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Un cuerpo desnudo en el jacuzzi de un hotel,

drogas y soledad: los terribles últimos días de


Whitney Houston
El 12 febrero de 2012 en el Beverly Hotel, la cantante murió a los 48 años. Había conocido
el gran éxito, pero su carrera artística hacía veinte años que vivía una dolorosa caída
Por Matías Bauso
11 de febrero de 2019

Whitney Houston (AFP PHOTO / Getty Images / Kevork Djansezian)

Al abrir la puerta, la asustó el silencio de la habitación. Intentó engañarse, trató, en ese


breve segundo, de creer que la cantante estaba durmiendo una tardía siesta.

Apenas sintió el agua quemándole los tobillos y las pantorrillas, al ingresar al living de la
habitación del lujoso hotel, supo que todo finalmente había terminado. No sintió angustia,
ni se desesperó. Una agria resignación recorrió su cuerpo, un dolor sordo.

Mientras caminaba hacia el baño, de ahí provenía el agua que ya alcanzaba los diez
centímetros por sobre la alfombra, creyó estar viviendo un déjà vu. Sólo que esto no había
sucedido antes, no al menos con estas consecuencias irreversibles. Pero cada noche, cuando
la estrella dejaba de estar a su cuidado, la asistente imaginaba que su siguiente día laboral
sería como estaba siendo este.

Al abrir la puerta del baño, una pequeña ola de agua hirviendo la salpicó hasta el borde de
los muslos.

En el jacuzzi rebalsado, boca abajo, flotaba el cuerpo desnudo de la cantante. Sin


vida.
La asistente llamó, sin desesperación, sin levantar la voz, apenas con algunas lágrimas
atragantadas a la recepción del hotel. Avisó que se trataba de una emergencia. Dudó entre
pedir que acudiera la policía o una ambulancia. "Vengan rápido, por favor", pidió.
"Creo que Whitney Houston está muerta".

Invitados a la gala de los Grammy en la puerta trasera del Beverly Hilton Hotel, donde la cantante
fue encontrada muerta (AFP PHOTO ROBYN BECK)

Ese atardecer del 12 de febrero de 2012 en el Beverly Hotel, cuando los paramédicos y la
policía subieron a la habitación del cuarto piso en la que se alojaba la estrella de la canción,
encontraron rastros, en cada metro cuadrado del departamento, que hicieron innecesario
esperar la autopsia y el informe toxicológico para averiguar cuáles fueron las causas de la
muerte de la mujer de 48 años.

Un plato con una sustancia en polvo de color blanco, marihuana, una cuchara quemada
con restos que parecían haber sido de metanfetaminas, dos decenas de frascos con
medicinas legales (calmantes, relajantes musculares, Xanax y otros).

Whitney Houston murió antes de los cincuenta años. Sin embargo, su carrera artística hacía
veinte años que no conocía el éxito que la había acompañado en sus primeros años. Su
caída, previsible, pública y muchas veces morbosamente acompañada por la prensa y
el público, había durado dos dolorosas décadas.

La aparición de la cantante había sido fulgurante. Su primer disco llegó al número uno
de los rankings y fue la primera cantante femenina en tener siete singles número uno
consecutivos en el chart de Billboard: Saving all my love for you, How will I know,
Greatest love of all, I'm gonna dance with somebody, Didn't we almost have it all, So
emotional, Where do broken hearts go. Una seguidilla impecable y asombrosa. Pero ¿de
dónde había surgido este fenómeno que parecía llegar para adueñarse del mundo del pop
por décadas (en el competitivo y poblado pop de los 80)?

Su madre era Cissy Houston, cantante gospel, de una técnica exquisita, con experiencia en
el mundo del soul, había hecho coros para Aretha Franklin, Gladys Knight y otras divas
de la música negra. Su prima era Dionne Warwick. Y sus madrinas eran nada menos que
Aretha Franklin y Darlene Love.

En una de las primeras entrevistas televisivas, el conductor del show luego de enumerar
todas estas conexiones familiares, le preguntó a Whitney: "¿Y tu abuelo quién es? ¿Duke
Ellington?".

Whitney Houston y su madre Cissy (The Grosby Group)

Pero Whitney era mucho más que este linaje perfecto. Había cantado en su iglesia desde
muy chica, había acompañado a la madre en muchas de sus presentaciones y hasta la había
reemplazado en alguna oportunidad. Cissy Houston quiso que su hija terminara el colegio
antes de encarar una carrera artística. Al salir del colegio Whiney comenzó a dar shows en
pequeños clubes nocturnos. La voz se corrió muy rápido y los cazatalentos comenzaron a
seguirla noche a noche.

La experiencia de la madre en el mundo del espectáculo hizo que no se precipitaran. Cissy,


exigente, quería para su hija todo el éxito que ella no pudo vivir (el éxito en ese mundo
se vive, se inscribe en el cuerpo).

Las distintas compañías mejoraban las ofertas cotidianamente hasta que se inclinaron por la
de Arista. Clive Davis, dueño y CEO de la discográfica, tenía antecedentes dorados en esto
de descubrir talentos. En su foja se contabilizaban Janis Joplin, Santana, Bruce
Springsteen y Aerosmith entre otros. Davis supo que tenía que conseguir contratar a esa
chica de 20 años que una noche la escuchó cantar para 30 personas que no le prestaban
demasiada atención en un club nocturno de Los Ángeles.

