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GUSTAV MEYRINK

LA CASA DE LA ÚLTIMA
FAROLA

LA FONTANA LITERARIA

TOMO I: RELATOS
Bajo el título LA CASA DE LA ÚLTIMA FAROLA se publicó en 1973 la
inmensa mayoría de las obras de Gustav Meyrink; que andaban
desperdigadas en revistas especializadas y periódicos de la época, en un
intento de ir reuniendo todos los escritos del genial autor de EL GOLEM.

Este primer tomo reúne todos los relatos de dicha edición. En un


próximo volumen aparecerán los ensayos que culminan LA CASA DE LA
ÚLTIMA FAROLA.

Nota informativa agregada por el Lector Admirador De La Obra -[ladlo]-:

La obra se editó en alemán en un solo volumen. Aquí, en España, fue publicada,


como más arriba informa la Editorial, en dos volúmenes. El primero apareció en enero
de 1976 con el título: La casa de la última farola. Tomo I: Relatos. Y el segundo fue
editado en octubre del mismo año con el título: La casa de la última farola. Tomo II:
Ensayos.
En estos dos volúmenes, aquí recogidos, se ha respetado la propia numeración de
página que cada uno, separadamente, lleva. Dicha numeración se encuentra
intercalada en el texto. Independientemente hay una numeración natural, tipo página-
folio, a pie de página.

Las notas incorporadas entre corchetes, [ ], son puntualizaciones o aclaraciones


aportadas por el lector admirador de la obra (ladlo).

Debo añadir que:


Esta copia privada está realizada sin el más mínimo interés económico; es decir, no
se atiene, en absoluto, a ninguna regla de tipo comercial –que es la de obtener
beneficio dinerario-, sino que está llevada a cabo sólo para prestársela a aquellos que
necesiten leer estos libros y se encuentren sin otros medios para poder obtenerlos. Es
por ello que es un préstamo sólo y exclusivamente para leer y que realizada su lectura
dicho préstamo cesa.

2
Indico también que, para completar y actualizar aún más el conocimiento de la Obra
y vida de Gustav Meyrink, lean la obra publicada por el catedrático Luis Montiel
Llorente titulada: El rizoma oculto de la psicología profunda. Gustav Meyrink y Carl
Gustav Jung. Madrid: Frenia; 2012, 299 p.

Incorporo aquí, además, un índice de conjunto del contenido de ambos libros, con
sus propias numeraciones y las correspondientes que hay a pie de página.

Índice de conjunto:

LA CASA DE LA ÚLTIMA FAROLA.

Tomo I: Relatos

Pág. ____ P.\Folio

Introducción…………………………………………………….......................... 9 ____________ 8

La casa del alquimista


(Fragmento de una novela)

Capítulo I: “La casa del pavo real”…………………………………………. 45 ____________ 24


Capítulo II: “La milenaria madre vapor de
agua” (De los apuntes del Dr. Apuleyus Buey)……………............ 79 ____________ 40
Capítulo III: Ismenia…………………………………............................ 103 ____________ 52
“La casa del alquimista”. Notas sobre la
novela completa……………………………………………...................... 131 ____________ 66
Gustav Meyrink, I. Exposición, “La casa del
alquimista”…………………………………………………………………………. 133 ____________ 66
Gustav Meyrink. Exposición: “El pavo real”…………………………. 135 ____________ 67

3
El relojero……………………………………….................................... 159 ____________ 79
La ciudad del latido misterioso………………………..................... 173 ____________ 86
La ciudad misteriosa…………………………………………….……………. 179 ____________ 88
Zaba……………………………………………………………………..…………... 185 ____________ 91
La cacatúa blanca del Dr. Haselmayer………………………………… 193 ____________ 95
El fantasma solar……………………………………………………………….. 199 ____________ 97
Diálogo nocturno del consejero de Hacienda
llamado <<Blaps>>…………………………………………………………….. 207 ___________ 101
El pájaro “jazz”…………………………………………………………………… 213 ___________ 103
La mujer sin boca……………………………………………………………….. 219 ___________ 106
Imágenes……………………………………………………......................... 225 ___________ 109
Máscaras en el mar del sur…………………………………………………. 231 ___________ 111
Cronología………………………………………………………………………….. 237 ___________ 114

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____

LA CASA DE LA ÚLTIMA FAROLA. [(P.\Folio ___ 117)]

Tomo II: Ensayos

Faquires………………………………………………………………………………… 9 ___________ 119


Los caminos del faquir…………………………………………………………. 25 ___________ 126
El hachís y las visiones……………………………………….................... 39 ___________ 132
Magia y azar…………………………………………………........................ 51 ___________ 137
El diagrama mágico…………………………………………...................... 59 ___________ 140
La magia en el sueño profundo…………………………….................. 69 ___________ 144
Mi más extraordinaria visión………………………………………………… 77 ___________ 148
El piloto……………………………………………………….......................... 81 ___________ 150
De cómo en Praga quise hacer oro…………………………............... 89 ___________ 153
Alquimia o impenetrabilidad. Introducción al
tratado de Santo Tomás de Aquino <<Sobre la
piedra de la sabiduría>>…………………………………….................... 99 ___________ 157
Conexión telefónica con el País de los Sueños……………......... 127 ___________ 170
Tantrikyoga……………………………………………………………………..… 135 ___________ 174
De un diario de Gustav Meyrink………………………………………… 141 ___________ 177

III

El impostor de la mística…………………………………………………… 145 ___________ 178

4
Caza de demonios en el Tíbet……………………………………………. 161 ___________ 184
En la frontera del más allá. Ocultismo……………………............. 167 ___________ 187
El mundo invisible…………………………………………..................... 175 ___________ 190
Cómo despertar facultades ocultas mediante
adiestramiento de la voluntad y el uso de
ciertas drogas………………………………………………………………….. 225 ____________ 214

IV

Cartas…………………………………………………………………………….…. 241 ___________ 221

Anexo…………………………………………………………………………………. __ ___________ 229

______________
____
_

5
GUSTAV MEYRINK
DAS HAUS ZUR LETZTEN LATERN
1973 by Albert Langen Georg Müller GmbH. Munchen Wien

Traducción: María González de Buitrago


Introducción: Eduard Frank

Ediciones FELMAR. España


Colección: La Fontana literaria, número 43
Primera edición: Enero 1976

6
(P. 7) GUSTAV MEYRINK

LA CASA DE LA ÚLTIMA FAROLA

TOMO I: RELATOS

Introducción de: Eduard Frank

7
(P. 8) En blanco

(P. 9) INTRODUCCIÓN

[Esta página solo contiene este título]

(P. 10) En blanco

(P. 11) Antes de intentar describir la evolución espiritual de Meyrink, es


imprescindible rememorar las etapas más importantes de su vida. Nació en: Viena, el 19
de enero de 1868, a la una y media de la tarde, en el hotel <<Zum Blauer bock>> (1),
situado en la Calle de María Auxiliadora, donde se alojaba su madre, de paso en esta
ciudad, María Guillermina Adelaida Meyer, actriz de cámara, natural de Baviera. El 5 de
marzo fue, bautizado con el nombre de Gustav Meyer, en la iglesia protestante de María
Auxiliadora. Meyrink vino al mundo como hijo ilegítimo. Su padre, el ministro de
Wurttemberg Karl Freiherr Varnbüler, natural y vecino de Hemmingen, tenía la edad de
cincuenta y nueve años. Su madre contaba veintisiete. Los antepasados maternos se lla-
maban Meyerink y procedían de Estiria, existiendo además un parentesco ya comprobado
con el historiador Eduard Meyer. María Meyer actuó en el teatro Wallner de Berlín, en el
teatro real de Múnich, así como en los teatros de Hamburgo, Praga y San Petersburgo. Su
carrera artística terminó con la actuación en el teatro Lessing de Berlín, donde estuvo
_____
(1) La traducción literal sería "Casa del macho cabrío azul", que en castellano resulta demasiado
extensa para denominar a un hotel. (N. del T.)
(P. 12) contratada de 1891 a 1902. Murió en 1906. Durante los años de 1874 a
1880 asis tió Meyrink en Múnich s ucesivamente a la es cuela primaria y a!
Wilhelminstitut. De 1881 a 1883 estudió en el colegio de la orden de S. Juan,
de Hamburgo. En Praga es tudió en el Ins tituto de Ens eñanza Media y en la
Academia de Comercio, cuyos es tudios curs ó y aprobó de 1883 a 1888,
obteniendo la calificación de Primus. Con ello habla logrado crearse una base
que le permitiría una futura exis tencia burguesa. En unión de un s obrino del
escritor Chris tian Morgens tern fundó entonces en Praga la casa de Banca
<<Meyer y Morgens tern>>. En es ta época ya s e manifies ta s u interés por

8
problemas mís tico-ocultis tas . En 1891 logró fundar en Praga la logia teos ófica
llamada <<La Es trella Azul>>.
Quizás sea oportuno mencionar ahora que Meyrink mantuvo contacto durante
muchos años con diferentes sectas, frecuentando reuniones de carácter mís tico y
adquiriendo así conocimientos singulares. Entabló relaciones con el círculo
mís tico en torno a un sencillo tejedor llamado Alois Mailänder (1844 -1905). Según
tes timonio de Emil Bock (2), numeros os escritores, entre los cuales estaba Gus tav
Meyrink, fueron, durante cierto tiempo, alumnos de Mailänder. En la logia <<La
Estrella azul>>, desempeñaba Karl Weinfurter (3) un papel decisivo. En es ta época
Meyrink ya se ocupaba intensamente en re solver incógnitas que sobrepasaban el
límite de los conocimientos psicológicos . El historiador vienés
____
(2) Emil Bock, Rudolf Steiner/Estudios sobre la vida y obra de Meyrink. Stuttgart, 1961.
(3) Karl Weinfurter, "La zarza ardiente". Lorch Württem berg, 1949.
(P. 13) Friedrich Ecks tein (4) caus ó en él una profunda impresión por su
experiencia en todas las tradiciones ocultistas . Por otra parte, le interesaba la
Teosofía de H. P. Blavatzky, así como los escritos de Anni Besant. Conoció
también a Rudolf Steiner, fundador de la antropos ofía, quien visitó a Meyrink en
Starnberg. En la colección de documentos sobre Meyrink exis tente en la
biblioteca nacional de Baviera, Se obs erva con bas tante claridad (aunque des de
luego no rotunda) que Meyrink actuaba en diferentes órdenes y hermanda des
(5). En el año 1892 una orden francesa le concedió el grado de S. I. (6).
Una carta de la mis ma época atestigua s u relación con la mas onería inglesa:
<<Ancient & Primitive Rite of Mas onry.>> Existe una carta escrita en 1893 por
W. Wynn Wes tcott y dirigida a Meyrink calificándole de <<Supreme Magus of
the Societas Rosicruciana>>. Asimis mo el documento titulado <<Manndale of
the Lord of the Perfect Circle>> contiene el siguiente texto: <<It is ordered, that
Brother Gustav Meyer of Prague be cons tituted one of seven Arch cens ors.>>
<<And in virtue of this Mandale Gus tav Meyer receives the Spiritual and Mys tic
name Kama.>> Del mismo modo exis te una carta que ates tigua sus relaciones
con la <<Royal Oriental Order of the Ape & of the Sat Bahai>> . En un escrito
procedente de Man-
_____
(4) Friedrich Eckstein, "Días lejanos e inefables", "Recuerdos de setenta años de enseñanza y
peregrinaje". Viena-Leipzig-Zúrich, 1936.
(5) Manfred Lube, Aportación para una biografía de Gustav Meyrink y estudios sobre su teoría del
arte. Disertación inaugural para la obtención del doctorado en la Facultad de Filosofía de la Universidad
"Karl-Frank" de Graz (1970).
(6) Abreviaturas cuya significación no figura en ningún diccionario. (N. del T.)
(P. 14) chester (1895), un hermano de la mis ma orden, lla mado Charubel,
comunica a Meyrink el que ha de ser su nuevo nombre: <<The ravel. This Name,
when translated in English, would be expressed thus: I go; Iseek; I find. This is
therefore the Motto of your future life.>> Dos años des pués (1897) y con el nom-
bre de Dagobert, fue nombrado miembro de la orden de los Il uminados. También
se conserva una carta del Dr. Richard Hummel de Leipzig en la que se menciona el
nombramiento de Meyrink en <<La Hermandad de los Antiguos Caballeros del
Santo Grial en el Gran O riente de Patmos>>. En los años veinte (1923), quiso
ingresar en <<La antigua iglesia gnóstica de Eleusis>>. Tres años después se hizo
miembro de la <<Aquarian Foundation>> y de la <<Logia Blanca >>.

9
En es ta época s e realizaban toda clase de experimentos, s e celebraban
ses iones mís ticas con utilización de médiums (7), obs ervándose fenómenos de
apariciones fantas males (8). Se efectuaban experimentos de telepatía y
exteriorización (9), as í como prácticas mágicas con mantras. Intentába nse
inclus o trans mutaciones alquimis tas . En s u prólogo a la traducción del debatido
tratado de Santo Tomás de
_____
(7) Albert Talhoff, en el prólogo a la edición de Zúrich de "El Golem" (1946) escribe que Meyrink utilizó
a la conocida médium Eva C. Schrenknotzings y "cuando ésta se encontraba en estado de trance exudando
la espuma blanca teleplásmica, recogió una porción en una cajita plateada con el propósito de analizarla".
(8) En una casa de duendes de Levico fui testigo de fenómenos físicos (con utilización de médiums) tan
contundentes que puedo afirmar sin la menor duda: Existen fenómenos, aunque ciertamente muy raros,
que contradicen, por así decirlo, todo cuanto la ciencia conoce sobre las leyes de la materia. (G. Meyrink,
Experiencias obtenidas con un diagrama mágico tibetano. Merlin I-1948.)
(9) G. Meyrink, Magia en profundo sueño. Merlin 2-1948.
(P. 15) Aquino (10) explica Meyrink cómo en su intento de fabricar oro se produjo
un curios o <<cambio de color>> en la retorta: <<El químico a quien consulté
tampoco pudo explicarme la causa científica de este fenómeno.>> Finalmente y
en un nuevo experimento perdió toda la <<materia>> saltándole ésta a la cara. No
le fue posible efectuar otra repetición, pues no pudo encontrar otro trozo de la
imprescindible <<materia remota>>.
A lo largo de años (y decenios) s e fue planteando otras incógnitas : las
experiencias anormales producidas por drogas y tóxicos (11), la aparición
visionaria de futuros acontecimientos (12), así como los fenómenos de
penetración (13).
Se puede, por lo tanto, afirmar que Meyrink no s olo alcanzó, a lo largo de s u
vida, conocimientos profundos y críticos (14) en todos los campos de
experiencias anormales, sino que ejercitó conscientemente y en alto grado el
desarrollo de facultades en su propia pers ona .
El día 1 de marzo de 1893 Meyrink dio por terminado en Praga s u infeliz
matrimonio con Hedwig María Certl . Durante mucho tiempo intentó logra r
_____
(10) Sto. Tomás de Aquino, Tratado sobre la piedra de la sabiduría. Traducido y editado (precedido de una
prolija introducción) por G. Meyrink. Múnich-Planegg, 1925.
(11) G. Meyrink, Haschisch y videncias. Diario de Praga del 17-VII-1927.
(12) G. Meyrink, Mi visión más singular (Diario General de Chemnitz, Núm. 13, del 15-I-1928) y Ante la
aparición del fuego (Noticias más recientes de Múnich del 13-XII-1932.
(13) ¡Yo mismo pude observar cómo una pequeña jabonera traspasó varias veces mi mano! (G.
Meyrink, En la frontera de lo ultraterreno. Leipzig, 1923).
(14) G. Meyrink, Los impostores de la mística. Diario General dé Chemnitz del 12 al 16-VII-1927.
(P. 16) una separación legal, la cual su esposa rehusaba, hasta que finalmente, y con la
intervención del curandero Zeileis, dio su consentimiento, Contrajo entonces (el 8 de
mayo de 1905), en Dover, su segundo matrimonio con Philomena Bernt, cuyo vínculo
inmediatamente dio lugar a grandes problemas de oposición, siendo el más implacable
enemigo el propio cuñado de Meyrink. Dado su origen sospechoso y no enteramente
noble, la sociedad de Praga, que no aceptaba en su círculo al elegante esnobista, formuló
acusaciones en su contra que, aun siendo completamente falsas, acabaron por conducirlo
al borde del hundimiento social y económico. Se extendieron rumores increíbles. Un
periódico (15) de Praga decía textualmente: <<Sabía cómo aprovecharse del "espiritismo"
y negociar con ello. Así, entre sus mandatarios se contaban muchas damas.>> Finalmente

10
se llegó, incluso, a encarcelarlo: <<Fue sometido a un juicio que duró dos lunas y media en
el que intervinieron más de 300 testigos. Se revisó su conducta como miembro de la
compañía Meyer y Morgenstern y como banquero independiente, lo cual tuvo como
resultado el sobreseimiento del juicio. El 2 de abril de 1902, a las 10 de la mañana, fue
dejado en libertad>> (16).
Meyrink retrató después en <<El Golem>> al policía Olic (con el nombre de Otschin), que
durante la detención había desempeñado un malévolo papel. El hecho de que Olic muriera
apenas cuatro días antes
_____
(1 5)Bohemia, 19-I-1902.
(16) Egon Erwin Kisch, Prager Pitaval ("El hombre es hombre o la transformación del banquero Meyer").
Berlín, 1931.
(P. 17) que Meyrink fue una curiosa coincidencia (17). A pesar de su total rehabilitación
moral Meyrink quedó económicamente arruinado teniendo que cerrar el banco. Notable
influencia en los hechos ocurridos había ejercido su propio carácter marcadamente ex-
céntrico y que chocaba a sus conciudadanos. Paul Leppin (18) describe, con ocasión de una
entrevista, la atmósfera en que Meyrink vivía: <<El hijo del restaurador Zavrel (que después
fue director teatral en Berlín) me presentó a Meyrink en el Café Continental. Pronto
constituimos un pequeño círculo formado por el psiquiatra doctor Schwarz, el conde
austriaco Resseguier, el profesor Mahler, Hugo Steiner, que luego sería profesor de la
Academia de Artes Gráficas de Leipzig, el director Menzel, futuro director del banco
regional de Viena, y otros. Se fumaba allí auténtico haschisch indio que Meyrink sacaba de
su cofrecito privado y que, llevando al médium al estado de trance, provocaba en él
extrañas visiones. Pero en mi presencia no se paso del acostumbrado <<retroceder>> y
<<golpear de la mesa>>. Meyrink creía en los espíritus pero considerando el espiritismo
como un sector subordinado al ocultismo, lo rechazaba. Era Gran Maestre de algunas
sociedades secretas como la del Rosario y pertenecía asimismo a una orden india, por lo
que se le atribuían profundos conocimientos.
Su vida entera estaba dedicada al estudio de los fenómenos que rebasan el límite de
los conocimien-
_____
(17) Dr. Ladislao Frank, Una narración de Meyrink sobre su propia muerte. Lleva consigo a la muerte a su enemigo mortal.
Periódico de las 12, Berlín, 6-II-1932.
(18)Paul Leppin,El ocultista Meyrink.Bohemia,6-XII-1932.
(P. 18) tos humanos . En s u biblioteca figuraban Allan Poe, E.T.A. Hoffmann y
s obre todo Blavatzky. Por lo demás , s u casa ofrecía un as pecto fantás tico.
Pos eía un terrarium con dos ratones africanos que des ignaba según las figuras
de Maeterlink, un auténtico confes onario que había adquirido Dios sabe
cómo, retratos de la Blavatzky, la es tatua de un fantas ma que desaparecía en
la pared y otras cos as que no eran propias de la vivienda de un banquero. El
emplazamiento de s u cas a era ya en s i significativo. Últimamente vivía al lado
de la cues ta de Nus ler, en lo alto de una auténtica torre que cons tituía s u
habitación... En la vida nocturna de Praga s u pres encia era habitual. Siempre
iba acompañado de s u s équito en el que se encontraba Alexander Moissi
además de actores , escritores , banqueros y otros pertenecientes a cualquier
otra profes ión.
Ya entonces s e es cuchaban los más divers os ru mores s obre la mis teriosa
vida privada de Meyrink. De ello informan, p or ejemplo, Th. Th. Heine (19) y

11
Kemil Oraj (20), además de otros muchos . Lo que hubiera de verdad y de
fantas ía periodís tica nunca podrá s abers e.
La enfermedad de Meyrink influyó también notablemente en s u vida. Tenía
un padecimiento de medula es pinal, unido a una enfermedad de diabetes que
s e manifes tó des pués, durante s u es tancia en Praga, y que s ufrió has ta el final
de s u vida.
_____
(19) Thomas Theodor Heine, El misterioso Meyrink. Noticiario dominical de Múnich, Núm., 50 (el año
no ha podido determinarse).
(20) Kemil Oraj, El mago Gustav Meyrink/El roble encantado, La carta desaparecida. Nuevo diario
vienés del 3-VI-1926.
(P. 19) Cuando, al terminar el proces o, fue dejado en libertad, s u mal se
había agudizado has ta el punto de que la medicina tradicional apenas pudo
ayudarle. Es tos hechos aparecen reflejados en s us narraciones en forma de
duros ataques contra los causantes de s us s ufrimientos. Solo mediante el
aprendizaje y práctica de una determinada técnica de yoga mejoró s u es tado
de s alud.
En Praga habla sufrido demasiado. Debido a esto y a sus intereses literarios y
filosóficos decidió abandonar la ciudad (en 1904) y marchar a Viena. En el circuito
vienés, del que formaba parte Meyrink, se destacaba Friedrich Ecks tein. Concurrían
también los escritores Roda Roda, Paul Busson, Peter Al tenberg, Ludwig Ganghofer,
Egon Friedell, Ludwig Thoma y Geheeb. Se ocupaba también entonces de temas
etnológicos, pero principalmente dedicaba su tiempo a la redacción trabajando en
la revis ta <<El querido Agustin>>. Meyrink se valió de s us conocimientos personales
para lograr colaboradores como Oscar Wiener, Erich Mühsam, Paul Leppin, Oskar A.
H. Schmitz Max Brod y Gustaf Kauder; así como una serie de dibujantes que
después serían famosos: Alfred Kubin, Richard Teschner, Hugo Steiner. Además se
han encontrado ilustraciones de Fritz Schönplug, Julius Klinger, Heinrich Zille, Jules
Pascin, Kolo Moser y Josef Hofmann. Desgraciadamente pronto hubo de
suspenderse la edición de la revista, perdiendo con ello Meyrink su círculo literario.
No obs tante, el contacto adquirido con el <<mundo laboral vienés>> constituyó un
hecho importante para él.
A es te período vienés s iguieron dos años de viajes continuos : de 1905 a
1906 es tuvo en Montreux (Suiza), donde el 16 de julio de 1906 nació s u hija
(P. 20) Sybille Felizitas . Dos años des pués (el 17 -I-1908) nació en Múnich s u hijo
Harro Fortunat. Des de 1907 vivió Meyrink en la ciudad del Isar. Aunque em-
prendió divers os viajes (en 1908 visitó el lago Garda, así como Berlín, Suiza,
Praga, Austria) siempre le retenía la capital bávara.
Habiendo logrado un cierto bienes tar económico s e trasladó a Starn berg
donde (hacia 1920) s e compró una cas a, <<la casa de la última farola>>, que
vendió en 1928, aunque siguió viviendo en Starnberg has ta que el 4 de
diciembre de 1932 le s obrevino la muerte. Su viuda Mena le s obrevivió en
varios decenios, muriendo en Percha el 14 de octubre de 1966, cuando iba a
cumplir los noventa y tres años .
La atmósfera de Múnich (propia de las ciudades alemanas del sur) había sido
de su agrado. Allí s u es píritu crítico se interes ó por la revis ta
<<Simplicissimus >>, que significó el foro de s u actuación como satírico y fue la
base de su pos terior pres tigio como escritor. Aun cuan do Se trasladara al lago

12
de Starnberg, permaneció siempre unido a la corriente cultural de Múnich.
Colaboró también con publicaciones en la revis ta <<Marzo>>, con uno de cuyos
editores le unían lazos de profundos interes es comunes (21), ya que ambos se
dedicaban a investigaciones en el campo de la mística y la magia. Mantenía también
amis tad con Roda Roda, a quien ya conocía desde la época de Viena. Resultado
literario de esta amistad fueron tres obras de teatro, en cuya composición ambos
colaboraron de 1910 a 1913. Las obras no alcanzaron precisamente éxito y la
colaboración
_____
(21) Her ber t Fritsche, August Etrindberg/Gustav Mey rink/Kur t Aram. Tr es escritor es e
intérpr etes mágicos. Praga (Smichov), 1935 .
(P. 21) de los autores tampoco es tuvo siempre libre de tensiones y de
pequeños rozamientos . En una carta a Roda Roda Meyrink s e ex pres a así:
<<Es toy tan profundamente harto de todo cuanto s e relaciona c on el teatro
que s olo encuentro una s olución: dejarlo.>>
Mos traba, en cambio, un vivo interés por el teatro de marionetas , como
aparece en una carta escrita en 1913 y dirigida a Richard Tes chner. Las figuras
creadas por es te artis ta res idente en Viena, habían fas cinado a Meyrink has ta
el punto de que se proponí a escribir comedias en que intervinieran és tas ; y
fundar así un teatro de marionetas ambulante. Nuevamente las dificultades
financieras hici eron fracasar el proyecto.
La cons tante escasez de recurs os económicos le obligaba a trabajar en el
campo literario para ganars e el s ustento. Así, empezó a traducir del inglés una
edición de las obras de Charles Dickens, la cual, en parte acogida
favorablemente, fue también objeto de duras crí ticas, siendo acusado de
reducciones improcedentes en el texto, así como de supresiones que alteraban la
obra original.
Aunque Meyrink llevó siempre una vida socialmente retirada, seguía
atentamente las corrientes literarias y artís ticas de s u época. Durante mucho
tiempo mantuvo correspondencia con Alfred Kubin. Oskar Kokoschka pintó un
retrato de Meyrink que desgraciadamente ha desaparecido. La proposición de
Kurt Wolffs exhortándole a colaborar en un li bro de parodias, mues tra su gran
interés por la literatura. Sus primeras parodias del escritor Frens sen y la sátira
s obre el dulzón arte hogareño, refle-
(P. 22) jada en la obra <<Verónica Jabalí>> (22), fueron, al parecer, la causa
de es ta invitación.
En la época de Múnich, y aunque s u lugar de residencia era el lago de
Starnberg, mantuvo diversas relaciones s ociales.
Asiduo visitante de cafés, frecuentaba es pecialmente el entonces famos o
Café Stefanie en Schwabid, donde s olía jugar partidas de ajedrez con Erich
Mühs am. En el Café Luitpold formaba parte de otro círculo a cuyas tertulias
as is tían Frank Wedekind, Kurt Martens, Heinrich Mann y Erich Mühsam.
Refiriéndos e a la aguda y peculiar visión política de Meyrink, es cribe Mühs am
en un tono entre seri o e irónico: <<Se hablaba a media voz de los
acontecimientos ocurridos , considerándolos des de una pers pectiva más
amplia que en otras mesas donde s e alzaba la voz. Meyrink s olía dar el toque
mís tico a nues tras cons ideraciones realis tas . En ci erta ocasión me dijo que
ningún mal me s ucedería en aquella guerra, pues s iendo yo uno de los pocos

13
que, no aceptando la causa de és ta, s iempre me había esforzado en rebatirla,
saldría indemne de ella. En cuanto a una revolución, debía es tar prevenido,
pues albergaba en mi es píritu el des eo de que s e produjera, por lo que, de
una forma o de otra, acabaría viéndome envuelto en ella >> (23).
La ciudad que influyó decisivamente en la evolución literaria de Meyrink no
fue Múnich o Viena, sino Praga. Praga impus o a su obra literaria u n
_____
(22) G. Meyrink, El burgués alemán Wunderhorn. Múnich, 1913. Comparar también: William R. van
Buskirk, The bases of Satire in Gustav Meyrink's work. University of Michigan, 1957.
(23) Comparar Manfred Lube, Aportación... Pág. 95. [Referencia a: Nota 5, en pág., 13].
(P. 23) s ello inconfundible: el de la ciudad odiada y ama da en secreto
entrañable (<<El Golem>>, <<Noche de aquelarre>>), cuya atmós fera había
marcado s u s ino con tal fuerza que nunca pudo es capar de é l…
A lo largo de s u vida Meyrink tuvo muchos amigos y enemigos . Lo que era
grato a unos des encadenaba en otros un odio amargo. Su capacidad para la
sátira mortal provocaba, en aquellos que se sentían aludidos , una cól era
impotente. No se daban cuenta de que s us ataques implacables eran s ólo la
cons ecuencia de cuanto habí a s ufrido. Cons iderados en s u más profundo
sentido ps icológico, la mayoría de sus ataques eran s olamente una forma de
des quite. Meyrink tuvo que s oportar el hecho de su nacimi ento ilegitimo,
intentando (inútilmente) des hacer la continua tens ión que ello trajo consigo.
Finalmente s e vio obligado a hacer frente a aquellos que valiéndose de medios
por completo ajenos a la literatura, intentaban des truir s u carrera literaria. Es ta
lucha aparece reflejada en s u novela <<La Casa del Alquimista >> (24), donde el
pers onaje demoníaco del Dr. Stheen repres enta el núcleo de todas las
tens iones de carácter realmente satánico, concentradas en la atmósfera
europea. Una y otra vez aparecen en la obra de Meyrink es tas vivencias
psíquicas cargadas de negatividad. Son como <<fantas mas >> que le amenazan y
con los que cons tantemente tiene que enfrentars e. Cuando, en sus años
jóvenes , intentó res olver es te problema situándolo en el plano de lo racional,
llegó a un callejón sin salida y considerando que el s uicidio era la única
s olución, echó
_____
(24) Comparar: Eduard Frank, Gustav Meyrink. Su obra y su influencia. Büdingen-Gettenbach, 1957.
(P. 24) mano del revólver. El destino hizo que en ese instante apareciera un muchacho
aprendiz de librería repartiendo prospectos con escritos que, al despertar su curiosidad,
hicieron emerger la barca de su vida, la cual, ya a punto de hundirse, apareció de repente
flotando sobre las olas. Estas dos esferas, la terrena o racional y la transcendental o irra-
cional (donde los contrarios se consideran según otras dimensiones), pugnan
continuamente por prevalecer. Desde el comienzo de las sátiras del <<Simplicissimus>>
hasta la <<Casa del Alquimista>>, es observable esta lucha. Esta constituyó la base de su
peculiar obra literaria que, todavía hoy, presenta, tanto a la ciencia literaria como a la
psicología, enigmas no resueltos. Aún tienen, en fin, vigencia las palabras de Hermann
Beckh con referencia a Meyrink (25): <<Luchó por llegar a resolver los más intrincados
problemas del hombre y la eternidad intentando penetrar en los abismos más profundos
de la humanidad y de su propia alma y destino. Aunque en sus obras no adopta el tono
propio de <<lo elevado>>, la sensación de <<altura>> se encuentra intrínsecamente en
ellas. Al menos la sienten aquellos que, incluso a través de una espesa niebla (como

14
sucede a veces en las altas montañas), tienen el don de intuirla. Su obra no es la de un
prudente y circunspecto <<educador de la humanidad>>. Esto se observa ya en sus
primeras novelas aparecidas en el <<simplicissimus>>, en todas las cuales, en parte para
sacar al hombre de su cotidiano letargo burgués, despertando en él una sensación de
sobresal-
_____
(25) Hermann Beckh, Mis experiencias con Gustav Meyrink, Comunidad Cristiana, 9. Ig. Núm. 12,
(1933).
(P. 25) to, aborda lo grotesco hasta el punto de que solo un sistema nervioso bien
equilibrado puede superar esta prueba. <<En el mismo sentido se expresa Rudolf Steiner
(26), aunque Meyrink en la sátira <<Mis sufrimientos y goces en el más allá>> le había
atacado duramente: <<Estamos ante un escritor cuya influencia puede ser enorme... es
capaz de despertar un vivo interés en la gente, ya que ante él se abren grandes posibilidades
de acceso al mundo espiritual. Una profusión de corrientes enriquecen su mente.>>
Para seguir la línea evolutiva que llevó al desarrollo de sus facultades extraordinarias
existen dos posibilidades: sus propias declaraciones de carácter autobiográfico y las
expresiones formuladas indirectamente a través de sus narraciones y novelas. En este
segundo caso la separación y diferenciación no es siempre fácil, pues a Meyrink le gusta
entremezclar duramente la confesión íntima con la sátira mordaz y la aguda ironía. Dado que
en principio nunca le interesó la forma literaria —el escribir en sí era para él más bien un
asunto pesado y trabajoso—, no es extraño que, en ocasiones, se le acusara de utilizar medios
sensacionalistas para hacer sus libros más comerciales. Las obras de Meyrink no son
expresiones del arte por el arte mismo, no son juegos de elementos estéticos, sino bloques
eruptivos tallados en profundidades a las que apenas se atrevió a asomarse alguna vez el
ser humano. Esta contraposición bipolar entre superficialidad y profundidad, entre lo que
era su forma de expresión habitual y la
_____
(26) Rudolf Steiner, Pasado y presente del espíritu humano. Berlín, 1906, pág. 128.
(P. 26) intransigente independencia de un profundo inves tigador mágico, se
refleja en cas i toda s u obra.
Quien lee s us libros s e plantea siempre una pregunta: has ta qué punto la
narración —literariamente disfrazada — ha sido vivida por el autor. En otras
palabras: dónde termina la revelación de sus propias vivencias psíquicas y
parapsíquicas y dónde empieza la fantasía literario-visionaria. Evidentemente,
has ta ahora es ta pregunta no ha tenido res pues ta. Solo el análisis particular de
diferentes fragmentos puede traer algo de luz a la oscuridad. Afortunada mente,
Meyrink se expresa repetidamente en forma de confesiones que dejan ent rever
algo su evolución es piritual. Has ta dónde llegó en és ta o cuáles fueron los
últimos peldaños alcanzados en s us conocimientos , es algo que s olo s e podrá
s uponer, pero no comprobar. En s u artículo << Mi des pertar a la videncia>> (27),
Meyrink informa s obriamente de cómo se le des veló la forma de acces o al
mundo ultraterreno.
A la edad de veintitrés años, el destino habla tra zado el derrotero de su vida
en forma de <<experiencias amorosas que entremezclaba con partidas de ajedre z
y el ejercicio del deporte del remo>>. Los desengaños sufridos le hicieron
concebir la idea de poner fin a su vida. Cuando es taba a punto de ha cerlo
sucedió algo que dis trajo s u atención: un muchacho acababa de deslizar por
debajo de la puerta unos prospectos de librería junto con un folleto de pruebas

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para una revista. Apartó el revólver y empezó a hojear la revis ta: es piritis mo,
informes s obre apariciones fantas males, brujería... Entonces se produjo el
fenómeno: <<Es te campo de conocimientos,
_____
(27) G. Meyrink, Mi desper tar a la videncia. Merlin 3/1948 .
(P. 27) cuya exis tencia s ólo conocía de oídas , des pertó inmediatamente en mí
un interés tal, que guardando el revólver en el cajón, res olví —sin abandonar
por completo las que has ta entonces habían sido mis tres ocupaciones
favoritas — cambiar el derrotero de mi vida has ta alcanzar aquel país
des conocido del que tan atractivamente me hablaba la revis ta>> . Así se inició
s u interés por es tas materias, interés que desarrolló —como acostumbraba a
hacer en todo cuanto emprendía— abordando el tema de forma sistemática y
s umamente concienzuda, es decir, empezando por navegar y recorrer el mar
interminable de cuanto s e habla escrito s obre ello. Lo que al principio fue s ólo
curiosidad, fue convirtiéndose poco a poco <<en un des eo ardiente de saber, en
una sed siempre insatisfecha>>.
No bastándole ya la palabra impresa buscó el tes timonio viviente del ser
humano, entrando así en la segunda fase de s u evolución. Entabló contacto con
extranjeros, asiáticos, videntes, médiums , relacionándose asimis mo con toda
clase de auténticos y fals os profetas . Inclus o consiguió abrirs e camino para in-
gresar en algunas logias y s ociedades , lo cual le llevó algunos años. Luego
abandonó estos círculos , pues las experiencias en ellos realizadas le habían
llevado a una conclusión totalmente negativa: Tampoco aquí exis tía nada. ¡Sólo
paja! ¡Vaguedad y ramplonería! ¡Superficialidad! ¡Fanatis mo teís ta!
La etapa siguiente fue más positiva. Ingres ó en un círculo formado por
europeos y orientales que afirmaban haber penetrado verdaderamente en los
mis terios del yoga. Se le aconsejaron algunos ejercicios como el descubrimiento
de la llamada <<cara interior>>. Estos eran en extremo trabajos os : << Des de es te
mo-
(P. 28) mento y durante tres mes es viví casi como un perturbado mental, comía
s olo vegetales , no dormía más de tres horas , dos veces al día "saboreaba" una
cucharada de goma arábiga dis uelta en s opa (es to —Se me decía— era muy
efectivo para desarrollar la facultad de la videncia), a media noche practicaba
dolorosas as anas con las piernas entrecruzadas y conteniendo la res piración
has ta que un s udor es pumos o cubría mi cuerpo y me s entía mortalmente
ahogado.>> Es tas prácticas , a pesar de ser tan duras, me propor cionaron, al
parecer, un éxito i nicial. Meyrink pudo experimentar cómo mediante la
repetición mental de una palabra había tenido una peculiar visión:
Encontrábas e una noche senta do en un banco a orillas del Moldava, a s us
es paldas había una torre con un gran reloj situada en el puente del rio. En-
vuelto en s u abrigo de piel había es tado mirando fijamente al oscuro cielo
durante horas , es forzándose por lograr lo que en los es critos hindúes se
llamaba <<contemplación interior>>. Pasadas unas cinco horas se encontró de
repente ante el des eo de saber qué hora s ería. Fue precisamente al s er sacado
de s u intros pección por es te pens amiento, cuando tuvo s u primera visión. De
repente vio, con una agudeza tal que nunca en s u vida la había experimentado,
un reloj g igantesco brillando con gran fuerza en el cielo. Las manillas

16
s eñalaban las dos menos doce minutos . Mirando entonces a s us es paldas
comprobó que el reloj de la torre s eñalaba la mis ma hora. Saliendo al pas o de
los argumentos críticos que podrían formulársele indica Meyrink
inmediatamente: Queda des cartada la posibilidad de que hubiera mi rado al
reloj anteriormente, pues durante las cinco horas permanecí "inmóvil" s entado
en el banco, re-
(P. 29) gla que en estos ejercicios de concentración se observa estrictamente.>>
Es ta visión trajo consigo la aparición de determinados fenómenos fisiológicos
que Meyrink ya conocía <<por los ejercicios de yoga practicados
anteriormente>>: concretamente, la influencia en la frecuencia de pulsaciones.
Es interesante el hecho de que Meyrink da a este fenómeno un carácter causal:
<<Sentía claramente que mi corazón apenas palpitaba, creyéndolo una
cons ecuencia de la fuerte impresión s ufrida; pero pronto pude comprobar que
es taba en un error, pues la dis minución de la frecuencia no era una
cons ecuencia de la visión, sino ¡la causa de ella! Tenía la maravillosa sensación
de que una mano s os tenía mi corazón.>> Naturalmente, Meyrink se preguntó si
ello significaba que había alcanzado un cierto grado de desarrollo que le
permitiera tener otras visiones. Efectivamente, era así; pues inmediatamente
experimentó una sensación que describió como un intens o es tado de alerta; es
decir, de <<estar despierto>>. Con gran exactitud dice textualmente: << Al
mis mo tiempo que experimentaba es ta sensación de vigilia, vi cómo un trozo
circular del cielo nocturno s e alejaba de mi vis ta como si fuera una linterna
mágica. Pareció des prenderse de la atmós fera y aleja rse de ella en el es pacio,
hundiéndos e en profundidades incalculables y cada vez más lejanas. De repente
desapareció toda s ensación de fondo e inmediatamente pensé con as ombro:
durante el estado de vigilia e inclus o durante el s ueño (acto de s oñar) nos
vemos continuamente rodeados de fondos ; bien se trate de un ciel o azul o
nebuloso o bien sean pl anos de cualquier otra naturaleza, lo cierto es que ¡no
s omos conscientes de ello! En el orificio circu-
(P. 30) lar abierto en la atmósfera aparecía escrito un signo geométrico. Pero no veía yo las
cosas como se ven en la vida real —percibiéndolas parcialmente bien sea mirándolas de
frente, de costado, etc.—, sino que las veía <<simultáneamente>> por todos sus lados (¡por
muy extraordinario que parezca!) como si en ml ojo interno no tuviera una lente, sino un
circulo que abarcara al objeto enteramente. Debido a esto tenía yo la peculiar impresión de
que no existía fondo. El signo geométrico era el llamado <<in hoc signo vinces>>, es decir, una
cruz sobre una H latina. Mientras veía todo esto mi ánimo estaba totalmente sereno, sin que
hubiera en mí la más mínima sensación de transporte emotivo o algo similar, lo cual era, por
otra parte, natural, pues ml personalidad nunca fue propicia al éxtasis. Después de un rato
aparecieron otros signos geométricos que, según creo, eran algo así como el A, B, C de la
cartilla para iniciarse en el arte de la visión. Cuando llegué a casa era consciente del
conocimiento adquirido y de cómo aplicarlo para obtener visiones.>> Los medios técnicos son:
disminución de las pulsaciones, percepción progresiva del estado de alerta, paralelismo de los
ejes visuales. Después, esta técnica se hizo innecesaria: <<Me bastaba con recordar la
experiencia obtenida sentado en el banco junto al Moldava, para que aparecieran
nuevamente ante mis ojos las imágenes que había visto entonces.>> Hay que señalar que
Meyrink nunca se dejó llevar de ensoñaciones o estados de conciencia que no fueran los
normales. La facultad de la videncia ejerció un papel decisivo en su evolución como escritor,

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pues fue precisamente esto lo que le movió a escribir. Sus primeras narraciones, de carácter
fantástico, estaban siempre inspiradas
(P. 31) en imágenes, situaciones o figuras aparecidas en sus visiones. C. G. Jung captó
perfectamente este aspecto al encuadrar a Meyrink en el grupo de los escritores videntes. Su
pensamiento, expuesto a través de las imágenes videnciales, es el fundamento que caracteriza
toda su obra. A través de una observación escrita por Meyrink podemos ver hasta qué punto
influía esta facultad en su vida privada: <<Digamos de paso que con frecuencia se me
aparecen rostros, que, bien sea claramente o de forma simbólica, me han dado avisos,
consejos y enseñanzas.>>
Con esto queda señalada la primera etapa de su evolución, es decir, el haber llegado a
estas experiencias no normales; siendo el mismo Meyrink quien menciona los ejercicios de
yoga como la técnica que le permitió alcanzar dicho estadio [existe también una técnica de
perfeccionamiento espiritual, no tan dificultosa, o estricta, como lo es el yoga, que es la denominada: Sueño
Despierto Dirigido, con la que se pueden alcanzar estados de conciencia parecidos. Su creador fue: Robert
Desoille. Hay dos libros de este autor, que se pueden obtener de forma gratuita a través de Internet, donde se
explica con claridad su original técnica. Sus títulos son: El Sueño Despierto en Psicoterapia, y, Exploración de la
Afectividad Subconsciente por el Método del Sueño Despierto]. Los intentos realizados con médiums y las
experiencias de apariciones fantasmales habían corroborado su opinión de que ciertamente
existen fenómenos no explicables, según los conocimientos científicos. Esto fue precisamente
lo que le indujo a no seguir investigando en este campo que, por parecerle improductivo,
carecía de importancia para él. El yoga, que había comenzado como actividad secundaria, le
interesaba ahora mucho más y fue hasta el final de su vida, el punto central de sus prácticas
parapsicológicas. En su artículo <<Caminos de faquir>> (28) explica con sumo detalle su forma
de verlo y experimentarlo. La frase <<yoga es el "final" y no el comienzo del "camino" como
casi todos creen>>, es muy significativa. Las
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(28) G. Meyrink, Caminos del Faquir. MARZO (números correspondientes a los meses de abril y agosto 1907), además en:
"Obras Completas", tomo VI. Leipzig, 1917 (páginas 290-325).
(P. 32) consignas que aparecen en los antiguos textos hindúes, así como los ejercicios ascéticos
y las numerosas prescripciones, serán consideradas como algo oscuro e incomprensible para
aquel que no sabe <<que todos estos ejercicios corporales (mudras, asanas) hay que
entenderlos como "efectos" y no como causas. Es decir; que son sólo un camino para alcanzar
un estado en que este control respiratorio, ritmo cardiaco, etc., aparecen
<<espontáneamente>> (como sobreviene el ataque epiléptico) y es concretamente una
especie de muerte aparente. Esto hay que entenderlo de la forma siguiente: <<Tanto en la
muerte aparente como en el estado de trance, el hombre queda, por así decirlo, dividido en
dos partes: en un organismo puramente corporal y en una fuerza incorpórea.>> Los casos de
europeos hindúes, artistas de variedades, buscadores de perlas, etc., que han practicado
mudras y asanas (contorsiones, posturas) consideradas imposibles y contenciones respiratorias
prolongadas prueban hasta qué punto esto es cierto. <<La clave está evidentemente en un
sector que no es el puramente corporal.>> Parece que Meyrink desarrolló en este terreno
extraordinarias facultades por las que era capaz de curar una determinada enfermedad que los
medios consideraban sin remedio.
En su novela <<El rostro verde>> (29) describe, en forma disfrazada, muchas de las
experiencias obtenidas mediante el yoga. <<Estar despierto, ¡eso es todo! ¡Mantente
despierto en todo cuanto haces! ¡No creas que ya lo estás! ¡No, duermes y sueñas!
¡Mantente firme, concéntrate y fuérzate por un instante en sentir en todo tu cuerpo:
<<ahora estoy

18
_____
(29) G. Meyrink, El rostro verde. Leipzig, 1917, pág. 282.
(P. 33) despierto>>. De aquí parte el camino que debe conducir progresivamente <<de un
despertar a otro>>. Como consecuencia, se manifiestan signos exteriores; <<cuando hayas
llegado al punto en que tu cuerpo esté también penetrado de ese "estar despierto", los
dolores se desprenderán como hojas marchitas.>> Aparecen también otras sensaciones:
<<El camino que te indico está sembrado de experiencias asombrosas, así como de
fenómenos y figuras engañosas.>> A la inmediata pregunta de cómo diferenciar lo auténtico
de lo falso, responde: <<Te daré una señal por la que conocerás si se trata de una visión
verdadera o de una figura engañosa: cuando, frente a la visión, tu conciencia se turba y las
cosas del mundo exterior se vuelven confusas o desaparecen, desconfía, ¡ten cuidado! Se
trata de una figuración tuya. Si no descubres en ello algún paradigma oculto, no es otra cosa
que un fantasma sin consistencia, un esquema, un ladrón que se alimenta de tu vida.>> En el
camino <<del despertar>>, el organismo biológico, es decir, el cuerpo, es calificado como
<<el enemigo más enojoso>>: <<El fin que persigues no es reprimir las manifestaciones
corporales. Si las reprimes, debes hacerlo sólo para conocer las fuerzas de que dispones. Se
trata de ejércitos casi invencibles por su potencial numérico, que enviará a luchar contra ti
uno tras otro. Si les haces frente utilizando los medios, al parecer simples, que posees,
puedes vencerlos a todos: sentarte tranquilo, dominar duramente los músculos que tratan
de estremecerse, sentir el hervir de la sangre hasta que el rostro se cubre de sudor, el
martilleo del corazón, el escalofrío de la piel que llega a erizar los cabellos, el balanceo del
cuerpo como si éste hubiese perdido su centro
(P. 34) de gravedad. La victoria no se debe solo a la voluntad, aunque así pueda
parecer: en realidad se trata de un alto grado alcanzado en el "estar despierto".>>
Lo que Meyrink describe aquí es el tercer estado en el camino del yoga (30).
Profundizando más en sus explicaciones, continúa: <<Después se te enfrentarán
otros enemigos: el vago fantaseo de tu mente, contra el cual nada puede la espada
de la voluntad. Cuanto más fuertemente le golpees, tanto más fieramente se
revolverá contra ti. Si logras expulsarlo durante un momento, caerás en un estado
de somnolencia, resultando así —Si bien de otro modo— también el vencido. Es
inútil tratar de reprimir tus pensamientos; solo existe un medio de evadirse: al -
canzar un grado más elevado en el estado de vigilia.>> En esta descripción aparecen
los dos estadios siguientes del yoga: Pratya hara (control de los sentidos) y Dharana
(control del pensamiento). Ahora la cuestión es saber por qué métodos se alcanzan
los grados más elevados del yoga. Meyrink responde a esto: <<El cómo empezar es
algo que tienes que aprender tú solo. Tienes que usar tu sentido intuiti vo, tantear
precavidamente y tomar después una resolución clara y rotunda. Esto es todo
cuanto puedo deci rte; cualquier otro consejo sería altamente perjudicial. Es como si
te encontraras en un des filadero rocoso del que no puedes bajar más que con tus
propios medios.>> En este punto hay que recordar una frase de Emil Bocks (31):
<<Meyrink sabe
_____
(30) Comp.: J. H Schulz, Entrenamiento para dominar las funciones corporales. Stuttgart, 1950, pág. 268.
(31) Lic. E. Bocks, El repetido vivir en la tierra/La idea de la transmigración de las al mas en la historia
alemana del espíritu. Stuttgart, 1932. Edición II, 1961.
(P. 35) mucho más de lo que dice.>> Las palabras de Max Brod (32) completan, en
cierto modo, el comentario anterior: <<Había algo en él que le obligaba a uno a elegir

19
entre creerle de forma absoluta o no volver a ocuparse de él, apartándose por
completo de su círculo.>>
Este grado máximo de <<estar despierto>> no ha sido, hasta ahora,
satisfactoriamente definido. Si existe un "estar despierto al máximo", falta un piso
en el edificio de la psicología moderna>>, dice Louis Pauwels (33).
No se puede describir es ta situación de un modo más gráfico. Sin embargo, este
mis mo autor hace una cita también muy expresiva refiriéndose <<al texto más
revelador de cuanto nos ofrece la literatura moderna sobre es te es tado del yoga:
se trata de un fragmento de la novela "El rostro verde", de Gus tav Meyrink>> (34).
Podemos s uponer con seguridad que Meyrink nunca hubiera dado unos informes
tan íntimos sobre los distintos grados alcanzables en el yoga, si no los hubiera
experimentado por sí mis mo.
Es propio de su es píritu universal el hecho de que se interesara también por
otras ciencias de ca rácter ocultista. En cuanto a la As trología, la rechazaba de
plano, calificándola de <<repelente veneno>> (35). Con lo cual no quiere decir en
modo alguno que la As trología s ea solamente supers tición. <<L o
_____
(32) Max Brod, Vida belicosa / Autobiografía. Múnich, 1960.
(33) Louis Pauwels, Jacques Bergier, Penetración en el tercer milenio / Sobre el futuro de la razón fantástica.
Berna y Stuttgart, 1962.
(34) Págs. 283-293 de "El rostro verde". [Estas páginas se han agregado al final de esta obra de
conjunto, en la sección: ANEXO, p.\folio, 229 y sigs. (Ladlo)]
(35) G. Meyrink, "En el umbral de lo ultraterreno".
(P. 36) que es seguro>> es que se trata de una <<luz equívoca>>. Rechaza esta
ciencia fundándose en profundos razonamientos de carácter psicológico:
<<Cuando al hombre no le basta el entendimiento para elegir uno de los caminos
que se le presentan, debe hacer uso de su capacidad intuitiva en lugar de echar
mano, al azar, de tablas astronómicas.>> Fundamentalmente este problema se
presenta así: <<Si las facultades no se ejercitan se atrofian. ¿Por qué, pues,
consultar tablas astronómicas ya elaboradas por otros seres y que son además
defectuosas, en lugar de mantenerse activo y preguntar a la propia alma? ¿Por qué
interrogar a otros sobre cuestiones que le atañen a uno mismo?>> Aparece aquí
nuevamente el principio yogista que evidentemente era el que dirigía toda su vida
espiritual.
Su opinión s obre el es piritis mo es también negativa: Presiento claramente
que es tá cercano el día en que el empleo de médiums invadirá a la humani dad
igual que una epidemia de pes te>> (36).
Meyrink amplió s us inves tigaciones llevándolas a otro terreno: el problema
de la ampliación dimensional por medio de la droga. Inves tigaciones que
precisamente hoy, y debido des de luego al abus o, han cobrado actualidad. Ya
entonces percibió claramente que también és te es un medio de provocar
experiencias anormales , aunque conocía con exactitud los peligros que
entrañaba. Sus experiencias con el haschisch (37) des piertan hoy día, en que
el us o de drogas tiene ya el carácter de epidemia, un interés extraordinario. Si
s e obs ervan las precaucio-
_____
(36) G. Meyrink, El Dominico profeta [(El Dominico blanco)]. Pág. 220.
(37) G. Meyrink, El haschisch y la videncia. Diario Praga del 17-I-1926.

20
(P. 37) nes que adoptó antes de llevar a cabo el experimento, de cuyos riesgos era
plenamente consciente, se ve cla ro el peligro a que se exponen aquellos que, sin
reflexión alguna, provocan visiones que pueden traer consecuencias nocivas de
carácter psíquico y físico. Evidentemente, Meyrink experimentaba como
<<gnóstico>> (38) no trataba de satisfacerse por medio de la droga, sino de
comprobar si a través de ella, se podían obtener experiencias espi rituales en una
dimensión diferente.
Le interesaban muy es pecialmente las alucinaciones producidas por drogas.
Por ello y tras cons ultar —hacia 1891— con un médico amigo en Praga, resolvió
hacer una prueba con un extracto de has chisch. Por consejo del médico tomó
algunos gramos de <<Tintura cannabis indicae>>, con lo que inmediatamente se
sintió mal. Creyendo no haber usado un producto efectivo, repitió la prueba
muchas veces. Un comerciante árabe de tabacos le confirmó es ta suposición al
decirle que el auténtico haschisch que se usa en Oriente para provocar éxtasis de
índole religiosa tenía que ser elaborado de una forma es pecial. Por ello prometió
enviarle de El Cairo una cantidad determinada. Efectivamente, el paquete llegó
algunos mes es después, tras pasar el control de aduanas sin dificultad, pues fue
camuflado astutamente. El árabe le había aconsejado tomar 30 gra mos, pero el
médico se quedó aterrado al oír mencionar tal dosis. Meyrink trató de recordar
su últi-
_____
(38) La palabra "gnóstico" hay que entenderla aquí en el sentido de que Meyrink, aunque no
pertenecía a esta secta religiosa, trataba de experimentar al modo gnóstico, es decir, intentaba obtener
conocimientos objetivos sobre las relaciones del hombre con lo ultraterreno. (N. del T.)
(P. 38) ma conversación con el comerciante árabe: <<Dis uelva 30 gramos en
café negro y luego bébalo. Tendrá usted en la mano una caña de bambú.
Cuando haya as pirado el humo, experimentará la s ensación de que la caña es
una es calera. Por medio de ella tiene us ted que s ubir>> Al día siguiente llamó a
varios amigos, pues quería hacer la prueba ante tes tigos . Hacia las tres de la
tarde tomó la bebida. Trans currieron varias horas sin que s ucediera nada.
Cuando ya eran las seis, el médico bromeaba escéptico: <<¡Quién sabe qué
pócima sin valor será es to!>> Entonces Meyrink comenzó a pasear nerviosamente
por la habitación y, efectivamente, sucedió alg o: <<De repente tuve la sensación
de ser un cuarto metro más alto y caminar sobre zancos . Mis facultades mentales
no estaban afectadas lo más míni mo: percibía con claridad las cosas del mundo
exterior. Un "humo frio", por así decirlo, me mortificaba cada vez más. La palabra
"borracho" no sería apropiada para describir este peculiar es tado; no había
torpeza alguna en mis sentidos como ocurre por efecto del alcohol. Al contrario,
estaban increíblemente agudizados. Los ruidos más insignificantes me parecían
truenos. No había huella de éxtasis de ninguna índole; por el contrario,
experimenté una lucidez mental que nunca había sentido antes . Cuando se lo
comuniqué al médico, és te refunfuñó: “¡Qué tontería! ¡Hemos olvidado la caña de
bambú!" “O bien, la his toria es más pesada de lo que habíamos creído", repuse.
Entre tanto la sensación de altitud habla aumentado, has ta el punto de que a
veces creía volar. A mis pies y con increíble claridad veía parajes maravillosos,
glaciares y valles, paisajes tropicales , bos ques, desiertos vivamente ilumina-
(P. 39) dos . Pero es to no me hacía s entir la menor sens ación de trans porte ni
olvidaba un instante dónde me encontraba realmente; únicamente es ta

21
"realidad" me parecía mucho más banal que el contenido de la visión. Durante
un rato guardé silencio, pues es tos parajes completamente desconocidos me
interes aban cada vez más . Los observaba preguntándome si no aparecería algo
(un hombre o alguna Señal) que me indicara si el país que veía exis tía en la
realidad. Inmediatamente apareció la res puesta en forma de figura humana:
Me vi a mí mis mo como, fluyendo de una nube. No llevaba ml traje acos tum-
brado, sino que, al parecer, iba ves tido al modo asiático, con un sombrero de
paja redondo y terminado en punta, como los que usan los anamita s . Es taba
des calzo y llevaba un ves tido mis erable de lienzo azul desgas tado. Por medio de
un palo a las es paldas s os tenía dos cubos; un portador de agua, evidentemente.
Empezó a mover los labios y yo, intrigado, trataba de entender lo que me decía,
cuando, para mi dis gus to, uno de los pres entes (el s eño r Unold, empleado
de una cas a de créditos) me dij o algo, al oído y la visión se esfumó: "Así no vamos
a ninguna parte —le oí decir—. ¿Cree usted poder darnos alguna prueba de
videncia en el es tado en que se encuentra?” Miré al que me hablaba y quise
res ponderle, pero no sabía cómo lograrlo. Entonces tuve de repente una
nueva visión, tan nítida y clara que mientras la contemplaba olvidé dónde me
encontraba: vi a mi amigo Hans Ebner —quien habiendo si do también invitado a
presenciar el experimento no había llegado aún— ante la cas a del relojero S. ,
muy conocido en Praga. Miraba a lo alto, hacia un g ran reloj vivamente
iluminado que es taba s ituado
(P. 40) en el gablete bajo el tejado. Miré también al reloj. Las manecillas señalaban las diez
menos diez. Mi amigo vestía un Havelock negro y llevaba en la mano un bastón con una
anilla plateada en la que había introducido el dedo pulgar haciendo girar en círculo el
bastón. Expliqué a los presentes lo que veía. "¡Entonces, Ebner debería estar aquí dentro de
un cuarto de hora!" —exclamó el señor Unold—. "No, acaba de tomar un coche; llegará
antes" —repliqué—. Para comprobar si todo esto era sólo una fantasía, intenté apartar de
mi mente la visión, reemplazándola por otra arbitrariamente elegida; pero, aunque me
esforcé mucho, ¡no resultó! Vi cómo el coche llegaba casi hasta la puerta de mi casa. Unos
minutos después Ebner entraba en la habitación. Llevaba el abrigo y bastón que acabo de
describir; indumentaria que yo nunca le había visto antes. Se le interrogó minuciosamente y
todo coincidía exactamente con lo que yo había visto.
Después de este hecho los presentes quisieron comprobar (aunque no era el momento
ni el lugar adecuado) hasta dónde llegaban las facultades videnciales de Meyrink y si éste
era capaz de predecir un determinado acontecimiento: se le planteó el problema de indicar
qué cotización alcanzarían tres días después (el martes) unas determinadas acciones del
Banco de Crédito austriaco. Meyrink se puso a la tarea y predijo no solo el número
requerido, sino también otros veinte pertenecientes a otras acciones. Un banquero que
estaba presente calificó estas cifras de <<completamente absurdas>>. <<Lo asombroso fue
que el martes a las once de la mañana, cuando se publicaron los valores de la Bolsa
vienesa..., ¡aparecían dieciséis cifras que coincidían con las que yo
(P. 41) había predicho!>> Las acciones que se le habían propuesto a Meyrink habían
alcanzado precisamente el martes el valor predicho por él. <<Sólo cuatro cifras no
coincidían. Eran valores que… ¡Yo mismo poseía! Había fijado unas cifras demasiado altas
debido sin duda a que un deseo de mi subconsciente había enturbiado mis facultades
videnciales.>> Esta última observación de Meyrink referente a los casos en que el vidente
predice sobre cuestiones que le atañen a él mismo tiene una importancia fundamental. <<Por

22
otra parte, se trata de una circunstancia que nos ayuda a conocer la esencia de la videncia y de
cuanto se relaciona con ella.>>
Si analizamos el experimento de Meyrink efectuado con el haschisch, observamos, en
primer lugar, que fue un hecho aislado. En todo caso llegó a la conclusión de que las
experiencias provocadas por drogas tienen un valor muy problemático. Meyrink no se
acarreó daño alguno con este experimento, ya que, por medio de los ejercicios de yoga,
había alcanzado un alto grado de entrenamiento psíquico. Aquel que sin preparación
alguna cree que por medio de la droga puede forzar su naturaleza para obtener
inmediatamente sensaciones psíquicas y traspasar sus límites humanos, no experimentará
apenas videncia alguna (bien sea temporal o espacial) y, en todo caso, se acarreará daños
graves e incurables.
En una visión general tan resumida, la personalidad de Gustav Meyrink no puede ser
comprendida en toda su profundidad. En esencia sólo se pueden formular tesis que en el
futuro deberán ser demostradas. Pero una cosa es cierta: La psicología, que se ocupa de los
problemas-límites, tiene aquí un rico
(P. 42) material de experiencias que podrá analizar y enjuiciar en el futuro.
En la presente selección se ha intentado reunir el material disperso o abandonado,
que resultaba inaccesible al lector. Poniéndolo a su alcance hemos querido contribuir a
abrir nuevos caminos que permitan conocer la figura de Meyrink como escritor y como
vidente.
Publicamos por primera vez un fragmento de su última novela, titulada <<La
casa del alquimista>>, que el doctor Julius Gustav Böhler, nieto de Meyrink, ha
elaborado, partiendo del manuscrito original, así como su valiosa edición sobre la
exposición de la novela completa. Esto nos permite seguir el desarrollo de la acción
tal y como Meyrink la concibió y observar qué ideas ocupaban su mente en la
última época. El motivo principal, centrado en la figura demoníaca del médico
doctor Ismael Steen, parece ser una predicción visionaria del futuro. <<Su
especialidad es el llamado psicoanálisis. Pero no emplea sus conocimientos para
bien del paciente, sino al contra rio, para despertar confusión espiritual en sus
víctimas. Espíritu sofisticado en forma tan repugnante, sólo tiene una meta: la
continua invención de métodos sádico-espirituales que después emplea para
destruir la personalidad. Este es para él el elixir de la vida. Entre las narraciones
cortas, se han elegido principalmente aquellas que, entremezcladas en el texto de
otros libros, son difícilmente localizables (por ejemplo, la titulada <<El relojero>>),
o bien, las que encontrándose desperdigadas en periódicos y revis tas, resultaban
prácticamente inaccesible al lec tor de hoy.
Por razones similares se ha reimprimido tambié n
(P. 43) una exposici ón res umida que con el título <<En la frontera de lo
ultraterreno>> apareció en 1923 y donde Meyrink explica con cierto sistema su
imagen de lo que sería un mundo orientado hacia lo parapsíquico.

Eduard Frank

(P. 44) En blanco

23
(P. 45) LA CASA DEL ALQUIMISTA

(Fragmento de una novela)

Capítulo I

<<La casa del pavo real>>

<<¡Busco "la casa del pavo real"! ¿Es éste el callejón del salitre?>>, preguntó un
caballero escrupulosamente afeitado y provisto de un abrigo, a grandes cuadros
mientras, saludando con el sombrero, cerraba el paso a un hombre con aspecto
profético que vestía un hábito de burdo pelo entretejido.
¡No hubo respuesta!
<<¡Me refiero al café del persa Khosrul Khan!, agregó el caballero del abrigo a
cuadros alzando la voz, pues pensó que el otro era sordo.
El hombre del hábito, sin bajar la vista un solo instante, miraba fijamente y como
ausente el encendido fulgor de la tarde. Luego sacudió la melena de profeta que
ondeaba en su nuca y señaló en silencio una puerta de mosaico frente a cuya casa se
encontraban. Al alargar el brazo, la manga de su túnica retrocedió ampliamente, dejando
al descubierto un brazo de asceta seco y esquelético.
Con pasos lentos se puso otra vez en camino mientras el sol invernal alcanzaba su ocaso.
Sus pies
(P. 46) des nudos s e hundían has ta los hues os en la nieve es pes a con
reflejos de coral.
<<Gracias >>, murmuró el caballero del abrigo a cua dros y examinó
atentamente la puerta de mos aico multicolor: el azul turquesa y el verde jade
resaltaban vivamente en la fachada de piedra arenisca que mos traba un color
rojo des vaído. El caballero retrocedió un pas o, sacó del bolsillo un cuaderno de
notas y, con rápidos trazos, hizo un es bozo. <<Seguramente un pórtico cubierto
por la nieve>>, murmuró entre dientes. Su mirada se había fijado en un montón
de nieve que, en la cornisa de la puerta, aparecía como colgado.
La cas ualidad quis o que en aquel moment o la mas a de nieve s e
des plomara, dejando al descubierto un animal heráldico que a modo de
emblema habla s ido labrado en la piedra: un pavo real con una barba hirs uta
de carámbanos de hielo; una obra de arte de vivacidad increíble: el plumaje
de s u cola des plegado al máximo y enhies to como en una ira encendida,
tenla las alas extendidas y s os tenía en s us garras una farola de un color
verde cobrizo. En una mueca más bien propia de diablo que de p ájaro y
dirigiendo la mirada a los cielos , s onreía irónicamente con malicia s atánica.
El contorno de s u cuerpo parecía carcomido, casi totalmente corroído por el
influjo de los s iglos .
Como s i se es perara al caballero de los cuadros , una mano fina y delg ada
abrió entonces la puerta y una muchacha joven de pelo negro azulado
vis tiendo un pantalón turco femenino de color rojo, las cejas muy pobladas y

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cas i unidas en el nacimiento de la nariz, le invitó, sin pronunciar palabra y
con ademán serio, a entrar en el café.
(P. 47) El humo dulzón de tabaco oriental que como una niebla es pesa llenaba
la es tancia comenzó a evolucionar en forma de nubes , movido por la corriente
de aire que s e estableció al abrir la puerta. Como si emergieran entre el humo
fueron apareciendo hornacinas de madera tallada en las cuales es taban sen-
tados los clientes —en su mayoría ya de edad avanzada— jugando al ajedrez o
leyendo periódicos. Al entrar el caballero de los cuadros todos levantaron la
vis ta con la expresión del que ha sido s orprendido en una acción prohibida; s u
apariencia no encajaba del todo en aquella atmós fera. En el fondo, y sentado
con las piernas cruzadas ante una es pecie de taburete de latón brilla nte,
aparecía un anciano de piel os cura como un árabe, la barba teñida de rojo
es carlata al modo asiático, ojos blanquecinos, aguda nariz aguileña, con un
turbante azul grisáceo en la cabeza; as pi raba a intervalos regulares de un
narguile. Tan pronto roza ban sus labios el extremo del tubo de ámbar, exhalaba
unos estertores guturales como si en el vas o multicolor estuviera atrapada
alguna criatura retorciéndos e en mortal agonía.
<<Es te podría ser el persa Khos rul Khan>>, pens ó el caballero de los
cuadros , y des pojándose de s u abrigo comenzó a doblar cuidadosamente un
chal —también a cuadros — que llevaba al cuello. Pero s u apariencia no
cambió mucho, pues s u traje era de la mis ma tela, es decir, con idénticos
cuadros .
<<¿Es us ted el s eñor corres ponsal?>>. <<Claro, claro, naturalmente. ¡Cómo
no iba a s erlo! ¡Mi nombre es Gracchus Meyer!>> . <<Se me ha encomendado
la misión —s u dedo pulgar vuelto hacia detrás s eña-
(P. 48) laba al pers a — la dis tinguida y honorifica mis ión de informarle de todo,
s eñor corres pons al. ¡Todo es tá preparado! Planos , dibujos . ¡Todo! ¡Todo…!
¡Allí!>>, y uniendo al pulgar s u dedo índice, rígido y de as pecto gotos o, indicó
a través de los vapores de humo una mes a ante la ventana, s obre la que había
un montón de carpetas .
El de los cuadros s e quitó s us lentes y, limpiando l os cris tales empañados,
obs ervó al llamado Gracchus Meyer: un hombre viejo, enjuto de carnes, con
una barba gris, hirs uta y gatuna, en las mejillas ; pequeños y versátiles ojos de
mono que no es taban quietos un s egundo, moviéndos e de aquí a allá, a
derecha e izquierda, de arriba a abajo con la velocidad del rayo como si
tuvieran que mantener cons tantemente a raya a un ejército de seres
invisibles. Evidentemente el viejo había s urgido de la huma reda
precipitándose, con la rapidez de un ave de pres a, s obre el caballero del
abrigo a cuadros . Agarrándole de la manga le arras tra ba ahora hacia el
entrante que formaba la ventana: <<¡Aquí! ¡He trazado, inclus o, un plano de
la situación de la casa por si lo neces ita para s u valios o periódico! Como digo,
ml nombre es Gracchus Meyer. En realidad s oy es cribiente auxiliar del
juzgado>>. Es to parecía s er dicho a modo de disculpa para que el s eñor
Correspons al no le juzga ra por s u as pecto, pues el brillo de s u chaqueta era
notorio y s us zapatos —a pesar del crudo invierno— eran de ligera lona
marrón con la corres pondiente s uela de goma negra .

