante ni a unos privilegiados, ni a un
solo pueblo elegido entre todos los pueblos! No cederán, más que al empu-
je de todos en conjunto, en una dirección en la que todos, también en con-
junto, puedan reunirse y totalizarse dentro de una renovación espiritual de
la Tierra […].336

Cuando Teilhard dice «todos en conjunto» se refiere a que habrá un


nuevo «umbral crítico», diferente al que se produjo en la hominización
(un paso significativo, aunque de carácter individual). Esta vez el paso
debe ser franqueado por todos los seres humanos sin excepción, porque
este nuevo paso, esta «salida colectiva», no admite términos medios: o
pasan todos o no pasa ninguno. Veamos, en este sentido, lo que expresa el
jesuita Eusebio Colomer:
[…] la novedad esencial del momento presente consiste en que la evolución
del hombre parece encaminarse en un futuro cercano hacia un nuevo «umbral
crítico». Solo que el paso que el nuevo punto crítico comporta no se realizará
a nivel individual, sino al colectivo y social. «Después del hombre, la humani-
dad». En la nueva etapa evolutiva se trata, pues, de un «punto crítico de socia-
lización» y de «reflexión colectiva», que realizará el paso del hombre individual
al nacimiento de la humanidad como comunidad.337

Teilhard reconoce que es posible que nuestro cerebro haya alcanzado


ya sus límites orgánicos en cuanto a sus capacidades; ¿cómo podrá enton-
ces la conciencia continuar sus progresos? A través de la socialización: los
cerebros se enriquecen por la aportación de otros cerebros. De este modo,
con el hombre se amplifica la conciencia, pasando a constituir un nuevo
dominio de expansión psíquica, como sostiene Teilhard:

336 Teilhard de Chardin (1971), 296.


337 Colomer (1966), 872-873.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 247

Una colectividad armonizada de conciencias, que equivale a una especie


de superconciencia. La Tierra cubriéndose no solo de granos de pensamiento,
contándose por miríadas, sino envolviéndose de una sola envoltura pensante
hasta no formar precisamente más que un solo y amplio Grano de Pensa-
miento, a escala sideral. La pluralidad de las reflexiones individuales agrupán-
dose y reforzándose en el acto de una sola Reflexión unánime.338

Ello llevará a un fenómeno de «planetización» de la humanidad:


pueblos y civilizaciones llegados a un grado tal, sea de contacto periférico, sea
de interdependencia económica, sea aún de comunicación psíquica, que ya no
pueden crecer más que interpretándose.339

La humanidad se encuentra solo en los principios de su desarrollo:


ella puede expandirse o autodestruirse. En este sentido, Teilhard conside-
ra que podrían tener lugar diversas formas de destrucción: a través de una
catástrofe cósmica, mediante la desaparición del calor del universo en vir-
tud de la segunda ley de la termodinámica o tal vez por medio de una
catástrofe desencadenada por la propia humanidad (por el uso de la
bomba atómica, por ejemplo).
El autor no pretende anunciar el futuro, pero nos señala las condi-
ciones para la «salvación» de la humanidad. A ella le corresponde decidir
si las acata o no. Nada garantiza que la humanidad sabrá evitar la catás-
trofe («No existe cumbre sin abismo», señala). Si escoge mal, firmará su
sentencia de muerte. Sin embargo, como hombre de ciencia y como cris-
tiano, Teilhard cree que la humanidad no se autodestruirá sino que elegi-
rá vivir. Anticipándose, sostiene:
[…] creo poder afirmar que no tenemos que temer ninguno de estos desastres.
Por muy posibles que puedan ser en teoría, podemos estar seguros, por causa
de una razón superior, de que nunca llegarán a producirse.340

¿Por qué Teilhard está tan convencido de ello? Porque la desaparición


de la humanidad estaría significando el fracaso de toda la cosmogénesis o,
lo que es lo mismo, el fracaso de Dios. Por eso dice que podemos estar
seguros, «por causa de una razón superior», de que ninguna de las posibles

338 Teilhard de Chardin (1971), 304.


339 Teilhard de Chardin (1971), 305.
340 Teilhard de Chardin (1971), 333.
248 Capítulo 9

catástrofes llegará a hacerse efectivas. En este punto, el texto que transcri-


bimos a continuación refleja con claridad su pensamiento:
Por una vez, y solo por una vez, en el curso de su existencia planetaria la
Tierra pudo cubrirse de Vida. De manera semejante, la Vida, por una vez, y
solo por una vez, fue capaz de atravesar el paso de la Reflexión. Una sola esta-
ción para el Pensamiento, igual que una sola estación para la Vida. Desde este
momento, no lo olvidemos nunca, el Hombre viene a constituir la flecha de
este Árbol. Como a tal, y con exclusión del resto, se encuentran ahora con-
centradas en él las esperanzas de futuro de la Noosfera, es decir, de la Biogé-
nesis; es decir, finalmente, de la Cosmogénesis. A partir de ello, ¿cómo el
Hombre podría acabar antes de tiempo, o aún detenerse y fracasar, sin que, al
propio tiempo, el Universo abortara sobre sí mismo, lo que hemos considera-
do absurdo?341

Por el contrario, y a pesar de todos los problemas existentes en el


mundo, Teilhard se aferra a la idea de que el hombre no solo subsistirá,
sino que mejorará como especie, convirtiéndose de humano en ultrahu-
mano; de la reflexión a la hiperreflexión. La humanidad avanza, pues, en
la dirección deseada. Al respecto, señala:
A despecho de toda una serie de apariencias contrarias, la humanidad
puede perfectamente avanzar (de acuerdo con numerosos síntomas podemos
incluso conjeturar de una manera racional que, en efecto, avanza) a nuestro
alrededor en estos momentos; pero si realmente lo está haciendo, no puede ser
más que a la manera de las grandes cosas; es decir, casi insensiblemente.342

El hombre tiene todavía un largo camino delante de sí hasta llegar al


Omega (recordemos que omega es la última letra del alfabeto griego). El
punto Omega es transfenoménico, es decir, está más allá del espacio y del
tiempo. Es, al mismo tiempo, histórico, puesto que es inmanente a este
cosmos que totaliza. «Último término de la serie, es al mismo tiempo algo
fuera de serie. Ya no solo corona, sino que cierra».343
Para el conjunto de la humanidad no existe un progreso necesario,
infalible, sino un progreso ofrecido, esperado. Está en nosotros seguir
hacia ese punto o no hacerlo. Pero Teilhard está convencido de que, a tra-
vés del amor, que está muy unido con el amor a Cristo, la humanidad lle-

341 Teilhard de Chardin (1971), 334.


342 Teilhard de Chardin (1971), 308.
343 Teilhard de Chardin (1971), 327.
Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin 249

gará al Omega, donde se producirá el reencuentro con Dios hecho hom-


bre en Cristo. Cristo es el sintetizador, el unificador de toda la marcha de
la evolución sobre la Tierra y el que le da sentido a la humanidad misma.
Para Teilhard, los vínculos entre las personas están regidos por el amor
y las relaciones entre los centros humanos y el Omega, este Centro de cen-
tros, no pueden ser sino relaciones de amor. En este sentido, afirma:
Imaginamos a menudo haber agotado las diversas formas naturales del
querer con el amor del hombre por la mujer, por sus hijos, por sus amigos y,
hasta cierto punto, por su país. Ahora bien: precisamente en esa lista se halla
ausente la forma de pasión más fundamental: aquella que precipita el uno al
otro bajo la presión de un Universo que se cierra a todos los elementos del
todo. La afinidad y, como consecuencia, el sentido cósmico.
El amor universal: no ya un algo psicológicamente posible, sino más aún,
la única forma completa y última con que podemos amar.344

Cristo es la causa de todo, en tanto que el proceso evolutivo es el efec-


to. Por ello el esquema de Teilhard, además de espiritualista, es claramen-
te finalista. En definitiva, existen para él varios objetivos en el proceso evo-
lutivo: la aparición de la vida y la aparición del hombre constituyen quizá
objetivos intermedios, mientras que el punto Omega representa el objeti-
vo final. En palabras del jesuita teilhardiano Adolf Haas:
[…] la finalidad del desarrollo del cosmos inorgánico era facilitar la aparición
de la vida; la finalidad del desarrollo de la vida sobre la tierra era facilitar la
aparición del hombre con su unidad de cuerpo y espíritu. ¿Y el fin de la huma-
nidad propagada por toda la tierra? ¿Existe también una finalidad superior del
desarrollo humano? ¿Existe en la historia de la humanidad un punto histórico
del que irradie un sentido para su evolución? Existe realmente tal punto his-
tórico: Dios hecho hombre en Cristo.345

Como decíamos al comienzo del capítulo, inmediatamente después


de la muerte del padre Teilhard, acaecida en 1955, y con la publicación de
sus ensayos, prohibidos hasta ese momento, el teilhardismo se difundió
fuertemente en los años siguientes. Por entonces, algunos de sus más deci-
didos defensores fueron los franceses Jean Piveteau y Claude Cuénot y los
españoles Miguel Crusafont Pairó (1910-1983), Bermudo Meléndez
(1912-1999) y Emiliano Aguirre (n. 1925).

344 Teilhard de Chardin (1971), 322.


345 Haas (1965), 95-96.
250 Capítulo 9

Sin embargo, a partir de los años setenta el interés por el pensamiento


teilhardiano decayó. Cuando en 1971 se publica en Suiza la recopilación de
sus trabajos estrictamente geológicos y paleontológicos, en once tomos y
unas 5000 páginas bajo el título Pierre Teilhard de Chardin. L’Oeuvre scien-
tifique, con prólogo de Jean Piveteau, gracias a los esfuerzos de Kart y Nico-
le Schmitz-Moormann, el teilhardismo ya había pasado por su mejor
momento.346

346 Sequeiros (2005a), 6. También en Sequeiros (2005b), 20.


CAPÍTULO 10

1. La teoría neutralista de la evolución molecular


La teoría neutralista de la evolución molecular fue propuesta en 1968
por el investigador japonés Motoo Kimura (1924-1994), director del
Departamento de Genética de Poblaciones del Instituto Nacional de Gené-
tica de Japón. De acuerdo con el autor, la teoría neutralista no supone una
refutación total del darwinismo y de su versión moderna (el sintetismo), ni
tampoco niega la importancia de la selección natural como mecanismo de
la adaptación. Sin embargo, Kimura sostiene que «las leyes que rigen la evo-
lución molecular son claramente distintas de las que rigen la evolución feno-
típica»,347 y, haciendo un balance de ambos procesos, llega a la conclusión
de que los mecanismos darwinianos tradicionales son cuantitativamente
insignificantes en relación con la totalidad de los fenómenos observados.
Para él, las mutaciones positivas (preservadas por la selección natural)
son tan raras que sería necesario esperar un tiempo infinito para que la
evolución se presentara como la imaginan los sintetistas. En cambio, el
neutralismo afirma que gran número de mutantes no son ni favorables ni
desfavorables, sino neutros, por lo que la selección natural simplemente no
interviene, no actúa.348

347 Kimura (1980), 55.


348 Es notable que el mismo Darwin informara, ya por entonces, que, en algunos
géneros polimorfos, podían observarse «variaciones que no son ni de utilidad ni de perjui-
cio para la especie, y que, por consiguiente, la selección natural no ha recogido ni precisa-
do […]» (Darwin [1972], 90).
252 Capítulo 10

Pero aunque dichos mutantes sean selectivamente neutros, es decir,


aunque no sean poseedores de ninguna ventaja selectiva (que pudiera ser
preservada por la selección natural), igualmente pueden difundirse en el
seno de una población. Efectivamente, si un mutante es selectivamente
equivalente a los alelos preexistentes, su presencia en una población
dependerá exclusivamente del azar (a través de lo que se conoce con el
nombre de «deriva genética»).
Dice Kimura al respecto:
En mi opinión, la mayoría de los genes mutantes que solo se detectan
por medio de las técnicas químicas de la genética molecular son selectivamen-
te neutros, es decir, no tienen adaptativamente ni más ni menos ventajas que
los genes a los que sustituyen; a nivel molecular la mayoría de los cambios evo-
lutivos se deben a la «deriva genética» de genes mutantes, selectivamente equi-
valentes.349

Y luego:
En el curso de esta deriva aleatoria, la inmensa mayoría de los alelos
mutantes se pierden por azar, pero la fracción restante termina por fijarse en la
población. Si las mutaciones neutras son frecuentes a nivel molecular y si la
deriva genética es continua durante un largo período de tiempo (digamos
millones de generaciones), la composición genética de la población cambiará
significativamente.350

De esta manera, se habrá producido evolución sin intervención de la


selección natural. Citemos nuevamente a Kimura:
Aun cuando la visión darwinista de la selección natural prevalezca en la
determinación de la evolución a nivel fenotípico, a nivel de la estructura inter-
na del material genético gran parte de los cambios evolutivos están impulsados
por la deriva genética. Aunque este proceso al azar es lento e insignificante en
el marco de la efímera existencia del hombre, en términos de tiempo geológi-
co contribuye al cambio en una gran medida.351

Kimura señala, además, que la mayor parte de las mutaciones, que


son neutras, se producen en todas las especies vivientes aproximadamente
al mismo ritmo, cualquiera que sea su ámbito. Cada especie lleva en sí un

349 Kimura (1980), 46.


350 Kimura (1980), 49.
351 Kimura (1980), 55.
La teoría puntuacionista de la evolución 253

conjunto gigantesco de esos caracteres neutros y aparentemente inútiles.


Así, sobre la totalidad de los mensajes que se encuentran inscritos en los
genes de los mamíferos, Kimura estima que una muy pequeña fracción es
verdaderamente útil para la vida, del 2 al 3%. El resto depende del azar.
Refiriéndose a la polémica desatada entre sintetistas y neutralistas, es
interesante la conclusión a la que llegara oportunamente Stephen Jay
Gould:
[...] si me obligaran a conceder los laureles de esta lucha sin un claro vencedor
a uno de los contendientes, yo los otorgaría a Kimura. Al fin y al cabo, cuan-
do la innovación se enfrenta a la ortodoxia y consigue un empate, es señal de
que lo novedoso ha arrancado un considerable territorio de manos de lo con-
vencional.352

2. La teoría puntuacionista de la evolución

En los años cuarenta, el genetista Richard Goldschmidt (1878-


1958)353 había llegado a la conclusión de que las mutaciones génicas pro-
ducidas en el seno de las especies eran demasiado pequeñas para trascen-
der, por lo que expuso la existencia de macromutaciones, que serían las
responsables del origen de nuevas especies.
Si bien Goldschmidt, autor de una obra titulada The material basis of
evolution (Yale University Press, 1940), admitía que la mayoría de las
macromutaciones tenían efectos desastrosos («monstruos»), pensaba ade-
más que, de vez en cuando, aparecería un «monstruo esperanzado», es
decir, el comienzo de una nueva especie.
Como es sabido, los sintetistas de la época, partidarios de las micro-
mutaciones, rechazaron de plano la importancia que Goldschmidt le con-
cedía a las macromutaciones, al mismo tiempo que le objetaron el hecho

352 Gould (1994), 382.


353 Nacido en Fráncfort del Meno (Alemania), Goldschmidt estudió Medicina y Zoo-
logía en la Universidad de Heidelberg y en la de Múnich. En 1935 se vio obligado a emi-
grar, fijando su residencia en Estados Unidos, donde, a partir de 1936, trabajaría como
profesor de Genética y Citología en la Universidad de California, en Berkeley, donde
murió.
254 Capítulo 10

de que esos «monstruos esperanzados» no tendrían pareja con que aco-


plarse y, de esta manera, resultaba imposible explicar la formación de nue-
vas comunidades reproductivas, es decir, nuevas especies. Con ello, sus
opiniones resultaron, finalmente, desechadas.
Unas décadas más tarde, más precisamente en 1972, dos paleontólo-
gos norteamericanos, Stephen Jay Gould (1941-2002),354 profesor en la
Universidad de Harvard, y Niles Eldredge (n. 1943), jefe del Departa-
mento de Invertebrados del Museo Americano de Historia Natural de
Nueva York, desarrollaron por primera vez la noción de evolución por
«equilibrios puntuados», «equilibrios intermitentes» o «equilibrios discon-
tinuos» en un artículo titulado «Punctuated equilibria: an alternative to
phyletic gradualism». Esta publicación contenía los resultados obtenidos
por Eldredge luego de sus estudios sobre la evolución de un género de tri-
lobites de las cuencas sedimentarias devónicas del estado de Nueva York,
y los de Gould en relación con caracoles terrestres fósiles de las Bermudas
Pero fue un segundo artículo, esta vez publicado por ambos en la
revista Paleobiology, en 1977, el que tuvo un particular impacto en la
comunidad científica internacional. Dicho artículo, titulado «Punctuated
equilibria: the tempo and mode of evolution reconsidered» («Equilibrio
puntuado: reconsideración del ritmo y modo de la evolución») desarrolla,
como planteamiento central, el hecho de que una nueva especie aparece
bruscamente en el registro fósil y después perdura durante varios millones
de años prácticamente sin cambios: es la estasis morfológica (del griego
stásis, ‘detención, estancamiento, estabilidad’). La estasis representa el
equilibrio, que se interrumpe con la especiación. La expresión «equilibrios
puntuados» o «equilibrios intermitentes» se debe al hecho de que estos
cambios esporádicos aparecen como puntos en el registro fósil.