Esa noche Whitney cantó Greatest love of all (que luego grabaría en su primer LP), un
tema que George Benson había compuesto 10 años antes para una biopic De Muhammad
Ali (de ahí el "greatest", apelativo que acompañaba siempre al boxeador). El tema en su
versión original parecía una buena balada de Stevie Wonder -lo cual, se sabe, constituye
un gran elogio. Pero excepto un paso fugaz por los charts negros no había tenido demasiada
repercusión. Whitney recuperó esa canción y la llevó hasta alturas inimaginables. Su
voz al frente, la pasión de los 20 años y una sabiduría ancestral que parecía acompañarla en
el escenario y habitar en sus cuerdas vocales. Esa misma noche Whitney Houston se
convirtió en artista de Arista Records.

Whitney Houston en una presentación


que ofreció en 1988 (AFP PHOTO
CHRISTOPHE SIMON)

Sus rivales en esos años eran pesos


pesados. Madonna, Prince, Michael
Jackson. Pero esta chica con sus dos
primeros discos arrolló con los récords.
Su voz era prodigiosa, un instrumento
natural perfecto. Pero era mucho más
que eso. Parecía saberlo todo. El
entrenamiento de Cissy había sido
eficaz. Tenía presencia escénica,
simpatía, bailaba. A su don (sobre)
natural le añadía una técnica depurada.
No era un talento salvaje. Podía llegar
a cualquier nota y mantenerla por el
tiempo que fuera necesario. Era el
crossover que el mercado y el público
esperaban. Estaba el sentimiento del
soul, la fuerza del R&B, la ligereza y la
alegría del pop.

Apenas apareció los especialistas la


ubicaron en las grandes ligas, con los
intérpretes incomparables. Sinatra,
Aretha Franklin, Ella Fitzgerald.
Whitney Houston, con su voz magnética, jugaba en esa liga, la Liga de la Justicia.

Todo lo que cantaba se convertía en oro. Antes de un Super Bowl interpretó Star
Spangled Banner, el himno norteamericano. Fue una actuación conmocionante. Su versión
llegó a estar top 20. El tercer disco, I'm your baby tonight, tuvo un éxito más moderado.

La vara estaba demasiado alta y ella no se conformó. Había intentado un ligero cambio de
estilo. Quería regresar a sus raíces, hacer música negra, eliminando algunos
componentes de producción pop. Las canciones eran algo más débiles que su repertorio
anterior.
Al año siguiente todo cambiaría. Por primera vez incursionó en el cine. El guardaespaldas
se convertiría en un éxito global que, aunque parezca mentira, superó con creces el que
había conseguido con sus dos primeros álbumes.

La película no es gran cosa. Una historia convencional protagonizada por dos figuras
fuertes como Whitney y Kevin Costner. La historia de amor interracial en el mainstream,
el beso final (¡ALERTA SPOILER!) con descenso del avión a último momento tienen su
impacto. Pero el punto de quiebre es la canción principal del film. Un viejo tema country de
Dolly Parton que Costner sugirió al enterarse de que el tema elegido originalmente, What
becomes of the broken hearted, un cover de una gran balada soulera cantada por Jimmy
Ruffin había sido seleccionado como tema principal de la película Tomates verdes fritos.

También se le atribuye al actor la mejor decisión de producción musical de los primeros


noventa: la ausencia de producción, de máquinas y de acompañamiento. El productor de la
banda sonora, David Foster, pensó que era una pésima idea y un suicidio comercial. "¿Qué
radio pasaría una canción en la que los primeros 45 segundos son a capella?", argumentó
con cierta lógica. Sin embargo, Costner y Houston insistieron. Apenas tuvo que cantar una
sola vez para que Foster y todos los que estaban en el estudio asumieran que la única
versión posible del tema era esa. La voz perfecta, desnuda, al frente, con toda la pericia
técnica realzándola.

La canción y el álbum batieron récords de ventas. Fue un éxito global descomunal.


Fue el último gran éxito de Whitney. De allí sólo caería, de manera constante y dolorosa,
por los siguientes 20 años. Su voz se iría esfumando, su figura pública desdibujándose, su
talento debilitándose, su salud quebrantándose, su vida privada desgajándose y su
dependencia a las drogas aumentando sideralmente.

Los premios Soul Train de 1989 (los principales de la música negra en ese entonces) fueron
un punto de quiebre en su vida. Por un lado, al ser mencionada en una categoría fue
abucheada por el público que consideraba que se había vendido y que había olvidado sus
raíces: "Whitey" (blanquita) Houston la llamaban.

Por el otro, esa misma noche conoció al que sería su esposo, el cantante Bobby Brown.
Ex integrante de New Edition, Brown tenía gran éxito como solista en ese tiempo con su
tema My prerrogative. Chico malo, provocador, algo soez. A partir de esa noche no se
separarían por años. La relación fue tempestuosa y ambos terminaron perdidos en las
drogas y en las peleas permanentes. Las carreras artísticas de los dos no volvieron a
conocer el esplendor.