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<<¡Sí, s í, auxiliar! Pero ml verdadera profes ión en la vida es la de cronis ta.
Naturalmente, en el sentido de que es cribo crónicas ; no es que padezca nin-
(P. 49) guna enfermedad crónica>> (39). <<Por lo tanto, s eñor Corres ponsal,
no tema en absoluto contagio alguno, —¡Leila, de prisa, un moca para el
señor!—. Se trata de algo exquisito. Naturalmente, yo nunca lo he probado;
pero en los muchos decenios que llevo aquí siempre oí decir que es exquisito. En
caso contrario no hubiera osado recomendarlo a un caballero tan fuerte como
us ted, señor Corres ponsal . ¿Puedo permitirme también colgar de la percha s u
valios o abrigo, señor Corres ponsal?>> . <<No, por favor, de nada>> (el señor de
los cuadros no había motivado en modo alguno es ta res pues ta). <<¡Bien!,
¿tomamos asiento?>>. <<No, no, querido Buey, esta mesa está reservada>>.
El de los cuadros puso cara de asombro, pero pronto, pudo constatar con alivio
que la denominación de <<Buey>> no iba dirigida a él, sino a un flaco <<Don
Quijote>> de abdomen alargado y bigote gris blanquecino, que había estado
escuchando la conversación y lanzando miradas reprobadoras por encima de su
periódico y que ahora había adoptado la sos pechosa aptitud de adelantarse a
Meyer dirigiéndose también al recuadro de la ventana .
<<¡No me considera merecedor de tal honor! —cuchicheó el auxiliar—. Pero
ahora ya no nos moles tará nadie, s eñor Corres ponsal. ¡Fuera de ahí, tú, pillete!
—un aprendiz de zapatero que pasaba por el callejón se había detenido ante la
ventana y trazaba letras con una bola de nieve en el cris tal —. Ahora es tá bien,
s eñor Corres ponsal; al fin. Es increíble
_____
(39 ) La palabra "cr onista " (en al emá n "c hr oni ker ") ti ene la mis ma for ma en a mbos
s entidos. El juego de pala bras es tá , en cas tellano, algo fuera de l uga r , pues no ca be c onfusi ón
al guna entr e un "c rónico" y un "c ronista ". (N. del T.)
(P. 50) como uno tiene que estar en todo. Veamos : ¿Cuándo se construyó la casa?
No hay alma viviente que lo sepa —Leila, ¿dónde es tá el moca?—. Debe us ted sa-
ber, señor Corres ponsal, que Leila es la hija del persa Khos rul Khan.
Naturalmente, no acepta propinas en absoluto. Ella es, en realidad, una
malabarista>>. El señor cuadriculado abrió la boca asombrado ante el desaforado
des orden que mos traba aquel parlanchín auxiliar en la exposición de s us ideas;
pero no le dio tiempo a formular ninguna pregunta, pues Gracchus Meyer
levantó la mano pidiendo calma y continuó hablando a borbotones: <<Por sus
venas corre sangre de princesa de antiquísima ascendencia asiática. Has ta trece
cuchillos afiladísimos es capaz de manejar, haciendo alardes dificilísimos y sin
dejar caer ninguno (¡pongo a Dios por tes tigo!) o cortarse, lo cual,
inevitablemente, provocaría s u muerte. Es admirada por todos los artistas
asiáticos que concurren en es te local. Khos rul Khan es muy conocido en Oriente y
tiene aquí en la casa una especie de albergue para s us paisanos asiáticos: para
los derviches que pobres, solitarios , silenciosos —nadie sabe por qué— a veces
llegan a nues tro frio país. Supongo que pertenecen todos a una comunidad
religiosa secreta y que Khos rul Khan es un jeque. Los europeos no s on admitidos
en el albergue, que está aquí al lado, junto al café. Sí, sí, Leila es única en s u arte.
Aprendió el malabaris mo de un copto, Marcos s e llama. Pero él so lo consigue
manejar doce cuchillos . Mucho me equivoco si entre ambos no exis te una
relación religiosa. Cuando ella actúa, Marcos reza siempre en s u idioma copto. Si

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vuelve us ted la cabeza, señor Corresponsal, le podrá ver en el espejo de la pared.
¡Aquel hombre alto del traje egipci o
(P. 51) con galones dorados y un puñal en la banda! Precisamente ahora empieza
con s u acostumbrada broma. Tiene la extraña cos tumbre de afilar de vez en
cuando s us dientes como si fuera un tigre. Son negros como la pez. Cada vez que
los veo me sobrecojo…>>. A Gracchus Meyer le faltó el aire, por lo que hubo de
interrumpirse un momento res pi rando trabajosamente, pero inmediatamente
agregó en tono s osegado como si quisiera tranquilizarse a sí mis mo: <<Es de
mas ticar areca. Los dientes se ponen negros. Conozco también el s ecreto del arte
de Leila. ¡Todo estriba en la virginidad. Marcos es cris tiano-copto y un faná tico
devoto de madonas. Para él, Dios es una mujer: una virgen. Solo un ser humano
virgen puede producir milagros . Creo, se ñor Corres ponsal, que us ted haría una
buena obra si en s u informe a Berlín escribiera en el mis mo sentido y des tacara
las excelencias de la virginidad. Los lectores de Berlín prestarían atención a esta
gran cosa; desgraciadamente, en nuestra ciudad la gente es tá demasiado
depravada. Pues sí, el malabaris mo de Leila raya en lo milagroso... Pero, ¿qué
estábamos diciendo? Sí, es o es, ¡la casa! Veamos: nadie sabe quién la construyó.
Según la saga, el famos o alquimis ta medieval Güs tenhöver fue su primer ha-
bitante y en ella realizó toda clase de obras misteriosas, como transformación de
metales, elaboración del elixir de la vida y cosas parecidas>>.
Una mezcla de graznidos dis onantes, s ordos gru ñidos y sus piros airados,
acompañados del chasqui do rotundo de una hoja de periódico al volver la página
en ademán colérico, surgieron de repente procedentes del apartado contiguo y un par
de lentes centelleantes asomaron por encima.
(P. 52) <<Señor doctor Apuleyus Bue y, permítame us ted —gritó Gracchus
Meyer resoplando indignado—. Güstenhöver era alquimista y fabricante de oro.
¡Sus aullidos bestiales no cambiaron es to ni en una jota! Naturalmente, us ted…,
us ted des earía ahora s oltar s us chis mes de pacotilla: ¡que Güs tenhöver no
transformaba metales , sino hombres! ¡Tonterías ! ¡Le digo yo a usted! ¡Hoy día
hay que es tar con los pies en el suelo! ¿Qué sentido tendría transformar
hombres ? Aparte de que es algo absolutamente imposible>>.
<<Así, pues, tonterías y nada más. Como cronista, debo saber mejor que nadie si
Güstenhöver transformaba metales u hombres>>.
<<¡No le escuche us ted, s eñor Corres pons al! No me considera merecedor
de tal honor. Bien, s obre la vida de Güs tenhöver no s e s abe nada en
abs oluto. En la ciudad no es tá enterrado, pues yo lo hubiera encontrado
es crito en las crónicas . De aquí viene la leyenda de que no murió. Tampoco
es tuvo cas ado. Por favor, ¡un alquimis ta cas ado! O lo uno o Jo otro.
Llegamos otra vez a lo mis mo; la virginidad l o es todo. Yo tampoco es toy
cas ado y, des de luego, s oy contrario de un alquimis ta; es decir, auxi…
Descendientes s í que ha dejado. El dueño actual de la "Cas a del pavo real" s e
llama también Güs tenhöver: Jeróni mo Güs tenhöver. Es un s olitario. Un
relojero. Pero un relojero muy peculiar: más bien diríamos un médico en
relojería. Pero s obre es o vol veremos luego. Tiene una pequeña tienda,
donde vive en compañía de s u insigne es posa, Petronella. Es tá, por l o tanto,
cas ado; pero en el fondo —volvemos a lo mis mo— no lo es tá. Se trata del

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llamado matrimonio de San José. En los s es enta años que llevan casados no
ha tocado a s u mujer>>. Gracchus Meye r
(P. 53) miró temeros o a s u alrededor, como s i es tuviera a punto de des velar
el más tremendo s ecreto, y mur muró: <<¡Ni s iquiera ahora la toca aún! Aquí
tenemos nuevamente la virgi nidad... Y s u habilidad en el arte de "s anar
relojes enfermos " raya también en lo milagros o. Aquí en el plano — donde
es toy s eñalando con el dedo— es tá s u tienda. Como us ted ve, la cas a tiene
dos fachadas : és ta del s ur da al callejón de la cruz: aquí es tá la tienda. Al lado
s e encuentra el llamado "laboratorio bioquímico del padre Adam".
Seguramente uno de los hombres más extraordinarios que han exis tido. Según
s e dice, el padre Adam as egura que frecuentemente s e le ha aparecido en
s ueños el alquimis ta en pers ona y que le ha ens eñado a preparar el elixir de la
vida. Pero us ted ya le conoce, s eñor Corres pons al>>.
El de los cuadros arqueó las cejas as ombrado, pero no llegó a pronunciar
palabra; Gracchus Meyer lo impidió habilidosamente: <<¡Oh! Ya lo observé
también des de la ventana, señor Corres pons al. Cuando us ted, ahí afuera, en la
nieve, le preguntó por el café. Un hombre con un hábito marrón y con los pies
descalzos. Sí, sí, es tá inmunizado contra el frío. ¡Ojalá yo lo es tuviera
también! Pero hay que es tar contento; no s e puede tener todo. ¡Sí , sí, s eñor
Corres pons al, a mí no s e me escapa nada! El don de l a aguda obs ervación me
viene des de la cuna: en parte heredado de mi bendit o padre y en parte
trans mitido por mi s eñor Jefe, el s eñor Cons ejero del Tribunal Regional. De
es te último lo adquirí en mis años de madurez ya que de niño, naturalmente,
no podía ejercer como s uplente activo. Pe ro no nos apartemos del tema. O
mejor dicho: continuemos con la casa. Su emblema, el pavo real que es t á
(P. 54) sobre la puerta, es antiquísimo como sus propios muros. Y éstos —mire por
favor aquí— son así de gruesos>>. Gracchus Meyer extendió ufano los brazos como
si quisiera convertirse en un murciélago y salir volando de un momento a otro:
<<Arriba, naturalmente>> —bajó la voz en tono fantas magórico—, <<arriba,
naturalmente, no llegan a ser ni la mitad de anchos>>. Gracchus Meyer apretó los
brazos en torno a su cuerpo que simultáneamente trató de encoger al máximo.
Evidentemente quería hacer una representación plástica del fenómeno para que le
entrara por los ojos a su interlocutor —quien contra su voluntad permanecía
mudo— el fenómeno de que los muros adelgazaban progresivamente. <<Y esto,
señor Corresponsal, me ha hecho sospechar que el piso de arriba fue construido en
siglos posteriores; ciertamente un descubrimiento asombroso; la casa no ha venido
al mundo de forma usual, es decir, terminada. No, no: ha crecido, ha crecido como
crecen los hombres. Se trata por lo tanto de algo que está entre los seres vivientes y
las cosas inanima das: una especie de ser intermedio. Desde luego no puedo aportar
pruebas de que la casa <<ha crecido así>>. Aunque durante decenios lo he intentado
investigando en las crónicas denodadamente, mis es fuerzos han sido en vano. En
este punto la meta de mi vida se me presenta, por así decirlo, en una lejanía
inalcanzable. Por favor, cuando informe usted a su periódico, mencione usted que
en este sentido no me es atribuible culpa alguna. En lo tocante a este punto está en
juego mi reputación como cronista. Yo me lavo las manos>>. Gracchus Meyer colocó
un momento sus manos sobre la mesa como si en ella estuviera preparada una
jofaina de agua

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(P. 55) que viniera a corroborar el s ímbolo. Pero cuando s u vis ta se fijó en el
borde negro que ponía una nota de luto en s us uñas, s e apres uró a apartarlas
para no des truir la autenticidad de la parábola que acababa de expresar con
s us palabras . Durante un segundo quedo atas cado en s u discurs o, Pero el de
los cuadros perdi ó nuevamente la oportunidad de intervenir, pues Gracchus
Meyer, s obrecogido de temor al pensar que podría s er interrumpido, gritó:
<<Y el tejado de la cas a es completamente pl ano y de vidrio.>>
El de los cuadros gimió deses perado, sacó un pañuelo a cuadros —cuyo
dibujo coincidía con el del traje— y s e s ecó el s udor de angus tia que cubría
s u frente. Entonces hizo algo cuyo s entido no veía claro, pero que s in duda
res pondía a un deseo inconsciente: con el í mpetu de quien s ufre
repentinamente un ataque de as fixia, s e desabrochó el chaleco dejando al
des cubierto la pechera de s u camis a —¡también a cuadros !—. Los zoólogos
en s u lenguaje peculiar dan a es ta acción la denominación de <<Aterrorizar al
enemigo>>: exis te un saltamontes exótico llamado <<adorador de Dios >> —
aunque la mano artís tica del creador no se ha prodigado precisamente en
él— que s e vale de medios parecidos contra aquellos advers arios que le
ins piran un miedo mortal: cambiando brus camente el color de s u piel, produce
tal espanto al enemigo, que éste huye.
Pero contra Gracchus Meyer este arma no fue efectiva. Ciertamente su mirada
quedó fija, durante algunos segundos, en la tela de cuadros; Pero el deseo de
continuar su discurso era en extremo vehemente. Aunque el corresponsal se hubiera
rasgado el pecho —dejando al descubierto un corazón
(P. 56) también cuadriculado—, para interrumpir el discurs o de Gracchus Meyer,
difícilmente hubiera impedido que és te s e apres urara a continuar: <<El tejado
de vidrio fue cons truido por el univers almente famos o s abio y millonario señor
doctor Is mael Steen. Primero porque frecuenta es te café de noche y de día,
s egundo porque es trans parente, cosa que necesita para s u es tudio
cinematográfico privado, arriba en el prime r pis o; te rcero porque s uele
aterri zar en él.>>
<<¿Qué?... ¿Para… a terrizar?>> Una expresión de as ombro s e dibujó en el
de los cuadros ; todo quedó en un gesto, pues había renunciado ya a intervenir
acústicamente.
<<Con su avión, concretamente>> —explicó Gracchus Meyer en un bajo profundo
que sugería una plena satisfacción, debida, sin duda, a su victoria sobre su impotente
contrincante—. <<¡Ahí está! ¡Ahí está! ¿Oye usted?>>
<<¡Creo que viene volando! ¿Oye usted el zumbido en el aire?>>
<<¡Qué estupidez!>> Es únicamente el sonido de la pipa de Khosrul Khan —gritó el
<<Don Quijote>> desde el apartado contiguo, no pudiendo contenerse por más
tiempo.
<<¡Oiga, oiga, Buey! ¡Le prevengo!>> —bufó Gracchus Meyer.
<<¡Señor Buey, si hace el favor!>>
<<Bueno, por mi parte: ¡señor Buey! Des de lueg o es cierto que s u nombre
neces ita el apelativo, Por favor, s eñor Corres pons al, no le es cuche. Me
envidia el honor y los hono…>> Se t ragó la palabra <<honorarios >>
partiéndola por la mitad en el último ins tante y te rminó la fras e
apres uradamente: <<Bue-

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(P. 57) no, es to s ería, a grandes rasgos , una pintura del i nterior de la casa;
sigamos…>> Pero no continuó. Le s obrevinieron una es pecie de retortij ones de
vientre es pirituales ; como si la reprimida palabra <<honorarios >> comenzara a
agitars e en s u interior. Algo parecido debió ocurrirle al evangelista S. Juan
cuando devoró el libro del Apocalipsis. Entonces sucedió algo s umamente
extraño; un mis terios o fenó me no de telepatía mágica.
El de los cuadros , metiendo lentamente la mano en el bolsillo interior de
s u chaqueta, s acó un talonario de cheques .
Gracchus Meyer res piró profundamente; las alas de s u nariz —al as pirar—
s e volvieron blancas , s u mirada quedó fija y de repente desapareció en él la
expresión de mono. En s u lugar apareció una expresión de tal tens ión que el
de los cuadros no pudo evitar la s os pecha de que preparaba, con furia de
hús ar, un nuevo y encarnizado ata que oratorio.
Pero comprendiendo la situación, s u ros tro s e vio iluminado por un halo de
triunfo: al fin había logrado la victoria y ahora era dueño indiscutible del
campo de batalla.
Afablemente tomó la palabra:
<<Señor Meyer: Con s u extraordinariamente lúcida y circuns pecta des cripción
de es ta casa peculiar, no s ólo me ha proporcionado un s umo deleite artístico,
sino que también me ha rendido un servicio muy es timable. La próxima s emana
aparecerá ya en mi revis ta un artículo s obre todo ello. No me s erá difícil
iluminarlo con el colorido que le corres ponde, ya que us ted, s eñor Meyer, ha
pues to en su descripción una clarividencia tal, que mi intervención se limita a
rellenarlo con algunos detalles para adap -
(P. 58) tarlo al pensamiento tardo del público medio... Los honorarios que le
corresponden ascienden a —sacó del bolsillo del pantalón una tablilla cubierta de
jeroglíficos y empezó a calcular detenidamente, mientras las manos del suplente
temblaban nerviosamente como suspendidas en el aire— <<sus honorarios ascienden
a cinco marcos sesenta pfennigs>> (un asomo de satisfacción se dibujó en el ros tro
de Meyer). <<Bueno, digamos, calculando por alto...>> —describió con la mano un
pequeño círculo sobre su calva—, <<calculando por alto, diez marcos. O… tal vez…
quince marcos>>.
Separó las sílabas, deleitándose en cada pausa, encantado como un orador romano
que habiendo logrado impresionar al público sabe que éste le escucha con la
respiración contenida… <<Bueno, señor Meyer, lo dejamos en veinte marcos.>>
Ya ante la cifra de <<quince>> marcos el suplente se había incorporado a medias,
temblándole las rodillas. Al oír la palabra <<veinte>> cayó en su sillón como
fulminado por un rayo. Lentamente su cabeza se fue inclinando hasta apoyarse en la
mesa… Luego se le oyó sollozar quedamente. <<Señor Meyer, ¡por Dios! —gritó el
corresponsal —. <<¡Socorro, el pobre se muere! ¡Coñac! ¡O…, es pere! ¡Tome un
sorbo de moca!>> En su confusión estuvo a punto de mover el café con el cheque
(plegado a lo largo) en l ugar de hacerlo con la cucharilla .
<<Ya…ha…pa…sado>> —balbuceó Gracchus Meyer, y se levantó tambaleándose.
El llanto le impedía dar las gracias y sólo pudo decir entre sollozos: << Perdone
usted... usted, bienhechor mío. Yo… yo no puedo seguir aquí. Tengo… que ir a casa.
Allí tengo mujer e hijo.>> Tambaleándose

30
(P. 59) como un borracho y con el cheque de veinte marcos en la mano, llegó hasta
la puerta tanteando hasta dar con la manivela. Con su ligero y raído traje de verano
salió fuera en aquella tarde de frío glacial.
El corresponsal, en su agitación, había saltado de su asiento. Mudo de asombro
había seguido con la mirada al suplente, sin percatarse de que el Don Quijote, saliendo
del apartado anexo, se acercaba a él, presentándole una manoseada tarjeta de visita,
donde decía:

Dr. en Teología, Dr. en Filosofía, Dr. en Filología,


Dr. en Jurisprudencia, Dr. en Química, Dr. en Medicina.

Apuleyus Buey

Investigador y es pecialis ta en problemas de aje drez.

En lugar de mirar la tarjeta, el corresponsal (para ocultar su emoción) se quito los


lentes y limpió los cristales. No hay nada que conmueva al hombre tan profundamente
como un acto de tierna ayuda compasiva, por insignificante que ésta sea.
Cuando se volvió a poner los lentes observó que la atmósfera había cambiado de
repente: la corriente de aire que había entrado por la puerta de mosaico tomó esta
vez otro camino y apartando una cortina de humo dejó ver una escalera de caracol
que, partiendo de una esquina de la habitación, conducía a la entrada del primer
pis o.
En el primer escalón, apoyado indolentemente en la baranda tallada en oscura
madera de ébano, un
(P. 60) señor delgado y elegantemente vestido que evidentemente había contemplado
la escena, sonreía con aire ligeramente irónico.
El de los cuadros experimento la clara sensación de que es ta actitud burlona le
concernía. Pero ¿por qué se burlaban de él? <<He hecho una buena obra>>, pensó,
e intentó sentirse orgullos o. Pero no acabó de lograrlo, pues la s uma de veinte
marcos le pareció demasiado insignificante para sentir orgullo. <<En realidad la
sonrisa impertinente de ese hombre debería producirme gran indignación pues él
ignora que estaba emocionado por mi buena obra.>> Pero tampoco logró sentirse
indignado; una especie de cobardía espiritual se lo impedía. Aquel rostro agudamente
recortado y artificialmente flaco le fascinaba de tal modo que durante un rato le miró
como petrificado.
<<Me estoy comportando como un niño>> —se confesó a sí mismo—, <<ellos miran
a las personas extrañas con la misma fijeza que yo lo hago ahora>>. Pero no pudo
librarse del lazo que le atraía. ¿De dónde provenía? No podía explicárselo...
El caballero de la escalera tenía un pelo espeso y brillante que peinado a la moda
resultaba un poco fatuo; el brillante marrón cobrizo, que sólo se ve en los retratos
femeninos de Tiziano, parecía algo desacostumbrado en un hombre. El contorno de
sus oídos, sus sienes y su nuca estaba trazado con unas líneas tan puramente
recortadas que un mal observador hubiera creído que el caballero llevaba una peluca.
<<Debo conocer a es te hombre>> —intentó disculparse a sí mismo como suelen
hacer las personas que teniendo un espíritu débil no quieren reconocer

31
(P. 61) que están actuando movidas por una fuerza externa pues se sentirían
profundamente defraudados en su ilusión de ser en todo momento dueños de sus
actos.
<<Estoy completamente seguro de haberle visto en alguna parte.
Probablemente se trata de una cele bridad local cuya fotografía ha aparecido en
algún periódico. Quizás sea ese Dr. Ismael Steen, de quien Gracchus Meyer
hablaba.>>
El señor Correspons al se mentía a sí mis mo, sintiendo cierto alivio al haber
conseguido encontrar una explicación plausible de por qué no podía apartar la
mirada del señor de la escalera. Pero habla algo que le impedía tranquilizarse
plenamente. Algo de lo cual se avergonzaba, se negaba a ser reprimido sin más , e
insistía en preguntars e <<el porqué de aquella mirada fija>> . Algo secretamente
reprimido hubiera deseado gritarle: Amigo mío, no te engañes a ti mismo. Aunque
seas un simple corres ponsal tienes un alma y este alma siente temor en este
momento <<del que está ahí>>; un temor incluso espantoso, y debido precisamente a
que no sabe por qué le teme.
<<Ya lo tengo. El pavo real. El pavo real>> —pensó lleno de júbilo; pero al instante
su cuadriculado y lógico cerebro de corresponsal moduló el pensamiento colocándole
un gran interrogante: ¿Pavo real?... ¡Ridículo! ¿Qué tienen en común la mueca
diabólica del pavo real de la fachada, y los rasgos regulares del señor Ismael Steen?
El señor de la escalera no mostraba la más mínima irritación ante aquella
inexplicable fijeza. Ni siquiera parecía asombrado; al contrario: un cierto matiz
pensativo en sus ojos parecía indicar que esta clase de incidentes no eran nada nuevo
para él. Era como
(P. 62) si tuviera conciencia —aunque quizás no enteramente plena— de pos eer
un cierto poder de atracción física. Había algo de as ombro en su mirada pero un
as ombro <<de sí mis mo>>. Sin intención de herirle, empezó a mirar al de los
cuadros de arriba a abajo con lo cual le libró del lazo que le atraía.
El corres pons al enrojeció. De repente s e avergonzó de ir ves tido así. El
traje a cuadros había sido has ta ahora s u más intimo deleite: le hacía
s entirs e enteramente inglés , le había pertenecido como un fiel compañero,
s iguiendo todos s us pas os y ahora ¡había desaparecido es te orgullo!, ¡y con
él, una parte de s u autoconciencia! De repente el s eñor corres pons al s e
s intió des nudo. Acos tumbrado, por as í decirlo, a fruncir dignamente el
entrecejo, ahora ya no le era pos ible. Con la panza al descubierto no hay
hombre que pueda fruncir el entrecejo; ni siquiera un cons ejero de
comercio (40). Se veí a a sí mis mo como una es pecie de Adán, según lo
repres entan las miniaturas , cuando cometió el primer p ecado. Sintió un gran
alivio cuando, en este penoso instante, resonaron en sus oídos las palabras de alguien,
que alzando la voz, dijo:
<<Soy el inves tigador Apuleyus Buey.>> Es tas palabras le ayudaron a apartar
la vis ta y a comportarse como si nada hubiese ocurrido .
Con el abdomen alargado como un es pantajo es bozado por El Greco, muy
flaco y con la barbilla —casi inexis tente— cubierta por una barba gris pro-
longada hacia abajo a la manera de un caballero
_____

32
(40 ) "Cons ej ero de Comercio" ti ene a quí el carác ter , de título nobiliario; has ta el si glo XIX
s e c onc edía en Al emania a pers onaj es i mpor ta ntes r elaciona dos c on el comerci o y la
indus tria. (N. del T.)
(P. 63) andante, el Don Quijote del apartado contiguo permanecía de pie ante
él, diciéndole: <<¡Por favor, ésta es mi tarj eta! Al mis mo tiempo le doy las gracias
en nombre de todos los oprimidos por la mis erico rdiosa obra que acaba de hacer
en la pers ona de Gracchus Meyer, viejo colega mío en es te café. Temo que ha
sufrido un choque nervioso que le durará el res to de su vida.>>
¿Doctor en Teología, Dr. en Filosofía, Dr. en Jurisprudencia? ¡Incluso se hace llamar
investigador! ¿Quiere hacerme creer que es un genio? ¿Inves tigador? ¡Si es tá ya
con un pie en la sepultura! El corres ponsal miraba desconfiado ya a la tarjeta de
visita, ya a su interlocutor… <<Tome us ted asiento, por favor… ¿en qué
puedo…>> —y luego corrigiéndos e—: <<¿De qué se trata?' Pronunció las últimas
palabras en un tono casi rudo. Pensando que s e había dejado avas allar, surgió
en él un sentimiento de ira. <<Hábleme de es e Dr. Steen o quien s e a el
hombre ese de la escalera.>> <<Si el as unto es importante le ruego, s eñor
Buey, que s e apres ure; mi tiempo está limitado.>>
Luego, en tono más s uave, agregó: <<Tiene que perdonar ml as pereza. De
repente me he sentido extrañamente cansado. ¿Será quizás debido al humo,
o s erá un efecto del fuerte café?>>
<<Quizás sea el café; sí, probablemente es eso>> —dijo el señor Buey sonriendo
enigmáticamente. <<Si me he dirigido a usted ha sido únicamente movido por el
deseo de agradecerle su comportamiento con mi amigo Meyer. En cierto modo
también me he sentido impulsado a completar s u descripción…>> <<Su amigo?...>>
El corresponsal se sintió otra vez airado e incluso receloso: <<Antes no parecía en
ab-
(P. 64) s oluto que us ted y él es tuvies en unidos por una firme amis tad. Y en
cuanto a darme las gracias… ¿Por qué? ¿Por un par de marcos ? Por l o demás
uno s e siente fas tidiado: ahora recuerdo que en las palabras de es e s eñor
Meyer ha habido una contradicción, lo cual me hace s uponer que no
s olamente es cronis ta sino también un fantástico comediante. Primero dijo
que no es taba casado y luego, yéndos e de la lengua, mencionó a s u mujer e
hijo. Es to me obliga…>> L a frase quedo sin terminar. En un ademán brusco el
señor corresponsal se abrochó la chaqueta.
El Dr. Buey asintió en actitud pasiva…: << Ambas cosas s on ciertas ; Meyer
es "virgen” —us ando s u expresión favorita—, pero al mis mo tiempo es tá
cas ado>>. <<¡Ya, ya! Es decir: nuevamente el matri monio de S. Jos é pero
bendecido con el don de los hijos >>. E l de los cuadros reía fas tidiado. <<No,
s eñor Corres pons al. La mujer de Meyer es una prostituta y s u hijito es un
pobre bas tardo.>>
<<Desde luego eso no es precisamente el matrimonio de San José>> reconoció
burlonamente el corresponsal mordiendo con ardiente ira la punta de un cigarro.
<<Meyer se casó con ella por lástima —así lo piensa él— y adoptó a la niña... No,
no, señor mío; no crea usted —se lo ruego— que quiero tachar de odiosos los motivos
de su actuación: solamente estoy convencido de que su acción es semejante a una
planta que ha crecido en tierra ajena, para expresarlo en forma de
parábola.>><<¿Quiere usted deci r que alguien se lo ha sugerido?>> —preguntó el

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corresponsal mirando mecánicamente hacia la escalera de caracol. El doctor
Steen
(P. 65) acababa de s ubir y a bría una pue rta en aquel momento.
Las luces cegadoras de las lá mparas cinematográficas brillaron un
ins tante como rayos de s ol. El doctor Buey pareció adivinar los
pens amientos del cuadriculado y s onrió enigmáticamente .
El de los cuadros hi zo un ges to como de intentar cortar la convers ación.
Al fin y al cabo ¿qué le importaba a él el s uplente? Pe ro s úbitame nte s e
des pertó s u curios idad: ¿P or qué no contes taba el << Don, Quijote>>? ¿O es
que no exis tió s uges tión alguna, doctor Buey?
<<Bueno, suges tión —en el propio s entido de la palabra— no fue. Yo
entiendo por s ugestión una fuerza directa con u n carácter es pecial: una
necesidad es piritual por así decirlo. Pero exis te algo mucho más diabólico que
es ta fuerza brutal. Por ejemplo, s ugerir a alguien un pens amiento incipiente
que luego crece por sí mis mo como la mala hierba.>> El cuadriculado dándose
cuenta de que el doctor Buey se refería a! doctor Steen fue de repente todo
oídos .
<<Desde luego esta s emilla s ólo puede crecer cuando cae en terreno abonado.>>
Terreno abonado… ¿qué quiere decir?
<<Casi todo hombre es es piritualmente un montón de es tiércol. La tendencia
a engañarse a sí mis mo s erá, por ejemplo, este terreno abonado. Supongamos
que alguien ayuda a otro… y se alegra interiormente… se siente noble… Es to es
engañarse a sí mis mo. El ayudar a los demás es s ólo una obligación.>>
El corres ponsal sintió un ligero pinchazo. <<¿Sabe us ted alg o más s obre ese
doctor Steen?>> —preguntó rápidamente—. <<Para s er un s abio me parece
demasiado elegante y además : aeroplano… es tudio cine-
(P. 66) matográfico... ¿Des de cuándo se ocupan los s abios de es ta clas e de
cosas ? Has ta ahora lo que han venido haciendo es olvidar paraguas o escribir
libros que ningún s er con s entido común leía Es te es el único lujo que se han
permitido.>>
<<Es posible que antes fuera así, Pero gracias al nuevo orden s ocial la
es pecie desapareció hace tie mpo muriendo de inanición>> —obs ervó el
s eñor Buey—. <<O pos iblemente el doctor Steen ha sido expuls ado del
gremio... Por lo demás , no usa paraguas ; al menos yo no lo he vis to. En
cuanto a la s abiduría, es también un problema. Mire us ted: yo, por ejemplo,
s oy doctor en ocho es pecialidades , en ml tarjeta de visita s ólo figuran la
mitad. ¿Puedo por ell o calificarme de s abio?>>
<<Sí, es o quería preguntarle antes. ¿Es que se dedica us ted a coleccionar
bonetes doctorales o peluquines de sabios? ¿Cómo es que inclus o s e hace
llamar inves tigador? ¡Es pecialis ta en problemas de ajedrez tampoco me parece
una auténtica profesión!>>
El doctor Buey se encogió de hombros en actitud melancólica: <<Vivo... del
estudio. Mi difunta tía me ha dejado una pensión anual, desgraciadamente
escasa, que se me abonará mientras dure mi prepara ción para obtener el
doctorado. Gracias a Dios el testamento no especifica de qué doctorado se trata.
Así las cosas, ¿qué puedo hacer sino seguir estudiando mientras <<cuelguen de la
percha birretes doctorales >>? En el café me llaman <<el léxico viviente de

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conversación>>; l o cual no es más que una zalamería como un puño, pues hay un
montón de tonterías que ignoro y s obre las cuales trata el examen que me
amenaza. SI... bueno, y en cuanto a la especialización en problemas de ajedrez:
¿Es que voy
(P. 67) a embrutecerme por completo? Un s er humano tiene que ocupar s u
mente con algo razonable... Por otra parte: en Teología es tuvieron a punto
de s us penderme, pues debía corroborar —en el coloquium sobre Dogmática— la
prueba de que Dios ha creado al hombre. En el último instante, cuando la cosa es taba
a punto de torcerse irremediablemente, tuve la s uerte de poder es quivar el
golpe por medio de un ringorrango que hizo las veces de contes tación clara.
Si me hubiera encabritado cediendo a ml des eo de pres unción al querer mos trar
ml propia opinión —lo cual, como es sabido, no es cos a conveniente para un
<<es tudios us>>—, todo s e habría perdido; pero me di cuenta a tiempo de que
es te arrebato egoís ta estaba en conexión con un <<complejo>> que el satánico
doctor Steen me habla inoculado encubiertamente y as í salí iles o del
dilema.>>
El de los cuadros pus o la mano detrás de s u oído: <<¿Un... qué, le había
inoculado a us ted?>>.
<<Un c ompl e j o> >.
< < ¡ C ompl ej o! ¿Q ué es es o?> > .
< < Complejo>>. A puley us Buey s e apoyó en el res paldo de su sillón y se
convirtió en un léxico viviente de conversación. <<La teoría del complejo es un
descubrimiento del famos o profesor vienés Freud y pertenece al campo de la
inves tigación s obre el a lma. Este descubrimiento ha traído consigo el as ombro de
todos los científicos que antes creían que no existía alma alguna. Los complejos
son —podríamos decir— ideas fijas en el hombre que poco a poco llegan a ser tan
fuertes que determinan el comportamiento del que los padece, hasta el punto de que
con frecuencia actúan independientemente de la razón. Determinan entonces el
destino del hombre, sin
(P. 68) que éste pueda hacer nada por defenderse. Son arrecifes de coral constituidos
por partículas diminutas que se unen. Un día, cuando las olas son grandes, el
barquichuelo llamado hombre, se estrella contra ellos. El terreno abonado para que
arraiguen estos complejos está, sobre todo, en la tendencia a autoengañarse.
Inclinación que, como es conocido, tienen todos los hombres. Si no la tuvieran —
¡quién sabe!— quizá serían entonces inmortales . Sólo una autocrítica implacable
podría es terilizar este suelo abonado. Pero, ¿quién posee esta facultad o se
moles ta en ejercitarla continuamente? Bien, dicho brevemente : si alguien se
hunde, solamente él es culpable. Los complejos son su destino, y es él mismo
quien se ordena este destino… El sigiloso crecimiento del complejo se asemeja a
una formación de pólipos. Si no todas, des de luego la mayoría de las
enfermedades del espíritu y del cuerpo s on consecuencia de ellos. Al parecer,
impresiones espirituales imperceptibles, que tuvieron un carácter muy
secundario, pueden ser la causa del más terrible complejo. Cuanto más
imperceptibles son es tas impresiones, más peligrosas pueden ser. Créame usted:
¡también existen microbios espirituales ! Podemos des truir los bacilos corporales
haciéndolos visibles —a ellos o a su cultivo— mediante el microscopio; pero
contra lo que no podemos ver, no existen armas. Por medio de los sueños y de lo

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que aparentemente carece de sentido, el investigador puede conocer de qué
complejo se trata. Un psiquiatra puede también entonces (pero sólo
eventualmente) averiguar la causa, arrancar la raíz y eliminar con ello la
enfermedad. Es algo análogo a la manera como un sacerdote católico abs uelve al
pe-
(P. 69) nitente borrando el sentimiento de <<culpabilidad>> que acabaría devorándole
secretamente como un carcinoma. Así, pues, la ciencia del complejo tiene en su mano
el medio de sanar a los enfermos, e incluso —pensando audazmente— nos muestra
el timón que guía nuestro destino, ofreciéndonos con ello la increíble posibilidad
de convertirnos en dueños de nuestro des tino.
<<Sí, sí, el… timón… Todo esto está muy bien, pero…>> —el doctor Buey se
detuvo, miró temeroso hacia la escalera de caracol, y una expresión como de un
miedo incierto apareció en su rostro—, <<pero, ¿qué sucede cuando un…
demonio concibe la idea de usar es te método a la inversa, para inocular
complejos?>>
El cuadriculado señor Corresponsal se sintió de repente enfermo de muerte.
Aunque s u cerebro había captado sólo s uperficialmente lo que se entiende por
complejo, <<sintió>>, en cambio, con increíble claridad: algo diminuto y al mismo
tiempo gigantesco como un germen maligno que se había introducido en él. La
palabra <<inocular>> que antes se escuchó con indiferencia se convirtió en un
hecho consumado; el miedo que sentía s e lo demostraba. Intentó sacudírselo,
arrojarlo de sí, como la colilla del cigarro que dejó caer furtivamente, pisándola
des pués con la bota. No consiguió nada, pues no era él quien <<tenía>> miedo,
sino que el miedo lo <<tenía>> a él atrapado. Disimuladamente golpeó tres veces
en el brazo de madera del sillón: ¡sin res ultado! Escupió tres veces a escondidas;
no le sirvió de nada, ¡al contrario!, se agudizó su mal . Para distraerse miró a su
alrededor. El copto afilaba en ese momento sus negros dientes, lo cual tampoco
(P. 70) era una es cena tranquilizadora. Del techo colgaban lámparas de
mezquita, cuya luz mortecina no alegraba precisamente el es píritu. En el
fondo, vis tiendo una toga de la antigua Roma, y coronada de laurel s u
cabeza calva, es taba sentado el emperador Nerón bebiendo aguardi ente con
dos colegas pertenecientes al mundillo cinematográfico. Todos ll evaban la cara
maquillada de amarillo.
<<Antes es to me hubie ra dive rtido>>, pe ns ó el Co rres pons al, <<pero
ahora... De repente, el mundo me parece fantas mag órico. Algo debe habers e
tras tornado en mi cerebro. ¿Soy el mis mo que hace dos horas entró en el
café? ¿Llevaré años sentado aquí y lo he olvidado quizá como el monje de
Heis terbach había olvidado el pres ente…?>>. Nuevamente (como cuando el
s eñor de la escalera s onrió burlonamente) s e s intió irremediablemente
des nudo. La coraza a cuadros que le protegía había desaparecido.
Comprendió que había s ido atrapado como un pez; me he tragado el anzuelo
y cuanto más tiro del invisible cordón que lo s ujeta, la situación empeora. A
pes ar de ello, tengo que tirar y tirar, tengo que hacerlo y no sé por qué. En ese
instante, el emperador Nerón dijo con voz fuerte y contundente: <<¡Contagio!
!Contagio! contagio! ¡Siempre lo mismo! ¡Contagio! ¡Qué otra cosa podía ser!>>.
Luego, bajando la voz, se puso a hablar con sus colegas. En los oídos del Corresponsal

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estas palabras sonaron como tres tiros que alguien, pérfidamente embos cado, le
hubiera dis parado.
Sintió un escalofrío en la espalda; logró formar una frase: <>¿Y usted cree que el
doctor Steen haría algo así? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Con qué intención? ¿Cómo puede
uno defenders e? ¡Debe haber algún
(P. 71) medio de protegerse! Pero quizá se trate de algo completamente
inofensivo. Sería el colmo de la infamia corromper el alma de s eres inocentes
s ólo por diversión; y además en un café frecuentado por gente inofensiva, que,
como yo, es tán cas ualmente presentes. Eso no es solamente indigno, sino ¡ah!,
¡ah!..., ¡ridículo!, ¿por qué no experimenta con conejos de Indias, que s on algo
más valios o que yo por ejemplo, un simple corres ponsal ?>> —s u voz se
quebró—. <<Pero no vaya a creer, señor Buey, que siento temor alguno.
¡Además , por qué iba a sentirlo! Yo simplemente me digo: complejos por aquí,
complejos por allá, ¿qué s ucede en realidad? Respues ta: ¡nada! Si no s upiera
con abs oluta certeza que todo s e debe al moca me daría de bofetadas. ¡Diablo!
Por qué es os saltimbanquis de cine no hacen más que hablar de contagio!>>.
<<Son muchas preguntas de una vez>> —dijo el doctor Buey en tono
meditabundo. A la vis ta de los numeros os cuadros de la chaqueta que tenía
ante sí, s e había imaginado un problema de ajedrez; señalando con un l ápiz
trazaba en el aire <<saltos de caballo>>—. <<Y en cuanto a s us preguntas, le
diré que no son en absoluto fáciles de contestar. Actualmente estudio psicología; pero
esta ciencia se encuentra todavía en pañales. La causa de ello es que los investigadores
de esta rama del saber no creen en la existencia del alma: ¡típicamente europeo! En
este punto los asiáticos tienen otra mentalidad>> —señaló con la cabeza al persa
Khos rul—. <<Me he preguntado con frecuencia por qué el doctor Steen frecuenta
este café y por qué se ha hecho instalar un estudio junto al taller cinematográfico. Se
dice que en ocasiones tiene ahí arriba aventuras amoro-
(P. 72) sas . No lo creo. Pos ee un magnifico chalet abaj o, en la ciudad, que
podría utilizar para es tos fines s i n s er moles tado. As í, pues , ¿qué es lo que
bus ca aquí? Bien, creo que poco a poco he llegado a averiguarlo:
s eguramente ha pres entido que Khos rul Khan no es un inofensivo propietario
que paternalmente ofrece albergue a los artis tas asiáticos (como en general
s e cree), sino que, por el contrario, es un ser enigmático y evidentemente un
fanático de s us creencias . Pero, ¿de qué creencias s e trata?>> —el doctor
Buey movió la cabeza—. <<Mahometano, s ufí, adorador del fuego... No es
nada de es o>>.
<<Así, pues, ¿de qué se trata?>>.
El doctor Buey se encogió de hombros . <<El doctor Steen s e ha tomado aún
más trabajo que yo en averiguarlo. Si lo ha cons eguido es cosa que dudo . Ese
pers a conoce exactamente lo que es un complejo y cómo s e inocula. Aunque
es toy s eguro de que no ha oído nunca la palabra "complejo", conoce como s u
propia cas a el laberinto que encierra . ¿Por qué contrae de forma tan curiosa
la comis ura de s us labios siempre que el doctor Steen intenta "inocularle",
planteándole cues tiones con pérfida intención o pronunciando palabras
aparentemente inofensivas ? Encuadra en ello es pecial deleite y lo hace con
una habilidad tan refinada que a veces he pasado horas cavilando y
combinando para saber aproximadamente a dónde quería ir a parar. Con el fin

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de provocar en el individuo la confusión es piritual, s e ha organizado todo un
sis tema; naturalmente ignoro cuál es la llave para conocerlo. Sólo puedo
intuir cuál es la finalidad. Pero Khos rul Khan, penetrando en el interior del
"cebo" con la velocidad del rayo, s abe en cada ocasión Si es tá envene-
(P. 73) nado o no. Ignoro s i s e vale de un ins tint o s umamente desarrollado o
si dispone de un conocimiento objetivo... Se dice que ciertos asiáticos poseen una
cierta "sabiduría secreta">>.
<<Así, pues, el doctor Steen ¡tiene que usar palabras para aplicar su
método!>> —interrumpió el de los cuadros con ai re triunfante y respirando
liberado—, <<se equivoca usted, señor corresponsal. ¿Qué entendemos
exactamente por palabras ? Trans misiones por medio de la voz, del s onido. Los
medios de expresión de los sordomudos sirviéndose de s us dedos , no s on en
cierto sentido también palabras? ¿No ha oído us ted hablar del llamado "mal de
ojo"? Naturalmente, us ted duda. ¡Quié n no! Pero el problema sigue existiendo.
Creo firmemente que el "mal de ojo", o mejor dicho su efecto, está en conexión
con un ges to desprovis to de mala intención y completamente inconsciente es
decir, en cierto sentido se trata de una "palabra" inaudible. Seres
completamente inofensivos son frecuentemente afectados por el "mal de ojo".
Pero, ¿sabemos si también su s ubconsciente es inofensivo? Es un burdo error
suponer que el hombre es consciente de su propia alma. Al contrario: para el
hombre "normal" nada es tan extraño como s u alma. Ser conscientes de nues tra
propia alma significaría tanto como, ser casi un Dios, ¡s i no más! Y en cuanto se
refiere a la "palabra", ésta no es sólo un medio de comunicación necesario
s obre todo a los charlatanes, s ino algo infinito, mucho más grande y también...
más pelig roso. Puede crear y destruir o a l menos ser la causa de ello. Mucho
más efectivas que las palabras habladas s on las palabras pensadas, y tres veces
más efectivos s on los "ges tos "..., tanto los que se hacen con la cara
(P. 74) como con los dedos. Pero existen también pensamientos, es decir, gestos
imaginados interiormente que constituyen precisamente medios mágicos, pues son
"palabras del alma" creadoras o destructoras. Existen comunidades antiquísimas que
presuntuosamente creen o al menos afirman tener un conocimiento exacto sobre estas
"palabras" y "gestos"; se trata naturalmente de tonterías. Solamente el hecho de que estos
"hermanos" están obligados a hacer voto de silencio, demuestra que no tienen ni idea de
este asunto. Precisamente un conocimiento mágico de esta índole no se transmite por
medio de la palabra y el oído. Se trata de un conocimiento puramente espiritual. Para
comunicarlo a otro, el transmisor tendría que hablar "con el alma" y el receptor tendría
que tener también la facultad de oír "con el alma". ¿Cree usted que existen hoy en la
tierra hombres con esta capacidad?>>.
<<Pero si el doctor Steen puede hacer algo similar a lo que usted, al parecer,
supone, señor Buey, de algún modo habrá adquirido este conocimiento>> —in-
terrumpió el corresponsal con evidente fastidio e irritación.
<<Quizá siga las enseñanzas de Lucifer o qué sé yo>> —murmuró el doctor Buey, y
volviendo a tomar rápidamente el hilo de su discurso—. <<La llave para resolver este
enigma es: cuanto más inconsciente es una "palabra", más temible es su efecto. Como dije
anteriormente, cuanto más diminuto es un bacilo, menos poder tenemos para
protegernos contra él. Con los "gestos" sucede lo mismo. Una protección contra gestos

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que actúan destructivamente, sólo puede venir de la propia alma. ¡Cómo va a protegerse
contra tales venenos o pócimas mágicas un
(P. 75) ser que ni siquiera es consciente de tener un alma! Casi todos los hombres creen que
las peculiaridades características de cada persona constituyen su alma. Si así fuera, un
hombre bondadoso deberla tener un alma llena de amor. Pero en estos casos sucede al
contrario. Evidentemente muy pocos conocen este hecho, y cuando uno lo conoce, corre el
riesgo de recibir una contestación disonante. Especialmente reaccionan así las mujeres. Los
gestos a que me refiero tienen mucho de común con la telegrafía sin hilos. Si entre el
transmisor y el receptor se abre un paraguas a modo de pantalla, no se recibe el telegrama.
De la misma forma deben existir medios de defensa contra estos gestos que se
transmiten a manera de contagio>>. <<¡Contagio!>>, grita el de los cuadros, tapándose
los oídos: <<¡Contagio!>>. <<Señor: ¿es que está usted poseído del demonio?>>. <<También
usted habla ahora de contagio. ¡No puedo oír esa condenada palabra!>>.
<<Bien, digamos entonces: telegrafía sin hilos —y volviendo nuevamente al doctor Steen
y al persa—: Ambos se debaten continuamente en una implacable lucha espiritual. Un duelo
con espadas invisibles>>.
<<Pero, ¿por qué razón, señor Buey? No se trata de dinero. Tampoco es cuestión de
poder... Ni creo que haya una mujer detrás de todo ello. Desde que el mundo existe, éstos
eran los únicos motivos por los que dos hombres luchaban>>.
<<Tiene usted que considerar, señor Corresponsal, que soy especialista en problemas de
ajedrez. Si no tuviera metido en la sangre el deseo de combinar y descifrar enigmas,
probablemente- todo esto me dejaría frío. Pero… con frecuencia me paso noches en vela
pensando en los dos, en la casa y el increíble
(P. 76) influjo que ejerce s obre los hombres que la frecuentan. Algunas veces
siento como si hubiese heredado algo del es píritu del viejo y fabulos o alqui-
mis ta Güs tenhöver, concretamente en cuanto s e refiere a la tendenci a a
cavilar s obre cosas ocultas. Quizá esta tendencia es algo que se des prende de
es os muros antiquísimos y se contag ..., ¡perdón!, se trans mite como por
telepatía. Acos tumbro a apuntar las soluciones que me vienen a la mente en
esas noches de ins omnio, así como cuanto conservo aquí en el café que des de
hace años es ml mundo. Es tos apuntes forman hoy un grues o libro. Si a usted le
interesan se los pres to gustosamente. Us ted ha preguntado por qué se baten en
duelo es tos dos hombres. El doctor Steen es ambicios o sin duda. Pero s u
ambición no es la del hombre normal; es la ambición de Lucifer. Se lo explicaré
con un ejemplo: Una mañana, el doc tor Steen me envolvió en un largo diálogo
s obre la religión cristiana. Un hombre no suele tocar estos temas en horas
tempranas. Algún s ueño que ha tenido en la noche debe s er la causa —pensé—
y se lo dije sin más. Se encogió de hombros, y con ros tro sombrío murmuró: "No
he s oñado nunca en ml vida, ignoro en abs oluto, lo que es un sueño”. Me
pregunto si mentía. Daría cualquier cosa por s aberlo>>.
<<¡Siga, s iga>>!, le apremió el de los cuadros.
<<Bien, a lo largo del diálogo s e tocaron ciertos puntos oscuros de la Biblia.
Me di cuenta de que s uponía que yo como doctor en Teología debía saberlo
mejor que otro. Dicho sea de pas o: un error. En cualquier cas o, yo es taba
as ombrado al ver el repentino y vivo inte rés que mos traba. Posiblemente era
yo entonces demasiado ampulos o en mis ex-

39
(P. 77) plicaciones . De cualquier manera, el tono impetuos o con que me
interrumpió, era muy extraño y estaba en dis onancia con s us maneras
s iempre tan cortes es . Con voz apremiante me dijo es tas palabras : "¿Qué s e
entiende en el fondo por Es píritu Santo? ¿Qué significa es to? Todos los
pecados pueden s er perdonados menos los cometidos contra el Es píritu
Santo", guardé s ilencio. Entonces me pareció com o s i murmurara entre
dientes : "Tengo que saberlo para poder s eguir pecando con conciencia d e
ello">>.
<<¡Ese es un infame bribón! —exclamó el de l os cuadros, y agregó
inmediatamente—: Por otra parte, yo no soy religioso; pero, querido amigo,
seguramente todo eso no s on más que figuraciones suyas>> .
<<Es posible —el doctor Buey se acarició la barba—, no se lo discuto. Yo,
naturalmente, hice como si no me afectara. El doctor Steen se comportó como quien
no espera contestación alguna, y empezamos a hablar de otras cos a s >>. El doctor
Buey guardó s ilencio y s e s umió en largas cavilaciones .<<Y qué, qué
más ?>>, preguntó el corres pons al; pero en vano. Pas ado un rato des pertó
de s us cavilaciones el doctor Buey, y empezó a hablar en tono a pagado y
como consigo mis mo: << Posiblemente, sea completamente improcedente
decir que intenta es to o aquello, o que frecuenta es te lugar con uno u otro fin.
Quizá haya aquí una atmósfera espiritual que determina todo acto humano, incluso
todo pensamiento que nos viene a la mente. Es posible que esta casa no sea una
entidad muerta, sino algo más viviente que todos nosotros…>>.
<<El pavo real que está sobre la puerta, ¿es, por ventura, una criatura muerta?>>.
(P. 78) El de los cuadros no pudo evitar una ligera sensación desagradable, pero
intentando apartarla de sí, sonrió convulsivamente y dijo en tono irónico: <<El
pavo real es una obra de arte de extraña vivacidad>>.
<<Ciertamente lo es, ¡sin duda! En todo cas o, mis palabras tenían otro sentido…
Reminiscencias. Nada más. Pero creo que es tarde. Estamos solos, la gente se ha
ido… ¡Said, por favor la cuenta !>>.
Un pequeño y jorobado Fellache (41) pareció salir de la tierra, y cogiendo el dinero
lo acarició.
El señor corresponsal se levantó también. Estrechó la mano al señor Buey. Dio las
gracias.
Ante la puerta se volvió: <<A propósito, señor doctor. Dijo usted que tenía
apuntes o algo parecido sobre la casa, y que estaba dispuesto a prestármelos. La
casa y todo lo que con ella se relaciona me interesa ahora extraordinariamente. El
asunto me tiene intrigado. Aquí está mi dirección. Me alojo, en el hotel de la plaza
del mercado>>.
El doctor Buey lo anotó en su agenda.
Se inclinó distraídamente.
_____
(4 1 ) La pala br a ára be "fell ac he" s e r efi er e al j ornal er o que en Ara bia , Siria y P al es ti na s e
dedic a a c ul tivar la ti erra . (N. del T. )

(P. 79) Capítulo II

40
<<La milenaria madre vapor de agua>>

(De los apuntes del Dr. Apuleyus Buey)

El señor Corres ponsal permanecía sentado en la habitación de su hotel. La noche


estaba ya muy avanzada, y la ciudad parecía dormida. Todo era silencio en el hotel.
Sólo aquí y allá un leve ruido: algún hués ped que dejaba s us botas a la puerta.
Las calles estaban semioscuras. El señor Corres ponsal había corrido las cortinas de
la anticuada ventana ojival. Cuando el cielo está oscuro y sin estrellas los negros
cristales parecen fauces amenazantes. Uno tiene la sensación de ser constantemente
espiado por un rostro invisible que flota en el aire.
Sobre la mesa había un montón de cuadernos enviados por el doctor Buey. El
señor Corres ponsal tomó uno de ellos, encendió un puro y luego leyó:
<<La mancha de humedad.>>
Lo que aquí escribo sucedió hace más de cuarenta años. Trata de un ser que ya ha
muerto. De una <<muerta>>. Sí, eso supongo. Para mí, ella vive todavía: ¿Estará viva
en realidad? ¡Quién sabe! Hoy tendría casi sesenta años; una anciana. ¿No es mejor
suponer que ha muerto?
(P. 80) Para mí, ella vive: una preciosa muchacha de dieciocho años , es belta, de
ris ueños ojos cas taños con chis pas doradas ... Lleva un luminos o s ombrero de
paja y un ves tido floreado.
Así la vi la última vez.
A los hombres jóvenes la primavera les trae aroma de flores y nos talgia. A
mí me trae s u imagen. Cuando la prima vera llega, s u imagen vive en mí.
¡Recuerdo! ¿Qué es el rec ue rdo, s ino el res urgi r de una vida que no ha
de mori r?
<<Recuerdo>> no significa un sonido vacío; es algo tan verdadero como yo mismo.
Es un pensamiento cons olador s aber que llevo en mí la imagen de
Felicitas ; es tá grabada en cada una de mis células. Forma parte de mí. ¡No, es algo
más que eso!
Aunque mi cuerpo envejezca, el recuerdo perma nece joven.
Aunque yo muera, el recuerdo pervive. ¿Se apaga acas o el s ol porque yo
cierre mis ojos ?
El hombre va muriendo de hora en hora. De día en día amanece muerto
res pecto del día anterior. Sin embargo, vive porque sabe que hace un
momento exis tía todavía. Su ser es únicamente <<una forma que recuerda>>,
una sucesión de imágenes. Las imágenes viven; él está muerto.
Mi amigo A da m Trapp lleva —como y o— <<s u>> imagen. Le llaman
<<Padre>> Adam porque parece un hombre viejo.
También para mí es un anciano, pues he olvidado su imagen y la mía, las imágenes
de nuestra juvent ud. El tiempo las ha trans portado al lejano paí s del pas ado.
Pero él ha reencontrado s u propia imagen de un
(P. 81) modo ins ólito: uniéndos e a Felicitas en una vida de eterna juventud.
¿Habrá encontrado el elixir del alquimis ta?, un elixir que es <<s olamente>>
una imagen, es decir algo más que una s us tancia química.

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La gente dice que es un perturbado mental.
Quizás s eamos nos otros los pert urbados y él el únic o que ha enc ontra do
la s alud verdade ra .
Si les dije ra es t o a ell os s e rei ría n ; po r es o me res ervo mi propia
opinión.
Ya les oigo replicarme: ¿vive acaso como un hombre razonable?
De cuando en cuando s e le ve caminar por la ciudad. Su mirada s e fija en
la lejanía, pero nunca tropieza. Sus pies le llevan por s i s olos . Segura mente
no hay nadie en la ciudad que no le ha ya dado algunas monedas por s u
<<polvo gris >>. <<Es el elixir de la vida>>, dicen s arcás ticos , y lo arrojan
des pués al s uelo. Son ellos quienes s e lo piden, pues todo el mundo sabe que
él nunca lo ofrecería. Se dirigen al padre Adam pidiéndole un poco de polvo; y él,
sacando una cáps ula de madera que siempre lleva consigo, vierte una pequeña
cantidad en el cuenco de la mano; lo hacen por compasión, pues creen que es un
pobre loco, que la pena por la felicidad perdida ha tras tornado su cerebro. Antes
le ofrecían dinero por el polvo gris; pero él, en lugar de tomarlo, se quedaba
mirándolo asombrado. Ha olvidado lo que es el dinero. Por eso ahora lo deslizan
s ecretamente e n s u bols illo. Se s abe que la s eñora Petr onella le mantiene
con es te dinero. Y a que ella y s u marido dan a los pobres todo cuanto ganan,
se procura que el padre Adam no les sea también gravos o.
(P. 82) Probablemente nadie ha tomado nunca el polvo gris. Sienten repugnancia como
yo también la siento. Quizás se trate realmente del elixir de la vida, estando reservado sólo a
unos pocos elegidos. ¿Cómo obtiene este polvo? Nadie lo sabe ni yo se lo he preguntado
nunca; presiento que no me contestaría. Los niños de la calleja afirman que lo extrae
raspándolo de los muros de <<la casa del pavo real>>.
Hace cuarenta años él y yo éramos amigos y —por causa de Felicitas— también
contrincantes. Odiándonos encarnizadamente, nuestra amistad ha sido la más firme y
leal que cabe imaginar.
El estudiaba química y yo —entonces--- filosofía.
Vivía en una pequeña habitación en la <<casa del pavo real>>, donde ahora está su
<<tienda>>, pues quería estar cerca de Felicitas; ésta era sobrina de Petronella, esposa
del relojero a quien pertenece la casa.
Yo vivía abajo en la ciudad, en la pequeña buhardilla que ahora todavía habito y donde
quiero seguir hasta que, en mi caja de madera negra forrada de terciopelo, sea conducido a
mi último <<examen doctoral>>.
¿A quién de los dos amaba Felicitas? Creo que a él.
¿Quién de los dos la deseaba más apasionadamente? Creo que él.
Aunque mi corazón no lo quiere reconocer, creo que debe ser así, pues él había
perdido su alma y la ha vuelto a encontrar en Felicitas; mientras que yo he conservado
la mía. Si pudiera me cambiaría por él.
Describiré todo tal y como era entonces. ¡O mejor, no! ¡No quiero describirlo así! Su
imagen no
(P. 83) debe <<pertenecer al pasado>>, debe subsistir; no quiero colocarla en un marco de
flores marchitas.
Por eso empezaré narrando lo que debía ser el final y borraré lo ocurrido <<antes>>,
como si aquel tiempo —tan feliz para mí— lo hubiera vivido otro.
Un día desapareció Felicitas.

42
¿A dónde había ido? ¿Por qué? En la ciudad decían que se había escapado de casa.
¿A dónde había ido? Por qué? Me tapé los oídos para no escuchar más rumores; no
quería que se manchara su imagen.
Petronella enmudeció, el relojero enmudeció; ambos parecían convertidos en
piedras. Desde entonces nadie se ha atrevido a preguntar por Felicitas .
Y yo —yo he aprendido a ahogar mis pensamientos que llevaban en sí la eterna
pregunta: ¿Dónde? ¿Por qué? Me he refugiado en <<su>> imagen. Allí estoy —incluso
durante el sueño— protegido contra ellos.
Se dice que existe un dolor tan terriblemente abrasador que el hombre que lo
padece llega a perder el habla y a vivir en un continuo caminar sin meta alguna, ya en
la misma dirección, ya describiendo continuos círculos. Creía que era una fábula, hasta
que lo vi con mis propios ojos. Incluso ahora, al escribir estas líneas, siento escalofríos.
Repentinamente se extendió por la ciudad el rumor de que mi amigo —que
entonces contaba veinte años— habla perdido la razón y caminaba sin descanso en
torno a la casa.
Subiendo la colina apresuradamente, corrí hacia la <<casa del pavo real>>. No puedo
olvidar aquella impresión: era mediodía y se había producido un eclipse de sol; la
naturaleza permanecía muda y
(P. 84) como paralizada, presa de un profundo temor ante la extraña luz
pálida que, allá arriba, en el firmamento, parecía filtrars e por los bordes de
una gran rodaja negra.
Entonces vi a ml amigo. Caminaba en torno a la cas a con mirada de loco
s iempre dirigida al frente Más que andar o correr, s e diría que, dominado
por una fuerza extraña, s eguía el ritmo regular de un timbal s atánico
marchando en un brote es calofriante. Parecía un animal salvaje: un lobo
acuciado por el hambre o un zorro que, encerrado en s u jaula redonda, y
queriendo es capar de s u propia piel para librars e del ins ufrible des eo de
libertad, marcha en eterno trote regular en torno a los barrotes .
Sobrecogido de temor ante es te es pectáculo, intenté de tener a mi amigo
asiéndole de un brazo. Entonces s e arrojó al s uelo para librars e de mí, y
volviendo a levantars e inmediatamente, continuó s u carrera .
Luego s e detuvo bajo el pavo real labrado en piedra, alzó lentamente s u
ros tro mirando hacia el disco negro del s ol y s us rasgos s e contrajeron en
una mueca es pantosa ; era la 8 4 mis ma ris a del pavo real que, s obre la
puerta de mos aico azul y verde, dirigía la mirada a los cielos : una
carcajada s orda que expresaba un odio ardiente .
En aquel momento comprendí —más con el corazón que con la mente— el
s ignificado del pavo real y de aquella extraña ris a.
Mi amigo perdió el conocimiento y cayó al suelo derrumbado.
Le llevé a s u habitación y corrí a pedir ayuda al relojero. Cuando volví, lo
encontré colgado de una viga del techo. Había intentado ahorcars e.
Al borde de la muerte conseguí volverle a la vida.
(P. 85) ¿A la vida? Si se llama vida al hecho de res pirar y caminar…
Fueron pasando los años y nunca vi en él señal alguna de que me reconociera
o de que recordara lo ocurrido.
La señora Petronella es quien le cuida y le da de comer. Permanece mudo y
pasivo —dice ella— como un animal que, mortalmente cansado, se deja alimen-

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tar por su guarda.
Hacía tiempo que hablamos perdido toda esperanza, cuando un día le
encontré completamente transformado.
El fenómeno debió haber ocurrido por la noche, pues era muy de mañana
cuando fui a visitarle: Estaba a la puerta de s u habitación —situada en la calle
de la Cruz— y s us ojos radiantes es taban fijos en el s ol s aliente. Era un
domingo de Res urrección; veo, como si fuera hoy; el brillo de la luz
primaveral, siento el aire tibio y percibo el aroma de las acacias . Viendo en
s us ojos la luz de la vida y la c onsciencia placentera de nues tra amis tad, le
eché lleno de júbilo los brazos al cuello.
El me apartó s uavemente, se inclinó a mi oído y murmuró con una s onrisa:
<<¡La he encontrado!>>.
¿Encontrado? ¿Muerta? ¿Viva?, grité casi fuera de mí. Pero
inmediatamente pens é: no es posible... L e obs ervé con atención. ¿Se habría
vuelto loco? ¿Habría des pertado de s u incons ciencia os cura para volver a caer
en otro es tado de perturbación?
Su mirada era clara, tranquila y consciente como nunca. No —pensé—, no es la
mirada propia de un loco.
Tomándome de la mano me introdujo en s u habi tación.
(P. 86) La cama, la mesa, la silla, el armario... estaban colocados —como lo están
hoy todavía— en el reducido espacio que constituía su dormitorio.
En el fondo había una pared alargada, grisácea y descascarillada por la
acción del tiempo; en las esquinas, unas triples hornacinas construidas
es calonadamente la cubrían parcialmente. Daba l a impresión de un pequeño y
extraño laberinto.
Según dice la saga, hubo un tiempo en que el alquimista vivía aquí.
Mi amigo, con una expresión de beatitud y de alegría triunfal, levantó la mano y
señaló hacia la pared grisácea.
Miré al lugar señalado:
¡Una mancha húmeda, casi circular, aparecía en la pared!; aproximadamente a la
altura de un hombre.
Yo habla oído hablar con frecuencia de es ta mancha; ahora la veía por
primera vez con mis propios ojos.
Una mancha de humedad en un viejo muro, ¿qué tenía eso de particular?
Solamente es to: aunque des de tiempo inmemorial todo el mundo en la ciudad
conoce la exis tenci a de es ta mancha, no s e ha forma do en torno a ella ninguna
saga, his toria o cuento. En es tos cas os s uelen aparecer, en cues tión de horas,
las corres pondientes leyendas; es ta vez no había ocurrido as í. Parecía como si
la mancha fuera invulnerable contra toda fantasía humana.
Durante tres semanas permanece oculta; luego una noche vuelve a aparecer
repentinamente goteando humedad. <<Calcio higros cópico>>, que abs orbe el
vapor de agua de la atmós fera. ¿Qué otra cosa podía s er? As í opinan las
pers onas ilus tradas ; ¡los ilus trados ! Es
(P. 87) decir, todos aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, encuentran
s olución a todas las incógnitas, sin comprobar si es tas s oluciones son correctas
o no. Por otra parte, no deja de se r extraordinario que, tratándose s olamente
de un simple fenómeno de calcio higroscópico, no se haya olvidado el pueblo

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de la exis tencia de tal mancha .
Ellos deben pensar que los intervalos de tiempo en que se produce el
fenómeno no son regulares. Yo, en cambio, estoy convencido de lo contrario.
¿Qué s ucede con la mancha?, pregunté a mi a migo, viendo que continuaba
señalando a ésta sin decir palabra.
<<No es una mancha; es la entrada>>, dijo sonriendo disimuladamente, y me miró
para comprobar mi reacción.
<<Habla como un loco>> —pens é—, y mi corazón se entris teció. Más tarde
he sabido que hablar como un loco y es tar loco s on cosas dis tintas . A partir de
entonces he venido es tudiando medicina y conozco exactamente cómo se
manifiestan las diferentes formas de locura. ¿Qué es taba s ucediendo en la
mente de mi amigo? Des de luego, algo que es taba más allá de mis facultades
cognoscitivas. No creo que el hecho de que algo s ea percibido en común,
determine s u veracidad; por lo tanto, tampoco creo que me asis ta el derecho
de llamar sueños, ilusiones o engaños a las experiencias de otro, s ólo porque
sea él el único que las ha tenido. No puedo hace r más que callarme y pensar:
<<no sé…>>.
<<¿Entrada? ¿Qué quieres decir?>>, pregunté a ml amigo evitando s u
mirada, pues no quería que viera en mis ojos la tris teza ni la duda en cuanto a
s u capacidad de juicio.
Pero él lo percibió claramente. Por el tono rotundo
(P. 88) de s u voz noté que s e daba perfecta cuenta de lo que s ucedía en mí
interior. Hablaba como un mandatario tratando de sa lir al pas o de la duda que
—s egún pres umía— iría aumentando en mí, a medida que fuera narrando lo
s ucedido.
Con frases breves y entrecortadas explicó:
<<Esta noche he despertado de mi sueño. Su voz me llamó>>.
<<Sé que durante muchos años he es tado dormido. Debo s er un hombre
viejo —pens é—. Entonces me di cuenta de que s eguía s iendo joven como
antes . El s ueño me había librado de la vejez.
De repente recordé algo: ¿No acababa de beber algo en un cuenco que un
anciano, ves tido con una túnica antigua, me habla ofrecido? Tocando mis
labios noté que aún es taban húmedos .
La luna brilla en toda s u plenitud —pensé— , y me llegué has ta la ventana. La
calleja estaba iluminada; pero no por la luna. Era el s ol el que iluminaba la
media noche.
Me volví y vi la mancha en el muro. Cuando me levanté, ésta no es taba allí.
De es o es toy completamente seguro.
Como a través de una puerta abierta, penetré en el i nterior. Pude hacerlo
porque <<ella>> me había llamado. Su voz me había vuelto a la vida .
Penetré en el interior, no en es píritu, s ino tal y como s oy. A q uien vive
todo le es posible. Sólo los <<muertos >> es tán impos ibilitados ; han
olvidado lo que podían hacer antes , cuando todavía vivían.
Todos vos otros estáis muertos; pero no lo sabéis. Incluso tú lo es tás, amigo
Apuleyus. ¿No ves que te descompones como un cadáver? Tú llamas a eso
<<envejecer>>. Todo aquel que envejece es ya un cadáver.
(P. 89) Lo que se siembra es corruptible, pero aquello que resucita no lo es.

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Cuando entré supe que el muro era en realidad una habitación.
Felicitas me salió al encuentro. Me abrazó y me bes ó; no me s entía feliz.
Sentir la fel icidad s ignifica no tenerla. ¡Cómo s e puede s entir la felicidad
cuando uno s e ha convertido en la felicidad mis ma!>>.
De repente mi amigo guardó s ilencio mirando fijamente hacia la mancha
circular, como s i obs ervara algo en ella .
Yo miraba a s us labios es perando s us palabras . Su narración me había
conmovido de pies a cabeza. No podía hablar. ¿Eran palabras lo que había
oído o habían sido imágenes, que —incomprens iblemente— s on oídas en
lugar de ser vis tas ? ¿Pertenecían quizá es tas imágenes a un mundo que —
para nosotros <<cadáveres >>— es inaccesible? Detrás de todas las cosas
es tán s us imágenes . Pens é en lo que es criben los mís ticos cris tianos acerca
de la <<res urrección>>: <<Res urrección es vivir en Dios , y para Dios nada es
impos ible>>.
Mi amigo continuó hablando a media voz. El tono imperioso había desaparecido y
el brillo de sus ojos comenzó a apagarse:
<<Ante una mesa estaba sentada una mujer viejísima, que a la luz de una
lámpara tejía una media gris ; por s u extremo estaba unida al pasado. Cuando
entré, me saludó inclinando la cabeza, pero sin apartar la vis ta de las agujas con
que tejía. <<No puedo dejar de moverlas, pues si permanecieran un momento
en repos o también tu corazón se pararía, hijo mío, y ¡eso no debe suceder
todavía! —s e disculpó—. Es ta es la habitación del verdadero pres ente, hijo
(P. 90) mío. El presente es para todos los seres que es tán muertos porque no
saben lo que es la vida y el misterio que encierra. El pres ente es
incomprensible para los seres terres tres , pues és tos no viven en la realidad.
Si pudieran s entir el pres ente tendrían también acces o a la eternidad, pues el
pres ente no es otra cosa que la eternidad donde se encuentra la verdadera
vida>>.
<<Es nues tra madre primitiva, la madre "vapor de agua" —murmuró
Felicitas a mi oído; si ella no existiera, no exis tiríamos ninguno de nos otros. Lo
que es tá tejiendo no es —como tú crees — una media, sino una banda gris . No
tiene principio ni final, por lo que —como ella dice siempre— llegará a tener
figura circular. Si dejara de tejer, dice ella, s olamente habría pres ente; pero la
voluntad de la vida no quiere que el relojero deje s us manos en repos o. No sé
lo que quiere decir con es to. ¿Se referirá al tío Güs tenhöver? Yo la he
manifes tado nues tro deseo de casarnos , pero, al parecer, hacía tiempo que lo
sabía. ¿Cómo puedes decir semejantes tonterías , Felicitas ? —me ha
res pondido [(la muj er vi ejísi ma )] —, ¡s ólo se casan los muertos ! ¿O es que quieres
envejecer como ellos ? ¿Por qué llevas entonces el nombre de Felicitas ? ¡La
felicidad debe permanecer joven! Casars e con otro implica s er dos . Contraer
matrimonio es otra cosa; es to significa fundirse dos en la mis ma pers ona. Lo
que permanece separado en dos, envejece y muere; pues está fuera del
recinto protegido del presente. ¡Déjeme entonces contraer matrimonio! —le
s upliqué diciendo lo mucho que te añoraba, Adam—. Yo también lo deseo —
me cons oló—, por es o te he s eparado de tu tío [—c ontinuó diciendo la muj er
vi ej ísi ma—] , trayéndote conmigo a la habitación del pres ente; para que el futuro
no pudiera poseerte,

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(P. 91) ¡hija mía! Son muy pocos en la tierra los que tienen esa suerte. Y para
que pudieras contraer matrimoni o con Adam te he permitido llamarle.
¿Cuando, cuándo podrá ser eso?, pregunté insis tentemente a la abuela
milenaria, ¡me muero de impaciencia por unirme a Adam! Y ella me contes ta
siempre: Es perar significa no poder encontrar. Tienes que olvida r esa idea de
es perar, Felicitas . ¡Olvidar la es peranza significa haber encontrado! ¿Entiendes tú
esto, Adam? Entonces la abuela me cons oló nuevamente diciendo: ¡No es
tiempo aún de contraer matrimonio, hija mía; primero tiene que encontrar
Adam la piedra colorante! (42). Pres ta atención, Felicitas : se trata de una
piedra que trans forma el plomo en oro, y a hombres muertos en seres
vivientes . El plomo se des compone; pero el oro no, hija mía>>.
La voz de mi amigo fue bajando de tono. Me cos tó trabajo entender s us
últimas palabras.
Comparando la primera parte de s u narración co n la segunda, comprendí
que había pas ado del plano consciente de la luz blanca, a otro más profundo
de luz multicolor. Tratando de leer lo que s ucedía en s u alma, le mi ré al
ros tro. Cuando vi lo que es taba escrito en él, comprendí que tenla razón: s u
expres ión era conmovedoramente infantil.
Los niños pasan del reino de la luz blanca —reino de las causas y de las imágenes
eternas— al reino <<de la cola del pavo real>> o país de destellos multicolores,
fantasías y cuentos; luego se ven de repente impelidos a la tierra fría de las leyes fijas,
y este choque les hace olvidar todo lo anterior.
_____
(42) El verbo "tingieren" no figura en ningún diccionario alemán. Suponemos que la traducción:
"piedra colorante" (piedra que tiñe) es la más aproximada dentro del carácter mágico-ocultista del
texto. (N. del T.)
(P. 92) Sólo les queda un oscuro recuerdo del reino <<de la cola del pavo
real>>; por es o les gus ta tanto oír cuentos . Cuando olvidan también es ta
última huella, se vuelven insens ibles y no saben ya cual es s u s entido, entonces
s on educados por los padres , coinvirtiéndose en muertos que s e mueven.
Este mis mo proces o o pas o de un plano a otro se es tá realizando en mi amigo
—pensé— y ahí debe continuar.
Pensaba si debería apremiarle para que continuara s u narración, cuando de
repente rompió en s ollozos , y asiéndome ambas manos , dijo: <<¡Oh, Apuley us, si
pudiera darte una parte de ml felicidad! ¡Podría decirte tantas cosas ! ¡Pero cómo
puedo expresarme con pala bras ! ¡Son cosas que se convierten en niebla, si se
intenta encerrarlas en los estrechos límites de las palabras! ¡Las palabras
res ultan demasiado oscuras para expresar cosas tan claras !
Antes llevaba en mí toda la pena del mundo; ahora toda la dicha del
mundo es tá encerrada en mí, aunque no puedo irradiarla. ¿Recuerdas
todavía lo que s ucedió entonces ? El s ol lucía s ólo para sí mis mo; no para los
demás : un dis co negro s e interponla entre él y los hombres >>.
<<¿Y que vas a hacer ahora, Adam? —pregunté lleno de incertidumbre, pues
no sabía qué responderle.
<<¿Hacer?>> —s us ojos brillaron de un modo extraño—. <<Estoy fuera de
todo cuanto signifique "hacer". Dormiré al desaparecer la mancha y des pertaré
cuando vuelva a aparecer, para atravesar la puerta. Dormir es no hacer nada .>>
<<Entonces ¿volverás a caminar sin vida, como

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(P. 93) hasta ahora has hecho, en tanto que la mancha esté ausente?>>, traté de
averiguar.
El as intió con la cabeza .
<<¿No me puedes deci r lo que oc urre e n t u interior cuando caminas? —
seguí preguntando—. ¿Oyes lo que se te dice?
Después de reflexionar un rato, dijo: <<No es como tú s upones, Apuleyus,
aunque sí algo parecido. El otro —s u mano recorrió s u cuerpo de arriba a aba jo—
, el otro de aquí sabe probablemente lo que sucede y actúa en consecuencia,
creo yo; pero ¿qué relación puedo yo tener, con él? Ta mbién se mueve tu
sombra, Apuleyus ; y, sin embargo, sólo sabes lo que hace cuando la miras . Lo
que para ti es tu s ombra, es o es para mí mi cuerpo. ¿Qué tengo yo que ver
con él? ¡Quizás s e ahorcó en aquella ocas ión y es tá s eparado de s u cabeza
con una cuerda al cuello! Sólo cuando le miro, s é si camina, habla o contes ta;
pero ¿qué interés tengo en mirarle? Es viejo y repulsi vo; yo, en cambio, s oy
joven.>>
<<¡Yo, en cambio, s oy joven!>> Sus últimas palabras sonaron de un modo
extraño. Reflexioné un momento: ¿No era éste el timbre de su voz hace cuarenta
años? Sentí una sensación de mareo y me agarré al canto de la mes a para no
caer.
¿Qué era aquello? Como anteriormente, s u mirada es taba clavada en la
mancha del muro.
<<¡Dios mío!, cree que es o es , efectivamente, una puerta abierta —pensé
s obrecogido—. ¡Se va a es trellar!>>
¿Perdí, en aquel momento, el conocimiento y l o que vi fue s ólo un
delirio? Hoy des earí a s aber que fue así; que durante una décima de
s egundo es tuve incons ciente y s oñé lo que acabo de narrar. N o
(P. 94) tengo más remedio que autoconvencerme de ello; o de lo contrario tendría que
creer ciertas cosas.
Según dicen las escrituras, ¡también Pedro paso a través de un muro! ¡Cuántas
veces he repetido esta frase desde aquella escena en la habitación de Adam!
De una cosa estoy seguro: tuve la sensación de que, girando en torno a mi propio
eje, caía —a una velocidad increíble— en un abis mo. Pero todo sucedió a una
velocidad tal, que escapaba a la capa cidad de comprensión humana; cuando yo
apenas lo había percibido, el proceso había ya terminado. Mientras esto sucedía en
mí, no aparte, ni por un segundo, los ojos de mi amigo; vi cómo levantaba el pie
para dar el último paso.
Cuando una luz se apaga a la velocidad del rayo, nuestra vista no lo percibe por falta
de tiempo; sin embargo, en nuestro sistema nervioso queda una especie de recuerdo
que nos hace ver la luz incluso con los párpados cerrados; una luz que, en ocasiones,
es, incluso, más potente que la luz real. Algo parecido a esto fue lo que me sucedió
entonces: ml amigo atravesó el muro y desapareció.
Entonces tuve nuevamente la sensación de que caía, sólo que esta vez tuve tiempo
de percibirla más claramente, según creo. Luego me pareció que, habiendo caído en
aguas profundas, volvía lentamente a la superficie de mi antiguo ser.
¿Me había desmaya do? Si así fue. ¿Por qué no caí al suelo? Cuando pude volver
a pensar con claridad estaba allí de pie como antes, apoyando ml mano en el
canto de la mesa.