354 Además de coautor de la teoría puntuacionista de la evolución, junto con Niles


Eldredge, Gould fue un extraordinario divulgador científico de la temática evolucionista.
Durante veintisiete años, desde enero de 1974 hasta enero de 2001, tuvo el extraordinario
mérito de publicar un artículo mensual en Natural History, «sin faltar nunca a la cita»,
como solía decir. La noticia de su prematura muerte víctima del cáncer, acaecida en mayo
de 2002, ha sido sin duda muy lamentada por todos los que hemos tenido la oportunidad
de leer sus trabajos. Nuestro sentido homenaje para un autor que supo revalorizar la divul-
gación científica, instalarla en el más alto nivel y ponerla al alcance del gran público. El lec-
tor encontrará citada una parte de su cuantiosa producción escrita al final de este libro, en
la bibliografía consultada.
La teoría puntuacionista de la evolución 255

Los partidarios del sintetismo sostienen que la aparición de nuevas


especies consiste en la modificación progresiva de la composición genética
de las poblaciones, que «la especiación no es nada especial; no es sino un
aspecto más de la adaptación».355 Marcando una diferencia, los puntua-
cionistas Eldredge y Tattersall aseguran que «se acabó el mito de que el
cambio mismo produce nuevas especies. Son, en lugar de ello, las nuevas
especies las que producen el cambio».356
En idéntica dirección se expresa Stephen Jay Gould:
Eldredge y yo creemos que la especiación es la responsable de práctica-
mente la totalidad de los cambios evolutivos. Más aún, el modo en que se pro-
duce garantiza virtualmente que la súbita aparición y la estasis dominen el
registro fósil.357

Entre los autores que comparten las ideas de Gould y Eldredge pode-
mos mencionar a los también paleontólogos Steven Stanley, Elizabeth
Vrba y David M. Raup.

2.1. Postulados fundamentales del puntuacionismo


1. El puntuacionismo es una concepción materialista de la evolu-
ción que concede particular importancia al azar y a los cambios
bruscos.
2. Considera a las especies como entidades bien delimitadas en el
espacio y en el tiempo.
3. Rechaza el «programa adaptacionista», sustentado por el sintetis-
mo, en el convencimiento de que muchos de los caracteres obser-
vados en los seres vivos no son de naturaleza adaptativa sino pro-
ducto de la deriva genética y la alometría.
4. Admite que las especies perduran durante cientos de miles o aun
millones de años sin experimentar cambios significativos (es la
estasis morfológica).
5. Asegura que las lagunas que muestra el registro fósil no son apa-
rentes ni provisorias sino reales y que denotan el modo en que
opera la evolución.

355 Eldredge y Tattersall (1986), 62.


356 Eldredge y Tattersall (1986), 85.
357 Gould (1986), 193.
256 Capítulo 10

6. Confirma que la especiación acontece de manera brusca y azaro-


sa debido, entre otros, a fenómenos de reordenamientos cromo-
sómicos y a la poliploidía.
7. Consecuentemente, estima que el aislamiento reproductivo entre
dos poblaciones no requiere aislamiento geográfico previo.
8. Considera que la selección natural solo actúa durante la estasis y
no interviene, en absoluto, en el fenómeno de la especiación.
9. Afirma que micro y macroevolución son fenómenos relativa-
mente independientes y que solo la macroevolución explica la
especiación y el origen de los taxones superiores.
10. Como lógica consecuencia, sostiene que el sintetismo es incom-
pleto puesto que no explica el fenómeno de la especiación ni el
origen de los taxones superiores.
En el convencimiento de que el puntuacionismo será mejor com-
prendido por el lector si puntualizamos las diferencias que mantiene res-
pecto del sintetismo (capítulo 8), procederemos a confrontar las ideas sus-
tentadas por ambas posturas.

3. Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo


3.1. Discontinuidad frente a gradualismo
Si bien Stephen Gould admite que «el gradualismo funciona bien en
ocasiones»,358 no cree en la existencia de una larga serie de intermediarios
de gradación muy sutil como lo sostiene el gradualismo filético, al que
califican, junto con Eldredge, de «falacia empírica». En efecto, ambos
autores sostienen que los cambios graduales jamás «fueron vistos» en el
registro fósil sino que constituyeron una expresión de la mentalidad libe-
ral del siglo XIX. Dice Gould:
El registro fósil no ofrecía apoyo alguno al cambio gradual: faunas ente-
ras habían sido eliminadas en el transcurso de intervalos alarmantemente
cortos. Las especies nuevas aparecían casi siempre de modo repentino en el
registro fósil, sin eslabones intermedios con sus antecesores en las rocas más
antiguas de la misma región.359

358 Gould (1986), 195.


359 Gould (1986), 190.
Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo 257

Gould recuerda que el 23 de noviembre de 1859, el día anterior a la


aparición de El origen de las especies por medio de la selección natural, Dar-
win recibió una carta de su amigo Thomas Henry Huxley en la que le
advertía haberse cargado innecesariamente sobre sus hombros un peso
demasiado grande al haber aceptado, sin ninguna reserva, el «natura non
facit saltum».
Al respecto, señala:
El conflicto entre los defensores del cambio rápido y gradual había sido
particularmente intenso en los círculos geológicos durante los años de apren-
dizaje científico de Darwin. No sé por qué Darwin decidió seguir a Lyell y a
los gradualistas de modo tan estricto, pero de una cosa estoy seguro: la prefe-
rencia por uno u otro criterio no tuvo nada que ver con una percepción supe-
rior de la información empírica.360

Gould considera que en algunos temas fundamentales, como el refe-


rido a la cuestión de la magnitud del cambio, la ciencia y la sociedad sue-
len identificarse. Es interesante lo que el autor manifiesta en este sentido:
Al ir cayendo las monarquías y finalizar el siglo XVIII como una era de
revolución, los científicos empezaron a considerar el cambio como una parte
normal del orden universal, y no como algo aberrante y excepcional. Los estu-
diosos transfirieron entonces a la naturaleza el programa liberal de cambio lento
y ordenado que advocaban para la transformación social en la sociedad huma-
na. Para muchos científicos, un cataclismo natural resultaba tan amenazador
como el reino del terror que se había llevado consigo a su gran colega Lavoisier.
No obstante, el registro geológico parecía suministrar tanta evidencia a
favor del cambio cataclísmico como del gradual. Por lo tanto, al defender el
gradualismo como ritmo casi universal, Darwin tuvo que utilizar el método de
razonamiento más característico de Lyell —tuvo que rechazar las apariencias
inmediatas y el sentido común a favor de una «realidad» subyacente (contra-
riamente a los mitos populares Darwin y Lyell no fueron héroes de la verda-
dera ciencia, defensores de la objetividad contra las fantasías teológicas de los
«catastrofistas» como Cuvier y Buckland). Los catastrofistas estaban tan entre-
gados a la ciencia como cualquier gradualista; de hecho, adoptaron la visión
más «objetiva» de que uno debe creer en lo que ve y no interpolar fragmentos
ausentes de un supuesto registro gradual […].361

Gould está convencido de que el gradualismo no es un hecho de la


naturaleza sino un prejuicio culturalmente condicionado y que debe reco-

360 Gould (1986), 190.


361 Gould (1986), 190-191.
258 Capítulo 10

nocerse que el cambio brusco es, al menos, tan importante como la acu-
mulación de pequeñísimos cambios. «Es el gradualismo lo que debemos
abandonar, no el darwinismo».362
Brian Leith subraya que una de las críticas, exagerada según su apre-
ciación, que se le suele efectuar a los puntuacionistas, consiste en señalar
que se trataría, a sabiendas o no, de una manifestación del marxismo, por
sus apoyos revolucionarios. En realidad, Gould siempre ha simpatizado
con el marxismo pero Eldredge, en cambio, no es marxista.
De todos modos, Gould afirma, al respecto, lo siguiente:
Si el gradualismo es más un producto del pensamiento occidental que un
hecho de la naturaleza, entonces deberíamos tomar en consideración filosofías
alternativas del cambio para ampliar nuestro espacio de prejuicios limitativos.
En la Unión Soviética, por ejemplo, los científicos se forman en una filosofía
del cambio muy diferente —las llamadas leyes de la dialéctica— reformuladas
por Engels a partir de la filosofía de Hegel. Las leyes dialécticas son explícita-
mente puntuacionales. Hablan, por ejemplo, de la «transformación de la can-
tidad en cualidad». Esto puede sonar a bobadas esotéricas, pero sugiere que el
cambio se produce a grandes saltos tras una lenta acumulación de tensiones
que un sistema resiste hasta llegar a su punto de fractura. Calentemos agua y
finalmente hervirá. Opriman a los trabajadores cada vez más y se producirá la
revolución. Eldredge y yo nos sentimos fascinados al enterarnos de que
muchos paleontólogos rusos apoyan un modelo similar a nuestro equilibrio
puntuado.363

Y luego:
Las leyes dialécticas expresan abiertamente una ideología; nuestra occi-
dental preferencia por el gradualismo hace lo mismo más sutilmente.364

3.2. El programa adaptacionista


Stephen Jay Gould y Richard Lewontin365 señalan que el programa
«adaptacionista», o «panglossiano», formulado principalmente por Alfred

362 Gould (1986), 192. Sin embargo, en una obra posterior (Un dinosaurio en un
pajar) Gould modifica esta postura al decir: «No soy un enemigo del cambio gradual; creo
que este estilo de alteración suele ser el predominante» (Gould [1997], 145).
363 Gould (1986), 194-195.
364 Gould (1986), 195.
365 Cfr. Gould y Lewontin (1983).
Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo 259

Russel Wallace y por August Weismann a fines del siglo XIX, y según ellos
retomado por el sintetismo, sostiene que la mayor parte de los caracteres
de un animal son de índole adaptativa y que en la naturaleza «todo es lo
mejor de lo posible» siguiendo la expresión del Dr. Pangloss.366
Según el puntuacionismo, dentro del contexto del programa adapta-
cionista la selección natural (el mecanismo de la adaptación) tiene una
importancia superlativa. Por otra parte, también observan que los biólo-
gos sintetistas, al aplicar este programa, lo único que hacen es «atomizar»
a los animales para poder comprender la utilidad adaptativa de cada una
de sus partes tomada aisladamente. De este modo, insisten, la búsqueda de
explicaciones adaptacionistas los lleva a respuestas a veces equivocadas y,
otras veces, exageradas, dudosas o hasta carentes de fundamento.
Además, los puntuacionistas señalan que en muchos casos la utilidad
adaptativa de un órgano es establecida por los biólogos sintetistas antes y
no después, como debería ser, de observaciones puntuales practicadas en
el organismo en cuestión. Esto explicaría por qué las interpretaciones
adaptativas varían de un autor a otro o de una época a otra. Así, por ejem-
plo, ilustran, las cornamentas del ciervo fueron consideradas primero
como sistemas defensivos frente a los depredadores y, más tarde, como
armas para amedrentar a otros machos en la competencia por el dominio
de las hembras.
El programa adaptacionista está tan adentrado en los biólogos sinte-
tistas que, según Gould y Lewontin
[…] si una explicación adaptativa se revela falsa en el transcurso de una prue-
ba se la sustituye por otra. Dicho de otra forma, el programa adaptacionista con-
duce constantemente a los biólogos a inventar historias adaptativas.367

Pero ¿es que siempre una interpretación adaptativa ha de ser reem-


plazada por otra? ¿Acaso no es posible buscar explicaciones alternativas?
Contrariamente al punto de vista adaptacionista, Gould y Lewontin con-

366 Personaje del cuento filosófico de Voltaire titulado «Cándido», publicado en 1759.
Cándido, educado por el filósofo optimista Pangloss, es víctima de las peores calamidades
que vienen a desmentir el optimismo de su tutor.
367 Gould (1986), 219-220. La cursiva es nuestra.
260 Capítulo 10

sideran que algunos caracteres de una especie pueden ser producto del
azar. Su existencia se debería, entonces, no a la acción de la selección natu-
ral sino a la deriva genética. En otros casos, también es posible que se trate
de fenómenos de alometría (crecimiento diferencial de las distintas partes
del cuerpo), como el que se plantea en relación con los pequeños miem-
bros anteriores del Tyrannosaurus, quizá una consecuencia de la modifica-
ción de otras partes del cuerpo y no de cambios de naturaleza adaptativa.

3.3. Interpretación del registro fósil


Ante todo, recordemos que Darwin argumentaba que el registro fósil
era extremadamente imperfecto y que este hecho explicaba suficientemen-
te la escasez de formas de transición. Con idéntico criterio, los autores sin-
tetistas siempre han considerado que si las series fósiles estuviesen conser-
vadas en su totalidad, el paleontólogo estaría en condiciones de seguir en
detalle la transformación de las poblaciones.
El sintetismo está convencido de que si no se conocen las formas de
transición no es porque no hayan existido, sino porque no han sido encon-
tradas. Con frecuencia, los seres vivos que existieron en el pasado no se
han conservado en estado fósil. Es que el fenómeno de la fosilización no
es sencillo y depende de las características del suelo, de la naturaleza misma
del organismo en cuestión y de las condiciones del ambiente. Por otra
parte, aseguran que en otros tantos casos las formas de transición no han
sido encontradas... todavía. En este sentido, las palabras del paleoantropó-
logo Richard Leakey son particularmente significativas: «Como siempre
en la ciencia, la ausencia de evidencia no puede considerarse evidencia de
la ausencia».368
En relación con la escasez de fósiles, Simpson señala:
[…] las transiciones entre los grados fundamentales de organización pocas
veces se conservan en el registro fósil. En este aspecto hay una tendencia hacia
una escasez sistemática en los documentos de la historia de la vida. Se hace así
posible pretender que estas transiciones no se conservan porque no existieron,
que los cambios no tuvieron lugar mediante transiciones sino por medio de
saltos súbitos en la evolución.369

368 Leakey y Lewin (1995), 197.


369 Simpson (1961), 161.
Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo 261

Y luego:
[...] si los cambios importantes fueron siempre instantáneos, es evidente
que no deberíamos hallar tipos de transición; sin embargo, encontramos
muchos.370
Como hizo notar H. E. Wood, los argumentos basados en la ausencia de
tipos de transición se reducen al curioso hecho de que éstos faltan siempre
hasta que se los encuentra.371

El puntuacionismo acepta, por un lado, que el registro fósil sea


incompleto debido a las dificultades de la fosilización. Sin embargo, los
«saltos» en el registro fósil son interpretados como un fiel reflejo del modo
en que opera la evolución. Las lagunas en la documentación no son pro-
visorias sino absolutamente reales y no hay nada que buscar porque la
mayoría de las supuestas formas de transición simplemente no existieron.
Sin embargo, Stephen Jay Gould afirma:
El registro es pobre, desde luego, pero la irregularidad que cabe observar
no es el resultado de lagunas, es consecuencia de las sacudidas del cambio evo-
lutivo.372
Durante millones de años las especies permanecen inmutables en el regis-
tro de fósiles, y entonces desaparecen en un santiamén, siendo sustituidas por
algo que es esencialmente distinto, pero al que está claramente emparentado.373

Según John Maynard Smith, el registro fósil puede brindar tanto


ejemplos de evolución gradual como de evolución discontinua, y dice, al
respecto, algo muy interesante:
Una nueva especie que tarde cincuenta mil años (dos metros de sedi-
mentos) en aparecer, es repentina para el paleontólogo, pero gradual para un
genetista.374

3.4. La identificación de las especies en el registro fósil


Resulta obvio que los paleontólogos no pueden aplicar el criterio
reproductor para reconocer la especie biológica, pues la mayoría de las

370 Simpson (1961), 162.


371 Simpson (1961), 163.
372 Citado por Leith (1986), 77.
373 Leith (1986), 81.
374 Leith (1986), 90.
262 Capítulo 10

especies no tienen representantes actuales. La identificación de especies en


el registro fósil depende fundamentalmente de la aplicación de un criterio
morfológico (fenotipo) que es el reflejo del patrimonio genético (genoti-
po). Sin embargo, el paleontólogo puede observar cómo han ido cam-
biando las especies a lo largo del tiempo, habiendo surgido así el concep-
to de cronoespecie, como morfoespecies definidas en diferentes momentos
de un linaje evolutivo.
Para los autores sintetistas, defensores del gradualismo, la identifica-
ción de especies en el registro fósil es dificultosa porque consideran que la
evolución produce, en realidad, un cambio continuo de las poblaciones.
En consonancia con ese pensamiento, Julian Huxley afirmaba, en la pasa-
da década de los cuarenta, que
[...] no existe una neta distinción entre una especie y una subespecie o varie-
dad, ya que en muchos casos unas surgen gradualmente de las otras en el curso
de la evolución, siendo cuestión de gusto y conveniencia elegir el lugar donde
la línea ha de ser trazada.375

De igual modo, Theodosius Dobzhansky decía, una década después:


Una razón mucho más fundamental por la que la especie no puede ser
rígidamente definida, es el hecho que el proceso de la evolución y de la for-
mación de las especies es lento y gradual.376

En la actualidad, un claro representante del sintetismo, Francisco


Ayala, se expresa más o menos de la misma manera al decir que
[...] la evolución es un proceso gradual. El origen de nuevas especies ocurre
cuando eventualmente dos poblaciones, que antes pertenecían a la misma
especie, divergen una de otra y se convierten en dos especies diferentes. Pero
el proceso es gradual y, por ello, no hay un momento particular en el que sea
posible decir que las dos poblaciones se han convertido, precisamente en ese
momento, en dos especies diferentes. Se dan, por ello, situaciones intermedias
de divergencia en las que es un tanto arbitrario considerar dos poblaciones dis-
tintas como una sola o dos especies diferentes.377

Convencidos de que el fenómeno de la especiación se produce de


manera brusca, los autores puntuacionistas, en cambio, reafirman el con-

375 Huxley (1965), 149.


376 Dobzhansky (1966), 184.
377 Ayala (1994a), 150-151.
Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo 263

cepto de individuo especie según el cual la especie debe ser considerada


como «una entidad individual, delimitada en el tiempo por un origen, una
historia y un final».378 Al respecto, Gould afirma:
La teoría de los equilibrios discontinuos permite conferir a las especies la
condición de individuos; y en esto puede radicar su principal contribución a
la teoría evolutiva […].379

En definitiva, los autores puntuacionistas consideran que es posible


observar en el registro fósil los fenómenos de extinción de especies y apa-
rición de otras porque estos se producen de manera brusca y aparecen
reflejados en claras discontinuidades morfológicas.