Muchos culpan de la caída de Whitney a Bobby Brown. Otros responsabilizan a su


madre y a la competencia sorda entre ambas. También figuran en la lista de causas
alegadas: la salida de Clive Davis de Arista, las malas compañías, un padre con alma de
gigoló, un abuso sexual sufrido en manos de su prima Dee Dee Warwick o la cercanía de
Robyn Crawford.

Whitney Houston y su esposo Bobby Brown en 1994 (AFP PHOTO VINCE BUCCI)
Las causas, culpables y justificaciones se amontonan. Lo cierto es que esos 20 años de
excesos, papelones, incumplimientos y coqueteo con la desgracia le pertenecen a Whitney.

Robyn Crawford era una amiga de la infancia de Whitney, que se convirtió en su


colaboradora y en el personaje más importante de su entorno durante las giras. Los diarios
sensacionalistas, a fines de los 80, comenzaron a hablar de una relación lésbica entre la
cantante y su amiga. Todo parece indicar que era cierto. Los allegados a Whitney, sus
hermanos y hasta Bobby Brown se niegan a hablar de Robyn y a confirmar la relación.

La acusan genéricamente y la insultan (esto se ve con claridad en Whitney, el buen


documental biográfico que subió Netflix a su plataforma en estos días). Brown llegó a
declarar que mientras él estaba enamorado, Whitney lo utilizó para blanquear su imagen
ante la prensa. La diva, según él, necesitaba un marido y una hija para que los rumores
se disiparan. En las giras en que convivieron Robyn y Bobby las peleas entre ellos fueron
épicas. Lo cierto es que mientras Robyn estuvo en el entorno de Whitney, su carrera se
manejó profesionalmente y su vida personal no había dado señales del desmadre
posterior.

El despeñamiento fatal se desató con su salida. Robyn Crawford además fue la única
actriz de reparto en la historia de la vida de Whitney que tuvo una actitud digna en
estos años. Casada con Lisa Hintelmann, no ha hecho declaraciones sobre Whitney, no
cargó de responsabilidades a nadie y se negó a participar en los documentales biográficos
sobre la cantante. Su silencio parece honrar la memoria de Whitney.

Luego vendrían los 20 años de dolor, excesos y descenso. Su nombre era habitué en los
titulares de la prensa amarilla. Las peleas con Bobby Brown, los arrestos e infidelidades de
este, los shows erráticos, las funciones suspendidas, los discos mediocres, las entrevistas
televisivas desafiantes, la voz que pierde brillo y se va apagando.

En el medio de ese aquelarre de gritos, violencia familiar, insania y drogas crecía


Bobbi Kristina, la hija del matrimonio. Ella también tuvo un final trágico y, debido a
su edad, mucho más terrible. Fue como si la joven fuera una alpinista que iba atada a otro
que por encima de ella guía la escalada por la ladera escarpada; si el de adelante se cae, es
inevitable que poco después arrastre a los que están debajo de él. Ese parece haber sido el
destino de Bobbi Kristina quien a los 22 años fue hallada inconsciente en la bañera de su
casa con una sobredosis de drogas. Igual que su madre. Murió en 2015 luego de estar
seis meses en coma.
Junto a su marido y la hija de ambos, Bobbi
Kristina

La conducta errática de Whitney en sus


últimos largos años tuvo millones de
testigos. Tuvo que suspender apariciones en
los Oscars, en la inducción al Salón de la
Fama del Rock de Clive Davis y cancelar
decenas de conciertos. Algún tabloide sacó
en tapa una foto escalofriante del baño de la
estrella: derruido, con restos de drogas en
diversos platos, la suciedad y el abandono
en cada rincón.

Durante la grabación de la banda de sonido


de Waiting to exhale tuvo que ser
internada de urgencia por una
sobredosis. Varios tratamientos de
rehabilitación fracasaron. Se vanaglorió
ante la periodista Dianne Sawyer de que
ella no se drogaba con crack porque eso era
"cosa de pobres".

La maquinaría intentó seguir funcionando.


Le organizaron giras con las que no pudo
cumplir. Shows en los que su estado era lamentable y su voz parecía haberse ido para
siempre, un graznido triste y ronco, desganado y desafinado. Como si fuera una parodia
triste de lo que había sido.

La muerte de Whitney Houston no sorprendió a nadie. Era un evento que todos


parecían estar esperando. La misma noche en que fue encontrada, en el mismo hotel, se
celebraba la fastuosa fiesta anual que Clive Davis, su mentor y descubridor, organiza en la
velada previa a la entrega de los Premios Grammy.

Mientras los forenses analizaban la escena en que fue encontrado el cadáver de Whitney,
mientras sus restos eran transportados a la morgue, la industria, sus colegas, enemigos,
cantantes y productores, músicos y letristas, cuatro pisos más abajo, en el salón principal
del Beverly Hotel, tomaron, cantaron y bailaron toda la noche. La previsible muerte del
mayor talento vocal de las últimas generaciones no alteró sus planes. El show debe
continuar.

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