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La habitación estaba vacía, mi amigo había desaparecido.
(P. 95) <<¡Se ha marchado! ¡Se ha marchado a la calle! ¡Naturalmente!>> <<¿Qué
otra cosa podía ser?>> Eso podría escribir ahora; pero no logro hacerlo. Otra vez me
viene a la mente aquella frase: <<También a Pedro le ocurrió una vez que…>>
Cuando al día siguiente fui a visitar a mi amigo, éste habla vuelto a ser el mis mo
de siempre: aquel a quien todos en la ciudad tenían por loco. No me reconoció. Al
menos yo lo creí así.
La mancha del muro habla desaparecido; a intervalos de tiempo regulares ambos
vuelven de nuevo: la mancha de la pared y mi <<viejo>> joven amigo.
El misterioso suceso no se ha vuelto a repetir. Cuando Adam está <<despierto>> y
nos reunimos, ninguno se atreve a tocar el tema. ¿De qué me habla entonces Adam?
De nada que se refiera al reino de la luz blanca. En cambio cuenta otras muchas cosas
bellas, llenas de infantil candor, acerca de Felicitas, de la dicha que siente y de la
milenaria <<madre vapor de agua>>.
El señor Corresponsal volvió a dejar sobre la mesa —cuidadosamente, casi con
ternura— los apuntes del doctor Buey y se quedó mirándolos en actitud reflexiva.
Sentía en su corazón una cierta amargura.
<<A personas como éstas llama la gente "pobres locos">> —murmuró como
hablando consigo mismo, y añadió melancólico—: <<¡Pobre! El pobre.soy yo. Ml vida
es miserable; la suya es rica. ¡Ojalá fuera yo uno de esos locos!>> Sus ojos recorrieron
las paredes de la habitación observando el empapelado cuyo dibujo era de un evidente
mal gusto: flores desgastadas, estilizadas —colocadas en hilera, del suelo al techo—,
con ingenuos arabescos de pámpanos
(P. 96) entrelazados a modo de danza. Todo era falso: las flores, la danza y el pintor
que las hiciera.
<<¡Igual que mi vida!>>, pensó el señor Corresponsal bajando tristemente la cabeza.<<Lo
que quisiera saber es qué significa eso de <<la cola del pavo real>> —se le ocurrió de
repente—: <<¿Creerá el doctor Apuleyus Buey que es posible algo así?, ¿o lo habrá
inventado para hacerse pasar por escritor? No es la primera vez que alguien emplea el truco;
después vienen pidiendo que se recomiende el manuscrito en la redacción. Mirando los
apuntes con desconfianza, los tomó de nuevo: examinó la letra, frotó después con el dedo
humedecido: <<No, era tinta antigua; ya muy seca. Fue escrito hace años. ¡Lo extraño es que
me haya entregado unos apuntes que contienen tan íntimos recuerdos! ¡Una cosa así se
guarda para uno mismo! Pero ¿qué es esto? ¡Aquí hay una nota!>>, y el señor Corresponsal
leyó: <<Distinguido señor, le ruego que se abstenga de leer la primera parte, cuyo título es
"La milenaria madre vapor de agua”. Le incluyo el cuaderno sólo porque la segunda parte
contiene algo que podría interesarle.>>
<<Entonces no ha sido escrito para mí>> —dijo entre dientes el señor Corresponsal—:
<<Ahora se aclara el asunto. Extraordinario, ¡él cree, efectivamente, en todas esas cosas! Es,
en verdad, un investigador y sabe gran cantidad de cosas que otros hombres ignoran por
completo; su vida está dedicada a la ciencia, en caso contrario, ¡cómo iba a imaginar tales
cosas sólo para sí mismo! ¡Apuleyus! ¡Qué nombre más extraño! Probablemente también su
padre era un loco. A un hijo no se le pone semejante nombre… Si yo tuviera un hijo… >>
(P. 97) La mente del señor Corresponsal empezó a flaquear: sus pensamientos se
sucedían sin continuidad alguna. Un débil recuerdo, casi marchito, le vino a la memoria.
El señor Corresponsal empujó las gafas hacia la frente y se tapó los ojos con las manos:
<<¡Sí, sí, Sofi! Otra vez veo tu pobre vestidito azul, tus zapatos remendados y tu carita

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pálida y delgada. ¡Dios mío, qué lejos está todo aquello! ¡Parece que han pasado mil
años! Yo era un escolar de tercer curso, llevaba un gorro rojo en la cabeza —Se acarició
la calva—, estaba enamorado de ella hasta las orejas y la adoraba; a ella y a la luna;
escribía versos. Hablábamos del futuro y de nuestra boda. Sí, también nosotros, como ese
Adam Trapp y su Felicitas, nos prometimos eterna fidelidad. Sí, sí —luego tuvo que
hacerse costurera. No volvió a esperarme a la salida de la escuela—. Y el martirio de
aquellas noches de insomnio. ¡Qué terrible sufrimiento el de un pobre muchacho des-
amparado! Me rompía el seso pensando en la forma de hacerme rico para ayudarla. Y,
por si fuera poco, el eterno Jenofonte y Julio César y todos los demás condenados.
Naturalmente, me suspendieron. ¡Sofi! Se puso tísica y murió —ni siquiera pude ir a su
entierro—; me dejaron castigado porque mis conocimientos de Religión eran
insuficientes. Ni el Pastor ni Dios supieron que hubiera dado mi s angre por poder ir tras
el ataúd. Aunque lo hubieran sabido tampoco me habrían dejado. ¡Era un alumno de la
tercera clase! Un alumno de tercero no es todavía un ser humano; ¡primero tiene que
aprender! Y ahora ella se ha convertido en un montón de huesos.>> De repente sintió un
calor que le subía a la garganta; con ambas manos se aflojó el cuello.
(P. 98) <<¡Escalofriante! ¡Es calofriante!>> Hubiera des eado gritar, pero apretó
firmemente los labios : no es taba bien ponerse a gritar a media noche en un
hotel.
Intentó traer a s u mente otras imágenes más agradables .
Nada: ¡todo polvo!
<<Abriré la puerta de la es tufa y reavivaré las brasas con la paleta; quizá así
me sienta mejor y mis recuerdos s ean más placenteros>>; una es pecie de
melancolía s entimental habí a ya ahogado la llama de s u auténtico dolor.
<<Es o s e hacía antes , cuando todavía había chimeneas ; ahora s ólo ocurre
en las novelas . ¡Fras es ! ¡Sólo fras es !>>
<<Des pués de todo, ¿por qué no voy a avivar el fuego?>> —añadió
inmediatamente, tratando de convencers e a s í mis mo—, <<una es tufa
también s irve>>, y miró hacia los oscuros rincones de la habitación: <<¡Ajá,
allí, detrás del biombo!>>, Se levantó rápidamente y corrió a un lado el
biombo :
¡Allí no había estufa ninguna! El hotel tenía calefacción central.
Sintiéndos e humillado y de mal humor, s e acercó a la ventana y
descorriendo la cortina, la abrió; miró a afuera: el frí o no era ya tan cortante.
La nieve s e es taba des haciendo.
Arrojó la colilla de s u cigarro que describió un arco en el aire de la noche;
obs ervó cómo des pidió chis pas al choque con las baldos as .
En la lejanía s e veía la colilla y, en la os curi dad, la s ilueta de la <<casa
del pavo real>>.
Hileras de puntos luminos os remontaban la calle —las plazas , las callejuelas
que cruzaban en todas direcciones — como s i un tropel de es trellitas —pá-
(P. 99) jaros luminos os del es pacio— hubiera venido de vis ita, revoloteando
s obre la tierra, para obs ervarlo todo secretamente. Cuando empieza a clarear
—mu cho antes de que los hombres s e sacudan el s ueño de los ojos — vuelan
hacia arriba, dejando creer a la gente que s on farolas .
Una niebla os cura envuelve las cas as adormecidas : vapor de agua de la
tierra. Más arriba todo aparece en tinieblas s oñolientas .

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El señor Corres pons al siente frío. Va a cerrar la ventana, cuando percibe
en el aire un rugido s ordo. Un enorme pez volador, con las aletas extendidas ,
navega en las profundidades del es pacio: es el navío del doctor Is mael Steen.
Describe círculos en torno a la ciudad. Gira. Desaparece como si le hubiera
tragado el abis mo oscuro del es pacio. Como por encanto, emerge de nuevo. A
través de las tinieblas pas ea s u silueta victoriosa.
En s u panza brilla vivamente una pequeña chispa, arrojando un cono de luz
centelleante, que penetra el mar nebulos o. Sobrevuela los tejados de las
casas que, aquí y allá, cuando el cono de luz incide s obre ellas , des piertan un
ins tante de s u s ueño, envueltas en una blanca claridad cegadora; como si
alguien les hubiera colocado un gigantesco y pun tiagudo gorro de clown. En el
ins tante siguiente desaparecen tragadas por la oscuridad de la noche y el
lunático pez de metal deja caer s obre otra cualquiera el gorro puntiagudo.
Luego s e remonta hacia la colina, sobrevuela <<la casa del pavo real>>,
derrama sobre ella todas sus luces, desciende, y desaparece junto con ellas. <<El
demonio>>, murmura el señor Corresponsal, cerrando de golpe la ventana. Se
des nuda, s e pone un pijama
(P. 100) a cuadros y, s entándos e afligido en el borde de la cama, escucha —
contra s u voluntad— por s i vuelve a oír el s ordo rugido.
Pero todo es tá tranquilo; s ólo oye el zumbido de la sangre que hierve. El
hombre maduro lo percibe siempre que escucha; s ólo el ruido cotidiano le
hace olvidar ese s us urro lejano interrumpido y amenazante. Es como el aleteo
de es e ave de rapiña llamado <<muerte>>, que des de los abis mos del tiempo
s e va acercando lentamente .
<<¿Por qué nadie ha tomado el polvo gris de ese extraño tipo llamado
Adam Trapp?>> —reflexiona el s eñor Corres ponsal —: <<¿Qué s e puede
perder? ¡Venenos o no va a ser! Lo que s í es , es repugnante. Lo ras pa de las
paredes ; quizás de la parte inferior —donde los perros siempre…—. ¡Qué
asco! Aunque al fin y al cabo, ¡cuántas porquerías s e ingieren a diario! ¿Qué
podrá s er? Lo probaré.>>
Apaga la luz, extiende s us miembros , res uelve tomar el polvo gris . Unos
minutos des pués, el s ueño le envuelve.
Una diminuta chis pa de es peranza de volver a s er joven s ubs is te todavía en
el s ueño, pues aquí y allá aparecen extraordinarias imágenes : se s iente
atrapado en una tela metálica cuadriculada que, a modo de traje, le envuelve
firmemente; luego se ve, de repente, con un puntiagudo gorro de azúcar en la
cabeza y no s abe qué hacer: ¿Debe enfadars e? ¿Le habría coronado el doctor
Steen como un <<Augus to el Tonto>>? Pero la i magen del doctor Steen le
tranquiliza al reconocerle como un res petable corres ponsal de un famos o
periódico berlinés , a quien nadie le gas taría semejantes bromas . Al contrario:
el s eñor doctor Is mael Steen s e ha convertido, de re-
(P. 101) pente, en un hombre simpático y ll eno de benevolencia; inclus o le
acons eja no tomar el polvo gris —que no era gris, s ino amarillo y que además
¡nunca podía s aberse si había peligro de contagio!—. En cambio, el doctor
Buey aparece convertido en un Don Quijote; pero no cabalga s obre un caballo,
sino que monta un as no dorado y se precipita con la lanza en ris tre, tratando
de entrar a través de puertas circulares que s e convierten en muros.

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Luego la diminuta chispa de esperanza se va apagando lentamente. ¡Cómo una luz
tan insignificante iba a poder competir con esa enorme y profunda oscuridad
que es el sueño!
La luz s e extingue. Y el s eñor Corres ponsal ha olvidado repentinamente
quién es en realidad.
Sus labios tratan de balbucear una palabra; al parecer, es el nombre de Sofi.
Pero ni él mismo lo sabe.
Pronto aparecerán lágrimas en s us ojos, que humedecerán la almohada.
Cuando se des pierte por la mañana y —todavía media dormido— se dé cuenta
de ello, se llenará de as ombro; en el primer ins tante pens ará que se trata de la
mancha de humedad que, naturalmente, no exis te en realidad .

(P. 102) En blanco

(P. 103) Capítulo III

Ismenia

Des de la gran torre de la catedral gótica de Santa María retumba el s onido


s ordo de las dobles campanadas ; s us ondas s onoras hacen vibrar el húmedo
aire frío de la noche, y las campanas inmóviles de las otras iglesias —
des pertando levemente es tremecidas — res uenan en una profusión de ecos :
bajos, altos, agudos , profundos, cercanos , lejanos …
Las dos de la madrugada: hora fantas mal de los asiáticos .
De nuevo empieza la es pera, la incertidumbre, el temor: ¿qué ocurrirá en
es ta hora?
Algo enorme, con ojos relucientes como ascuas —una cabeza de delfín casi
sin cuerpo, con la aleta caudal atravesada —, s e desliza s ilenciosamente y a gran
velocidad, remontando la calle iluminada por dos líneas de farolas, que s ube
has ta la colina: un automóvil de línea aerodinámica, cuya peculiar
configuración hace pensar en un fabulos o animal antediluviano. En los laterales
del grotesco cráneo aparece una fila de ventanillas , iluminadas y cubiertas por
una cortina de seda blanca, a cuyo través s e perciben, como un hálito negro, los
rasgos velados de una cabeza femenina .
(P. 104) En la frente de la cabeza de dragón, una enorme mas a con garras
gigantes cas que, al no vers e los brazos , parecen salir directamente del
tórax, s ujetando el aro del volante: el Chauffeur que en el as iento del
conductor va envuelto en una piel velluda.
El coche gira e internándos e en un pequeño bos quecillo con nidos de
cornejas abandonados en el s eco ramaje invernal, se dirige al callejón del sa-
litre. La ag uda luz de s us faros ilumina el camino con un fulgor cegador
es capando a la reluciente banda de cornejas que intenta devorarle .

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La oscura masa cuadrangular de la <<casa del pavo real>> se yergue sobre el suelo.
Como s i el interior es tuviera en llamas , agujas de fuego s e filtran por las
rendijas de los pos tigos que cierran las ventanas .
Sobre el tejado de vidrio un va ho fosfores cente se eleva en el mar
nebulos o.
El automóvil rodea lentamente la casa; s us dos ojos s e han apagado,
encendiéndose, de repente, un tercero, cuya luz es aún más viva. Su mirada
penetra las tinieblas . Recorre los muros de arriba a abajo. Al incidir s obre la
puerta de mosaicos , és tos reflejan la luz en múltiples des tellos . La mueca
diabólica del pavo real aparece un segundo como una máscara nocturna.
Continúa es piando Para dar con la entrada.
Muros desnudos, sin ninguna ventana o puerta franqueable. El automóvil gira
volviendo la esquina.
La tienda del rel ojero es tá cerrada; pero el brillo que tras lucen los cris tales
opalinos de la puerta indica que los habitantes es tán aún des piertos.
Desciende el Chauffeur —embozado en s u piel, co-
(P. 105) mo un os o gris —, llama a la puerta: la señora Petronell a abre. A la luz
de los faros del coche s u tupido cabello blanco brilla como la nieve.
Con expresión tranquila, el relojero Güs tenhöver es tá s entado ante una
pequeña mesa de arce, ni si quiera levanta la mirada cuando oye la pregunta:
¿Dónde es tá la entrada a la casa del señor doctor Steen ?
Sus belios dedos delgados s os tienen una lupa a través de la cual obs erva
atentamente —con tanta entrega, como si s e tratara de un ser enfermo a
quien es tuviera contando las puls aciones — un pequeño objeto dorado y
guarnecido de piedras precios as que emiten des tellos . En s u ges to hay algo de
infantil compasión: ¡pobre criatura, tu puls o no ha podido s eguir el ritmo
implacable del tiempo!
Sobre un es tante cubierto con un paño de terciopelo rojo aparecen, en gran
número —quizás lleguen al centenar— toda clas e de relojes es maltados en
azul, en verde, en amarillo; decorados con joyas o grabados , unos reducidos al
es queleto, otros lis os y con entalladuras , algunos aplas tados o en forma de
huevo. Aunque no s e les oye —s u tic-tac es demasiado débil — el aire que los
rodea s e presiente cargado de vida; como si allí es tuvies e enclavado un reino
de enanos en afanos o trajín.
Sobre un basamento, una pequeña roca de feldes pato carnos o de la que
s urgen —formadas por piedras de bis uterí a— flores multicolores ; entre ellas ,
un es queleto humano con s u corres pondiente guadaña, es pera el momento de
s egarlas : un <<reloj de la muerte>> de es tilo romántico-medieval. Lo que
debería s er la es fera es la entrada de una cueva donde las dentadas ruedas
es tán paradas . No ha y
(P. 106) manillas ni péndulo; sólo signos enigmáticos ordenados en círculo: la
hora de la muerte es incierta. Nadie debe saber el tiempo de la cosecha. Cuando
comienza la siega, golpea con su guadaña el fino cristal de la campana que, como
una pompa de jabón, o como el s ombrero de una gran seta de fábula, es tá a su
lado.
De las paredes —y llegando has ta el techo— cuelgan relojes y más relojes;
antiguos, con orgullosas caras costosamente enriquecidas; en actitud descui dada

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dejan oscilar su péndulo proclamando, en un bajo profundo, su majestuoso tic-tac.
En la esquina, y de pie en su fanal de cristal, una <<blancanie ves>> hace como si
durmiera; pero un leve palpitar rítmico de su minutero indica que nada escapa a su
mirada. Otras nerviosas damitas de estilo rococó —el orificio de la llave bellamente
decorado— aparecen sobrecargadas de adornos compitiendo unas con otras —
hasta faltarles la respiración—, por acelerar el ritmo de los segundos. Los diminutos
pajes que las acompa ñan se apresuran emitiendo risitas sofocadas: zic, zic, zic.
Otros, formados en larga fila, están cubiertos de hierro, plata y oro como caba lleros
armados; parecen borrachos que dormitan emitiendo ronquidos de vez en cuando
y haciendo sonar sus cadenas como si, al despertar de su embriaguez, fueran a
entablar una lucha con el mismísimo Cronos.
En una cornisa, un leñador con pantalones tallados en caoba y nariz de cobre
reluciente, mueve la sierra continuamente des menuzando el tiempo en
partículas de serrín.
Todos , todos han es tado enfermos ; el paciente y
(P. 107) solícito Jerónimo, el médico de relojes, les ha devuelto la salud.
Todos pueden ahora —cada uno a su manera— volver a as umir el cargo de no
dejar perder un minuto para que el presente no pase desapercibido.
Sólo uno —colgado muy cerca del celos o médico—, una doncella antigua, de
los días del barroco, las mejillas pintadas de rosa, se ha parado —¡Oh, Dios!— un
segundo antes de las siete.
<<Está muerta>>, piensan los otros; pero se equivocan. <<Una vez al día tengo
razón>>, piensa para sí misma, <<pero nadie lo nota y yo no puedo decirlo>>.
Secretamente, espera y se dice: el profesor Güstenhöver se compadecerá de mí; él
no es como otros hombres. Cuando nadie esté delante, me reconocerá, y
tomándome de la mano, dirá: ¡muchachita, levántate y anda! Entonces volveré a ser
como una novia y podré danzar, danzar y danzar. << Por favor, ¿dónde está la
entrada a la vivienda del señor doctor Steen…?>>, repite el Chauffeur.
<<Tiene que dirigirse al frente oriental de la casa>> —la señora Petronella indica
con la mano en esa dirección— <<y levantar el picaporte de la puerta del jardín.
Entonces abrirá el portero>>.
El Chauffeur da las gracias y s e marcha .
Apenas ha cerrado la puerta tras de sí cuando la vida vuelve de repente al
relojito de la muerte; comienza a mover la guadaña golpeando con ella l a fina
campana de cristal que emite un s onido rápido y delicado como un lejano cantar
de pájaros : sing-sing-sing. El relojero Güs tenhöver levanta la vis ta, mira a su
mujer y ella le mira a él. D esde que es tá aquí no ha emitido un solo s onido;
ahora, de repente, comienza a funcionar —piensa para sí.
(P. 108) <<¿Lo conseguirá?—, pregunta después de un rato la señora Petronella,
mirando hacia la puerta.
El anciano reflexiona con una expres ión e n s u ros t ro como s i es cuchara
en el interior de s u pr opio s er; mueve la cabeza ins eguro: <<Quizás>> —
quizás s u propio poder—, dice en voz baja y vacilante .
A lo largo del pas eo de tejos con s uelo de gravilla que, has ta la entrada de
la casa, atravies a el jardín, oscila una luz.

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Marcos el Copto abre la dorada reja y levantando la linterna enfoca el rostro de la
dama que, cubierta con un espeso velo y envuelta en una piel de viaje, ha saltado del
coche antes de que el Chauffeur pudiera ayudarla.
Tomando la muñeca del copt o, la hace girar en un movimiento brus co de
modo que la luz incide s obre él, quedando ella en la s ombra .
En s u ademán ha bía algo dominante.
Posiblemente quería indicar algo con ello o ¿estaría quizás acostumbrada a tratar a
la servidumbre como a esclavos?
Tampoco a s u Chauffeur le ha dado indicación alguna s obre si debe es perar
o no.
El copto levanta el labio superior y, con su gesto de tigre, hace como si afilara los
negros y brillantes dientes , ges to que produce es panto a quien l o observa por
primera vez y cuya significación todos ignoran: ¿cólera, rabia, as ombro,
s orpres a, repulsión, agres ividad? O ¿es quizás algo que no procede del
alma?, un inconsciente res iduo expresivo de aquellos tiempos ances trales en
que el hombre primitivo s e enfrentaba s in armas a luchar contra los ani -
males .
El tinte a ma rillo ve rdos o de s u piel y l os oj os
(P. 109) de ónice des mes uradamente abiertos , hacen que la figura del copto
aparezca aún más extraña e irreal que a la luz del día.
¿Qué ex tra ño tipo de hombre? , hubie ra pe ns ado c ualquie r ot ro
vis itante ; pe ro la da ma pas a ante él, sin prestarle la más mínima atención,
como diciendo con aire altivo: <<Aquí vive el doctor Steen>>, y el copto la sigue
silencios o, sin hacerle pregunta alguna.
El arco de ent rada s e ilumina de repe nte dando pas o a una pe que ña
antes ala con pare des gua rnecidas de mármol coloreado. Un anciano ayuda de
cámara, con pantalón de s eda negra has ta la rodilla, se inclina profundamente,
adelantándose hacia la oscuridad.
La dama levanta s u velo :
<<Quisiera hablar con mi... quisiera hablar con el señor doctor Steen.>>
En el rostro del anciano se vislumbra un asomo de sorpres a —y alegría—. Por un
momento levanta las manos como pa ra juntarlas en un ade má n de prof undo
as ombro; luego, al percibir el tono frí o de la fras e, las deja caer de nuevo
y s u ros tro s e vuelve como de piedra, irradiando una es pecie de tris teza y
des engaño. Ayuda a la dama a des pojars e de s u abrigo de piel acompañándola
s eguidamente, por una es trecha es calera, a una pequeña antesala en cuyas
paredes se ven los signos eclesiás ticos.
Des pués de descorrer la puerta franqueando la entrada a la dama,
permanece de pie en el umbral en es pera de órdenes .
La dama pas ea la vis ta por la habitación. Su anterior comportamiento
decidido y rápido se ha transformado ahora en un a plomo casi es tático. Una
tran-
(P. 110) quilidad que produce extrañeza, pues actúa a modo de contraste con su
esbelta silueta juvenil, su rostro fascinante y las maravillosas manos delgadas y ner-
viosas.
En el aire flota un aroma raro y delicado procedente de las muchas velas de
cera —unas treinta y s eis — que arden allá arriba, en un candelabro circular

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formado por cabezas de pavos reales s obre el borde de un cuenco azul
amaranto, irradiando una luz s uave .
La dama deja caer s us blancos guantes de cabritilla s obre la alfombra de mil
colores que cubre por completo el s uelo.
El criado permanece i nmóvil, sin hacer el menor intento de recogerlos , como
si supiera de antemano que no debe hacerlo; que no debe hacer abs olutamente
nada hasta que no s e le ordene expresamente.
Las paredes es tán tapizadas en antiguo damasco de seda color violeta, que en
las paredes desgas tadas por el us o pone de relieve su cos tosa autenticidad.
Taraceadas cómodas abombadas de tiempos de Augusto el Fuerte, descansan
bajo gobelinos que representan escenas del Antiguo Tes tamento; entre ellas , la
del pecado original.
En una hornacina y rompiendo la atmósfera tran quila del gabinete, hay un
recipiente de nácar repleto de objetos de plata en bruto —pri mitivo arte
rus o—; entre ellos se ve una gran es meralda —como el puño de un niño
pequeñ o— en la que s e ha practicado un orificio a cuyo través pas a una
cinta de s eda anudada en forma de lazo. El recipiente s e encuentra ante el
bus to de barro pintado en colo-
(P. 111) res vivos que representa al Gingiskhan [(Gengis Kan)], un mongol con bigote de
guías colgantes y ojos rasgados.
Sobre un escritorio de forma alargada, situado en medio de la habitación,
aparecen toda clase de objetos singulares: pequeños cofres sintoís tas japoneses,
figuras chinas de jade, un diminuto cráneo de mono, es tatuillas egipcias de Orus
y Osiris, cabezas de Buda cubiertas de una blanca masa calcárea y con ojos de
zafiros , antiguas divinidades mongólicas —representantes de ríos — hechas con
barro cocido procedente del Peiho, la mascarilla mortuoria de un samurái,
tallada en madera y con rasgos horriblemente contraídos, formaciones de corales
asentados s obre una piedra, a manera de un matorral cuyo ramaje
maravillosamente delicado, es removido por el viento, vasitos de lagrimas, de
finísimo cris tal opalino, procedentes de la antigua Grecia; frascos de cristal de
cuarzo, marfil, as ta, jas pe en todas las formas imaginables, en un extremo hay
una pequeña columna de topacio ahumado, donde brilla una moneda de oro
rojo, casi del tamaño de una mano, con una inscripción que dice :

Con poder del polvo de Güs tenhöve r


Yo, que antes era plomo, me he convertido en oro.

Un pavo real figura en ella como emblema .


El canto de la mesa es tá adornado con marionetas en forma de s ombras
chinescas de color rojo, verde, negro, doradas o cubiertas con piel de búfalo,
que repres entan demonios con múltiples brazos a manera de arañas, nariz
puntiaguda, pupilas en forma de es trella y frentes coronadas con llamas do -
(P. 112) radas: figuras que los malayos designan con el nombre de Wajangpurvo.
<<El doctor Steen no es tá en casa>>, dice s úbitamente la dama mientras
dirige la mirada a una pintura de Velázquez envuelta en profundas s ombras.
La fras e no s uscita impaciencia, monólogo o pre gunta alguna; es
completamente acromática .

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<<El doctor Steen... ha s alido con... el aeroplano>> , contes ta el criado
haciendo una paus a antes de continuar la fras e como para tantear si debe
completarla.
Viendo que la dama gua rda silencio, continua:
<<El doctor Steen se marchó hace cinco horas>>.
<<¿El doctor Steen no recibe durante el día?.
<<El doctor Steen no recibe durante el día>>.
<<¿Está aquí entonces el doctor Steen?>>.
<<¿El doctor Steen es tá aquí?>>.
<<¿Siempre?.
<<Siempre>>.
<<¿Qué griterío es ese que se oye ahí al lado?>>.
<<Es e griterío que se oye al lado proviene de un grupo de derviches. El doctor
Steen quiere... que ellos... >>, el criado se detiene para tantear. Pareciéndole
que la dama no des ea saber nada más, guarda silencio inmediatamente.
<<Cuando llegue mi... cuando llegue el doctor Steen no es necesario anunciarle mi
presencia>>.
El criado retrocede un paso, aguarda unos segundos y, cerrando la puerta,
desaparece.
Sobre la cas a se oye un rugir de motores; emitiendo una sacudida s onora
enmudecen: el gigantesco pájaro de acero s e ha posado en s u nido. Transcurren
unos minutos y se oye un golpe seco s obre e l
(P. 113) tejado de vidrio; los muros tie mblan ligera mente y la voz cortante
del doctor Steen dice:
<<Marcos, por favor, ayude usted al piloto a sujetar las amarras>>.
En el taller cinematográfico los tambores árabes murmuran un saludo sordo .
C has que a n los pes a dos ce rroj os , c hi rria una v e nta na me t álica y el
ai re f rí o pe net ra e n el i nte ri or; e n la ha bi taci ón vi ol e ta pa rpa dea n las
v el as del c a ndela bro ci rc ul a r proyec ta ndo pe que ñas s ombras t ré mulas
que pa re ce n da r v i da al ros t ro del Ds c hi ngis k ha n [( G e n gi s Ka n ) ] .
Unos pas os rápidos hacen crujir los peldaños de la es calera, la ventana se
cierra de golpe con s onido atronador; el doctor Steen, habiendo descendido
del tejado de vidrio, entra en s u ves tidor.
La dama es pera en la habitación contigua .
<<Gracias a Dios que está usted de vuelta, mi Señor>>, oye decir al viejo ayuda
de cámara, y en su ges to se transluce como una ligera sensación de disgus to.
<<Teníamos miedo por ti, Señor>>, dice una voz femenina con acento extranjero,
que suena como un arrullo de paloma.
<<No tienes que preocuparte por ml, Leila>>, responde el doctor Steen.
La dama arquea las cejas con expresión de as ombro.
<<¿Nada nuevo, viejo?>>.
En tono entrecortado, pero rápido, contes ta el ayuda de cámara :
<<Ha llegado el jeque con los derviches, mi señor>>; obedeciendo las órdenes de la dama,
no menciona
(P. 114) el hecho de que ésta le es pera en la habitación con tigua.

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Seguidame nte, el doc tor S teen entra e n la habitación violeta. Al ve r a la
dama s e para e n s eco, llevándos e la mano a la f rent e en ademá n de
as ombro:
<<¿Cómo? ¿Tú? ¿Is menia? Pe ro, ¿es pos ible? ¿De dónde vienes ? ¡ No he
recibido ninguna carta! Su ponla que es tarías —que s é yo— en algún lugar
lejano de orie nte>>.
La dama permanece s entada; recos tada en el sillón, s onríe —aunque algo
forzadamente— y le tiende la mano.
<<He llegado hace unas horas. Abajo en nuestra casa me dijeron que vivías aquí
arriba y que desde hace mes es no s e te ve por la ciudad. Muy pronto me pon dré
otra vez en camino; habiendo oído que s olo recibes durante la noche, me he
llegado has ta aquí. Por otra parte, mañana es domingo, día en que no s e
s uele salir. ¡Cómo has cambiado, Is mael !>>.
<<¡Doce años es mucho tiempo, Ismenia!>>. Intenta hacerle un cumplido
refiriéndose a su belleza; ella adivinándolo le interrumpe bruscamente:
<<Des de nues tro último encuentro te has convertido en un s abio famos o.
No hay periódico en el extranjero que no dedique páginas enteras refiriéndos e
a ti y a tus nuevas teorías ; des de luego, s ólo las he leído por encima;
perdona, pero es as cosas no me interesan. En cuanto a tu opinión de que el
bolchevis mo y otros grandes movimientos modernos no tienen su origen en el
hombre mis mo, sino…>>.
<<Sino en el reino de... "los fantasmas", para decirlo brevemente>>, interviene el
doctor Steen en un tono ligeramente burlón.
<<Sí, es o quería decir más o menos , Is mael. Me re-
(P. 115) sulta chocante esa Idea. Hay en ella una irreligiosidad que me indigna.
También los ingles es, en general, es tán en desacuerdo con es ta extravagante
teoría. Inclus o es fuertemente rebatida .
<<¿Los ingleses? ¿No querrás decir las inglesas?>>.
<<No. ¿Por qué iba a referirme a ellas?>>.
<<Porque sienten ins tintivamente que s i pensaran el as unto a fondo,
tendrían que reconsiderar s u concepto del buen Dios . Es to no las conviene,
pues podría ll evarlas a tener que reconocer como una atrocidad el hecho —por
ejemplo— de jugar a las cartas en domingo, día que debe ser dedicado a la
oración por las mañanas y a la propagación de la fe por las tardes . Y en cuanto
a pensar algo a fondo, ¡por Dios , dónde quedaría entonces la sacros anta
tradición de s u estrechez mental! Pero dejemos el tema>> , agrega
rápidamente observando cómo el ros tro de Is menia, que s e esfuerza por
dominar s u cólera, s e va tiñendo de rojo. <<Perdona, no lo decía con mala
intención: he olvidado por completo que tu madre llevaba pura sangre inglesa
en s us venas >>.
<<¡Y nuestro padre común!>>, interrumpe Ismenia; el tono de su voz se ha
endurecido.
El doctor Steen la mira fija y detenidamente, sonríe irónico, guarda silencio;
luego dirige la mirada a la es tatua del Ds chingiskhan [(Gengis Kan)].
Is menia lo nota :
<<¡Sé lo que quieres decir, Is mael! Es tás orgullos o de que... "de que" "mi"
madre fuera de origen mongólico, de que s u ascendencia se remontara has ta

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Dschingis khan [(Gengis Kan)], el gran des tructor, de que yo s ea s u hijo
legítimo>>, completa el doctor Steen con fras es raídas , y de repente calla,
aprieta s us labios delgados y la fras e queda en s u mente :
(P. 116) <<Quiera exterminar de l a tierra a esas ratas blancas>>.
<<¿Y ahora?>>, trata de inquirir Is menia dis pues ta a saltar.
<<Ahora: nada en abs oluto>>, el doctor Steen es maes tro en el arte de
dis imular la más inflamada ira de s u corazón; de repente, en s u ros tro aparece
una expres ión tan tierna que, aunque Is menia le hab ía observado atentamente,
su desconfianza se convierte en confusión.
Casi con ternura toma s u mano.
<<Prefiero que hablemos de ti. Cuéntame cómo te ha ido en todo es te
tiempo. Apenas he recibido cartas tuyas, y eran, además, tan lacónicas. Cuando
las leía te veía involuntariamente como la graciosa y atractiva muchacha
adolescente que tú eras cuando nos separaron y tú fuis te enviada a un colegio
de Inglaterra. Uno se olvida de que el ser que escribe también va creciendo, y,
como en tu caso, se convierte en una bella mujer, una belleza que
posiblemente no tiene igual en el mundo entero. No puedes imaginarte mi
s orpresa cuando…>>.
Is menia es taba indignada, y mos trando una expresión de contrariedad,
interrumpió s us palabras ; pero el doctor Steen, con s u aguda mirada, observó
inmediatamente: <<Aunque haya sido levemente, he cons eguido rozarla con la
flecha envenenada. Ahora sé exactamente el grues o que ésta debe tener>>,
dice para s í; y empleando todas sus facul tades comienza a pensar sobre ello.
Nada hay en s u ges to —ni siquiera un ligero parpadeo— que pueda delatar lo
que pasa por su mente. Simulando una gran atención, escucha la narración de
s u hermanas tra .
Ismenia es cada vez más expresiva en sus descri p-
(P. 117) ciones , reforzándolas inclus o con exponentes ademanes ; no tiene la
más remota idea de que él en realidad no la es cucha, s ólo de cuando en
cuand o la mira atentamente, pronunciando una fras e de asentimiento o
lanzando una exclamación de as ombro…
<<En el fondo, mi vida ha quedado vacía, Is mael; indescriptiblemente vací a,
a pes ar de mis múltiples y largos viajes , con frecuencia i nteres antes y a veces
inclus o llenos de aventuras . En realidad, s e trataba de un continuo correr de
un lugar a otro sin plan alguno; como si algo que desconozco me azuzara
continuamente queriendo atraparme y alegrándos e en s ecreto de que no
encuentre la paz en lugar alguno. Es algo que me fuerza a bus car
continuamente, aunque en realidad nada deseo encontrar. Cualquier lugar q ue
vis ito me ins pira odio. Para ml, ningún automóvil corre lo s uficiente; cuando
viajo, s ólo piens o en "s eguir y seguir". Ante mí no hay meta alguna. La meta
es tá siempre detrás de mí. ¡Cuántos lugares he visitado, Is mael, y cuánto he
vis to! O más bien: ¡cuánto no he visto! ¡Lás tima que no haya es crito un diario!
¡Pero qué s e podría leer en él que no fuera es e eterno ¡"s eguir"! ¡"Seguir"!>>.
El doctor Steen escucha, se esfuerza por prestar atención: por el tono lento de sus
palabras piensa que terminará pronto.
<<Ahora vuelvo a sentir nos talgia por Inglaterra. Quiero volver a ver s eres
humanos —saca s u pañuelo—, seres humanos y no negros, negros y negros.

59
Todo el mundo está repleto de negros. Inclus o Alemania. Aunque l os alemanes
parezcan europeos, ¡para mí s on negros ! Con gus to les cruzaría la cara a
latigazos a es os negros de todos colores y razas . ¡Oh,
(P. 118) qué daño me hace su atrevido color oscuro! ¡Cuándo reconocerán al fin que somos
nosotros los amos indiscutibles de la tierra!>>. En sus palabras se ha dejado llevar de una ira
tan ciega que ni siquiera ha podido ver la expresión de odio infernal que por un segundo ha
llameado en los ojos de su hermanastro.
Ya casi sin aliento, guarda silencio. El doctor Steen asiente sonriendo, como si de todo
corazón estuviera de acuerdo con ella. Con un suspiro dice a media voz: <<Te entiendo
Ismenia, ¡ojalá pudiera ir contigo a Inglaterra! También yo me siento impulsado a volver.
Pero llegará la hora en que yo ponga mis ojos en esos parajes>>, al pronunciar estas últimas
palabras, su voz tiene algo tan enigmático e incomprensiblemente ambiguo, que Ismenia,
quedando estupefacta, llega casi a asustarse.
Lo extraño de sus palabras se ve aumentado por el salvaje aullido que emiten los
tambores de los derviches y que, de vez en cuando, rompe el silencio de la habitación y,
pasados unos minutos, se extingue.
El doctor Steen, dándose cuenta inmediatamente del efecto producido por sus
palabras, continúa en tono más firme y amistoso:
<<Desgraciadamente, ahora no puedo emprender viaje alguno. Primero tengo que
completar una gran obra. Casi me atrevería a decir que ml misión no se ha cumplido del
todo. Y, por otra parte, ¿sabes, Ismenia? No me gusta tener que contemplar imágenes
tristes. Por lo que oigo, en Inglaterra se está sufriendo mucho, y en general, qué destino
más dramático: por un sentimiento de humana compasión hacia los franceses, aunque,
como tú bien has dicho, no son otra cosa que negros, Inglaterra declara la
(P. 119) guerra a Alemania. ¿Y ahora? ¡Ahora se sufren las consecuencias! ¡Oh, uno casi
se atrevería a dudar de la bondad de Dios! Si fuera posible pensar una cosa así>>.
Ismenia siente un cierto recelo: ¿No había en sus palabras algo parecido a un tono
burlón?
Pero él la mira tan radiante; incluso casi entusiasmado, tendiendo hacia ella sus manos en
ademán cordial, que sintiéndose avergonzada, desecha inmediatamente su desconfianza.
<<El espíritu de nuestro padre habla por su boca>>, piensa llena de alegría.<<¡Qué
bello es!>> —observa de repente—. <<¡Qué belleza más extraña y fascinante! ¡Una belleza
como nunca la he visto en un hombre!>>. Se estremece.
De repente siente un escalofrío en la espalda; maquinalmente dirige la mirada al techo para
ver si oscilan las llamas de las velas. <<Lucifer debe tener un aspecto semejante>>, le
sobreviene de repente un pensamiento surgido de lo más profundo de su alma; a su mente
acuden las historias de brujas del demonio Buhlschaft (43) que escuchara hace tiempo,
cuando era casi una niña. Intenta desechar estos pensamientos; para distraerse fija su mirada
en la moneda de oro de Güstenhöver, contemplando la inscripción y el emblema del pavo
real: el brillo que desprende la ciega como un espejo de fuego, y el pensamiento se adueña
obstinadamente de su mente, va creciendo y se manifiesta en forma de pregunta:<<¿Quién,
quién me pudo contar las historias del diablo Buhlschaft?>>.
_____
(43) "Buhlen" significa "hacer el amor". Así pues, la traducción literal sería "el demonio que hace el amor".
(Nota del T.)
(P. 120) Con impres ionante claridad encuentra la res pues ta: <<Me la contó
Ismael, allá abajo, en el jardín; una noche de primavera, la luna estaba llena y éramos
casi unos niños>>.

60
La es cena aparece ante s us ojos como algo que el pas ado ha relegado,
empequeñeciéndolo has ta hacerlo diminuto; s in embargo, ella lo siente como
gigantesco, lleno de una luz s obrenatural que lo proyecta al pres ente; ante
es ta luz cegadora la imagen ha cobrado tal vida, qu e s us ojos creen verla en
un punto luminos o de la moneda de oro. La invade el recuerdo del dulce
aroma de torvis co; vuelve a s entir a quella s ens ación embriagadora que
removía s u sangre, el íntimo corroer de un gozo prohibido. Aquella noche no
llegó a ver claro lo que aquello significaba: s ólo intuyó algo.
Hoy, naturalmente, no exis te duda alguna en s u mente, pero lo que había en
ello de venenos o, de oculto, es o ni s iquiera lo intuye aún.
El recuerdo continúa. En colores ardientes aparece la imagen del s ueño que
tuvo aquella noche; un s ueño en el cual Is mael era el diablo y ella, ella, era la
bruja. Siente vergüenza de sí mis ma; s us mejillas a rden y s e tiñen de rojo.
La imagen aparece ante ella con una claridad tan increíble que se pregunta
horrorizada: ¿Se trata en realidad de un s ueño aislado? ¿No s erá que, des de
entonces, el s ueño s e ha venido repitiendo noche tras noche sin que yo tuviera
conciencia de ello? Tal vez s ea eso l o que me azuza durante el día haciéndome ir
de un lugar a otro en carrera interminable. Sí, quizá eso explique el vacío que
siento en mi corazón y la profunda des olación que envuelve mi vida.
También recuerda cómo a la mañana siguiente ex-
(P. 121) plicó el s ueño a Is mael —un impuls o irresis tible le movió a hacerlo, y
el mis mo s entimiento de confusión que invadió entonces s u es píritu la agita
ahora de nuevo. Como si el aire de la habitación es tuviera demasiado caliente,
s e abanica con el pañuelo, intenta, en vano, proyectar s us pens amientos fuera
del círculo de s u propio yo, s intiendo un miedo impre cis o ante la posi bilidad
de que puedan s er trans mitidos a Is mael. Y, sin embargo, en lo más Intimo de
s u s er lo desea, aunque luche contra tal des eo o s e imagine que lo hace.
<<Lo habrá olvi dado ya des pués de tanto tiempo>> , intenta tranquilizarse a sí
mis ma. ¡Inclus o yo mis ma lo tenía olvidado! Pero, ¿por qué hace un momento lo
he recordado todo con tanta claridad?, continúa mortificándos e. ¿Será que la
imagen de <<s u>> propio recuerdo ha des pertado la mía? Mordiéndose los
dientes intenta simular un ges to dis traído; pero lo hace con demasiada rapidez:
la suficiente para que s u hermanas tro lo observe. Ella a s u vez se da cuenta de
ello viendo cómo él se muerde levemente el labio s uperior con la mirada
ausente y en actitud introvertida, como esforzándose por encontrar la s olución
de algún enigma. Confusamente recuerda algunas frases que en relación con sus
teorías había leído en alguna parte unas semanas antes : << Para adivinar los
pensamientos de otro, bas ta con introvertirs e y pres tar atención. En nues tro
propio interior aparecen és tos en forma de imágenes.>> Y continuaba:
<<Cuando el otro siente miedo presintiendo que s us pensamientos pueden ser
adivinados , ya es demasiado tarde; es decir, s us pe nsamientos han sido ya
captados .>>
Inmediatamente siente un miedo concreto ante <<l a
(P. 122) posibilidad>>. Intenta es capar de s u miedo, pero és te la arras traba ya
con más ímpetu que un caballo s alvaje. Siente helarse s u sangre, un horror la
paraliza. Lo que pres entía s e trans forma en certeza: <<No hay nada que hacer;
ya lo sabe todo. ¡Ahora es toy en s us manos!>>.

61
Abatida, deja caer su mano en un ademán de impotencia. Pero incluso de esta
debilidad renace —aunque ella en el primer instante se resiste a ello— aquel
sentimiento abrasador que tras la primaveral noche de luna llena, el s ueño había
encendido en ella. Se siente horrorizada, pero lo que hay en ella de extraño y
desconocido —el incontenible instinto primario del hombre hacia lo prohibido,
que cuanto más le reprime con más fuerza se revuelve — se impone rompiendo los
barrotes de la prisión que lo encierra .
Sus ojos es tán como clavados en el gobelino de la pared, ahora se da cuenta
de repente, de que lo ha estado mirando sin verlo: representa la caída en el
primer pecado.
El cuadro, en color mortecino y desvaído, no tiene fuerza alguna, pero ella
siente hervir s u sangre como si de é l irradiara el calor de un as cua
incandescente y lo ve más viviente que la vida mis ma; s u alma es tá por entero
identificada con la imagen.
Dirigiendo la mirada al bus to bárbaro del Gui giskhan [ ( G e n g i s Ka n )] , siente
deseo de rebatir las frases ofensivas de s u hermano; su odio hacia <<l os negros>>
la ayudará a dejar bien sentada la superioridad de los anglosajones. Pero todo es
inútil. El ins tinto animal, una vez despierto, es más fuerte que todo.
<<Si al menos él dijera algo>> —piensa—, quizá se romperla este sortilegio que me
domina>>; pero nue-
(P. 123) vamente se siente atrapada al darse cuenta de que no desea en absoluto
apagar el gozo de la pasión.
Ismael la mira con expresión inocente, marcada mente inocente.
<<¡Gracias a Dios me he equivocado, todo han sido figuraciones mías !>> —
piens a con un s us piro de alivio—. <<¡Pero no, no deseo equivocarme!>>.
El doctor Steen s e incorpora un poco en s u asiento tratando de adoptar
una pos tura más cómoda: <<¿Me pe rmiti rí as encender un cigarrillo,
Is menia? ¡Oh! ¿Tú también fumas ?>>.
Al escuchar estas palabras —al parecer banales—, su puls o se altera; se siente
ahogada por un temor incierto, como si un enorme pájaro de presa sobre volando
en circulo a gran altura estuviera esperando el momento oportuno para lanzarse
sobre ella a la velocidad del rayo; tal miedo la invade, que se queda s in aliento, y,
sin embargo, desea experimentar esta mezcla de gozo y temor.
Dirigiéndos e a un armarito empotrado en la pared, abre las puertas tomando
una caja de cigarrillos y uno de los muchos fras quitos de perfume que coloca de
forma que Is menia no pueda ver.
Luego da fuego a Is menia, enciende seguidamente s u cigarrillo y
disimuladamente deja caer algunas gotas de perfume s obre la alfombra .
Por unos minutos , ambos guardan s ilencio es cuchando —cada uno s umido
en s us pens amientos — el leve murmullo de tambores que viene de fuera .
<<Yo no sueño nunca>>, se oye de repente la voz del doctor Steen en un tono alto y
cortante. Ismenia reflexiona: inmediatamente intuye que algo se propone. ¿Qué estará
planeando?, se pregunta.
Nuevamente siente un extraño escalofrío.
(P. 124) <<No sueño nunca>>, repite, y en sus palabras hay un cierto ritmo, como si
siguieran el compás de los tambores.

62
<<Sí, ahora lo recuerdo: de niño nunca soñabas>>, agrega corroborando sus palabras,
inmediatamente se da cuenta demasiado tarde de que ella misma ha llevado el diálogo a
un terreno peligroso, de que ha actuado contra su propia voluntad. El terror la invade
nuevamente: ¿tendrá poder para dirigir mis pensamientos?
Él, asiente. Sus ojos reflejan una satisfacción maligna: <<No, nunca he soñado; existen
pocas personas que puedan decir esto de si mismas. Me alegro de ser una de ellas>>.
<<¿Lo consideras una suerte?>>, dice esforzándose por adoptar un tono burlón.
<<¡Desde luego! Existen dos poderes que no deben prevalecer; son peligrosos como
víboras. Hay que arrancarles el diente inyector de veneno. Únicamente entonces se las
puede dejar bailar a placer. El uno se llama miedo; el otro, sueño>>.
<<Sin embargo, los sueños son lo más bello que yo..., se interrumpe mordiéndose
los labios rápidamente.
El guarda silencio; un silencio que ella presiente lleno de astucia.
<<Sí, sí, tienes razón, el miedo —continúa en voz alta y convulsiva—, tienes toda la razón: el
miedo es lo peor que existe>> —creyendo decir algo sin trascendencia alguna va cayendo de
una trampa a otra—, <<pues nos obliga a hacer aquello que no deseamos>> —completa él sus
palabras—. <<El miedo anula nuestra voluntad; actúa en la naturaleza como una fuerza
independiente; casi se podría decir que es un ser.
(P. 125) Sólo el que conoce su forma de actuar es capaz de dirigirla, puede proyectarla al
exterior utilizándola a modo de arma, como un lanzallamas. Quien conoce el ademán
mágico, al cual tales poderes obedecen, puede hacer aullar y rechinar los dientes al hombre
y al animal. Los hombres piensan que viene sin ser llamado; yo afirmo que no es así; todo lo
que acude es porque ha sido llamado. Lo que sucede es que uno no es consciente de esta
llamada. Este acto de <<llamar>> se aprende —sin desearlo— durante el sueño El gran
monstruo que domina al mundo y que los hombres llaman el buen Dios es quien nos lo
enseña, susurrándolo —como unas gotas de veneno— al oído del durmiente. El miedo
dormita en el alma, preparado para despertar en cuanto oiga la llamada, como implacable
enemigo del yo individual. Y esta llamada se denomina así: ayuda. El que pide ayuda, ya sea
a gritos, o con voz débil o en la profunda inconsciencia de su corazón; ese está llamado al
miedo: cae de rodillas ante él y le implora. Quien teme ponerse enfermo, ya lleva consigo el
germen de la enfermedad. Quien teme sentir vértigo, cae al suelo. Quien teme al diablo
hace el amor con él>>.
<<¿Por qué me dices todo eso?>> —pregunta Ismenia precipitadamente. Una lucecita de
esperanza parpadea en su interior: quizá él está actuando como un medico dispuesto a
ayudarla. Piensa en un medico, aunque siente con espantosa certidumbre: sus últimas
palabras han sido un veneno devorador que él la ha inoculado, un veneno que trae consigo
complacencia y muerte. Deseando tomar su mano reprime con trabajo un ademán casi
incontenible.
Él se apoya en el respaldo en actitud fría: <<¿Por qué te lo digo?>> Ya lo verás por ti
misma, quizá pron-
(P. 126) to, quizá tarde o posiblemente nunca. Bien: A quien teme a los recuerdos,
éstos le siguen los talones, amarrándole como cadenas incandescentes hasta
convertirle en ceniza, la cual es más débil que el fuego. El aroma de un perfume
puede des pertar tales recuerdos. Especialmente las mujeres suelen ser tan sensi-
tivas que a veces creen aspirar un determinado aroma de flores que despierta en
ellas el recuerdo temido en secreto>>.

63
<<Entonces interviene rápidamente la s egunda víbora que antes mencioné: el
s ueño. El recuerdo, el s ueño y el miedo se confabulan en un s ortilegio del que
nadie puede escapar, pues ha sido llamado —el doctor Steen señala la moneda
de oro del alquimista— a la verdadera vida>>.
Is menia, a punto de des mayars e, hace esfuerzos por s obrepone rse: él ha
hablado de aroma de flores, aludiendo con ello —ya no tiene la menor duda — a
aquella noche de primavera, y ahora, de repente, la habitación es tá llena de
aroma de torvisco. <<¡Ha conjurado una fantas magoría convirtiéndola en reali-
dad!>> , inclus o, mientras él hablaba, creyó percibir el aroma de flores, como si
el perfume s urgiera de la alfombra; ahora la s ensación se ha hecho tan clara,
que horrorizada, s e aprieta el pañuelo contra la cara; un miedo incontenible se
apodera de ella: no s oy dueña de mis sentidos —piensa—, el pas ado se ha
convertido en presente y he perdido el dominio de mí mis ma. ¿Qué s ucederá
ahora?
El hace como si no notara nada de lo que pas a por s u mente, coloca
disimuladamente el fras quito s obre la mes a y continúa hablando
des preocupadamente:
<<Antes has dicho que mis teorías no te interes an. Perdona que, a pes ar
de ello, me refiera a es tos te-
(P. 127) mas abs tractos. Si ello te aburre, te ruego que me interrumpas
cuantas veces lo des ees. Lo que dijis te hace un rato s obre l os "negros " no se
me va de la mente. El convencimiento de los ingleses de englobar a todas las
demás razas en el concepto de "negros " des tinados a s ervi rles —de una forma
o de otra— parece s er una peculiaridad del carácter anglosajón. Yo también
me s iento inclinado a ello, pues to que de hecho por mis venas corre s angre
inglesa y "s angre negra">>.
<<No, Is menia; no intentes paliativo alguno, la cortesía, en es te cas o, no
conduce a nada. Evidentemente he heredado de nues tro padre común el
sentimiento de jus ticia y la ideología inglesa en el sentido de cons iderar a toda
criatura de otra raza como algo inferior que pode mos mandar y dominar a
nues tro antojo. La única diferencia es que yo manejo es te sentimiento de otra
forma, en cuanto que no intento subyugar a aquellos que "yo" considero
"negros ", sino que los s ometo —hablando en términos alquimis tas — al influjo
mágico de una trans formación es piritual. Dicho más claro y en términos más
accesibles para ti: ¡de hombres de plomo intento hacer hombres de oro! Si ello
res ulta, les he rendido un s ervicio incalculable, elevándoles del grado de cria -
turas corruptibles , a la categoría de s eres con vida eterna; s i no res ulta y
s ucumben en el experimento, entonces no tienen valor alguno, s on plomo
muerto que no lleva en sí el germen del oro. Podrías preguntarme qué derecho
tengo a juzgar s obre la vida o la muerte de los demás. Bien, no soy tan
pres untuos o como para es tar convencido de que el hombre goza de libre
albedrío. El defender s emejantes quimeras es as unto que dejo a los filós ofos.
Me siento
(P. 128) demasiado asiático para creer que soy un ser autónomo s eparado del
inevitable acontecer universal. "Es te de ahí —el doctor Steen indica la es tatua
del Guigiskhan [( G e n gi s Ka n ) ] — ha desempeñado la mis ión de barrer la tierra
como un huracán de la mancha que deja cualquier acción ejercida con un

64
sentimiento autoritario". A él s on aplicables las palabras del Bha gavatgita, en el
más grandios o himno a la inocencia de toda culpa: "Todo cuanto aquí s ucede
sigue las leyes de la naturaleza". Decir yo s oy el autor de este hecho no es más
que fatua charlatanería . Y precisamente debido a que por mis venas corre
sangre asiática: "yo" no hago nada, permanezco al margen de la reacción que el
emprender cualquier acto puede tra er consigo; yo s oy el ejecutor. Y pues to que
hago lo que tengo que hacer, s é también lo que va a s uceder. He vencido a lo
que hay en mí de sangre inglesa y a la vana ilusión que implica: la pretensión de
hacer o dejar de hacer algo por nues tra libre volun tad. Durante siglos los
ingles es han sido los dueños del mundo; no cabe duda de que han cumplido
una mis ión, pero ellos no han s ido cons cientes de tal cosa. Son ellos mis mos los
que afirman que han cumplido és ta, lo dicen únicamente por hacers e los
inocentes, pero nunca lo han creído; si así hubiera sido, nunca habrían
inventado la palabra "negro". La expresión de misión les sirve únicamente
como ins trumento para s u propio negocio. Cuando alguien no sabe de
antemano —inclus o antes de dar el primer pas o— que le ha sido encomendada
una misión y que ha sido marcado a fuego como el ejecutor, s obre él recae toda
culpa>>.
<<Así, pues, ¿tú crees que la caída de Inglaterra es inminente?>>. Ismenia se ha
tranquilizado. Por un
(P. 129) lado se alegra de que él haya tocado otro tema, pero su sentido
patriótico la hace sentirse indignada. <<¿Desde cuándo te sientes alemán? Tus
palabras dicen claramente que compartes el odio que los alemanes sienten. ¿O
es que tu deseo de que Inglaterra s ucumba no es el mis mo que se ve reflejado
en los periódicos alemanes a modo de profecía? Dios cas tigue a Inglaterra, sí,
sí>>, agrega en tono burlón.
Él levanta la mano: <<¡Qué me importan a mí los alemanes ! No los odio ni los
amo. Tampoco odio a los ingles es, como tú tal vez piens es. Lo que odio es que
las naciones s e consideren como aves que es tán incuba ndo s u propia nidada.
Por favor, no me interrumpas ; sé lo que quieres decir: piensas que los asiáticos
no son mejores que los blancos. Desde luego, no lo s on. Pero el alma de los
asiáticos está repleta de materia inflamable, mientras que la de los europeos
es tá quemada por un fuego exterior; lo que ellos llaman amor es s ólo un apetito
cuya naturaleza des conocen, lo que ellos llaman odio es llameante cólera, deseo
de venganza o una disfrazada codicia de dinero. Que el odio es algo metafísico
es un hecho que el europeo ignora. ¡Cómo iba a saber él que el odio es una
fuerza sagrada, una fuerza inmortal que hace inmortal a quien la posee, que
incluso es algo más que una fuerza: ¡un ser que no es tá ligado a una forma
determinada! "El odio es des preciable", dicen los que creen en el amor. ¡Amor!
¡Como si es ta palabra, que siempre tienen a flor de labios , fuera otra cosa que
un aliquebrado odio impotente! Escoria de necios . Si real mente existiera algo
parecido al amor, s e reconocería en que la llama del odio no podría quemarlo ni
transformarlo en ceniza. ¡Y cuándo, des de que la tierra exis te, ha ocurrido un
(P. 130) fenómeno s emejante! Des de que comenzó el mundo, el ángel del odio,
el gran alquimis ta es piritual del univers o, anda en busca de ese mis terios o
elixir que lleva el nombre de amor, pero que no se deja encon trar. El
torbellino de s u aleteo reaviva, des prendiendo chis pas de odio, las as cuas

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encendidas que yacen en el corazón humano y cuya llama lleva el nombre de
destrucción>>.

_______

(P. 131) <<La casa del alquimista>>

Notas sobre la novela complet a

Como modelo de estas notas a máquina, exis te un manuscrito que coincide


textualmente. Es te manuscrito cons ta de 26 folios, llevando además una
anotación: nota para la copia a máquina, és ta se efectuará del siguiente modo:
1 original, 4 copias. Los puntos señalados con lápiz azul deben ser
mecanografiados con caracteres espacia dos ; en la siguiente copia, tanto estos
puntos como los s ubrayados en el ejempla r a máquina, están impres os con
caracteres es paciados, lo que en el libro impres o corres ponden a una letra muy
fina.
Únicamente la primera hoja mecanografiada difiere del manuscrito. Esta dice así:

___________

(P. 132) En blanco

(P. 133) Gustav Meyrink

Exposición

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El título de la novela no ha sido aún fijado definitivamente, provisionalmente será
éste:

La casa del alquimista

Contenido de la exposición:

1. Observaciones, estilo y dicción.


2. Lugar y tiempo de la acción.
3. Los personajes y sus características.
4. Acción principal y episodios relacionados con ésta.

También existen diferencias en la ortografía que en el ejemplar a máquina ha sido


casi enteramente modernizada, mientras que en el manuscrito de Meyrink aparece aún
la <<c>> en lugar de la <<k>> o la <<z>>. Otras palabras aparecen escritas con <<i>>
(simple) en lugar de <<ie>> (larga): por ejemplo <<repariren>> (reparar) en lugar de
reparieren.

_________

(P. 134) En blanco

(P. 135) Exposición

de la novela de Gustav Meyrink:

<<El pavo real>>

Contenido de la expos ición:

(1) Observaciones, estilo y dicción.


(2) Lugar y tiempo de la acción.
(3) Personajes y sus características.
(4) Acción principal y episodios relacionados con ésta.

Dirección postal y telegráfica:


Meyrink Starnberg Bayern.

67
(P. 136) En blanco

(P. 137) 1

Observaciones, estilo y dicción

Para que una novela des pierte en el lector es a curiosidad que, en mi opinión,
toda obra de arte debe llevar cons igo, no basta con que la acción sea variada y
tenga en s u desarrollo un efecto ascendente; es necesario además, que la
des cripción en si s ea original, ll ena de ambiente y fuerza vital, hasta el punto
que tenga un efecto plástico y que el lector, des de la primera a la última fras e,
es té prendido en el desarrollo de la obra .
Otro elemento que debe es tar presente en una obra de arte —al menos yo lo
creo así— es el hecho de que, tanto la acción como los personajes, tengan como
fundamento un profundo sentido cós mico más o menos oculto. Naturalmente
este sentido s ólo debe ser accesible al lector sensible; esta profunda significación
nunca debe dar la impresión de algo que se expresa reiteradamente.
Creo que lo que hay de s uges tivo y original en la presente novela, así como el
sentido vital y cautivador que emana de la descripción, han sido logrados en
cuanto que la mayoría de los pers onajes s e expresan en es tilo directo. Dado que
aparecen ca-
(P. 138) racteres completamente distintos, los personajes forman un coloreado cuadro
que afecta también al estilo de la novela, llegando a ser las figuras ópticamente visibles
sin que yo haya sido prolijo en la descripción de su aspecto.
La mayoría de los personajes son caracteres extraños y por tanto, lo mismo su
pensamiento que su modo de expresión, raya en lo demencial; únicamente para
marcar el necesario contraste, aparecen como figuras secundarias, algunos tipos
corrientes que, a veces, están descritos con rasgos humorísticos.

Lugar y tiempo de la acción

Tiempo: La acción de la novela tiene lugar en el presente, pero dado que en


ocasiones se alude brevemente a la Edad Media (por medio del estilo directo en que
algunos de los personajes se expresan), se puede decir que, en cierto sentido, la novela
avanza y retrocede en el tiempo.
Lugar: El lugar de la acción es —aparte de una <<incurs ión>> en Persia y
Arabia— una gran ciudad alemana. Intencionadamente y para no dar a la
narración un tono de triviales <<intereses especiales>>, no s e es pecifica s u

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nombre; ello des truiría el <<aliento>> que debe flotar s obre la totalidad de la
obra.
El hecho de que la acción transcurre en una ciudad alemana, se ve
claramente por la nomenclatura de las calles (Kreuzs trasse, Salpetergass e,
etc.), así como por las breves des cripciones de ambientes que aparecen
ocasionalmente.
(P. 139) Centro de la acción: Es una casa antiquísima y muy espaciosa. A lo largo de
los siglos ha sido objeto de frecuentes reformas. Según una leyenda (uno de los
personajes llamado Gracchus Meyer —auxiliar del Juzgado— da cuenta de es tos
s uces os en es tilo directo), en tiempos antiguos fue habitada por un famoso
alquimista llamado Güstenhöver, sobre cuyo final reina —his tóricamente— la más
abs oluta oscuridad y que, si bien de modo totalmente diferente a como lo
hacían los otros alquimistas, bus caba el elixir de la vida.
Actualmente la habita un lejano descendiente s uyo: un relojero —Jerónimo
Güstenhöver—, acompañado de s u mujer Petronella. Es el propietario de la casa
y vive en una pequeña tienda de la parte frontal que da al callejón del salitre.
La fachada oriental de la casa da al callejón de la cruz ; la fachada occidental,
al callejón del salitre. La casa es tá atravesada por un grues o muro de granito
que, en cierto modo, la divide en dos partes , aunque s ólo llega hasta el primer
pis o. (Como s e ha dicho, la casa fue, en diversas épocas, objeto de
trans formaciones.) El primer pis o, que a s u vez es el superior, es tá formado por
grandes salas y en general sirve como es tudio cinematográfico. Es tá cubierto
por un plano tejado de vidrio, donde pueden aterrizar aviones . Puesto que es te
pis o sirve también de vivienda, hay en él toda clase de des pachos y otras
habitaciones .
En la fachada oriental (callejón de la cruz) se encuentra —en el parterre— el
extraño y tortuos o Café (todo él envuelto en humo) del persa Moham-
(P. 140) med Darasche-Koh (44) (uno de los principales personajes de la novela). Las
habitaciones traseras constituyen el albergue (que él mismo dirige) para los huéspedes
exóticos que recibe de vez en cuando —artis tas as iáticos , derviches, miembros de
la secta pers a a la que él mis mo pertenece, etcétera— (Jezidem) (45) —
<<adoradores del diablo>>— (orden cuyo s entido no es el que el nombre pueda
s ugerir).
El café es el punto de reunión de los más divers os elementos (s obre es to,
comparar el párrafo referente a los <<epis odios>>).
En el frente occidental de la casa —<<callejón del s alitre>>— es tán
ins taladas dos tiendas con vivienda aneja; todo ello de dimensiones reducidas.
Una pertenece al relojero Jerónimo Güs tenhöver; en la otra se puede leer la
ins cripción <<Laboratorio bioquímico del Padre Gabriel>>.
La casa ejerce s obre cada uno de s us habitantes y hués pedes un extraño
influjo (hecho que naturalmente nunca se menciona expresamente, ya que
produciría un efecto ramplón); la casa actúa a modo de latigazo s obre cada
pers ona que entra en ella: el rumbo de s u des tino cambia de repente —algo así
como si el alma humana evolucionara con más rapidez al es tar bajo el aura de
la casa—. El <<elixir de la vida>> que buscaba el alquimis ta parece haber
penetrado s us muros irradiando s u influjo hacia el exterior.

69
En cada pers ona que frecuenta la casa s e obs ervan unas características que
la diferencian por com-
_____
(44 ) Es te pers onaj e, que aquí s e lla ma Darasche-Koh, recibe en la novela un nombre diferente.
(N. del T.)
(45) Se trata de una secta persa que por su carácter religioso-ocultista no aparece en ningún
diccionario. (N. del T.)
(P. 141) pleto de los demás; esto, unido a la rapidez con que evoluciona su destino,
da como resultado un cuadro de conjunto caleidoscópico y multicolor.

Los personajes y sus características

Personajes:

Mohammed Darasche-Koh, un viejo persa que, desde hace varios decenios, es el


director de un albergue donde recibe a artistas asiáticos y árabes, derviches y gente
similar; ocupándose además del café-taberna situado en el callejón de la cruz.
Su hija, una bella muchacha de aspecto algo salvaje y gitanesco cuyos sentimientos
son una mezcla ilimitada de amor y odio. Es también artista y a veces interviene en
varietés, actuando también como malabarista en fiestas secretas nocturnas que tienen
lugar en la sala de teatro y cine situada en el primer piso.
Ismael Steen, Dr. en Medicina (personaje principal). Un hombre todavía joven
perteneciente a lo más selecto de la sociedad. Posee grandes riquezas y es un
científico prominente. Representa el tipo de hombre supermoderno que ha alcanzado,
en todas las materias, el límite de conocimiento y se encuentra al borde del peñasco
que se eleva junto al <<abismo>>.
Irene (46), una joven dama hija de un famoso fi-
_____
(46 ) Al par ec er , en la novela es la her manas tra de Is ma el y r ecibe el nombr e de Is menia .
(N. del T.)
(P. 142) nanciero, en la cual ha provocado el más tremendo desasosiego espiritual.
Gracchus Meyer, una vieja rata de biblioteca; su profesión es la de auxiliar del
Juzgado.
Marcos, un copto procedente del Fayum, pres tidigitador egipcio. En cuanto a
su religión, se le califica de cristiano abisinio y adorador de madonas; en realidad se
trata de un <<filón>> para sacar a la luz toda clase de leyendas gnósticas .
Bernhard Buey [en la novela lo pr es enta c omo A puleyu s Bu ey] , un monómano hasta
tal punto obsesionado con las ideas que <<le sobrevienen>>, que pasando de una a
otra con vehemencia, nunca llega a terminar nada. Especialista en problemas de aje-
drez, cronista, escritor, etc., etc. Una figura cómica y grotesca que tiene también una
nota trágica.
Jerónimo Güstenhöver, un viejísimo fabricante y reparador de relojes , que
desempeña s u modes to oficio con una es crupulos idad tan s obrenatural
(entrega a los pobres todo cuanto gana), como si Dios le hubiera encomendado
una misión. En torno a su figura reina la más elevada armonía.