3.5. Microevolución frente a macroevolución


Según los sintetistas, micro y macroevolución son, en cierto modo,
un mismo fenómeno, ya que consideran que la macroevolución es solo un
efecto de perspectiva de la microevolución o, dicho en otros términos, la
macroevolución es una extrapolación de la microevolución. La macroevo-
lución es concebida como una microevolución extendida o sostenida a
través de cientos de miles o millones de años. En definitiva, la macroevo-
lución no es vista como otra cosa que el conjunto de los fenómenos micro-
evolutivos. Los cambios de gran magnitud (la especiación y el origen de
los taxones por encima del nivel de la especie) no serían más que el resul-
tado de la acumulación de gran cantidad de pequeñas mutaciones a lo
largo de los períodos geológicos.
Pero no es así como piensan los puntuacionistas, que califican a los
sintetistas de «reduccionistas», porque reducen todo el fenómeno de la
evolución a lo que acontece en el seno de una población. Para el puntua-
cionismo, micro y macroevolución son mecanismos relativamente inde-
pendientes («desacoplados» siguiendo la expresión del paleontólogo nor-
teamericano Steven Stanley).
Para ellos, la microevolución explica solamente los cambios operados
en el seno de una especie, es decir, dentro de la especie. Se trata de micro-

378 Eldredge (1982), 799.


379 Gould (1983a), 149.
264 Capítulo 10

mutaciones intraespecíficas que nada tienen que ver con el fenómeno de


la especiación sino, bajo la acción de la selección natural, con pequeños
ajustes de naturaleza adaptativa. En cambio, la macroevolución es la que
explica el fenómeno de la especiación y el origen de los taxones por enci-
ma del nivel de la especie.
Dice Stephen Jay Gould:
A modo de proposición central de la macroevolución, propongo que las
especies interpretan el mismo papel de individuos fundamentales que los orga-
nismos en la microevolución. Las especies representan las unidades básicas en
los modelos del cambio macroevolutivo. En esta formulación, las apariciones
y extinciones de especies son estrictamente análogas a los nacimientos y muer-
tes de organismos […].380

En este contexto, se entiende perfectamente la expresión de Gould:


«La síntesis moderna es incompleta, no incorrecta».381 Efectivamente, Gould
considera que la argumentación sintetista solo sirve para explicar lo que
ocurre durante la estasis, es decir, lo que ocurre en el ámbito de la especie
pero no explica el problema fundamental: el fenómeno de la especiación.
Por eso, el sintetismo no es incorrecto, pero sí incompleto.

3.6. El papel de la selección natural

Ya hemos hablado suficientemente acerca del rol de la selección natu-


ral dentro de la teoría sintetista de la evolución (véase el capítulo 8), de tal
manera que no lo reiteraremos aquí.
En cambio, sí importa ver qué papel juega la selección natural dentro
del puntuacionismo. Para el puntuacionismo, la selección natural no
alcanza la relevancia que adquiere dentro del sintetismo, ya que solo actua-
ría durante el período de estasis, es decir, durante la vida de una especie,
preservando algunas micromutaciones favorables, de tal manera que solo
se ocuparía de pequeños ajustes adaptativos, de importancia secundaria.
Pero se descarta por completo que la selección natural constituya un meca-
nismo de especiación.

380 Gould (2004), 734.


381 Gould (1983a), 146.
La especiación según el puntuacionismo 265

4. La especiación según el puntuacionismo

Con el propósito de resolver el conflicto entre la interpretación gra-


dualista y las interrupciones observadas por los paleontólogos en el regis-
tro fósil, Ernst Mayr presenta en 1954 una variante de la especiación alo-
pátrica tradicional, a la que denomina «especiación por efecto fundador».
De acuerdo con esta propuesta, la evolución es muy lenta en las grandes
poblaciones, estables durante largos períodos de tiempo, y muy rápida en
pequeñas poblaciones «fundadoras» que ocupan regiones periféricas par-
cial o totalmente aisladas de las demás.
Posteriormente, en 1972, esta idea sería recogida por Niles Eldredge y
Stephen Jay Gould en su «teoría del equilibrio puntuado» o puntuacionis-
mo. Más tarde, en 1982, Mayr rebautiza su «especiación por efecto funda-
dor» con el nombre de «especiación peripátrica» (del griego peri, ‘alrede-
dor’).382 De todos modos, debemos dejar bien en claro que Mayr no dice
que toda población fundadora deba «especiar»; muchas se extinguen rápi-
damente y en otras las modificaciones genéticas son de escasa magnitud.
El puntuacionismo considera que este modelo de especiación es el
que mejor explica la realidad, ya que reúne las condiciones que Eldredge
y Gould consideran necesarias para su modelo de registro fósil: origen rápi-
do en poblaciones pequeñas. Al describir la especiación de grupos periféri-
cos aislados como algo muy rápido, los mencionados autores aclaran que
hablan en términos geológicos (cientos e incluso miles de años).
El proceso se inicia cuando un reducido número de individuos queda
aislado por retracción areal del grupo mayoritario o bien cuando ese
pequeño grupo se traslada a un nuevo sitio, en zonas periféricas del terri-
torio original (muchas veces se trata de una única hembra fecundada).
Allí, las presiones selectivas suelen ser intensas y el grupo, por ser peque-
ño, está más expuesto al fenómeno de la deriva genética. Esta «colonia
fundadora» lleva solo una parte de la variación genética original, la que,
por acción de la endocruza, sufre una rápida transformación divergente y,
siendo más competitiva, se expande invadiendo el territorio de la especie
«madre», a la que finalmente reemplaza rápidamente.

382 Cfr. Mayr (1983), 135.


266 Capítulo 10

La nueva especie aparecerá en el registro fósil bajo su forma plenamen-


te desarrollada, en el mismo territorio que ocupaba la especie «madre» y
explica entonces las diferencias existentes entre ambas (producto del «salto»
evolutivo). En este sentido, Gould está convencido de que los fósiles de que
disponemos son siempre los restos de grandes poblaciones centrales y, si bien
en principio considera que podríamos encontrar evidencias de la especiación
en la propia zona periférica, es muy improbable que ello ocurra dada la velo-
cidad a la que se produce el evento en una población tan pequeña.
Si, de acuerdo con lo sostenido por el puntuacionismo, la selección
natural no es el mecanismo de la especiación, entonces, ¿qué la produce?
Su respuesta no deja lugar a dudas: el azar. Según el puntuacionismo, la
especiación en sí misma puede ser un hecho absolutamente fortuito, que
no tiene por qué requerir la existencia de una barrera geográfica.
En general, cualquier fenómeno que promueva especiación geológi-
camente rápida es compatible con el puntuacionismo. Esto es lo que ocu-
rre, por ejemplo, con el fenómeno de reordenamiento cromosómico
(brusco y azaroso), en los casos en que implica aislamiento reproductivo.
Nos ocuparemos de él a continuación.

5. Especiación estasipátrica
o por reordenamientos cromosómicos

Un modo particular de especiación es el que tiene lugar por fenómenos


de reordenamientos cromosómicos. Recibe el nombre de especiación estasi-
pátrica y fue originalmente propuesta en 1968 por el citogenetista australia-
no Michael J. D. White. Estas alteraciones, que nada tienen que ver con
cambios de naturaleza adaptativa, se producen de manera brusca y al azar.
Ellas disminuyen notablemente la fecundidad en los cruces entre portadores
de la modificación y los no portadores. En consecuencia, la población de
portadores se va aislando cada vez más de los no portadores hasta que, final-
mente, se produce una interrupción del flujo genético (aislamiento repro-
ductivo) entre unos y otros. En este caso, habrá surgido una nueva especie.
Entre dichas alteraciones se pueden mencionar las siguientes posibili-
dades:
Especiación estasipátrica o por reordenamientos cromosómicos 267

a) fusión: dos cromosomas no homólogos (es decir, pertenecientes a


pares distintos) se funden en uno solo.
b) fisión: un cromosoma de un par se presenta separado en dos frag-
mentos.
c) inversión: la parte superior de un cromosoma aparece debajo y la
que estaba debajo, arriba.
d) deleción: la pérdida de un fragmento de cromosoma.
e) duplicación: la repetición de un fragmento de cromosoma.
f) translocación: un fragmento de un cromosoma aparece en otro
cromosoma no homólogo.
g) translocación recíproca: intercambio de segmentos entre cromoso-
mas no homólogos.
No todo reordenamiento cromosómico es causal de especiación. Esta
solo se produce en los casos en que hay aislamiento reproductivo. Aunque
se trate de una cita un tanto extensa, nos parece importante transcribir de
qué manera Gould explica lo que ocurre en el caso en que tienen lugar
fenómenos de reordenamiento cromosómico:
[…] el cambio importante surge en un único individuo. ¿Con quién podrá
aparearse? La descendencia híbrida de este mutante y de un miembro normal
de la población estará, casi con seguridad, sometida a una fuerte desventaja
selectiva. La mutación será, por consiguiente, eliminada con toda rapidez.
Trabajos recientes acerca de la estructura de las poblaciones indican que
algunas formas de organización social, razonablemente comunes, podrían facili-
tar el origen de nuevas especies por un cambio cromosómico accidental y rápido.
Si las poblaciones son «panmícticas», esto es, si cada hembra tiene las mismas pro-
babilidades de aparearse con cualquier macho disponible, entonces el mutante
cromosómico no puede extenderse. Pero supongamos que las poblaciones están
subdivididas en pequeños grupos consanguíneos que se cruzan, exclusivamente,
entre sí, a lo largo de varias generaciones. Supongamos también que estos grupos
consanguíneos son harenes, con un macho dominante que mantiene varias hem-
bras y con un apareamiento entre hermanos en la descendencia.
Si surge una mutación cromosómica en el macho dominante, todos sus
hijos llevarán tanto la forma mutante (de su padre) como la forma normal (de
sus respectivas madres). Probablemente, estarán sometidos a una fuerte des-
ventaja selectiva en relación con la descendencia normal de otros harenes. Pero
esto podría no tener importancia, en especial si su contacto con otros grupos
es limitado. La descendencia puede tener una mayor tasa de mortalidad, pero
solo necesitamos que sobrevivan unos pocos para aparearse con sus hermanos
igualmente afligidos.
La cuarta parte de esta descendencia de segunda generación será «pura»
y contendrá dos copias de la mutación cromosómica. Si se pueden reconocer
y aparearse preferentemente entre sí en la siguiente generación, toda su des-
cendencia serán mutantes puros y miembros ya de una nueva especie […].
268 Capítulo 10

Y luego:
Mi colega Guy Bush, de la Universidad de Texas, me dice que los caba-
llos nos ofrecen, al menos circunstancialmente, un caso poderoso a favor de la
especiación cromosómica. Todos ellos mantienen la estructura de harén de
apareamiento consanguíneo. Sus siete especies vivientes (dos caballos, dos
asnos y tres cebras) tienen todas un aspecto y un comportamiento muy simi-
lar, a pesar de algunas notables diferencias en lo que al color y el esquema exte-
rior se refiere. Pero el número de sus cromosomas difiere mucho y de forma
sorprendente, de 32 en una de las cebras a 66 en ese paradigma de lo impro-
nunciable que es el caballo salvaje de Przewalski.383

En 1966, el botánico norteamericano H. Lewis mencionaba un caso


de especiación «por salto». En efecto, se trataba de las plantas california-
nas del género Clarkia, en las que había observado la formación de la espe-
cie Clarkia franciscana, que difería de la especie Clarkia rubicunda por tres
translocaciones y tres inversiones.
El mismo White interpretó, a la luz de fenómenos de reordenamien-
tos cromosómicos, el caso del género de langostas ápteras del sur de Aus-
tralia denominado Vandiemenella. Son siete las especies de este género que
ocupan territorios solapados. Las especies difieren por sus fórmulas cro-
mosómicas y derivan unas de otras por reordenamientos cromosómicos
ocurridos en pocas etapas.
Bernard Dutrillaux menciona que en 1972 J. de Grouchy y C. Turleau
compararon los cromosomas de la especie humana con los del chimpancé,
observando que 13 de los cromosomas humanos de los 23 presentes en un
semicariotipo (ya que solo se considera un miembro de cada par), son
exactamente idénticos a 13 de los cromosomas del chimpancé. Por otro
lado, el cromosoma humano n.º 2 está formado por la fusión de 2 cro-
mosomas equivalentes del chimpancé (lo que explicaría que el hombre
tenga 23 pares de cromosomas frente a los 24 pares que posee el chim-
pancé). Los otros cromosomas se distinguen por un total de 9 inversiones
y 2 adiciones de material cromatínico. Según Dutrillaux, recopilando
poco a poco los datos de todos los cromosomas se puede llegar a estable-
cer la genealogía de todas las especies de primates.384

383 Gould (1995a), 283-284.


384 Cfr. Dutrillaux (1982).
¿Hacia una nueva síntesis? 269

6. La poliploidía

Según Mayr, «el único modo de especiación instantánea establecido


inequívocamente es la poliploidía».385 La poliploidía, que es producto de
una mutación de gran envergadura, denominada genómica, adquiere par-
ticular importancia en las plantas.
Un individuo poliploide se origina cuando los cromosomas se repli-
can (repiten) sin que las células se dividan. Esto es, no surgen dos células
hijas con la misma dotación cromosómica que sus progenitores, sino una
sola célula hija con la dotación cromosómica duplicada (diploidía), tripli-
cada (triploidía), cuadruplicada (tetraploidía), etc. En todos los casos, los
individuos poliploides quedan, de manera automática, reproductivamen-
te aislados de la especie de la que proceden.
La poliploidía es un fenómeno relativamente raro entre los animales
aunque se da en las lombrices de tierra, las planarias y otros animales her-
mafroditas, así como en grupos con hembras partenogenéticas como algu-
nos escarabajos, mariposas nocturnas, cochinillas, camarones, peces rojos
y salamandras. En cambio, se estima que el 47% de las plantas con flores
y el 95% de los helechos son poliploides.
Ya en 1928, el biólogo ruso Karpechenko había logrado el nacimien-
to de una nueva especie por poliploidía. Efectivamente, había cruzado la
col y el rábano, y en lugar de tener híbridos infértiles, como suele suceder,
los obtuvo, bruscamente, fértiles. Estos habían duplicado su dotación cro-
mosómica. En lugar de diploides, eran tetraploides.

