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Apenas sintió el agua quemándole los tobillos y las pantorrillas, al ingresar al living de la
habitación del lujoso hotel, supo que todo finalmente había terminado. No sintió angustia,
ni se desesperó. Una agria resignación recorrió su cuerpo, un dolor sordo.
Mientras caminaba hacia el baño, de ahí provenía el agua que ya alcanzaba los diez
centímetros por sobre la alfombra, creyó estar viviendo un déjà vu. Sólo que esto no había
sucedido antes, no al menos con estas consecuencias irreversibles. Pero cada noche, cuando
la estrella dejaba de estar a su cuidado, la asistente imaginaba que su siguiente día laboral
sería como estaba siendo este.
Al abrir la puerta del baño, una pequeña ola de agua hirviendo la salpicó hasta el borde de
los muslos.
Invitados a la gala de los Grammy en la puerta trasera del Beverly Hilton Hotel, donde la cantante
fue encontrada muerta (AFP PHOTO ROBYN BECK)
Ese atardecer del 12 de febrero de 2012 en el Beverly Hotel, cuando los paramédicos y la
policía subieron a la habitación del cuarto piso en la que se alojaba la estrella de la canción,
encontraron rastros, en cada metro cuadrado del departamento, que hicieron innecesario
esperar la autopsia y el informe toxicológico para averiguar cuáles fueron las causas de la
muerte de la mujer de 48 años.
Un plato con una sustancia en polvo de color blanco, marihuana, una cuchara quemada
con restos que parecían haber sido de metanfetaminas, dos decenas de frascos con
medicinas legales (calmantes, relajantes musculares, Xanax y otros).
Whitney Houston murió antes de los cincuenta años. Sin embargo, su carrera artística hacía
veinte años que no conocía el éxito que la había acompañado en sus primeros años. Su
caída, previsible, pública y muchas veces morbosamente acompañada por la prensa y
el público, había durado dos dolorosas décadas.
La aparición de la cantante había sido fulgurante. Su primer disco llegó al número uno
de los rankings y fue la primera cantante femenina en tener siete singles número uno
consecutivos en el chart de Billboard: Saving all my love for you, How will I know,
Greatest love of all, I'm gonna dance with somebody, Didn't we almost have it all, So
emotional, Where do broken hearts go. Una seguidilla impecable y asombrosa. Pero ¿de
dónde había surgido este fenómeno que parecía llegar para adueñarse del mundo del pop
por décadas (en el competitivo y poblado pop de los 80)?
Su madre era Cissy Houston, cantante gospel, de una técnica exquisita, con experiencia en
el mundo del soul, había hecho coros para Aretha Franklin, Gladys Knight y otras divas
de la música negra. Su prima era Dionne Warwick. Y sus madrinas eran nada menos que
Aretha Franklin y Darlene Love.
En una de las primeras entrevistas televisivas, el conductor del show luego de enumerar
todas estas conexiones familiares, le preguntó a Whitney: "¿Y tu abuelo quién es? ¿Duke
Ellington?".
Pero Whitney era mucho más que este linaje perfecto. Había cantado en su iglesia desde
muy chica, había acompañado a la madre en muchas de sus presentaciones y hasta la había
reemplazado en alguna oportunidad. Cissy Houston quiso que su hija terminara el colegio
antes de encarar una carrera artística. Al salir del colegio Whiney comenzó a dar shows en
pequeños clubes nocturnos. La voz se corrió muy rápido y los cazatalentos comenzaron a
seguirla noche a noche.
Las distintas compañías mejoraban las ofertas cotidianamente hasta que se inclinaron por la
de Arista. Clive Davis, dueño y CEO de la discográfica, tenía antecedentes dorados en esto
de descubrir talentos. En su foja se contabilizaban Janis Joplin, Santana, Bruce
Springsteen y Aerosmith entre otros. Davis supo que tenía que conseguir contratar a esa
chica de 20 años que una noche la escuchó cantar para 30 personas que no le prestaban
demasiada atención en un club nocturno de Los Ángeles.