70
Padre Gabriel (47), propietario del llamado laboratorio bioquímico (vivió,
realmente, en Múnich, hasta hace poco tiempo). Rec oge yerbas a la luz de la
luna con las cuales —por inspiración— prepara medicinas y <<bebidas de la
felicidad>>. Para él el s ueño y la vigilia es tán de tal forma <<entremezclados>>,
que ello cons tituye una es pecie de realidad. Finalmente es as esinado por el Dr.
Steen e Irene que quieren procurarse, de es te modo, una <<s ensación>> (48).
_____
(47) En l a novela es el ll a ma do "Pa dr e Ada m". (N. del T.)
(4 8 ) El as esi na to del Padr e Ga bri el que a quí s e menci ona es uno de los epis odi os que
fal ta n en la novela . (N. del T.)
(P. 143) Los episodios relacionados con este hecho quedan suprimidos en esta
exposición.
El <<Khatem i Evliah>> (49) —(<<el último de los santos>>)— un jeque árabe
que aparece ocasionalmente en el Café; des pués no se sabe si se trataba de un
fantas ma o de un ser viviente.
Derviches de la orden de Tessawuff (50) .
La señorita Clementina (51), una vieja y desdicha da dama, s umida en la más
extrema pobreza, la cual habiendo sido abandonada —tiempo atrás — por su
prometido, ha caí do en un inofensivo es tado demencial.
Diariamente visita el Café, ves tida —en invierno y verano— con traje
primaveral y s e sienta es perando a s u amado que, según ella piens a, <<debe
habers e retras ado>>. Una tarde entra en el local una fantástica procesión de
mascaras —en relación con el es tudio cinematográfico—, presidida por un
jovenzuelo ves tido al modo de los antiguos griegos y en el cual ella cree
reconocer a s u amado; lanzando un jubilos o grito, cae a l s uelo muerta;
probablemente el joven se parecía a s u antiguo prometido.
Suprimo en esta exposición los episodios relacionados con ella.

Desarrollo de la acción

Comienzo: El Café de Daras che-Koh es des crito con unas cuantas fras es
s alteadas a modo de fogo-
_____
(49) Personaj e que no a par ec e en la novela. (N. del T.)
(50) Or den oriental cuyos fines se desconocen. (N. del T.)
(51) Tanto el personaje como los episodios relacionados con éste no aparecen en la novela. (N. del
T.)
(P. 144) nazos de luz. Tras del mos trador, s entado e inmóvil, aparece el
Darasche-Koh con barba blanca y turbante gris azulado. La humareda del
tabaco es tan es pes a, que los numeros os y peculiares parro quianos —que en
actitud inmóvil es tán sentados por doquier leyendo el periódico, jugando al
dominó o al ajedrez— aparecen como es quemas .
La hija del Darasche-Koh, ves tida con un pantalón turco femenino, lleva a un
señor obes o, afeitado al cero, con toga romana y corona de laurel s obre s u
calva; café y un narguilé (como des pués s e verá , es un actor procedente del

71
es tudio cinematográfico del primer pis o, que repres entará luego al empera dor
Nerón).
Entonces se abre la puerta y entra un s eñor con un abrigo a cuadros
(corres pons al y fotógrafo de un diario ilus trado de Berlín); mirando a s u
alrededor se dirige al Darasche-Koh para preguntarle algo. Es te, s eñala a
Gracchus Meyer, un es cribiente del juzgado que con un montón de actas s obre
la mesa es tá sentado en el nicho de la ventana .
Meyer y el Corres ponsal comienzan a hablar. Es te le interroga acerca de la
casa que como monumento y <<edificio curios o>> debe aparecer en el <<Diario
Ilustrado de Berlín>>. Sobre un plano de la casa, que el mis mo Meyer ha
es bozado a mano, señala los pis os, distribución y compartimientos de que cons -
ta; indicando con el dedo, va mencionando los nombres de los divers os e
interesantes parroquianos que es tán presentes . (De es te modo los personajes
s on presentados al lector.) Se expresa con la objetividad y s equedad propias del
lenguaje jurídico, lo cual actúa a modo de extraño contras te con la atmós fera de
fantasía que reina en el café.
(P. 145) Es ta <<seca>> descripción res ulta de repente interrumpida por la
intervención de Bernhard [(Apuleyus)] Buey, cronis ta y especialis ta en
problemas de ajedrez; és te, sentado en la mesa contigua y <<no pudiendo
s oportar por más tiempo>> la s eca descripción de Meyer s e levanta y se sienta
con ellos, continuando la descripción a un modo: s us pens amientos —propios
de un monómano— carecen de ilación; sin venir al cas o, murmura frases en
tono mis terios o, refiriéndose también a la leyenda sobre el antiguo alquimista
Güstenhöver; pers onajes como el <<Padre Gabriel>> (a quien ha vis to pasar a
través de la ventana) s on designados por s us nombres y dibujados a grandes
rasgos (profesión, circuns tancias, etc.).
Poco a poco va oscureciendo; la narración de Apuleyus Buey —aunque
interrumpida por cortos epis odios relacionados con los actores del es tudio
cinematográfico y del teatro— es cada vez más s ugestiva, el hálito de mis terio
que parece irradiar la casa se deja sentir más y más .
Con esto queda marcado el compás de la novela. El espíritu del viejo
alquimista Güstenhöver y su elixir de la vida flotan ya en el ambiente de l a na-
rración. Este espíritu, o mejor dicho, su influjo, es ahora el misterioso.

DIRECTOR INVISIBL E
de todos los personajes. Su <<elixir de la vida>>; e s una fuerza llena de energía
que sólo se manifiesta e n sus efectos sobre los hombres a los cuales natu-
ralmente nunca se alude expresamente.
Como s e comprenderá, no es posible reflejar aquí
(P. 146) un exacto desarrollo de todos los capítulos; me limitaré por lo tanto a dar los
rasgos principales (prescindiendo de detalles):
La acción continúa en forma de epis odios variados y acontecimientos que
s e desarrollan dentro y fuera de <<la cas a>> y que van encaminados a ir
des velando poco a poco el carácter y los hechos de la figura principal: el
doctor en medicina Is mael Steen.
Al principio aparece como un hombre amable y s olícito. Su aspecto es en
extremo elegante, posee grandes riquezas , es todavía joven y se mueve en las

72
es feras más elevadas de la s ociedad. Muy polifacético, el campo de sus
conocimientos es extensísimo.
Por puro capricho s e ha hecho cons truir un es tudio cinematográfico en el
primer pis o donde concurren las diversas artis tas que cons tituyen s u harén (al
referirme a es te hecho he procurado no mencionar epis odios que tuvieran un
fuerte matiz erótico). Su campo de acción es el llamado psicoanálisis ; pero no
emplea s u s abiduría en bien de s u prójimo sino —al contrario—, en despertar
en s us víctimas una confusión es piritual en forma de <<complejos >> . Es tá
s ofis ticado has ta tal punto que, para él, s ólo exis te un es tí mulo: inventar
continuamente nuevos métodos de ca rácter sádico-espiritual que aplicados a
los hombres hacen que s us almas se precipiten en <<la nada>>. Es to cons tituye
para él el elixir de la vida. Las mujeres acuden a él sin saber ellas mis mas por
qué. Él las <<dis uelve>> a la manera como un alquimis ta dis uelve los metales
mediante ácido s ilícico.
Los s uicidios de mujeres se acumulan en los ana-
(P. 147) les judiciales (Gracchus Meyer s e refiere a és tos explicándos elos a un
interlocutor aparentemente indiferente), las escenas cinematográficas se
refieren a este hecho constituyendo, casi por entero, el contenido de las
filmacione s.
En un capítulo es pecial de la novela s e explica cómo des pierta es tos
complejos en el alma femenina: durante una cita con Irene, amante s uya e hija
de un alto financiero, en s u <<des pacho>> y Boudoir [(salón)] situado en el
primer pis o. De vez en cuando aterriza con s u avioneta en el tejado de la cas a.
Las peculiares s ensaciones que experimenta durante es tos vuelos —propias del
diablo-- se reflejan en forma de focos de luz (procedentes de los faros del
aparato) que incidiendo en de terminados puntos indican las <<intuiciones >>
que acuden a s u mente. En otros párrafos s e des cribe cómo Irene, bajo el
influjo creciente del <<complejo>> que le ha sido inoculado, va cometiendo
delito tras delito, reconociéndose culpable —a caus a del amor delirante que
siente por el Dr. Steen— de actos que ella no ha c ometido en realidad, sino
él… No hay en ello ninguna forma de locura y se declara que ha actuado con
libertad; s u final es tá inte ncionadamente velado. (El lector puede interpretarlo
de un modo o de otro.) Se entremezclan acontecimientos relacionados con el
persa Mohammed Daras che-Koh. Recibe la visita de derviches árabes
pertenecientes a una orden desconocida cuyo voto consis te en vis itar —a
modo de peregri nación— aquellos lugares donde (en tiempos antiguos)
habitaron santos de la orden, llamados <<Evoliâs >>. Parece ser que el antiguo
alquimis ta Güs tenhöver había sido cons agrado en es ta cas a. Darasche-Koh,
aunque al parecer no es der-
(P. 148) viche, posee un conocimiento consistente en preparar una masa mezclada con
Haschisch, cuyos efectos en el degus tante s on bien distintos a los que s uele
producir el haschis ch, no se trata de s ueños que producen complacencia, s ino,
por el contrario, de una verdadera <<alucinación>> de carácter parasíquico…
En una habitación contigua al café los derviches toman es te preparado de
haschis ch. Se produce entonces un extraño fenóme no (cuyo carácter real o
alucinatorio cons tituye una incógnita): la pres encia del Khatem i Evliah —el

73
<<último de los santos>>— que pasa entre los pres entes a la velocidad del
rayo.
El doctor Steen, intuyendo que el persa posee una peculiar sabiduría sobre los
fenómenos que, incons cientemente, se producen en el alma humana, intenta
constantemente sondearle sin poder conseguir otra cosa que algunas indicaciones .
Su s os pecha va adquiriendo cada vez más fuerza, y s u mente concibe una
idea, s egún la cual un campo de acción completamente nuevo aparece ante él:
En todas las religiones exis te un concepto referente a la idea de salvación que
cada una pos ee; cuando s e cons igue comprender es te concepto en lo más
profundo de s u s entido y actuar al contrari o de lo que ordena o prohíbe (en
el cas o de la religión católica, <<pecar continuamente contra el Es píritu
Santo>>), se tiene la llave que permite <<domi nar al mundo entero>>.
Para averiguar lo que hay de verdad en la supos ición, efectúa un
experimento de carácter es piritual tomando como objeto al artis ta Marcos , un
copto ferviente adorador de madonas para quien urde una trampa de índole
erótica con objeto de hacerle per-
(P. 149) der s u virginidad y romper con la vida ascética que ha llevado has ta
ahora. Pero debido a que la trama del experimento revelaba lo que había en
él de chapucero, el copto <<es capó>> de forma curiosa. (En un epis odio
pos terior es explicado es te hecho.) Un diálogo del relojero Güs tenhöver y del
copto da a entender que el copto experimenta en sí mis mo una es pecie de
ennoblecimiento <<mágico>> del impuls o sexual —en el sentido de los
Gnós ticos —. (La hija del Darasche-Koh interviene también en la trama.)

Nota al margen: El Dr. Steen ha anotado brevemente s u nueva teoría,


haciendo alusión a ciertas conjeturas . La hija del Darasche-Koh la encuentra y la
deletrea trabajosamente, pero sin entender en abs oluto s u significado. (Esto
sirve para poner al lector en antecedentes de ciertos hechos fundamentales y
para él <<necesarios >>, sin necesidad de adoptar un tono expresamente
docente.)
Para es piar las reuniones secretas de los hués pedes de Darasche-Koh, el
doctor Steen ha practicado un orificio en el s uelo de s u Boudoir [(salón)].
Habiéndoles observado mientras tomaban la droga, resuelve inmediatamente
hacer un viaje a Arabia. Previamente se informa por media de uno de los artistas
orientales (descripción de la forma de vida árabe). Cambia la meta de s u viaje y
se dirige a Alepo y Mos ul debido a que una noche pudo observar cómo el Da-
rasche-Koh efectuaba a s olas un ritual s umamente curi os o. Yendo directamente
al fondo del as unto, averigua, por medio de la hija del Darasche-Koh, con la cual
—utilizando s us malvados métodos psicoanalíticos — ha logrado una cierta
relación, que Darasche-Koh es un <<Jessida>>. En parte a través de és ta
(P. 150) y en parte informándos e en Mos ul, averigua la teoría de es ta s ecta .
Res umido en pocas palabras el contenido de es ta creencia es el s iguiente:
Los Jessidas no adoran a Dios como creador del mundo, s ino a uno de los
<<ángeles caídos: Melek-Táüss>>, es decir, en cierto sentido, al demonio. Pero en
contraposición con la mentalidad cristiana y la judaica, este <<demonio>> llegará a
reconciliars e con Dios . La mera pres encia de los <<Jes sidas>> bas ta para
acelerar en los hombres el <<proces o de madurez>>. Actúa de forma parecida

74
al veneno que —en una enfermedad oculta — puede producir un es tado de
crisis o inclus o la muerte.
El Jess ida s olo puede recibir ens eñanzas directas o descifrar el <<s ecreto
último>> cuando ha vis to la imagen del ángel <<Melek-Táüss >> y ha tenido
plena conciencia de ello. Cuando el jessida se imagina su figura fijándose en el
movimiento de sus labios, puede llegar a aprender lo que el ángel quiere decirle.
La hija de Daras che-Koh s upone que la es cultura del ángel s e encuentra
en Mos ul o Alepo. El doctor Steen la convence para que le acompañe a
Persia. Allí desaparece de forma enigmá tica. A través de un jessida el doctor
Steen averigua en Mos ul que Darasche-Koh recibió, hace muchos años, la misión —
transmitida por el ángel Melek— de introducir el jessidis mo en Europa para
acercarla así a su final.
(Siguen unas cons ideraciones s obre la curios a forma en que en los últimos
años aparecen s obre el s uelo de Europa, daños que actúan como una epi-
(P. 151) demia de peste: un comunismo falsamente interpretado, guerras, etc., etc.)
Según s e dice en Mos ul, Daras che-Koh es el único que pos ee la imagen de
Melek-Táüss ; la llave al cuello como medallón.
El doctor Steen vuelve a casa sin haber logrado su propósito, pero una vez allí logra
ver el medallón de Darasche-Koh.
Con gran as ombro por s u parte, encuentra una gran similitud entre sí
mis mo, y la imagen del ángel Melek-Táüss .
El shock, que esto le produce, da lugar a un cambio de su pensamiento y actuación
que se va haciendo cada vez más radical.
¡Una <<Idea>> se adueña de s u propia pers ona!
Has ta ahora —a lo largo del capítulo— se había venido obs ervando que el
Dr. Steen —quien ya no s abí a siquiera lo que era <<conciencia>>, pues a lo
largo de los años y, por medios psicoanalíticos, había logrado extirparla de
s í—, s entía un miedo indescriptible ante el s ueño (esto explica ciertos es tados
de intranquilidad que van apareciendo en el transcurs o de la novela). No
recuerda haber s oñado nunca, pero, des de s u infancia, des pierta siempre por
las mañanas con una es pantosa sensación de miedo; como si durante el s ueño
hubiera vivido algo es pantos o que luego no podía recordar. El hecho de no
poder recordar es tas (s upues tas) vivencias , cuando precisamente todo s u ser
es tá dedicado a ver con claridad los acontecimientos psíquicos , hace que s u
horror aumente de forma des medida .
<<Una conciencia muerta es algo más terrible que una conciencia viviente; aquélla
se corrompe como un cadáver.>>
(P. 152) Si el <<ros tro de Melek-Táüs s>> —que Steen ha visto— s ugiere
expresamente pa labras a Steen, o si s e trata s ólo de ideas que Steen concibe,
aparece semioculto en la descripción; pero una cos a es s egura: Steen, que
s olía mantener la boca firmemente cerrada, empieza de pronto a mover s us
labios continua mente como si murmurara hablando consigo mis mo. No es
cons ciente de ello, pero cuando en una ocasión s e mira al es pejo, el terror le
invade.
Daras che-Koh, que no tiene idea de que Steen ha vis to el meda llón del
ángel Melek, acaba por dars e cuenta de la <<musitación>> de Steen.
Es tudiando el fenómeno acaba por entender al fin lo que quieren decir s us

75
labios . (El capítulo s e titula: <<El mus itar de los labios >>) y el que has ta
ahora había sido un oriental res ervado s e convierte de repente en un gato
que arrojándos e al hombre le araña. A caus a del rapto de s u hija odiaba al
doctor Steen; pero ahora no se queda impas ible, s ino que aprovecha
cualquier oportunidad para rozar el cuerpo de Steen, coger s u mano, etc. (Se
trata de una alusión velada a la Misión de Darasche-Koh, que actúa a modo
de <<contagio>>.)
Poco a poco se van viendo ciaras las ideas que ocupan la mente de Steen. En
la ciudad el odio se extiende contra él como fuego des atado. Sin saber por qué,
la gente de la calle y la que se encuentra en el café huyen de él y le miran
fijamente al rostro como si habiéndole vis to en s ueños le recordaran de
repente. (El ángel Melek actúa tanto dentro como fuera de su persona.)
Durante la filmación de una película concebida por el doctor Steen, el
lector va descubriendo —a través de divers os fragmentos — lo que és te
planea:
(P. 153) Steen representa el personaje principal; vestido con un traje antiguo y
con una mitra en la cabeza repres enta al ángel caído Melek —el diabólico
<<dueño del mundo>>—. ¡El <<abis mo>> donde caen las almas humanas , debe
s er visible! Es te es el plan del doctor Steen. Mos trando, por medio del cine, el
ros tro del ángel Melek que has ta entonces s ólo conocían los jessidas
cons agrados , s e propone des pertar en la humanidad un complejo mágico y
de carácter <<ps ico-analítico>>. Es pera que la vis ión de s u rostro afecte al
ánimo de las pers onas s ens itivas , haciéndolas receptivas a las
<<insinuaciones >> demoníacas. Quiere dedicar todos s us bienes —que como
por demoníaca cas ualidad crecen de día en día— en exhibir des pués es te
film en todos los país es del mundo (52).
El final de la película s e aproxima al producirs e en ésta el fenómeno
culminante (así empieza el capítulo final de la novela).
Es necesario mencionar aquí que los breves epi sodios del relojero Güstenhöver,
descendiente lejano del fabuloso alquimista del mismo nombre, han te nido una
significación en la novela desem peñando un papel que ahora aparece bajo la clara
luz de los focos.
También en la pers ona del reloj ero ha venido empleando Steen sus artes
<<psicoperniciosas >>, pero siempre ha fracasado; como si estuvie ra protegido
por un muro. Es te <<muro>> consistía sencilla y únicamente en la increíble
es crupulosidad —que casi llegaba a ser una concentración monómana — con
_____
(52) Este episodio del ángel Melek falta también en la novela. (N. del T.)
(P. 154) que Güs tenhöver desempeñaba s u (al parecer simple) profesión. Era
conocido en la ciudad como el único relojero —quizás del mundo entero— que
se pres taba a poner en funcionamiento y reparar toda clase de relojes, aunque
es tuvieran muy estropeados o cons truidos según los métodos más primitivos y
antiguos del arte relojero. Se le enviaban relojes de todos los país es del mundo
y él <<los sanaba>> de nuevo.
En el trans curs o de la novela —en algunos párrafos es pecialmente
s uges tivos — Güs tenhöver había hablado a s u mujer Petronella de un
fenómeno extraordinario: siempre que lograba <<s anar>> un reloj

76
es pecialmente <<enfermo>> s entía como un influjo divino que le conmovía
profundamente, entonces le parecía que <<al devolver la vida>> al reloj,
devolvía también la vida es piritual al cas i s iempre des conocido propietario del
reloj. En es tos cas os s entía como si el alma de s u antepas ado alquimis ta
actuara dentro de él .
Siempre que el doct or S tee n intentaba emplear s us artes con el
reloje ro, és te enfoca ba el tema en el << s entido de Ia rel ojería>> y —s in
s er cons ciente de ello — es capaba a la <<inoculación del complejo> >. Un
día (al comienzo de la no vela) S teen e ntreg ó a Güs te nhöve r un rel oj de
maquina ria en extremo complicada —que ya en la infancia de Steen s e
había para do de repente—, para que lo arreglara. Güs te nhöve r lo int entó
por t odos los medi os , des armó cien veces s u maquinaria —todo fue inútil—;
no s e le podía hacer marchar. El relojero es tuvo a punto de volvers e loco; no
dormía, trabajaba día y noche: todo s u s er parecía gritar con des es peración
inaudita: tengo que devolverle la s alud, teng o
(P. 155) que hacerlo. (<<Tengo la impresión>> —decía— <<de que toda la
creación di vina pe rmanece rá enfe rma mientras es te reloj lo es té>>.) Dejó
a un lado t odos los demás encargos ; inclus o el de las autoridades
municipales que le habían trans mitido s u deseo de que reparara con
urgencia el antiguo y famos o reloj de la torre de la iglesia: una magnífica obra de
arte construida en tiempo inmemorial que tan pronto se atrasaba como se adelantaba.
Una noche, poco antes de que finalizara la filmación de Steen, le vino de
repente una curiosa ins piración que le indicaba la causa de que el reloj de
Steen no pudiera marchar —probablemente Steen había es tado en alguna
ocasión al lado de una dí namo eléctrica, y el reloj se habí a magnetizado—.
Antes de que el s ol saliera Güs tenhöver logró repararlo empleando para ello el
método que en cierto sentido s e podría llamar <<calcinación>> . Es decir: s o-
metiendo al reloj a un fuerte cal or. Para ello pidió ayuda a un lejano pariente
s uyo, el alquimis ta <<Athanor>> (Ofechen), ya que no tenía a mano a ninguna
otra pers ona que pudiera ayudarle .

Último capitulo

El rodaje del diabólico film concebido por el doctor Steen llega a s u final: El
doctor Steen, s entado en el trono satánico, representa al ángel <<caído>>
Melek-Táüss. Una multitud de los que fueron sus víctimas (del doctor Steen),
hombres, mujeres , niños y niñas (que actúan en la película), irrumpen en el
es cenario, ayudándose con s us muletas, para ser <<filmados>>. (¡Todavía aman
a Steen!) Nadie
(P. 156) se da cuenta de que Steen (ángel Melek) está completamente fuera de su
papel —un terrible cambio s e ha operado en él, es tá como paralizado —,
parece que el reloj de s u <<conciencia>> s e ha pues to de nuevo en marcha.
Intenta emitir un s onido, pero nadie, pero nadie es cucha nada.
El operador empuja la cámara hacia el trono de Steen y el director
ordena:
<<Bien, s eñor doctor; ahora le ruego que mueva s us labios mus itando
palabras .>>

77
Steen no s e mueve. El director repite s us palabras . Steen permanece
inerte.
De repente un pánico desenfrenado s e apodera de todos :
<<¡Es tá muerto!>> Tumulto; des bandada general.
Pero Steen no es tá muerto. Parece haber s ufrido un ataque de pará lisis .
Por medio de s eñas expresa s u des eo de s er s acado fuera.
Es trans portado al pis o bajo; el Café es tá cerrado debido a una importante
fies ta is lámica. Solamente la tienda de Güs tenhöve r pe rmanece abie rta.
Habiendo int roducido al doctor Stee n en la tienda , s e va en bus ca de
ayuda médica; Stee n y Güs te nhöv er que dan s olos .
Güs tenhöve r, que al pri ncipio no s e da cuenta de lo que ocurre, le
pres enta lleno de goz o el reloj ya repa rado (53).

Conclusi ón de la novel a

Se deja entre ve r que el doc tor S teen s igue viviendo.


_____
Este último capítulo (así como el papel que en él desempeña el relojero Güs ten höv er ) tampoco
figura en la novel a. (N. del T.)
(P. 157) Frases como:
<<Sólo escupiré a aquellos que no están ni fríos ni calientes: sino únicamente
tibios.>>
<<Los seres terrestres somos demasiado pequeños para poder hacer algo realmente
malo.>>
<<Mejor es vivir aunque sea ardiendo en una conciencia llameante, que llevar,
como un cadáver, una conciencia muerta,
constituyen el final

(Si alguien desea algún cambio en la novela —supresiones o ampliaciones, etc.,


de uno u otro punto de vista—, ruego me sea comunicado por medio de
palabras claves. Estas sugerencias pueden ser fácilmente introducidas en la
contextura de la novela.)

Gustav Meyrink

[Siendo como es <<La casa del alquimista>> una novela inacabada y que Meyrink
nos indicaba, en el párrafo de más arriba, que estaba abierto a <<—supresiones o
ampliaciones, etc., de uno u otro punto de vista—>> y s uponiendo que es ta
s ugerencia iba fundamentalmente dirigida al pos ible editor que aceptara la
publicación de la obra, podría imaginarme, yo (ladlo), siguiendo es te juego
imaginativo, como dicho editor para, entonces , s ugerirle la anulación de es ta
página 157 en la que nos encontramos . Es decir, le expondría que s obraban
es tas tres repelentes fras es balbuceantes (que es s ólo lo que cons tituye
dicha página), con la que des eaba finalizar la obra.
Cons idero que la novela es tá s uficientemente colmada de horror con el
asesinato del Padre Gabriel (Padre Adam) .

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Debido a ello es timo que la novela La Casa del Alquimista, debería finalizar en la
página anterior (la 156) cuando se dice: <<Se deja entrever que el doctor Steen sigue
viviendo.>>
Es decir, habría que dejar a este personaje demoníaco, al nauseabundo Doctor
Steen-Melek, en situación catatónica permanente. Y que la única posibilidad que
tuviera de salir de su abismal pasmo fuera a través de un auténtico arrepentimiento el
cual ¿sería algún día capaz de alcanzarlo?
Y que todo esto se debe, como bien nos dice Meyrink, a la pureza de corazón del
relojero-luz Güs tenhöver que consigue volver a poner a punto el reloj-alma del
siniestro doctor.
Es mucho daño, abismalmente excesivo, el que ha llevado haciendo desde que su
maquinaria se estropeó.]

____________

(P. 158) En blanco

(P. 159) EL RELOJERO

<<¿Es to?, ¿arreglarlo?, ¿hacer que marche otra vez?>> , preguntó


as ombrado el anticuario, empujando s us gafas has ta la frente y mirándome
perplejo. <<¿Por qué quiere us ted ponerle en marcha? ¡Si s ólo tiene una
manilla!... ¡Y la es fera carece de cifras !>>, agregó observando cuidadosamente
el reloj a la viva luz de una lámpara, <<en lugar de las horas s ólo tiene ros tros
florales, cabezas de animales y de diablos >>. Empezó a contar; des pués alzó s u
ros tro con un i nterrogante en s u mirada: <<¿Catorce? ¡El día s e divide en doce
horas ! En mi vida he vis to una obra más extraña. Le daré un consejo: déjelo
como es tá. Doce horas al día s on ya bas tante difíciles de s oportar. ¿Quién se
tomaría hoy el trabajo de descifrar la hora según es te sis tema numérico? Sólo
un loco.>>
No quis e decir que toda mi vida había sido yo es e loco, que nunca había
poseído otro reloj, y que quizás por es o había venido demasiado pronto, y
guardé s ilencio.
De ello dedujo el anticuario que mi des eo de ver al reloj funcionando de
nuevo s eguía imperturbable; s acudió la cabeza, tomó un cuchillito de marfil y
abrió cuidadosamente la caja gua rnecida de piedras preciosas y donde —de pie
s obre una cuádri-

79
(P. 160) ga— se veía una criatura fantás tica pintada en es malte: un hombre
con pechos de mujer, dos s erpientes a modo de piernas ; s u cabeza era la de
un gallo. En la mano derecha llevaba el s ol y en la izquierda un látigo.
<<Seguramente s e trata de un antiguo recuerdo de familia>>, adivinó el
anticuario. <<¿No dijo us ted antes que se había parado es ta noche? ¿A las
dos ? Es ta pequeña cabeza de búfalo roja con dos cuernos indica seguramente
la s egunda hora .>>
No recordaba haber dicho algo s emejante, Pero, en efecto, el reloj se había
parado la noche pasada a las dos. Es pos ible que hubiera hablado de ello, Pero
yo no podía recordar nada: me sentía aún muy afectado, pues a esa mis ma hora
había s ufrido un grave ataque de corazón y creí que me moría. En un es tado de
semi-incons ciencia vacilante me había aferrado a un pens amiento: si se pararía
o no el reloj. Mis s entidos, ya oscurecidos , me hicieron sin duda confundir el
corazón y el reloj as ociándolos a una mis ma idea. Quizá los moribundos piensen
de modo parecido. ¿Quizá por es o es tan frecuente que los relojes se paren
cuando s us dueños mueren? Desconocemos la fuerza mágica que un
pens amiento puede llevar consigo.
<<Es curios o>>, dijo el anticuario des pués de un rato; mantenía la lupa
bajo la lámpara, de modo que un foco de luz cegadora incidía s obre el reloj,
y me indicaba unas letras que es taban grabadas en la cara interna de la tapa
dorada.
Entonces leí:
<<Summa Scientia Nihil Scire>>.
<<Es curioso>>, repitió el anticuario, <<este reloj es la obra de un loco. Ha sido
hecho en nuestra ciudad.
(P. 161) No creo equivocarme. Exis ten muy pocos ejemplares de és tos. Nunca
había pensado que pudieran funcionar realmente. Creí que eran sólo el
pasatiempo de un loco, que tenía el pequeño capricho de escribir s u divisa en
todos s us relojes : "La mayor sabiduría nada es ">>. No entendí bien lo que quería
decir. ¿Quién podía ser ese loco al que se refería? El reloj era muy antiguo,
procedía de mi abuelo, pero lo que el anticuario acababa de decir sonaba como
si el "loco", cuyas manos habían cons truido el reloj, viviera todavía.
Antes de que pudiera formular la pregunta apareció en mi imaginación —con
más claridad y nitidez que si atravesara la habitación— un hombre que avanzaba
en medio de un paisaje invernal, la figura alta y delgada de un anciano, iba sin
s ombrero, s u pelo tupido y bla nco como la nieve ondeaba en el viento y s u
cabeza —contras tando con su elevada figura — parecía pequeña, s u ros tro sin
barba y de rasgos agudamente recortados , los ojos negros y muy juntos, como
los de un pájaro de presa. Vistiendo un descolorido abrigo largo de terciopelo
raído, como los que llevaban en s u tiempo los patricios de Núremberg , caminaba
por aquellos parajes .
<<Exactamente>>, murmuró el anticuario asintiendo con aire distraído,
<<exactamente: el loco>>.
<<¿Por qué ha dicho exactamente?>>, pensé. <<Por cas ualidad>>, añadí
inmediatamente; <<s ólo s on palabras vacías . ¡Si yo no he abierto la boca! Como
s ucede con frecuencia, ha usado es e "exactamente" para subrayar una frase que
acababa de pronunciar; no se refiere en modo alguno a la imagen del anciano

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que yo es taba recordando; no tienen relación alguna en mi memoria, para
des pertar hoy, irrumpiendo con
(P. 162) la escuela, a la que tenía que pasar siempre por un muro largo y
des olado que rodeaba un parque de olmos. Día a día, durante años incluso, mis
pas os se iban haciendo más rápidos a medida que recorría el muro, pues
siempre me invadía una incierta s ensación de temor. Posiblemente —hoy ya no
lo recuerdo— porque me imaginaba (o tal vez lo había oído decir) que allí vivía
un loco, un relojero que as eguraba que los relojes eran seres vivientes… ¿o me
equivocaba? Si hubiera sido un rec uerdo de algún s uces o de mis tiempos
es colares, ¿cómo es posible que una sensación mil veces vivida haya dormitado
en mi memoria, para des pertar hoy irrumpiendo con tal vehemencia… ?
Evidentemente, habían transcurrido cuarenta años des de aquello; ¿pero era
és ta una razón s uficiente?>>,
<<Quizá lo haya vivido en el tiempo en que mi reloj señala una hora que no es la
acostumbrada>>, exclamé en tono divertido.
El anticuario se quedó mirándome extrañado al no entender el sentido de mis
palabras.
Continué cavilando y llegué a una conclusión: el muro que rodea el parque
debe exis tir todavía. ¿Quién se hubiera atrevido a demolerlo? Entonces corría ya
el rumor de que eran las murallas básicas de una iglesia que debería ser
terminada en el futuro. ¡Nadie destruye una cosa así! ¿Viviría aún el relojero?
Seguramente él podría arreglar ml reloj, al que yo tanto amaba. ¡Si s upiera al
menos cuándo y dónde le vi! No podía haber sido recientemente, pues
es tábamos en verano y según la visión que tuve, su imagen aparecía en medio
de un paisaje invernal.
Es taba tan inmers o en mis pensamientos que no podía seguir las largas
explicaciones que, de repen-
(P. 163) te, había iniciado el anticuario. Sólo de vez en cuando, percibía algunas
frases deslavazadas que llegando a mí en un murmullo enmudecían des pués
como un romper de olas en la playa; en las pausas sentía zumbar mis oídos y
hervir la sangre como todo hombre viejo cuando escucha atentamente; s ólo el
ruido del trajín cotidiano le hace olvidarlo; es un zumbido lejano implacable y
amenazante: el aleteo del buitre que remontándos e des de los abis mos del
tiempo s e va acercando lentamente y cuyo nombre es << muerte>>…
No s abía a ciencia cierta si el que me hablaba era el hombre que tenía el
reloj en la mano o es e ser que hay en mí , y que a veces des pierta en un
corazón s olitario —cuando alguien se acerca al armario que contiene los
recuerdos olvidados — para cuidar, como s ecreto guardián s olícito, de que
es tos recuerdos no mueran.
En ocasiones me s orprendía a ml mis mo corroborando algo que decía el
anticuario y luego pensaba: ha expresado alguna idea que me era conocida;
pero cuando trataba de reflexionar sobre ella no me era posible sacarla del
pasado y percibirla intelectualmente. No: las ideas permanecían rígidas como
figuras sin vida; el sonido de las palabras se extinguía antes que el oído pudiera
trans mitir s u mensaje a la mente. No comprendía ya su sentido. Pasando del rei-
no temporal al reino es pacial, parecían rodearme como más caras muertas.

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<<Si el reloj funcionara de nuevo>>, dije exteriorizando el martirio de mis
reflexiones e interrumpiendo con ello el discurso del comerciante. Lo había dicho
refiriéndome a ml corazón, pues sentía que quería olvidarse de latir y me
aterrorizaba la idea de que
(P. 164) la manecilla de mi vida pudiera parars e de repente ante una flor
fantás tica, un animal o un demonio, como de hecho se había parado el reloj
ante la cifra que indicaba las catorce horas . Así yo quedaría expulsado para
siempre a la eternidad de un tiempo ya transcurrido.
El anticuario me devolvió el reloj; seguramente creyó que me habla referido a éste.
Mientras recorría desiertas callejuelas nocturnas, cruzaba plazas
adormecidas y pasaba por casas s oñolientas iluminadas por farolas
centelleantes , hube de pensar —por la s eguridad con que avanzaba— que el
anticuario me había indicado donde vivía el relojero sin nombre, y donde
es taba el muro que rodeaba el parque de olmos . ¿No fue él quien me dijo que
s ólo el viejo podía curar a mi reloj enfermo? ¡Quién s ino él podía haberme
dado tal seguridad!
También debió describirme —sin que yo fuera consciente de ello— el camino
que conducía a su cas a, pues mis pies parecían conocerlo exactamente: ellos
me llevaron a las afueras de la ciudad haciéndome recorrer una calle blanca
que atravesando olorosas praderas es tivales parecía conducir a la infinitud.
Pegadas a mis talones me s eguían dos negras s erpientes, que atraídas por
la clara luz de la luna habían salido de la tierra. Quizá fueran ellas las que me
s ugerían aquellos pens amientos envene nados : no le encontrarás , hace cien
años que murió.
Para es capar de ellas torcí rápidamente a la izquierda, adentrándome en un
sendero; entonces apareció mi sombra s urgiendo asimis mo del s uelo y las
devoró. Ha acudido para guiarme, pens é, y sentí un profundo alivio al verla
caminar segura, sin vacilar
(P. 165) un ins tante; continuamente la miraba sintiéndome feliz al no tener que
cuidarme del camino. Poco a poco fue acudiendo a mi mente aquella extraña
sensación indescriptible que había tenido en ml niñez cuando, jugando conmigo
mis mo, cerraba los ojos y caminaba con pas o s eguro sin preocuparme de una
posible caída: es como si el cuerpo escapara de todo temor terreno, como un
jubiloso grito interior, como un reencuentro con el yo inmortal que exclama:
¡ahora no me puede ocurrir nada!
Entonces apareció el enemigo hereditario que el hombre lleva en sí: la fría y
lúcida razón y con ella la última duda de que quizá no encontrara a aquel que
buscaba.
Des pués de caminar largo rato mi s ombra s e des lizó rápidamente en una
zanja que había a lo largo de la calle y desapareció, dejándome s olo; entonces
s upe que habla llegado a la meta. ¡En cas o contrario no me hubiera
abandonado!
Con el reloj en la mano me encontré de repente en la estancia del hombre
que —yo lo sabía a ciencia cierta — era el único que podía hacerlo funciona r de
nuevo.
Sentado ante una pequeña mesa de arce contemplaba inmóvil a través de
una lupa —fijada a s u frente por una correa — un objeto diminuto y brillante

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que yacía s obre la mes a de clara madera ve teada. En la blanca pared que s e
encontraba a s us es paldas había una ins cripción con letras en forma de
arabes cos y ordenadas en círculo como s i fueran las cifras de un gran reloj :
<<Summa Scientia Nihil Scire>>.
Respiré profundamente: ¡aquí estoy a salvo! Este exorcismo alejaba de mí la odiada
e imperiosa nece-
(P. 166) sidad de pensar, aquellas cavilaciones apremiantes : ¿Cómo has
entrado? ¿A través del muro? ¿Por el parque?
En un es tante cubierto de terciopelo rojo aparecen en gran número —quizá
lleguen al centenar— toda clas e de relojes : es maltados en azul, en verde, en
amarillo; decorados con joyas o grabados, unos reducidos al esqueleto, otros lisos y
con entalladuras, algunos aplastados o en forma de huevo. Aunque no se los oye —su
tic-tac es demasiado débil—, el aire que los rodea se presiente cargado de vida;
como s i allí es tuvies e enclavado un reino de enanos en afanos o trajín.
Sobre un basamento hay una pequeña roca de feldespato carnoso, de la que surgen
—formadas por piedras de bisutería— flores multicolores ; entre ellas, un
esqueleto humano con su correspondiente guadaña, que espera —con aire
inocente— el momento de s egarlas . Se trata de un <<relojito de la muerte>> de
es tilo romántico-medieval. Cuando comienza la siega, golpea con s u guadaña
el fino cris tal de la campana, que, como una pompa de jabón o como el
s ombrero de una gran s eta de fábula, está a s u lado.
La esfera, situada en la parte inferior, parece la entrada de una cueva donde
las dentadas ruedas permanecen inmóviles.
De las paredes —llegando hasta el techo— cuelgan relojes y más relojes:
antiguos, con orgullosas caras costosamente enriquecidas; en actitud descuidada,
dejan oscilar su péndulo proclamando, en un bajo profundo, su majestuoso tic-tac.
En la esquina, de pie en su fanal de cristal, una <<blancanieves>> hace como si
durmiera; pero un leve palpitar rítmico indica que nada escapa a su mira-
(P. 167) da. Otras nerviosas damitas de estilo rococó —el orificio de la llave bellamente
decorado— aparecen sobrecargadas de adornos compitiendo —hasta faltarles la
respiración— por acelerar el ritmo de los segundos. Los diminutos pajes que las
acompañan se apresuran emitiendo risitas sofocadas: Zic-Zic-ZiC.
Otros, formados en larga fila y cubiertos de hierro, plata y oro, como
caballeros armados, parecen borrachos que dormitan emitiendo ronquidos de
vez en cuando y haciendo sonar s us cadenas como si al despertar de su
embriaguez fueran a luchar con el mismísimo Cronos.
En una cornisa, un leñador con pantalones tallados en caoba, y nariz de cobre
reluciente, mueve la sierra sin cesar, desmenuzando el tiempo en partículas de serrín…
(54).
Las palabras del viejo me s acaron de mi ensimis mamiento:
<<Todos han es tado enfermos ; yo les he devuelto la salud>>. Le había
olvidado, hasta el punto de que al principio creí que su voz era el sonido de uno de los
relojes.
La lupa que había empujado hacia arriba aparecía en medio de s u frente
como el tercer ojo de Shi va y en s u interior relucía una chis pa: reflejo de la
lámpara del techo.

83
Asintió con la cabeza y me miró con tal fuerza que mis ojos quedaron fijos en
los s uyos : <<Sí, han es tado enfermos ; han creído que podían cambiar s u
des tino yendo más de pris a o más des pacio. Han perdido s u dicha cayendo en
el error de que podían s er
_____
(54) Como se observará este pasaje es idéntico al de la novela “La casa del alquimista" (descripción
de la tienda de Güstenhöver). (N. del T.)
(P. 168) los dueños del tiempo. Librándolos de esta quimera, he devuelto la
tranquilidad a s us vidas. Algunos como tú —saliendo, en s ueños, de la ciudad
en las noches de luna — encuentran el camino hacia mí y trayéndome s u reloj
me piden, entre quejas y ruegos , que le sane; pero a la mañana siguiente lo han
olvidado todo, inclus o ml medicina>>.
<<Sólo aquellos que comprenden ml lema>>, señaló a sus espaldas,
refiriéndose a la frase escrita en la pared, <<s ólo esos dejan s us relojes aquí, bajo
mi tutela>>.
Algo comenzó a clarear en mi mente: el lema debe encerrar algún mis terio.
Quis e preguntar, pero el anciano levantó la mano en actitud amenazante:
<<No hay que des ear saber; ¡la sabiduría viviente viene por si s ola! La frase
tiene veintici nco letras ; s on como las cifras de un gran reloj invisible que
s eñala una hora más que los relojes de los mortales de cuyo ciclo no hay
escape posible; por es o los "cuerdos " s e burlan diciendo: ¡Mira ése! ¡Qué
loco! Se burl an y no s e dan cuenta del avis o: "No te dejes atrapar por el ciclo
del tiempo". Se dejan guiar por la pérfida manilla del "entendimiento", que
prometiéndoles eternamente nuevas horas, s ólo les trae viejos des engaños >>.
El viejo guardó silencio. Con una muda s úplica le entregué mi reloj muerto.
Lo tomó en s u bella mano blanca y delgada y cuando, abriéndolo, echó una
mirada a s u interior, s onrió casi imperceptiblemente. Con una aguja rozó
cuidadosamente la maquinaria de ruedas y tomó de nuevo la lupa. Sentí que un
ojo experto examinaba ml corazón.
Pensativamente contemplé s u ros tro tranquilo. Por
(P. 169) qué —me pregunté— le temería yo tanto cuando era niño.
De repente me invadió un es panto s obrecogedor: éste, en quien espero y
confío, no es un ser verdadero. ¡De un momento a otro va a desaparecer! No,
gracias a Dios : era s olamente la luz de la lámpara que había vacilado para engañar
así a mis ojos.
Y fijando de nuevo mi vista en él, seguí cavilando: ¿Le he visto hoy por primera vez?
¡No puede ser! Nos conocemos desde… Entonces, vino a mí el re-
cuerdo, penetrándome con la claridad del rayo: nunca habla caminado —s iendo
es colar— a lo largo de un muro blanco; nunca habí a temido que detrás de és te
habitase un relojero loco; había sido la palabra <<loco>> para mí vacía e
incomprensible la que en mi niñez me había as us tado cuando se me amenazaba
con convertirme en <<es o>> si no entraba pronto e n razón.
Pero el anciano que es taba ante mí , ¿quién era? Tenía la impres ión de que
también es to lo sabí a: ¡Una imagen, no un hombre! ¡Qué otra cosa iba a ser!
Una imagen que, como una s ombra incipiente, crecía secretamente en mi alma;
un grano de semilla que había arraigado en mí, al comienzo de ml vida, cuando en la
camita blanca —mi mano en la de aquella vieja niñera— es cuchaba medio en
s ueños aquellas palabras monótonas... que decían... s i, ¿cómo decían…?

84
Sentí en la garganta una s ensación de amargura , una tris teza abrasadora:
¡Todo lo que me rodeaba no era más que apariencia fugaz!
Quizá dentro de un mi nuto des pie rte de mi s onambulis mo: me
encontraré ahí fuera a la luz de la luna y tendré que volver a casa, junto a los
s eres
(P. 170) vivientes poseídos de entendimiento. ¡Muertos en la ciudad!
<<En seguida, en seguida termino>>, oí la voz tranquilizadora del relojero, pero
no me sirvió de consuelo, pues la fe que en mi pecho albergara se habla extinguido.
¿Cómo decían aquellas palabras de la niñera? Necesitaba, quería saberlo a
toda cos ta... Poco a poco fueron acudiendo a mi memoria sílaba tras sílaba;

<<Si tu corazón se te para en el pecho,


No tienes más que llevárselo;
A todo reloj, capaz es él
De ponerl o de nuev o en ma rcha>>.

<<Tenía razón>>, dijo el relojero dis traídamente mientras su mano s oltaba


la aguja; y en aquel instante s e des hicieron mis s ombríos pensamientos. Se
levantó y pus o el reloj en es trecho contacto con mi oído; es cuché: marchaba
regularmente, en concordancia con los latidos de mi corazón.
Quise darle las gracias , pero no encontré las palabras ; me s entía ahogado
de alegría y de vergüenza por haber dudado de él .
<<No te aflijas >>, me cons oló, <<no ha sido culpa tuya. He sacado una
ruedecita y la he vuelto a colocar. Estos relojes s on muy delicados; a veces no
pueden con la segunda hora. ¡Aquí lo tienes ! ¡Tómalo de nuevo, pero no digas a
nadie que funciona! Se burlarían de ti e intentarían hacerte daño. Des de la
juventud lo has llevado contigo y has creído en las horas que marca: catorce en
lugar de la una de la madrugada, siete en lugar de seis , domingo en lugar de día
laboral, imágenes en lugar de cifras muertas .
(P. 171) ¡Sigue siéndole fiel, pero no lo digas a nadie! ¡Nada hay, más es túpido
que un mártir que s e jacta de s erlo! Llévalo oculto en tu corazón y en el bols illo
lleva uno de es os relojes burgueses , oficialmente regulados, con s u esfera
blanca y negra, para que puedas ver siempre qué hora es para los otros. Y
nunca te dejes envenenar por el hedor pestilente de la <<s egunda hora>>.
Como s us once hermanas , está muriendo. La invade un fulgor rojo prometedor
como la aurora. Rápidamente se tornará roja como la llama y la sangre. Los
viejos pueblos del Es te la llaman la << hora de los bueyes >>. Pasan los siglos y
ella continúa apaciblemente: el buey ara. Pero s úbitamente —en la noche— los
bueyes se convierten en búfalos rugientes, el demonio los acucia con sus
cuernos y pis otean los campos en una ira ciega y salvaje; luego aprenden de
nuevo a cultivar los campos ; el reloj burgués s e pone de nuevo en marcha, pe ro
s us manecillas no marcan el tiempo —en s u trayectoria circular— del animal
humano. Todas s us horas traman algún propósito —cada una con s u ideal pro-
pio—, pero el mundo se verá invadido por un monstruo.
Tu reloj se ha parado a las dos; la hora de la destrucción. Pero ha tenido la
benevolencia de seguir; otros se mueren en ella y se pierden en el reino de la
muerte. Él ha encontrado el camino hacia aquel de cuyas manos salió. ¡Piensa

85
en es to! Si lo ha logrado es porque tú le has amado y cuidado toda una vida;
nunca te has enojado con él, aunque su tiempo no coincide con el de la tierra>> .
Acompañándome has ta la puerta me tendió la mano al des pedirse y dijo:
<<Hace un momento dudas te si yo vivía o no. Créeme: s oy más viviente que
(P. 172) tú mismo. Ahora conoces exactamente el camino que te lleva a mí. Pronto nos
veremos; quizá pueda enseñarte a curar relojes enfermos. Entonces —señaló el lema
escrito en la pared— tal vez esa frase se realice en ti:

"Nihil scire omnia posse


No saber nada es poderlo todo”>>.

_________

(P. 173) LA CIUDAD DEL LATIDO MISTERIOSO

La ciudad a que me refiero es la antigua Praga. Cuando hace cuarenta y cinco años
salí del nebuloso Hamburgo, y guiado por el destino llegué a esta extraña ciudad; lo
primero que me impresionó —después de un largo caminar por las calles
desconocidas— fue un sol luminoso, cuyos rayos cegadores se esparcían sobre las
antiguas casas como una bendición ardiente, un sol que brillaba de forma tan diferente
al que yo conociera desde mi infancia en el alegre cielo de la luminosa y despreocupada
Baviera. Cuando tras haber vivido largo tiempo en Alemania se llega al extranjero, uno
se deja llevar por ese vicio absurdo de preguntar acerca de una estatua, un edificio
honorífico, un castillo, una montaña o cualquier otra cosa: ¿Cómo se llama esto o
aquello? ¿Quién construyó este palacio? ¿Qué nombre lleva el gallardo caballero que
aparece en la estatua?
Cuando cruzaba el antiquísimo puente de piedra que, tendido sobre el apacible
Moldava, conduce al Hradschin y a la soberbia y tenebrosa atmósfera que emana del
palacio de la antigua casa de Augsburgo, me sentí sobrecogido por un profundo
escalofrío cuya causa no pude explicarme. Desde aquel día ese miedo incierto no me ha
abandonado un solo instante en todos los años —la madurez de un hombre—
(P. 174) de mi vida en Praga, la ciudad del latido mis terios o, Es un temor que
nunca llego a olvidar por completo, inclus o hoy me invade de nuevo cuando
rememoro los años de Praga o cuando esta ciudad acude a mí durante el s ueño.
Todo cuanto viví entonces aparece ante mis ojos como si tuviera vida…, si
intento apartarlo de mi vis ta vuelve a mí con una claridad tal que ya no s ólo me
parece real, sino fantas magórico. Los hombres que conocí allí me parecen
fantas mas o habitantes de un reino que no conoce la muerte.
Las marionetas no mueren al desaparecer de es cena; marionetas son todos los
seres que alberga la ciudad del latido mis terios o. Otras ciudades, por muy
antiguas que sean, me parecen estar bajo el dominio de s us hombres; como
desinfectadas por medio de ácidos des tructores de gérmenes, Praga configura y
mueve a sus habitantes como el artis ta que maneja sus marionetas : desde su

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primer aliento has ta su último sus piro. Como un volcán escupe fuego de la tierra,
esta extraña ciudad provoca guerras e inquietud en el mundo y es posible que no
se pueda calificar de necios a aquellos pocos que teniendo los ojos abiertos
exclaman: ¡En Praga fue donde se fra guaron secretamente y se desprendieron los
primeros chis pazos de la última guerra! En el ayuntamiento, situado en la calle
que circunvala la antigua ciudad, se encuentra un gran reloj astronómico, en
torno al cual se han ido tejiendo multitud de sagas, que muestra los signos del
zodíaco; a la hora del mediodía se abre una puertecita por la cual, uno tras otro,
van saliendo los doce apóstoles; mudos, como si estuvieran convencidos de que el
tiempo que esperan pacientemente no ha llegado aún, y desaparecen de nuevo
acuciados por una treceava figura: la muer-
(P. 175) te provis ta de guadaña y vas o de arena. También ésta desaparece;
entonces canta el gallo anunciando la res urrección lejana, como una profecía del
Apocalipsis. Es la señal: las cien torres de la ciudad comienzan a aullar entonces
para ahogar el grotesco quiquiriquí que quiere proclamar el final de toda
temporalidad humana. ¿Sería la mente del constructor del reloj —ya desde hace
largo tiempo convertido en polvo— la que concibiera el anuncio de tal
acontecimiento? Debía estar loco. Quizá los locos es tén más cerca de las cosas
lejanas que los hombres <<con sentido común>>. Y locos —s ecreta y
ocultamente locos — son, de alguna manera, la mayoría de las marionetas de
Praga. O pos eídos por alguna idea curiosa .
Miles de hombres acuden anualmente, el 16 de mayo; en s u mayoría s on
campes inas con pa ñuelos coloreados a la cabeza, y muchachas de ardientes
ojos os curos procedentes de las aldeas de Bohemia; fo rmando una fila al
borde del puente de piedra vienen en peregrinación para adorar la imagen de
San Nepomuk [(Nepomuk, pueblo donde naci ó San Jua n de Nepomuc eno )] , que
iluminado por cinco farolas rojas como rubíes en es tas noches primaverales ,
parece flotar en el aire reluciendo a través de un vaho plateado, mientras s u
ros tro de Jan Hus mira hacia el s ur. La verdad es que se trata de la es tatua de
Hus labrada en bronce; nunca fue la de San Nepomuk. Pero el pueblo ya no lo
sabe, hace tiempo que confundió los nombres ; el mis terios o latido de la ciu-
dad acaba borrando todos los nombres , tejiendo una leyenda s obre otra .
En las noches de luna me he paseado durante horas por el barrio s ituado al
otro lado del Moldava y que cons tituye el corazón de Praga; siempre me he
perdido en s us calles . A la vis ta de un palacio de
(P. 176) tiempo inmemorial, uno piensa: es imposible que —s egún se dice— un hombre
habite en él desde decenios; el pomo de la puerta está espesamente cubierto de un moho
verdoso y de un polvo ceniciento; al lado aparece un edificio barroco con ventanas de cristales
opalinos que brillan como el vidrio de los antiguos vasos de lágrimas romanos; luego un muro
alto —tres veces la altura de un hombre— se extiende hacia el infinito; en su revoque
descascarillado, la mano misteriosa de la ciudad ha dibujado fantásticas cabezas de animales y
rostros de mirada fija que parecen inmóviles, aunque su expresión cambia cada vez que se los
mira. Un embriagador aroma de jazmín o de holundro [(saúco)] se desprende del aire haciendo
presentir que en algún lugar cercano debe haber jardines, enormes parques ocultos que quizá
desde tiempo inmemorial no han sido pisados por el hombre. Sutilmente un pensamiento
parece deslizarse en nuestra mente: quizá en una habitación ruinosa de la casa yazca —en una
cama de tiempo ancestral— un cadáver convertido en polvo, cuya existencia cayó en el olvido.

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O tal vez sea un claustro lo que rodea el muro. Un claustro habitado por monjes o monjas que
se han retirado del mundo para dedicarse a la oración y mortificación… Si al día siguiente —a la
luz del sol— se intenta localizarle, todo es en vano: ya no está. En su lugar hay una calleja, una
casa de tres pisos al final; uno mira hacia el tejado y ve algo: ¡Construida sobre la primera,
aparece una segunda casa! ¿Un engaño de los sentidos? No, la calleja tuerce bruscamente
formando un recodo que —como un brazo desprendido— se eleva hacia arriba: en la altura se
yergue el segundo edificio. En él habita un extraño personaje que habla con una aguda voz fe-
(P. 177) menina, es pequeño, barbilampiño y se parece a Napoleón; a los visitantes les
predice el porvenir leyendo en unos enormes folios escritos con letras hebreas. Un día fui a
su casa; cuando me hallaba en el umbral de su habitación oí cómo, en un alemán
entrecortado, hablaba a un extraño: <<el redoble de tambores que —ante el muro de la
última farola— ha oído usted por la noche, no lo producen los soldados; proviene del
tambor de Zisca, quien antes de su muerte ordenó que se le extrajera la piel y se la tensara
sobre un tambor para que, incluso después de su muerte, se le pudiera escuchar>>. <<¿Qué
ha querido usted decir con eso?>>, le pregunté cuando estuvimos solos. El hizo como si se
asombrara o quizá lo estuviera realmente, y negó haber dicho tal cosa. Después supe que,
apenas había terminado de decir algo, cuando ya lo había olvidado todo; y que era
sonámbulo, incluso en pleno día.
Más tarde, cuando estalló la gran guerra, hube de pensar en el tambor de Zisca. Tenía la
sensación de que en todo aquello había una especie de conexión nebulosa. ¿O sería
casualidad? No lo creo; la ciudad del latido misterioso tiene un extraño método para
expresarse a través de sus marionetas.

_________

(P. 178) En blanco

(P. 179) LA CIUDAD MISTERIOSA

En tiempo inmemorial, mucho antes del reinado de la reina Libuschas, que, según
se dice, fundó Praga en el año 700, llegaron siete monjes procedentes del interior
de Asia —el corazón del mundo—, y con una finalidad misteriosa (como ha sucedido
también en otros lugares de la tierra) dicen las sagas de Bo hemia que se
establecieron en una roca a la orilla izquierda del Moldava, donde actualmente se
levanta el Hradschin o castillo de Praga, y plantaron allí arroz. La tradición dice que
las matas de arroz se transformaron en enebros enanos que al crecer adop taron
formas fantásticas, inclinándose en dirección horizontal como si cons tantemente
soplara un viento huracanado no perceptible a los sentidos: posible mente esta es la
causa de que en tiempos pasados se asegurara que donde crecen estas plantas
sopla a intervalos un viento huracanado que trae consigo las más grandes guerras
de la tierra.

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Es extraño que —como posteriormente supe— la saga de los siete monjes
emigrantes esté relacionada con la ciudad india de Allahabad. Allahabad lleva un
segundo nombre: Praga, y como Praha (la denomina ción checa) significa en alemán
<<umbral>>.
No conozco otra ciudad que, como Praga, ejerza sobre mí tal influencia: cuando se
vive en ella y el
(P. 180) es píritu envejece con ella, uno siente un extraño impulso mágico que le
mueve cons tantemente a buscar los lugares donde s e muestra su pasado. Es
como si los muertos convocaran a los vivos a aquellos lugares donde se desarrolló su
existencia, para murmurarles al oído que Praga no lleva en vano el nombre de
<<umbral>>; que, en efecto, cons tituye un umbral entre lo terreno y lo
ultraterreno, umbral que es mucho más es trecho que en otros lugares .
Una fuerza mis teriosa nos impulsa a entrar; no se ve ni se oye nada que no
s e s upiera de antemano, pero uno vuelve a cas a con la peculiar s ensación —
que no llegará a olvidarse has ta edad muy avanzada— de haber cruzado, de
algún modo, el umbral.
Un día —aproximadamente hace unos cuarenta años — me s entí una vez
más agarrado por aquella mano mis teriosa; arras trándome irres is tiblemente
me obligó a s alir de un café donde jugaba una partida de ajedrez, y
haciéndome cruzar el Moldava me llevó al pequeño barrio de la orilla opues ta
como si allí me esperara una vivencia extraordinaria. Aunque sabía a ciencia cierta
que no me ocurriría nada especial, apenas pude terminar la partida. Primero pa-
saron ante mis ojos —como es quemas de un presente que en realidad no lo era,
pues difícilmente encajaban en el misterios o hábito de la ciudad mis te riosa—
imágenes de la vida diaria; luego palacios antiguos, maravillosos, con puertas de
madera labrada en agudo relieve donde a veces —escrito con tiza — se anunciaba
que el conserje vendía, a bajo precio, vino tinto procedente de las fincas del
señor: tras los muros descascarillados había es pacios os jardines . De vez en
cuando aparecían unas rejas dora das. Luego, a lo lejos, en medio de un parque
(P. 181) abandonado, s e veía el Daliborca: antiquísima torre-prisión donde se
encerraba a la gente has ta que morían de hambre. No s é quién me condujo
allí, creo que fue un hombre viejo con una pierna de palo. E n una salmodia
monótona me contó lo que ya había escuchado con frecuencia: << Ahí, en esa
habitación oscura de dos metros de anchura, es tuvo pris ionero el caballero
Dalibor has ta que fue decapitado. Con un clavo de hierro curvado fue
arañando —durante largo tiempo— el muro (que medía varias varas ), has ta
lograr hacer un profundo agujero por donde escapar. Cuan do s ólo le faltaba el
ancho de un pie fue descubierto y conducido al lugar de s u ejecución .>>
Y aquí —el viejo me condujo a una sala circular en c uyo punto medio había un
profundo agujero que, como una venganza de la tierra, parecía tragars e la luz
que s urgía de una linterna enrejada —, aquí arriba, señor, se encerraba a los
condenados para que muriesen lentamente de hambre. Se dice que la última fue
la condesa Zahradka. Se la declaró culpable de haber envenenado a s u hijo.
Des pués se extendió el rumor de que lo habla hecho por pertenecer és te a una
diabólica s ecta herética llamada <<los hermanos asiáticos>>. Cuando s e supo
es to fue celebrada una misa, ahí enfrente, en la catedral, por el eterno descans o
de su pobre alma, y el Daliborca fue cerrado para siempre.

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Yo apenas oía lo que el guía estaba diciendo; s ólo el nombre <<hermanos
asiáticos >> res onaba en mi oído. <<El presente es algo eterno que alberga en
s u seno todas las res pues tas conservándolas intactas; aquel que s e plantea
preguntas referentes al pasado o al futuro puede encontrar siempre la
res pues ta
(P. 182) bas ándos e en realidades del presente; s ólo es necesario plantear las
preguntas correctamente y saber cómo lograr que s u voz tras pas e el umbral
de la vida>>, recuerdo haber leído es tas palabras en un viejo libro s obre
cabalís tica. Involuntariamente me incliné mirando hacia el fondo del pozo,
pues me asaltó la idea de que el cadáver putrefacto de la condesa que yacía
allá abajo podría contes tar a la pregunta que me es taba planteando; pero lo
único que oí fue la voz monótona del guía que hablaba a mis es paldas .
Pregunté al anciano si podría darme alguna información más s obre los
hermanos asiáticos que habla mencionado. Me miró a los labios , lleno de
temor y entonces me di cuenta de algo: era completamente s ordo y no podía
entenderme.
Volví otra vez al barrio moderno. A la puerta de ml casa me recibió mi criada
anunciándome la noticia de que un señor desconocido me es peraba en la
habitación para un as unto importante. Era un hombre de unos cincuenta años
que ves tía un traje raído; s u mirada insegura y tímida, era la de un enfermo
mental. Cuando entré en la habitación, saltó de s u asiento y, a modo de
dis culpa, me alargó una sucia tarjeta de visita al mis mo tiempo que s e pre-
sentaba a mí, verbalmente. Cuando murmuró la palabra <<Zahradka>> (s eguida
de un nombre de pila que no pude entender) creí que habla oído mal. ¡Es
extraordinario cómo s e me ha metido en el oído ese nombre que he escuchado
en el Daliborca!, pensé; y para comprobarlo eché un vis tazo a la tarjeta de
visita: cierto, allí decía Zahradka y debajo: <<¡Viajante de la fábrica de lencería
"Agua Blanca" de Bohemia!>> El hombre empezó a hablarme en una confusa
verborrea. Yo es peré. Pens aba que intenta-
(P. 183) ría venderme alguna mercancía. Nada de es o s ucedió. Parecía haber
olvidado por completo el objeto de s u vis ita. En lugar de es o empezó a
contarme en tono largo y tendido que hace años es tuvo una vez en <<Coton
de la India>>. Cas ualmente y por as untos del negocio, en tabló relaciones
con una orden ll amada de Sat Bhai cuyo origen era antiquís imo y que había
enviado (con un propós ito des conocido) a s iete h ermanos de la logia para
que fundaran divers as ins tituciones en occidente que invariable mente
llevaban por nombre <<El umbral>>. Pregunté s i exis tían hoy día miembros
de esa orden en algún sitio. El s eñor Zahradka asintió; en tono entrecor -
tado, cavilando en s us recuerdos me dio algunas direcciones en Inglaterra y
en Orissa de la India. Pregunté s i la orden pers eguía un fin determinado. Él
s e encogió de hombros : s e dice que quien entra en ella <<pas a a través del
umbral>>; no s abía lo que esto significaba o tal vez lo habla olvidado. Se llevó
la mano a la frente y s onriendo turbado murmuró: <<Tiene us ted que
disculparme, mi memoria ha s ufrido mucho.>>
Luego siguió charlando un rato en forma incoherente; se levantó de repente
mirando al reloj y salió a toda prisa. No intentó en abs oluto venderme lencería o
algo parecido. Si des pués no le hubiera vis to frecuentemente en la calle —

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¡quién sabe!—, quizás hubiera creído que todo había sido un sueño. Cuando me
informé sobre él me dijeron que no estaba bien de la cabeza; era un bebedor y
se creía un descendiente de la legendaria condesa Zahradka, que fue condenada
a morir de hambre en el Daliborca.
Cuando escribí a las direcciones de Inglaterra y Orissa supe que los datos del
loco viajante vendedor
(P. 184) de lencería eran verdaderos. Existe hoy allí todavía una orden que lleva los
nombres de Sat Bhai y Sikka; también en Praga parece que, en el año 1760 existió una
logia cuyo último Gran Maestre era un llamado conde Spork. El edifico estuvo en lo que
hoy es la oficina principal de correos. Cola Rienzi y Petrarca fueron miembros de la logia.
En los antiguos archivos aparece también un conde Zahradka. Cuando un día caminaba
por la llamada calleja de Opatowitzer, vi sobre la puerta de una prestigiosa casa
aristocrática, el escudo de Sat Bhai —de los hermanos asiáticos— labrado en la piedra; y
—cosa extraña— una corona papal había sido plasmada sobre el escudo. ¿Habrá alguien
que llegue a averiguar lo que esto significa?

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(P. 185) ZAB A

Sr. Dr. Sacrobosco Haselmayer, actualmente residente en el sanatorio Prokopythal


de Praga.