7. ¿Hacia una nueva síntesis?

Según el paleoantropólogo norteamericano Ian Tattersall, el fenóme-


no de la especiación continúa siendo una verdadera «caja negra» para los
genetistas.386

385 Mayr (1968), 452.


386 Mencionado por Arsuaga (2001), 79.
270 Capítulo 10

Los modelos de especiación alopátrica y simpátrica (bajo la forma de


reordenamientos cromosómicos y poliploidía) que hemos visto en el sin-
tetismo y en el puntuacionismo, respectivamente, no son los únicos. De
todos modos, si bien cada uno de los modelos de especiación conocidos
explica una parte de los fenómenos de especiación, ninguno explica la tota-
lidad de los casos. Ni siquiera puede asegurarse, objetivamente, cuál de
ellos ha sido el predominante durante la historia de la vida.
Pero hay otras cuestiones que deben ser revisadas. En este sentido,
Stebbins y Ayala, claros representantes del sintetismo, afirman que
algunos principios de la teoría del equilibrio puntuado pueden refutarse; otros
resultan compatibles con una teoría sintética modificada, que abarque los con-
ceptos de estasis de las especies y de la evolución en mosaico.387

Este último concepto, el de la evolución en mosaico, constituye, muy


probablemente, una alternativa válida respecto de la explicación que da el
puntuacionismo acerca de la estasis morfológica de las especies. El mismo
fue propuesto, por primera vez, por sir Gavin de Beer y plantea que el
ritmo de cambio de los diferentes caracteres de un organismo nunca es el
mismo, como sostenía tradicionalmente el sintetismo, sino que puede ser
desigual, ya que cada uno de los caracteres está sometido a diferentes pre-
siones selectivas y ello varía a cada momento.
Por lo tanto, Stebbins y Ayala prefieren hablar de estasis a nivel de los
caracteres, no de estasis para la especie, como lo hace el puntuacionismo.
Al respecto, señalan:
Cuando se sigue la evolución de un solo carácter en el registro fósil, se
observan largos períodos en los que el cambio experimentado es escaso. Sin
embargo, al mismo tiempo que es pequeño el cambio sufrido por un determi-
nado carácter, otros, que no han dejado huella en el registro fósil, pudieran
continuar evolucionando. El argumento puntualista es quizá más convincente
cuando se aplica a un carácter concreto que al referirse al organismo como un
todo.388

Por otro lado, el concepto tradicional de estasis formulado por el pun-


tuacionismo ya no podría ser mantenido para la totalidad de los casos, de

387 Stebbins y Ayala (1985), 53.


388 Stebbins y Ayala (1985), 51.
¿Hacia una nueva síntesis? 271

acuerdo con la comprobación de que, por lo menos en algunos casos, las


partes más blandas de los organismos pueden cambiar mucho en compara-
ción con las partes duras, que son precisamente las que se encuentran en el
registro fósil, dando así la falsa idea de estabilidad a lo largo del tiempo.389
¿Se podrá seguir insistiendo, como lo asegura el sintetismo tradicio-
nal, que la microevolución puede explicar tanto los cambios que aconte-
cen dentro del nivel de la especie como fuera de ella? ¿No será, como sos-
tiene el puntuacionismo, que existen diversos niveles de análisis (uno para
el interior de la especie, otro para la especiación y otros vinculados con el
origen de los taxones superiores), cada uno de los cuales posee su propia
categoría de fenómenos? ¿Es posible que el paso de un taxón importante a
otro sea producto de una alteración en los ritmos de desarrollo?
En nuestra opinión, resulta auspicioso que cada vez sean más los
autores que estiman necesaria la realización de una nueva síntesis y que
consideran, al igual que nosotros, que dicho acontecimiento de ninguna
manera debiera ser traumático. En este sentido, hacemos nuestras las pala-
bras de Devillers y Chaline que transcribimos a continuación:
[…] los datos de la teoría sintética son demasiado importantes para ser aban-
donados, pero, para no convertirse en un dogma, la teoría sintética debe reju-
venecer, enriquecerse con todos los nuevos datos que las múltiples disciplinas
afectadas por el fenómeno evolutivo no cesan de aportar. Resultaría en los años
por venir una incorporación en un sistema más amplio, todavía más explicati-
vo, pero que aún conservará el carácter esencial de ser sintético. ¿Cómo se lla-
mará esta construcción?; teoría del año 2000, teoría sintética renovada... Poco
importa; no será construida sobre las ruinas de la anterior, sino sobre los sóli-
dos cimientos que esta edificó.390

389 Cfr. Arsuaga (2001), 108.


390 Devillers y Chaline (1993), 313.
CAPÍTULO 11

1. Sociobiología
1.1. Introducción
Durante la década de los sesenta aparecieron algunas obras de etología
que tuvieron particular repercusión en la opinión pública. Nos referimos
fundamentalmente a African Genesis (1961) y The Territorial Imperative
(1966), del dramaturgo norteamericano Robert Ardrey (1908-1980), On
agression (1963), del etólogo austríaco Konrad Lorenz (1903-1989)391 y
The naked ape (1967) del zoólogo inglés Desmond Morris (nacido en
1928). Todas estas obras tenían, como denominador común, la defensa de
la tesis según la cual los seres humanos son territoriales y agresivos por natu-
raleza. Al respecto, el lector puede encontrar una frase característica de ese
pensamiento en una obra posterior de Robert Ardrey, que asegura que
El hombre es hombre, y no un chimpancé, porque durante millones y
millones de años en evolución ha matado para vivir.392

No extraña, entonces, que a mediados de la década siguiente surgiera


formalmente la sociobiología con el propósito de integrar las ciencias bio-
lógicas con las sociales. Dos obras sentaron las bases de la nueva discipli-

391 Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1973, conjuntamente con el austríaco


Karl von Frisch (1886-1982) y el holandés Nikolaas (Niko) Tinbergen (1907-1988).
392 Ardrey (1994), 17.
274 Capítulo 11

na: Sociobiology: the new synthesis (1975)393 del prestigioso entomólogo de


la Universidad de Harvard y autoridad mundial en mirmecología (estudio
de las hormigas) Edward Osborne Wilson, y The selfish gene (1976), del
etólogo británico Richard Dawkins.
Interesa mencionar algunos antecedentes de ambos autores. Autor de
The insect societies en 1971, Edward Wilson (nacido en 1929) fue quien
descubrió las feromonas en las hormigas (sustancias químicas volátiles que
posibilitan la comunicación entre ellas). En 1977 recibió la Medalla
Nacional de la Ciencia y dos años más tarde, en 1979, obtuvo el Premio
Pulitzer por su obra On human nature (1978), distinción que recibe nue-
vamente en 1991 por su trabajo titulado Las hormigas, publicado por la
Universidad de Harvard.
De padres británicos, Clinton Richard Dawkins nació en Nairobi
(Kenia), en 1941. Su familia regresó a Inglaterra en 1949 y Richard estu-
dió en la Universidad de Oxford, doctorándose en Zoología bajo la direc-
ción del prestigioso etólogo holandés Nikolaas (Niko) Tinbergen. Tras
permanecer dos años (de 1967 a 1969) en la Universidad de California, en
Berkeley, en calidad de profesor adjunto de Zoología, Dawkins regresó a
Inglaterra para ejercer como profesor de Etología en la Universidad de
Oxford. Es miembro de la Royal Society y actualmente, desde 1995, pro-
fesor de la Cátedra Charles Simonyi de Divulgación Pública de la Ciencia
(Public Understanding of Science) en la misma Universidad de Oxford.
Wilson, quien pretende que la sociobiología constituya una rama de
la biología evolutiva, la define como «el estudio sistemático de las bases
biológicas de todo comportamiento social».394 Nacida dentro de la tradi-
ción darwiniana (los sociobiólogos reconocen su afinidad con los postula-
dos centrales de la teoría sintetista) y fundada en datos de la genética de
poblaciones, la ecología y la etología, el objetivo de la sociobiología es el
de explicar, mediante la biología, los comportamientos sociales de los ani-
males en general (y también del hombre, según algunos autores).
Además de Wilson y Dawkins, otros destacados representantes de la
sociobiología son Robert L. Trivers (n. 1943), también de la Universidad

393 Al precio de 25 dólares se vendieron 100 000 ejemplares (Cfr. Lewontin, Rose y
Kamin [1987], 283).
394 Wilson (1980a), 4.
Sociobiología 275

de Harvard, al igual que Wilson, John Maynard Smith (1920-2004),


David P. Barash (de la Universidad de Washington, en Seattle) y Richard
D. Alexander (de la Universidad de Michigan).
De acuerdo con la sociobiología, los comportamientos sociales son
gobernados por genes y estos han sido seleccionados, por la selección natu-
ral, en el curso de la evolución. Por lo tanto, la unidad básica de la evolu-
ción es el gen: es lo único permanente (no sorprende, entonces, que los
sociobiólogos sean calificados de ultrarreduccionistas). El genoma se frag-
menta en cada generación, pero el gen es capaz de sobrevivir, inalterable,
a lo largo del tiempo. Por ello, un postulado central de la sociobiología
consiste en asegurar que
[…] la unidad básica de la selección natural no es la especie, ni la población,
ni siquiera el individuo, sino las pequeñas unidades de material genético que
convenimos en llamar genes. La piedra angular de esta hipótesis […] es el
supuesto de que los genes son potencialmente inmortales, mientras que los
cuerpos y las demás unidades superiores son temporales.395

Wilson considera que el famoso aforismo pronunciado por el escritor,


filósofo y pintor inglés Samuel Butler (1835-1902) según el cual «la galli-
na es solo el sistema que tiene un huevo de hacer otro huevo» ahora debe-
ría ser expresado de una manera diferente: «el organismo es el sistema que
tiene el ADN para fabricar más ADN».396 En otras palabras, el organismo
(o «máquina de supervivencia de los genes», siguiendo la expresión de
Dawkins) es un recurso que tiene un gen para producir más genes.
Precisamente, Dawkins está convencido de que la vida no tiene otro
significado que el de perpetuar la supervivencia del ADN. Para ejemplifi-
car tal aseveración, retoma un caso interesante de comportamiento animal
relacionado con las avispas excavadoras, que fuera descrito oportunamen-
te por el naturalista francés Jean Henri Fabre: antes de poner su huevo en
la oruga atrapada, la hembra de la avispa excavadora pincha cuidadosa-
mente con su aguijón en cada ganglio del sistema nervioso central de la
presa para inmovilizarla, pero sin causarle la muerte. De ese modo, la
carne permanece fresca para la larva en desarrollo. No se sabe si la paráli-

395 Dawkins (1985), 56.


396 Wilson (1980a), 3.
276 Capítulo 11

sis actúa como un anestésico general o si, a la manera del curare, lo único
que hace es impedir todo movimiento de la víctima. Si ocurre esto último,
la presa puede ser consciente de que se la están comiendo viva desde den-
tro sin poder mover un solo músculo. Este episodio genera en Dawkins la
siguiente conclusión:
A los genes no les importa el sufrimiento, porque no les importa nada.
Es mejor para los genes de la avispa […] que la oruga siga viva, y así su carne
continúa siendo fresca cuando se la coman, sin que les perturbe el sufrimien-
to que eso suponga. Si la naturaleza tuviera corazón, por lo menos haría posi-
ble la concesión mínima de que las orugas fueran anestesiadas antes de que se
las comieran vivas por dentro. Pero la naturaleza ni es buena ni deja de serlo.
No está ni contra el sufrimiento, ni a favor. La naturaleza no se interesa por el
sufrimiento en un sentido u otro, a no ser que influya en la supervivencia del
ADN.

Y luego:
El ADN ni se preocupa ni sabe. El ADN es, sin más. Y nosotros baila-
mos al son de su música.397

En El gen egoísta (versión castellana de The selfish gene), Dawkins


expone con claridad diversas cuestiones propias de la sociobiología.
Confieso que cuando leí la obra por primera vez, no me resultó particu-
larmente atractiva. Sin embargo, después de leerla una segunda y una ter-
cera vez, me di cuenta de que se trataba de una fuente de información eto-
lógica más que interesante, en especial algunos de sus capítulos, que me
permitían comprender en mejor medida ciertos aspectos de la sociobiolo-
gía animal.
Según Dawkins, el gen es «egoísta» porque tiene interés en su propia
supervivencia. Y sobrevive formando réplicas. Cuantas más réplicas se pro-
duzcan, mayores serán sus posibilidades de supervivencia. Por eso, para
Dawkins la supervivencia de los genes es el «patrón oro» de la evolución,
es lo único que importa, en tanto que el organismo es la máquina que hace
sobrevivir al gen. En consecuencia, el gen programa a la máquina para que
produzca copias de sí mismo a una tasa máxima, no importa cuál sea el
costo personal. Es por ello por lo que Wilson considera que la evolución

397 Dawkins (1996), 63.


Sociobiología 277

no es más que una competencia entre alelos para ganar la representación


mayoritaria dentro de las poblaciones.
Leemos en El gen egoísta:
[…] a nivel del gen, el altruismo tiene que ser malo, y el egoísmo bueno. Ello
se deriva inexorablemente de nuestras definiciones de altruismo y egoísmo.
Los genes compiten directamente con sus alelos por la supervivencia, ya que
sus alelos en el acervo génico son rivales que podrán ocupar su puesto en los
cromosomas de futuras generaciones. Cualquier gen que se comporte de tal
manera que tienda a incrementar sus propias oportunidades de supervivencia
en el acervo genético a expensas de sus alelos tenderá, por definición y tauto-
lógicamente, a sobrevivir. El gen es la unidad básica del egoísmo.398

Aquí es importante que el lector no pierda de vista el hecho de que, para


los sociobiólogos, los actos aparentemente altruistas que tienen lugar entre los
individuos son, en realidad, una consecuencia del egoísmo de los genes.
Un comportamiento que Dawkins interpreta como claramente egoís-
ta, y que sin duda llama mucho la atención en los documentales sobre la
vida animal, es el referido a los espectaculares brincos de la gacela de
Thomson o Grant cuando huye del ataque de un predador. Dichos saltos,
observa Dawkins, son ostentosos hasta el punto de constituir una franca
provocación. Es evidente que la gacela, lejos de ocultarse del predador, está
haciendo todo lo contrario, es decir, mostrarse en todo su esplendor. En el
análisis de Dawkins, es como si la gacela le dijera al predador «“Mira cuán
alto puedo saltar; soy obviamente una gacela tan capaz y saludable que no
me podrás atrapar, sería mucho más prudente por tu parte que intentaras
dar caza a mi vecina, que no salta tan alto como yo”».399 De hecho, sabe-
mos que muchos mamíferos predadores son conocidos por dar caza prin-
cipalmente a animales viejos, enfermos o heridos. Por el contrario, una
gacela que se exhibe, hasta un tanto exageradamente, está anunciando que
no es ni vieja ni enferma ni está herida, sino que goza de plena salud, por
lo que al predador le convendría intentar dar caza a otra.
Dice Dawkins:
[...] el comportamiento animal, ya sea altruista o egoísta, se encuentra bajo el
control de los genes solo de una manera indirecta, pero en un sentido muy

398 Dawkins (1985), 51-52.


399 Dawkins (1985), 254.
278 Capítulo 11

poderoso. Al dictaminar la forma en que las máquinas de supervivencia y sus


sistemas nerviosos son construidos, los genes ejercen un poder fundamental
en el comportamiento. Pero las decisiones inmediatas y la continuidad de
ellas son tomadas por el sistema nervioso. Los genes son los diseñadores de la
política primaria; los cerebros, sus ejecutivos. A medida que los cerebros evo-
lucionan y se tornan altamente desarrollados, se hacen cargo, cada vez en una
mayor medida, de las decisiones respecto a la política a seguir y para ello uti-
lizan trucos y simulación. La conclusión lógica de esta tendencia, aún no
alcanzada en especie alguna, sería que los genes le dieran a la máquina de
supervivencia una sola instrucción general de la política a seguir, que sería
más o menos esta: haz lo mejor que te parezca con el fin de mantenernos
vivos.400

Los sociobiólogos consideran que todos los comportamientos son


adaptativos y tienen una base genética. De igual modo, aseguran que exis-
te un gen para cada comportamiento determinado y que el mismo com-
portamiento también se halla sometido a las leyes de la selección natural.
Al respecto, los sociobiólogos están convencidos de que los comporta-
mientos sociales deben ser entendidos como estrategias reproductivas de
los genes. En este sentido, durante la evolución, la conducta «ventajosa»
será seleccionada a expensas de la conducta «desventajosa».
Otro comportamiento que se ajusta a la explicación sociobiológica es
el de los gorilas machos, que matan a las crías de la hembra antes de copu-
lar con ella. El motivo de esta actitud sería el de eliminar los genes que se
convertirían en competidores de su propia descendencia. De igual modo,
Dawkins cuenta que el ratón macho segrega un producto químico que, al
ser olido por una hembra preñada, puede causarle el aborto. Solo aborta
si el olor es diferente del de su antiguo compañero. Así, la mencionada
progenie será eliminada y la hembra quedará nuevamente receptiva, a dis-
posición de su nuevo pretendiente.
Algo similar ocurre entre los leones. Al alcanzar los tres años de edad,
los machos jóvenes abandonan la manada en la que han nacido y llevan
una vida nómada junto con alguno de sus hermanos, hasta que a la edad
de cinco o seis años intentan conquistar su propio harén. Después de ahu-
yentar al hasta entonces jefe de la manada, el nuevo jefe mata a todos los
cachorros machos existentes.

