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criminales
Un estudio con 40 asesinos o violadores muestra daños en la
red neuronal de las decisiones morales
El primer asesino múltiple, Charles Whitman, y su primera víctima, su mujer. Getty Images
Andrea (nombre ficticio) se operó de unos pólipos nasales en 1985. Algo salió mal durante
la operación, perdiendo líquido cefalorraquídeo. Desde entonces ya nunca fue igual: evitaba
las reuniones familiares, escribía cartas con palabras soeces al mejor amigo de su padre y la
que fuera una buena estudiante era incapaz de mantener un trabajo. Con el tiempo empezó a
tener alucinaciones y a oír voces. En 2007 les hizo caso y mató a su madre. Este rarísimo
caso de matricidio forma parte de un estudio que busca las raíces de los peores crímenes en
el cerebro, en particular en los cerebros dañados.
"El cuadro fue agravándose lentamente, una amiga íntima nos relató los cambios
progresivos en su personalidad tras la operación hasta que aparecieron los síntomas
psicóticos que fueron mal interpretados como esquizofrenia y luego los de tipo homicida",
comenta la profesora de psiquiatría de la Universidad de Santiago Chile, Gricel Orellana,
que publicó una investigación sobre el caso de Andrea en 2013. "Sumado a lo anterior, su
amiga relataba que era una persona normal y ética antes de su operación", añade una
Orellana que también es perito judicial en casos con patologías neuropsiquiátricas.
El caso más famoso puede que sea el de Charles J. Whitman. Este exmarine de EE UU
inició la historia de los asesinos masivos en ese país el 1 de agosto de 1966. Tras matar a su
madre y a su mujer, se subió a la torre del reloj de la Universidad de Texas en Austin para
disparar a todo lo que se movía, asesinando a otras 13 personas, una embarazada, e hiriendo
a una treintena antes de ser abatido. Un mes después, el patólogo que realizó la autopsia al
francotirador desveló que tenía un tumor cerebral. Eso y las cartas que dejó escritas sobre
sus extraños pensamientos señalaron que la lesión cerebral provocó o al menos influyó en
su conducta.
El estudio publicado ahora en la revista PNAS se apoya en los historiales clínicos de los
criminales y el escaneo de sus cerebros ya lesionados cuando ya estaban en la cárcel o,
como en el caso de Andrea, internados en un centro psiquiátrico. Ninguno de ellos había
cometido un delito, y menos grave, antes de su lesión. Aunque solo se sabe el origen de las
lesiones en la mitad de los 40 casos revisados, la mayoría fueron provocadas por un tumor
o una operación.
Aunque no se repita ni una vez la ubicación de las lesiones, en todos los casos detectaron
que las zonas lesionadas pertenecían a la misma red de conexiones neuronales, la de la
toma de decisiones morales. "Para la conducta moral, más relevante que una región
concreta es la interacción dentro de una red de diferentes regiones cerebrales lo que explica
el cambio de conducta", comenta Darby.