Día de San Juan

Querido y respetado amigo:


¿Cuántos solsticios se habrán celebrado en el largo tiempo en que no nos hemos
visto? Me pregunto si recordará usted a su antiguo compañero en los estudios que
ambos hicimos en materia de fósiles. Supongo que sí.
Siempre que se acerca el día de S. Juan se apodera de ml una extraña intranquilidad:
se me forma un nudo en un determinado hilo de mi destino. Si intento averiguar el
significado de este nudo siguiendo —hasta llegar al pasado— el curso de la fibra, llego a
la conclusión de que es interminable y de que no tiene tampoco principio alguno. Sólo
puedo interpretarlo así: este nudo no es otra cosa que una mínima parte de la gran red
que podemos llamar comunidad de mónadas. Una cosa es cierta: el hado del hombre
está constituido por dos fibras entretejidas: una consiste en el proceso corporal desde el
nacimiento hasta la muerte y forma un tejido —vida exterior— que es una malla muy tu-
pida y de sutil consistencia. El otro destino humano
(P. 186) es como una bota de s iete leguas cuyos pas os s on largos y regulares.
Hablar de es te último es algo que no tiene s entido: ¡Es sólo cuestión de
conocerlo o no conocerlo! Tampoco tengo la menor intención —querido
amigo— de iluminarle con mi sabiduría; si he aludido al tema ha sido

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únicamente para traer a su memoria una conversación que tuvimos tiempo
atrás y que le recordará ml nombre cas o de que, en contra de lo que supongo,
lo haya olvidado.
Coma digo, cada día de San Juan es para mí algo así como una pisada en la
marcha rítmica de este segundo des tino <<interior>>. Ayer, vís pera del solsticio
que hoy celebramos, noté ya la incipiente presión de los dedos del gran pie que
iba a marcar su pisada: por casualidad me encontré con el pintor Franz Taussing a
quien usted conoce. Me llevó a su estudio; allí me habló de us ted. Me pareció
innecesario decirle que le conocía, pero mi corazón se llenó de gozo cuando oí
mencionar su nombre. Antes de que yo pudiera responder algo vi, cómo la
expresión de mi amigo cambiaba de repente en un profundo sobresalto: me hizo
saber que se habían observado en usted los primeros síntomas de una enfermedad
mental de carácter progresivo. Intencionadamente lo escribo así, con estas crudas
palabras —aunque a primera vista puedan parecer irrespetuosas y brutales —,
precisamente para expresarle a us ted que mi opinión es completamente contraria:
No hay en su padecimiento enfermedad al guna; por el contrario: és te estriba en la
clara percepción de imágenes reales que no tienen la más mínima relación con
rostros o es quemas subjetivos de carácter imaginativo .
(P. 187) Escuché las explicaciones del joven pintor: que en intervalos de tiempo
regulares, experimenta us ted las mismas <<alucinaciones>> hasta el punto de que
durante semanas no podía conciliar el sueño y que por ello, presa de temor,
consultó a un psiquiatra. Cuando pregunté más detalles, el artista sacó dos pinturas
de detrás del caballete. Las había plasmado —dijo---- según la viva descripción que
usted mis mo hizo de sus visiones. <<Mientras él habla ba>> —dijo textualmente—
<<tuve una extraña sensación: como si todo estuviera ocurriendo realme nte, o
como si una mano extraña a la mía fuera la que manejaba el pincel>>.
Cuando eché una mirada a las pinturas debí palidecer hasta los labios, pues, muy
asustado, salió corriendo de la habitación y volvió en seguida provisto de una
botella de coñac. Sin decir una palabra saqué de ml cartera un par de pequeños
lienzos amarillentos (hace cuarenta y cinco años que los llevo conmigo como
recuerdo) con unos esbozos hechos a lápiz, y se los presenté. Entonces el que
palideció fue él, pues el diseño era exactamente el mis mo que el de sus cuadros. Me
empezó a asaltar con preguntas. Yo me excusé diciendo que me sentía mal y me
marché. Siempre es mejor dejar a los jóvenes que resuelvan ellos cierto tipo de
problemas en lugar de intentar ayudarles. Solo así aprenden a conocer <<las
grandes pisadas del destino>> y a cavilar sobre cuál puede ser la expresión del
gigante de tan largos pasos.
Usted me preguntará cómo hice es tos bocetos y qué relación tienen con s us
visiones. Para contes tar a esto tengo que referirme a algo que me ocurrió en mis
años jóvenes:
(P. 188) Cuando era s ólo un es tudiante de bachillerato me apasionaba
coleccionar minerales y fósiles. No sé si lo hacía como un medio de librarme de
las clases de His toria —es pecialmente porque s entía aversión a aprenderme de
memoria las hazañas de Alejandro Magno y de otros antiguos sargentos
serbios—, o si en el fondo era un verdadero coleccionis ta; las profundidades del
alma humana son ins ondables. Ya sabe us ted, querido amigo: uno comienza con
la pasión de coleccionar; luego se le dice a uno que debe avergonzarse de ello y

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se termina por sacar falsas consecuencias de los fósiles encontrados
convirtiéndose uno mis mo en un fósil o en un profes or de esta disciplina, que
viene a s er lo mis mo.
Un día de San Juan me dirigí, provis to de mochila, martillo de geólogo y
es coplo, a la roca calcarca de Prokopythal. Ya conocía yo por entonces la
significación de es te día, pero en mi corazón s ólo albergaba el vivo deseo de
encontrar un fósil de la <<trilobita pa radoxida>>. Ha pasado mucho tiempo: mi
pasión por las trilobitas se ha ido des vaneciendo. Las paradojas en cambio me
siguen gus tando.
Donde ahora es tá el manicomio s e alzaba entonces la cumbre de la roca con
una profunda cueva que al atardecer parecía como un increíble gigante
blanquecino que bos tezaba. Según se dice, hace siglos habitó allí San Prokop
que procedía del corazón de Asia. Según la descripción de un archivo corroído
parece ser que era un tibetano. Habiendo yo oído con frecuencia el tintineo de
una campana que procedente de la cueva, s onaba s iempre al mediodía,
pregunté s obre ello. Me dijeron: una gitana viejísima, idiota y s ordomuda
llamada Zaba —que
(P. 189) significa algo así como <<la rana>>—, vive ahí des de hace más de
ochenta años. Anteriormente había sido una bruja, pero ahora permanecía
cons tantemente en actitud pasiva; s ólo a mediodía hacía s onar un cencerro de
bueyes res quebrajado: entonces por medio de una cuerda se le hacía bajar pan
y agua. Las mujeres de la aldea contaban que en s u juventud había tenido
relaciones amoros as con el diablo, que estaba encinta y que no podía dar a luz.
Sintiendo una gran curiosidad, empecé a trepar por la roca casi lisa y
horizontal. Varias veces es tuve a punto de caer, y no exagero al decirle q ue era
s ólo el convencimiento de que en el día de San Juan es taba a salvo de todo
peligro, lo que me daba nuevas fuerzas . Finalmente pude alcanzar con las
manos el borde inferior de la boca del dragón y obs ervar la cavidad. Un olor
seco y asfixiante como de ceniza y putrefacción, me saltó al ros tro y vi a una
mujer des nuda y es quelética que en cuclillas y con las manos apoyadas en el
s uelo, adoptaba la mis ma pos tura que una rana. En s us ojos amarillos
des orbitados y s in pes tañas se reflejaba el s ol del mediodía; parecían ciegos, y
como los de un muerto, permanecían fijos en la lejanía. Un escalofrío de horror
me dejó paralizado. ¿Cuánto tiempo permanecí allí colgado? No lo s é. Sólo
recuerdo que medio des mayado vi desaparecer a la anciana como en una fata
morgana o lo que pudiera s er aquello. De repente me encontré muy lejos de la
cueva, miré hacia atrás y vi es e extraño árbol eternamente s eco que entonces
es taba en realidad en la cumbre de la roca y que —cosa curiosa— no ha sido
talado, aunque no tiene una sola hoja; vi cómo el pais aje se transformaba a mis
pies: el Moldava con sus
(P. 190) orillas aparecía ante mis ojos como una imagen antediluviana; vi una
extraña terraza medieval que se alza s obre una ciudad envuelta en una niebla
opalina, y s obre la cual había figuras fantás ticas... No sabia cómo había podido
bajar por aquella roca lisa sin llegar a caerme. <<Naturalmente, todo ha sido
un engaño de mis s entidos ; mis nervios me han traicionado debido al miedo
s ufrido>>, me decía a mí mis mo una y otra vez mientras observaba los bocetos
a lápiz que, apenas llegado a casa, había trazado. Lo más probable es que con

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el correr del tiempo hubiera olvidado es te acontecimie nto, pero cada año, en
la noche de S. Juan, cuando veía las llamas de las hogueras encendidas en las
colinas en torno a Praga, lo revivía de nuevo. Se dice que la realidad se
dis tingue de la visión por percibirs e aquélla de forma más nítida.
Si es to fuera verdadero la imagen pas aría a s er realidad mientras el mundo
exterior se difuminaría como un sueño.
Pas ados unos diez años sentí de nuevo el impuls o de s ubir a la cueva de
Prokopy. Había s ido volada; de s u piedra calcárea s e hizo cemento que fue
llevado en sacos a la ciudad. Quizás exis tan algunas cas as que lleven en s u
es tructura partículas de las cenizas de Zaba.
Apenas me había sentado s obre el musgo seco teñi do de un rojo oxidado, que
como una gran ci catriz cerraba el cuello de la roca decapitada —con la es peranza
de volver a ver la antigua imagen—, cuando el cielo se dividió de repente en dos
partes; una pared oscura apareció ante mis ojos y sobre ella aparecieron unas
siluetas que poco a poco fueron tomando formas más claras, avanzando y retro-
(P. 191) cediendo a intervalos regulares como si al ritmo del puls o cardiaco se
es tuviera proyectando en mi pecho una es pecie de película que con gran
trabajo y al compás de mis pulsaciones, fuera enviada al cerebro. Era una
ciudad extraña: como un claus tro tibetano fortificado cons truido s obre una
roca. Cuando mos tré el apunte a un psicoanalis ta, és te dijo s onriendo que la
imagen era fácil de interpretar; desgraciadamente no tenía tiempo de
explicármelo, pero s e trataba de un reflejo de ciertos recuerdos s exuales de mi
infancia a los cuales aludían en es pecial los muchos patíbulos que aparecían en
las celdas del claus tro, así como los ángeles que portando cruces, trombones y
cálices, volaban hacia la ciudad s ituada en la roca. Pero no hago el menor cas o
de esto. ¡Conozco una explicación mejor! ¿Es tan abs urdo s uponer que San
Prokop, durante s us años en la cueva, pens aba con frecuencia en s u patria de
Tíbet y que es ta imagen nos tálgica se ha trans mitido de forma inexplicable a la
atmósfera del Prokopytahl , que lleva s u nombre?
Y en cuanto a la primera imagen, es más difícil de aclarar que la s egunda,
pero cuando intento s umergirme en la exis tencia de la vieja Zaba... piens o que
quizás la capacidad creativa de un alma en un cuerpo ciego, s ordo y mudo, es
más poderos a que otra cuyo cuerpo está abierto al mundo ex terior. ¿Habría
imaginado todo es to la enigmática gitana o s erían reminis cencias de
acontecimientos ocurridos antes de s u nacimiento? Posiblemente s e trate de
una gigantesca pisada procedente del pasado lejano, una huella de ese
<<algo>> en continuo caminar del cual Zaba cons tituía una mínima parte.
Como us ted ve, res petado amigo, lo que cons i -
(P. 192) dera alucinaciones patológicas, no es otra cosa que un aliento del
lugar donde actualmente se encuentra; el s anatorio se halla cons truido s obre
la mancha de musgo que tiempo atrás fue la cueva de Prokop y de Zaba. ¡Yo
tuve las mis mas visiones que us ted hace cuarenta y chico años !
Pague us ted la cuenta al señor Director del manicomio y abandone usted el
local riendo a carcajada limpia. ¡Pero, por Dios , no mencione mi carta, pues
aprovecharía la ocasión para coger a lazo un paciente más!
Con la expresión de mi más alta es timación y res peto, quedo de us ted
atento y s eguro s ervidor,

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Gus tav Meyrink

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(P. 193) LA CACATÚA BLANCA DEL DR. HASELMAYER

Todo hombre culto sabe que el doctor Sacrobosco Has elmayer, que hace
unos años (el día de s u 80 cumpleaños) fue encontrado en Praga una mañana
—s upues tamente— muerto en s u biblioteca, actualizó la ances tral teoría (que
había caído en el olvido) de que el hombre —s imbólicamente hablando— no es
otra cos a que un huevo; si és te es incubado de forma adecuada s e convierte de
modo misterios o en un pájaro <<celes tial>>.
Es un hecho conocido que el doctor Has elmayer era una de las
pers onalidades más extraordinarias de los dos últimos siglos . Exis te una calle
en Praga que lleva s u nombre. Durante toda s u vida vivió como un ermitaño en
s u palacio barroco situado en la calleja de Opa towitzer, que hacia 1780 fue
residencia de un llamado conde Sporck y que actualmente alberga, en una
profusión de habitaciones y salas , la famosa biblioteca Haselmayer .
Me s iento dichos o de ser uno de los pocos seres vivientes que han
contemplado el ros tro del peculiar sabio; quizás s ólo exis tan dos pers onas
más que puedan decir lo mis mo: el viejo pintor Sedlacek y una jorobada
verdulera de bohemia a quien el doctor Has elmayer compraba diariamente al
amanecer una bolsa de pipas de giras ol; s egún ella
(P. 194) misma me dijo, se alimentaba, como un papagayo, sólo de estas semillas.
El escudo de piedra que aparece s obre la puerta muestra en numerosas
bandas los símbolos de una antigua orden asiática llamada de <<Sat Bhais>>,
que, s egún informes, s e extinguió hace siglos: un jabalí, siete pájaros de pico
curvado y otros símbolos. Una corona papal que des pués fue añadida, oculta el
auténtico misterio de s u origen.
¡Siete pájaros ! ¡Sat Bhais! Así s e llama una especie asiática de papagayos
que acos tumbran a volar en grupos de s iete. Según la s aga, Praga fue fundada
por s iete emigrantes árabes. ¿Pertenecería a la orden de Sat Bhais ? ¿Serí a el
doctor Has elmayer un miembro de és ta? ¿Serian las tradiciones de es ta orden
las que le proporcionarían el material para llegar a aquella mis teriosa y
s uges tiva sabiduría? En s us es critos no se encontró nada que aludiera a es te
hecho. ¿Fantás tico? Yo diría más bien diabólico. ¿No parece algo diabólico el
hecho de que en s u biblioteca aparezcan trozos de pergamino con escritos
marginales de s u puño y letra? Es tos dicen así: <<Los hombres salen del
cascarón para convertirs e en renacuajos .>> Raramente exis te alguien que
sabe es ta verdad: llevo en mi pecho el huevo de un libre pájaro etéreo, Si

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conociera un s olo hombre que como yo s upiera e l mis terio de s u incubaci ón,
no me s entirí a tan s olo.
La biblioteca del Dr. Haselmayer ha pasado a ser propiedad de la ciudad de
Praga. Compues ta de 180.000 tomos, s e la cree completa; pero es un error:
¡falta un tomo que poseo yo! Efectivamente: L o adquirí por medio de la
verdulera mencionada anteriormente. Ésta aseguró que el libro debió caer del
(P. 195) alféizar de la ventana del sabio en la noche de s u muerte, pues por la
mañana temprano, ella lo había encontrado s obre las baldosas de la calle y
junto a s u pues to. El tomo mues tra claras huellas de haber sido picoteado por
un pájaro. Es to es s umamente curios o, pues en la ins pección que se hizo —a s u
s upues ta muerte— no se encontró indicio alguno de que con él hubies e vivido
un pájaro. La gente s ufrió un cierto des engaño, pues en la ciudad siempre se
habla creído que el anciano señor tenla un pájaro. Supongo que la causa de
es te rumor s ería el hecho de que el sabio comprara diariamente semillas de
maíz a la verdulera [(¡!; en el comi enzo del r ela to s e dic e que <<compraba diaria mente al
a ma nec er una bolsa de pi pas de giras ol >> )] .
¿Quién habrá mordido con tal fuerza las tapas del libro?, s uelo
preguntarme cuando lo contemplo. Puede ser que el doctor Has elmayer
tuviera un pájaro y que és te, tomando el libro durante la noche ( ¿Por qué?,
¡quién sabe lo que puede ocurrir en el alma de un papagayo!) s aliera volando
por la ventana abierta, dejándolo caer en es e ins tante. Es ta es una
pos ibilidad. Pero cierta mente exis te otra; y es precis a mente en la que yo creo.
La voy a exponer tranquilamente, aunque s é que corro el peligro de s er
tachado de loco.
He podido comprobar que en la mañana del ochenta cumpleaños del doc tor
Sacrobosco Has elmayer la poli cía, avis ada en forma de cierto anónimo,
penetró, forzando la puerta, en la vivienda del doctor. El traje negro del sabio
yacía ordenadamente en un sillón; pero del anciano ni ras tro. Imposi ble que
pudiera haber abandonado la casa, pues las puertas, forradas de terciopelo,
es taban cerradas con cerrojo por dentro.
¿Por qué s e guardó s ilenci o s obre t odo es t o ?
(P. 196) ¡Quién sabe lo que puede pasar en ocasiones por la mente de la policía!
Yo por mi parte creo que el doctor Haselmayer no murió —en la forma que
comúnmente s e entiende por morir—, s ino que se transformó en un pájaro y
concretamente en una cacatúa blanca. ¿Y por qué precisamente en una
cacatúa blanca? Bien: primero porque siempre se pareció a es ta es pecie de
pájaro, y s egundo, porque, al margen de las hojas de mi libro encontré
escrito en forma de garabatos lo s iguiente :
<<Ya los antiguos egipcios sabían que el alma habita en el hombre como un
pájaro vive en s u jaula. El hombre actual cree que se trata de una imagen
simbólica , lo cual es una tontería por s u parte: hay que tomarlo al pie de la
letra. Lo he demos trado en numeros os escritos que cualquier escolar conoce .
Evidentemente las almas de la mayoría s ólo llegan a s er gorriones , lo cual
no es ninguna maravilla cuando del árbol del conocimiento s ólo se coge la
manzana ros ada, es decir: lo impres c indible para la vida cotidiana. Los
antiguos egipcios repres entaban el al ma de un hombre maduro como un s ol
con alas . A s u manera, s e referían también a un pájaro.

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¡Ojalá pudiera yo convertirme en un pájaro semejante! Hoy es la noche
precedente a ml ochenta cumpleaños y s é que moriré antes de que el s ol s aiga
del huevo terrestre. Ante mí, posada sobre un palo que flota e n el aire, aparece
la cacatúa blanca que a veces veo en s ueños cuando el polvo de mis libros
oprime mi pecho como una pesadilla. Siempre he intuido que era mi propia
alma; pero ahora que s e aproxima mi muerte, siento que es así, pues a
(P. 197) lo largo de la vida el alma permanece lejos , extraña e invis ible como
un pájaro que dormita en el cas carón. He pasado ml vida entera incubando
es e huevo; mi corazón s entía nos talgia por el calor materno. El pájaro blanco
me mira fijamente, me habla acerca de mi vida y s us palabras s uenan más
claras y luminosas a medida que s e remontan hacia atrás llegando al país
des aparecido de ml juventud. ¡Qué cosa más extraña! ¡ El lejano pasado s e
nos aproxima a medida que el recuerdo envejece! Siendo aún un joven
es tudiante amé a una mujer de la calle —quizás porque ella era tan pobre
como yo—. Miro a ml alrededor: libros . Han ido aumen tando, acumulándos e
unos s obre otros como las horas de mi larga vida. Sabiduría muerta. Enrejado
que he ido formando en torno mío, como una jaula. Los bendigo; ellos me
han ens eñado a conocer lo que no es necesario saber, pero s u al iento de
muerte, de vida terrena, ha hecho nacer alas en mi alma. Es ta volará pronto a
s u patria, y yo la s eguiré has ta llegar al país que siempre s oñé donde se alza
la montana encres pada, el mar, los cedros y, como hormigas del recuerdo, s e
ve a los hombre cillos andar por las calles . >>

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(P. 198) En blanco

(P. 199) EL FANTASMA SOLAR

Mi amigo, el pintor Alfred Kubin, afirma que cuando nos sentamos juntos para
beber un vaso de Schilcher (55) (*) (lo cual ocurre muy raramente) se aparece el
demonio; cómo, si no, hubiera él podido dibujarle e inclus o pintarle? Yo le
llevo siempre la contraria alegando que el demonio es s olo una idea
res ultante de las controvers ias teológicas , y que el repres entarle como macho
cabrío no es más que una tozudez abs urda; aludo al desacreditado s eñor Leo
Taxil, que junto con Miss Vaugham cortó —s egún se dice— el rabo al
mis mísimo diablo (no a una simple piel o alfombrilla de cama) y hace treinta y
cinco años se lo vendió al Papa. Siempre termino mi dis curs o diciendo: Pero,
¿cree us ted que s e trataba del verdadero rabo del diablo? <<Pues claro que lo

97
era>>, contes ta Kubin agitando como de cos tumbre s u cuaderno de apuntes .
<<¡Demués treme us ted que ha dibujado alguna vez al diablo con rabo!>>
En es tas divergencias llegaríamos con gus to a tirarnos mutuamente del
pelo; el único motivo que nos hace desis tir de es ta idea es que Kubin tiene
poco, y yo nada .
_____
(55) Bebida cuyas características se desconocen por no aparecer en ningún diccionario. (N. del T.)
(*) [Schilcher, raramente Schiller, es el nombr e de un vino tinto austriaco de un color rojo pálido. Se
hace de la uva tinta azul Wildbacher -nombre comercial protegido-. En sus primeras etapas de la
fermentación, el vino se ofrece como Schilcher Sturm. –Datos obtenidos de Internet (ladlo)–.]
(P. 200) En mi fuero interno estoy de acuerdo con él: el demonio existe; pero no
debo exteriorizarlo. El buen tono exige que dos colegas se muestren en desacuerdo en
materia de arte y, por otra parte, tengo miedo de es ta fras e de la Biblia:
<<Siempre que dos de vos otros os reunís en armonía, es toy yo pres ente>>,
pues me imagino que s i exis tiera desarmonía la fras e podría tener un s entido
diabólico. Que es te temor es tá fundamentado lo prueba el siguiente s uces o
que nos ocurrió a Kubin y a mí hace algún tiempo. Des de luego Kubin no
reconocería, aunque reventara, que fue un hecho real. ¡Todo fue culpa del
Schilcher! En es te cas o adopta la mis ma actitud que yo, es decir, ll evarme la
contraria. Yo podría rebatir fácilmente s us palabras empleando es te
argumento: <<Si no hubiera ocurrido realmente, ¿cómo hubies e podido us ted
plas mar las es cenas en s u cuaderno?>>
¡Pero pas emos a describir el s uces o! Tengo que anticipar algo: hace muchos
años tuve un amigo llamado doctor Sacrobos co Has elmayer —quizás el nombre
de <<Sacrobosco>> s e debiera a un cráter de la luna que s e llama así—. En
otras ocas iones ya me he referido a él: dicho claramente, porque quería
librarme de él; es to puede parecer extraño, pero si s e dice que yo actua ba
movido por una fuerza extraña, cobrará sentido. A veces me asalta la duda d e si
en realidad mi amigo ha exis tido. Si no ha existido, s ólo des cribiéndole puedo
librarme de él. Al menos esto fue lo que me aconsejó un medico. Luego me
dijo: debe haber existido; si no, ¿cómo pudo morir y ser enterrado hace quince
años en Praga? Y continuando mis reflexiones: Si no ha existido, ¿cómo he
podido escribir tanto s obre él? Lle-
(P. 201) vaba casi s iempre un s ombrero cilí ndrico de color verde musgo,
chaqueta corta de terciopelo de es tilo holandés , zapatos con hebillas y un
pantalón negro de seda que ajus tado has ta la rodilla dejaba ver unas piernas
delgadas e ins eguras. Es taba completamente calvo y s u cráneo daba la
impresión de ser blando como la gelatina: cuando se quitaba el s ombrero, el
reborde de és te dejaba un s urco en s u piel. A veces desaparecía durante largo
tiempo y la gente llegaba a olvidars e de él, has ta el punto de que negaban
haber vis to s u cara alguna vez; es to me hacía s os pechar a veces que todo lo
que con él s e relacionaba, debía pertenecer al reino de la magia, hecho que la
gente comprende muy difícilmente. Un psicoanalis ta a quien cons ulté dijo que
padecía un complejo lunático —¡complejo lunático!—. ¿Des de cuándo lleva la
luna un s ombrero cilíndrico verde musgo? Como digo, hace quince años murió
el doctor Has elmayer y s us res tos fueron sepultados . Es ta es la opinión
general, la cual, por cierto, no comparto en modo alguno.

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Debe tratarse de una mentira infame: ¿Cómo se explica que en aquel día de
año nuevo recibiera una tarjeta de felicitación enviada por él? <<Fue us ted
quien envió la tarjeta a s u propia dirección sin s er consciente de ello>>, afirma
el ps icoanalis ta .
¡Soy un es critor alemán! ¡Me gus taría saber a santo de qué podría
felicitarme a mí mis mo! No, lo de la muerte del doc tor Has elmayer es un em-
bus te. ¿Iba yo a felicitarme por ventura debido al s uces o que hace poco nos
ocurrió a Kubin y a mí?
A la hora del mediodía y bajo un s ol ardiente Kubin y yo nos encontrábamos
s entados en una granja (que parecía abandonada) y bebíamos Schil-
(P. 202) cher. En torno a nosotros y como si estuvieran medio dormidos —ya en pie,
agazapados o arrastrándose—, había diversas clases de animales: un caballo, un gato,
unos gansos, un pavo, un perro sujeto por una cadena. La tarde anterior hablamos asistido
en un pueblecito vecino a la representación de un circo ambulante. El pálido pescuezo del
pavo me recordó de repente al clown del día anterior que con sus delgadas piernas casi
secas actuaba en el trapecio. Es curioso cómo, de repente, me di cuenta que era
exactamente igual a la del doctor Sacrobosco Haselmayer. Me asusté; seguí cavilando y a
mi memoria acudió la imagen del segundo clown que, maquillado con una expresión de
mono y oscilando en la barra del trapecio me había mirado, picarescamente y como un
fantasma, fijando en mí durante largo tiempo sus ojos desorbitados. De repente me
recobré como si habiendo estado por un segundo profundamente dormido despertara de
mi sueño con una sacudida.
<<Debo haberme caído de algún lugar alto>>, me dije. <<¿Posiblemente del sol? ¿O
del trapecio? No, no; del trapecio desde luego, no. Era el segundo clown; el de la cara…, el
de la cara…>> Hice un no; del trapecio desde luego, no. Era el segundo clown, que no
conseguía recordar, era la misma que la del primero y la del doctor Haselmayer en
persona. Era extraordinario que me hubiera costado tanto recordarlo cuando
precisamente el doctor Haselmayer —ahora tenía consciencia de ello— ¡hacía una hora
que estaba sentado a nuestra mesa! <<¡Ah! Se ha sentado con nosotros a la mesa
precisamente porque anteriormente —en desacuerdo con mi cos-
(P. 203) tumbre— di la razón a Kubin cuando aseguró que allí estaba el demonio.>>
<<Así, pues, doctor Haselmayer, está usted de acuerdo conmigo>>, oí decir a Kubin con
toda claridad, e inmediatamente me di cuenta de que era la continuación de un diálogo
cuyo principio yo no había escuchado, <<cuando afirmó (lo que el tonto de Meyrink casi
siempre niega) que el diablo no solamente existe coma sujeto invisible que en ocasiones
adopta la forma de marioneta para dejarse retratar por los pintores, sino que a veces
puede presentarse en cuerpo y alma e incluso, digamos, pasearse por la tranquila
pradera cogiendo florecitas>>.
No sé lo que contestó el doctor Haselmayer; solo sé que volviéndose hacia mí, dijo
con una graciosa voz de muchachita: <<Cuando alguien ve al diablo, como usted, por
ejemplo, me ve a mí, y como en aquella ocasión le vio Lutero… ¿Sabe usted cuál es la
causa? ¡La oración! La gente invoca a Dios sin tener previamente una idea correcta de él.
Así transforman en objeto de su oración al que sólo puede ser sujeto eterno. No es
extraño que el diablo —el doctor Haselmayer sonrió complacido— aproveche la
oportunidad que le ofrece esta oración incorrecta para transformarse en macho cabrío y
pasearse por la pradera arrancando florecillas, o incluso hombrecillos. ¿No ha notado
usted que precisamente aquellos que rezan más devotamente suelen tener un final

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trágico? ¿Recuerda, por ejemplo, lo que les sucedió a los zares, o a millones de
mahometanos babistas?>>
<<¡Pero yo jamás rezo!>>, repliqué, <<y a pesar de ello a veces he tenido el gran
placer…>>, miré al doctor Haselmayer burlonamente.
(P. 204) <<Dichoso usted si actúa así premeditadamente>>, interrumpió el
doctor Haselmayer en tono despreciativo. <<La gran mayoría de los hombres que
creen no haber rezado nunca, se engañan; aunque por negligencia se hayan
acostumbrado a no rezar exteriormente, <<rezan>> interiormente; ¡con la única
particularidad de que ellos no lo saben! Quizás recen durante el sueño profundo o
cuando se encuentran en cierto estado de inconsciencia, como puede suce der, por
ejemplo, a través del influjo de los cálidos rayos solares. La hendidura que se
produce en el alma del hombre cuando és te nace y que permite al diablo entrar en
acción para robarles su libre albedrío es una herida que no se cura con una infusión
de manzanilla. Si no fuera como digo, ¿cómo se explica el hecho de que los
hombres —tan pronto como se asustan— exclaman involuntariamente: <<por
Dios>>.
<<Seguramente Buda nunca dijo tal cosa>>, repliqué.
<<Ese... ése... no me hable usted de semejante tipo>>, gritó irritado el doctor
Haselmayer. <<Hablando de otra cosa: ¿Puedo traer a mis queridos invi tados otra
botella de Schilcher?>> El entró en la casa; por mi parte, me propuse firmemente
no volver a decir <<por Dios>> en el resto de ml vida y Kubin se mostró de acuerdo
conmigo.
<<¡Qué nombres más curiosos tienen los granjeros de esta comarca!>>, dijo
Kubin de repente. <<Sacrobosco Haselmayer. ¡Sacrobosco!>>. Con el dedo índice
señaló a mis espaldas. Me sentí confuso: ¡El doctor Haselmayer no era ningún
granjero! ¿Qué podía significar aquello? Me volví: detrás de mí había un cartel que
decía: <<Sacrobosco Haselma-
(P. 205) yer, agricultor y posadero>>. Durante media hora más permanecimos
dormitando bajo el luminoso sol del mediodía. De repente oímos un ruido tremendo.
El caballo se encabritó horrorizado bramando como un ciervo; los gans os
empezaron a graznar y abatir s us alas ; el perro aullando y ladrando pugnaba
por soltarse llegando casi a arrastrar la perrera; el cuello del pavo se hinchó hasta
ponerse de color rojo azulado; el gato con el pelo erizado se abalanzó trepando por el
muro. Despertando de nuestra somnolencia gritamos al unísono: <<¡Por Dios!>>.
<<Ha sido esa cobra la que ha asustado de tal modo a los animales>>, dijo Kubin
señalando hacia algo negro que estaba en medio del corral.
<<¿Qué cobra? ¿Cobras en la parte alta de Austria? ¡Sólo nos faltaba eso! Querido
Kubin, se trata sólo de un trozo de látigo>>.
Kubin murmuró algo así como: <<Es usted un tonto de capirote>>.
Después hablamos largo rato sobre las extrañas palabras del doctor Haselmayer.
Sólo que Kubin negó que su nombre fuera <<Haselmayer>>; según él, se trataba de un
extraño. Por lo demás, nuestras opiniones coincidían.
<<Lo que más me indigna es que hoy lo niega todo, pe ro absolutamente todo, hasta
en los más mínimos detalles. ¡Incluso que el día anterior habíamos asistido a una
función de circo!>>
<<¡Es como para perder el juicio!>>.
_________

100
(P. 206) En blanco

(P. 207) DIALOGO NOCTURNO DEL CONSEJERO


DE HACIENDA LLAMADO <<BLAPS>>

<<Dígame, Cipriano: antes, cuando limpiando el polvo de los cuadros de mis


antepas ados llegó us ted al de mi bis abuelo, murmuró us ted como hablando
consigo mis mo: ... señor Consejero de Hacienda Blaps ... No, no tiene que
dis culparse. Lo único que me interes a saber es de dónde le viene a mi
bis abuelo ese apelativo tan singular>>.
<<Bondados o s eñor, yo no puedo decirle nada con exactitud; lo único que
recuerdo es que —hace setenta años —, siendo yo todavía un muchachito, mi
abuelo, como fiel s ervidor de los antepasados del señor, se enfadaba mucho
siempre que la servidumbre s e refería al bendito señor Cons ejero de Hacienda,
llamándole viejo s eñor Blaps; en ocasiones , es tando la servidumbre s entada a
la mesa, s urgía es te tema y s e murmuraba que no murió en realidad, sino que
se hizo el muerto, como un... bueno, como uno de es os llamados "escarabajos
muertos " —negros y del tamaño de una almendra — que cuando se los coge o
simplemente s e los mira fingen es tar muertos , y que la gente los designa con el
nombre de "Blaps ">>.
<<Es tá bien, Cipriano, ahora váyas e a dormir ahí enfrente, a la cas a de los
s eñores . Quiero es tar s olo es ta noche. Mañana venga us ted temprano al pala -
(P. 208) cio para recogerme con la s illa de ruedas. Encienda us ted algunas de
esas viejas y gruesas velas de cera y colóquelas en aquel candelabro, allí bajo
los cuadros . No, no neces ito nada más ; no se preocupe por mí. Buenas
noches >>.
Qué ser más extraño es el hombre cuando, como yo, llega a una edad avanzada: las
imágenes del recuerdo cambian de color; el ayer palidece y se que da en la nada;
en cambio, lo que s ucedió hace muchos años y parece hundido en el tiempo
des pierta de repente en deslumbrante y vivo colorido. De repente me viene a la
memoria la <<saga de Blaps, el escarabajo de la muerte>>, con luminosa nitidez, como
si hubiera ocurrido ayer, recuerdo aquella lecci ón es colar de hace s etenta
años ; veo a nues tro profes or s eñalando con el puntero las divers as ma riposas
y es carabajos del grabado y le oigo decir: <<Ese es el nombre latino de este
escarabajo negro que suele vivir en sótanos y edificios antiguos y que se alimenta de
toda clas e de polvo y materias putrefactas >>. ¿Por qué habrá acudido a mi
mente con tal claridad es ta insig nificante vivencia escolar? ¿Será ello debido a
la palabra <<Blaps >> anteriormente pronunciada por Cipriano, el viejo ayuda
de cámara, o s erá tal vez…? Un momento, ya lo tengo: hace unos minutos he visto
a mis pies uno de esos escarabajos, cogiéndolo del suelo donde yacía, lo he
contemplado y, creyéndolo muerto, l o he dejado caer de mi mano… Es

101
curios o: hubiera jurado que es taba ahí, pero no: ¡ha des aparecido! Pero quizá
todo es to no s ean más que s uposiciones mías . Cuando un s uces o es tá tan
cerca del presente, mi memoria vacila... Durante toda mi juventud el rostro de
ml hermanita preferida me perseguía en s ue-
(P. 209) ños ; le veo rojo, rojo como la s angre, y no puedo borrar es te color,
pues cuando es toy empezando a lograrlo oigo a mi abuela que con mirada
extraviada pronuncia es tas palabras : << Ha muerto de es carlatina>>. Mi alma
infantil s e ahogaría de pena s i preguntara: <<¿Qué es es o?>>. Por es o no
quiero preguntar: s é que el color es carlata es el rojo.
Pero en esta ocasión se trata de algo real; no s on figuraciones mías : he visto
cómo un gran tropel de negros escarabajos de la muerte se deslizaba por el
blanco s uelo de mármol. Me s obreviene una idea repulsiva: la fuerza vital que
hace siglos poseían los hombres y mujeres habitantes de este palacio se ha
trans mitido a estos sinies tros animales y es la que los empuja a deambular
continuamente en la noche. Y ellos, los que fueron portadores huma nos de esta
fuerza, cuelgan de las paredes , reproducidos en cuadros, mirándome con ojo sin
vida. Hoy los veo por primera vez y me s on tan extra ños como yo lo s oy para
ellos. ¿Qué misteriosa idea concebiría la mente de mi bisabuelo cuando en su
tes tamento determinó que el palacio s ólo debería abrirse cuando uno de sus
descendientes cumpliera los ochenta años? He tomado la singular res olución de
pasar en el palacio la noche inmediata al día de s u apertura, en estas
habitaciones que antaño llenaron mi alma de ardiente curiosidad infantil; al
actuar así, ¿se puede decir que es toy usando de mi libre albedrío? ¿No serán los
mis terios os designios de mis antepasados que des de mi infancia revoloteaban
inaudibles en torno mío, los que transformados en esca rabajos nocturnos que se
fingen muertos cuando s e los mira, me han impulsado a pasar la noche aquí?
¿ P or qué te ndré a hora mis mo en ml ma no es t e
(P. 210) bote, agarrado con tal empeño que no lo puedo s oltar? ¿Será tabaco
lo que contenga? Dentro hay un polvo colore ado y una fina mecha azufrada
como las que us aban los antiguos cuando aún no había cerillas . No, no es
tabaco; debe s er algún s ahumerio. Lo encenderé. Des pués… Ahora recuerdo:
siendo yo un hombre, llego a mis oídos el rumor de que mi bis abuelo
practicaba en secreto la alquimia y que empleaba drogas es peciales con el
propós ito de llegar a encontrar el elixir de la vida. Es to pudo s er la caus a de
aquel rumor, según el cual, ¡no murió realmente! La sangre s e me hiela en las
venas : veo claramente cómo la abuela nos habla, mientras nos otros —niños —
escuchamos s u relato sentados en torno s uyo, veo cómo, apartando de s u
frente los grises mechones de s u pelo, s acude la cabeza y dice con aire
ausente: <<Quieren convencerme de que ha muerto, pero yo no les creo.
Es taba s entado en s u s illón con la mirada fija; s u cuerpo frío, como el hielo
permanecía inmóvil. Cuando llegó el médico y dijo que es taba muerto, en s u
cara s e dibujó de repente una s onrisa burlona y as í continuó cuando fue
colocado en el sarcófago. El médico explicó que en los muertos s olían darse
es tos fenómenos . Yo no lo creo; los vivientes s on es túpidos >>.
¡Ya lo había s upues to! ¡Es un sahumerio! La mecha azufrada s e ha
cons umido y del bote se desprende un humo coloreado. ¿Por qué de repente
las puertas de hierro chirrían en s us goznes ? Debe ser Cipriano. Es tá

102
intranquilo y quiere echar una ojeada. ¡Qué lás tima! Ahora que pens aba s alir
s ilencios amente y llegarme has ta el carrus el que he visto des de la colina,
montar en el corcel de madera y cabalgar en círculo durante horas , aun
arros tran-
(P. 211) do el peligro de que s us s eñorías me calificaran de viejo as no. ¡Y
ahora viene Cipriano a moles tarme! Pero ya s é lo que haré : fingiré que
duermo, o me jor aún: ¡me hare el muerto para que se vaya! Pero, ¿por qué
s e inclina tanto s obre mi ros tro? ¡Toma mi mano y, con un grito, la deja caer
de nuevo! Sale fuera a pedir ayuda. Y ahora toda la servidumbre, s os teniendo
farolas de cris tal, me rodea y llora. Ellos quisieran des pertarme, ¡pero no lo
cons eguirán! Nadie me impedirá montar el corc el y cabalgar en círculo; quiero
volver a s er un niño; jugar c on mis queridos hermanos . ¡Oh, no!, seguiré
haciéndome el muerto; has ta que mi propio cuerpo lo crea. ¡Si al menos
pudiera reprimir es ta condenada s onrisa! Es pero que no noten nada; ¡los
vivientes s on increíblemente tontos !

_________

(P. 212) En blanco

(P. 213) EL PÁJARO JAZZ

El hombre puede ser asombrosamente irreflexivo: desde hace muchas generaciones


viene leyendo en la Biblia que Dios creó el mundo mediante la pronunciación de una
palabra, pero desgraciadamente nadie ha pensado nunca lo que esto puede significar.
Los latinistas empedernidos aseguran que empleó la palabra <<fiat>>. Yo me niego a
creerlo. ¿Qué tiene que ver el buen Dios con un automóvil italiano? Los lamas chinos y
tibetanos cuya virtud es proverbial, tampoco lo creen. Su opinión —frente a los
misioneros cristianos— es rotunda e inquebrantable, diciéndoles en su propia cara que
son los sonidos las causas creadoras de todas las formas; se trata, desde luego, de
sonidos inaudibles por ser inasequibles a nuestro sentido del oído. Si sobre una placa
de vidrio cubierta de arena fina hacemos sonar el violín, ésta se distribuye formando
figuras geométricas maravillosamente delicadas. Es de todos conocido, que los copos
de nieve, observados a través de una lupa, presentan asimismo esta clase de figuras,
pero, ¿quién ha reflexionado sobre ello? ¿No se podrían sacar conclusiones partiendo
de estas figuras o averiguar las misteriosas esferas musicales que las producen? Quien,
partiendo de estas figuras, lograra reproducirlas por me-
(P. 214) dio de ins trumentos o de su propia garganta, poseería la llave del poder.
¡La música sería para él una especie de varita mágica! Hace años exis tió un hom-
bre singular —un negro—, que parecía tener una idea del increíble poder mágico
que puede entrañar el ritmo de la música. Intentaba llegar al origen del s onido

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primario: evidentemente el sonido des truc tor, no el creador. Quien designe a es te
hombre como inventor del <<jazz>> lo hace con razón. En s u tarjeta de visita se
leía esta fantás tica inscripción:

Prof. Dr. Mval Djumboh Cassekanari


Chevalier de l'Ordre du Voudou Saint des Egbas. Profesor de magia negra
de la Universidad T'changa Wanga. Consejero secreto y Quimboisseur de Su
Excelencia el ex presidente de Haití, miembro de las principales sociedades
científicas del África occidental y de la India occidental, etc., etc .

El <<profesor>> Cassekanari es taba considerado por las estirpes negras de Haití


procedentes del Koromantyn, Eboe y Boppo como un alto sacerdote consagrado, a
un culto escalofriante y antiquísi mo que se remontaba a Cam, el hijo de Noé, y
cuya divinidad en la tierra está representada por una tarántula africana de color
marrón, negruzco, que lleva consigo un gran saco blanco en el cual la raza blanca
debe ser apresada cuando llegue el fin de sus días. El profes or Cassekanari tiene
en su casa un cuervo enano llamado <<Jazz>> procedente de su país natal: la región
del Congo; se dice que algunos ejemplares alcanzan la edad de ciento cincuenta años
e incluso suelen rebasarla. Ante el pájaro, este negro singular cantaba, gruñía y
graznaba —diariamen-
(P. 215) te y hasta poco antes de su muerte — una melodía fantástica que
acompañaba con palmadas y silbidos o bien sirviéndose de sonidos que obtenía
por medio de un viejo cuerno de macho cabrío, una sartén oxidada, unos platos
rotos y otros objetos que, tiempo atrás, fueron dados por inútiles. <<Únicamente
un animal alado conservará mi música, como recuerdo, en su corazón>>, solía
decir cuando, tras enseñarle una propina, se le preguntaba para qué hacía todo
aquello: <<Los hombres son infieles y olvidadizos ; sus pensamientos cambian
constantemente>>. En estos casos hacía generalmente una excepción: a una señal
del negro, el pájaro, inclinándose profundamente en una reverencia —que no
había que entender en sentido burlón— se erguía des pués orgulloso como un
cantante de concierto vestido con su frac negro, y haciendo una interpretación —
relativamente exacta— del himno aprendido, ponía al auditorio en desesperada
fuga.
Cuando un día el profesor Cassekanari, girando sus ojos en terribles
movimientos, dejó esta vida temporal, los misioneros católicos se empeñaron en
enterrarle según la ceremonia cristiana; pero, desgraciadamente, el funeral resultó
considerablemente trastornado por la desalmada intervención del taimado pájaro.
El bicho en cuestión no quiso perderse en modo alguno la ocasión de encaramarse
en una palmera que estaba al lado de la capilla, para acompaña r desde lo alto y
mediante la reproducción de todas las composiciones musicales de s u difunto
dueño, el sermón fúnebre.
A log negros que estaban presentes les pareció ser esta la ocasión propicia para
organizar una gran diversión; haciéndose señas mutuamente todo terminó
(P. 216) en una danza salvaje en la que s us pies planos giraban de forma terrible y
des mesurada. Sólo cuando un muchacho del coro armado de una escopeta oxi-
dada llegó corriendo y apuntó con el cañón al cuervo se hizo una relativa calma.
El pájaro, sin embargo, no se inmutó: siguió cantando descuidadamente has ta el

104
final y un segundo antes de que saliera el tiro, gritó: <<Krach, Bumm>>, y salió
volando hacia las lejanas montañas. Entonces alguien dijo que los animales no
tienen el menor sentido de la obligación.
Todo es to s ucedió hace unos cuarenta años y nadie sabría nada acerca de ello
si recientemente no me hubiera encontrado con un viejo amigo de la escuela, el
dibujante Meixner, que había pasado una larga temporada en Jamaica
coleccionando orquídeas. Lo que me contó era tan as ombros o que me costó
trabajo creerlo, pero mi amigo es un hombre tan amante de la verdad que no
debo dudar de s us palabras. Durante s us incurs iones a través de la selva y de las
montañas habla tropezado frecuentemente con seres, que si bien eran
parecidos a animales, no tenían la más mínima similitud con los ejemplares de
Hagenbeck y de otros lugares zoológicos. Una cabra mon tés con plumas de
urraca en s u parte trasera (una de s us extremidades pos teriores parecía propia
de un pato) y con una extremidad anterior que había degenerado has ta ser
similar a la de un elefante, fue lo menos chocante que me presentó. Furios o,
tuve que apretar los dientes para no interrumpirle en s u descripción de una
vieja dama con mangas ajamonadas —que según él había encontrado una tarde
en una calle desierta — disfrazada de marabú; me asaltaron tales dudas que tuve
que hacer grandes esfuerzos por dominarme. Seguramente hu-
(P. 217) biera roto mis relaciones con Meixner —ante el sentimiento irreprimible de
ser una víctima de s us fantasías—, si los hechos no me hubieran impulsado a pensar
una y otra vez que los sonidos y tonos tienen que ser necesariame nte las causas de
todas las formas de la tierra y del universo. En cierta ocasión, mientras escuchaba
durante largo tiempo a un conjunto de <<jazz>>, me preguntaba asombrado cómo
es posible que una música tal no sea causa de profundas transformaciones en el
cuerpo humano. Ahora bien: probablemente estamos todavía en los comienzos;
evidentemente la melodía del bienaventurado profesor Cassekanari no ha llegado
aún —procedente de la América salvadora—, penetrando de lleno en nosotros. De
momento parece que el pájaro <<jazz>> se está ejercitando —entre los animales de
la selva de Haití— con vistas a su debut en Nueva York. Así, pues, le deseamos lo
mejor.

___________

(P. 218) En blanco

105
(P. 219) LA MUJER SIN BOCA

¿Consultar a un medico? ¡Qué ridiculez! Me examinaría el bazo para ver si


padezco leucemia. Dudo que me entendiera, aunque yo, confiándome a él, le
explicara: todo empezó una mañana de noviembre; el cielo aparecía nublado y
des pués de una noche en la que, como de cos tumbre, no s oñé nada, des perté,
sin causa alguna que lo jus tificara, transformado en un s olitario, en un hombre
que repentinamente ha sido arrancado de un mundo lleno de alegrías y deleites
cuyos sonidos le llegan como en un eco burlón procedentes del abis mo
quimérico de un pasado mi lenario. ¿Comprendería mi martirio si le dijera que me
siento como atrapado en un fanal de cristal, a través de cuyas paredes
refringentes percibo las imá genes del mundo exterior, que llegan a mí
desfiguradas y horribles, pero en una realidad más auténtica que la que
contemplaría un ojo normal? ¿Cómo lograría que un hombre de ciencia
comprendiera esto? Des de aquella mañana de noviembre, algo está detrás de mí ;
y no s olamente a mis es paldas, sino también delante, a mi lado, s obre ml cuerpo,
rodeándome, en realidad no puedo decir dónde. Está más cerca de mí que el
espacio que me rodea, más cerca inclus o que el es pacio que ocupo. ¿Es posible
que en la es tigia del s ueño profundo existan vivencias tan extrañas e
(P. 220) incomprensibles a nues tro s er que nues tra memoria no es capaz de
captarlas ? ¿Nos habrá cegado la luz del día has ta el punto de que el s ueño nos
parece una oscuridad mortal? En cierta ocas ión, siendo todavía un niño,
encontré una precios a oruga verde entre el follaje de un matorral en flor; se
me dijo que si la cuidaba y alimentaba s e convertiría en una maravillosa
maripos a, Una mañana apareció muerta. Observé , horrorizado, cómo un
repuls ivo ins ecto negro con una ca beza ovalada carente de boca, cuerpo
delgado, largas patas de araña y alas cris talinas , s e arrastraba s urgiendo del
pequeño cadáver. Me explicaron que s e trataba de un icneumón cuyo gusano
s e había alimentado ocultamente de la larva de mariposa. ¿Cuál es la caus a de
que es ta experiencia de mi juventud, hace tiempo olvidada, haya cobrado
nueva vida des pués de aquella noche carente de toda ens oñación y que, sin
embargo, ha influido en mi ánimo tan poderos amente ?
Con el correr del tiempo, una idea s e ha ido fijando poco a poco en mi
mente, abs orbiéndome como una sanguijuela: ese algo que llena todo mi ser es
una mujer. Una mujer con un velo negro que oculta s u boca. Sé muy bien que
no he vis to en mi vida a es ta mujer. Un amigo a quien me confié as eguró que
habla visto en alguna parte un retrato de ella. No podía recordar dónde, pero
me indicó que debía encontrars e necesariamente en uno de los numeros os
locales nocturnos del <<barrio negro de Harlem>>. Opinaba que,
probablemente, yo la habla vis to alguna vez, si bien tan fugazmente, que el
recuerdo se hundió inmediatamente en mi subconsciente; la impresión que el
cuadro dejó en mí, a causa de la increíble s ensación de perversidad que
irradiaba, se había
(P. 221) grabado en ml mente y ahora pugnaba en vano por salir a la superficie de
ml memoria; algo parecido a lo que nos ocurre cuando tratamos de recordar un

106
nombre que hemos olvidado. Eso s ucedió ayer. Pero este ayer, que en realidad
abarca meses, se ha convertido para mí en un presente sin fin. <<En el momento
que logres encontrar el cuadro>> , había dicho mi amigo, <<recobrarás la salud>>.
<<Todo cuanto aparece ante nosotros como un objeto real, aunque sea el mis mo
demonio, pierde des de ese ins tante el poder satánico que ejercía s obre
nosotros>>. Desde entonces duermo durante el día; por las noches recorro todas
las calles y suburbios, empezando por Broadway, en busca de locales nocturnos
en cuyas paredes pueda aparecer colgado el cuadro de la mujer sin boca. Me veo
sentado en gigantescas pis tas de boxeo que pue dan albergar cientos de miles de
espectadores, veo cómo ante mí se agitan s us es paldas y un mar de rostros que
contemplan la lucha en creciente nerviosismo; pero ante mis sentidos
transformados no son otra cosa que cadáve res removidos por un imperceptible
viento tempes tuoso que los agita de un lado a otro. En vano revuelvo los tapices
de todos los loca les y cafés cantantes donde concurren los negros. Nada
encuentro.
Con palabras entrecortadas pregunto a hombres de color, de cualquier raza
—en las pocilgas que contienen la escoria humana de Nueva York parecen
encontrarse en s u propia casa —, si han vis to el retrato de la mujer sin boca.
Ellos mueven la cabeza o piensan que es toy borracho; algunos sonríen cínicos.
En una ocasión creí haberlo encontrado: al oír ml pregunta, un chino asintió
impetuosamente con la cabeza y dijo: <<Cuadro no; pero mujeres vivientes
(P. 222) sin boca he vis to bastantes. Bes ar boca no necesario. ¡El señor venir
conmigo!>>. Quiere dis traers e a mi cos ta, pens é, es un fumador de opio… Sí,
es o ocurrió... ayer. Creo que fue ayer. Ahora es nuevamente de noche.
Sentado en el compartimiento reservado —s eparado por una cortina verde —
de un oscuro bar de negros es pero a mís ter Sid Black, que s uele acudir aquí y
del cual los negros afirman que no hay nada en el mundo qu e no pueda
aclarar, pues es un vis ionario. Procede de Porto Príncipe, pero tiene a gran
gala ser un <<as hanti>> de pura sangre, origina rio del corazón de África. Según
s e dice, s iempre es tá borracho o bajo los efectos de toda clas e de drogas que
toma sin medida; pero se trata de ciertos efectos internos ; exteriormente no
s e nota en lo más mínimo que s u cuerpo es té drogado. Sentado ante un vas o
alto de <<limonada>>, mezcla de ron y alcohol des naturalizado, mi vis ta es tá
clavada en la cortina verde. A través de los vidrios plateados de alguna
ventana situada en la pared exterior s uenan dos campanadas . Des de hace años
no recuerdo haber oído las campanadas de un reloj.
El des acos tumbrado s onido hace hervir ml sangre y tengo un
pres entimiento: ahora, en es te mis mo ins tante, sabré quién es en realidad la
mujer sin boca. Hace una hora percibí claramente que no puede exis tir retrato
alguno de ella. Me lo indicó un pens amiento repentino, precedido de un
escalofrío glacial. Mi amigo s e había equivocado; tampoco él podía haber
vis to ningún retrato de ella. Influido por mis palabras acerca de s u invisible
proximidad, ha creído haber vis to s u cuadro colgado en alguna parte. ¡Qué
tremenda fuerza mis terios a debe encerrar s u es píritu! Una mano delgada con
blanco guante
(P. 223) de cabri tilla, apa rta l a cortina ve rde, y a parece la alta figura
erg uida de un pagano (56 ). S u ros t ro es negro como la ma de ra de é ba no

107
y va ves ti do con re fina da elega ncia. L os ras gos de s u cara t razados según
los cánones clásicos, me hacen creer que ante mí se encuentra la estatua de un
antiguo griego esculpida en mármol negro. Los movimientos de Sid Black no
delatan en abs oluto que s e encuentra drogado en grado s umo; lo intuyo por
s u modo de hablar, en frases rotundas e impulsivas ; y el hecho de que a cada
momento extraiga de una cajita plateada un polvo blanco que se lleva a la nariz
me lo confirma. Cocaína. <<¡Hable us ted!>>, dice en tono casi imperios o. El
orgullo de la raza blanca s e rebela, pero ante la mirada abrasadora de unos ojos
relucientes y duros como el vidrio, me siento casi destruido y mis labios, y mi
lengua comienzan —en contra de mi voluntad— a explicarlo todo,
abs olutamente todo. <<En una ocasión tuvo usted cierta relación amorosa con
alguien>>. <<Desde luego. He tenido incluso muchas , mís ter Sid Black>>. <<Con
una joven mulata>>. <<¿Cómo lo sabe us ted?>>. El negro, sin contestar a mi
pregunta, dice: <<Ella es tá muerta>>.
<<Sí>>, s uspiro horrorizado, <<perdió la vida en un accidente de automóvil
cuando iba sentada a mi lado>>. <<¿Perder la vida? Un hombre que ama no pue-
de perder la vida. Un “as hanti” no puede perder la vida. Era una cuarterona, pero
procedía de la estirpe “as hanti”>>. <<Nos amábamos apasionadamente>>, digo
expresando los recuerdos que me s obrevienen. Sid Black replica airadamente:
<<¡Se amaban!, ¿apasio-
_____
(5 6 ) Nos pa r ec e la tra duc ción má s a dec ua da del voca blo "Gent" (gentil) que probablemente
tiene aquí el sentido de "pagano". (N. del T.)
(P. 224) nadamente? ¡Ella le a maba a usted! ¡Qué sabe un blanco de pasión! Sid
Black, nacido en Haití, habla un francés impecable; s ólo entiendo a medias sus
palabras, pero siento que su odio hacia los blancos no tiene límites . Ya hace un
cuarto de hora que se marchó; en s u estado parece que de repente olvidó mi
pres encia. Trabajosamente intento coordinar lo que se me ha revelado: Lilith —
así s e llamaba mi amada— era pagana y pertenecía a una s ecta de negros
jamaicanos: la de los <<voudous>>. Era el aliento de su pasión ilimitada el que
habla penetrado en mi s er has ta cons umirme, el que había transformado mi
alma en la s uya hasta el punto de llevars e consigo toda ml masculinidad. Del
mis mo modo que una mulata vence corporalmente a la fuerza sexual de un
hombre blanco.
<<La experiencia del icneumón>>, vino a decir Sid Black aproximadamente,
<<fue el anuncio de algo que había de s ucederle en el futuro. Lilith es la mujer
sin boca que usted siente dentro y fuera de sí. ¿Se asombra us ted ante el hecho
de que no tuviera boca?>>, sonrió burlonamente. <<La pasión que encierra la
sangre negra no habla ni besa con la boca>>. Aún res uenan en mis oídos las
últimas palabras de Sid Black: <<Aniquilados acabaréis todos vos otros los
blancos ; exterminados por las drogas que no s oportáis y por la droga pasional de
nuestras mujeres, ante las cuales sois demasiado débiles. Nosotros los negros seremos
los dueños del mundo>>.

_________

108
(P. 225) IMÁGENES

¡Qué extraño lugar! ¡Este café nocturno donde he venido a parar en una hora
tan avanzada! Cuando en la oscuridad dirijo la mirada al turbio espejo colgado en
la pared, penetro a través de un agujero enmarcado en un fondo negro
cuadrangular, en una especie de habitación contigua donde dos hombres de barba
blanca con sendas pipas holandesas entre s us dedos de pergamino amarillento
miran fijamente un tablero de ajedrez que, como ellos mismos, parece flotar en el
espeso humo azulado del tabaco, pues nada más es reconocible: ni mesa, ni sillas,
ni pared alguna. Quizá se trate sólo de un cuadro sin marco que está colgado ahí,
me digo a mí mismo tratando de desechar esa angustiosa sensación de irrealidad
que se apodera de mí cuando, durante largo rato, mantengo la mirada fija en un
objeto. Y una nueva idea, como para apoyar a la anterior, acude a ml men te:
mañana temprano zarpará tu barco; pero la es peranza de abandonar es ta extraña
y desolada ciudad portuaria que, en su más apartado rincón, me tiene atrapado
como a un ratón en la ratonera, no me proporciona alivio alguno. No; este
pensamiento encierra una oscura ambigüedad: como si el barco que debe zarpar al
amanecer fuera la nave de Caron que, cruzando la es tigia, me llevara a la <<otra
orilla>>, a la
(P. 226) orilla que separa un país de otro como una imagen está separada de la realidad… Mi
vista penetra el cristal de la ventana donde, en un cielo negro, el canal de agua, bordeando
estrechamente la casa, se disipa en un espacio nebuloso en que desaparece toda sensación
dimensional. Como un fantasma, avanza, reflejada en el cristal y vagamente dibujada, la silueta
de una barcaza de carbón con una diminuta linterna roja en la proa. Nada me indica que el
borde pase navegando en las aguas —parece flotar—; sí, flota realmente aquí dentro, en la
habitación que ocupo. Así, me veo transportado al mundo de las imágenes que, de forma
incompleta, acuden a mis sentidos; confirmando este hecho, emergen en el mar de ml
memoria los viejos recuerdos: una blanca torre de iglesia destaca vivamente, reflejándose en
el agua, me veo a mí mismo: un escolar atravesando un puente que se tiende sobre un río;
junto a un lago, una .aldea alpina iluminada por un sol radiante.
Pero no quiero saber nada de las vivencias de ml juventud, que se aferran a mí como
imágenes. ¡Como acontecimientos cuyo único testigo soy yo! ¡Mañana zarpa ml barco! Entonces
este momento no será más que una imagen. Nuevamente miro hacia el agujero cuadrangular,
hacia el espejo, donde allá en el fondo están sentados ambos jugadores de ajedrez; quiero
aferrarme al presente, aunque éste sea solo algo inestable y muerto. Uno de ellos, el anciano,
tiene cubierta la cara con su mano arrugada; el otro tiene sus ojos fijos en los míos. O… ¿me ha
estado mirando así desde el principio? ¡Naturalmente, siempre me ha mirado así! ¡Desde hace
muchos años! Veo en él una similitud tan extrañamente curiosa que casi me vuelvo loco. En una
casa, hace tiempo derribada,
(P. 227) cuyo primer piso albergaba un café nocturno, solía sentarme frente a un hombre
viejo; ambos entablábamos las más temerarias partidas de ajedrez, sin que en nuestro nicho,
fuéramos perturbados por los comediantes que hasta la madrugada pasaban el tiempo en el
café.
En la ciudad que habitaba yo entonces, el viejo era conocido con el nombre de Narciso.
Posiblemente nadie le había preguntado cuál era su verdadero nombre. ¡A quién le iba a

109
interesar el nombre de un ser vestido con un traje andrajoso y raído, al parecer sin
profesión alguna, y que se pasa la vida en cafés de mala muerte viviendo de un par de
cruces coma premio a su talento en el juego de ajedrez! Se dice que en su juventud fue un
pobre estudiante de filosofía. Ignoro cómo un hombre que, ni era bello en lo más mínimo,
ni podía haberlo sido nunca, obtuvo el sobrenombre de Narciso. Supongo que alguien
iniciado par él en lo que constituía su idea fija —como a mí me inició en aquel tiempo— le
llamó de este modo.
Una noche, víspera de Navidad, habiendo terminado una partida que quedó en tablas,
ambos permanecíamos mudos, mirándonos el uno al otro del mismo modo que el viejo de la
habitación contigua y yo, sentado en la oscuridad, nos contemplamos en este momento ante
el espejo. De repente —lo oigo con la misma claridad que si hablara el viejo—, el doctor
Narciso exclamó: <<¡En tablas! Es la primera vez en mi vida que no gano una partida. Hasta
ahora he ganado todas las partidas de la vida, incluso las que no eran de ajedrez>>. Mientras
decía esto, se contemplaba a sí mismo de arriba abajo como si no estuviera seguro de su
propio ser, miraba pensativo sus
(P. 228) pobres botas de agua que inclus o en verano llevaba siempre pues tas.
Luego continuó con aire ausente y como hablando consigo mis mo. Tuve la
impresión de que s u mente se había tras tornado. <<Como us ted, dis tinguido
contrincante, está sentado ante mí ahora, es tuve yo una noche —siendo un
pobre estudiante que me rompía la cabeza por aprender, hasta que la perdí—,
sentado ante mí mis mo. ¡Sí, realmente sentado frente a mí! ¡ Ante el es pejo,
naturalmente! Nada tiene es o de extraordinario, pensará us ted. Pero —el
doctor Narcis o adoptó de repente un tono mis terios o —, pero lo extraordinario
fue que cuando ambos —el del es pejo y el que es taba delante — quisimos
levantarnos, uno quedó sentado; pero no el que se había roto la cabeza, sino el
que, en el es pejo, le había imitado. Y es e soy yo… ¡No, no señor mío, no es
ninguna broma! Si yo no fuera el que entonces s e quedó sentado en el es pejo,
debería saber que el otro, el de fuera del es pejo, pas ó su juventud matándos e y
aprendiendo de memoria has ta que acabó por hundirse. ¡Pero yo no lo sé! ¡Y de
aquí deduzco con toda certeza que sólo puede ser aquel que le contemplaba en
el es pejo! Sólo sé jugar al ajedrez; toda otra sabiduría que pueda exis tir en el
mundo ha quedado, por s uerte, como algo extraño a mí>>.
Aquella partida qué quedó en tablas fue la última que jugué con el doctor
Narcis o; cuando me encontraba con él procuraba evitarle, pues el saber que el
compañero de juego es un enfermo mental produce un s entimiento
mortificante.
Dejando aquel viejo y doloros o recuerdo, volví a fijar mi vis ta en el canal de
agua envuelto en negras tinieblas, donde, a través d el cris tal, una s ombra
parecía es piarme, que, naturalmente, s ólo podía s er yo
(P. 229) mis mo; entonces oí que uno de los dos ancianos de la habitación
contigua empezaba a hablar, y pude entender es tas palabras : <<… ¡Apenas se
reflexiona s obre el extraño fenómeno de que, cuando s e coloca la mano
derecha ante el es pejo, és te refleja inmediatamente la izquierda! ¡Si uno
contempla toda s u figura, el que aparece no es uno mis mo, sino un fantas ma
tan extraño a nos otros como cualquier otra cosa de la tierra puede s érnoslo!
¡Lo que es tá a la derecha se tras lada a la izquierda! No todos saben que exis te
un llamado "Maes tro de la mano izquierda", acerca del cual corre el rumor

110
mezclado con s upers ticiones de que él —y no el Dios de la Biblia — ha creado el
mundo. ¡Es angus tios o s uponer que nues tro mundo terres tre no es otra cosa
que una imagen satánica de la realidad acerca de la cual en el fondo no
sabemos abs olutamente nada! ¡D urante media noche ambos hemos es tado
s entados ante el tablero y nos figuramos que hemos jugado al ajedrez; quizá lo
único que hemos hecho es copiarnos mutuamente nues tros rasgos , como
jugadores en un mundo de imágenes! …>>.
Las palabras que siguieron no las es cuché; me volví: mirando a través de la
puerta que comunicaba con la habitación contigua, vi que es taba vacía. De ella
salió una vieja camarera con cofia blanca, y dirigiéndos e a la mesa dijo:
<<¿Puedo retirar el tablero de ajedrez, señor, o quiere que encienda la luz? ¿El
señor juega siempre s olo cons igo mis mo? Es lás tima que no haya venido ningún
compañero; naturalmente, le hubiera traí do en seguida a s u mes a>>.
<<¿Dónde han ido los señores que hace un momento estaban sentados ahí
dentro?>>, pregunté confuso. <<¿Los dos señores?>>, fue la respuesta. <<¡La habita-
(P. 230) ción de al lado ha es tado todo el tiempo vacía! …>>.
Enmudecí y pagué la cuenta, me puse el abrig o y salí.
Mañana zarpará ml barco, me digo una y otra vez para no seguir cavilando:
¿Quién era el otro de los dos viejos que jugaban al ajedrez, el que me impedía
ver s u cara porque cons tantemente la cubría con s u mano? Su compañero —el
que dijo aquellas palabras — era el doctor Narcis o tal y como lo conservo en mi
memoria. Pero, ¿quién era el otro?

_________

(P. 231) MÁSCARAS EN EL MAR DEL SUR

¿Qué s on máscaras ? El hombre de las últimas centurias, ciego, sordo y


embotado ante los s utiles influjos del mundo mis terios o que le rodea, y acerca
de los cuales no existe explicación alguna que, ni aun aproximadamente, se
refiera a sus causas, dirá: máscaras son caretas creadas , sin servirs e de modelo
alguno, por una fantasía exacerbada; los niños, cubriéndose la cara con ellas, se
as us tan unos a otros; los curanderos de las tribus salvajes las utilizan para
as egurars e la s umis ión de los s upers ticios os .
Cuando en 1722, Roggeveen descubrió en el océano Pacífico la isla de Pascua,
llamada Rapanui, fueron encontradas en la costa numerosas estatuas de muchos
metros de altura, talladas en color negro y con fantás ticas expresiones
demoníacas ; durante cierto tiempo se afirmó que eran res tos de ese fabuloso
continente sumergido llamado la Atlántida, hasta que los científicos explicaron
que se trataba únicamente de estatuas esculpidas en basalto por los nativos para
provocar el pánico y la desbandada general de los enemigos que intentaban
invadir la isla. En lo que se refiere a la finalidad de estas máscaras, las
explicaciones dadas s on ciertas. Pero, ¿cómo se explica que los enfermos en

111
estado febril o los hombres que, por medio de drogas, destruyen su siste ma
nervioso —con otras palabras : le hace n más sensible— vean, en sus <<ataques de
delirio>>, ros tros es-
(P. 232) pantos os ? ¿Cómo s e explica el hecho de que cuando a los ratones se les
inyecta yosciamina s e pongan en pie sobre s us patas traseras —cosa que nunca
hacen aun cuando vean un enemigo— observándose, por el es tado de terror que
expresan a través de ges tos, que están percibiendo algo oculto a nues tros
sentidos? <<No s on sino imágenes de antiguos recuerdos que res urgen>>,
afirmarán los filós ofos, <<imágenes que, posiblemente, están enclavadas en las
células corporales y que, trans mitidas hereditariamente, c arecen de toda vida
que no sea corporal y no son representación de algo objetivo>>. Si el científico
tiene razón, la máscara tallada y pintada del isleño del mar del sur sería el
retrato de un recuerdo que tuvo él mis mo o uno de sus antepasados. Pero,
¿acas o el viejo pers onaje con barba de marino, dientes afila dos y ojos
pedunculados que aparece retratado allí ha exis tido en algún tiempo? ¿Habrá
causado tal impacto en el ser del insular que su recuerdo persis te aún? Se podría
res ponder: <<El viejo pers onaje nunca exis tió s obre la tierra: es fruto de la
imaginación. La fantasía y la s upers tición lo han creado>>.
Ahora bien, ¡no creo que la fantasía pueda crear algo partiendo de la nada!
Me parece mucho más probable s uponer que trans forma en visible lo que es
invis ible. Suposición que, evidentemente, hará s onreír a todos los eruditos.
¿Cómo puedo haber llegado a una hipótesis tan anticuada y s uperada? Las
muchas experiencias extraordinarias que he tenido me han llevado a ello.
Mencionaré solamente una de ellas: Hace veinticinco años , es tando en Viena,
tuve un fuerte acces o gripal acompañado de fiebre alta. Ante mis ojos
des filaban imágenes de paisajes que yo recordaba exactamente cuándo y cómo
los había
(P. 233) vis to en mi niñez. Luego, es tas comarcas fueron lle nándose de seres
vivientes y con marcada nitidez apareció una careta; és ta se me gravó de tal
modo en la mente que, aún mucho tiempo des pués de mi enfermedad, s olía
verla ante mí con la mayor claridad y conciencia que cabe imaginar. Un día visité
en Viena un museo de etnología. Yendo de vitrina en vitrina des cubrí de repente
la careta. Era exactamente la mis ma que en mi delirio febril me había asus tado
de tal forma. Al principio creí que la vis ión aparecía nuevamente, pero pronto
me convencí de que es ta vez se trataba de ¡algo real que es taba ante ml! Los
llamados ocultistas de hoy hubieran dicho que la fiebre me había llevado a una
experiencia, en cierto modo profética, de lo que des pués vería en el museo
etnológico.
Por motivos que aquí no puedo detallar —pues dispongo de un espacio reducido—,
estoy en desacuerdo con esa explicación.
Un pintor famos o de la Edad Media (creo que era Miguel Ángel) acons ejaba a
quien quería convertirs e en artis ta de primera fila, que empezara por
contemplar largamente baldosas corroídas por la acción del tiempo, cortezas
de árboles y otras cosas semejantes , has ta que en s u es tructura lograra ver
ros tros . Decía que de es te modo se agudizaba la percepción interior. Me
pregunto si un pintor de nues tros días aceptaría el cons ejo. Si así sucediera,
creo que nuestro arte alcanzaría pronto un s orprendente y nuevo estado de

112
¡renacimiento! Los primitivos dibujos rupes tres que no hace mucho tiempo
des cubrió Frobenio en África, fueron considerados como obras de arte de
primera categoría. ¿Por qué? ¡De ellas emana una enorme vitalidad! Una
vitalidad que, en mi
(P. 234) opinión, s ólo puede s er debida al desarrollo de la <<ca ra interior>>. El
ojo interior puede ver más que el exterior. ¿Por qué, pues, no admitir que las
obras de arte de los isleños del mar del Sur (las mas caras que tallaron) es tán
basadas en visiones res ultantes de una contemplación interior?
El hombre, en su continua y dolorosa lucha por la exis tencia, se ha ido
acos tumbrando poco a poco a considerar únicamente las leyes de la naturaleza
perceptibles a los sentidos . Sólo estas leyes le parecen útiles y aprovechables;
pero aquello que no puede tocar con las manos le parece superfluo y sin valor. La
<<segunda cara>>, como la denominan —excepcionalmente— los escoceses y
wes tfalianos, es algo que se considera una anormalidad en el mal sentido de la
palabra. Yo, en cambio, tengo la impresión de que un cierto cultivo de esta
curiosa capacidad, sería de gran utilidad. No creo que la masa tenga razón cuando
afirma: <<Si te ocupas en cosas sobrenaturales de es ta índole, desviarás tu
atención de los peligros exteriores a que es tás expuesto>>. Por el contrario, an te
estos peligros se desarrollará poco a poco una fa cultad que podríamos llamar
acertadamente <superins tinto>>. ¿Cómo se explica que el número de gente que
se aparta de la medicina científica para acudir a los medios naturales de curación
sea cada vez mayor, si no es porque un s ordo sentimiento interno le s ugiere que
quizá puedan existir influjos más sutiles que los ofrecidos por la burda química de
hoy? Con lo cual no quiero decir en modo alguno que es té de acuerdo con la
curandería actualmente exis tente de los exaltados o es tafadores .
Estoy convencido de que llegará un día en que el investigador preste una atención
especial a los efec-
(P. 235) tos de ciertas drogas de carácter vegetal. ¿Qué son realmente las drogas?
¿Cómo se explica el hecho de que casi todo hombre, cuando se encuentra ante el
umbral de la muerte s ufra —según una expresión poco clara — cierta clase de
alucinaciones ? ¿Es tan descaminado suponer que no se trata de una <<ilusión de
los sentidos>> sin base real alg una, sino, al contra rio, de la percepción de una
determinada realidad?
Supongamos que un día llegara a probarse el hecho de que las más caras —
como las de los ins ulares del mar del s ur—, no s on sino retratos de s eres que,
lo mis mo que nos otros , tienen una vida. Creo que des de ese mis mo día la
atención de la humanidad se des viaría hacia otros objetivos bien dis tintos a
los de hoy. ¿Significaría es to una gran pérdida ?
Por s uerte (¿o por desgracia?) es te acontecimiento no s e producirá en un
breve es pacio de tiempo. La capacidad de obs ervación es piritual a que aquí
aludo será siempre algo privativo de unos pocos hombres ; és tos serán
calificados , aun durante milenios, de <<anormales >>; se s entirán
cons tantemente s olos , pero en lo más í ntimo de s u ser es tarán convencidos
de algo: exis ten seres y cos as tan <<reales >> como los que percibe el ojo
externo; quizás s ean, inclus o, más reales —más efectivas —. ¡Pos iblemente los
inexplicables fenómenos que acontecen a veces en el ánimo del hombre,
es tén en conexión con la exis tencia de las más caras demoníacas ! El hombre

113
normal lo atribuirá a un tras torno gás trico; pero el visionario, penetrando en
la caus a, dirá como el león de Ballhaus : <<¡bella máscara, yo te conozco!>>

_________

(P. 236) En blanco

(P. 237) CRONOLOGÍA

1868. 19 de enero: nacimiento de G. Meyrink en Viena (calle de María Auxiliadora,


Hotel <<Blauer Bock>>).
5 de marzo: bautizo en la iglesia protestante de María Auxiliadora. Hijo ilegítimo.
Padre: Karl Freiherr Varnbüler natural y vecino de Hemmingen, ministro de
Württemberg. Madre: María Wilhelmine Adelheid Meyer, actriz de cámara. Madrina:
María Abseger, procedente de Graz.

1874-1880. Asiste a la escuela primaria y al Wilhelminstitut de Múnich.

1881-1883. Estudia en el colegio de la Orden de San Juan en Hamburgo.


Examen de reválida en Praga.
Asiste a la escuela de comercio de Praga.
Se diploma en la escuela de comercio.

1889. Fundación de la casa de banca <<Meyer y Morgenstern>> (en unión del


sobrino del escritor Christian Morgenstern).

1892. 1 de marzo: primer matrimonio con Hedwig Aloisa Certl.

1896. 21 de agosto: comienzo de sus relaciones con Philomena Bernt.

(P. 238) 1901. Manifestaciones hostiles de la sociedad de Praga.

1902. 18 de enero: inicio del proceso en que se le acusa de irregularidades en su


negocio de banca.
3 de abril: conclusión del proceso siendo declarado inocente y otorgándosele
completa rehabilitación.

1901-1909. Colabora en la revista <<Simplicissimus>>.


114
1904. En Viena edita la revista <<El amado Agustín>>.

1905. 1 de febrero: separación legal de su primera esposa.


8 de mayo: segundo matrimonio con Philomena Bernt (celebrado en Dover).

1906. 16 de julio: nacimiento de su hija Sibylle.

1908. Nacimiento de su hijo Harro.

1906-1908. Colabora en la revista <<Marzo>>.

1908. Traducción de la obra de C. Flammarion <<Los enigmas de la vida anímica>>.

1909-1914. Carles Dickens, <<Selección de Narraciones y Novelas>>. Tomos I-XV


(traducción de G. Meyrink).

1913. Escribe su narración satírica <<Sobre el burgués alemán Wunderhorn>>.

1915. <<El Golem>> (novela).

1916. <<El rostro verde>> (novela).


<<Vampiros>> (narraciones).

1917. <<Noche de aquelarre>> (novela).

1919. Rechaza un ofrecimiento de admisión en la familia Varnbüler.

1921. Publicación de <<Novelas y libros de magia>>.


(P. 239) Tomo I: <<Sri Ramakrishna>>, de Carl Vogl (1921).
Tomo II: <<Eliphas Levi>>, de R. H. Laarss (1922).
Tomo III: <<Dhoula Bel>>, de P. B. Randolph (1922).
Tomo IV: <<El Papa amarillo y blanco>>, de Frang Spunda (1923).
Tomo V: <<El libro de los muertos egipcios>> (1924).

1925. Santo Tomás de Aquino, <<Tratado sobre la piedra de la sabiduría>>


(editado y traducido –precedido de prólogo– por G. Meyrink).
Lafcadio Hearn, <<Narraciones fantasmales japonesas>> (Traducido y editado por G.
Meyrink).
Historias de fabricantes de oro (narraciones).