400 Dawkins (1985), 88-89.


Sociobiología 279

De acuerdo con la interpretación sociobiológica, la vida entre ellos es


muy dura por cuanto los machos están permanentemente expuestos a los
desafíos de los otros machos. Las heridas suelen debilitarlos pronto y al
cabo de dos o tres años suelen ser vencidos y expulsados por algún macho
más joven. Puesto que los machos adultos solo dominan durante un corto
período, entonces lo primero que hacen es dar muerte a los cachorros exis-
tentes, y de los que nacen poco después de su conquista, de manera de ade-
lantar el período de celo de las hembras y así copularlas para que engendren
más tarde sus propios cachorros, a los que darán total protección.
En las aves llamadas jacanas, las hembras defienden el territorio y los
machos tienen a su cargo la construcción y cuidado de los nidos. Pero en
momentos de ausencia de la hembra local, una hembra extraña puede
acercarse y destruir los huevos para luego comer las crías sin que el macho,
de menor tamaño, pueda hacer nada por evitarlo. Una vez destruidos
todos los huevos, la hembra visitante se aparea con ese mismo macho,
quien ahora pasará a cuidar y defender a la nueva progenie.
Por supuesto, sería absurdo pretender que el modelo sociobiológico
proporcione una explicación suficientemente satisfactoria de todos los
comportamientos animales, y Dawkins no es indiferente a esta situación.
Por el contrario, considera que hay comportamientos que constituyen una
verdadera evidencia en contra de la teoría del gen egoísta. Así, por ejem-
plo, cita el caso de las monas madres desoladas que, habiendo perdido un
hijo, han sido vistas robando una cría a otra hembra para cuidarla y pro-
tegerla. Sorprendido, reflexiona Dawkins: «considero que este es un error
doble ya que la adoptante no solo malgasta tiempo y energía, sino que
libera a una hembra rival del peso de criar a su hijo, con lo que la posibi-
lita, además, para que tenga otro hijo a la brevedad posible. Me parece que
es un ejemplo crítico que merece una cuidadosa investigación».401

1.2. El comportamiento agresivo


Siguiendo a Lumsden y Wilson, la agresión «consiste en una diversi-
dad de comportamientos unidos tan solo por el rasgo común de una
acción dañina o la amenaza de daño a otros».402 La agresión, que puede

401 Dawkins (1985), 152-153.


402 Lumsden y Wilson (1985), 54.
280 Capítulo 11

tener lugar tanto entre individuos de una misma especie como entre indi-
viduos pertenecientes a especies diferentes, adopta las más diversas expre-
siones. Entre otras, podemos mencionar: agresión por defensa del territorio,
nido o cría, agresión por competencia por el mismo alimento, agresión
entre machos por la posesión de las hembras, agresión de dominancia (de
los machos dominantes hacia los machos subordinados), agresión discipli-
naria de los padres hacia la cría, etc.
En la denominada «agresión territorial», el defensor del territorio actúa
de la manera más dramática con tal de alejar al invasor. Al respecto, intere-
sa mencionar las experiencias llevadas a cabo por David Barash en relación
con una especie de peces damisela (Dascyllus albisella) durante más de 150
horas de observación submarina cerca de las islas Hawai. En esta especie es
el macho el encargado de elegir, preparar y defender un pequeño territorio
que servirá de lugar de desove. Es también el macho el que corteja a la hem-
bra, que se aleja después de haber desovado, y el que se ocupa de los hue-
vos, en especial de defenderlos contra los depredadores.
De acuerdo con el análisis sociobiólogico, es natural que la hembra,
en el caso descrito, elija un macho agresivo, capaz de defender adecuada-
mente los huevos que ella deposite y que contienen sus propios genes. Esto
fue lo que Barash pudo constatar después de observar que 27 machos
habían elegido y preparado su lugar de desove.403
Según Dawkins,404 un claro ejemplo de conducta agresiva por defen-
sa territorial fue aportado oportunamente por Niko Tinbergen en un
experimento muy sencillo. Tenía un estanque para peces que contenía dos
peces espinosos machos. Ambos machos habían construido nidos en los
extremos opuestos del tanque y cada uno de ellos defendía el territorio que
rodeaba su propio nido. Tinbergen puso cada uno de los machos en un
tubo de vidrio y, cuando acercó los tubos, observó que los dos machos
intentaban atacarse a través del vidrio. Pero lo más interesante fue que
cuando acercó los dos tubos a las proximidades del nido del pez A, el
macho A asumió una posición de ataque y el macho B intentó retirarse.
Pero cuando situó ambos tubos dentro del territorio de B, los papeles se

403 Cfr. Dorozynski (1979), 57.


404 Dawkins (1985), 119-120.
Sociobiología 281

cambiaron. Así, moviendo los tubos de un sitio a otro, Tinbergen fue


capaz de determinar qué macho debía atacar y cuál retroceder.
Otro ejemplo proviene del estudio de dos subespecies de gorriones, de
los cuales una empolla una sola vez por año, en tanto que la otra puede
hacerlo dos o tres veces en el mismo tiempo. De acuerdo con lo previsible,
es decir, siguiendo el postulado sociobiológico, la primer subespecie se mues-
tra más dispuesta que la segunda a arriesgar la vida para defender su inver-
sión genética, ya que no tiene otra oportunidad dentro de ese mismo año.405
En todos los casos anteriores aparece con claridad que las conduc-
tas agresivas, por ser favorables, serán seleccionadas respecto de las que
no lo son.

1.3. El comportamiento altruista


El altruismo es un comportamiento que si bien beneficia a algunos
individuos, en principio afecta o pone en riesgo al autor de la acción
altruista. Es por ello por lo que Wilson plantea que el centro del proble-
ma teórico de la sociobiología es «¿cómo puede el altruismo, que por defi-
nición merma el éxito individual, desarrollarse por selección natural?».406
Si la selección natural solo preserva lo que es favorable, ventajoso, ¿cómo
se explica que pueda seleccionar un comportamiento que, en principio,
afecta al propio individuo que realiza la acción altruista?
La interpretación actual de la evolución del comportamiento altruis-
ta se debe a la labor del genetista británico William D. Hamilton (1936-
2000), quien presentó su tesis en dos trabajos publicados en 1964. De
acuerdo con esta, desde el punto de vista de la genética poblacional la
medida de la aptitud en dejar progenie no es solo la aptitud individual,
basada en el número de descendientes directos que tiene un individuo,
sino la aptitud inclusiva, que, valga la redundancia, incluye tanto los des-
cendientes propios de su éxito reproductivo como los descendientes que
son producto del éxito reproductivo de los individuos con él emparenta-
dos. Refiriéndose a la propuesta de Hamilton, dice John Maynard Smith:

405 Cfr. Dorozynski (1979), 57.


406 Wilson (1980a), 3.
282 Capítulo 11

Para comprender la tesis de Hamilton, considérese el hecho de que un


padre puede arriesgar su vida en defensa de su progenie, por ejemplo fingien-
do estar herido para distraer a un depredador. De esta manera, el padre puede
aumentar su eficacia darwiniana. Aunque es posible que tanto el progenitor
como la prole mueran, es más probable que padres e hijos sobrevivan. En este
último caso, la eficacia darwiniana del progenitor será mayor después del acto
altruista de lo que habría sido si el padre hubiera dejado a su prole a merced
del depredador. Los genes asociados al acto altruista (en este caso el fingi-
miento de una herida) pueden hallarse presentes en la descendencia, de modo
que su frecuencia puede aumentar. De ahí que la selección natural favorezca el
altruismo paterno […].

Y luego:
La teoría de Hamilton prevé que el comportamiento altruista y coope-
rativo se encontrará con más frecuencia en interacciones de individuos empa-
rentados que en interacciones de individuos no emparentados. La observación
confirma esta predicción.407

Del hecho de que un individuo esté emparentado con otros se des-


prende, obviamente, que, en mayor o menor medida, comparte genes con
esos individuos, de tal manera que no sorprende que el individuo en cues-
tión sea altruista con esos parientes si ello significa darles la posibilidad de
transmitir parte de sus propios genes. Es la denominada selección familiar,
que Wilson define como una «mejora en el bienestar del conjunto de fami-
liares en medio de la población».408 Por supuesto, el interés que tiene ese
individuo por los otros se incrementa en relación proporcional a la canti-
dad de genes compartidos. Así, por ejemplo, un hijo o un hermano de ese
individuo compartirán con él el 50% del patrimonio genético, mientras
que un primo hermano solo compartirá con él el 12,5%.
Por lo tanto, a la pregunta formulada más arriba, acerca de cómo
puede el altruismo desarrollarse por selección natural, Wilson responde
con seguridad: «por parentesco: si los genes causantes del altruismo son
compartidos por dos organismos a causa de una ascendencia común y si el
acto altruista de un organismo aumenta la contribución conjunta de estos
genes a la próxima generación, la propensión al altruismo se propagará al
sustrato génico».409

407 Maynard Smith (1978), 118.


408 Wilson (1980a), 120.
409 Wilson (1980a), 3-4.
Sociobiología 283

Solo de esta manera es posible explicar que un comportamiento


altruista pueda evolucionar a través del tiempo, ya que, por lo general, la
selección se da, como sostenía Darwin, a favor del individuo, no del
grupo. La selección de grupo es posible siempre y cuando favorezca
también al individuo en cuestión. Si algo es importante para el grupo, tam-
bién lo debe ser para el individuo. Si no, no será viable.
Es el caso de la avefría, que al ver amenazado su nido se finge herida
para atraer sobre sí la atención del halcón. Si bien es cierto que las posibi-
lidades de que el halcón mate al progenitor aumentan, porque este está lla-
mando su atención, se trata solo de un ligero aumento. En cambio, las
probabilidades de supervivencia de su prole se incrementan considerable-
mente, y es la prole, en definitiva, la que porta los genes paternos. Otros
ejemplos similares proporcionados por Wilson son: el chotacabras ameri-
cano (Chordeiles minor), que deja su nido cuando advierte una aproxima-
ción y vuela a baja altura para finalmente posarse enfrente del intruso,
aunque lejos del nido, con las alas caídas o extendidas, y los casos de los
patos de la especie Aix sponsa y los colimbos árticos (Gavia arctica), que
extienden un ala como si estuviera rota y describen círculos aparentando
estar cojos.
Los individuos que viven juntos en una manada o un rebaño, por lo
general están emparentados y por ello no sorprende la existencia de con-
ductas altruistas. Dawkins refiere que se poseen informes de acciones en
las que papiones machos adultos han arriesgado su vida por defender al
resto de la manada del ataque de predadores tales como los leopardos. La
explicación, desde la sociobiología, es muy simple: es bastante probable
que cualquier macho tenga un importante número de genes en común
con otros miembros de la manada.
Asimismo, Ayala cita el caso de las cebras adultas, que se suelen
enfrentar con un depredador atacante para proteger a los jóvenes de la
manada, en lugar de huir para protegerse ellas mismas. El riesgo que los
adultos corren es menor, en conjunto, que los beneficios que reciben,
desde el punto de vista genético, al proteger a las crías indefensas (en las
manadas, los individuos suelen ser parientes consanguíneos).
Cuando un perro de las praderas ve un coyote, advierte a los restan-
tes miembros de la colonia mediante una voz de alarma, aunque al hacer-
284 Capítulo 11

lo llama la atención sobre sí y de esa manera aumenta su propio riesgo.


Pero en todos los casos, el altruismo termina beneficiando los intereses
reproductivos del individuo que protagoniza el acto altruista.
Las llamadas de alarma también se dan entre las aves. Si, como suele
suceder, existe la posibilidad de que la bandada incluya algunos parientes
cercanos, un gen para dar la alarma puede prosperar en el patrimonio
genético porque, probablemente, el mismo se encuentre en algunos de los
individuos salvados. Dawkins lo explica en detalle:
Supongamos que una bandada de tales pájaros se encuentra alimentán-
dose en un campo. Un halcón pasa volando a lo lejos. Aún no ha visto a la ban-
dada y no vuela directamente hacia ellos, pero existe el peligro de que su aguda
mirada los distinga en cualquier momento y se lance al ataque. Supongamos
que un miembro de la bandada ve al halcón antes que los demás. Este indivi-
duo de penetrante vista podría paralizarse de inmediato y acurrucarse entre la
hierba. Ello lo beneficiaría muy poco, ya que sus compañeros seguirán mo-
viéndose a su alrededor conspicua y ruidosamente. Cualquiera de ellos podría
atraer la atención del predador y toda la bandada se encontraría en peligro.
Desde un punto de vista puramente egoísta, la mejor política a seguir por el
individuo que detecta primero el halcón es silbar una rápida advertencia a sus
compañeros para hacer que se callen y reducir las posibilidades de ser sor-
prendidos inadvertidamente.410

Uno de los grandes logros obtenidos por la teoría de la selección fami-


liar ha sido la explicación de la evolución del comportamiento altruista en
los insectos sociales tales como las hormigas, las abejas y las avispas (los
denominados himenópteros). Veamos particularmente lo que ocurre con
las abejas.
Tres tipos de abejas forman parte de la colonia: la reina, las obreras y
los zánganos. Mientras la reina y los zánganos se ocupan de la reproduc-
ción, las obreras son las cuidadoras y protectoras. El hecho de que una
hembra se convierta en una obrera o en una reina no depende en absolu-
to de sus genes, sino de la forma en que resulte criada, en especial en cuan-
to a la calidad del alimento que recibe. En este sentido, es interesante seña-
lar que la jalea real con la que se alimenta a la reina es rica en hormonas
sexuales como el estradiol, la testosterona y la progesterona, lo cual expli-
caría su enorme fertilidad.

410 Dawkins (1985), 252.


Sociobiología 285

En la especie más común y conocida, la Apis mellifera, la reina efectúa


vuelos de apareamiento en su juventud durante unos pocos días, copulan-
do con zánganos unas quince o veinte veces. Luego, el líquido seminal de
cada zángano es conservado en «paquetes» separados dentro de la esperma-
teca. Los zánganos que se aparean con ella mueren y los que no se aparean,
también morirán, aunque obviamente vírgenes y sin descendencia. Más
tarde, la reina administrará, de por vida, el líquido seminal recibido y de
ella dependerá la fecundación o no de los huevos que vaya depositando.
De esta manera, aquellos huevos que la reina no fertilice originarán
zánganos. Un zángano, entonces, carece de padre y, por lo tanto, posee un
solo juego de cromosomas (el que recibe de la reina madre), motivo por el
cual se los denomina haploides. En cambio, los huevos que la reina madre
decida fecundar con el líquido seminal disponible, originarán hembras
diploides, por cuanto poseen un doble juego de cromosomas (uno de su
padre y otro de su madre). Cabe destacar que la totalidad del líquido semi-
nal de cada macho es genéticamente idéntico, de tal manera que transmi-
te exactamente lo mismo a todas sus hijas obreras.
¿Qué dotación genética comparte una obrera con su reina madre? El
50%, dado que obtuvo la mitad de sus cromosomas de la reina madre y la
otra mitad del zángano cuyo líquido seminal utilizó la reina madre para
fertilizar el huevo del que nació esa obrera.
¿Qué dotación genética comparte una obrera con un zángano? Com-
parten la mitad de la reina madre (25%) y nada del padre, porque el zán-
gano no tiene padre.
¿Qué dotación genética comparte una obrera con otra obrera? Com-
parten la mitad de la reina madre (25%) y la dotación completa del padre
(50%), que es haploide y, por lo tanto, tiene un solo juego de cromoso-
mas que se transmite completo e idéntico a cada hija. Es decir que, en
total, una obrera con otra obrera comparten un 75%.
Como vemos, los himenópteros poseen un sistema tan particular de
determinación del sexo que hace que las hembras compartan más genes
entre sí que con los machos, aunque sean todos hermanos, nacidos de la
misma reina (es el fenómeno de la haplodiploidía). De acuerdo con el plan-
teamiento sociobiológico las obreras deberían favorecer la supervivencia de
las otras obreras más que la de los zánganos. Efectivamente, así ocurre. Tal
286 Capítulo 11

como lo observó Robert Trivers, las obreras destinan más tiempo a ocu-
parse de sus hermanas que de sus hermanos. Aunque por lo general son
estériles, las obreras favorecen la propagación de sus genes. Las obreras
comparten más con sus hermanas que con sus hipotéticas hijas, con quie-
nes compartirían solamente un 50%, lo que explicaría, siguiendo siempre
la argumentación sociobiológica, por qué las obreras han sido selecciona-
das para ayudarse las unas a las otras en lugar de para tener hijas.