Esa noche Whitney cantó Greatest love of all (que luego grabaría en su primer LP), un
tema que George Benson había compuesto 10 años antes para una biopic De Muhammad
Ali (de ahí el "greatest", apelativo que acompañaba siempre al boxeador). El tema en su
versión original parecía una buena balada de Stevie Wonder -lo cual, se sabe, constituye
un gran elogio. Pero excepto un paso fugaz por los charts negros no había tenido demasiada
repercusión. Whitney recuperó esa canción y la llevó hasta alturas inimaginables. Su
voz al frente, la pasión de los 20 años y una sabiduría ancestral que parecía acompañarla en
el escenario y habitar en sus cuerdas vocales. Esa misma noche Whitney Houston se
convirtió en artista de Arista Records.
Todo lo que cantaba se convertía en oro. Antes de un Super Bowl interpretó Star
Spangled Banner, el himno norteamericano. Fue una actuación conmocionante. Su versión
llegó a estar top 20. El tercer disco, I'm your baby tonight, tuvo un éxito más moderado.
La vara estaba demasiado alta y ella no se conformó. Había intentado un ligero cambio de
estilo. Quería regresar a sus raíces, hacer música negra, eliminando algunos
componentes de producción pop. Las canciones eran algo más débiles que su repertorio
anterior.
Al año siguiente todo cambiaría. Por primera vez incursionó en el cine. El guardaespaldas
se convertiría en un éxito global que, aunque parezca mentira, superó con creces el que
había conseguido con sus dos primeros álbumes.
La película no es gran cosa. Una historia convencional protagonizada por dos figuras
fuertes como Whitney y Kevin Costner. La historia de amor interracial en el mainstream,
el beso final (¡ALERTA SPOILER!) con descenso del avión a último momento tienen su
impacto. Pero el punto de quiebre es la canción principal del film. Un viejo tema country de
Dolly Parton que Costner sugirió al enterarse de que el tema elegido originalmente, What
becomes of the broken hearted, un cover de una gran balada soulera cantada por Jimmy
Ruffin había sido seleccionado como tema principal de la película Tomates verdes fritos.
Los premios Soul Train de 1989 (los principales de la música negra en ese entonces) fueron
un punto de quiebre en su vida. Por un lado, al ser mencionada en una categoría fue
abucheada por el público que consideraba que se había vendido y que había olvidado sus
raíces: "Whitey" (blanquita) Houston la llamaban.
Por el otro, esa misma noche conoció al que sería su esposo, el cantante Bobby Brown.
Ex integrante de New Edition, Brown tenía gran éxito como solista en ese tiempo con su
tema My prerrogative. Chico malo, provocador, algo soez. A partir de esa noche no se
separarían por años. La relación fue tempestuosa y ambos terminaron perdidos en las
drogas y en las peleas permanentes. Las carreras artísticas de los dos no volvieron a
conocer el esplendor.
Whitney Houston y su esposo Bobby Brown en 1994 (AFP PHOTO VINCE BUCCI)
Las causas, culpables y justificaciones se amontonan. Lo cierto es que esos 20 años de
excesos, papelones, incumplimientos y coqueteo con la desgracia le pertenecen a Whitney.
El despeñamiento fatal se desató con su salida. Robyn Crawford además fue la única
actriz de reparto en la historia de la vida de Whitney que tuvo una actitud digna en
estos años. Casada con Lisa Hintelmann, no ha hecho declaraciones sobre Whitney, no
cargó de responsabilidades a nadie y se negó a participar en los documentales biográficos
sobre la cantante. Su silencio parece honrar la memoria de Whitney.
Luego vendrían los 20 años de dolor, excesos y descenso. Su nombre era habitué en los
titulares de la prensa amarilla. Las peleas con Bobby Brown, los arrestos e infidelidades de
este, los shows erráticos, las funciones suspendidas, los discos mediocres, las entrevistas
televisivas desafiantes, la voz que pierde brillo y se va apagando.
Mientras los forenses analizaban la escena en que fue encontrado el cadáver de Whitney,
mientras sus restos eran transportados a la morgue, la industria, sus colegas, enemigos,
cantantes y productores, músicos y letristas, cuatro pisos más abajo, en el salón principal
del Beverly Hotel, tomaron, cantaron y bailaron toda la noche. La previsible muerte del
mayor talento vocal de las últimas generaciones no alteró sus planes. El show debe
continuar.