1926. Rudyard Kipling, <<La India misteriosa>> (traducción de G. Meyrink).

1927. <<El ángel de la ventana de occidente>> (novela). [Considero que el título de esta
novela –en nuestro idioma– estaría mejor traducido por el de: El ángel de la ventana d e poniente. Ya

115
que la palabra alemana westen significa: occidente, o este y también ponien te (lugar por donde se pone,
por donde “muer e” el sol)].

1932. Muerte de su hijo Harro.


4 de diciembre: muerte de G. Meyrink.
7 de diciembre: entierro (al lado de su hijo) en el cementerio de Starnberg. La
oración fúnebre estuvo a cargo de Hans Ludwig Held.

___________
_____
_

[(Fin del primer volumen)].

116
GUSTAV MEYRINK

LA CASA DE LA ÚLTIMA FAROLA

LA FONTANA LITERARIA

TOMO II: ENSAYOS

117
DAS HAUS ZUR LETZTEN LATERN
GUSTAV MEYRINK
1973 by Albert Langen Georg Müller GmbH. Munchen Wien

Traducción: María González de Buitrago


Introducción: Eduard Frank

Ediciones FELMAR. España


Colección: La Fontana literaria, número 49
Primera edición: Octubre 1976

118
(P. 9) FAQUIRES

<<… y evidentemente se movía>>

Si en una reunión alguien comete la imprudencia de mencionar la palabra


<<faquir>>, inmediatamente se produce un tumulto desaforado; todos pugnan por
narrar la conocida y estúpida historia del yogui hindú que habiendo arrojado una
cuerda a los cielos, trepó seguidamente por ella. Naturalmente, todo el mundo sabe
cómo sigue la historia: tres investigadores observaron el fenómeno; el primero, como
fotógrafo; el segundo, como taquígrafo; y el tercero, como dibujante. Si bien el sentido
de la vista era el mismo en los tres, las sensibles placas fotográficas del primero no
revelaron ni cuerda ni escalador, aunque sí un faquir que en actitud pasiva yacía en el
suelo con las piernas entrecruzadas.
Como digo, todos conocen la historia, que incluso han contado repetidas veces,
pero nadie se arriesgaría a interrumpir al ufano narrador.
Cuando el orador finaliza su discurso, de éste se desprende –como un proyectil, en
forma de sentencia que alcanza su objetivo– el efecto culminante: <<sugestión>>. Un
faquir entrenado mediante largos años de abstinencia y oración puede sugerir
fácilmente –ante una serie de personas que en pleno día y estado de vigilia le
contemplan– fenómenos arbitrarios que <<en rea-
(P. 10) lidad>> (la cámara fotográfica lo atestigua) no están ocurriendo. Se trata de
algo <<sencillo y natural y por lo tanto completamente claro>>. Desde luego todos los
fenómenos llamados <<sobrenaturales>> son <<fácilmente>> explicables.
Sabios italianos, franceses e ingleses de alto rango, cuya enumeración no viene al
caso, han venido luchando (completamente aislados) en el empeño de comprobar y
demostrar irrefutablemente la autenticidad de estos fenómenos; del <<gremio de los
pensadores>> no era de esperar colaboración alguna. Este, en los últimos decenios,
estaba demasiado ocupado en cosas incomparablemente más importantes que
aquellas que dormitan en las ocultas fuentes de la vida, como para que aún le quedara
una hora de tiempo libre.
Se piensa solamente en política; política es también la implantación y la supresión
de la antisepsia, la implantación y la supresión de la alimentación albuminoide, la
implantación y la todavía no abolida obligatoriedad de la vacunación, la invención de
los tirantes Argos y del gramófono, de los medios de adornar la casa, la expedición
militar china, Argelia, el diseño de nuevos uniformes, santurronería y extracción de

119
semillas éticas procedentes de la Biblia, el derrumbamiento [-aquí quizás hubiera sido más
adecuado la expresión: la demolición-] (*) de un hotel en Nagol [(Nagold)] , la subida de los
precios de [la] cerveza, y -¡Eureka!- la tan ansiada meta: ¡transmitir la sífilis a los
monos!
¡Como un pueblo que tiene que resolver asuntos de tal trascendencia puede
ocuparse de cosas tan pueriles como los fenómenos sobrenaturales!
Apartémonos, por tanto, de este pueblo alemán tan ocupado y de aquellos
profundos seres que escarban en la sucia raíz de la existencia,
(P. 11) sin saber valorar los excelsos bienes de la nación.
¡Cuánto se podría decir sobre estos pobres diablos!
Y volviendo a la historia del faquir y de la cuerda: es completamente incierto y
nunca ha ocurrido; una pura invención de un periodista americano que se ha fijado
como una garrapata indestructible en el cerebro de los europeos, sin sentido crítico.
¿Existen en realidad fenómenos de esta índole donde las conocidas leyes naturales
son sustituidas por otras sobrenaturales?
Efectivamente, se dan. Aun cuando corramos el peligro de tropezar con otras
opiniones dispares, como, por ejemplo, la del esforzado caballero que recientemente
galopó en compañía de su mujer sobre la meseta de Pamir y en el Tíbet, sin que
hubiese sacado de ello nada positivo; incluso corriendo este espantoso peligro puede
afirmarse con toda tranquilidad: efectivamente, se dan estos fenómenos, y no
solamente aquí, sino también se dan en Asia.
Desde luego son raros, y la única diferencia que presentan respecto al experimento
de la cuerda es que se pueden fotografiar como otro hecho cualquiera; únicamente los
hipnotizados y los perturbados mentales <<ven cosas que, por el momento, no son
susceptibles de ser fotografiadas>>.
De vez en cuando aparece en Europa un <<autentico>> faquir: derviche, yogui o
algo parecido, que por lo general no es capaz de hacer nada, como ocurría, por
ejemplo, con el invulnerable camarero Hadji Soliman ben Aissa, cuya amistad me gané
en una ocasión y con quien reí ho-
(P. 12) ras enteras cuando algunos médicos famosos consideraban a su inofensiva
culebra de rombos, que valía 20 pfennig, como una serpiente venenosa, temiendo por
su vida cuando se dejaban morder por ella en la lengua.
De vez en cuando aparece también un bárbaro habitante de los Alpes que, cansado
de cantar a la tirolesa, se comporta como un oriental silencioso e interrumpe los
latidos de su corazón apretándose fuertemente los bíceps con un cable que,
ocultamente, se aplica en torno al brazo.
Pero esto no es todo.
Un verdadero yogui es inaccesible y rehúsa toda aparición en pú blico, como se
desprende, por ejemplo, del siguiente informe de <<La Gaceta Civil y Militar>>,
publicada en Lahore:
<<Hace algunos años murió en Trivandrum un yogui (secta de los Sanyasis) que
entre los hindúes era calificado de <<suma santidad>>. Apareció hace
aproximadamente tres años –nadie sabía su procedencia y casta–, y recostándose bajo
un árbol se entregó a sus meditaciones religiosas. Al principio comía, dos o tres veces
por semana, algo de leche o arroz, pero pronto suprimió también estas comidas, y
continuó viviendo durante tres años sin ingerir alimento alguno. Día y noche
permanecía sentado ante un fuego y sumido en sus meditaciones interiores; no emitía

120
sonido alguno ni a nadie miraba al rostro. El mismo Maharajá de Travancore se llegó a
él para interrogarle, pero tampoco recibió contestación alguna.
Si las facultades de los yoguis se limitaran a vivir en estado de vigilia, rogar y ayunar,
nadie los tomaría en consideración. Por suerte, el he-
(P. 13) cho presenta un segundo aspecto, hoy día menos conocido, consistente en que
ese hombre sentado ahí, <<con la mente ausente>>, puede alcanzar, a consecuencia
de un largo período de concentración, un reino de percepciones interiores repleto de
riquezas y de brillo indescriptibles, frente al cual todo el mundo exterior se esfuma. Un
reino lleno de continuos encantos que –como afirman los yoguis– las agresiones
corporales, el sueño, el acto de soñar, el desmayo e incluso la muerte del cuerpo no
pueden alterar en lo más mínimo.
Algunos curiosos que por algún azar del destino han sentido simpatía por un
auténtico yogui, han adquirido conocimientos y pruebas según las cuales estos
faquires no sólo poseen la curiosa facultad de tener percepciones interiores, sino que
también están dotados de una fuerza corporal extraordinaria, capaz de producir
efectos increíbles.
Según informes recientes de un cierto Dr. Honigberger, que cada vez alcanzan
mayor difusión, un yogui hindú llamado Hari-Das permaneció enterrado durante veinte
meses transcurridos los cuales apareció de nuevo con vida.
Hace dos años, un brahmán hindú (Agamya), que se encontraba en Berlín, detuvo el
latido de su corazón, así como el criterio lógico y amor a la verdad de los
corresponsales (el primer fenómeno duró aproximadamente un minuto). Estas
facultades prueban que si no son atribuibles a los efectos de ciertas drogas, celosa y
misteriosamente cultivadas, existen fenómenos de catalepsia más o menos profundos.
Por muy extraordinarias que parezcan las facultades de Hari-Das y las de Agamya (en
menor grado) –si no
(P. 14) están producidas por los influjos extracorporales anteriormente mencionados –,
nada prueban que no sea conocido e incluso corriente en nuestra <<ciencia>>.
Por lo demás, el año próximo, Europa se verá honrada nuevamente por la visita de
<<Su Santidad>> el brahmán Agamya, quien de repente ha adquirido el título
honorífico de <<Gurú>> y <<Paramahamsa>>. Agamya vendrá a Europa para buscar
alumnos y hacerlos miembros de su <<escuela secreta>>. Esta sola circunstancia basta
para hacer pensar a todo el que tenga algún conocimiento de estas cosas que <<Su
Santidad>> pertenece también a esta clase de individuos que, movidos por la codicia o
la vanidad, viajan de acá para allá, escriben libros de ocultismo, fingiendo pertenecer a
los iniciados que están en posesión de ciertos misterios y que son portadores de una
misión, cuando la realidad es que son seres completamente ignorantes.
Especialmente ahora existen muchos europeos que pertenecen a esta especie de
profetas. Simulan ser tipos interesados; fundando <<hermandades>> o logias
expenden <<sabiduría>>. Una sabiduría de fundamentos tan débiles que ni siquiera
puede resistir los primeros embates de un Stirner o de un Nietzsche, y que de modo
arbitrario han ido acumulando un desordenado montón de conocimientos, siguiendo
los pasos de Böhme, Giechtel, Molinos, Jane Leade, Saint Martin y muchos otros.
Especialmente en Alemania, este <<movimiento>> se ha hecho ahora insoportable.
Bajo tales auspicios no es de extrañar que la verdadera teoría del yog a, sobre la cual
aquí no tenemos ni

121
(P. 15) idea, no pueda arraigar en modo alguno, y ha de ceder su sitio al fenómeno del
mediuismo.
No ha llegado aún la centuria en que la humanidad esté madura para recibir el
influjo de los antiguos y grandes maestros del yoga, Hu-tsu, Chuang-tsu y Patanjali.
Las percepciones interiores, así como los diferentes métodos que se emplean para
aproximarse <<paso a paso>> al estado de <<Siddhis>> (las grandes fuerzas del yoga
que puedan desarrollarse en el hombre ejercitando sus centros psicomotores) –el
camino que conduce al completo <<dominio>> de estas facultades no depende de
nuestra voluntad y sí de otros muchos factores–, serán descritas exactamente en un
artículo posterior titulado <<Las sendas del faquir>>. De momento nos limitaremos a
describir a grandes rasgos cómo se manifiestan estas fuerzas extraordinarias.
Entre las observaciones más interesantes hay que mencionar (sólo por el hecho de
que estos fenómenos están en relación muy próxima con los modernos experimentos
efectuados por naturalistas de renombre universal, en la persona de los europeos
Dres. Home Cook, Palladino, Politi, etc., etc., que se sometieron a estas pruebas) las
efectuadas en Chandernagore por el francés L. Jacolliot, que anteriormente había sido
juez del supremo. Aunque, según la opinión pública, se trata de un <<desacreditado>>.
Por motivos que aquí nos llevarían demasiado lejos, hubo un tiempo en que
Jacolliot efectuó experimentos en colaboración con un faquir llamado Govinda -Swami.
Los resultados fueron asombrosos.
Dejaré que sea el mismo Jacolliot quien ha-
(P. 16) ble; [<<] sólo quiero hacer notar que los poderes del faquir Govinda, que serán
mencionados enfáticamente, tienen en realidad un carácter débil, y su valor está muy
por debajo del que poseen los yoguis altamente evolucionados, que –como el llamado
Rajah-Yoguis– se dan raramente y por el momento son quizás más frecuentes entre los
chinos refinados e incluso entre los europeos que entre los mismos hindúes.
Pregunté al faquir si quería ocupar algún lugar especial. Habiendo contestado que
era indiferente, le precedí por la escalera de mi casa hasta llegar a la terraza, que era
más luminosa que la habitación y más apropiada para una observación aguda.
A mi pregunta de si sabía algo más sobre los poderes que poseía y los fenómenos
que en él se manifestaban y de si tenía conciencia de algún cambio en su cerebro o en
sus músculos, contestó:
<<No actúa ninguna fuerza natural. Yo sólo soy el instrumento; llamo a esa fuerza…
y ésta entra en actividad.>>
(Con ello declara Govinda-Swami que no es un yogui, que no es un yogui altamente
evolucionado).
He preguntado a gran cantidad de faquires y siempre recibí la misma contestación.
Luego rogué a Govinda-Swami que comenzara.
Extendió sus manos hacia un enorme jarrón de bronce lleno de agua y que pesaba
varios quintales, y pasados cinco minutos comenzó a moverse y a acercarse al faquir
en movimientos regularmente acompasados.
A medida que la distancia se iba acortando emitía sonidos metálicos, como si
alguien le gol-
(P. 17) peara con una varilla de hierro. En ocasiones éstos se hacían tan intensos y
frecuentes que sugerían el impacto de una granizada.
Le pedí que hiciera detenerse al jarrón y que lo pusiera de nuevo en movimiento
repetidas veces. Todo sucedió según mis deseos. Luego quise que los sonidos

122
metálicos se repitieran con una frecuencia de diez segundos; mediante mi reloj de
bolsillo pude comprobar la precisión del fenómeno; mi deseo de que los sonidos
siguieran el compás de una caja de música que yo había traído quedó asimismo
satisfecho. Dicho brevemente: quise convencerme plenamente de que Govinda-Swami
poseía una fuerza extraordinaria, que dominaba por completo. Por tres veces el
enorme y pesado jarrón se elevó algunas pulgadas sobre el suelo donde quedó en
reposo sin emitir sonido alguno…, y por mucho que el jarrón oscilara, el agua del
recipiente no se movía.
¡Todo sucedió a plena luz del día!>>
Otros experimentos:
<<Después de cubrir el suelo con una fina capa de arena me senté ante una mesa
provisto de papel y lápiz. El faquir tomó un pedazo de madera y lo colocó
cuidadosamente sobre la arena.
“¡Presta atención! –dijo–. Cuando veas que el palo de madera se yergue por sí
mismo, dibuja sobre el papel las figuras y arabescos que se te ocurran; el palo de
madera grabará sobre la arena las mismas figuras que tú traces”. Inmediatamente
volvió a extender sus manos, y pasados unos minutos el trozo de madera se irguió
como él había predicho. Las figuras que yo trazaba sobre el papel, por muy
enrevesadas que fueran, eran grabadas simultáneamente en la arena por el palo de
madera. Si yo no movía mi
(P. 18) lápiz, el palo de madera permanecía también inmóvil
Mientras esto sucedía, el faquir permanecía apoyado en la pared y bastante alejado
de mí; yo ocultaba cuidadosamente con la mano las figuras que trazaba, sin que esto
influyera lo más mínimo en el fenómeno. Finalmente, Gowinda me sugirió que pensara
alguna frase en sánscrito, e inmediatamente apareció sobre la arena: Adicete
Veikountam Haris (Vischnu duerme en la montaña Eikonta), exactamente lo que yo
había pensado.
A la salida había un jardín en cuyo centro un aguador hindú sacaba agua del pozo
mediante una polea. Gowinda extendió sus manos –sin que el hindú pudiera verle– y
esto hizo que el aguador, aun tirando de la cuerda con todas sus fuerzas, como
acostumbran a hacer los hindúes en situaciones semejantes, éste empezó a recitar las
fórmulas contra los malos espíritus; pero apenas llegó a abrir la boca, pues sus
palabras quedaron como atragantadas y no pudo emitir sonido alguno. Sólo cuando
Govinda bajó sus manos, la polea se puso en movimiento de nuevo.>>
Y aún hubo más: <<El faquir colocó una pequeña vasija de cobre (muy usadas en la
India para quemar materias que después fuman) en medio de la terraza y puso en ella
el producto correspondiente. Luego adoptó la posición acostumbrada y empezó a
recitar sus exorcismos. Al terminarlos quedó como petrificado en la misma posición: la
mano izquierda sobre el corazón; la derecha apoyada en su bastón de bambú, el cual
presentaba siete nudos en la madera. Pensé que, como anteriormente, había entrado
en un sueño
(P. 19) cataléptico, pero no era éste el caso. De vez en cuando presionaba su frente
con la mano. De repente me sentí estremecido; en medio de la estancia brillaba una
nube fosforescente de la cual salían manos humanas palpitando nerviosamente a gran
velocidad. Unos minutos después estas manos fueron perdiendo su aspecto nebuloso
y se hicieron más nítidas. Unas eran tan luminosas y transparentes que a través de
ellas podían verse los objetos; otras, por el contrario, eran opacas y, como cualquier

123
otro material, arrojaban sombras. Las conté y eran siete. Iba a preguntar al faquir si
podría yo tocar las manos; entonces una de ellas se separó y presionó los dedos de mis
manos extendidas; era una mano pequeña y delicada como la de una joven doncella.
Fenómenos similares a éste se fueron sucediendo a lo largo de casi dos horas: una
mano traía flores y me las arrojaba; otra me acariciaba el rostro, algunas escribían
frases en la pared que duraban sólo unos instantes y se esfumaban. Rápidamente
saqué un lápiz y logré escribir algunas: Dioyavapuor gatwa (en sánscrito: me he
convertido en un fluido).>>
Es interesante también la siguiente narración de míster John Campbell Oman, que
fue profesor de Ciencias Naturales en el Government College de Lahore:
<<Hace aproximadamente treinta años se extendió el rumor de que un cierto
Hassan Khan tenía poderes maravillosos, aunque en realidad se trataba de facultades
de carácter natural y banal. Sin embargo, los mahometanos le veneraban, calificándole
de Hindu-Sadhu (una especie de yogui). A través de varios amigos europeos, que le
conocían personalmente y habían comprobado en
(P. 20) sus propias casas su capacidad, llegaron a mí los detalles de su historia. Él no
gustaba de mostrar sus facultades ni aceptaba dinero alguno por hacerlo. Sus poderes
se manifestaban en el sentido de que hacía aparecer ante él toda clase de objetos, en
especial vino y alimentos cuya especie podía determinar el mismo peticionario.>>
Entre muchos casos señalaré sólo el siguiente:
<<Uno de mis amigos europeos que por casualidad viajaba en el tren ocupando el
mismo apartamento que Hassan Khan pidió a éste que hiciera aparecer una botella de
vino.
“Extiende tu mano fuera de la ventana”, dijo inmediatamente el musulmán. El tren
avanzaba a toda velocidad, y apenas realizó lo indicado cuando mi amigo vio en su
mano una botella de exquisito vino. En alguna ocasión, Hassan Khan se dignó explicar
cómo había logrado tales facultades:
<<Siendo yo sólo un chiquillo –me contó– llegó a nuestra aldea un Sadhu lleno de
inmundicia. Los niños le rodearon y le hicieron burla hasta que yo los eché de allí
diciéndoles que un Sadhu es siempre un santo aunque tenga otras creencias. El Sadhu
me miró agudamente; después, habiéndose instalado en las afueras de la ciudad, nos
veíamos con frecuencia. Un día se ofreció a transmitirme una fuerza misteriosa si yo
estaba dispuesto a seguir al pie de la letra sus indicaciones. Empezó el proceso con un
sistema de ayuno y otros ejercicios, que duró aproximadamente quince días. Luego me
indicó que fuera a una colina tenebrosa próxima al pueblo y que le informara de lo que
viera en ella. Obedecí –aunque lleno de temor– y volví con la noticia
(P. 21) de que en el interior de la cueva había visto un espantoso ojo de dimensiones
gigantescas. “Eso está bien; hemos empezado con éxito”, dijo el Sadhu, y mi curiosidad
fue en aumento, pues quería saber cuanto antes que clase de fuerza me sería dada. El
Sadhu señaló algunas piedras que por allí había y me ordenó que hiciera con mi dedo
una cierta señal sobre ellas. Luego me dijo que me marchara a casa y que ordenara a
mi <<Djinn>> (= una fuerza psíquica separada del ser, y que literalmente significaba
demonio) que llevara allí las piedras. Apenas había dicho estas palabras cuando
contemplé lleno de estupor que las piedras estaban ya a mis pies. Volví corriendo para
informar al Sadhu del éxito obtenido. “Ahora posees una fuerza que siempre puedes
aplicar a toda clase de objetos, habiendo efectuado previamente el signo que te he
indicado. Procura escoger cosas que vayas a utilizar en corto tiempo, pues todo lo que

124
el “Djinn” trae no permanece mucho tiempo”. He comprobado que las palabras de
Sadhu se han cumplido; con frecuencia me pongo a mí mismo en peligro cuando la
fuerza se vuelve contra mi propia persona.>>
Narraciones como ésta parecen naturalmente increíbles y ridículas hasta que uno
las experimenta y se convence de su realidad; entonces uno deja automáticamente de
reír: así le ocurrió al profesor Lombroso cuando pudo ofrecer pruebas irrefutables. Sus
propias palabras: <<Me he convencido de que tales fenómenos sólo son explicables
aceptando la existencia de inteligencias ultraterrestres poseedoras de una fuerza tal
que sólo puede ser comparable a las propiedades del radio.>> La solución de este
enigma será uno de
(P. 22) los acontecimientos más importantes de este siglo.
Este movimiento, que se plantea las incógnitas del ocultismo, empezó hace unos
sesenta años y desde entonces ha ido creciendo ininterrumpidamente.
El número de los que han dedicado por completo su vida al estudio de estos
problemas crece de hora en hora, formando una corriente casi incalculable, de la cual
sólo he podido entresacar una de sus manifestaciones más secundarias.
Quien ve este movimiento en toda su profundidad se da cuenta con un espanto –
que tiene algo de malévolo– de la ignorancia existente en este punto; una epidemia
espiritual está ya a la puerta y puede irrumpir durante la noche con tal potencia que se
creerá haber vuelto a los tiempos de los Kinder-Kreuzzuge (1) y de los anabaptistas.
En los periódicos se alardea de que felizmente el siglo de las brujas ha sido
superado, sin darse cuenta de que quizás el número de los que creen en las brujas es
cien veces mayor que en la edad media.
El cielo está cubierto de nubes negras, y en los picos de las coronas señoriales
flamea el fuego de San Telmo. ¡Pero ellos no lo ven! ¡Venirnos a nosotros con faquires!
El flautista de Hamelin (2), con talante burlón, hace sonar ya, las primeras notas de
su flauta y ellos piensan: son sólo pompas de jabón. ¡Venirnos a nosotros con faquires!
______
(1) En 1212 se envió a los Santos Luga res una cruzada compues ta por niños . (N. del T.).
(2) Se tra ta de una ciudad de la Baja Sa jonia en la que, según la saga, exis tió en 1284 el llamado flautista de
Ha melin, que con las melodías de su flauta arras traba tras de s í a todas las ra tas de la ciudad. (N. del traductor).
(P. 23) La Iglesia Católica se ha dado cuenta ya de la tormenta que se avecina y va a
instalar el primer pararrayos. ¡Médiums en el Vaticano!
Sólo el Papa protestante duerme todavía el sueño de la ilustración y lloriquea
soñoliento:
En primer lugar, los fenómenos mediunmistas no existen.
Segundo, son perjudiciales, y
Tercero, no son compatibles con nuestra doctrina.
_______

(P. 24) [En blanco]

125
(P. 25) LOS CAMINOS DEL FAQUIR

<<… dichoso tú que tienes un


Consejero junto a tu cama>>.

Los alquimistas de la Edad Media se rompían la cabeza tratando de descubrir –entre


la turbia mezcolanza de metales que constituyen el suelo terrestre– el elixir de la vida
eterna. Los contemporáneos hace ya tiempo que desistieron de esta idea. Ellos tratan
de convertir el oro de la inmortalidad en grasientos billetes de banco.
En los escaparates de las librerías y en los anuncios de los periódicos se lee ya cómo
siguiendo determinadas instrucciones un hombre puede convertirse en cinco minutos
y por un solo marco –utilizando medios ocultos– en un auténtico delincuente.
Un paso más y los señores agentes de seguros se pondrán a estudiar las Santas
Escrituras de los vedas y a hacer ejercicios de respiración para que, enseñando a su
clientela, ésta invierta mejor su dinero.
¿Se habrá llegado a espiar la sabiduría mágica de los yoguis, faquires y derviches?
¡No! ¡Hoy menos que nunca! ¡Sólo faltaba eso!
En nuestro tiempo las estrellas se pueden observar bastante bien e incluso conocer
su materia. El carbón y la yerba se esparcen benignamente sobre la tierra , mientras
que los Edelrau-
(P. 26) ten (3) se secan, y un kilometro cúbico de vacío maná en forma de literatura
teosófica nos ha caído del cielo. Y todo esto se lee en estos libros <<místicos>> y
modernos: donde se encuentran las partes del mundo llamadas Lemuria y Atlantis; de
cuantos principios espirituales se compone el hombre, asimismo se oye decir, como
una celebrada promesa que tratando de mantener pura la estirpe germana, Alemania
se convertirá en un reducto teosofístico. Sólo se desconoce el comienzo del camino
contenido en los cuentos de <<La princesa Parisade>>, <<El pájaro que habla>>, <<El
árbol que canta>>; todos ellos señalan el camino que conduce a la verdadera
resurrección.
Todos estos cuentos populares encierran más verdad que esos <<conocimientos
escritos>>. Pero la gente cree que tienen que profundizar hasta el fondo del agua,
donde la saga empieza, y no ven el misterio del brillante rocío que está en la superficie.
Ciertamente la teoría del yoga hindú, que se remonta a muchos millares de años,
está reflejada con palabras frías y duras, sobre los métodos y la maravillosa fuerza de
los faquires (véase el capítulo anterior titulado, <<Faquires>>). Pero, ¿Quién intenta
seguir el curso de estos métodos?
¡Se trata solamente de ejercicios ascéticos!: <<Vive en soledad; come únicamente
cinco mínimas porciones al día. Adopta ciertas posturas que sólo son posibles a un
hombre-serpiente. Contén la respiración: primero cinco minutos, luego diez, veinte,
treinta, y así hasta llegar a las
______
(3) Planta ama rilla que crece en los Alpes , empleada como medi cina y en la fabri ca ción de li cores . (N. del
traductor).
(P. 27) dos horas, y cuando hayas logrado todo esto, y además hayas aprendido a
concentrar tu pensamiento en las palabras mágicas Bhur y hamsa (4), hasta que las

126
sientas en cada célula de tu cuerpo, puedes empezar con otros ejercicios para lograr el
dominio de los Sidd-his (fuerzas maravillosas)>>. Estas prescripciones parecen
completamente oscuras cuando no se sabe –y nuestros teosofísticos y místicos
señores profesores no saben nada– al respecto, que todos esos procesos corporales
(mantras, asanas), etc., son sólo <<efectos>> y no causas que van precedidas de un
estado completamente determinado en el que la contención respiratoria, parálisis
cardíaca, etcétera, <<aparecen espontáneamente>> (como sucede con la epilepsia,
que es también una especie de muerte aparente).
¿Se puede lograr por sí mismo este estado que conduce al pórtico del yoga? ¿Quizá
concentrando el pensamiento en un punto?
La enseñanza del yoga dice expresamente que un gurú o <<iniciador>> es
imprescindible; estas palabras constituyen la base para su entendimiento correcto.
Desde que esta frase fue entendida por el público en sentido incorrecto, estamos
llenos de gurús, profesores secretos y <<líderes>> que, ya con intención o sin ella, son
auténticos estafadores.
Constantemente aparecen, dentro y fuera de los teosóficos,
<<talmirosenkreuzerischen>> (5) y otras hermandades, un nuevo mentecato que
dándoselas de iniciador pretende interpretar el
______
(4) Palabras cuyo, sin duda oculto, si gnifi cado no apa rece en ningún di cciona rio. (N. del T.).
(5) Cruzados portadores del talmid. (N. del T.).
(P. 28) <<reino de los astros>>, así como ejercitar a sus adeptos para despertar en ellos
poderes mágicos.
Pero el verdadero gurú al que yo me refiero no puede ser un hombre cualquiera
que come, bebe, digiere y tiene una profesión como el señor Emil Kulike, procedente
de Kiyritz, o cualquier otra persona; se trata de un ser muy distinto e incluso los
escritos hindúes sobre este tema se prestan más bien a confusión que a clarividencia.
Incluso las indicaciones de un verdadero gurú serían completamente inservibles y
difíciles de seguir, pues depende de que el alumno, ya de entrada, cayera en la ya
mencionada muerte aparente y que el líder, por medios que sólo conoce el yogui
completamente realizado –aproximadamente según la idea de los antiguos <<Psycha-
gogen>>–, provoque este estado en el alumno con tanta frecuencia que llegue a
conseguirlo por sí mismo.
Poco a poco la duración de la muerte aparente se irá haciendo más corta hasta
convertirse en una décima de segundo; entonces el proceso es imperceptible para el
observador, siendo además inútiles las asanas, mantras y otros ejercicios de yoga.
Una faceta de esta muerte aparente es el llamado trance, el cual se da en los (pocos
auténticos) médiums espiritistas. Incluso éstos necesitan todos un <<director>>, un
controlador del espíritu, como se dice en el argot de esta materia. El <<trance>> no
tiene la más mínima conexión con lo que ocurre en el yoga, antes bien cabe designarlo
como una enfermedad del espíritu; tampoco es el resultado de una educación
cuidadosa; es únicamente una predisposición de carácter congénito.
(P. 29) Otra diferencia más lo constituye el hecho de que el médium cae en un
profundo estado de inconsciencia y necesita del trance para experimentar los
fenómenos psíquicos consiguientes, mientras que el aprendiz de yoga necesita la
muerte aparente y los fenómenos que le acompañan, sólo al principio y hasta que el
gurú le ha <<transmitido>> todas las fuerzas y el dominio de ellas. Incluso en el
principio, el sujeto no queda completamente inconsciente. Por el contrario, cuando la

127
muerte aparente se da (incluso en un faquir o Derviche), aparece siempre la señal del
mediumismo [(mediumnismo)] , y por lo tanto los fenómenos psíquicos no son de
naturaleza permanente, sino que van precedidos de una serie de requisitos
imprescindibles que en el Yogui no existen. La técnica se puede explicar teóricamente
de la siguiente manera: tanto en la muerte aparente como en el trance el sujeto
aparece dividido en dos partes: en organismo puramente corpóreo y en una fuerza
incorpórea.

El hombre corriente está unido, por medio de una cadena invisible, a un ser típico
en cada caso, que a lo largo de su vida unas veces parece muerto y otras veces aparece
de nuevo rodeándole y encadenándole; cuando esto sucede, el hombre que lo vive es
calificado erróneamente de perturbado mental. Si de alguna manera la cadena se
rompe, este ser interior se hace independiente, de forma similar (aunque mucho más
complicada) a lo que ocurrió en la rana de Galvano por influjo de la electricidad.

Las manifestaciones <<espiritistas>> son, por lo tanto, tan extrañas que parecen
estar en desacuerdo con las leyes naturales.
(P. 30) En cambio, en los aprendices de yoga, esta cuestión ofrece otro aspecto. En
su psique ya no existen estos llamados <<seres>>; por un largo proceso de anulación
han sido aniquilados por completo. Han sido aniquilados como hizo Hércules con las
mil cabezas de la Hidra, y ahora rodean a su señor como cuerpos sin vida dispuestos a
recibir sus misteriosas ordenes; describen círculos a su alrededor como el satélite
muerto, que es la Luna, describe círculos en torno a la tierra viviente. La fuerza que se
libera en la muerte aparente del yoga no queda sin figura, como sucede con el
médium, sino que poco a poco va adquiriendo una figura –la de la conciencia del yogui,
que permanece en el sueño, en el desmayo y en la muerte–, que convierte al individuo
en una doble figura que ya no puede ser destruida.
Sobre la actividad de esta fuerza, que tiene la capacidad de disolver –tanto la del
<<filosófico mercurio>> como la hermética del alquimista– sobre sus efectos leyes que
crea sin que a ella le afecten, no es momento de hablar ahora; baste decir que
mediante ella los pensamientos tanto triviales como sublimes pueden estar provistos
de las propiedades exteriores que llamamos palpabilidad, visibilidad, audacia, etc., y de
cuya <<realidad>> o <<irrealidad>> nuestra moderna ciencia se ha expresado con
frases precisas e irrefutables: Ernst Macht, por ejemplo.
Hasta que la psique no se ha librado de ciertos <<seres acompañantes>>, el hombre
no puede practicar yoga, o mejor dicho, no puede <<vivirle [(vi vi rlo)] >>; es precisamente
en este momento cuando el gurú debe venir a él, tanto si se encuentra en el Polo
Norte, en el Himalaya, en prisión o bien a
(P. 31) la caza del ciervo, como en el caso de San Humberto.
El proceso de eliminar los <<seres acompañantes>> puede durar milenios (según la
teoría, la psique toma cuerpo una y otra vez) y no hay que confundirle con el
<<yoga>>. Cuando alguien ha empezado a vivir el estado de yoga, a quien la milenaria
serpiente del paraíso ha mordido, aunque se quiera distanciar de sus hermanos
torciendo por otros caminos, o bien se quede entre ellos, en realidad se encuentra a
una distancia incalculable que no se puede medir especialmente. Hombres de todos
los pueblos y siglos llevan la herida producida por la serpiente y han crecido teniendo
como meta los dogmas de una metafísica que con un ejército bien equipado les hace

128
seguir sus principios. Los demás, cuyo número es un enigma difícil de descifrar, han
sido arrollados por la mayoría.
Max Nordau llama <<degenerado>> a todo el que ha sido mordido. Jesucristo los
llama la sal de la tierra.
Para unos, el veneno de la serpiente se manifiesta como un oscuro e
incomprensible deseo de dolor y ascetismo; para otros, como un constante deseo de
lograr un poder sobrenatural, sabiduría y conocimientos metafísicos, o bien como una
sed religiosa de encontrar la divinidad.
<<Como el ciervo que brama buscando el agua fresca, así mi alma grita buscando a
Dios>>, dice la Biblia.
Tomemos a algunos entre la multitud a los que quiero llamar <<peregrinos>>, tanto
si, desnudos y solitarios, viven en los bosques como los sanniassins hindúes, o bien
místicos europeos cultivados que viven entre los hombres, e inves -
(P. 32) tigo preguntando el sentido de su vida, la meta que persiguen y la luz que
ilumina su camino, se tropieza con infinitas contradicciones.
Las fuerzas maravillosas que uno quiere alcanzar, al otro le parecen bayas
venenosas que pisara en su camino. Las dichas y encantos de éste para el otro son
pesadas cargas. Swedenborg mueve la cabeza sobre la ilusoria creencia budista de
Gautama y clama al cielo, y el asceta chino Hu-tzu prolonga su vida física en mil años.
Aquel que no logra abarcar lo profundo del caos cree estar viviendo un capítulo de
la historia que califica de locura humana.
Y sin embargo, la locura humana sigue otros caminos totalmente diferentes. Se
contempla en un museo, por ejemplo, una colección de zapatos y botas pertenecientes
a diversos siglos o bien se leen los gloriosos anales de la Historia Universa l.
Sólo se aclara la vista cuando se entiende que todo <<peregrino>> desea llegar a
<<su>> meta, y que el místico <<camino>> hacia las puertas del yoga –la destrucción
de las cabezas de la hidra– no son otra cosa que los <<sacrificios>> que él cree ofrecer
para conseguir sus deseos.
La opinión pública ignora a aquellos que avanzan por el camino real hacia el poder y
la sabiduría, como los superhombres chinos Hu-tzu y Chuang-tzu. Sólo se fija en
aquellos que deseaban ardientemente la felicidad y la <<eterna contemplación de
Dios>>, llevando dentro de sí una luz interior; los que tenían como valladares las
(fuerzas maravillosas) de [los] Siddhis y todo lo que, por estar en relación con el mundo
exterior, les impedía seguir su camino.
Entre los europeos, los más conocidos son:
(P. 33) Jakob Böhme, Jana Leade, Mothe Guyon. Entre los hindúes de <<nuestro>>
tiempo podemos mencionar a Bhaskarananda, de la secta de los Sannyassins, pero
especialmente hay que destacar a Srî Ramakrishna Paramahamsa.
Diremos unas palabras sobre su vida:
Bhaskarananda nació en 1833 de una distingui-
da familia de Brahmanes. Desde los ocho años
estudió con gran entusiasmo el sánscrito y la fi-
[¡¡a tención!! Aquí ha y un error de imprenta ; el renglón que completa la frase, fal ta. En su luga r es tá una
repeti ción del pá rra fo anterior (da familia de Brahmanes. Desde los ocho años) el cual, yo, el lector
admi rador de la obra (ladlo), los he des tacado en negri ta ; afortunada mente es un pá rrafo secunda rio. El renglón
que falta podría ser, más o menos , como: losofía de
los vedas. Ya adulto se casó y ]
tuvo un hijo, consideró que, según los preceptos del Manu, en sus relaciones humanas
había llegado a la plenitud, y llevó a la práctica su concepción del mundo, que hasta

129
entonces había sido teórica, considerándola ahora como la <<irrealidad del mundo
exterior>> (es decir, el misterioso proceso de eliminación de los llamados <<seres
acompañantes>>); desde entonces su forma de vida fue la de un asceta caminante.
Continuó profundizando en sus estudios del Vedanta, y para alcanzar la facultad de la
contemplación interior ingresó en la secta de los Sannyassins. Poco a poco fue
experimentando que sus estados de conciencia se hacían cada vez más cortos y que en
su cuerpo se producían cambios polares que constituyen la base (práctica, no
solamente teórica) del conocimiento: <<Que el mundo exterior no es real, nunca
existió en realidad ni volverá a existir>>. <<Así como mientras dormimos los sueños
nos parecen realidades y al despertar nos damos cuenta de nuestro error, podemos
lograr otra forma de despertar en la cual el mundo exterior, con todas sus relaciones
opuestas y sus leyes relativas nos parecen sin sustancia, como sombras y
composiciones soñadas.>>
Después de trece años de ascetismo, Bhaska-
(P. 34) rananda logró este conocimiento que tanto deseaba, y el resto de su vida lo
pasó junto a Benarés (6). Entre los hindúes disfrutaba de gran admiración, e incluso los
europeos que le visitaban se maravillaban de su profunda sabiduría. De él se decía que
hacía maravillas de toda índole, especialmente curaciones.
El profesor de Oxford Max Müller (7) dejó como recuerdo a su memoria la biografía
de Srî Ramakrishna Paramahamsas [en la anterior mención, p. 33, lo nombra como Pa ra mahamsa]. Es
la obra más detallada, curiosa e ilustrativa que existe en este campo.
Nacido también en 1833, Ramakrishna buscaba con un enorme celo y sed
desesperada la divinidad (que él mismo se la representaba en la imagen simbólica
hindú de la diosa Gö tin Kali), intentando identificarse con ella y poseerla.
Ramakrishna experimentó una serie de fenómenos maravillosos, y ni los médicos
europeos ni los sabios que llegaban hasta él, en parte por curiosidad, pudieron aclarar
la causa de ellos.
Con frecuencia caía en un estado de muerte aparente que duraba días enteros, y
siempre aparecía en Sannyassin desnudo y silencioso, como si alguna fuerza misteriosa
lo enviara, y después de unas manipulaciones le devolvía la vida.
Más tarde, y durante doce años, perdió por completo la capacidad para cerrar los
ojos y dormir. Sufrió también otros trastornos de índole semejante, todo lo cual se
debía a su desesperado deseo de encontrar a Dios.
______
(6) Bena rés es una ciudad hindú junto al río Ganges . Importante l uga r de peregrina ción, y ca pital donde residen
los persona jes más eminentes de la sabiduría hindú. (N. del T.).
(7) <<The Life sa vings tf Sri Rama krishna >>, by Professor Ma x Müller, London, Longmans , Green & Co.
(P. 35) El hecho de que, según dicen las sagradas escrituras contenidas en el
<<Vaishnava>>, el reformador religioso de Bengala Chaitanya, le ocurrieran fenómenos
semejantes con la misma intensidad y orden, arroja un rayo de luz en el sentido de que
tales experiencias son típicas en casos semejantes.
Poco a poco fueron desapareciendo aquellos violentos síntomas y, según su
descripción, experimentó una sensación de inmensa felicidad y bienestar que ya no le
abandonó hasta el fin de sus días.
En la misma medida, y sin que él hubiese hecho estudios de ninguna índole, se
desarrolló en él una sabiduría tan profunda y unos conocimientos filosóficos de tal
amplitud, que pronto se formó en torno a él una multitud de sabios hindúes (también

130
europeos y americanos), que escuchaban conmovidos y estupefactos todas sus
explicaciones. A veces irradiaba una fuerza <<magnética>> tan potente, que muchos
caían en un estado de inconsciencia sin poder apartar de él la mirada. Pero él valoraba
muy poco estas <<fuerzas maravillosas>>; alguien que se encontraba a su lado le habló
de un yogui que habiendo superado la fuerza de gravedad se dirigía al ragua. Se limitó
a mover la cabeza con gesto de compasión, y dijo: <<¡Que alejado debe estar ese
pobre hombre del verdadero conocimiento!>>
Con razón se puede decir que Ramakrishna es el más importante profeta hindú de
los últimos siglos. Es además el único en la Historia Universal que no sólo ha
<<practicado>> los misterios de su propia religión, sino que también practicó los del
Islam y los del Cristianismo (como dijo Cris-
(P. 36) to: <<Si uno no “vuelve a nacer”, no puede contemplar el reino de Dios [>>]).
Cabe preguntarse si todos los santos como los derviches, caminantes y cargados de
cadenas, lo ascetas hindúes que azotan su cuerpo, miran fijamente al sol, se cuelgan
de los pies y se sientan entre cinco fuegos; los Aghorpantis, bengalíes que desentierran
y devoran cadáveres humanos, ¿pertenecen al mismo grupo que Ramakrishna, Jakob
Böhme o Swedenborg? ¡Efectivamente es así! Sólo que pertenecen a distintos grados y
el proceso de la eliminación de <<seres acompañantes>> se manifiesta en cada caso de
modo diferente, o bien se manifiesta según las prescripciones secretas de cada orden,
hermandad o secta.
Hay otros que actúan según manifestaciones interiores: señales o mandatos que
reciben durante el sueño, ya se guíen por la <<palabra interna>> del cristianismo, o
bien siguiendo un impulso de origen oscuro; el <<resultado>> o la meta es siempre el
mismo: el yoga, que es el grandioso camino del verdadero superhombre.
Pues el Yoga es precisamente el <<final>> del camino y no el <<principio>>, como
casi todos creen.
Con frecuencia le ocurre al <<peregrino>> que aparecen espontáneamente unas
fuerzas maravillosas de carácter vulgar; se trata de una pequeña parte de la
mencionada irradiación, pero no tienen esencia alguna. Son como la Fata Morgana del
desierto; sólo una sombra del gran acontecimiento que se producirá después.
Estos acontecimientos son particularmente frecuentes en los santos y en los yoguis
que se encuentran casi en su periodo de plenitud y en aquellos que (según la tradición
y las escrituras hin-
(P. 37) dúes, así como en el llamado Hatha-Yoga Pradipica, que los designa como
mudras, contorsiones, etcétera), tomando estos fenómenos por recetas, obran
equivocadamente, forzándose por imitarlos y confundiendo la causa por el efecto. En
lugar de adquirir fuerzas permanentes y definitivas, se convierten en criaturas que se
encuentran entre el mediumismo y el verdadero yoga; acaban por volverse locos (la
mayoría con manía persecutoria).
Hace algunos decenios, el movimiento <<espiritista>> cobró nueva vida, alcanzando
una extensión que ni siquiera hoy se imaginan las gentes. Quizá la ciencia logre algún
día que las dos clases de sales disueltas en ambos movimientos se precipiten: entonces
se hallaría rápidamente la fórmula que, eliminando los rodeos, señalara el camino más
corto para alcanzar el yoga.
El conocimiento de un <<claro>> proceso desprovisto de todo arabesco innecesario
–como los mencionados <<seres acompañantes>>, parásitos de la psique humana, de

131
cuya existencia la gran mayoría actual no tiene ni idea– traería como resultado la
forma más eficaz de eliminarlos.
Ante esta mandrágora no habría cerrojo –ni siquiera el de la puerta– que nos
impidiera alcanzar el reino de lo invisible, de lo <<fabuloso>>, de lo <<imaginario>> y
de las <<ingenuas quimeras>>.

______________

(P. 38) [En blanco]

(P. 39) EL HACHÍS Y LAS VISIONES

De visionarios y visionarias informan ya las sagas y leyendas de los más remotos


tiempos. Visionarios y visionarias existen también hoy incluso en mayor número que
entonces, pero desgraciadamente su actividad se limita a sacar dinero al pobre
hombre de la calle, ingenuo y sin capacidad crítica, profetizándole una herencia o
cosas parecidas. De estos <<espiritistas inspirados>> no hablaremos ahora;
seguramente todos hemos tenido la desgracia de tropezar con alguno. Suelen
instalarse (aquí, al menos) en el cuarto piso de algún edificio situado a las afueras de la
ciudad; en París suelen tener elegantes salas de recibir, y en Inglaterra se anuncian en
el <<Occult Review>>. Todos ganan dinero, unos más y otros menos, según sea el
grado de estupidez de su clientela. No los envidiamos: el que trabaja es justo que
reciba su recompensa. Lo triste es solamente esto: ellos tienen la culpa de que todo
cuanto pertenece al campo de lo misterioso, oculto a místico está marcado con el sello
de algo mezclado con la superstición, la mentira, el engaño y fraudes de toda índole.
Dicho brevemente: se trata de un suelo pantanoso en el peor de los sentidos.
A pesar de todo, está fuera de duda que existe una facultad humana a la que con
razón se denomina visión (8). Desde luego, los casos han
______
(8) La palabra visión se refiere aquí a vi dencia pa rapsicol ógi ca . (N. del T.)
(P. 40) sido comprobados de forma irrefutable en cuanto a su autenticidad,
afirmándose asimismo que se dan con poca frecuencia. Casos como el de Swedenborg
corroboran estos fenómenos. Aunque debe ser ampliamente conocido, diremos aquí,
palabra por palabra, lo que <<Kant>> (!), en su carta a <<Charlotte von Knobloch>>,
escribe: <<El siguiente hecho me parece una prueba tan palpable que no existe
posibilidad de duda. Corría el año 1759 cuando un sábado, hacia las cuatro de la tarde,
del mes de septiembre, cuando el señor Von Swedenborg desembarcó en Gothenburg,
procedente de Inglaterra. El señor William Castel le invitó a su casa, haciendo lo mismo
con otras quince personas. Hacia las seis de la tarde se marchó el señor Von
Swedenborg. Poco después apareció, descolorido y emocionado, en la sala donde tenía
lugar la reunión. Dijo que se había producido un peligroso incendio en Stockholmo (en
la parte de Südermalm), que se extendía con gran violencia (Gothenburg dista de
132
Stockholmo unas cincuenta millas). Estaba muy inquieto y salía fuera una y otra vez.
Dijo que la casa de uno de sus amigos, cuyo nombre mencionó, estaba ya convertida
en cenizas y que su propia casa estaba en peligro. A las ocho de la tarde, y después de
haber salido nuevamente volvió lleno de gozo: <<¡Gracias a Dios, el incendio ha sido
apagado en la tercera puerta anterior a mi casa!>> Esta noticia conmovió a toda la
ciudad y muy especialmente al grupo invitado por Castel. El domingo por la mañana,
Swedenborg fue llamado por el gobernador, quien le preguntó ampliamente sobre el
hecho. Swedenborg describió exactamente el incendio: cómo había
(P. 41) empezado y como terminó; dijo también el tiempo de su duración. El mismo día
la noticia se extendió por toda la ciudad; la intervención del gobernador produjo
mayor agitación, pues muchos tenían amigos o bienes en Stockholmo. El lunes por la
tarde llegó una estafeta que había sido escrita por los comerciantes de Stockholmo
durante el incendio. Todo coincidía punto por punto con la información de
Swedenborg. El martes por la mañana llegó un correo real con la información del
incendio, dirigida al gobernador, donde se explicaba las pérdidas que había ocasionado
y las casas que habían sido destruidas; no había ni la más mínima discrepancia: el
alcance y tiempo de duración (hasta las ocho de la tarde) coincidían con los datos
mencionados por Swedenborg.>>
Ahora la cuestión es: ¿Qué causas determinaron que en el mencionado caso fuera
precisamente Swedenborg el elegido, existiendo miles y miles de seres para quienes la
<<visión>> es algo tan extraño a su ser que incluso se vuelven coléricos cuando se
habla de esto? ¿Sería elegido Swedenborg por haber alcanzado una cierta madurez?
¿O sería quizá más digno de este privilegio?
Sin duda existen miles de hombres que espiritualmente hablando estaban a una
altura mayor que la de Swedenborg, sin que por ello poseyeran el don de la telepatía;
por otra parte, existirían también otros muchos que, aunque moral y espiritualmente
hablando estaban muy por debajo de él (incluso delincuentes), poseían este
<<segundo rostro>>. Probablemente (al menos ésta es mi opinión), la telepatía es una
facultad que <<todos los hombres poseen –y puede ser que incluso la tengan los
animales, pues el llamado ins-
(P. 42) tinto presenta una extraordinaria analogía con la telepatía– en estado latente;
lo que ocurre es que la mayoría de las veces se ve obstaculizada por un mal
funcionamiento del sistema nervioso, trastornos circulatorios, etc., que le impiden
manifestarse. Por lo tanto, no es que <<nazca>> en el hombre, sino que existe ya en él.
Éste sólo tiene que descubrirla, destaparla, hacerla libre quitando su ataduras. Ahora
bien, ¿qué medios existen para hacerla manifiesta? El profesor de yoga hindú
Pantanjali, una autoridad de la antigüedad asiática, dice: <<Las Siddhis (fuerzas
psíquicas entre las cuales está también la telepatía) pueden ser: congénitas,
despertadas ingiriendo ciertas yerbas, mediante interiorización en el yo individual o
utilizando medios ascéticos.>>
Pensemos en los tres últimos métodos consignados y llegaremos a la conclusión de
que tanto la interiorización como el ascetismo o el uso de plantas actúan directa o
indirectamente sobre <<el cuerpo>>; ¡desenvuelven o descubren algo! ¿Incluso en el
caso de la <<interiorización>>? ¡Ciertamente! ¡No hay que dejarse llevar por la opinión
de que la interiorización va necesariamente unida a la religión! El budismo, por
ejemplo, no tiene nada que ver con el alma o con Dios y, sin embargo, la
interiorización budista conduce –más rápidamente que cualquier otra– a la telepatía, y

133
esto a pesar de que el auténtico budista no practica en ningún caso para alcanzar
dones semejantes. Por otra parte, para todo el que se interese por esta clase de
interiorización, consigno aquí la excelente nueva obra de Georg Grimm <<La ciencia
del budismo>> (Editorial Drugulin). En cuanto a la indicación de Patanjali referente a la
utilización de ciertas plantas, no cabe
(P. 43) duda de que en este caso influye directamente sobre <<el cuerpo>>. Ningún
hombre con sentido común aceptaría la hipótesis de que por medio de drogas o algo
parecido puede despertar fuerza alguna en su alma.
Patanjali no consigna exactamente las plantas a que se refiere; parece como si ya en
aquel tiempo se quisiera mantener el secreto deliberadamente. Nuestra ciencia
moderna de la Toxicología está todavía en pañales, y los conocimientos de los pueblos
primitivos en cuanto se refieren a la utilización de drogas mágicas, con el fin de
despertar aptitudes telepáticas, hasta ahora se han mantenido en el misterio. Nuestros
toxicólogos han establecido: <<Este o aquel alcaloide produce ésta o aquella
alucinación; pero la esencia de la <<alucinación>> no la han investigado. ¡Esto ya cae
fuera de su especialidad!
Aunque no soy toxicólogo ni pienso serlo, me interesaba vivamente la esencia de
tales alucinaciones, por lo que consulté –creo que era en el año 1894– a un médico
amigo mío en Praga y determiné hacer primeramente una prueba con el conocido
extracto de hachís. Siguiendo su consejo tomé algunos gramos de <<tinctura cannabis
indicae>>; inmediatamente me sentí mal, pero insistí una docena de veces con
idénticos resultados. Saqué la conclusión de que la moderna farmacología había
nuevamente obtenido un producto no auténtico, y para dignificarle le colocó la
etiqueta con el maravilloso nombre. Un comerciante de tabacos árabe confirmó mis
sospechas cuando –habiéndole contado mi fracaso– sonrió irónicamente. Le había
conocido por casualidad: en un compartimento del tren en que viajábamos;
habiéndole comprado mil cigarrillos
(P. 44) me gané su benevolencia. A lo largo de la conversación supe que el auténtico
hachís que se usa en Oriente para provocar éxtasis de carácter religioso tiene que ser
elaborado de un modo especial. Me prometió enviar de El Cairo una determinada
cantidad; cuando le argumenté diciendo que sería difícil pasar el contrabando por la
frontera, rió con talante tranquilo. Pasados algunos meses recibí el hachís: estaba
envuelto en un pañuelo en el interior de un cofrecillo que contenía polvo de carbón-
madera. Las autoridades de la frontera dejaron pasar el paquete no sin que un
empleado se pusiera negros los dedos al introducirlos en el polvo del carbón.
<<¿Treinta gramos quieres tomar de este producto? –me preguntó mi amigo el médico
cuando le dije la dosis que el árabe me había indicado como absolutamente necesaria –
. Encárgate en seguida un sarcófago antes de que sea demasiado tarde.>> Empecé a
inquietarme: ¿habría oído mal? Intenté recordar exactamente lo que el árabe me
había aconsejado: <<Tiene usted que tomar treinta gramos disueltos en café negro. En
la mano tendrá usted una varilla de bambú; cuando comience a actuar la droga tendrá
usted la sensación de que la varilla es una escalera. Por ella tiene usted que trepar…>>
Pregunté: <<¿Dónde llegaré?>> <<¡Al cielo!>> respondió simplemente. ¿Treinta
gramos? ¿Al cielo? El asunto empezó a parecerme sospechoso, ahora que había
hablado con el médico; las últimas palabras tenían claramente un doble sentido. Así las
cosas, decidí tomar primero diez gramos solamente.

134
El día de la prueba –era un sábado seguido de dos días festivos– invité a varios
amigos para que fuesen testigos de mi escalada a <<los cielos>>.
(P. 45) Hacia las tres de la tarde tomé la droga; en aquel momento me sentí
comparable a Sócrates cuando tomó su copa de veneno. Transcurrió una hora: nada.
Llegaron las seis de la tarde: nada. <<Serían ortigas y no hachís>>, comentó mi amigo
el médico mientras de mal humor tenía en su mano la botella de vinagre que había
traído como antídoto contra el veneno y la ponía al trasluz. Yo paseaba impaciente de
acá para allá en la habitación. De repente tuve la sensación de que mi altura
aumentaba un cuarto de metro, como si caminara sobre zancos. Mi capacidad de
percepción no se alteró lo más mínimo en cuanto se refiere a las cosas del mundo
exterior. Una <<sensación fría>>, por llamarlo de alguna manera, se apoderó de mí,
aumentando de minuto a minuto y haciéndose cada vez más torturante. La frase
<<estar borracho>> sería una expresión deficiente para expresar mi extraordinario
estado: mis sentidos no estaban perturbados, sino que, al contrario, los sentía muy
agudizados. Los ruidos más leves llegaban a mis oídos como truenos. En cuanto a
éxtasis de cualquier género, no existía huella alguna. Por el contrario, se apoderó de mí
un estado de alerta espiritual que jamás había experimentado antes. <<Que tontería:
hemos olvidado la varilla de bambú>> refunfuñó el médico cuando le expliqué mi
estado. <<O quizá la historia es más aburrida de lo que habíamos pensado>>, repliqué
yo. Entretanto la sensación de altura había aumentado de tal modo que a ratos creía
estar volando. Con una claridad inusitada contemplaba lugares maravillosos; glaciales y
valles de países tropicales, bosques y desiertos bañados de luz multicolor aparecían
bajo mis pies. Pero la visión de todo aquello no
(P. 46) me fascinaba en el sentido de olvidar la realidad en que me encontraba;
únicamente me hacía sentir esta <<realidad>> mucho más banal que las imágenes de
la visión. Durante un rato guardé silencio, pues las imágenes que aparecían eran
completamente nuevas para mí, por lo que me puse a mirar con gran atención
procurando ver alguna señal que me indicara si los lugares que contemplaba existían
realmente. Inmediatamente obtuve la respuesta: me vi a mí mismo como saliendo de
una nube; no llevaba mi traje acostumbrado, sino que iba disfrazado (al menos así me
pareció) de asiático; un hombre con un sombrero de paja terminado en pico, como los
que usan los anamitas, llevando a la espalda un palo del que colgaban dos cubos.
Estaba descalzo y vestido con un desgastado traje de lino azul: me pareció un aguador.
Empezó a mover los labios como si quisiera decirme algo mientras yo, intrigado,
escuchaba con gran atención. Desgraciadamente, en ese momento resonó en la
habitación una frase pronunciada por uno de los presentes –un tal señor de Unold,
empleado de la casa de crédito–, acercándose a mi oído, y la imagen se disipó: <<¡Así
no hacemos nada! –le oí decir–. ¿No cree usted que podría darnos alguna prueba de su
capacidad telepática?>> Miré al que hablaba y quise responderle: <<No sabría cómo
lograrlo>>. Entonces apareció de repente una nueva imagen tan nítida y clara que casi
olvidé dónde me encontraba: vi a mi amigo Hans Ebner, quien habiendo sido invitado
también al hachís-experimento aún no había llegado; se había detenido ante la alta
casa del relojero S., muy conocido en Praga. Miraba al gran reloj iluminado que estaba
colocado sobre el gablete. Miré
(P. 47) también hacia arriba: las agujas marcaban las diez menos diez. Mi amigo vestía
un Havelock negro y llevaba en la mano un bastón con un aro de plata, donde había
introducido el dedo pulgar para hacerle girar en círculo. Dije a los presentes lo que

135
veía. <<Si es así, Ebner debería estar aquí dentro de un cuarto de hora>>, dijo el señor
de Unold. <<No, ahora mismo ha tomado un coche de punto; vendrá antes>>,
repliqué. Para probarme a mí mismo que no se trataba de una fantasía me esforcé por
desechar esta imagen y sustituirla por otra cualquiera, pero ¡no pude conseguirlo! Fui
siguiendo el camino del coche hasta casi la puerta de mi casa; unos minutos después
entró Ebner en mi habitación; llevaba el abrigo que yo había visto y el bastón que yo
jamás le había visto usar antes. Fue interrogado minuciosamente, coincidiendo todo –
hasta en los más mínimos detalles– con lo que yo había visto y descrito antes. No cabía
pensar en casualidades. Los detalles cuya explicación detenida nos llevaría mucho
tiempo, coincidían con tal exactitud que el caso no ofrecía duda alguna. En el curso de
las conclusiones finales, se le ocurrió al señor de Unold probar mi capacidad visionaria
en lo que se refiere a lo <<temporal>>. <<Suponga usted por un momento que hoy no
fuera sábado por la tarde, sino las once de la mañana del martes que viene. Camine
usted con esta suposición a lo largo del corredor de la casa de crédito austríaca; al final
aparece una pizarra negra, ¿verdad? Sí, lo sé, lo veo claramente>>, dije. <<Bien pronto
bajará, del piso de arriba, un muchachito para escribir los valores en la pizarra.>> El
señor de Unold continuó: <<¿Puede usted leer los valores?>> En seguida vi cómo el
niño escribía con la tiza
(P. 48) grandes cifras sobre la pizarra. El señor Unold escuchó los valores que yo le iba
diciendo y anotó aproximadamente veinte números. <<Carbones del norte de Bohemia
414>>, continué dictando fríamente y ya casi aburrido; <<¡414. Cómo es posible!>>,
murmuró el señor de Unold, <<esta misma tarde se anunció desde Viena que su valor
era de 394; ¡un papel tan seguro como los carbones del norte de Bohemia no puede
subir 30 florines en dos días festivos!>> No presté atención a la réplica; sólo trataba de
borrar las cifras que aparecían tan claras a mi ojo interior, para comprobar si era una
alucinación, pero, como en el caso de Ebner, me resultó sencillamente imposible. <<Ya
veremos lo que ocurre>>, dije, <<cuando lleguen los valores del martes>>. Al decir
estas palabras me dominaba un indescriptible sentimiento de seguridad.
Casi en el mismo momento entró en la habitación la que había sido mi mujer, pues
hacía años que me había separado de ella. Ella temía que el experimento del hachís
podía dañar mi salud y, en consecuencia, desde el principio se había manifestado en
contra. Entre ella y el médico se entabló una discusión bastante violenta que terminó
cuando ella, dando un brusco portazo, salió de la habitación. Mientras oía el
desagradable suceso con creciente impaciencia, me empezó a invadir un estado del
cual no podía librarme: la sensación del tiempo se apoderó de mí de tal forma que –
por decirlo así– cada segundo me parecía una semana; vi cómo se cerraba la puerta de
golpe, pero el ruido consiguiente me pareció que tardaba horas en llegar a mí. Traté de
mirarme en un espejo de bolsillo: sólo vi una llanura vacía y reluciente. Despacio, muy
po-
(P. 49) co a poco, fue apareciendo mi rostro. Oí cómo mis invitados me hablaban: las
palabras que decían me parecían tan distanciadas que tenía que unirlas
trabajosamente para darles un sentido. Era un estado tan indescriptiblemente
torturante que quisiera prevenir vehementemente a todo aquel que intentara algún
experimento con el hachís. Tengo el convencimiento de que esta droga aumenta hasta
el extremo la capacidad imaginativa del experimentador. ¿Quién puede decir de sí
mismo: Soy dueño de mis pensamientos en tan alto grado que al tomar el hachís sé
defenderme de toda impresión indeseable? Los efectos de la droga duraron, casi sin

136
interrupción, de dos a tres días; durante este tiempo sufrí grandes torturas, aunque a
mí no se me notaba nada exteriormente, e incluso pude comer y beber con toda
normalidad, pero… el masticar y tragar me parecían hechos interminables. Lo más
curioso fue esto: el martes a las once, cuando fueron leídos los valores de la bolsa
vienesa… de los veinte valores que yo había <<visto>> coincidían dieciséis. Las acciones
de carbones del norte de Bohemia habían subido a 414. ¡Sólo cuatro valores no
coincidían! Y eran precisamente… las acciones que yo mismo poseía. Había dado cifras
demasiado altas. Seguramente un deseo inconsciente había perturbado mi <<visión>>,
circunstancia que, por otra parte, arroja una luz muy estimable respecto a la esencia
de la <<visión>> y de lo que con ella se relaciona.
Tampoco en este caso puede haber intervenido la casualidad; por ello cabe hacerse
la siguiente pregunta: ¿Estaría ya escrito el sábado en el libro del destino lo que habría
de ocurrir el martes?
(P. 50) El hombre normal se reiría de esto. ¿De que no se ríe el hombre normal? Se
ríe casi de todo; curiosamente, de lo único que… no se ríe es de sí mismo.

________

(P. 51) MAGIA Y AZAR

Mucha gente sabe lo que es el póquer, pero pocos saben lo que es la magia. El
póquer es un infame juego de cartas en el que todo aquel que lo practica regularmente
pierde su dinero… y esto sucede bien pronto, una vez que se ha empezado. Cada
participante recibe cinco cartas; según éstas sean valiosas o despreciables, mucho,
poco o ningún dinero. El mayor triunfo que puede recibir se llama escalera real y
consta de una serie ininterrumpida de cartas de un mismo color. La escalera real más
valiosa termina con un as. El color más estimado es el de corazón. El hech o de tener
una escalera real está considerado como algo muy raro; se obtiene con una frecuencia
aproximada de una vez por cada cien mil juegos. Los profesionales del juego declaran
bajo juramento que es sumamente difícil obtener dos escaleras reales
simultáneamente (es decir, que dos jugadores la obtengan simultáneamente), hasta el
punto que desde el pecado original y la expulsión del paraíso, ha sucedido solamente
tres veces. Una de las tres veces, yo mismo estaba presente; en cuanto a las otras dos
veces, no puedo atestiguarlo. Hasta aquí en cuanto al póquer. Referente a la magia, no
me apetece hablar de ello detenidamente ante el público de hoy. Quizá lo haga algún
día, cuando las cosas me vayan bien, lo cual espero que Dios me conceda cuando [-léase
<<que>> o <<el que>> en vez de <<cuando>>-] las cosas me vayan bien.
(P. 52) Aprender prácticamente la magia es cuestión de cada uno. Los éxitos tienen
que ser bien retribuidos y esto es muy satisfactorio, o a mí al menos me lo parece,
pues no puedo soportar a esa clase de hombres que pasan la vida sin arriesgarse a
nada, cuidando solamente de mantenerse al margen de todo posible daño y estando
siempre al acecho de los posibles daños a que los demás se someten. Desde luego ese
sistema es muy <<inteligente>>, pero no les sirve de mucho: la guadaña de la muerte

137
los siega también a ellos, transportándoles después a la era, ni siquiera son trillados,
pues su único mérito consiste en haberse mantenido siempre como espigas vacías.
Yo, por mi parte, me alegro de ser trillado en la era, pues puedo golpearme el pecho
orgulloso y gritar: he cumplido con mi deber; a lo largo de mi vida no he dejado de
hacer toda tontería posible.
A los veintidós años yo era un apasionado jugador de póquer. Naturalmente me
atraía mucho la posibilidad de ganar, pero bien pronto me interesé también por ese
extraño y cambiante fenómeno llamado casualidad o azar. El que practica los juegos de
azar habrá notado quizá que el estar de buen o mal humor al empezar la partida tiene
casi siempre un valor decisivo. Así se explican ciertas medidas supersticiosas que
suelen tomarse antes de sentarse a la mesa de juego. Unos limpian cuidadosamente su
butaca antes de sentarse para no contagiarse de la <<mala suerte>> de su antecesor,
otros rompen en secreto un billete de banco antes de que el juego empiece; incluso he
conocido a gente que el día antes no se afeitaba y otros que creían en los efectos de
una cura con aceite de ricino. Es un
(P. 53) hecho que un aristócrata húngaro, propietario de una cuadra de caballos de
carrera, al cual yo conocía personalmente, durante años hizo saltar la banca de
Montecarlo (con la ganancia vivía a todo lujo); quince días antes de emprender el viaje
a Mónaco se sometía a una rígida cura de ayuno <<alimentándose>> solamente de
aceite de ricino. Su enorme suerte con la ruleta se hizo pronto proverbial; sin embargo,
nadie (que yo sepa) se ha atrevido a imitarle. Sus amigos dirían seguramente que todo
era <<cuestión de azar>> y no de curas de aceite de ricino. Yo mismo me inclinaba,
naturalmente, a opinar lo mismo, pero íntimamente albergaba ya entonces una ligera
sospecha de la que no podía librarme: el azar no existe en absoluto; lo que sucede está
guiado por unas reglas, pero los hilos que unen el resultado con la causa son tan finos
que no los vemos. Ya estaba dispuesto a seguir los pasos del conde húngaro, cuando el
<<azar>> quiso que cayera en mis manos un curioso libro escrito en inglés, impreso en
Calcuta y editado por un hindú. El contenido era extraordinariamente interesante:
tocaba el tema de la magia, y yo no había leído nada que se relacionara tan de cerca
con ésta como el libro mencionado. A mi entender, era un filón para la investigación
metafísica y para una especialidad que aquí no existe todavía y que yo la llamaría
metafisiología. Pero esto ha sido sólo un inciso, pues quiero seguir hablando de
póquer. El libro decía, que es posible hacerse dueño del azar si uno puede hacer
cambiar en cierto sentido su propia constitución corporal. Para lograrlo, habrá que
aprender sobre todo cómo controlar la circulación sanguínea. Un medio, desde luego
nada fácil de aplicar, consiste en apre-
(P. 54) tar fuertemente la pierna izquierda por encima de la rodilla, hasta que el
miembro empiece a dormirse. Aquel que efectúe esto, puede estar seguro de tener
una suerte increíble, por ejemplo, en los juegos de azar. <<La probaré
inmediatamente>>, grité, y quitándome de la cabeza todas las reflexiones acerca del
aceite de ricino, corrí a la sala de juego. Se ve que ni siquiera la impetuosa juventud
está libre del vicio propio de la ancianidad, que estriba en elegir el más fácil de los dos
caminos que se le presentan. ¡Si hubiese escogido entonces el dificultoso camino del
aceite de ricino, cuánto dinero hubiera tenido para invertirlo en empréstitos de
guerra! [(*)] ¡Ya es demasiado tarde! ¡La suerte no vuelve una vez que se ha perdido! Se
trajeron las cartas que brillaban maliciosamente bajo la lámpara. Cuatro jugadores.
Estando frente a mí el teniente de húsares H. Heimlich, procedió [procedí] a atarme el

138
pañuelo en torno a la pierna izquierda y por encima de la rodilla, anudándolo tan
fuerte como me fue posible. Se repartieron las cartas y, como de costumbre, las mías
eran tan miserables que ni siquiera podría<<competir>> mucho tiempo; la culpa es del
pañuelo, me dije, pues no siento el menor síntoma de adormecimiento. Salí fuera y
solapadamente me hice con una toalla húmeda. <<¿Qué estás haciendo ahí debajo de
la mesa?>>, me dijo uno de los jugadores que había observado mis extraños
movimientos para atarme bien fuerte la toalla. <<Estoy sangrando>>, dije
burlonamente; <<creo que el peluquero me ha cortado la pierna>>. Se repartieron
nuevamente las cartas y esta vez ni siquiera me tocó una <<parejita>>. Antes por lo
menos me había tocado una. O el hindú que escribió el libro es un carnero, o…
______
[(*) En todo este pá rra fo, en esa etapa de su vi da, se ve cla ramente su indi vidualismo, su indiferencia ha cia lo
social, ha cia los de más. En luga r de pensa r en utiliza r la guerra como medio de benefi cio propio, sin pensar lo más
mínimo en el sufri miento humano, podría haberse presentado <<con su des cubri miento>> en el Mi nisterio de la
Guerra pa ra que los soldados, como mínimo los de su na ción, tuviesen una <<ma yor suerte>> en sus vi das. (ladlo)].
(P. 55) Una brillante conmovió todo mi ser: al quitarme el pañuelo y al salir, la
corriente sanguínea se ha restablecido, no es extraño, por lo tanto, que mi
acostumbrada mala suerte se haya incluso agudizado. Esta vez irá mejor, me consolé,
pues ya sentía que la toalla húmeda empezaba a hacer efecto en el sentido de que
apenas podía mover mi pierna.
El teniente H., enfrente de mí, había tenido hasta entonces una suerte enorme;
ante él había un considerable montón de billetes y su rostro de un sano color rojizo se
volvió de repente pálido. <<¿Te ocurre algo?>>, dijo en ese momento uno de los
jugadores; <<parece como si fueras a vomitar>>. <<¡Qué diablos te importa!>>, fue la
contestación. <<Uno puede tener el aspecto que le dé la gana. ¡Ocúpate en dar cartas!,
el tiempo vuela y no me habéis rendido aún todo el tributo que merezco.>>
Recibí cinco cartas. Mi pierna se había dormido como la bienaventurada Bella
Durmiente. Tomé las cartas y me quedé casi petrificado: <<¡Escalera real!>>, y además
una de las más valiosas: corazón desde el ocho hasta la dama. Saqué mi cartera a
escondidas y conté debajo de la mesa cuánto dinero poseía. Se desencadenó un
griterío salvaje: <<¡Los cien florines y además doscientos!>>, gritó mi vecino. <<Estos
doscientos y además cuatrocientos>>, duplicó el teniente H. Y así continuó la cosa,
pues todos sabían, naturalmente, que los otros debían tener cartas extraordinarias.
Dos jugadores rindieron pronto sus armas; ante las ofertas desmesuradas del húsar H.
y las mías, no podían continuar. Finalmente terminó también nuestro duelo al
acabarse nuestra provisión monetaria. Nos miramos a los ojos tra-
(P. 56) tando de adivinar. Debe tener cuatro ases, pensé, y se figura que esto
representa el exterminio total; ese pobre zoquete es demasiado pequeño para mí, este
húsar galopa demasiado lentamente. <<¿Bien?>>, preguntó H. con una voz tan burlona
que un helado escalofrío recorrió mi espalda. <<¡E-s-c-a-l-e-r-a real!>>, clamé
despectivamente.
Hubo un momento de temeroso asombro general. H. guardó también silencio y, con
dedos temblorosos, encendió un cigarrillo. Luego, sonriendo burlonamente, sopló el
humo que flotaba ante él y graznó: <<Cualquier persona civil puede tener escalera
real, pero la cuestión es si llega hasta el rey>>. Puso sus cartas sobre la mesa: ¡Escalera
real hasta el rey! Es decir, ¡un punto más alto que yo!
Me levanté y salí. Desde entonces no he vuelto a tocar una carta. Cuando un día me
encontré casualmente con el teniente en el café, hablamos sobre aquel episodio. <<A

139
propósito, ¿por qué te ataste la pierna con aquel trapo?>>, preguntó. <<Todos nos
dimos cuenta>>. Y continuó burlonamente: <<Probablemente caíste del rocín cuando
cabalgabas en el jardín y no quisiste confesarlo. En fin, los civiles no deben cabalgar>>.
Le conté, riendo, por qué me había atado la pierna. <<Superstición, naturalmente>>,
terminé diciendo. Ante mi estupefacción, el teniente H. puso una cara de gran
seriedad. <<¿Superstición?>>, dijo; <<posiblemente, pero sólo posiblemente. Para ser
un civil, tu juego fue digno de tenerlo en cuenta. Naturalmente, un verdadero
caballista a niñerías tales como atarse una pierna, hace algo más heroico: ¡tomar
aceite de ricino, como el conde A. P.!>>.
<<¿Tú tomaste aceite de ri…?>>, grité asombrado.
<<¡Efectivamente, por eso estaba tan pálido
(P. 57) aquel día!>>, contestó orgulloso. <<Te digo, amigo mío, que eso ayuda. Desde
luego, no sólo en las cartas. Desgraciadamente. Si no existieran los condenados efectos
secundarios. Pero no importa, les quitaré sus cuatro perras a los ciudadanos de Praga y
luego me jubilaré.>>
Años después me encontré de nuevo con el teniente H.
<<¿Cómo va eso?>>, le pregunté. <<¿Te has hecho rico con el póquer?>>
<<He perdido hasta el último céntimo>>, me contestó tristemente. <<No he podido
acostumbrarme al aceite de ricino ni tampoco he logrado desarraigar en mí la
condenada pasión por el juego.>>
¡Oh, qué alegría sentí entonces de no haber hecho más que aplicarme el torniquete
a la pierna!