1.3.1. Altruismo recíproco


Se trata de un mecanismo más amplio que los anteriores, pues puede
darse entre individuos de la misma especie, aunque se trate de individuos
no emparentados, e incluso entre miembros de especies diferentes. El lec-
tor entenderá perfectamente qué es el altruismo recíproco (Robert Trivers,
1971) si intentamos explicárselo a través de una pregunta y su respuesta:
¿por qué un individuo habría de arriesgar su vida en beneficio de otro?,
porque ese individuo espera, a su vez, que el otro, en algún momento, le
devuelva el favor recibido.
¿Existen ejemplos de altruismo recíproco en el mundo animal? Sí,
muchos. Veamos algunos de ellos. Supongamos, dice Dawkins, que una
especie cualquiera de pájaros es infectada con parásitos de una especie desa-
gradable de ácaros transmisores de una peligrosa enfermedad. Por supues-
to, sería importante eliminar a estos ácaros lo más rápido posible. Por lo
general, un pájaro puede desprender y eliminar a sus propios ácaros cuan-
do limpia y acomoda sus plumas. Sin embargo, es obvio que no puede qui-
tarlos de la parte más alta de su propia cabeza. Pero la norma general es que,
si otro individuo «lo hace por mí» luego «yo lo haré por él». El aseo mutuo
es, de hecho, muy común tanto en las aves como en los mamíferos.
Un caso reportado por Robert Trivers es el de los miembros de cierta
especie de peces, que limpian de parásitos a miembros de otras especies de
peces. Por un lado, el limpiador obtiene como recompensa una buena
comida, mientras que por la otra el limpiado se ve liberado de parásitos
que, en caso de no ser removidos, pueden acarrearle incontables dolores y
enfermedades. Asimismo, es particularmente notable el hecho de que el
limpiador podría constituir una presa fácil y, naturalmente, una excelente
comida para el limpiado. Sin embargo, este «respetará las reglas de juego»
y garantizará en todo momento la seguridad del limpiador.
Sociobiología 287

Un caso similar puede observarse entre el camarón del género Pericli-


menes y el llamado pez ardilla. Mientras el camarón se alimenta a través
de la ingesta de los ectoparásitos del pez, este se favorece quedando libre de
ellos y con sus heridas limpias. En este sentido, es tan importante la labor
desarrollada por los camarones que, en los casos en que se los ha captura-
do en cantidades en alguna zona, el deterioro de los peces ha sido notable,
como resultado de las infecciones masivas de ectoparásitos y por falta de
cicatrización de las heridas que les producen.
En cualquiera de los casos de altruismo recíproco, es posible que exis-
tan situaciones de engaño, que podrían ser así explicadas: «cuando necesito
una ayuda la recibo pero, cuando me piden la devolución del favor, actúo
con indiferencia». Aquí ocupa un lugar importante la memoria, ya que si los
individuos recuerdan al mentiroso, rehusarán ayudarle en una segunda
oportunidad. Por lógica consecuencia, un sistema en el que la mayoría de los
individuos practique el engaño terminará fracturándose y, obviamente,
todos perderán, por lo que no es esto lo que sucede en general.

1.4. ¿Es posible la sociobiología humana?

Poco tiempo después de publicada Sociobiology: the new synthesis, en


junio de 1975, la obra tuvo una acogida muy favorable. Sin embargo, el
hecho de que Wilson incluyera al hombre en su análisis, motivó que, antes
de transcurrido un año, fuera objeto de un ataque muy fuerte por parte de
un grupo de científicos del área de Boston, que se autodenominaron The
Science for the People Sociobiology Study Group (Grupo de Ciencia para
el Pueblo dedicado al estudio de la Sociobiología) y entre los que destaca-
ban Stephen Jay Gould y Richard Lewontin. Lisa y llanamente se acusó a
Wilson de estar aliado con los pensadores políticos más reaccionarios,
incluidos los nazis.
En una carta publicada por ellos en el ejemplar del 13 de noviembre
de 1975 de The New York Review of Books dijeron «que las aplicaciones
humanas de la sociobiología debían ser condenadas por causa de los peli-
gros políticos que planteaba tal pensamiento. Todo intento de establecer
una base biológica del comportamiento social conduciría al darwinismo
social y a males similares favorecidos por los regímenes capitalistas-impe-
288 Capítulo 11

rialistas».411 Wilson y otros autores respondieron que el fallo de ese argu-


mento «es la suposición de que el descubrimiento científico debe juzgarse
por sus posibles consecuencias políticas, y no por la norma de si es verda-
dero o falso».412 Del mismo modo, los adversarios del Grupo de Ciencia
para el Pueblo argumentaron que «es indefendible suprimir la investiga-
ción científica por el uso que podría dársele».413
Estemos de acuerdo o no con la sociobiología o con cualquier otra
postura en particular, bien vale recordar una frase de C. Leon Harris, que
compartimos:
No hay idea tan peligrosa como la idea de que algunas ideas son dema-
siado peligrosas como para ser expresadas.414

De todas maneras, debemos tener presente que para quienes practi-


can la sociobiología humana, el comportamiento social humano está, en
definitiva, codificado en los genes. Consecuentemente, la sociobiología se
convierte en una forma de genética del comportamiento humano y, como
tal, habilita la posibilidad de establecer diferencias genéticas y, con ellas, de
sentar las bases del racismo. Wilson ha sido calificado varias veces de
«racista». ¿Lo es? Todo parece indicar que no, pero sí es cierto que man-
tiene algunas proposiciones que podrían derivar en cierto racismo. Inclu-
so la idea de que la xenofobia (el «odio a los extranjeros») podría tener una
base genética.
En abierta oposición a la sociobiología humana, leemos:
El gran atractivo del determinismo biológico se debe precisamente a que
es exculpatorio. Si los hombres dominan a las mujeres es porque deben hacer-
lo. Si los empresarios explotan a los obreros es porque la evolución ha desa-
rrollado en nosotros los genes para la actividad empresarial. Si nos matamos en
la guerra, es por la fuerza de nuestros genes para la territorialidad, la xenofo-
bia, el tribalismo y la agresión. Una teoría como esta se puede convertir en un
arma poderosa en manos de ideólogos que defienden una organización social
beligerante mediante «una defensa genética del mercado libre».415

411 Lumsden y Wilson (1985), 63.


412 Lumsden y Wilson (1985), 65.
413 Lumsden y Wilson (1985), 65.
414 Harris (1985), 364.
415 Lewontin, Rose y Kamin (1987), 287-288.
Sociobiología 289

A todo esto, Dawkins sorprende cuando se refiere a un nuevo tipo de


unidades «egoístas» inmortales que difieren claramente de los «genes egoís-
tas». Son las «unidades de transmisión cultural» que, valga la redundancia,
se transmiten de individuo a individuo y de generación en generación pero
no a través de las células sexuales sino de un cerebro a otro. Estas unida-
des, igualmente reproductoras, serían los conocimientos, ideas, creencias,
melodías, poemas, etc.
En la medida en que el mecanismo de instalación o radicación de
estos «genes culturales» es siempre alguna forma de imitación, Dawkins
propone designarlos con la palabra griega mimeme, término que, al mismo
tiempo, propone reducir a sus últimas cuatro letras, de manera de conver-
tirlo en meme, lo que en inglés oral suena más o menos mem, alternativa
apropiada para gen. Los memes se replican por imitación y siempre en el
seno de la cultura.
«Cuando morimos, dice el autor, hay dos cosas que podemos dejar
tras nuestro: los genes y los memes». Con el transcurso del tiempo, el con-
junto de genes de nuestro patrimonio genético se va a ir reduciendo en
número hasta quedar representados por proporciones minúsculas. «Pero si
contribuyes al mundo de la cultura, si tienes una buena idea, compones
una melodía, inventas una bujía, escribes un poema, cualquiera de estas
cosas puede continuar viviendo, intacta, mucho después que tus genes se
hayan disuelto en el acervo común».416
Reflexionando acerca del futuro de la humanidad, Dawkins expresa
sus ideas con total convicción al comienzo de El gen egoísta:
Mi propia creencia es que una sociedad humana basada simplemente en
la ley de los genes, de un egoísmo cruel universal, sería una sociedad muy desa-
gradable en la cual vivir.

Y unas líneas más abajo:


[…] si el lector desea, tanto como yo, construir una sociedad en la cual los
individuos cooperen generosamente y con altruismo al bien común, poca
ayuda se puede esperar de la naturaleza biológica. Tratemos de enseñar la gene-
rosidad y el altruismo, porque hemos nacido egoístas. Comprendamos qué se

416 Dawkins (1985), 295-296.


290 Capítulo 11

proponen nuestros genes egoístas, pues entonces tendremos al menos la opor-


tunidad de modificar sus designios, algo a que ninguna otra especie ha aspira-
do jamás.417

Finalmente, en el último párrafo de la mencionada obra, Dawkins


concluye:
Tenemos el poder de desafiar a los genes egoístas de nuestro nacimien-
to y, si es necesario, a los memes egoístas de nuestro adoctrinamiento. Inclu-
so podemos discurrir medios para cultivar y fomentar deliberadamente un
altruismo puro y desinteresado: algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo
que nunca ha existido en toda la historia del mundo. Somos construidos
como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tene-
mos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, solo noso-
tros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los reproductores
egoístas.418

Según Wilson, los especialistas en ciencias sociales se equivocan al


minimizar la importancia de las bases biológicas de la naturaleza huma-
na. «La biología es la clave de la naturaleza humana y los científicos
sociales no pueden permitirse ignorar sus rápidamente establecidos prin-
cipios», dice el autor.419 Si los comportamientos sociales dependen de
algunos genes y si estos constituyen el material de estudio de los socio-
biólogos, entonces son ellos los que tienen la clave de los problemas
sociales.
En 1942, Julian Huxley había publicado Evolución. Síntesis moderna.
Treinta y tres años después, Wilson publica Sociobiología: la nueva síntesis.
¿Por qué «la nueva síntesis»?, ¿en qué consiste esta «nueva síntesis» que
propone Wilson? Al respecto, el autor señala:
Quizás no sea muy aventurado decir que la Sociología y otras ciencias
sociales, además de las Humanidades, son las últimas ramas de la Biología
que esperan ser incluidas en la Síntesis Moderna. Una de las funciones de
la Sociobiología es, pues, estructurar los fundamentos de las ciencias socia-
les de forma que sean incluidas en dicha Síntesis. Queda por ver si las cien-
cias sociales pueden ser realmente incorporadas a la Biología por este sis-
tema.420

417 Dawkins (1985), 4.


418 Dawkins (1985), 298.
419 Wilson (1980b), 30.
420 Wilson (1980a), 4.
Sociobiología 291

Por eso, no sorprende que Robert Trivers afirme:


Más pronto o más tarde, las ciencias políticas, el derecho, la economía,
la psicología, la psiquiatría y la antropología serán, sin excepción, ramas de la
sociobiología.421

Según Wilson, algunos sociobiólogos, él incluido, consideran la exis-


tencia de una nueva ética sobre bases estrictamente biológicas. Cuando
leemos, al final de su obra, que «científicos y humanistas deberían consi-
derar conjuntamente la posibilidad de que ha llegado el momento de reti-
rar temporalmente la ética de las manos de los filósofos y biologizarla»,422
es natural que experimentemos un fuerte impacto.
Y es más, también pretenden que, por ser profundos conocedores de
los comportamientos humanos, deberían convertirse en los nuevos mora-
listas, de manera de orientar la planificación de la sociedad y ayudar a que
los seres humanos puedan llegar a controlar su propia trayectoria evolutiva.
Apartándose de esa idea, el eminente biólogo y genetista Francisco
Ayala responde:
Las normas morales no están determinadas por los procesos biológicos,
sino por los principios y tradiciones culturales que son producto de la historia
humana. La evaluación de los códigos morales y de las acciones humanas ha
de tener en cuenta el conocimiento biológico, mas para decidir qué códigos
morales deberían ser aceptados, la biología por sí sola es palmariamente insufi-
ciente.423

Por otra parte, como bien destaca Pierre Thuillier, en el caso de la


sociobiología
nos encontramos con una paradoja especialmente molesta. Según ella, el indi-
viduo no existe realmente; solo sirve para asegurar la propagación de los genes.
De donde se impone la pregunta: ¿qué puede llegar a ser una moral edificada
en nombre de una ciencia que ha devaluado completamente la misma noción
de individuo?424

En un tema tan conflictivo como el de la sociobiología, deseamos


expresar nuestra opinión personal. Pero antes de hacerlo, es necesario dis-

421 Citado por Thuillier (1981), 718.


422 Wilson (1980a), 580.
423 Ayala (1994b), 262.
424 Thuillier (1981), 721.
292 Capítulo 11

tinguir entre sociobiología animal y sociobiología humana, porque ambas


presentan características diferentes. En este sentido, y tal como afirma
Michael Ruse, «se puede hacer sociobiología animal sin tener el más míni-
mo interés real por la sociobiología humana, o incluso negando que la
sociobiología pueda extenderse de un modo legítimo a los humanos».425
La aplicación del enfoque sociobiológico al mundo animal no solo es
posible, sino que constituye una perspectiva interesante. En algunos casos,
observamos comportamientos que parecen adquirir sentido y también
pueden ser comprendidos si se los interpreta a la luz de la sociobiología.
En otros casos, la interpretación sociobiológica se presenta al menos como
una explicación alternativa a la tradicional.
Sin embargo, no compartimos la postura de quienes intentan una
total extrapolación de la sociobiología animal al ámbito propiamente
humano. Es que, precisamente a diferencia del resto de los seres vivos, el
hombre constituye una unidad sumamente compleja que reúne aspectos
biológicos, psicológicos, socioculturales y espirituales y que además es
poseedor de normas morales y éticas, todo lo cual varía de cultura en cul-
tura. Como consecuencia, el comportamiento humano (que no se da en
el vacío sino dentro de un contexto sociocultural) no es estereotipado ni
puede ser estructurado rígidamente. Los seres humanos no actúan mecá-
nicamente, respondiendo a las instrucciones de sus genes, sino que tienen
libre albedrío y pueden darse cuenta de las consecuencias de sus acciones.
La aplicación de la sociobiología al hombre no es imposible, pero
plantea una buena dosis de dudas e interrogantes. El mismo Dawkins,
según hemos visto en el presente capítulo, reconoce que existen compor-
tamientos que, lejos de confirmar la teoría del gen egoísta, constituyen una
evidencia contraria. Tal es el caso de las monas madres que, habiendo per-
dido un hijo, han sido observadas robando una cría a otra hembra, para
cuidarla y protegerla como si fuera propia. En este caso, desde el punto de
vista sociobiológico no sería posible explicar por qué la adoptante malgas-
ta tiempo y energía cuidando a una cría extraña que no comparte sus mis-
mos genes.

425 Ruse (1983b), 83.


Sociobiología 293

Pero se nos ocurre que existen otros casos que podrían poner en duda
algunas premisas sociobiológicas. Así, por ejemplo, en una situación de
peligro (tal el caso de un incendio) un individuo supuestamente prioriza-
rá su vida respecto de la vida de cualquier otro individuo no emparentado
con él. Sin embargo, ¿cómo se explica que tantas personas hayan arriesga-
do su vida (y, por consiguiente, sus propios genes) por salvar a su querido
perro o gato? Asimismo, se supone que cualquier individuo priorizará, en
las mismas circunstancias, salvar a quien comparte genes con él. Y no solo
eso, también se insiste en que la ayuda será proporcional al porcentaje de
genes compartidos. Pero ¿es ciertamente indiscutible el hecho de que,
dado el caso, un individuo opte por salvar a su primo (que no sea, a su vez,
un buen amigo) en lugar de a un íntimo amigo, solo porque comparte con
él una octava parte de sus genes?
Pensamos que los partidarios de la sociobiología humana no pueden
desconocer la compleja trama de nuestro comportamiento social y menos
aún de la naturaleza humana en toda su dimensión. Por ello, es necesario
que actúen con mucha prudencia a la hora de intentar aplicar los linea-
mientos sociobiológicos al ser humano. En este sentido, creemos que no
debería perderse de vista el hecho de que, en definitiva, somos lo que
somos porque hemos aquilatado un enorme bagaje cultural, espiritual,
moral y ético que nos distingue del resto de los seres vivos. Ni la socio-
biología ni ninguna otra teoría puede prescindir de esa realidad.
No obstante, entendemos que la concepción sociobiológica de la evo-
lución constituye una perspectiva de análisis significativamente diferente
de las que hemos visto en capítulos anteriores. Se puede estar de acuerdo
con ella o no, pero es indudable que enriquece y amplía las posibilidades
de abordaje del fenómeno evolutivo.
EPÍLOGO

Como hemos visto a lo largo de este trabajo, existe una gran diversi-
dad de interpretaciones acerca de cómo acontece el proceso evolutivo. Sin
embargo, reconocer que el debate continúa en el plano interpretativo, no
afecta, en lo más mínimo, la solidez del hecho de la evolución, que está
suficientemente probado y cuenta con el respaldo abrumador de la comu-
nidad científica internacional. El hecho es indiscutible y, tal como dijera
Stephen Jay Gould, el concepto de evolución «es uno de los conceptos
mejor documentados, más convincentes y excitantes de toda la ciencia».426
A su vez, las teorías evolucionistas constituyen el sistema de ideas que pre-
tende explicar ese hecho. En definitiva, existe un único hecho y diversas
interpretaciones de detalle de los mecanismos actuantes.
Es natural, entonces, que, en relación con el tema, subsistan interro-
gantes que continúan siendo motivo de acaloradas discusiones entre los
defensores de cada una de las posturas: la especiación ¿es un fenómeno
gradual o brusco?, ¿qué función cumple la selección natural en la especia-
ción?, ¿y el azar?, ¿existen niveles diferentes para la micro, la macro y la
megaevolución, caracterizados, cada uno de esos niveles, por la acción de
determinados mecanismos evolutivos?
La teoría sintetista de la evolución, que tuvo el mérito de aunar la con-
cepción darwinista con la genética mendeliana, dio un paso importante en
la explicación del fenómeno de la evolución. Tiempo después, una nueva
corriente, el puntuacionismo, aportó una perspectiva diferente y enrique-

426 Gould (1995a), 125.


296 Epílogo

ció la discusión. Hoy ambas posturas continúan vigentes, pero ya es tiem-


po de establecer las bases de una nueva síntesis superadora que incluya, ade-
más, los aportes efectuados por el neutralismo y la sociobiología.
Desde el surgimiento del sintetismo hasta nuestros días han transcu-
rrido unos sesenta años. El lector debe comprender que son demasiado
pocos para conocer los secretos que guardan los más de tres mil doscien-
tos millones de años de historia de la vida sobre la Tierra y también que
los avances en el conocimiento son, y seguirán siendo, el resultado del tra-
bajo serio de los investigadores y de la aplicación del método científico.
Únicamente con la dedicación, el esfuerzo, la paciencia y el tesón de los
biólogos evolucionistas podremos conocer cada vez mejor los diversos
aspectos del proceso evolutivo.
Es fundamental que tomemos conciencia de ello porque solo en las
posturas fundamentalistas encontramos respuestas a todas las preguntas. Por
eso, como bien afirma Eustoquio Molina, «el fundamentalismo constituye
un peligro, no solo para la ciencia, sino para toda la sociedad».427 Lamenta-
blemente, en los últimos veinte años se han reactivado las más diversas
corrientes fundamentalistas y pseudocientíficas, entre las cuales destaca el
autodenominado creacionismo «científico», expresión contradictoria y ab-
surda que confunde creencia con ciencia y cuyos defensores pretenden,
irracionalmente, que la interpretación literal del Génesis tenga «validez cien-
tífica» en lugar de considerar a la Biblia como alegórica y simbólica.
No es de extrañar la creciente aceptación social de este tipo de postu-
ras en el interior de sociedades cada vez más individualistas, y de un con-
texto de sistemático cuestionamiento de los conceptos de razón y de racio-
nalidad instalados por la Ilustración. En este sentido, Stephen Jay Gould
insistía, acertadamente, en que «el enemigo del conocimiento y de la cien-
cia es la irracionalidad, no la religión».428 Por ello es tan importante que el
gran público tenga acceso al conocimiento científico.
En una entrevista que se le efectuó en 1995 a Francisco Javier Aya-
la,429 autor varias veces mencionado en los últimos capítulos, este declaró
que uno de los grandes problemas de la ciencia es que no tiene una ade-

427 Molina (1998), 276.


428 Gould (1995b), 106.
429 En Mundo Científico, 156 (abril), 354-357.
Epílogo 297

cuada divulgación. Por eso, estamos convencidos de que el tiempo que se


invierte en difundir los avances de la ciencia no es un tiempo perdido o
poco productivo. Por el contrario, debemos entender que si los conoci-
mientos científicos no llegan al gran público a través de un lenguaje sim-
ple, sencillo, accesible, este quedará más expuesto a otras influencias y
puede cubrir los vacíos que tiene con contenidos poco serios o aun pseu-
docientíficos, lo que es mucho más grave todavía. Es un error permanecer
en la indiferencia; llegar al gran público es también una forma de contra-
rrestar el avance de las concepciones pseudocientíficas. Al respecto, Josep
María Trigo i Rodríguez señala:
La desinformación e incomprensión científica del público es uno de los
principales factores que fomenta ese auge de las pseudociencias especialmente
preocupante. De hecho se puede decir que estas acaparan más espacio cada vez
en los medios que el destinado propiamente a la ciencia.430

A nadie escapa que algunas de las estrategias empleadas por los crea-
cionistas «científicos» sean no sanctas, tales como parcializar la información
o citar a inequívocos evolucionistas fuera de contexto. Pero contra ese tipo
de procedimientos, lamentablemente nunca se podrá hacer nada.
Sí en cambio es preciso intensificar la divulgación de los conocimien-
tos sobre evolución biológica al gran público, mostrándoles, con honesti-
dad intelectual y con la mayor claridad posible, las cuestiones que gozan
del consenso de la comunidad científica, las que se discuten debido a las
diferentes posturas asumidas por los autores y también las que aún per-
manecen en el terreno de las preguntas sin respuesta.

430 Trigo y Rodríguez (1999), 24.


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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Acquapendente, Girolamo Fabrizio d’: 38 Bartina, Sebastián: 235, 236n.


Adanson, Michel: 44, 48-49, 53, 68, 75, Bates, Henry Walter: 109n., 118
132 Bateson, William: 178-180, 186, 187,
Aecio: 26 193, 194
Agassiz, Louis: 61, 108n., 128, 151 Bauhin, Gaspard: 36
Aguirre, Emiliano: 249 Beaumont, Élie de: 61, 160
Alberdi, Juan Bautista: 161 Beer, Gavin de: 208, 270
Alberto Magno: 30 Beltrán, Antonio: 52, 53, 54n., 55n.
Aldrovandi, Ulisse: 36, 37 Beneden, Edouard van: 180
Alembert, Jean Le Rond d’: 47 Bernstein, Jeremy: 196 y n.
Aletta de Sylvas, Graciela: 161 y n. Berr, Henri: 31
Alexander, Richard D.: 275 Berthollet, Claude-Louis: 68, 88
Allen, Garland: 180, 181n. Bonnet, Charles: 45, 49-50, 53, 68
Alonso, C. J.: 21n., 128n., 148n., 151n. Botticelli, Sandro: 32
Ameghino, Florentino: 9, 162 y n., 165 Boucher de Perthes, Jacques: 106, 108,
Anaximandro: 26, 27 110, 160
Anaxímenes: 26 Boule, Marcellin: 230
Arcimbolodo, Giuseppe: 32 Boullat (banquero francés del siglo
Ardrey, Robert: 273 y n. XVIII): 65
Aristóteles: 27, 28, 29, 30, 31, 37, 50, Boveri, Theodor: 180
64, 72, 73 Bowler, Peter: 151 y n., 160n., 169,
Arsuaga, J. L.: 269n., 271n. 170n., 171 y n., 181, 182n.
Asimov, Isaac: 37, 38n. Briasson, Antoine Claude: 47
Ayala, Francisco Javier: 140, 196n., 209, Bridges, Calvin Blackman: 181
212 y n., 213 y n., 214 y n., 215n., Bruno, Giordano: 33
221 y n., 225 y n., 262 y n., 270 y n., Buckland, William: 61, 94, 257
283, 291 y n., 296 Buffon, George-Louis Leclerc, conde de:
Azara, Félix de: 95, 96 35, 43, 49, 51-56, 65, 66, 67 y n., 68,
69, 132
Bacon, Francis: 37, 40 Bunge, Carlos: 162
Bacon, Rogerio: 30 Burkhardt, F.: 116n., 131n.
Baer, Karl Ernst von: 62, 63, 158 Burmeister, Carlos Germán Conrado: 162
Barash, David P.: 275, 280 Bush, Guy: 268
Barloon, Thomas: 111 Butler, Samuel: 96 y n., 275
310 Índice onomástico

Cabanis, Pierre Jean Georges: 56-57, 69 Descartes, René: 37, 40, 173
Cain, A. J.: 208 Desfontaines, Renato L: 66 y n.
Cairns, John: 202, 203 Desinano, Norma: 21
Calcar, Jan Stevenzoon van: 34 Devillers, Charles: 11, 271 y n.
Canguilhem, Georges: 82 Diderot, Denis: 47, 53
Caponi, Gustavo: 23 Diederich, Teresita: 21
Carter, George: 18n., 64 y n., 149, Dobzhansky, Theodosius: 17, 194, 206,
150n., 158 208 y n., 212, 220, 262 y n.
Casaroli, Agustín: 236 Dorozynski, A.: 280 y n., 281n.
Casinos, Adriá: 71 y n. Dubinin, Nicolái: 193
Cesalpini, Andrea: 36 Dutrillaux, Bernard: 268 y n.
Chaline, Jean: 11, 271 y n.
Chambers, Robert: 107 y n., 117 Einstein, Albert: 167
Chauchard, Paul: 233 Eldredge, Niles: 11, 12, 127 y n., 128,
Cohn, M. K.: 202 218 y n., 254 y n., 255 y n., 256,
Colomer, Eusebio: 236, 237n., 246 y n. 258, 263n., 265
Copérnico, Nicolás: 33, 167 Engels, Federico: 157, 159, 191, 258
Correns, Carl Eric: 172 Estrada, José Manuel: 162
Crowson, R. A.: 133 y n. Eustaquio, Bartolomeo: 34
Crusafont Pairó, Miguel: 238, 244, 249 Evans, John: 110
Cuello, Josep: 160, 161n.
Cuénot, Claude: 249 Fabre, Jean Henri: 275
Cuvier, George Leópold Chrétien Frédé- Fabrizio, Girolamo: véase Acquapendente,
ric Dagobert, barón de: 57-61, 62, Girolamo Fabrizio d’
68, 79, 88-89, 96, 97, 99, 105, 159, Falconer, Hugh: 110
160, 257 Fallopio, Gabrielle: 34, 38
Farrington, B.: 27n.
Dampier, William: 17 Federico II el Grande (rey de Prusia): 50
Darwin, Anna: 106, 112 Filipchenko, Yuri A.: 192
Darwin, Charles Robert: 11, 12, 14, 19, Filippi, Silvana: 21, 27n.
20, 23, 49, 51, 55, 61, 63, 69 y n., Fisher, Ronald A.: 205, 206, 215
70, 85, 94-170, 171, 172, 173, 174, FitzRoy, Robert: 100, 101, 102, 103
175 y n., 177 y n., 179, 191, 192, Flemming, Walter: 165
194, 197, 198 y n., 199 y n., 207, Forbes, Edward: 116
208, 209, 210, 211, 215, 251n., 257, Ford, Edmund Briscoe: 208, 215
260, 283 Fracastoro, Girolamo: 35
Darwin, Charles Waring: 106, 110, 117 Frisch, Karl von: 273n.
Darwin, Erasmus: 97, 111 Fuchs, Leonhard: 35
Darwin, Francis: 108n., 154, 165 Fulhrott, Johann Karl: 110
Darwin, Mary Eleanor: 106
Darwin, Robert Waring: 95 Galeno: 28, 29, 31, 34, 35, 38
Daubenton, Louise-Jean-Marie: 47, 66, Galilei, Galileo: 33, 37
67 Galton, Francis: 156
Dawkins, Clinton Richard: 274, 275 y Garaudy, Roger: 235 y n.
n., 276 y n., 277 y n., 278 y n., 279 García Álvarez, Rafael: 160
y n., 280 y n., 283, 284 y n., 286, Gassner, Gustav: 195
289 y n., 290 y n. Gaudry, Albert Jean: 12
Índice onomástico 311

Gesner, Konrad von: 36 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: 133,


Ghiselin, Michael: 94 y n., 95n., 108n., 199, 258
128 y n., 132 y n., 143 y n., 165, Heidegger, Martin: 27n.
167n. Hemleben, Johannes: 101 y n., 104n.,
Gilbert, William: 37 107n., 109n., 117, 120 y n., 156 y n.,
Gilson, Étienne: 27n. 166
Goethe, Johann Wolfgang von: 62, 63, Henslow, John Stevens: 98 y n., 100,
89, 163 102, 105, 107n., 109n., 114
Goldschmidt, Richard: 253 y n. Heráclito: 27 y n.
González de Linares, Augusto: 160, 161 Herbert, Sandra: 108n., 124
Gorczynski, Reg: 201, 202 Herófilo: 38
Gould, Stephen Jay: 11, 12, 17n., 18, Herschel, John F. W.: 98
19n., 50 y n., 51 y n., 59 y n., 60, Hertwig, Oscar: 165
61n., 82 y n., 91 y n., 103 y n., 104 Hoffmann, Hermann: 169
y n., 114 y n., 115 y n., 125, 127, Holmberg, Eduardo L.: 162
148n., 149 y n., 150n., 152 y n., 154, Hooke, Robert: 39
166 y n., 167, 190 y n., 199 y n., Hooker, Joseph: 70, 107 y n., 108n.,
219n., 253 y n., 254 y n., 255 y n., 109n., 112, 116, 117, 119, 120, 121,
256 y n., 257 y n., 258 y n., 259 y n., 131, 136
261, 263 y n., 264 y n., 265, 266, Horibata, K.: 202
267, 268n., 287, 295n., 296 y n. Hudson, Guillermo Enrique: 161-162
Goyena, Pedro: 162 Humboldt, Alexander von: 98 y n., 102,
Grant, Peter: 212 y n., 216, 217 y n., 106, 117
277 Hunziker, J.: 220, 223, 225
Grant, Rosemary: 216, 217 Hutton, James: 91, 93-94
Gray, Asa: 108 y n., 109n., 117, 118, Huxley, Julian S.: 106n., 107n., 111 y n.,
128 y n., 136, 151 114 y n., 171 y n., 195, 196n., 207,
Grew, Nehemiah: 39 208 y n., 212 y n., 245, 262 y n., 290
Grouchy, Jean de: 268 Huxley, Thomas Henry: 109 y n., 110,
Gruber, Howard E.: 115, 119n. 119, 124, 147 y n., 157, 158, 163,
Gustavo III (rey de Suecia): 45 207, 208, 257
Guyénot, Émile: 18 y n., 40n., 41 y n.,
43 y n., 44n., 48 y n., 56 y n., 57n., Ingenieros, José: 162
64 y n., 66n., 68, 69n., 70 y n., 76 y Jameson, Robert: 99
n., 81n. Jenkin, Henry Fleeming: 154-156
Johannsen, Wilhelm: 180
Haas, Adolf: 249 y n. Jordanova, L. J.: 76 y n.
Haeckel, Ernst: 71, 158, 161, 163, 164, Josué: 9
165 Jung, Joachim: 36
Haldane, John B. S.: 205, 206 Jussieu, Bernard de: 48, 65, 66n.
Hall, Barry G.: 203
Haller, Albrecht von: 45 Kamin, L. J.: 274n., 288n.
Hamilton, William D.: 281, 282 Kammerer, Paul: 20, 178, 183-190, 202
Harris, C. Leon: 18 y n., 26 y n., 27, 40 Karpechenko, Georgii: 269
y n., 60 y n., 113 y n., 192, 193n., Kelvin, Lord: 152-153
203n., 288 y n. Kettlewell, H. Bernard D.: 106n., 107n.,
Harvey, William: 38, 39 111 y n., 215, 216
312 Índice onomástico