__________

(P. 58) [En blanco]

(P. 59) EL DIAGRAMA MÁGICO

Desde los veinticuatro años me he venido ocupando de <<las cosas ocultas>>;


cuanto más profundizo en el estudio de este campo, más importante e interesante me
parece. Primero me dediqué al espiritismo; quería convencerme a mi mismo de lo que
había de verdad en ello. Durante años organicé sesiones –seguramente varios cientos–
con los mejores médiums que existían entonces. Siempre sin éxito; lo que veía o
experimentaba era también explicable por engaño consciente o inconsciente del
médium. Ya iba a abandonar mis experimentos cuando por <<casualidad>> el destino –
que viaja de incógnito, como un escritor ruso lo definió certeramente– me hizo testigo
en una casa de espiritismo en Levico [(localidad i taliana)] , de tales hechos físicos, que no
pude dudar más: existen fenómenos que, aunque desde luego se producen muy
raramente, están por encima de todo lo que la ciencia sabe o cree saber sobre las leyes

140
de la materia. Desde ese momento no he vuelto a efectuar ningún experimento en el
campo del espiritismo y en cuanto tiene relación directa con éste; lo que he visto me
basta. Determiné ocuparme solamente del misterioso yoga, el antiquísimo método
asiático que tiene por objeto llevar al hombre a un grado de desarrollo más alto que el
normal, espiritualmente hablando.
(P. 60) Para saber más de lo que dicen los muchos escritos –la mayoría anglo-
hindúes– entabla [enta blé] numerosos conocimientos con gente de la que, según se dice,
son más o menos sabios en este tema; por ejemplo, con la conocida presidente de la
sociedad teosófica en Adyar [(India)], Mrs. Annie Besant. Esto ocurrió en aquel tiempo
en que organizaba sesiones con utilización de médiums. Este tiempo perdido en
experimentos e investigaciones mediumistas hay que consignarlo también en lo que se
refiere al yoga; llegué al convencimiento siguiente: precisamente aquellos de los que
se piensa que poseen una verdadera sabiduría, o los que se atribuyen experiencia
práctica, andan a tientas en medio de tinieblas. Probablemente sientan tanta
vergüenza de confesar su ignorancia en un campo o en otro que se presentan al
exterior envueltos en una máscara de misterio gratuito.
Habiendo logrado en espiritismo –como he dicho antes– argumentos irrefutables,
me propuse continuar investigando en el campo del yoga, lo cual me costó mi vida
entera. Finalmente encontré lo que buscaba; desde luego lo hice por mí mismo. Pero
esto ha sido sólo un inciso. Buscando la clave del yoga práctico, me puse en contacto
(intercambio de pensamiento por medio de la escritura) en 1896 con un Blaktayogi –
sistema de concentración que por medio de un intenso ejercicio de la piedad alcanza el
grado más alto de santidad– llamado Swami, que vivía en Mayavati (Himalaya).
Pertenecía a la escuela de yoga fundada por el famoso santo hindú Ramakrishna, de
quien el profesor Max Müller, London, cuenta tantas maravillas. Swami era
naturalmente un devoto miembro del Bhakta (íntimo
(P. 61) ejercicio de la piedad que lleva el camino de la santidad), mientras que yo no
tenía ninguna facultad para el éxtasis (que ellos también practicaban). El Swami y yo
hablábamos –mejor dicho escribíamos– mucho sobre esto. Poco a poco se dejó
convencer –para complacerme– a que iniciáramos el tema que a mí me interesaba
especialmente y a lo largo de su correspondencia me dijo muchas cosas que yo apenas
hubiese sabido por otros medios, especialmente si me hubies e dirigido a un
eurasiático o europeo. Un día <<me regaló>> dos Yantras <<de origen tibetano>>
(diagramas geométricos). <<Yo no puedo hacer nada con ellos>>, me escribió; <<están
en contacto con la magia y nuestro respetado gurú y maestro Ramakrishna, desprecia
esta clase de cosas diciendo que no sirven para nada y que podemos tirarlas. Por eso le
regalo a usted estas dos Yantras.>> Que ocurrencia llamar a esto un regalo, me dije,
cuando en su carta encontré un pequeño papel en el que estaban dibujadas a lá piz dos
figuras geométricas. Pero cuando continué leyendo comprendí que efectivamente era
un regalo. El Swami continuaba diciendo que sólo <<un>> hombre puede ser poseedor
de un yantras; si pasaba de sus manos a las mías, ya no tenía eficacia para él. Las dos
que me mandaba eran muy antiguas, muy anteriores a la época del Buda Gotamo
[Gauta ma] , cuando en el Tíbet dominaba la religión Bhon. Un lama tibetano se las había
regalado a él cuando era todavía budista. Uno de los dos Yantras –escribía el Swami–
tenía la virtud de hacer volver a su dueño un objeto perdido, pero sólo en el caso de
que hubiera sido robado; el ladrón se veía obligado a devolverlo. Aunque
naturalmente esto me pareció una

141
(P. 62) pura superstición, decidí hacer una prueba; además precisamente se me ofrecía
una oportunidad: hacía varias semanas que había perdido una boquilla de espuma de
mar para cigarrillos. La busqué pero todos mis esfuerzos fueron en vano; todo hacía
suponer que mi secretario –entonces era yo banquero– la había robado. Más por
curiosidad que por el deseo de encontrar la pipa, empecé a hacer todo lo que el Swami
me había indicado. El Yantra era un sencillo dibujo geométrico. Debía copiarla con
tinta china o violeta e imaginarme en su centro el objeto perdido hasta que lo vi era
con toda claridad. Luego debía quemar la copia para que, como decía el Swami, fuera
al reino de las causas. Todo esto debía hacerlo antes de acostarme, teniendo en cuenta
lo siguiente: para obtener éxito era necesario que antes de dormirme mi último
pensamiento fuera la visión del cuadro en total.
Tanto la imagen del dibujo sobre el papel como el mantener un determinado
pensamiento antes del sueño, son muy difíciles de lograr. Lo primero sólo se puede
alcanzar después de mucho ejercicio, y lo segundo suele fracasar, pues por el simple
hecho de querer llevar a la mente a un determinado pensamiento aparecen otros que
le acometen a uno como el pájaro de Estimfalis acometió a Heracles (9). El Swami
hacía notar: <<Usted, querido amigo, lo logrará fácilmente, ya que lleva tanto tiempo
ejercitando esta clase de concentraciones propias del yoga.>> Además me daba un par
de reglas para expulsar a los pensamientos <<Estinfalidos>>.
______
(9) Antigua ciudad de Arca dia donde se encontraba el pá ja ro de Esti mfalis, cuyas plumas dispa raba a los
hombres a modo de flechas. Fue exterminado por Hera cles . (N. del T.)
(P. 63) Seguí cuidadosamente los consejos e indicaciones del Swami. En cuanto a la
posibilidad de recuperar por este medio mi boquilla, no creía en ello lo más mínimo.
Pero, como pude comprobar, la creencia no desempeñaba ningún papel en el caso.
Pasaron algunos días y ya había olvidado el asunto, cuando un día, al salir de mi
despacho, me dirigía a casa; pero no a la una, como tenía por costumbre, sino a las
dos. No tenía ningún motivo para retrasarme; únicamente una especie de indecisión,
para terminar, me había retenido en mi despacho. Yo mismo no veía claro por qué
motivo no había salido hasta las dos. Ocurrió también –cosa curiosa– que elegí otro
camino en lugar del acostumbrado, aunque era más largo: una calle muy concurrida.
No podía ir muy deprisa, pues los muchos peatones me lo impedían. Caminaba
estrechamente detrás de dos hombres que mantenían un diálogo apasionado. Lo que
decían naturalmente no me interesaba y además hablaban el checo, lengua que en
cualquier caso no entendía. De repente uno de ellos se paró, por lo cual yo también
tuve que pararme un instante. Sacó un objeto del bolsillo y se lo enseñó al otro: con
gran asombro vi que era el estuche negro de mi pipa. No me podía mezclar fácilmente
en la conversación por lo que me puse a pensar en lo que debía hacer; entre tanto
ambos se separaron. Seguí a uno de ellos, creyendo erróneamente que <<él>> había
cogido el estuche; le paré en una esquina de una calle vacía y le expliqué cómo hacía
tiempo que había perdido la pipa, añadiendo que por serme muy grata se la compraría
con gusto. Aseguré al hombre, que vestía muy pobremente, que no tenía la menor
intención de adquirirla de
(P. 64) balde. Cuando, para probárselo, le puse en la mano una propina, me aseguró
que debía haberme equivocado pues era el otro quien había vuelto a guardar la pipa
en el bolsillo. Continuó diciendo que a pesar de ello podía procurarme la pipa
rápidamente, pues por la tarde, a las cuatro, volvería a ver a su amigo, pues le había
prometido enseñarle otros objetos que estaban a la venta. A la hora mencionada debía

142
encontrarme en el patio de una casa de huéspedes, cuyo nombre me indicó. Yo,
naturalmente, así lo hice. Pasados unos minutos aparecieron ambos. Con palabras al
parecer inofensivas el hombre vestido pobremente instó a su <<amigo>> a que le
mostrara de nuevo la pipa. Yo me coloqué entre ambos. Se intercambiaron algunas
palabras. Cuando el poseedor de la pipa se dio cuenta de que yo no pensaba en
absoluto ir con él a la policía, como había temido, se volvió afable, guardó el dinero
que yo le ofrecía, sonriendo burlonamente, y entregándome la pipa con una
reverencia, me explicó que había sido camarero en el Gran Hotel y hace unas s emanas
la había encontrado en la sala de conciertos. A pesar de sus esfuerzos no había podido
encontrar al poseedor de la pipa, por lo que a su pesar se había quedado con ella.
<<Nunca me he permitido fumar en ella, bondadoso señor>>, juró mientras se
enderezaba con gallardía. Queriendo averiguar qué circunstancias le habían movido a
ir precisamente esta tarde a las dos por la calleja de la fruta, le hice toda clase de
preguntas que a él, probablemente, le parecieron sospechosas; sintió tal desconfianza,
que pronto se sumió en el más tenebroso silencio, mientras sus ojos saltones
permanecían fijos como un cangrejo al acecho. Ante lo cual, si-
(P. 65) mulando un gesto distraído, empecé a alejarme de allí con paso ligero. En todo
caso había recuperado mi pipa; el yantra tibetano había cumplido su palabra. Una
casualidad, naturalmente –me digo a mí mismo–, pero también en extremo curiosa.
Decidí hacer una segunda prueba. Hacía varias semanas que perdí un bastón de
paseo, cuya forma era de palo de golf. Registré toda mi casa sin resultado alguno. Una
vez más dibujé el diagrama tibetano. A la mañana siguiente el bastón apareció en la
antesala, sobre un sillón. La doncella aseguró no haberlo dejado ahí; por otra parte,
era imposible que hubiese permanecido durante semanas en un lugar tan visible, sin
que nadie lo notara. Cuanto más pensaba en ello, más enigmático me parecía el
asunto. ¡Esta vez no podía tratarse de casualidad alguna! Esperé una oportunidad
directa para poner en juego otra vez el yantra. Pronto se presentó. Yo vivía entonces
en una casa construida sobre la base de un molino público, a orillas del río Moldava;
las paredes del éste [es te] eran bañadas por un afluente del río. Un día, cuando
intentaba cortar la rama floreada de un árbol, se me cayeron las tijeras –ejemplar
curioso por su forma y antiquísimo, que había heredado de mi abuelo– al agua desde
la ventana. ¡Esta vez fracasará el diagrama tibetano!, pensé, pero aquel mismo día
efectué el experimento con el yantra.
Lo que parecía increíble e imposible sucedió: una mañana las tijeras estaban ¡en mi
escritorio! En el primer momento creí haberme vuelto loco, o quizás había soñado que
dejaba caer las tijeras por la ventana. Corrí a la cocina y pregunté a la doncella: <<¿Ha
dejado usted estas ti-
(P. 66) jeras en mi escritorio?>> <<Sí, señor, las dejé allí.>> <<¿Cuándo?>> <<Ayer por
la tarde, mientras usted estuvo ausente.>> <<¿Dónde las ha encontrado usted?>>
<<Yo no las he encontrado, señor; las ha traído Jan, el mozo del molino. Ha pensado
que quizá nosotros las habíamos perdido.>> <<¿Pero cómo las pudo sacar de las aguas
profundas? ¿Estaba quizás pescando allí? (Involuntariamente pensé en el bendito
Polícrates). ¿Y por qué?>> <<No, el dique del arroyo ha sido quitado para dejar salir el
agua –contestó la muchacha–. La rueda del molino estaba averiada y para repararla
había que secar el arroyo. Probablemente Jan ha encontrado las tijeras; le puedo
preguntar cuando venga. Ahora está levantando la presa.>> Eché una ojeada por la

143
ventana: era cierto, el arroyo estaba vacío; cascotes y latas de conservas
<<embellecían>> el panorama.
Me quedé sin habla. Literalmente chocado. Tan excitado estaba que aquel mismo
día les conté a todos mis amigos lo que había sucedido. Se rieron en mi cara,
convencidos de que estaba contando patrañas. Pero yo no estaba de humor para
contar patrañas. Entonces y ahora, todo lo que se relaciona con el verdadero ocultismo
es para mí demasiado excelso y serio; como para permitirme bromear sobre ello.
Bastones, pipas, viejas tijeras son sólo cosas, se me podría argumentar. Si los magos
tibetanos no pueden hacer otra cosa que encontrar viejos cachivaches extraviados… El
que habla así –y algunos me lo han echado en cara– no sabe valorar lo que hay de
extraordinario en estos hechos.
¡Todo un gran sistema filosófico podría cons-
(P. 67) truirse partiendo de estos tres acontecimientos!
Una y otra vez he comprobado que otros dibujos geométricos escogidos al azar y
transportados al sueño mediante sugestión no tienen efecto alguno. En cambio, los
efectos mágicos del yantra han dado lugar, en todos los casos, ha hechos probables.
Una vez llegados a esta conclusión, me pregunto qué factores la han determinado. En
cuanto a la pipa, se ha tratado, según mi opinión, de una serie de causas encadenadas
que han motivado que el camarero o yo, o quizás ambos, tomásemos tal vez por
telepatía inconsciente una serie de decisiones. ¿Pero cómo se puede explicar la
conexión de hechos en el caso de las tijeras? ¿Quién rompió la rueda del molino? (Si
esto no hubiera ocurrido las tijeras nunca hubieran sido halladas; al menos ignoro por
qué otro medio). ¿Podría yo, con medios mágicos, haber roto la rueda? ¡Es difícil de
suponer! O bien: la rueda se había roto por sí misma, incluso sin yantra alguno.
Posiblemente, ya desde mucho tiempo atrás, tenía una grieta.
Creo que el asunto ha tenido este proceso: yo no dejé caer las tijeras <<por
casualidad>>, sino porque necesitaba hacerlo. Quizás forzado por aquel oscuro
<<saber>> interior que había previsto el hecho de que yo volvería a dibujar el yantra
para encontrar las tijeras; aquel misterioso <<saber>> que también podía prever: las
tijeras aparecerán, ya que el dique será bajado a causa de la inevitable ruptura de la
rueda.
También puede ser que a mí nunca se me hubiera ocurrido tomar la pérdida de las
tijeras como punto de partida para un experimento con el yantra, si su aparición
hubiera sido por sí
(P. 68) misma imposible. Esto sería entonces un curioso entrelazado de causas y
efectos.
Se podrían consignar otras posibilidades aún más complicadas, especialmente las de
carácter filosófico. ¡Quién sabe cuál es la correcta!

___________

(P. 69) LA MAGIA EN EL SUEÑO PROFUNDO

144
Los sucesos que se repiten diariamente y en todas partes pasan ante nosotros sin
que les prestemos la menor atención; por lo menos no los consideramos dignos de una
investigación a fondo. Todos los seres vivientes duermen; inclus o las plantas cuando
llega su tiempo. Quizás las piedras también duermen; el hecho de que no ronquen por
la noche no nos debe hacer creer que no duermen.
Estando acostumbrados desde nuestro nacimiento a intercambiar la vigilia y el
sueño sucesivamente, no nos asombra el hecho de que en pocos minutos, y
aparentemente sin ninguna causa, perdamos la consciencia o bien que con la misma
rapidez volvamos al estado de vigilia. Raramente nos preguntamos: ¿Qué me sucede
en el estado de sueño profundo? Como la pregunta no es fácil de contestar, deja uno
que la conteste el médico. Lo mismo se la podíamos plantear a un abogado. Quien en
este campo y en otros semejantes no investiga por sí mismo nunca alcanzará un
conocimiento verdadero; a lo sumo, y con el tiempo, enriq uecerá su vocabulario con
un extranjerismo griego que la ciencia de la psicología o de la fisiología ha establecido.
Una afirmación risible sería la siguiente: en el reino del sueño profundo dormitan
las causas que, en el estado de vigilia, determinan nues tros actos. Cualquier persona
ilustrada podría respon-
(P. 70) der: si esto fuera cierto, las personas que llevan mucho tiempo sin dormir –y
son conocidos casos en que un sujeto ha pasado años sin dormir– caerían en la
inactividad completa. Una refutación semejante es sólo aparentemente correcta;
quien atentamente reflexione aclarará por sí mismo que es poco consistente. Por otra
parte, sólo cuando un ser humano pueda probar que nunca ha dormido se podría dar
crédito a la afirmación corriente: el sueño es descanso y nada más que eso. Por el
contrario, hay numerosas observaciones (confirmadas en todas las épocas) que
prueban que al menos bajo ciertas condiciones el hombre puede rendir más
(intelectualmente) durante el sueño profundo que en la conciencia diurna normal.
Para poner un ejemplo común y conocido; un estudiante (creo que fue más tarde
una personalidad famosa) se levantó una noche sonámbulo y resolvió en su mesa de
trabajo un problema de matemáticas que había comentado por la noche; lo hizo
impecablemente, en una forma que, debido a sus insuficientes conocimientos, le
hubiera sido imposible llevar a cabo despierto. Cuando se levantó, al día siguiente,
pensó que otra persona había realizado el trabajo, y sólo lo reconoció como propio al
ver su escritura (en tal grado había olvidado lo que en persona realizó durante el
sueño).
La opinión corriente de que el sueño tiene por objeto únicamente eliminar el
cansancio corporal, es totalmente falsa. Como he tenido ocasión de convencerme en
repetidas ocasiones, los sonámbulos se despiertan, incluso tras fatigosas excursiones
nocturnas de varias horas de duración, tan descansados y frescos como las perso-
(P. 71) nas más saludables. El viejo adagio: Cuando el hombre mortal cierra los ojos los
abre el hombre del más allá. También el conocido refrán popular: Antes de firmar,
consúltalo con la almohada. Estas y otras muchas sentencias, signos e indicios me han
afirmado, ya en mi temprana juventud, en la sombría aceptación de que pueda haber
conocimientos y fuentes de poder mágico, yacentes tan lejos de nuestra conciencia,
que para acercarnos a ellos tenemos que sumergirnos profundamente en los abismos

145
del sueño. La clave estriba en el sueño profundo; ahí se encuentra el punto fijo, en el
que puede apoyarse la palanca de Arquímedes, en el universo todo para levantar a las
estrellas fuera de sus órbitas. Sin embargo, pertenece a las cosas más difíciles, lo que
capacita a uno a culminar el proceso del autodominio; para esto son necesarios ciertos
medios de ayuda mentales. De diez intentos, las más de las veces, me fracasan nueve.
Voy a describir dos casos en los que las experiencias resultaron favorables.
Una noche me acosté (era en Praga, en el año 1895) con el propósito de ir
<<espiritualmente>> (o transferirme allí) a la –para mí desconocida– vivienda de mi
amigo el pintor Artur V. Rimay, con el cual yo en aquella época me relacionaba mucho
y que me hizo en seguida aspirar ardientemente al descubrimiento de problemas
metafísicos. Lo que me propuse fue producir en su habitación, mediante acción a
distancia, el efecto de golpear con un bastón. A este propósito –dicho más
exactamente, para poder mejor averiguar la autosugestión que a mí mismo quería
producirme– puse un bastón conmigo en la cama, el cual retuve firmemente en la
mano,
(P. 72) mientras me esforzaba por conciliar el sueño. Había experimentado que cuando
se quiere retener firmemente una idea hay que aquietar los latidos del corazón, cosa
que puede conseguirse fácilmente mediante el control conjunto de las sensaciones y la
respiración. Por suerte, conseguí quedarme dormido de golpe; a esto siguió un sueño
corto, profundo, completamente desprovisto de pesadillas, que casi se asemeja a la
inconsciencia. De pronto se apoderó de mí una absurda sensación de temor y me
desperté transcurridos unos diez minutos. Me encontré bañado en un sudor frío, y mi
corazón latía de tal suerte que parecía que iba a ahogarme; en aquel momento
experimenté una extraña seguridad interior de que mi intento se había realizado con
éxito.
Miré al reloj y anoté la hora. Después me esforcé durante horas en consolidar los
recuerdos que pudieran aclararme más tarde cómo y de qué manera se había
producido mi <<actuación a distancia>>, todo ello como sumergido en impenetrables
tinieblas. Así, pues, he encontrado la clave, me decía a mí mismo. Tan lleno de
curiosidad estaba, que ni siquiera pude esperar a la llegada del día.
Hacia las diez de la mañana visité a mi amigo como de costumbre. Aguardé para ver
si él espontáneamente me informaba de algo; fue en vano, habló de todo menos de
cualquier tipo de acontecimientos nocturnos. Después de un rato le pregunté indeciso:
<<¿No has soñado esta noche pasada algo fuera de lo corriente o…? [>>]
<<¿Fuiste tú?>>, me interrumpió mi amigo. Le dejé hablar sin interrumpi rle una sola
vez, y me contó: <<Esta noche, un poco después de la una (la hora coincidía con la que
yo había anotado),
(P. 73) me desperté súbitamente sobresaltado a causa de un fuerte ruido en la
habitación de al lado; sonaba como si alguien golpeara a intervalos regulares con un
mazo sobre la mesa. Como el ruido fue creciendo en intensidad salté de la cama, corrí
a la habitación de al lado y encendí la luz. En cuanto se hizo la claridad cambió
súbitamente el tono del sonido; seguía siendo muy fuerte, pero ahora tenía una lejana
cadencia, como si se tratara de un eco. Los golpes provenían de la mesa –de gran
tamaño– situada en medio de la habitación. A la vista no aparecía nada fuera de lo
normal. Algunos minutos más tarde vinieron mi madre y la vieja ama de llaves, llenas
de terror. También las había despertado el ruido; creyeron que había sido asaltada la

146
casa. Después de transcurrido un rato, el sonido fue haciéndose cada vez más débil y
acabó por desaparecer completamente; perplejos, nos fuimos a dormir de nuevo.>>
(Hasta aquí el relato de mi amigo Artur V. Rimay, el cual vive actualmente en Viena
y puede corroborar en cualquier momento que lo que aquí escribo es la pura verdad).
<<¿Por qué no me has contado espontáneamente todo esto en seguida? –le
pregunté–. ¿Por qué has esperado hasta que yo he mencionado vagamente el asunto?
¿No es realmente extraño?>>
<<Puedo solamente explicármelo –me contestó titubeando– como si la fuerte
impresión que el suceso me produjo se hubiera desvanecido durante el sueño que le
siguió. Podría casi decir que lo hubiese soñado (tan apartado en la lejanía lo veo ahora
ante mí) si no hubiera hablado de ello con mi madre hace un par de horas durante el
desayuno. Dime, ¿has realizado tú realmente el
(P. 74) fenómeno mediante una acción a distancia producida por tu fuerza de
voluntad?>>
Como prueba, le entregué una nota en la que en pocas frases había anotado por la
noche lo que me había propuesto.
Por más que el suceso en sí fuera tan extraordinario, todavía me pareció extraña la
circunstancia de que hubiese quedado grabado en la memoria de mi amigo de una
forma tan extrañamente distinta, como si se hubiese tratado de un suceso de la vida
diaria. Normalmente debería aceptarse que, debido precisamente a su
excepcionalidad, tendría que haberse quedado grabado mucho más profundamente
en el recuerdo. Más tarde he podido constatar en casos semejantes, y especialmente
en sesiones de espiritismo, que los sucesos de carácter mágico siempre quedan
flojamente anclados en la memoria o presentan la tendencia a disolverse rápidamente.
Algunos años más tarde, encontrándome gravemente enfermo, viajaba en
ferrocarril desde el Sanatorio Lahmann, en Dresde, con dirección a Praga.
Aproximadamente a la altura de Pirna se me ocurrió de pronto que había olvidado
escribirle a mi prometida (hoy mi esposa) algo de extraordinaria importancia para
ambos. Esto me produjo gran intranquilidad; además, había dirigido la carta a su casa
en lugar de al <<Poste restante>>, como otras veces. Ambos errores podrían destrui r
nuestro futuro.
Enviar un telegrama era imposible por diversas circunstancias. Una enorme angustia
se apoderó de mí; inútil tratar de hallar una solución a la situación. Entonces me vino a
la mente mi anterior experimento con mi amigo Artur V. R. Lo que había resultado
entonces podía salir bien
(P. 75) una segunda vez. Es decir, no, tenía que resultar, pues todo dependía de ello.
Así, pues, me propuse aparecer delante de ella (¡a la luz del día!), pero ¿cómo?
Contemplando el espejo [de] enfrente, me vino la idea. Quiero y voy a aparecer ante
ella, decidí; aparecería con la mano en alto en señal de advertencia, e inspiraré en su
mente lo que debe hacer exactamente. Acto seguido formé mentalmente la orden en
palabras claras y concisas y me las representé con los ojos cerrados escritas en letras
llameantes el tiempo suficiente para que no pudiesen después borrarse de la
imaginación.
Ahora se trataba solamente de dormirse cuanto antes y transferirme a Praga. Tenía
que convertir el corazón en aparato emisor, mientras ralentizaba sus latidos; éste era
el resorte, y al mismo tiempo aislar los sentidos de cuanto me rodeaba. Los ojos podía

147
cerrarlos, pero, ¿cómo cerrar los oídos cuando a derecha e izquierda te hallas rodeado
de mujerzuelas charlatanas?
Suplico a mi propio cerebro formalmente: ¡Viejo camarada, vuélveme sordo! (El
cerebro parecía también sordo). Finalmente pudo mi ánimo superar la prueba y, como
en otro tiempo, caí repentinamente en profundo sueño. Algunos minutos después me
desperté, mi pulso iba esta vez extraordinariamente lento; calculé a lo sumo cuarenta
[pulsaciones ] por minuto. Al mismo tiempo me invadió una sensación consoladora y
sublime de triunfo, como muy pocas veces en mi vida había experimentado. Como
prueba quise engendrar algo de duda en mi ánimo para ver cuán resistente era mi
sensación de seguridad; la risa surgió en mi cuerpo como si se regocijase toda mi
sangre.
Cuando llegué a Praga fui directamente a ver a mi prometida. ¡La transmisión de
pensamiento
(P. 76) había resultado un completo éxito! Me contó lo siguiente: <<Por la tarde,
aproximadamente una media hora después de la comida, me había echado sobre el
diván, pues me invadió una extraña sensación de cansancio. Apenas me había quedado
dormida cuando me sentí sacudida y desperté. Mi mirada se dirigió sobre…>> <<¡Sobre
el espejo!>>, la interrumpí. <<No, en mi habitación no hay ningún espejo –dijo mi
prometida–. Sobre un armario pulimentado junto al sofá. En el brillo de su superficie te
vi a ti, de pie en una figura de unos dos palmos de alto y envuelto en un abrigo claro, la
mano alzada como advirtiéndome. Inmediatamente después desapareció la figura.>>
En el coloquio que más tarde ambos mantuvimos salió a relucir que mi mujer lo
había hecho todo, tal y como yo lo había deseado, incluso mucho más detalladamente
y mejor que yo mismo lo había planeado. Se da la circunstancia de que lo que había
tenido que hacer en manera alguna era sencillo, y apenas podía habérsele ocurrido,
pues hubiera tenido que conocer determinados detalles (lo cual no era el caso en
absoluto). <<He actuado como bajo una sugestión>>, me declaró después.
El mago del medievo Agrippa von Nettesheim ha estampado la frase: <<Nos habitat
non tartara sed nec sidera coeli: espiritus in nobis qui viget, illa facit>>, que significa
algo así como: <<Ni los astros ni los infiernos; sólo el espíritu en nosotros es el que
todo lo produce>>. Este lema me ha guiado a lo largo de toda mi vida.

___________

(P. 77) MI MÁS EXTRAORDINARIA VISIÓN

Un día de otoño, en 1915, tuve una visión extraordinaria en grado sumo. Se produjo
un suceso que si no se hubiera dado en unas circunstancias tan especiales habría
abierto enormes perspectivas. Estaba cavilando cuál serían en realidad las causas
interiores de la espantosa guerra mundial, cuando sentí la sensación refrescante que
acompaña al estado de consciencia superior y que siempre experimento cuando voy a
tener una vivencia extraordinaria. Inmediatamente apareció ante mí un hombre de
raza desconocida. Era muy alto y delgado. En la novela <<El canto de los grillos>>, que

148
aparece en el <<Simplicissimus>>, y en el tomo <<Murciélagos>>, le describí de la
manera siguiente: <<Seis pies de altura y de contextura marcadamente delgado, sin
barba, rostro brillante de color verde oliva, los ojos oblicuos y muy separados; los
labios, al igual que el rostro, sin ninguna arruga, parecían de porcelana, tajantemente
dibujados y de un rojo vivo, muy pronunciados hacia fuera, especialmente en las
comisuras de la boca, como en una continua sonrisa implacable, parecían pintados. En
la cabeza, un extraño gorro de color rojo.>> Antes de la aparición me había preguntado
cuáles serían las causas profundas de la guerra; la visión parecía darme,
simbólicamente, una contestación. Los ocultistas asiáticos opinan que existe una secta
chino-tibetana –llamada de
(P. 78) los Dugpas– que opera en el mundo con espíritu diabólicamente destructor.
Me senté y cogí la novela <<El canto de los grillos>>, donde describí las causas
<<ocultas>> de la guerra. El ambiente lo construí basándome en visiones que seguían
del hombre del rostro verde oliva. El decorado escénico lo construí según mi fantasía.
La novela apareció dentro de la obra <<Simplicissimus>>, y después de varias semanas
recibí una carta de un pintor de Breslau. Creo que su nombre es era Höcker. El señor
escribía lo siguiente: <<Tengo que decir, ante todo, que soy un hombre sano por
naturaleza y que nunca sufrí alucinaciones o algo parecido. Ayer, estando trabajando
en mi estudio, oí de repente un ruido como de un tintineo metálico; me volví y vi ante
mí a un hombre de gran estatura cuya raza desconocía; llevaba en extraño gorro
rojo.>> Comprendí en seguida que debía ser una alucinación. El hombre sostenía en la
mano una especie de diapasón que constaba de dos brazos y con el cual emitía el
sonido antedicho. En el punto medio del diapasón había un badajo. Inmediatamente
aparecieron una enorme cantidad de grandes insectos que se devoraban mutuamente
y que con su aleteo producían un zumbido que aumentaba hasta hacerse insoportable.
Todavía tengo en los oídos aquel ruido que destrozaba mis nervios. Cuando terminó
aquella alucinación tomé un lápiz rojo y dibujé lo que había visto; luego salí a tomar un
poco de aire fresco. Al pasar por un quiosco de periódicos pedí –movido por un
impulso que no me explico, pues la revista no es de mi agrado– el <<Simplicissimus>>;
cuando la vendedora me lo dio, dije, llevado por otro impulso semejante: <<¡No me dé
ese número, por favor; de-
(P. 79) seo el anterior!>> Cuando volví a casa ojeé la revista y empecé a leer –
enormemente asombrado– su novela <<El canto de los grillos>>, que coincidía casi
punto por punto con lo que yo había visto una hora antes: el hombre con el gorro rojo,
los insectos que se devoraban mutuamente.
Por favor, ¿podría darme una explicación que me aclare el asunto? Firmado, Gez
Höcker.>>
Leí la carta otra vez y luego la tiré a la papelera diciéndome: ¡Otro que se quiere
hacer interesante! Claro, ha leído el <<Simplicissimus>> y ahora quiere hacerme creer
que la visión había precedido a la lectura. Para convencerme tomé el
<<Simplicissimus>> y leí el párrafo correspondiente; me asusté enormemente, pues allí
decía: <<El Dugpa (es decir, el hombre del gorro colorado) miraba el sol ¡con unos
prismáticos!, etc., etc.>> Me llevé las manos a la cabeza y me dije: antes de escribir la
novela tuve una visión en la que el Dugpa sostenía –como en la carta de Höcker– un
diapasón. ¿Cómo es que en el <<Simplicissimus>> dice que miraba a través de unos
prismáticos? Entonces recordé que había tachado el primer manuscrito, y –según mi
costumbre– le volví a escribir en otra hoja antes de enviarlo a la redacción. En esta

149
segunda hoja había escrito que llevaba unos prismáticos (en lugar de un diapasón).
Con gran excitación revolví todos mis cajones, hasta que finalmente encontré el primer
manuscrito. Exactamente: ¡allí decía que sostenía un diapasón! Nadie más que yo
podía haber visto el primer manuscrito. Además, nadie hubiera podido descifrarlo,
pues había empleado abreviaturas que sólo yo podía entender. Ahora no podía dudar
que Höcker –aunque esto ocurriera semanas después– había tenido la misma visión
que yo, lo cual suponía la
(P. 80) intervención de una casualidad inaudita. ¡Una explicación tal sería
rotundamente inadmisible!... ¿Cómo aclarar el suceso? Es como si anduviera a tientas
en la oscuridad. ¿Telepatía que partiendo de mí se realiza semanas después?
¡Absurdo! Sé que ciertos ocultistas dirían que después de escribir la novela había
grabado la imagen en la llamada <<Akashachronic>> (10) –que es el cerebro del
mundo– y que, de repente, se hizo visible al señor Höcker. Pero esta argumentación
tiene muchas lagunas. No explica por qué el señor Höcker compró casi en contra de su
voluntad el mencionado <<Simplicissimus>>. Los espiritistas dirían que los espíritus le
movieron a ello.
______
(10) Cróni ca de Akasha , cuya signifi ca ción o localiza ción no apa rece en ningún di cciona rio. (N. del T.)

______________

(P. 81) EL PILOTO

Mañana, día de la Ascensión de María a los Cielos, se cumplen veinticuatro años de


aquel día: Me encontraba en Praga. Sentado ante el escritorio en la habitación de
soltero, introduje en el sobre la carta de despedida que había escrito a mi madre y cogí
el revólver que tenía delante, pues quería emprender el viaje de la Estigia (11),
poniendo fin a una vida que me parecía insípida, desconsoladora y si valor. En ese
instante entró <<el piloto de la Tarnkappe (12) en rostro>>, como lo llamo desde
entonces, quien subiendo a bordo del barco de mi vida movió el timón en otra
dirección. Oí un ruido en la puerta de mi habitación que daba al pasillo de la casa;
cuando me volví vi que por debajo de la puerta asomaba algo blanco. Era un cuaderno
impreso. El hecho de que apartara el revólver, cogiera el cuaderno y leyera el título no
fue debido ni a la curiosidad ni a un deseo inconsciente de escapar de la muerte. Mi
corazón estaba vacío.
Leí: <<Sobre la vida que sigue a la muerte>>.
<<¡Que extraña casualidad!>>, pensé por un instante, pero el pensamiento no se
consolidó; apenas llegué a pronunciar la primera palabra. Des-
______
(11) Atra vesa r la la guna de la Es tigia , que, según la saga griega, sepa ra el reino de los vi vos del rei no de los
muertos . (N. del T.)
(12) Ta rnen signifi ca ha cerse invisible. Es deci r, el piloto que se cubría el ros tro con una capa . (N. del T.)
(P. 82) de entonces no he vuelto a creer en la casualidad, en cambio sí creo… en el
timonel.

150
Con mano temblorosa –antes no había temblado un solo instante, ni al escribir la
carta a mi madre ni cuando cogí el revólver– encendí la lámpara, pues ya oscurecía, y
leí el cuaderno –probablemente lo había traído el repartidor de mi librero– desde el
principio al final y con el pulso alterado por la emoción. El contenido era de carácter
espiritista: describía los experimentos de los grandes investigadores en este campo:
William Crookes, prof. Zöllner, Fechner y otros, con los médiums Slade, Eglingtone,
Home, etc.
Pasé toda la noche leyendo, hasta que empezó a alborear el día; pensamientos que
hasta entonces habían sido extraños, se revolvían en mi cerebro. ¿Cómo es posible que
hombres tan sabios se hayan equivocados? ¿Pero que fuerzas extrañas e
incomprensibles, por encima de las físicas y naturales, eran aquellas?
El deseo ardiente de contemplar tales cosas con mis propios ojos, cogerlas con mis
propias manos, probar su autenticidad y llegar hasta las misteriosas leyes en que se
fundaban se encendió en mí aquella noche hasta convertir[s e] en ascuas permanentes.
Cogí el revólver, y considerando que por el momento era un objeto inútil, lo guardé
en el cajón. Todavía lo conservo. Está oxidado y su barrilete ya no gira; nunca más se
moverá.
Entonces me eché en la cama y do[r]mí larga y profundamente, sin soñar nada. ¿Sin
sueño alguno? Bien: sólo en el sentido de que no vi ninguna imagen o escena. Pero en
el sueño profundo hay otras vivencias mucho más profundas que el hecho de soñar
con formas y figuras; se trata
(P. 83) de la peculiar vida que adquiere la palabra y el diálogo cuando se habla consigo
mismo. Es un diálogo en el que el hablante y el oyente son dos personas separadas,
siendo, sin embargo, un solo individuo.
Cuando uno se despierta después de este diálogo, aquellas palabras se han
olvidado; su contenido va surgiendo a lo largo del día en forma de pensamientos que
se expresan como si acabaran de surgir del regazo materno del cerebro.
Desperté aquella vez con la sensación de que alguien había dicho algo en voz alta;
sin embargo, un instante después vi claro que era yo mismo quien había hablado
durante el sueño. En una décima de segundo logré atrapar mis labios, que
murmuraban, después de frases ininteligibles que sonaban como si pertenecieran a
una lengua extranjera, las palabras: <<¡Así no se cruza Estigia!>> Era el piloto quien lo
había dicho, mi propia conciencia, que desde muchos años atrás me había venido
presentando muchas y diversas teorías: unas totalmente falsas, otras que sólo lo eran
en parte, espiritistas, supersticiosas y religiosas (las más peligrosas), tratando de
averiguar quién sería aquel piloto. Es un camino largo, terriblemente largo, el que nos
lleva a conocer qué fuerzas pueden enmascarar la figura del piloto, un doloroso
caminar a través de pantanos llenos de luces engañosas.
<<La solución es muy simple>>, dicen <<los ignorantes>>, <<los que no saben
nada>>, los <<profundos pensadores>>. Esquizofrenia o división de la conciencia, dicen
los que se dedican a hacer juegos malabares con las palabras, hablando de
psicoanálisis, histerismo, mística, alma, magia, búsqueda de Dios, reencarnación
espiritual, vida inte-
(P. 84) rior, y no saben diferenciar las palabras crecimiento y decadencia.
<<Jesucristo>> es el <<piloto>>, dicen otros; los cristianos <<virtuosos>> que tienen
que soltar la mano de Dios cada vez que encienden un cigarrillo.

151
<<El control espiritual es el piloto>>, dicen los espiritistas, que tienen que preguntar
a una mesa para saber qué hay al otro lado de la Estigia, en lugar de aprender cómo
cruzarla ellos mismos.
Cuando desperté del sueño profundo, en que como antes dije <<no soñé nada>>,
estaba poseído de un infantil estado emocional. Durante dos años me dediqué a
buscar las riendas que permiten vivir los fenómenos espiritistas. Me sentía atraído –
como un trozo de papel respecto a un imán– por los visionarios, adivinos y locos que
habitan la región de Bohemia. Invité a docenas de médiums, organizando sesiones
espiritistas, concurridas por un círculo de amigos, contagiados de mi monotonía
[¿monomanía ?] , con una frecuencia de al menos tres veces por semana, y que duraban
media noche. Durante siete años proseguí incansable este <<trabajo de Sísifo>> (13).
Todo fue en vano: unas veces fracasaban los médiums y otras se revelaban como
engañadores de carácter consciente o inconsciente. Sin embargo, nunca me dejé
engañar.
Después de dos años de investigación ya me empezaron a asaltar dudas cada vez
más fuertes: ¿Sería posible que todos los investigadores famosos se hubiesen
equivocado?
No lo podía creer. En el sueño profundo, el pi-
______
(13) Según la saga griega , Sísi fo el hi jo de Eolo, fue condenado a ha cer roda r un trozo de roca has ta lo alto de
una montaña , desde cuya ci ma vol vía a caer una y otra vez. (N. del T.)
(P. 85) loto me susurraba continuamente que siguiera investigando. Parecía como si,
noche tras noche, recibiera de mano desconocida un latigazo que me impelía a seguir
adelante atravesando nuevas regiones pantanosas, llenas de extrañas luces engañosas.
Cada vez que aparecía un libro sobre mediumismo o temas semejantes que lo
procuraba inmediatamente, ya fuera inglés, americano, francés o alemán. Ante mí
aparecían continuamente fatamorganas que [se] iban desvaneciendo una tras otra.
Una y otra vez intentaba arrancarme del corazón el impulso hacia lo desconocido, pero
a las pocas horas me veía obligado a reconocer que era ya demasiado tarde; me sentía
horrorizado, pero a la vez, secretamente, me alegraba.
Mi sangre se calentaba progresivamente, la ambición me devoraba –un ansia de
vivir que hoy apenas comprendo había arraigado en mí–, pero cuando, después de
estas noches desperdiciadas (las horas que seguían a estas sesiones espiritistas
actuaban sobre mí como si unas baterías psíquicas, de origen malévolo, me
alimentaran), me despertaba, ya muy entrada la mañana, el día no aparecía ante mí
como algo sombrío ni sentía repugnancia, disgusto o pesadumbre: durante el sueño,
los misteriosos avernos del subconsciente actuaban como fuelles que avivaban el
fuego nostálgico del mundo que se halla al otro lado de la Estigia. Con la
superficialidad propia de mi juventud pensaba que éste sería mi destino. No
sospechaba que mi ser sería arrastrado. Mi destino empezaba a galopar y yo no me
daba cuenta de ello. Tampoco veía que todo mi ser había perdido la capacidad de
apreciar el punto medio de las cosas. Éstas eran para mí blancas o negras, pero nunca
grises. Amaba hasta devorarme a mí mis-
(P. 86) mo, y odiaba hasta la muerte. No odiaba a los hombres porque me hubiesen
hecho algún daño (solía alegrarme de que así fuera), ni les amaba por algún bien que
me hicieran. Ante determinado tipo de hombres se me erizaba, literalmente, el cabello
sólo de pensar en ellos. No era cuestión de razas lo que provocaba en mí este odio;
era, ante todo, cierto tipo de hombres que con aires de suficiencia la manifiestan

152
exteriormente por medio de un cabello peinado en torno a las orejas, o de una barba
cuidada y una mirada <<confiada>>. Un psicoanalista diría: aquel tipo de hombres que
la Biblia comenta diciendo: <<Quiero esculpirlos>>. <<En este punto existe,
evidentemente, un complejo espiritual; una experiencia de la infancia que se ha
borrado de la memoria>>. Posiblemente tenga razón, pero yo no lo creo. Supongo que
se trata más bien de un secreto aviso del <<piloto>>; un aviso de algún acontecimiento
que debe ocurrir en el futuro, quizás en la persona de otro individu o.
Esta división en blanco y negro se fue reforzando en mí, de decenio en decenio; lo
cual es un hecho remarcable, pues al aumentar la edad suele ocurrir precisamente lo
contrario: los extremos desaparecen, convirtiéndose en ese gris banal que el poeta
valoró como el oro del punto medio.
He dicho que pasé mucho tiempo sin tener idea de que sería arrastrado, pero vi,
con un pánico creciente, como la barca de mi vida cayó en un malvado remolino del
cual me parecía imposible salir… Pero no quiero hablar de esto, pues a la vista de la
gran miseria en que hoy se halla inmersa la humanidad parecería una insignificancia y
se diría: <<¡Miseria, terror y preocupaciones ves-
(P. 87) tidas de frac! ¡Eso es todo! Resumiré en pocas palabras cómo escapé de aquel
remolino. Cada vez que leo en el periódico cómo éste o aquél fue encontrado muerto
de hambre en el bosque o cómo a causa de su desgracia alguien se ahorcó, me decía a
mí mismo: ¿Esto es todo? ¡Qué fácil ha sido todo para él! ¡Qué cómodo!>> <<El piloto
que me lleva a través de la Estigia me ayudará de forma singular>>, pensaba cuando en
la vida exterior no veía salvación alguna. ¡Y cuanto más lo esperaba, con más seguridad
me faltaba! Esto era lo horrible.
Hombres que han vivido un gran terremoto me dijeron que no hay nada más
espantoso que sentir cómo la tierra –considerada desde la infancia como algo seguro e
inamovible– oscila bajo nuestros pies.
¡Pero hay algo más terrible!: el ver desvanecerse la última esperanza. Finalmente
creí haber encontrado lo que durante tanto tiempo había buscado: una reunión de
hombres (europeos y orientales) en la India Central que aseguran poseer el verdadero
misterio del yoga, el milenario sistema asiático que señala el único camino que
conduce más allá de toda debilidad e imperfección humana.

__________

(P. 88) [En blanco]

(P. 89) DE CÓMO, EN PRAGA, QUISE HACER ORO

Hace treinta y cinco años, siendo yo todavía joven, tenía tiempo y humor para
cometer toda clase de tonterías, que ahora el recuerdo embellece… Un día decidí
dedicarme a la alquimia, no sólo de forma teórica, como lo había venido haciendo
hasta ahora, sino práctica. La iniciativa provenía de una experiencia singular. Un
antiguo compañero de escuela me contó que su padre, quien poseía cerca de Praga un

153
pequeño establecimiento de fundición de vidrio, había conocido a un viejo químico,
llamado Kiuski, que sabía cómo convertir –mediante un polvo gris extraordinariamente
fino– el cristal común en valioso vidrio color rubí. Entonces era corriente mezclar,
mediante fundición, el cristal rubí con ducados de oro, lo cual, naturalmente, encarecía
mucho el producto. La fundición del señor Sedmik –así se llamaba el padre de mi
amigo– se encontraba en Scharka, una especie de circo de montañas al lado de Praga,
constituido por rocas que, cortadas en forma grotesca en torno a un círculo, lo
cerraban por completo; se llamaba <<molino del diablo>> debido, según se dice, a la
mala suerte que infundía a todos los propietarios. Allí conocí al químico Kiuski. Cuando
salió a mi encuentro retrocedí unos pasos horrorizado. Olía a aguardiente de tal forma
que si hubiera sido a azufre no hubiera dudado de que era el diablo en persona. Medía
más de dos metros, y a pesar
(P. 90) de su singular postura inclinada hacia adelante, me sacaba una cabeza; la
barbilla se insertaba en los estrechos hombros (apenas medían dos palmos), de tal
forma que parecían haber crecido conjuntamente. La camisa, indescriptiblemente
sucia, estaba abierta, y los pelos de su pecho y los de su barba formaban una especie
de entretejido. Debido a la posición de la cabeza, la cara estaba casi horizontal con
respecto a la tierra; los ojos tenían la mirada más estrecha que he visto jamás; carecían
por completo de pestañas; brillantes y al mismo tiempo sin vida, como vidrios
profundamente negros. Su vestimenta y zapatos parecían los de un vagabundo que
durante meses ha dormido en los bosques; llevaba los pantalones remangados hasta
media pierna y la chaqueta, que parecía haber sido un frac, tenía cortado el faldón.
Aquí y allá presentaba numerosas grietas, que ligeramente cosidas con hilo grueso
dejaban ver su piel desnuda.
<<¿Por qué tu padre no le compra un traje al pobre hombre?>>, pregunté en voz
baja a mi amigo, mientras seguíamos al vagabundo hasta el interior de la pequeña
fábrica. <<Ya le ha dado más de tres mil florines para que se compre ropa nueva y para
que cambie su modo de vivir –fue la contestación–, pero todo es en vano>>; cada vez
que se le da dinero aparece a la mañana siguiente, borracho e inconsciente, tirado en
cualquier sitio, y necesita días para recobrarse. Al parecer, vive sólo del aguardiente,
pues nadie le ha visto comer. <<¿Y a éste le llaman un investigador?>>, me pregunté
lleno de duda. El señor Sedmik había derretido vidrio común en una retorta de color
rojo vivo, y desprendía tal calor que sólo hubiéramos podido acercarnos protegiendo-
(P. 91) nos con gruesas pieles el cuerpo y la cara. Allí también se encontraba un señor
desconocido, un supuesto médico que, como me confió mi amigo, era en realidad un
químico de la escuela especial. Debía presenciar el experimento, pero sin decir su
nombre y procedencia, pues, en tal caso, Kiuski hubiera desconfiado. Sedmik y él
habían acordado explotar en conjunto el experimento, y Kiuski aseguraba
continuamente que bastaba el polvo gris de bajo coste para obtener el producto, con
lo cual la fabricación del vidrio rojo podría ser regular y continua. Pero siempre que
Sedmik le daba dinero aparecía, a la mañana siguiente, borracho. Kiuski tomaba de
una pequeña bolsa un poquito de polvo y se lo vertía en el cuenco de la mano <<del
médico>>, con la indicación de que debía mezclarlo en la masa de una miga de pan
blanco y arrojarlo al líquido candente. (Esto servía para que el polvo, con el intenso
calor del vidrio derretido, no saltara fuera). Entonces Kiuski, tomando rápidamente la
mano del <<médico>>, escupió en ella sin más, y luego la limpió con el brazo; en su
inmensa desconfianza, quería impedir que el señor pudiera analizar después alguna

154
brizna de polvo que hubiera quedado en su mano. Abandonamos la habitación, que el
señor Sedmik cerró con llave cuidadosamente. A la mañana siguiente, la masa estaba
solidificada y convertida en vidrio color rubí. El químico declaró que era
incomprensible la obtención de tal producto sin haber añadido polvo de oro. El final de
la historia se explica en pocas palabras: el molino del diablo hizo honor a su nombre; el
señor Sedmik perdió todo su capital, miles y miles de florines que fue dando al
vagabundo, siempre con la esperanza
(P. 92) de que éste descubriera el misterio o al menos le suministrara suficiente
cantidad de polvo gris. Una mañana, Kiuski fue encontrado helado en un banco del
parque municipal de Praga.
Esta vivencia quedó grabada en mi memoria. El señor Sedmik me aseguró que Kiuski
era un hombre de gran cultura; había estudiado Química en la Universidad, y si a lo
largo de su vida se fue hundiendo más y más ello era debido a que no se pudo amoldar
a una actividad reguladora, por lo que se dedicó a hacer experimentos químicos en los
que invirtió hasta el último céntimo. A mi pregunta de si Kiuski no había dado alguna
explicación sobre el origen del polvo que permitía obtener el vidrio de rubí, contestó el
señor Sedmik diciendo que cuando estaba borracho murmuraba siempre: <<El oro es
una basura; todos vosotros lo repetís diariamente, pero no actuáis en consecuencia,
¡estúpidos!>>
Supe que Kiuski se había dedicado también a experimentos referentes al cambio de
color de la materia, concretamente en torno a los colores negro brillo de pluma de
pavo real y blanco de nieve. En cuanto a la materia primaria, nunca dijo nada.
¿Cambio de color? De ella tratan todos los libros de alquimia escritos en la Edad
Media. Tampoco éstos dicen nada sobre la materia primaria, como si se tratara de un
misterio mortal.
La casualidad sigue extraños caminos. Desde entonces me pasaba las noches
enteras leyendo hasta sentir dolor en los ojos, los libros de alquimia que había ido
comprando al azar tratando de averiguar qué demonios entenderían <<los sabios>>
por materia primaria. Al fin encontré la
(P. 93) frase: en los viejos libros del marqués de Trevisana está consignado tal
concepto como <<error>>. Cierto día, un anticuario me envió un viejo libro escrito en
la Edad Media por el conde Marsciano. Hojeé el libro y de pronto <<lo supe>> –sí,
<<supe>>– lo que se entendía por materia prima: ¡excrementos de hombres o
animales!, es decir, <<basura>>, como el bendito Kiuski había dicho certerame nte.
Luego leí una frase explicativa que me dejó nuevamente lleno de confusión: <<Nuestra
materia es amarilla como la manteca, huele a gloria y sabe a dulce como el maná.>>
Lleno de rabia arrojé el libro contra una esquina y sentí de corazón que el adepto
italiano hubiera escapado –con su muerte– a una discusión conmigo. Cuando recogí el
libro vi que estaba incompleto, faltaba un segundo tomo. Escribí a todos los
anticuarios. En vano, nadie lo conocía. Entonces ocurrió una increíble coincidencia:
llegó a mis manos un catálogo de libros procedente de Milán, lo abrí mecánicamente y
leí: Onufrius Marsciano, tomo segundo. Escribí a Milán diciendo que compraran el libro
a cualquier precio. Algunos días después, y por unas pocas liras, la joya estaba en mis
manos; la abrí como si se tratara de la ballena de Jonás. Lo curioso era que en el
interior de la tapa estaba escrito el mismo nombre que en el primer tomo, es decir,

155
que los dos libros habían pertenecido durante siglos al mismo y único propietario. Si
hubiera sido supersticioso habría creído que el viejo Kiuski me los había puesto en las
manos.
Del libro de Marsciano extraje lo siguiente: los excrementos de animales, después
de estar mucho tiempo en la tierra, se convierten en una materia cuya descripción es
la siguiente: ama-
(P. 94) rillo color manteca, olor agradable, dulce como el maná. Desde entonces,
siempre que encontraba en la calle o en el café a un profesor o estudiante de Química
llevaba el diálogo a un terreno que, según creía, era propicio para formular la
pregunta: <<Dígame usted, señor doctor, ¿es posible que las heces fecales, después de
estar mucho tiempo en la tierra, se conviertan en una substancia dulce?>> Un día tuve
la desgracia de formular –por segunda vez– la misma pregunta a un estudiante. Éste se
mordió los labios, su mirada adquirió un matiz de penetrante descortesía y
volviéndome la espalda se marchó, mandándome después a casa dos padrinos. Desde
entonces determiné plantear este problema únicamente a la gente sencilla del pueblo,
que no son tan susceptibles ni se les ocurre entablar duelos. En este punto, la
casualidad se mostró nuevamente solidaria conmigo y con mis sufrimientos. Una
noche me dirigía a casa después de una fiesta del club de regatas vestido con pantalón
blanco de franela y chaqueta azul, adornado el pecho de atleta con medallas
honoríficas del club, que brillaban a la luz de la luna. La calle principal de Praga había
sido levantada y del regazo materno de la tierra emanaban vapores espantosos, pues
las milenarias cloacas habían sido despertadas del sueño del pasado. Animado por la
oportunidad me encaramé a un terraplén y grité dirigiendo mi voz a la bostezante
oscuridad: <<¡Ahoi!>> Un silencio de muerte eliminó al susurro apagado de una bomba
y del fondo del abismo surgió el rey de la noche llevando, como los peces de las
profundidades marinas, una pequeña linterna en la frente. Incliné levemente la cabeza
insertando un florín en la punta de mi bastón de
(P. 95) paseo, se lo alargué al rey; seguidamente se entabló este diálogo:
–¿Ha visto alguna vez Vuestra Penetranza en los campos de Vuestra Actividad una
materia amarilla como la manteca, de olor agradable y de sabor dulce?
–No he visto ninguna materia, pero sí un excremento. Viene muy raramente. Una
curiosidad. Si se presta mucha atención se le puede encontrar. Naturalmente, ya sé lo
que el Señor General quiere, se dice que trae suerte.
–¡Exactamente! Tráigame usted, distinguido señor, lo más pronto que pueda la
mayor cantidad posible. Le daré una propina principesca. Esta es mi tarjeta.
Pasaron unos meses y el aroma del verano se extendió por la ciudad, pues entonces
no había aún automóviles. Estaba en mi despacho reunido con algunas damas bellas y
distinguidas cuando se abrió lentamente la puerta y entró con mirada de bril lante y
sincero triunfo, acariciando con una mano su barba plateada y llevando en la otra una
centelleante cubeta de cobre llena de excremento[,] un anciano. Sus rasgos me
parecían conocidos, pero no pude evitar una suposición: se trata de una figura mític a
de la Antigüedad griega que deseando tomar parte en nuestra virtuosa reunión
aparece al modo de Rau y como una visión, en medio del calor del mediodía. Viendo
que el anciano se dirigía a mí, hablando en un lenguaje checo, deseché mi suposición y
me incorporé halagado, aunque no entendía palabra alguna. Con un gracioso
movimiento de la mano puso la cubeta en un sillón, mientras las damas, poniéndose
los binóculos, se inclinaban.

156
Con ademán triunfante, el anciano de barba
(P. 96) plateada levantó la tapa. Lo que siguió apareció ante mis ojos con una velocidad
de película. Una manada de antílopes escapando ante el rugido de un león no se
hubiera puesto en fuga antes que mis graciosas invitadas. Mudo y rodeado de sus
lastimosas disculpas permanecí en pie ante el temido anciano hasta que éste rompió el
silencio: <<No me atrevía a entrar, pero en este hermoso día, Señor General, nos ha
caído una baza del tamaño de una cabeza. No la he limpiado para que viera usted,
distinguido señor, que es auténti…>>
¿Qué más voy a contar? Los antiguos alquimistas afirman casi unánimemente que el
proceso de preparación del elixir está guardado por infernales poderes y, por tanto,
trae consigo desgracias indescriptibles. Pobreza, enfermedades incurables , muerte
violenta (si [no] se lográ [logra] que la retorta de cristal en que se calienta lentamente
la materia primaria, según lo prescrito, no estalle). Es un hecho que he calentado
durante semanas la materia primaria… Es un hecho que, ante el asombro mío y de mi
consejero químico, se han producido los mencionados y bellos cambios de color hasta
llegar al brillo de la pluma de pavo real. Es un hecho que, cuando un día estaba ante la
retorta, estalló ésta con gran ruido saltándome la <<materia>> a la cara. Repetí el
experimento por segunda vez, pero utilizando una retorta abierta. El cambio de color
se detuvo al llegar al negro. Me parece totalmente incomprensible por qué volvió a
explotar la retorta, aunque el cuello no estaba cerrado y no se podían formar gases
amoniacales, y por qué ocurrió precisamente cuando yo estaba allí.
Es un hecho que al intentar por tercera vez
(P. 97) el experimento fui atacado por una enfermedad horrible que se tenía por
incurable y que sólo después de muchos años va cediendo. Desde entonces no he
vuelto a practicar la alquimia; ¡es mejor ser supersticioso que desgraciado!

__________

(P. 98) [Página en blanco]

(P. 99) ALQUIMIA O IMPENETRABILIDAD.


INTRODUCCIÓN AL TRATADO
DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
<<SOBRE LA PIEDRA DE LA SABIDURÍA>>

El Demiurgo, gran constructor del universo, es indiscutiblemente un artista de vasto


prolifacetismo. No sólo es pintor y escultor, sino también autor de dramas, comedias y
farsas; no admitiendo censura alguna en su actividad, se ocupa gustosamente en
ofrecer toda clase de representaciones de carácter erótico.

157
A veces le gusta escribir obras satíricas, tomando como actores a las pobres
criaturas humanas, a los que, bien sea gratuitamente o pagándoles unos honorarios
miserables, envía a escena.
Una obra satírica de este estilo podría llevar este título: <<Alquimia o
impenetrabilidad>>.
A los ojos de la limitada mentalidad humana, tiene demasiados actos para poder
mantenerse en escena de forma continuada. Sin embargo, es indiscutible que está
escrita con gran habilidad; una y otra vez aparecen momentos de tensión y apenas
experimentamos un ligero signo de aburrimiento cuando el autor, magistralmente, por
medio de amables artimañas provoca en nosotros una atención renovada. Supongo
que el comienzo de la obra hay que situarlo en la juventud del Demiurgo, pues todo lo
que sobre alquimia sabemos se pierde en la noche de los tiempos; nadie se puede
acordar del preludio y del primer acto.
(P. 100) Por el contrario, leyendo los libros de la Edad Media que tratan del arte de
fabricar oro, todos podemos actualizar los actos posteriores. El cuadro que directa o
indirectamente aparece ante nuestros ojos es de una extraordinaria vistosidad y a
menudo nos atrae a una Fata Morgana. Por una parte, vemos una y otra vez, en boca
de sabios irreprochables y testigos veraces (por ejemplo, el famoso holandés Arzt van
Helmont,) cómo fueron llevadas a cabo transformaciones de metales, y se habló de los
efectos de los llamados piedra de la sabiduría; por otra parte, oímos que en aquel
tiempo los engañadores sólo abundaban en las cortes reales donde, mediante
bufonadas y trucos de prestidigitación, pescaban en río revuelto.
Con la invención de la imprenta cae un torrente de libros sobre la afligida
humanidad, en donde muchos, abierta o encubiertamente, afirmaban estar en
posesión del misterio que permite convertir en oro plomo, cinc o mercurio.
Se escribieron muchos libros sobre la teoría de la transformación de metales, y para
mostrarnos la astucia del Demiurgo como escritor teatral esparció chistes aquí y allá
cuando la representación parecía aburrir. Mencionaré brevemente que un cierto Adolf
Helfferich editó, a mediados del siglo XIX, un libro entonces famoso titulado <<La
nueva Ciencia de la Naturaleza, sus resultados y perspectivas>> (Triest, 1857). Con ello,
el señor Helfferich interviene abiertamente en el campo de la alquimia y en sus
afirmaciones. El hecho de que muchas centurias [(¿muchos decenios?)] después un
individuo del mismo nombre aparece en la Historia Universal como presidente del
Banco Nacional que domina magistralmente el arte de transformar meta-
(P. 101) les, concretamente el de convertir oro en papel, es un chiste tan brillante que
sólo un crítico de arte, dejado de la mano de Dios, podría afirmar que no se trata aquí
de una alusión reflexiva e intencionadamente hecha por el directo de la Historia
Universal, sino que es pura coincidencia. Para mí es evidente que el escritor de esta
comedia satírica ha utilizado, en el año 1857, el nombre de Helfferich con el solo
propósito de repetirlo en el año 1917 y dar lugar al chiste.
También, el hecho de aludir a un segundo virtuoso en el arte de transformar
metales, llamado doctor Schacht, el cual actúa a la inversa, es decir, transformando
papel en oro (aunque en porciones mínimas), es digno de un dramaturgo, como el
Demiurgo. En la elección de los nombres que da a sus figuras se aprecia con qué
cuidado y reflexión actúa en la composición de sus obras. Casi todos los hombres
tienen una significación simbólica: Helfferich no es, en modo alguno, alguien que

158
ayuda (14), sino precisamente lo contrario, y el otro lleva el ominoso nombre de
Schacht (15).
Si vemos los libros medievales sobre alquimia, lo cual supone una decisión heroica y
una gran constancia, en todos encontraremos el siguiente aviso: si logras comprender
el sentido de nuestra escritura y el misterio de cómo se obtiene la tintura de oro,
déjate azotar hasta la muerte antes de revelarlo, pues es voluntad que
______
(14) La palabra Helfferi ch signi fi ca literal mente hombre que a yuda o se a yuda a s í mismo. Según pa rece, la
alusión se refiere al políti co Hel fferi ch, que en 1916-17 fue secreta rio del Tesoro na cional . (N. del T.) [¿Habrá aquí,
en la frase <<Casi todos los hombres >>, un error de imprenta y lo que realmente di ce el texto es : <<Casi todos los
nombres>>? (Apos tilla del lector admi rador de la obra -ladlo-)].
(15) Hjalma r Scha cht (1934-37), minis tro del Tesoro na cional . En 1944-45 prisionero en ca mpos de
concentra ción (N. del T.) [Scha cht = pozo, hoyo, foso, fosa. -Apos tilla del ladlo.-].
(P. 102) esto quede oculto. Y este conocimiento de la voluntad divina –lo cual significa
conocimiento de la voluntad del Demiurgo– es también la causa, según los escritores
adeptos de todos los tiempos, de por qué el proceso de transformación de los metales
es presentado de modo encubierto y con palabras oscuras al lector y al aprendiz.
Se siente la tentación de suponer que lo señores escritores se han expresado de
forma tan misteriosa, precisamente porque ellos también desconocían el misterio
mencionado y les gustaba, por otra parte, jactarse de que lo sabían.
Cabe preguntarse si esto sucedía en casos aislados o en la totalidad. Yo, por mi
parte, lo pongo en tela de juicio. Suponer, por ejemplo, que Santo Tomás de Aquino
escribió un manuscrito para hacerse solidario con el mundo laico, en contraposición
con los adeptos de la alquimia, es algo que carece de sentido. Y Tomás de Aquino no
era solamente un hombre de ingenio, claro, sino también uno de los grandes sabios de
su tiempo. No en balde se le ha llamado Doctor Angélico.
A esto responderán muchos que Tomás de Aquino no escribió libro alguno sobre
alquimia y que se trata únicamente de falsificaciones de la Edad Media <<hace tiempo
comprobadas>>.
Quisiera responder que nada de eso está demostrado. Incluso todo hace suponer lo
contrario. A mi entender, el único que ha afirmado que las obras sobre alquimia
atribuidas a Santo Tomás de Aquino son falsificaciones es un cierto Naudé, un francés
que en el año 1712 escribió un libro voluminoso titulado <<Apologia pour les grands
Hommes soupçonnés de Magia>>. En éste, toma a ciertos grandes hombres, y entre
ellos sobre todo a Santo Tomás de Aquino, defendiendo-
(P. 103) les ante la sospecha de haber practicado magia. ¡Como si la alquimia de la que
Santo Tomás de Aquino habla en su manuscrito tuviera que ver lo más mínimo con la
magia!
Evidentemente, existe una clase de <<alquimia>> que es pura magia, pero ésta no
se ocupa en transformar plomo en acero, sino en convertir hombres animal es en
<<hombres dorados>>.
Hay algún libro que, por su contenido y método, es considerado como químico-
alquimista, aunque no tiene nada que ver con ésta, sino únicamente con un proceso
mágico que pertenece al terreno del yoga o bien al de una <<masonería mística>>.
Ahora bien, es indiscutible que Santo Tomás de Aquino no practicó en absoluto
<<masonería>> alguna. De la misma manera, no es necesario defenderle contra el
reproche de que se interesaba por la transformación de metales o de que –como se
deduce del presente tratado dedicado a su amigo, el hermano Reinaldo– se hubiera
ocupado, incluso con éxito, de la alquimia. Pues, por otra parte, la químico-alquimia

159
(no la masonería mágica del rosario), ni en tiempos de Santo Tomás de Aquino ni
después, fue prohibida por la Iglesia. Como es conocido, incluso ha sido practicada por
numerosos prelados católicos. La única <<prueba>> que el mencionado Naudé alega
contra la autenticidad de los escritos de Tomás de Aquino se puede resumir en las
siguientes palabras: está fuera de duda que un hombre de tal sabiduría y virtuosa vida
como Tomás de Aquino, que además en el año 1333 fue declarado santo, pudiera
haberse ocupado de la alquimia.
Es un hecho conocido que Tomás de Aquino fue discípulo de Alberto Magno, quien,
como todo
(P. 104) el mundo sabe, era un alquimista convencido y apasionado. ¿Es posible que
los dos hombres nunca hablaran de alquimia? ¿O que teniendo diversas opiniones
sobre el tema [nunca ] hubieran discutido? Si [no] hubieran tenido la misma opinión, ¿no
es evidente que Tomás de Aquino habría escrito sobre ello?
Si comparamos el estilo de sus escritos alquimistas con sus tratados escolásticos
encontramos en ambos la misma concisión, la misma claridad en la expresión. Sólo
alguien que quiera dudar sistemáticamente afirmará que existe una falsificación.
Además, en los escritos alquimistas de Tomás de Aquino no aparece ningún
anacronismo, o algo parecido, que sirva como punto de apoyo para afirmar que no es
el verdadero autor.
El mencionado francés Naudé afirma, para apoyar su teoría, que el nombre de
Tomás de Aquino fue utilizado por un autor anónimo para hacer una falsificación.
Agrega que Tomás de Aquino se expresó abiertamente contra la posibilidad de
transformar metales en su libro <<Distinct.7 quast, 3 – art. 1, ad. 5>>. Pero leamos en
la obra <<Sancti Thomáe Aquinatis in quotuor libros sententiarum Petri Lombardi,
1659>>; en ella encontramos textualmente la opinión de Santo Tomás sobre la
<<posibilidad>> de transformar metales:
<<Alchymistae faciunt aliquid simile auro quantum ad accidenta exteriores: sed
tamen non faciunt verum aurum: quia forma substantialis auri non est per calorem
ignis, quo utuntur alchymistae sed per calorem solis, in loco determinato ubi viget
virtus numeralis: et ideo tale aurum non habet operationem consequentem speciem:
et similiter in aliis, quae per corum operationem
(P. 105) fiunt>> (<<Los alquimistas hacen algo parecido al oro, en lo que se refiere a los
accidentes exteriores; pero no es verdadero oro, pues el oro no debe su esencia al
calor del fuego que utilizan los alquimistas, sino al calor del sol, cuya fuerza actúa en
un determinado punto. Por tanto, el oro fabricado por los alquimistas carece de las
propiedades correspondientes a su apariencia. Algo parecido sucede con todas las
cosas que son producidas por medio del arte de la alquimia>>).
Quien tenga algunos conocimientos de la teoría empleada por los antiguos
alquimistas admitirá que el autor de las palabras anteriores –Tomás de Aquino–
prueba al hablar así cuán profundos eran sus conocimientos sobre el <<arte de fabricar
oro>>. Paracelso, por ejemplo, no discrepaba mucho, comparado con Tomás de
Aquino, en lo que se refiere al oro natural y al oro artificial; ambos parten de un pun to
común: <<el calor del sol>> (no está lejano el tiempo en que nosotros, los modernos,
digamos: el fugaz elemento de la luz solar llamado <<emanación>>), es el productor
del oro natural.
Aunque en el fondo no se trata de que Tomás de Aquino, con su teoría del
<<calor>> del sol tenga razón o no, quisiera decir algo sobre este punto. En lo que se

160
refiere a un experimento efectuado a mediados del siglo anterior por un tal Tiffereau y
que consistió en transformar plata en oro por medio de los rayos solares, ha blaré de él
después detenidamente.
En los últimos decenios, todo químico arrugaría el entrecejo si se afirmara que el
calor del sol produce oro en el seno de la tierra. Es un hecho <<conocido>> que el oro
sólo puede <<surgir>> como elemento bajo la acción de un fuego terrestre de
(P. 106) alta graduación; sería la contestación de nuestros hombres sabios. Hoy se es
más cauto en lo que se refiere a estos juicios negativos.
El descubrimiento del elemento <<emanación>>, con sus extrañas y cambiantes
propiedades, da mucho que pensar. Parece como si la antigua y despreciada alquimia
volviera lentamente a ocupar su puesto honorífico. Volviendo a mi idea favorita de la
obra teatral del Demiurgo, lo anteriormente dicho ha sido solamente un <<momento
de tensión>>. Ha entremezclado escenas en las cuales el alquimista medieval es
presentado como embustero y loco.
Qué gran sorpresa se llevará el <<público>> cuando poco antes de caer el telón se
da cuenta: [que] no solamente estaban cuerdos, sino que de forma incomprensible se
habían adelantado un largo trecho, a su siglo. Ya se entienda por <<público>> las
pobres criaturas humanas o los dioses del Olimpo, en todo caso constituirá una gran
sorpresa. Desgraciadamente, con nuestros defectuosos sentidos no podemos ver
cómo el excelso autor sale al escenario y se inclina agradecido.
¡Pero presiento que vendrá un fin de acto mucho más sorprendente que éste!
Como ya he mencionado, escriben los alquimistas que si un adepto revela con
palabras no encubiertas la misteriosa fórmula de la piedra de la sabiduría pone en
peligro algo así como la salvación de su alma. Posiblemente este miedo a la
profanación proviene de los antiguos egipcios y su casta sacerdotal, los cuales todavía
no tenían idea del bendito socialismo actual y castigaban con la muerte a todo aquel
que se atreviera a manifestar ideas marxistas, lo cual era algo así como echar
margaritas a los puercos.
(P. 107) En todo caso, es un hecho que si alguien hubiese revelado cómo partiendo
del plomo, cinc, mercurio, cobre o plata se puede obtener fácilmente oro, esto hubiera
influido decisivamente en la economía. Dicho brevemente: el Demiurgo no podía
aceptar que una comedia satírica tan brillante tuviera un final tan precipitado y
violento. Probablemente ha dicho para sí: <<Ahora quiero aumentar un poco la
tensión de mis respetables espectadores>>, y extendiendo un poco la duración de las
escenas se aproxima picarescamente el momento del <<desenlace>>.
De pronto aparecen en el escenario dos nuevos actores: el químico inglés
Rutherford y el sabio berlinés profesor Miethe. Creo haber oído que procedente de los
bastidores orientales ocupará el centro de la escena un japonés cuyo nombre no he
entendido.
Los tres han logrado producir oro artificialmente, aunque desde luego sólo en
mínimos vestigios. En el sentido del Demiurgo, es natural que sólo puedan obtenerlo
en vestigios, y pasará un rato hasta que el director de la palabra clave: ¡ahora
transformación!
Entonces aparecerá en los periódicos una noticia sensacional. Algo así como: <<El
conocido químico profesor doctor X Y Z ha enviado un telegrama que hacemos público
con reservas, según el cual ayer por la noche ha logrado obtener un procedimiento
químico artificial que permite obtener oro puro partiendo de materiales tan baratos

161
que el precio del metal estará muy por debajo del plomo. Naturalmente, este
procedimiento no tiene en absoluto nada que ver con las antiguas y olvidadas
supersticiones de los alquimistas. Por el contrario, parte de una base puramen-
(P. 108) te científica, y es halagüeño que por medio de este nuevo triunfo de la ciencia
moderna se aclare un tema que estaba sumido en tinieblas medievales.>> (Nota
escenográfica: Rizas en el público.)
Los periódicos de la tarde complementarían esta mala noticia en la forma siguiente:
<<¡Curiosa coincidencia de casualidades! Esta mañana dimos la sensacional noticia
de que la ciencia ha logrado obtener oro puro por medios sintéticos; según un cable
recibido, la noticia queda plenamente confirmada. El artículo de fondo de nuestra
sección financiera, que señalaba los efectos decisivos del descubrimiento, en la
economía de las naciones cultivadas, planteando de nuevo el problema del Dawesplan
(16), que estaba ya en imprenta, cuando recibimos una noticia, no menos interesante.
Según ésta, los campos de oro de Canadá, con sus enormes riquezas, han sido abiertos;
de tal modo que la cotización de oro en la bolsa de Wallstreet, ha sido borrada,
consecuentemente, el oro se puede considerar completamente desvalorizado (gritos
jubilosos y enormes aplausos procedentes del público). La comedia satírica toca a su
fin, pero inmediatamente es anunciada una nueva obra del dotado comediógrafo
titulada:
<<El espiritismo, o: ¿Son los muertos? ¿No lo son? ¿O lo son solamente aquí y allí?
¿O se trata sólo de un engaño? O bien: el intrincado subconsciente, etc.>>
El primer acto tuvo lugar hace ochenta años. Será un drama. Empezará anunciando
el albo-
______
(16) Plan de presupuesto na cional pa ra repa ra r los daños ocasionados en Alemania después de la primera
guerra mundial . (N. del T.)
(P. 109) rear de un tiempo nuevo; terminará con una apoteosis diabólica. Utilizando
todos los medios de una rica escenografía: diabólico fuego sexual, noche y
desesperación.
Volvamos a los escritos alquimistas de Tomás de Aquino.
Las infundamentadas afirmaciones del mencionado Naudé no podían,
naturalmente, quedar sin réplica.
Poco después de imprimirse la obra de Naudé, apareció un escrito en contra, obra
del capuchino predicador Jacques d’Autun, titulada: <<Sobre la
[(Apos tilla del lector admi rador de la obra –ladlo.-), después de <<Sobre la >>, que es donde finaliza el renglón,
el siguiente comienza con la termina ción de palabra : <<ciente>>; se ve cla ramente que el i mpresor se ha saltado un
renglón completo. Me he preocupado de a veri gua r, a tra vés de i nternet, el títul o de la obra, en francés , y es el
siguiente: L’INCREDULITE SAVANTE ET LA CREDULITE IGNORANTE. Que puede ser traducido al español como: Sobre
la incredulidad erudita (o sabia) y la credulidad ignorante (o deficiente).
Debo añadi r que el traba jo de i mprenta, de esta edi ción, es mediocre, tiene muchas incorrecciones , por
ejemplo, en la pá gina anteri or, hablando del Demiurgo como autor, lo denomina <<comediágra fo>> en vez de
comediógra fo; en la p. 111 es tá la erra ta : <<enconcontrando>> y <<sentenido común>>; palabras así, las corri jo y ni
<<Sobre la
siquiera hago anotaci ón ya de ello. Paso a continua ción tal y como continúa el texto a pa rti r de:
incredulidad erudita o sabia y la credulidad ignorante o defi -]
ciente, referente a la magia y brujería, así como una réplica al libro titulado Apología,
etc. (de Naudé), editado, según se dice, para defender a grandes hombres que habían
sido considerados, falsamente, como adictos de la magia (Lyon, Jean Molin, 1671). En
esta obra se subraya en pocas palabras la autenticidad de los escritos de Tomás de
Aquino.