Kielmeyer, Karl Friedrich von: 57, 62 Machado Núñez, Antonio: 160


Kimura, Motoo: 251 y n., 252 y n., 253 Makinistian, Alberto A.: 11, 13, 15
Kingsley, Charles: 158 Malpighi, Marcelo: 39, 45, 46
Kirk, G. S.: 26n. Malthus, Thomas Robert: 19, 91-92, 97,
Koestler, Arthur: 183, 184n., 188 y n., 105, 114, 115, 117, 137, 138, 157,
189 y n., 190 166, 197
Komarov, V. L.: 66n., 68n. Marie-José (reina de Bélgica): 233
Kruschev, Nikita: 199, 200 Marsh, Othniel Charles: 12
Martignone, Ricardo: 21
Lacépède, Bernard Germaine Étienne de Marx, Karl: 95, 110, 149, 157-158, 159,
La Ville, conde de: 52, 66, 67 y n. 191, 199
Lamarck, Jean Baptiste Pierre Antoine de Massala, Sebastián: 236
Monet, caballero de: 19, 20, 23, 49, Maupertuis, Pierre Louis Moreau de: 50-
53, 55, 56, 57, 58n., 59, 60, 64, 65- 51
88, 89, 95, 97, 116, 132, 136, 137 y Maurice, F. D.: 158
n., 145, 163, 197, 210 Maynard Smith, John: 261, 275, 281,
Lartet, Eduardo: 159 282n.
Laurent, Goulven: 81 y n. Mayr, Ernst: 126 y n., 133, 134 y n., 166
Lavater, Johann Caspar: 100 y n., 173, 206, 208 y n., 219 y n.,
Lavoisier, Antoine-Laurent: 68, 88, 257 226 y n., 265 y n., 269 y n.
Le Breton, André: 47 McKormick, Robert: 101
Leakey, Louis: 23 Medawar, Peter: 201
Leakey, Mary: 23 Meléndez, Bermudo: 249
Leakey, Richard: 260 y n. Mendel, Gregor Johann: 96, 110, 167-
Leeuwenhoek, Antony van: 39, 40, 45, 49 170, 172, 177, 179, 182, 187, 200,
Leibniz, Gottfried Wilhelm: 45, 49 205
Leith, Brian: 200 y n., 202 y n., 258, Mercati, Miguel: 35
261n. Michurin, Iván V.: 20, 191, 192, 194
Leonardo da Vinci: 32, 35 Milton, John: 102
Leroy, Pierre: 231 Mivart, Saint-George Jackson: 151, 153-
Lewis, Harlan: 268 154
Lewontin, Richard: 258 y n., 259, Molina, Eustoquio: 22, 23, 296 y n.
274n., 287, 288n. Montesquieu, Charles-Louis de Secon-
Linné, Carl von: véase Linneo dat, barón de La Brède y de: 47
Linneo: 20, 36, 41, 43-45. 49, 53, 64, Morejohn, G. V.: 225
66, 67n., 73, 127 Moreno, Juan: 141 y n.
Lobel, Matthias de: véase Lobelius Morgan, Lewis H.: 165
Lobelius: 35 Morgan, Thomas Hunt: 180-182, 193,
Lorenz, Konrad: 273 194, 206
Lubbock, John: 163, 164 Morris, Desmond: 273
Lumsden, Charles J.: 279 y n., 288n. Muller, Herman Joseph: 181, 182
Lyell, Charles: 19, 59, 61, 94, 97, 102, Muñiz, Francisco Javier: 162
103, 105 y n., 108n., 109 y n., 110, Murray, John: 119
116, 117, 119, 120, 121, 124, 152,
163, 165, 257 Nägeli, Karl Wilhelm von: 169
Lysenko, Trofim D.: 193, 194 y n., 195, Napoleón Bonaparte: 58, 67
196, 197 y n., 198 y n., 199 y n., 200 Newton, Alfred: 148n.
Índice onomástico 313

Newton, Isaac: 50, 167 Rose, S.: 274n., 288n.


Noble, Gladwyn Kingsley: 187, 188, Rostand, Jean: 46 y n., 59n., 107n.,
189 118n.
Nordenskiöld, Erik: 28 y n., 111 y n. Roulié, Karl F.: 159
Noyes, Russell: 111 Rousseau, Jean-Jacques: 47, 55
Núñez, O.: 69n. Roux, Wilhelm: 189
Núñez Ruiz, D.: 157n., 158n., 161n. Ruse, Michael: 113, 292 y n.

Oken, Lorenz: 62, 63 Saint Hilaire, Étienne Geoffroy: 66, 88-


Olivier, Georges: 86 y n. 89, 97
Orbigny, Alcide d’: 59, 61 Sarmiento, Domingo Faustino: 162
Orovio, Marqués de (Manuel de Orovio Savage, Jay M.: 219 y n., 221 y n., 222,
y Echagüe): 160 223, 224, 227 y n.
Owen, Richard: 62, 105, 136, 151 Schelling, Friedrich: 62, 63
Schleiden, Mathias: 106
Paley, William: 98, 99, 150 Schmitz-Moormann, Karl: 250
Palissy, Bernard de: 35 Schmitz-Moormann, Nicole: 250
Parménides: 27 y n. Schwann, Theodore: 106
Pasteur, Louis: 40, 96, 166 Schwoerbel,Wolfgang: 222 y n.
Pavlov, Iván Petrovich: 189 Sedgwick, Adam: 61, 98, 100, 124, 151
Pearson, Karl: 179 Sempere, F.: 71, 86, 87n.
Pérez Lasheras, Antonio: 23 Senent, Joan: 69n., 82n.
Piveteau, Jean: 54n., 239, 249, 250 Sequeiros, Leandro: 232 y n., 233 y n.,
Playfair, John: 93 250n.
Plinio: 35 Servet, Miguel: 38
Plutarco: 26 Sheppard, P. M.: 208
Popper, Karl: 200 Simpson, George Gaylord: 11, 12, 207,
Popvpard, Paul, 236 208 y n., 211 y n., 213 y n., 214 y n.,
Prestwich, Joseph: 110 260 y n., 261n.
Prézent, I. I.: 193 Singer, Charles: 32, 34 y n., 177n.
Przibram, Hans: 183, 184, 187, 188 Smith, Adam: 105, 149, 150
Przibram, Karl: 188 Smith, William: 93
Spallanzani, Lazzaro: 45
Quételet, Adolphe: 115 Spencer, Herbert: 108, 139
Stalin, Josef: 192, 193, 199
Rachinski (traductor ruso de El origen de Stanley, Steven: 255, 263
las especies): 159 Stebbins, George Ledyard: 208, 270 y n.
Raup, David M.: 255 Steele, Edward: 200, 201, 202
Raven, J. E.: 26n. Strasbürger, Edward: 165
Ray, John: 40, 41 Strickland, Hugh Edwin: 116
Redi, Francesco: 39, 40 Sturtevant, Alfred Henry: 181
Reig, Osvaldo: 127 y n., 128 Sutton, Walter S.: 180
Riezler, Kurt: 27n. Swammerdan, Jan: 39
Rivinus, Augustus Quirinus: 41
Robinet, Jean-Baptiste: 69 Tales de Mileto: 26
Roger, Jacques: 53, 54n., 55 y n., 56 y n Tálice, R.: 168, 169n., 172n., 182n.,
Romanes, George John: 173 200n.
314 Índice onomástico

Tassy, Pascal: 58n., 126 y n. Virchow, Rudolf: 110


Tattersall, Ian: 255 y n., 269 Voltaire (François-Marie Arouet): 47, 50,
Taylor, Gordon Rattray: 193 y n., 196n. 229, 259n.
Teilhard de Chardin, Pierre: 166, 229- Vrba, Elizabeth: 255
250 Vries, Hugo de: 96, 172, 175-177, 178,
Templado, Joaquín: 51n., 56n., 96, 181, 194, 205, 210
177n.
Teofrasto: 28 Wagner, Moritz: 226
Thomson, William: véase Kelvin, Lord Wallace, Alfred Russel: 107n., 109 y n.,
Thuillier, Pierre: 291 y n. 117-120, 153, 173, 259
Tinbergen, Nikolaas (Niko): 273n., 274, Wedgwood, Emma: 106 y n.
280, 281 Wedgwood, Josiah: 100, 102, 106
Tiziano: 34 Wedgwood, Susannah: 95
Tomás de Aquino: 30 Weismann, August: 173-175, 176, 194,
Torrey, John: 108n. 208, 259
Tournefort, Joseph Pitton de: 41 Weldon, Walter: 179
Tribiño, Silvia: 29 y n., 60 y n. White, Michael J. D.: 266, 268
Trigo i Rodríguez, Josep María: 297 y n. Wilberforce, Samuel: 147 y n., 148n.,
Tristram, Henry Baker: 148n. 163
Trivers, Robert L.: 274, 278, 291 Wilson, Edward Osborne: 274 y n., 275
Tschermack, Heinrich: 172 y n., 276, 279 y n., 281 y n., 282 y n.,
Turleau, Catherine: 268 283, 287, 288 y n., 290 y n., 291 y n.
Tylor, Edward B.: 164 Wolff, Kaspar-Friedrick: 46
Wood, H. E.: 261
Valentine, James W.: 208-209 Wright, Sewall: 205, 206
Vavilov, Nicolái Ivánovich: 192, 193
Vesalio, Andrés: 33, 34, 38 Zacharias, Otto: 113
Viéselov, E. A.: 159 y n., 191 y n., 193 y Zhukovsky, P. M.: 200
n., 194, 197n.
ÍNDICE

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN .................................... 11


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN .................................. 15
INTRODUCCIÓN ..................................................................... 17
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN ........................................... 23
CAPÍTULO 1 ............................................................................... 25
1. Antigüedad y Edad Media ........................................................ 25
2. Progresos registrados durante el Renacimiento .......................... 31
2.1. El naturalismo en el arte .................................................... 31
2.2. Nuevas ideas en el campo de la astronomía ....................... 32
2.3. Avances en anatomía ......................................................... 33
2.4. La interpretación de los fósiles .......................................... 35
2.5. Las primeras clasificaciones botánicas y zoológicas ............ 35
3. El siglo XVII .............................................................................. 37
CAPÍTULO 2 ............................................................................... 43
1. Linneo (1707-1778) ................................................................ 43
2. El desarrollo del ser. Preformación frente a epigénesis .............. 45
3. El siglo XVIII en Francia ............................................................ 47
3.1. La Enciclopedia Francesa .................................................. 47
3.2. Michel Adanson y el método natural de clasificación de las
plantas .............................................................................. 48
3.3. Charles Bonnet y las escalas de seres ................................. 49
3.4. Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759) ............. 50
316 Índice

3.5. Buffon (1707-1788) ......................................................... 51


3.6. Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808) ......................... 56
3.7. Georges Cuvier (1769-1832) ............................................ 57
4. La filosofía de la naturaleza en Alemania (Naturphilosophie) ..... 61
CAPÍTULO 3 ............................................................................... 65
1. Lamarck (1744-1829) .............................................................. 65
1.1. Datos biográficos .............................................................. 65
1.2. Introducción ..................................................................... 68
1.3. Presentación de la Filosofía zoológica ................................. 70
1.4. Clasificación y distribución de los animales ...................... 72
1.5. La relación Supremo Hacedor-naturaleza .......................... 75
1.6. El origen de la vida y la generación espontánea ................. 76
1.7. La concepción evolucionista de Lamarck .......................... 78
1.8. Lamarck y los orígenes del hombre ................................... 86
1.9. Acogida que tuvieron sus ideas ......................................... 87
2. La contienda entre Cuvier y Saint Hilaire (1830) .................... 88
CAPÍTULO 4 ............................................................................... 91
1. Thomas Robert Malthus (1766-1834) ..................................... 91
2. James Hutton y los comienzos del uniformismo en geología .... 93
3. Charles Darwin (1809-1882) ................................................... 94
3.1. Datos biográficos y otras referencias (período 1809-1831). 95
3.2. El viaje a bordo del Beagle (1831-1836) ............................ 99
3.3. Datos biográficos de Darwin y otras referencias (período
1837-1859) ....................................................................... 105
3.4. La salud de Darwin ........................................................... 110
3.5. La preparación de El origen de las especies por medio de la
selección natural ................................................................. 113
3.6. El episodio Darwin-Wallace y la publicación de El origen de
las especies por medio de la selección natural ........................ 117
CAPÍTULO 5 ............................................................................... 123
1. La concepción evolucionista de Charles Darwin ...................... 123
1.1. Su postura gradualista ....................................................... 124
1.2. El concepto de especie en Darwin ...................................... 126
1.3. La variabilidad en los seres vivos ....................................... 134
Índice 317

1.4. Lucha por la existencia y selección natural ........................ 137


1.5. La selección natural y la transformación de una especie
en otra .............................................................................. 141
1.6. Extinción de especies por selección natural ....................... 143
1.7. Selección sexual ................................................................ 144
CAPÍTULO 6 ............................................................................... 147
1. Reacción frente a El origen de las especies por medio de la selección
natural ..................................................................................... 147
2. El evolucionismo teísta ............................................................. 150
3. Críticas a la teoría darwinista ................................................... 151
3.1. Crítica de lord Kelvin ....................................................... 152
3.2. Crítica de Saint-George Jackson Mivart ............................ 153
3.3. Crítica de Henry Fleeming Jenkin .................................... 154
4. La relación Darwin-Marx ......................................................... 157
5. El darwinismo fuera de Inglaterra ............................................ 158
6. Datos biográficos de Darwin y otras referencias (período 1860-
1882) ....................................................................................... 163
7. El gran descubrimiento de Gregor Mendel ............................... 167
CAPÍTULO 7 ............................................................................... 171
1. El neodarwinismo: August Weismann (1834-1914) ................. 173
2. El mutacionismo ...................................................................... 175
2.1. Hugo de Vries (1848-1935) .............................................. 175
2.2. William Bateson (1861-1926) .......................................... 178
2.3. Thomas Hunt Morgan (1866-1945) ................................ 180
3. La herencia de los caracteres adquiridos ................................... 183
3.1. Paul Kammerer (1880-1926) ............................................ 183
3.2. El darwinismo michurinista soviético ................................ 190
3.3. La herencia de los caracteres adquiridos en tiempos modernos 200
CAPÍTULO 8 ............................................................................... 205
1. La teoría sintética de la evolución ............................................ 206
1.1. Postulados fundamentales del sintetismo .......................... 209
1.2. Micromutaciones fortuitas ................................................ 210
1.3. Selección natural ............................................................... 212
1.4. La selección natural en acción ........................................... 215
318 Índice

2. El concepto de especie en tiempos modernos ............................ 218


3. Mecanismos de aislamiento reproductor .................................. 220
3.1. Mecanismos precigóticos ................................................... 220
3.1.1. Aislamiento ecológico ............................................. 221
3.1.2. Aislamiento estacional o temporal .......................... 221
3.1.3. Aislamiento conductual o etológico ........................ 222
3.1.4. Aislamiento mecánico ............................................. 223
3.1.5. Aislamiento gamético ............................................. 223
3.2. Mecanismos poscigóticos .................................................. 224
3.2.1. Inviabilidad de los híbridos .................................... 224
3.2.2. Esterilidad de los híbridos ...................................... 224
3.2.3. Degradación de los híbridos ................................... 225
4. La especiación según el sintetismo. La especiación alopátrica ... 225
CAPÍTULO 9 ............................................................................... 229
1. Una visión espiritualista de la evolución: Teilhard de Chardin . 229
1.1. Datos biográficos .............................................................. 229
1.2. Introducción ..................................................................... 233
1.3. La concepción evolucionista de Teilhard de Chardin ........ 236
CAPÍTULO 10 ............................................................................. 251
1. La teoría neutralista de la evolución molecular ......................... 251
2. La teoría puntuacionista de la evolución .................................. 253
2.1. Postulados fundamentales del puntuacionismo ................. 255
3. Diferencias entre el puntuacionismo y el sintetismo ................. 256
3.1. Discontinuidad frente a gradualismo ................................ 256
3.2. El programa adaptacionista ............................................... 258
3.3. Interpretación del registro fósil .......................................... 260
3.4. La identificación de las especies en el registro fósil ............ 261
3.5. Microevolución frente a macroevolución .......................... 263
3.6. El papel de la selección natural ......................................... 264
4. La especiación según el puntuacionismo .................................. 265
5. La especiación estasipátrica o por reordenamientos cromosómicos 266
6. La poliploidía ........................................................................... 269
7. ¿Hacia una nueva síntesis? ........................................................ 269
Índice 319

CAPÍTULO 11 ............................................................................. 273


1. Sociobiología ............................................................................ 273
1.1. Introducción ..................................................................... 273
1.2. El comportamiento agresivo .............................................. 279
1.3. El comportamiento altruista ............................................. 281
1.3.1. Altruismo recíproco ................................................ 286
1.4. ¿Es posible la sociobiología humana? ................................ 287
EPÍLOGO .................................................................................... 295
BIBLIOGRAFÍA .......................................................................... 299
ÍNDICE ONOMÁSTICO ........................................................... 309
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres de Gráficas Guirao, S. L. de Zaragoza,
en mayo de 2009



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