162
Por el contrario, el tema es tratado detenidamente por el padre franciscano
Castaigne, doctor en Teología, Abad de Sou, director espiritual del Rey de Francia,
hombre cuya fe, estrictamente católica, nadie puede poner en duda.
En sus obras de medicina, así como en las de contenido químico, este franciscano
escribe entre otras cosas (París, Jean d’Houry, 1961 [¡!!, -otra erra ta- ¿1691?]):
<<Que diremos de este gran Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, de la orden
del Reverendo Dominico, autor de la excelsa obra La obtención del aurum potabile!
Poseo el original manuscrito de su puño y letra, que empieza con las palabras: “Sicut
lilium inter spinas”.
Y cuando caritativamente quería ayudar a los enfermos, ¿no habría algún médico de
su tiempo
(P. 110) que se lo reprochara? Evidentemente él hubiera respondido: “tanto
dinaso”.>>
Entre todos los autores que escribieron sobre las obras alquimistas de Tomás de
Aquino parece que fue el Abbé Leuglet de Fresnay, muy conocido en este terreno,
quien las ha entendido mejor. En su <<Historia de la filosofía hermética>> (1742),
escribe lo siguiente:
<<Confieso que un celo desmedido ha llevado a separar algunos tratados como no
pertenecientes a la obra de este hombre famoso (Tomás de Aquino), pero también
existen otras obras que son indiscutiblemente auténticas. Su “Tesoro de la Alquimia”,
dedicado al Frater Reinaldus, así como a sus amigos y compañeros, trata únicamente
de exponer una singular filosofía secreta que, según dice expresamente, es fruto de las
enseñanzas de Alberto Magno, al cual declara su maestro en todas las cosas y
especialmente en lo que se refiere a la ciencia.>>
Este tratado comprende solamente ocho páginas, pero es lo mejor que sobre este
campo he leído.
Hay una nota que dice: <<Para aquel que lo entienda>> (!!!).
(¿No será esto una alusión a la legendaria <<disciplina arcani>>?)
Estas palabras, de uno de los más eruditos historiadores en el terreno del
hermetismo bastarían para poner en su sitio los escritos alquimistas de Tomás de
Aquino, que hoy están completamente olvidados.
Qué posición se adoptará ante la pregunta: ¿Han existido realmente alquimistas
que han logrado obtener oro?
¿Hay en los viejos escritos alquimistas, alguna
(P. 111) fórmula que, aunque sea de modo encubierto (encontrando la llave de la
alegoría que encierran), revela cómo lograr la transformación de metales?
Se identifica la tintura o el polvo (que, como dicen en general los libros y escritos,
dan lugar a la transformación de metales), con la llamada piedra de la sabiduría o
<<medicina universal>>.
La contestación a tales preguntas encierra gran dificultad y apenas se puede hacer
otra cosa que conjeturas. El sentido común nos dice: ¿Por qué un hombre que ha
logrado obtener oro artificialmente se va a molestar en dar de modo encubierto la
receta de que se ha servido?
A esto sólo cabe contestar: no podemos aplicar a hombres de otro tiempo el mismo
patrón de medida que al hombre medio actual. ¿No está escrita la Biblia de modo
simbólico? ¿No ocurre lo mismo con el Kabbala [la Cábala], los antiguos escritos hindúes,
las prescripciones del yoga, los Eddas y tantos otros libros [?]. No es ésta la ocasión de

163
analizar los motivos que llevaron al hombre de la antigüedad y de la Edad Media a
referirse a los hechos misteriosos, extendiendo sobre ellos un velo simbólico, ya que el
hacer este análisis implicaría escribir todo un libro.
Baste decir aquí que los autores de estos escritos partían de la siguiente base:
Quien no tiene la intuición suficiente para descubrir por sí mismo el misterio, no es
digno de poseerlo por otros medios. El que actúa de modo intuitivo es digno, en cierta
medida, de poseer el misterio, pues para despertar una intuición aguda es necesario
mucho esfuerzo, constancia y un celo ardiente, que no se deje asustar por fracaso
alguno. Dicho brevemente: existen las mismas prescripciones
(P. 112) que en el camino hacia el yoga. O bien: los autores, temiendo hacerse
responsables, ponían el misterio en manos de aquel que tuviera suficiente intuición.
Las premisas de un modo de actuar tan precavido son las de un autor que se sabe
poseedor del misterio. Si así no fuera, se expresaría en un lenguaje encubierto, para
ocultar su ignorancia, y ello daría lugar a un necio secreto. Este modo de actuar es,
como antes he dicho, impropio de hombres como Paracelso, Tomás de Aquino y otros.
Llegamos, por tanto, a la siguiente conclusión: efectivamente, han existido hombres
que poseían el secreto.
Cabe preguntarse ahora: ¿Es un hecho cierto que estos hombres fabricaron
realmente oro? Leyendo los escritos sobre las supuestas transformaciones, uno no sale
de su asombro. Consignaré uno de esos informes al final de esta introducción.
El lector podrá entonces juzgar por sí mismo.
Entre los numerosos informes hay uno que dice: era un polvo rojo, por medio del
cual el alquimista Soundso fabricaba oro, introduciéndolo en plomo derretido, zinc o
mercurio, previamente calentado. La masa se convertía entonces en un polvo gris y
después en un líquido rojo. Los escritos afirman asimismo que no es difícil obtenerlo,
sólo es importante saber con qué materia básica –ellos la llaman materia prima– se
debe empezar.
Yo mismo me esforcé indeciblemente hace años en averiguar lo que entendían
estos señores por materia prima. Durante mucho tiempo creí que sólo trataban de
tomar el pelo a unos cuantos de infelices. Muchos alquimistas estafadores no tenían
otra cosa que hacer más que em-
(P. 113) borronar libros, bien para hacerse los interesantes o para sacar dinero a unos
cuantos primos.
Un viejo libro de alquimia titulado <<Clavícula>>, en el que se distinguían por sus
nombres los auténticos y los falsos alquimistas, me ayudó a conocer a grandes rasgos
las obras sospechosas de engaño. A pesar de ello tardé mucho tiempo en encontrar
una luz que me permitiera saber qué se entendía por materia prima.
Pronto entendí que de cien alquimistas, noventa entendían por <<materia prima>>
excrementos humanos o animales, pero en lo que se refiere a la pintura exterior de
esta materia poco simpática, no había consonancia. Por ejemplo, ¿desde cuándo esta
<<materia despreciable>>, que los granjeros suelen traer a casa adherida a sus batas,
es <<amarilla como la manteca>>, de <<olor agradable>> y <<sabor dulce>>?
Concretamente, así la describió con elocuentes palabras un alquimista que me influyó
especialmente y cuyo nombre es Onophrius de Marsciano.
Por casualidad, un día llegué a la siguiente conclusión: cuando los alquimistas
<<serios>> hablan de una materia prima omiten casi todos que existe una materia
prima próxima (o fácil de obtener), y una materia prima remota o sólo obtenible por la

164
acción de la intemperie (<<calor del sol>>). Sólo esta última es apropiada para
empezar el proceso. Si se emplea la primera clase es necesario una gran cantidad que
generalmente sólo existe en las cañerías. La materia prima remota, por el contrario, se
encuentra en cloacas existentes desde hace varias centurias.
Ahora bien, he podido comprobar que en tales cloacas se puede encontrar, aunque
muy raramente, una curiosa materia del tamaño de un
(P. 114) puño y amarilla como la manteca. Con ocasión de la apertura de una cloaca
milenaria en Praga, logré obtener, mediante <<la amistad del rey de la noche>>, un
trozo del tamaño de una nuez. A la manera de los viejos alquimistas, lo calenté en una
retorta, manteniendo durante semanas un calor constante. Estaba muy intrigado por
saber lo que sucedería; no creía en el verdadero resultado del proceso, por lo cual no
me hacía ilusión alguna; sólo quería ver si, como decían los alquimistas <<filósofos>>,
se producía en la retorta un determinado cambio de color: negro, irisado, es decir, la
coloración de un pavo real con la cola desplegada en abanico.
Con gran sorpresa mía, se produjo realmente el cambio de color anunciado. El
químico a quien consulté no me pudo explicar la causa científica del fenómeno.
El final de la canción es poco alegre. Mi curiosidad iba en aumento cuando un día se
rompió la retorta con gran estruendo en el preciso instante en que yo me encontraba
ante ésta: la materia remota, cuyo comportamiento había sido hasta ahora
prometedor, me saltó a la cara manifestando su agresividad.
Me fue imposible repetir el experimento, pues no pude hacerme con otro trozo de
materia remota.
Un químico formado científicamente razonaría probablemente de la siguiente
forma: Si los viejos alquimistas partían de este excremento descompuesto y parecido a
la <<manteca>>, es claro que no obtuvieron resultados dignos de mención, pues los
excrementos, descompuestos o no, no son una materia unitaria y no pueden producir,
por lo tanto, ningún elemento simple.
(P. 115) Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con este razonamiento.
Naturalmente, no creo que de materias animales o vegetales (excrementos) se puedan
obtener minerales, como dicen los viejos libros alquimistas, pero estoy convencido de
que, en el regazo terrestre se encuentran materias minerales, y me refiero
concretamente al <<mineral>> llamado Struvit. Este es un mineral muy poco conocido
que, según mis conocimientos, sólo se encuentra en las ciudades alemanas de
Hamburgo, Dresde y Braunschweig, ¡en las cloacas milenarias! Por lo tanto, procede
directamente de excrementos.
El Struvit, llamado también Ulex, es, según Hausman, ¡termoeléctrico polar,
frecuentemente amarillo y cristalizado!, propiedades que, si se tratara de una materia
de origen animal o vegetal, ¡serían extrañas en grado sumo!¿Queda realmente
descartado que este Struvit no es un <<elemento>> –digamos vagamente de
magnetismo o humanizado– que puede tener cierta similitud con el elemento
<<emanación>>, cuyas propiedades de transformación son verdaderamente
extraordinarias?
Existe otro elemento similar al Struvit, presentándose también cristalizado, sólo
aparece en excrementos <<animales>>, concretamente en el guano, de donde viene el
nombre de guanit. ¡Es bastante extraño que, a pesar de tener el mismo origen animal,
se distinga en muchos puntos del Struvit!

165
La mayoría de los alquimistas aseguran que partiendo de la mencionada materia
prima han obtenido no sólo un elixir transformador de metales, sino también una
medicina universal, que puede curar todas las enfermedades. La conse-
(P. 116) cución de ambas tinturas es en cuanto se refiere al fundamento del proceso la
misma; sólo al final de éste y cuando se quiere obtener una substancia transformadora
de metales, hay que agregar oro puro en pequeñas proporciones y derretirlo bajo un
calor de considerable gradación. De este modo, el oro natural resulta <<aumentado>>,
produciéndose una especie de <<superoro>>.
Volvamos ahora a los escritos medievales y a otros posteriores que informan de
transformaciones metálicas y de la existencia de una especie de elixir de la vida.
No hay duda de que la mayoría de estos escritos está muy cerca de la exageración y
de una observación que, intencionada o no, puede ser falsa. En un libro de Güldenfalck
casi agotado se encuentra una gran colección de informes sobre el tema. Lo posee un
amigo mío, residente en Hamburgo; quizá un día le reeditemos en común.
Quisiera señalar aquí, en forma concisa, algunos escritos que merecen ser tomados
en cuenta.
1. Van Helmont. –La misma significación, que Lutero y Melanchthon, tienen en el
campo de la transformación religiosa, es atribuible a Van Helmont en la reformación
de la medicina y [la] antropología; ambos fueron en su tiempo (siglos XVI y XVII) sabios
de primera fila.
Van Helmont, el viejo, escribe en su obra Demostración de una tesis: <<Pues he
tenido varias veces en mi mano la piedra del oro y he visto con mis propios ojos cómo
transformaba en oro mercurio corriente, el cual estaba en una proporción de varios
millares de gramos, por una cuarta parte de oro; éste estaba en forma de un polvo
pesado, de color azafranado, que brillaba como pequeños cristales de vidrio roto.
Amasé este polvo
(P. 117) con un poco de cera, obtenida de una carta, para que no se esparciera. Arrojé
la bolita resultante en un crisol donde estaba cociendo medio kilo de mercurio que
acababa de comprar. El metal empezó a cocer, emitiendo un ruido característico y
reuniéndose en una masa compacta, aunque la intensidad del color era tal que el
plomo derretido no se hubiera solidificado. Cuando avivé el fuego, por medio de un
fuelle, se derritió el metal y al verterlo en un recipiente obtuve ocho onzas de oro
puro: ¡una parte de polvo de oro había transformado 19.186 partes de metal en oro
verdadero!>>
En la obra Vita alterna dice lo siguiente: <<Varias veces he visto y tocado este polvo:
arrojé un cuarto de gramo en un crisol donde había calentado ocho onzas de mercurio;
inmediatamente el mercurio adquirió un aspecto como de cera amarilla. Cuando por
medio del fuelle le volví a derretir, obtuve ocho onzas, es decir, ¡once gramos de oro
puro!>>
Asimismo, en Arbor Vitae: <<Aquel que por primera vez me dio el polvo
transformador tenía tanto que podía obtener cien mil kilos de oro. Me dio
aproximadamente medio gramo, con lo cual convertí nueve onzas de mercurio. Un
extranjero que durante una noche fue mi huésped me había dado la misma cantidad.
Según Schmieder, este extranjero era un irlandés llamado Butler, que, según
Helmont, poseía una piedra amarilla y porosa, con olor a sal de mar cocida, que,
dándosela a lamer a un monje enfermo de erisipela, pasada una hora se encontró

166
sano. También la esposa de Helmont, que padecía varices en ambas piernas, resultó
curada. El mismo Van Helmont, que a consecuencia
(P. 118) de un veneno, estaba paralítico y gravemente enfermo, fue curado después de
un largo tratamiento.
Una de las más famosas e irreprochables transmutaciones en la Historia de la
Alquimia es la que llevó a cabo en La Haya, el erudito médico de cabecera del Príncipe
de Orange, Juan Federico Helvetius. Este era al principio enemigo de la alquimia, a la
que en varios escritos calificaba de ridícula. Después, y a través de un desconocido que
le visitó, obtuvo un conocimiento más profundo, retractándose de sus afirmaciones
anteriores en una obra titulada: Vitulus aereus quem mundus adorat et orat,
Ámsterdam, 1677, 1702, 1705.
[2.] Helvetius escribe (consignado aquí en pocas palabras) lo siguiente: <<Una tarde
del año 1666 vino a mi casa un hombre desconocido de aspecto francés, figura seria
(aunque mal vestido), altura mediana y rostro alargado, sin barba, su pelo era negro y
liso, y según me pareció debía tener unos cuarenta y cuatro años. En cuanto a su
origen, provenía seguramente del norte de Holanda o de Batavia. Después de
saludarme amistosamente solicitó con toda cortesía que le dejara entrada libre en mi
casa, pues él no podía ni debía hacerlo sin obtener de mí este permiso. Continuó
diciendo que un buen amigo mío le había dado oportunidad de entablar conocimiento
conmigo; había leído –dijo– algunos de mis artículos, concretamente los que escribí
contra el famoso polvo del señor Digby’s, donde exponía mis dudas acerca del
verdadero secreto del sabio. Entretanto sacó de una bolsa una cajita de marfil,
adornada artísticamente, de donde a su vez extrajo tres grandes trozos del tamaño de
una nuez,
(P. 119) que por el color parecían de cristal y tenían todavía adheridas las astillas de
azufre amarillo procedentes del crisol en el que dicha materia había sido licuada y cuyo
valor calculo que equivaldría a unas veinte toneladas de oro.>>
<<… Entretanto, pedí cera amarilla para envolver la materia (una cantidad mínima),
puse en el crisol aproximadamente uno o uno y medio gramos de plomo; mientras
tanto, mi mujer envolvió la materia de piedra en la cera, haciendo con ella una bola,
que arrojó al crisol. Esta manifestó su acción en forma de silbidos, susurros y pompas
de aire; pasado un cuarto de hora, toda la masa de plomo se había convertido en
¡precioso oro puro! Aunque hubiera vivido en tiempos de Ovidio no me habría
figurado ni creído una transformación química semejante. En el mayor estado de
excitación, me dirigí con todos los presentes a casa del orfebre, presentándole el oro
conseguido. Después de efectuar el examen correspondiente, afirmó que se trataba de
oro tan puro que no existía en el mundo ninguno que le superara en calidad; asimismo
manifestó que pagaría gustoso 50 florines por cada onza.>>
El profesor de química Johann Contad Barchusen de Leyden, así como Benedikt
Spinoza, recibieron este escrito confirmado por el mismo Helvetius.
3. Kunkel Von Löwenstern, uno de los químicos más significativos de todos los
tiempos, realizó un experimento extraordinario, que por desgracia no consiguió
repetir. El experimento es calificado de singular, por cuanto en él se habla (como
símbolo) de una materia vegetal. Por otra parte, en los viejos escritos asiáticos, se
afirma
(P. 120) insistentemente que para elaborar la <<tintura de oro>> fueron utilizadas
plantas.

167
Kunkel Von Löwenstern escribe:
<<Sobre este punto deseo contar una historia: En Ungerland crece una planta de un
bonito color verde (¿aludirá quizá Löwenstern al vitriolo solidificado?), con flores
blancas y amarillas. Cuando se la quema, las cenizas resultantes son rojas. Como el
ácido acético disuelve la orina, la sustancia útil se queda flotando en la superficie y la
parte inservible se va al fondo; así, el aceite que sobrenada tiene la propiedad de teñir
en una proporción del 80 al 10 por 100. Ahora se puede comprender fácilmente con
qué celo he buscado el aceite mencionado. En una ocasión utilicé diferentes clases de
vitriolo, así como acetona destilada y no destilada; habiendo transcurrido el tiempo sin
que se produjera fenómeno alguno, lo vertí en diferentes vasos, que coloqué en la
ventana abierta de mi dormitorio, donde daba el sol (!!!) diariamente. Ocurrió
entonces que por mandato de mi bondadoso señor hube de marchar a las montañas,
donde permanecí tres meses (!); cuando a mi vuelta abrí la puerta de la habitación
percibí un olor agradable, como si hubiera allí algo de ámbar y almizcle. Fui hasta los
vasos que había dejado y vi que sobrenadaba una bella gotita roja de aceite. Lleno de
alegría y admiración, visité inmediatamente a su excelencia el señor barón Heinrich
Von Friesen, quien conocía el experimento. Me acompañó en seguida al laboratorio y
apenas abrí la puerta dijo: ¡Que aroma tan agradable! (a pesar de que yo no le había
dicho nada). Después de deliberar sobre el modo de separar la gotita, inclinamos un
poco el vaso y la gota se adhirió a la pared de éste. Tomé
(P. 121) entonces un trozo de plata y disolviéndolo en agua fuerte lo precipité por
medio de cobre y absorbí el calcio. Entonces supe con certeza que no se trataba de
plata con apariencia de oro (!). Tomé medio gramo y lo puse en un pe queño crisol;
luego, absorbiendo la gota por medio de un algodón la puse también en el crisol. Con
un soplete derretí el otro medio gramo. Entre tanto, habíamos calentado la estufa de
pruebas. Después de disolver la gotita en la plata lo vertí en un recipiente y ésta quedó
separada de la plata, quedando un fondo de calcio. Como resultado obtuvimos una
gotita de precioso oro, con lo cual ambos nos llenamos de alegría. El señor barón tomó
el oro obtenido como un objeto curioso en extremo, pues había tenido la paciencia de
presenciar el proceso desde el principio al fin. Desde entonces he desperdiciado
algunos litros de acetona, pero nunca he podido obtener una gota de oro como
aquella>>.
4. Para terminar consignaremos un informe de nuestro tiempo. Procede de un
químico francés, llamado Tiffereau, que vivió en París a mediados del siglo XIX. Sus
experimentos no son dignos de crédito; los menciono aquí porque sus teorías sobre
transformación de metales me parecen interesantes.
Propuse hacer una demostración ante la Academia de Ciencias de París. Esta lo
rechazó. Lo cual, naturalmente, no dice nada en contra de Tiffereau. La Academia
francesa ha rechazado muchas cosas de diferente índole. Tiffereau hizo estudios en
Méjico y California sobre las diferentes formas en que se presentan el oro y la plata.
Asegura haber transformado el hierro en cobre, el cobre en plata y la plata en oro.
(P. 122) Tiffereau escribe: <<La existencia de nitrato sódico, de combinaciones de
yodo, bromo y cloro y de pirita de hierro y nitrato sódico, así como el hecho de que el
contacto de todas ellas y el influjo de la luz y el calor provocan efectos eléctricos y
descomposición de los metales existentes en la corteza terrestre, me hace suponer
que los metales se producen de esta forma.>>

168
En mi opinión, los procesos que producen la transformación de metales, son de
naturaleza extremo complicada. La combinación de pirita de hierro y de oxígeno
desempeñan un importante papel. El calor, la luz y la electricidad permiten y favorecen
en cierto sentido la combinación de una materia milenaria, aún desconocida, que
constituye los metales. Todo me hace suponer que esta materia es el hidrógeno; el
nitrógeno parece actuar sólo como fermento (como ocurre de hecho en los procesos
de fermentación de materia orgánica). La combinación del oxígeno y su –en cierto
sentido– aleación con la llamada <<materia básica>>, bajo la acción de una materia
nitrogenada (excrementos), me parece que constituye la clave de la transformación de
metales.
Partí de un hecho que se puede repetir fácilmente: si se mezclan limaduras de plata
pura con otras de nitrato sódico durante un rato persisten algunas partículas de plata y
sólo después de algunos días desaparecen. Si arrojamos ahora limaduras de plata pura
en un tubito de ensayos de cristal de 4-5 milímetros de diámetro y 10-15 milímetros de
altura, conteniendo 36 grados (la tercera parte de su espacio) de nitrato sódico, se
encontrará, que un cierto porcentaje de plata, a pesar del gran calor existente no se
disuelve. Si trabajamos ahora con una aleación de nueve dé-
(P. 123) cimas partes de plata y una décima de cobre, se producirá una viva reacción y
una cierta cantidad permanece indisoluble. Actuando sin el influjo de la luz solar,
obtenemos exactamente el mismo resultado. En todos estos experimentos aparece
además del metal indisoluble un precipitado marrón, también indisoluble. Variando la
cantidad del ácido o exponiendo la solución más o menos tiempo al calor del sol (!),
obtuve unas partículas metaloides, que incluso en el nitrato sódico de ebullición
permanecían indisolubles. Por el contrario, se disolvían en el agua corriente.
Comparando estos experimentos, llegué a la siguiente conclusión:
–1. Una pequeña limadura de oro en la solución, facilitaba la producción de oro
artificial. –2. Que la plata pura es más pesada que las aleaciones de oro con otros
metales. –3. Que en la transformación de metales, la catálisis desempeña un cierto
papel. –4. Que el cloro, bromo, iodo y azufre, en presencia del nitrógeno y
combinaciones de oxígeno, favorece la transformación. –5. Que el ozono parece actuar
positivamente. –6. Que una temperatura de 25 grados (los antiguos alquimistas
tendían siempre a emplear estos grados) es la más idónea para llevar a cabo el trabajo.
–7. Que cuanto más despacio se desarrolle el trabajo, más favorable será el resultado.
Los experimentos de Tiffereau, que fracasaron en Francia, tuvieron éxito en Méjico,
lo que éste atribuyó al efecto intensivo de la luz solar. Pero aun sin la influencia del sol,
asegura haber fabricado oro. Tiffereau escribe lo siguiente:
<<Mezclé 12 partes de ácido sulfúrico y dos partes de nitrato sódico de 40 grados,
llenando con éste el tubo de ensayo hasta la cuarta parte de
(P. 124) su contenido. Luego puse limaduras de plata y cobre; de éste último, sólo una
décima parte con relación a la plata. Pronto la solución adquirió una bella tonalidad
violeta. Hice hervir el contenido manteniéndolo así durante varios días, con lo cual,
progresivamente, fue convirtiéndose en ácido sulfúrico concentrado, mientras el
nitrato sódico fue diluyéndose. El largo tiempo de cocción me parece necesario, pues
ambos ácidos forman una unión muy acusada y mientras ésta exista no se deposita el
oro. Si después de varios días de cocción se agrega algo de agua, aparece una débil
reacción de gases nitrato-sódicos, lo que prueba que el ácido sulfúrico concentrado
tiene más relación con el agua que con el nitrato sódico. Para separar los vapores de

169
nitrato sódico es necesario agregar un poco de ácido sulfúri [c]o amoniacado y dejarlo
hervir un rato. En este experimento parece que el oro se hace manifiesto por medio
del gas nitrato sódico, pues a medida que éste disminuye, el oro se precipita en forma
de finas escamas; al enfriarse el recipiente, éstas se colocan en las paredes del vaso.
He efectuado esta prueba incontable número de veces, obteniendo siempre los
mismos resultados.>>
Dejo dictaminar a los químicos de renombre si esta fórmula de Tiffereau es falsa o
correcta. Posiblemente sólo ha separado de la plata el oro que existía ya en ésta. No
quiero revolucionar la alquimia con un concepto nuevo. En todo caso me parece que
Tiffereau ha desempeñado un cierto papel en la obra teatral del Demiurgo. Tanto si ha
aparecido como payaso o proyectando la sombra del gran autor, mi tarea no consiste
en averiguarlo.
Este escribirá otras muchas obras no menos
(P. 125) interesantes. Actores tiene en abundancia, mientras nosotros, los hombres, no
hagamos lo que el Buda Gautama sugiere en estas palabras:
<<Buscando al constructor [d]el edificio (el <<escritor teatral>>) [,] he recorrido sin
pausa el trayecto circular de muchas vidas.>>
<<Ahora te he encontrado y penetrado en tu ser. ¡Nunca más me construirás casa
alguna!>>

____________

(P. 126) En blanco

(P. 127) CONEXIÓN TELEFÓNICA CON EL PAÍS DE LOS SUEÑOS

Desde nuestra niñez se nos inculca la idea de no dar crédito alguno a los sueños; es
extraño que a lo largo del tiempo permanezcamos ciegos y sordos ante los mensajes
procedentes de un país que –como sabemos de antema no– consta de pantanos y
terrenos cenagosos. Y no es eso sólo; las imágenes con las que nuestro fino instinto –
es decir, nosotros mismos– hablamos se vuelven absurdas y engañosas, porque desde
nuestra niñez las hemos tenido por fantasmagorías, o bien, por un mosaico constituido
por fragmentos de recuerdos vividos en estado de vigilia.
Existe un método muy sencillo, que consiste en suponer que los sueños dicen la
verdad. Paracelso fue probablemente el primero que descubrió el misterio. Este
consiste en ir escribiendo cuidadosamente cada sueño, como si se tratara de un diario
nocturno en lugar de un diario propiamente dicho, que la mayoría de las veces resulta
bastante aburrido. Las consecuencias que ya he experimentado en mi propia persona
son: pasado un tiempo más o menos largo, según la actitud del individuo, se establece
una conexión telefónica con <<la otra>> región: los sueños adquieren entonces más
vida, color e interés. Se requiere mucho tiempo y paciencia, hasta que el locutor del
sueño se convence de que

170
(P. 128) no será objeto de burla. Este es sensible como un amigo íntimo, o dicho de
otro modo, la conciencia de cada cual.
Existen miles de historias, según las cuales los sueños han predicho, a éste o a
aquél, una muerte violenta; se trata de algo así como una profecía inevitable, pues
aquel que ha sido avisado busca sin conseguirlo todo los medios a su alcance para
escapar.
Según la crónica familiar del conde de Bohemia, llamado Rogenberg, éste cuenta
cómo un día, en tiempos de Wallensteins, la condesa soñó que su joven hijo sería
mordido y muerto por un león. Teniendo lugar, días después, una cacería por los
alrededores, la condesa, con la clásica ilógica femenina, prohibió a su hijo tomar parte
en ella.
Ante el argumento de que en los bosques de Bohe mia no había leones supongo que
contestaría: <<No importa, pues de cualquier forma puede ser mordido>>. En este
caso encerró a su hijo en el patio del castillo. El joven, encolerizado, iba de un lado a
otro del patio cuando en una esquina del muro vio de repente un lienzo que, pintado
con la figura de un león, cubría una abertura para disparar ballestas. <<¡Por culpa de
esta bestia estúpida no he podido ir de caza!>>, exclamó el muchacho dando un
puñetazo al lienzo. De la garganta del animal surgió entonces una punta cristal que,
clavándose en la mano del muchacho, le llevó a la muerte.
Es comprensible que tales hechos hagan pensar a los hombres que no se puede
escapar al destino, incluso conociendo exactamente las circunstancias que le rodean.
No me importa reconocerlo; la teoría de la
(P. 129) prefijación del destino es cierta. El hecho de que este conocimiento sea
doloroso no implica actuar como el avestruz: tapándose los ojos ante el peligro. La
suposición de que alguna divinidad juega con nosotros, pretextando nosotros como
disculpa su impenetrabilidad, ¡es todavía menos consolador! Si creemos en el Fatum
[(Destino, Fa talidad)] tenemos al menos una posible salida en el sentido de que la malla de
la red sea más clara por algún sitio. Reflexionando sobre ello aparece la pregunta:
¿Quién depende del Fatum? ¿Quién es éste, en el profundo sentido de la palabra?
¿Hay alguien que se haya planteado en serio esta pregunta? O bien actuando
consecuentemente: ¿Hay alguien a quien el Fatum le haya ayudado a plantearse esta
pregunta? Entonces aparecería a nuestros pies la siguiente contestación: ¡Tú mismo
eres el Fatum!
¿Yo? ¿Quién soy yo? Contestación: <<¡Tú no eres el que, atrapado en la red de los
efectos, y no de las causas, vas de allá para acá en conciencia diurna! Tú eres una
sombra carente de libertad que para su desgracia se imagina ser el misterioso, el ser
<<disparatado>> que forma la sombra; si la encuentras en el profundo abismo donde
se producen las cosas serás libre y podrás sacar de los goznes a tu estrella y señalarle el
camino que te guste.>>
Volviendo al ejemplo de la condesa Rosenberg, ¿quién era aquella voz que le
anunció: tu hijo morirá mordido por un león? Un misterioso y alborotador pájaro de la
muerte, que no tenía otra cosa que hacer que anunciarle: ¡Esto<<sucederá>> y no hay
escapatoria alguna!
Fue la condesa quien puso su propio sello en el pájaro de la muerte; éste sólo
quería preve-

171
(P. 130) nirle, ¡pero la condesa, aunque tenía oídos, no podía oír! Si hubiera sabido el
camino que conduce a la fuente de las cosas, el país limitado de los sueños verdaderos,
no hubiera sido un pantano de fuegos fatuos.
¿Qué error había cometido? Trataré de explicarlo por medio de un suceso en el que
participé.
En el otoño de 1921, en aquel tiempo fabuloso en el que el canto de las sirenas que
decía: traer el oro al banco nacional, había enmudecido desde hacía tiempo –no
porque el banco nacional estuviera cansado de recibir ingresos, sino porque el oro del
país sólo se usaba para empastar dientes– actué según mi sentido común,
comprándome –por un viejo papel de Bolsa– un automóvil también viejo. Carecía de
grietas y de rotura alguna, juraron los vendedores; pero ni siquiera su conciencia
estaba libre de grietas y roturas, pues aquéllas habían sido cubiertas con grafi to (las
del automóvil, naturalmente, pues las de su conciencia quedaban cubiertas con la
promesa de sus palabras).
El cacharro tenía un aspecto lamentable; naturalmente, estaba libre de impuestos.
El motor –según me aseguraron– estaba impecable.
De momento resolví guardar el coche en un garaje y ponerle después en Garmisch
una carrocería nueva. Estando ya cerca el día de la reparación, mi mujer soñó lo
siguiente:
En el coche viajábamos cuatro personas: ella iba a la derecha del asiento posterior,
y a su lado, nuestro hijo. Delante iba yo conduciendo el vehículo, y sentada junto a mí,
a la izquierda, iba mi hija. Todo parecía ir bien; girando un poco, entramos en una
especie de avenida que
(P. 131) se extendía por un paisaje de colinas; al lado de la carretera había profundos
abismos; de pronto, el coche se acercó a la derecha, cayendo en el abismo. Mi mujer y
mis hijos resultaron heridos de gravedad, y en cuanto a mí, ¡resulté muerto!
Después de esto no sabía qué hacer con el coche: ¿Regalarle? No parecía opo rtuno,
dado su lamentable estado. ¡El sueño de mi mujer se repitió! Una vez, dos veces –
¡toda una semana!–. El asunto me tenía tan preocupado que pensé destruir el auto y
llevarle a la subasta de los aficionados al arabesco.
Pensé en el caso de la condesa Rosenberg, y decidí hacer otra prueba. Antes de
dormirme intentaba llevarme al sueño profundo, la incógnita. ¿Qué debo hacer para
escapar al Fatum? Durante mucho tiempo no recibí respuesta alguna, pero yo insistía
una y otra vez. Una vez me desperté con la <<conciencia>> clara; no puedo describirlo
de otro modo: <<¡Oculta la imagen que ha soñado tu mujer!>> Este fue
aproximadamente el consejo que grabó en mi interior el <<ser enmascarado>>.
Mi mujer había soñado que ella iba sentada a la derecha del asiento trasero; yo iba
al volante, situado a la derecha. Efectué la siguiente distribución: mi mujer se sentaría
a la izquierda; a su lado, mi hija, y después mi hijo; yo me sentaría delante y a la
izquierda, pero al volante… ¿quién?
Telefoneé a un conocido mío comerciante de automóviles llamado W.; <<¿Tendría
usted la amabilidad de llevarnos a Garmisch, conduciendo usted el coche?>> <<Con
mucho gusto>>, contestó, y fijamos el día. Luego llamé al mecánico del garaje donde
estaba el coche, diciéndole que con-
(P. 132) trolara otra vez todo los detalles, especialmente las ruedas de la derecha
(suponía que allí habría algún defecto, pues mi mujer soñó que el auto se había
precipitado a la derecha).

172
Llegado el día fijado, me desperté muy de mañana, preso de grandes
remordimientos: ¡Vas a poner al señor W. en peligro de muerte! Me comuniqué con él,
pero no llegué a decir nada, pues él me interrumpió con las siguientes palabras: <<Me
alegro de que haya llamado usted, pues hoy no puedo llevarles a Garmisch, ¡me ha
salido un forúnculo en el cuello y me encuentro muy molesto!>> ¿Significará esto que
el Fatum se sirve de un forúnculo para rompernos el cuello a nosotros cuatro?
Llamé a Garmisch: el jefe del taller de carrocerías se puso al aparato: <<¡Por favor,
señor X., mándeme usted un “chauffeur”!>> <<¿Por qué?>> <<No me atrevo a
conducir el coche: temo que quizás tenga un defecto. Pregunte usted, por favor, a su
mecánico si está dispuesto a llevar el coche.>> Llegó la contestación: <<¡Dice que está
dispuesto!>>
Fui al garaje: <<¿Han examinado todo?>> <<Sí, todo está en orden.>> <<¡Examine,
por favor, en mi presencia las ruedas de la derecha!>> El mecánico se encogió de
hombros sonriendo y obedeció de mala gana. <<¿Qué es esto? –exclamó de repente
mientras trabajaba–. ¡No entiendo cómo antes me he dejado escapar esto! Las
conexiones del eje posterior están rotas. ¡Sospecho que las roturas han sido
disimuladas con grafito!>> <<¿Es posible que en el viaje se salgan las ruedas?>>,
pregunté. <<No, de ningún modo, lo que puede ocurrir es que, de pronto, queden
bloqueadas; especialmente, si se va muy deprisa, el coche puede resbalar y volcarse.>>
<<¿Existe este peligro aun
(P. 133) cuando se vaya despacio?>> <<En este caso, probablemente no ocurriría.>>
En ese momento llegó el “chauffeur” de Garmisch. Le informé del defecto que tenía
el coche. Después de un minucioso diálogo con el mecánico se declaró dispuesto a ir
con nosotros a Garmisch. Subimos al coche, colocándonos en la forma mencionada; yo
me senté a la izquierda del conductor. El coche arrancó en seguida. Cuando, después
de dos horas, pasábamos por Welhein, mi mujer, dándome unos golpecitos en la
espalda, me indicó un precipicio que empezaba a verse ante nosotros: <<¡Allí! ¡Esa es
exactamente la comarca que vi en el sueño!>>
<<¡Vaya usted lo más despacio posible! –grité al “chauffeur” –. ¡No pase de los diez
kilómetros!>>
El hombre rió burlonamente. <<¡Haga usted lo que le digo!>>, ordené. El coche
empezó a derrapar. <<¿Oye usted? –preguntó de repente el conductor–. ¡Ahora! ¡Otra
vez!, en la parte trasera…>>
En ese momento el auto basculó como un caballo al que se le hubieran cortado los
tendones de las partes traseras. Con un movimiento rápido el hombre accionó ambos
frenos. El coche se paró; sólo un punto más de velocidad y hubiéramos caído al
precipicio que se encontraba a la derecha.
Después del examen correspondiente resultó: la rueda no se había salido del eje,
sino que la llanta había saltado. Se trataba de la llamada <<llanta de príncipe real>>.
Como consecuencia, algunos radios se desencajaron.
<<Más valiera que los príncipes reales se limi-
(P. 134) taran a gobernar y no a inventar>>, maldijo el “chauffeur”.
En todo caso: <<¡El Fatum había sido destruido sólo con tomar algunas medidas
especiales y casi infantiles.>>
Un fatalista diría: <<Estaba escrito en las estrellas que no habríais de caer al
precipicio.>> El astrólogo diría: <<No, ha sido una prueba para demostrar que el

173
hombre, usando su inteligencia, puede ser dueño y señor de su destino. ¡Este lleva el
nombre de “librepensador”!>>
A mi parecer, ninguno tiene razón; la salvación proviene de la fuente que surge en
el reino del sueño profundo. El hecho de que yo escuchara su murmullo bastó para que
en la red del Fatum encontrara los grandes orificios de su malla.

_______________

(P. 135) TANTRIKYOGA

Cuando, hace tiempo, el gran avión inglés <<R-101>> intentaba volar desde Londres
a la India, se estrelló en Alloune (Francia) a causa de una tormenta de aire, muriendo
carbonizados toda la tripulación; entonces, a través de ciertos círculos ocultistas
ingleses –a quienes aún hoy se llama burlonamente <<alarmistas>>–, se extendió la
voz de alarma: <<¡El Tantrikyogi de Calcuta!>>
¿A quién se aludía con esto? ¿Gandhi? Gandhi es un político revolucionario; una
marioneta a quien el destino, o si se quiere, el director del destino, le dio un papel
determinado como actor en el drama de los pueblos. El <<Tantrikyogi de Calcuta>>, el
incendiario, a quien se atribuye (con razón o sin ella) la destrucción del <<R -101>>, es
un asceta del sur de la India a quien los patriotas hindúes –que intentan escapar del
yugo británico por otros medios que no sean la violencia y la pasividad– veneran como
al líder espiritual del movimiento revolucionario. Estos cuidan celosamente de
mantener su nombre en secreto. Hace varios años se retiró a vivir en soledad
acompañado de algunos alumnos que le veneraban especialmente, entre los cuales se
contaban algunos príncipes, que habían regalado todas sus riquezas para dedicarse
con su maestro a los mágicos ejercicios del Tantrik. En el vocabulario de la raza blanca
falta el concepto de
(P. 136) <<Tantrik>>; sólo un puñado de teósofos y ocultistas han oído decir algo al
respecto; pero esta gente son objeto de burla. Sólo un par de indólogos, que han leído
algo sobre esto, comparten casi unánimemente la opinión de que el Tantrik es un
sistema que, realmente, pertenece al terreno de la patología y que no tiene nada que
ver con la vida práctica. En cuanto a los conocimientos de la masa, respecto a la
religión japonesa del <<zen>>, ocurre casi lo mismo, con la única diferencia de que el
europeo respeta más al japonés que al hindú, porque el primero no se ha dejado
dominar e incluso, en ocasiones, les ha vapuleado valientemente. El <<zen>> es, en
esencia, una rama o, llamándolo de otro modo, una forma paralela del tantrikismus
hindú y tibetano: el método expresa cómo, a través de ejercicios de concentración y
meditación, se obtiene un particular ensanche de la conciencia, que en cierto tipo de
hombres puede despertar unas fuerzas mágicas de gran alcance. Nosotros, los
arrogantes europeos, estamos convencidos de que, mediante células cerebrales,
músculos de brazos y aparato bucal podemos ser dueños y señores del destino
terrestre, y ello sólo porque, como un montón de hormigas, y durante todo un siglo,
nos hemos hecho la ilusión de haber construido un palacio, a modo de paraíso. Los
pueblos asiáticos han sabido comprender mejor el valor de los bienes espirituales. Los
mejores de sus hombres no han perdido de vista que la lista de causas y efectos no es

174
comparable a una memorística tabla de multiplicar, sino que estas causas están mucho
más profundas de lo que un grupo de enanos pudiera soñar. ¡Quién no reflexionaría
ante el hecho de que una personalidad de nues-
(P. 137) tro tiempo, el último emperador japonés Meijdii el Grande (1868-1912), fue
educado por el famoso adepto del Zen Janaoka hasta su coronación; profesor que, a su
vez, se ejercitó durante años de concentración yoguística, hasta que finalmente se le
abrió el <<Satori>>! (el ojo espiritual). (¿Qué líneas se siguieron en la educación de
nuestros fundadores y soberanos?) Incluso entre los fundadores del nuevo Japón se
cuentan estadistas y capitanes de primera fila, que se declaran espontáneamente
pertenecientes al Zen. Nombremos, por ejemplo, a Tesschu Jamaoka y a Kaischu Katsu,
sin los cuales Japón se hubiera convertido en un almacén de mercancías. Preguntemos
a un victorioso estratega europeo: <<¿Quién ha ganado la batalla?>> La contestación
sería: <<Yo y la armada.>> Si se pregunta a un japonés éste dirá: <<¡Los monjes de los
claustros zenistas!>>
En cuanto a la idea de que pueden extenderse como un fuego devastador, llevando
consigo una fuerza explosiva mayor que la dinamita, es algo que está en la mente de
todos, y el hecho de que existe algo parecido a la telepatía, o transmisión de
pensamiento sin palabras, es algo que todos podemos experimentar en la vida diaria;
sin embargo, la idea de que los pensamientos (o las representaciones imaginativas)
pueden actuar a gran distancia, y sin la ayuda de ningún material incendiario –como
sucede con la electricidad sometida a alta tensión–, es algo que no sucede en la vida
diaria y que, por lo tanto, se tiene por imposible. El que se ocupe en ejercitar el Tantrik
–una ocupación vital y no un experimento superficial– pronto vivirá experiencias no
menos asombrosas que la burdamente llamativa producción de fuego. En una ocasión
tuve expe-
(P. 138) riencias de esta clase en mi propia persona. ¿Cómo se efectúan este tipo de
ejercicios? Partiendo de los escritos sobre la magia tántrika, no se obtiene gran cosa.
Consignaré sobre este punto una breve cita: <<Figurémonos –mediante una larga
concentración en nuestro ser interior– un fuego tan vivo y llameante que evitemos
percibir su calor. Luego, figurémonos que la llama adquiere la forma exterior de la
sílaba <<Ram>> (en sánscrito). Repitamos en nuestro interior esta sílaba. De este
modo el fuego y la sílaba <<Ram>> serán una unidad inseparable.>>
Uno de mis amigos conocía hace tres años a un inglés que ejercitaba el Tantrik –
creo que se llamaba Fawcett– y había sido iniciado por un hindú; él mismo fue víctima
de un incendio que se produjo en un pajar de heno en Escocia, donde aquél
pernoctaba. Contaré el caso tal como lo he oído. Naturalmente sólo tiene un valor
anecdótico, ya que carece de todo elemento comprobante. Es elemental que un
método de concentración tan simple como el ejercicio del Ram no podía tener, por sí
mismo, la fuerza suficiente para apagar el incendio. Una completa transformación del
hombre, de carácter espiritual, o mejor dicho, <<metafisiológico>>, debió produc irse
en él, y aquí se encuentra la auténtica clave de la autenticidad sobrehumana, del
tantrikismo y del Zen. Esta transformación no es otra cosa que lo que los cristianos
místicos, y los gnósticos, llaman la resurrección del espíritu. Siendo el fervor ardiente,
llamado <<tapas>> en los Vedes hindúes, es decir, calentamiento, uno de los medios
principales, para lograr las facultades tantrikistas, es muy comprensible que las
representaciones religiosas se hayan introducido con el tiempo

175
(P. 139) en este misterioso reino de la Sabiduría; de forma análoga a como los
hombres primitivos veían en el trueno y el rayo divinidades antropomórficas,
produciendo con ello una especie de divinidad inconsciente de su yo, es decir, en
cierto sentido, un descenso de su propia dignidad, que les hacía siervos de la divinidad
imaginada. Un Tantrik yogi, en cuya conciencia, y mediante ejercicios, existe alguna
divinidad exotérica, es y será siempre un esclavo que nunca podrá representar el gran
papel que, según he oído, se atribuye al <<Trantrik yogi de Calcuta>>. El conocimiento
de lenguas extranjeras, visiones, independencia del cuerpo, en cuanto a su
alimentación, y otras cosas aún más asombrosas, se producen solamente en hombres
que no tienen idea alguna de los verdaderos métodos tantrikos y que, a través de una
enigmática transformación corporal (¿histeria?) se convierten en portadores o
médiums de fenómenos tántrikos. Citaré como ejemplo a la estigmatizada Teresa
Neumann de Konnersreuth. La mezcla de representaciones religios as exotéricas con
transformaciones puramente fisiológicas es la causa de que, durante milenios, el
tantrik no haya influido, directa o indirectamente, en la Historia Universal. <<Sólo
cuando el tiempo madure, los tantrikistas, las fuerzas mágicas, se manifestarán
exteriormente.>> Los ejercicios del sistema tantrikistas varían según la raza que los
practica, pero en el fondo son los mismos, pues todos van encaminados a producir la
<<gran transformación>>. Las conocidas enseñanzas, transmitidas por escrito, del
llamado Athayoga –Pradipika, así como las Asamas hindúes– dicen que en el
organismo humano existen ciertos centros mágicos, que mediante la
(P. 140) regulación de la respiración, y otros métodos, deberían ser despertados. Los
fisiólogos de la India, formados según los métodos occidentales, opinan que se trata de
la médula espinal o de una parte de nuestro sistema nervioso que concierne, sobre
todo, al llamado <<nervus vagus>>. Por mi parte, opino que sólo el que ha practicado
el tantrik está capacitado para hablar de esta cuestión. Este comprendería en seguida
que se trata de algo completamente diferente, cuya descripción aquí no tiene sentido
alguno; dicho brevemente: se trata de la representación imaginativa de una línea
vertical en el cuerpo, adoptando la forma de la serpiente del Dios Mercurio [(*)].
Los primeros fenómenos que, al despertar los mencionados centros, aparecen, son
rostros interiores de increíble agudeza y nitidez, así como percepción de voces. Quien
les atribuya un origen extraterrestre va por un camino falso, de eso estoy plenamente
convencido. Estos fenómenos no son otra cosa que la visión y audición de
pensamientos propios, los cuales, de otra forma, nunca serían conocidos. ¿Tendrán
estos pensamientos un valor profético?
A través del <<tantrikyoga de Calcuta>> supe tres predicciones: <<La revolución de
la India, el incendio de Londres y la caída del imperio británico>>. Estos podrían ser
deseos inconscientes del oprimido pueblo hindú. Lo extraño es que en el año 1914 yo
mismo experimenté estas predicciones con características idénticas. En el año 1916
escribí estas frases en un libro para tener en lo sucesivo una prueba. El primer punto
ya se ha cumplido. El futuro nos dirá si también se cumplen los otros. ¡Un asunto
espinoso este de las profecías!
______
[(*) Al leer: <<se tra ta de la representa ción imagina ti va de una l ínea verti cal en el cuerpo>>, inmedia tamente he
recordado a Robert Desoille el cual creó un método de perfeccionamiento espi ri tual , que posteri ormente lo utilizó
como método psi coterapéutico, en el que la cla ve de su técnica consiste, curi osamente, en deslizarse
ima gina riamente el indi viduo, hacia a rriba o hacia abajo, a tra vés de una imagina da l ínea verti cal. -N. del ladlo-].

176
_______________

(P. 141) DE UN DIARIO DE GUSTAV MEYRINK

Hoy, 7 de agosto de 1930, a las diez de la mañana, después de una larga y


martirizante noche, se me cayó de repente la venda de los ojos y vi cuál es en verdad
el sentido de nuestra existencia.
No debemos intentar transformarnos mediante el yoga, sino <<construir>> un Dios,
o dicho en sentido cristiano: <<¡No debemos seguir a Cristo, sino librarle de su cruz!>>.
Al hombre viejo, que veo siempre en la lejanía, es a quien debo coronar, vestir de
púrpura y hacerle señor de mi vida. ¡Ya lo veo coronado y con su manto de púrpura!
Cuanto más perfecto sea mejor podrá ayudarme. <<Él es, por lo tanto, el adepto y yo
sólo participaré en cuanto él llegue a mezclarse conmigo, pues en el fondo él es mi
propio yo. <<El crecerá, yo, en cambio, desapareceré. (<<¡Este es el sentido del
discurso del Bautista!>>)
Hasta ahora todo era falso y constituía la causa de mis sufrimientos, pues ya no veía
claro y actuaba según la creencia: <<Yo>> tengo que perfeccionarme <<a mí mismo>>
y no a <<él>>. Los ejercicios del Tantrik son, como todo ascetismo, falsos, conducen al
abismo y constituyen, realmente, magia negra.
¡Ahora sé también por qué el viejo hombre aparecía siempre tan inmóvil como una
imagen! Precisamente porque yo trabajaba sobre mí mismo y no sobre Él. Bo Yin Ra,
me planteaba todo
(P. 142) esto como si fuera preciso, en cierto sentido, devorar a Cristo y alimentarse de
Él. ¡Pero es precisamente lo contrario! El Viejo es Cristo y nosotros tenemos que
liberarle y hacerle poderoso. ¡Sólo entonces podrá hacer milagros! Los milagros
recaerán en primer lugar sobre nosotros hasta que, liberados de nuestra esquizofrenia,
seamos absorbidos por su propio ser.
Todos estos conocimientos debería tratarlos en forma de novela. Sería el tema más
interesante que cabe imaginar. Posiblemente cambien pronto las circunstancias y al fin
podré trabajar según mis deseos.
De ningún modo puedo designar como inútiles todos los intentos y acciones que, a
lo largo de mi vida, he efectuado en el campo del yoga. Por el contrario, creo que estos
esfuerzos son necesarios para reconocer claramente lo que me ha sucedido hoy, 7 de
agosto.

_______________

(P. 143) III

177
(P. 144) [En blanco]

(P. 145) EL IMPOSTOR DE LA MÍSTICA

Lo que me mueve a escribir sobre falsificación en el terreno de la mística es lo


siguiente: deseo ayudar a impedir que los estafadores y locos hagan desaparecer una
gran verdad que merece la mayor atención, aunque no sea comprendida por la
generalidad, ya que no cae en el campo de la <<religiosidad>>, como cree el profano –
confundiendo el significado de la palabra mística–, sino, por el contrario, en el campo
de la <<psicología>>. Sería un error grande suponer que el movimiento actual del
ocultismo sea únicamente una moda pasajera, como <<el peinado a la garçone>>; no:
se trata de una gran corriente nostálgica que hoy ha hecho presa en muchos millones
hombres; una nostalgia que, desde luego, no tiene nada que ver con las palabras de la
Biblia: <<Mi reino no es de este mundo>>, sino que tiende a hablar de los muertos, a
alcanzar fuerzas maravillosas, a obtener el don de la videncia, para saber lo que hasta
ahora ha estado vedado por el misterio y finalmente superar el sufrimiento y la
muerte; dicho en pocas palabras: <<a alcanzar el reino de la plenitud>>. Esta nostalgia
es tan antigua como la existencia misma del hombre sobre la tierra. En la Edad Media
condujo a la brujería; hoy atrae, como puede comprobarse, al impostor, que quiere
explotar a sus adeptos negociando con ellos. Estos pseudoprofetas aparecen en todos
los países de la tierra, crecien-
(P. 146) do como la mala hierba e incluso se les llama pescadores de hombres. Uno
dice proceder de un antepasado persa que vivió hace trescientos años (si su país de
origen no es Persia, sino Sajonia, para los efectos es igual), ataviado con hábito de seda
y sandalias doradas, miente hasta decir que el cielo no es azul. Luego intenta
ensanchar su reino, atrapando adeptos en la vasta América y finalmente deja <<su>>
Nuevo Testamento… en forma de un librito de <<cocina vegetariana>>… En resumen:
se cree en un hombre. Otro, atrae a un banquero de Leipzig, quien le da un cheque por
valor de medio millón; con la parte de la suma, funda en Weesen, junto al lago Walen
(17), <<La Nueva Jerusalén>>, gasta el resto en Montecarlo y continúa extendiendo su
ignorancia en Viena, donde lleva la desgracia a muchas familias. En pocas palabras: ¡Se
cree en el hombre!
Si la actividad del impostor en el campo de la mística y del ocultismo no ha logrado
un gran círculo de adeptos se podría decir que éstos son como embajadores de un
futuro próximo, lleno de transformaciones espirituales, que puede traer consigo
inimaginables confusiones. Aquellos son pioneros, aunque en el mal sentido de la
palabra. Como los colonos, cazadores de nutrias, cuatreros y comerciantes de
aguardiente, sólo mucho después de su desaparición escénica, fueron honrados con el
título de <<pioneros>>… Hoy incluso se tiende a llamar <<líderes>> a estos camaradas.
Esta designación se convirtió en tópico para todos los ocultistas cuando la famosa
Helena Blavatsky, fundadora de la sociedad teosófica, declaró, en el último decenio del
siglo pasado, que
______
(17) Wallis, cantón de Suiza que aba rca los altos Alpes en torno al Valle del Rhon. (N. del T.)

178
(P. 147) en la India existían los llamados <<Gurús>>, líderes que tienen la facultad de
transmitir a sus discípulos, poderes mágicos y conocimientos místicos o bien señalarles
el camino para obtenerlos. Fue entonces cuando los señores impostores aguzaron el
oído: tenían al alcance de la mano un nuevo negocio para saciar su codicia. Según la
tradición hindú, el <<discípulo>> está obligado a cuidar de la manutención de su
<<Gurú>>; en este punto del programa, los impostores están completamente de
acuerdo. Si además están dotados de talento organizador fundan una sociedad
<<limitada>> con obligaciones y primas anuales [<<] ilimitadas>> –sobre Helene
Blavatsky que, por el contrario, nunca se ha mostrado como <<Gurú>> ha caído el cubo
de inmundicia que sus descendientes hubieran merecido. Hoy, después de cincuenta
años de la Fundación Teosófica, florece el negocio de los <<gurús>> de forma
insospechada–. ¿Qué actitud cabe adoptar cuando el actual presidente de la
Fundación, Mr. Leadbeater –uno de los más encarnizados instigadores de la guerra
contra Alemania en pro de los <<intereses generales de la hermandad humana>>–, ha
fundado recientemente en Australia una plaza con una capacidad de 10.000
espectadores (entrada para sus conferencias: un chelín por <<cabeza perdida>>)? La
figura principal de su teatro de marionetas es actualmente un joven hindú llamado
Krishnamurti, que se hace pasar por el Mesías de nuestro siglo. Por otra parte, parece
encontrarse todavía en estado de batracio; al menos así lo hace sospechar su libro
titulado A los pies del Maestro, que, dicho sea de paso, es lo más dadaístico de cuanto
se ha imprimido en la Sociedad Teosófica.
(P. 148) ¿Existen en verdad gurús auténticos? Puede ser; yo, hasta ahora, no he
encontrado ninguno, sólo a los que se hacen pasar por tales. El mismo resultado
negativo ha obtenido un amigo mío, que se recorrió la India de sur a norte (pasando el
Tíbet y Cachemira) y China occidental; desde la parte oeste hasta Siam, Birma y Korea,
<<pero ninguno que se merezca este santo nombre>>.
Para reflejar la increíble fuerza de atracción que ejercen ciertos impostores de la
mística ante un estado de ánimo lleno de nostalgia, pondré un pequeño ejemplo: Hace
algún tiempo llegó a París un hombre llamado Diorjeff o algo parecido. Naturalmente
era oriental, un iniciado de gran cultura espiritual, ¡también naturalmente! Lo sabía
todo, especialmente lo que sucede en la otra cara de la Luna, de Venus, etc. También
leía el futuro y el pasado remoto, mientras no pudiera ser controlado en la crónica de
Akasha (una especie de libro de consulta sobre el éter universal). Tampoco adivinaba
lo que sucedía en la habitación contigua, pues era miembro de la gran logia blanca, y
como tal, obligado bajo juramento a no hacer milagros para que no se produjera
ningún desorden en el cosmos. Únicamente se le permitía exigir de sus admiradores
todo su haber y pertenencias, pues, como es sabido, es más fácil que un camello entre
por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Lo que parecía
incomprensible sucedió; sabios ingleses (¿), abogados (¡), médicos, etc., se hi cieron
pobres como ratones de iglesia, mientras él (que estaba inmune contra los peligros de
la riqueza) se enriquecía; ¡además, no sólo de <<pan>> vive el hombre! Entre sus
discípulos se encontraba un joven matrimonio inglés de origen no-
(P. 149) ble, quienes habían donado a su <<líder>> todos sus bienes, por valor de
60.000 libras. <<¡Ganaréis el pan con el sudor de vuestra frente!>>, había dicho
ceremoniosamente Diordjeff antes de prescribirles el duro trabajo: ambos trabajarían,
desde la salida a la puesta del sol, empujando una carretilla donde recogerían el salario
de sus discípulos, que sería destinado a la construcción del palacio salomónico que ya

179
tenía planeado. Transcurrido un año, se presentó el joven marido ante el maestro y,
tembloroso, dijo que no había experimentado ningún progreso espiritual. <<¿Me has
dado todo lo que posees?>>, preguntó el gurú con expresión severa. Tímidamente, el
inglés hubo de confesar que había reservado una pequeña suma por si la resurrección
espiritual se retrasaba. <<Antes puede pasar un camello por el ojo de una aguja…>>,
amenazó el santo, y expulsó al indigno fuera de su vista. Pero el malvado no se dirigió
al desierto para ahorcarse, sino que fue directamente a consultar con su abogado.
Reflexionando sobre el caso, uno tiende a estallar en sonoras carcajadas; sin
embargo, se trata de una triste realidad. ¡Qué ardiente anhelo de verdad debió tener
el engañado para comportarse de forma diferente al joven de la Biblia, sacrificando no
sólo sus bienes y hacienda, sino también su sentido común en aras de la
<<esperanza>>!
Aquí, en Alemania, los impostores de la mística no encuentran tantas facilidades
como el señor Diordjeff. Hoy día es raro que alguien posea 60.000 libras; así que los
profetas, no pudiendo estafar a nadie, se ven obligados al trabajo diario; a pesar de
toda la sabiduría misteriosa, se aprovecha de la debilidad del alma hu-
(P. 150) mana. Evidentemente, sucede de vez en cuando que un gurú compra un
adepto. Pondré un ejemplo sencillo:
Un día recibí la visita anunciada hace tiempo de un hombre joven, rubio, de mirada
sincera, con una crecida barba en punta y peinado a la Grosstadt-Yochanaan. Me
participó que había encontrado el sitio donde Paracelso enterró una botella con el
elixir de la vida. El lugar –dijo– no está lejos de aquí: volviendo la esquina, a la
izquierda, en la frontera entre Baviera y Württenberg. Cuando le dije que no tenía
ningún interés por la bebida mágica, refiriéndome también a los daños que podía
acarrear y al hecho de que ningún hombre con sentido común tendría hoy interés en
prolongar su vida, el joven cambió de tema inmediatamente y pasó a informarme de
las maravillosas experiencias que había vivido en China, habiendo averiguado
hábilmente que yo nunca estuve allí y que, por lo tanto, no podía rebatir sus
argumentos. Para su edad, el joven parecía extraordinariamente versado en todo lo
que se refiere a ocultismo. Poco después, mi invitado me introdujo en el misterio de su
vida, declarando ser una reencarnación de San Juan Evangelista. La narración se hacía
cada vez más gnóstica, terminando por tocar el misterio del ennoblecimiento del
impulso sexual; poco a poco, el asunto se me hizo pesado y mis ojos se volvieron
vítreos. Además, hacía un calor tremendo. Juan Evangelista se debió dar cuenta de
esto, pues súbitamente detuvo su explicación y se fijó en mí, con actitud de
observación profunda. Dejando caer el cigarrillo, me hice como si estuviera medio
dormido. El profeta, sin decir palabra, se incorporó en su sillón, levantando las patas
(P. 151) traseras de éste como un hurón que acechara su presa, haciéndose la ilusión
de que me había hipnotizado. Entonces empezó a hablarme en lengua sajona, en un
ardiente impulso de su corazón.<<¡Te ordeno en nombre de Dios que me entregues
todo cuanto tienes y posees!>> Pensando que a un santo, aunque proceda de Dresde,
se le debe contestar con humildad, dije suavemente y con audible bostezo: <<¿Qué
pasaría si sólo tuviese deudas? ¿Se haría usted cargo de ellas en nombre de Dios?>>…
Sin decir palabra, Juan Evangelista corrió a la puerta y desapareció como el humo.
Poco tiempo después me envió una tarjeta procedente de Sajonia: al parecer no había
tomado a mal mi franqueza.

180
Los grandes acontecimientos no sólo arrojan ante sí su sombra, sino que también
suelen aparecer en serie. No habían pasado veinticuatro horas desde el suceso
anterior cuando me encontraba en el jardín, tocado con una caperuza de seda amarilla
y un abrigo azul, cubriendo mi ligera vestimenta de baño, pues hacía un calor
aplastante; estaba celosamente ocupado en arrancar yerbajos con una espátula y
observar sus raíces, evidentemente dirigidas al punto central de la tierra, cuando de
pronto apareció ante mí, como salido de la tierra, la figura de un hombre: una barba
negra tupida y llameante, caía a guisa de corbata, sobre su pecho desnudo; calzaba
zapatos de suela de goma y sobre su peludo cuerpo llevaba una apolillada piel de oso.
Su cabeza estaba al descubierto. Junto a esta figura, y a la mitad de su altura, aparecía
un rubio corderillo nórdico, de los que se ofrecen en sacrificio, mirando con sus
inocentes ojos asombrados. <<Aha:
(P. 152) Wodan el Caminante>> (18), pensé. <<¿Me permiten?>>, dije humildemente,
invitándoles a entrar, con un gracioso movimiento de mano. Durante un rato
permanecimos sentados y silenciosos. El cordero se había acurrucado, apoyándose
sobre el canto de un escabel. No me atreví a pedir a mi invitado que se quitara la piel.
De repente, se levantó el profeta (se trataba nuevamente de un profeta, como yo
había temido), y golpeando sobre la mesa con su peludo puño, dijo con voz ronca:
<<¡Yo soy!>>. Le interrumpí vivamente exclamando: <<¡Yo también!>>. Pero Wodan
no me dejó meter baza y flotando en el aire exclamó con voz aún más ronca: <<¡Soy el
camino, la verdad y la vida!>>. Me sumí en profundas reflexiones y pregunté lleno de
angustia: <<¿No ha dicho eso alguien antes que usted?>>. La víctima propiciatoria
frunció la nariz en un gesto lleno de esperanza. Finalmente, y como saliendo de las
fauces del animal carnicero cuya piel llevaba encima, se oyó una voz solemne: <<¡Yo
soy Jesucristo!>>. <<¡Ei!>>, fue lo único que pude responder, pero, aun siendo una
simple exclamación, pareció confundir extrañamente al profeta; al menos su frente se
frunció con arrugas de disgusto, tanto como su estrechez lo permitía; cobrando ánimo,
continué: <<¡Señor, si verdaderamente lo es, será para usted una bagatela caminar
sobre las aguas!>> Señale hacia el lago, cuyas aguas lisas como un espejo parecían
esperar el milagro. <<¡Allí hay agua! ¡Por favor, camine usted sobre ella! ¡Por Dios, no
es necesario que se detenga usted más!>> El profeta miraba ensimismado a la lejanía.
Luego, imitando la cara de un niño, dijo
______
(18) Woda n, dios germa no del viento, de los muertos, de la guerra y l íder de la ca za . (N. del T.)
(P. 153) en tono sincero y confiado: <<Eso es precisamente lo extraordinario: ¡Hasta
ahora no he podido lograrlo!>> Después tomamos café apaciblemente y fumamos
cigarrillos. El profeta ha dado mucho que hablar a los periódicos. Entonces era viajante
de vinos. Hoy es candidato al parlamento. Entretanto supongo que se alimentará de
carne de cordero.
Quiero dar una breve visión acerca de las armas que hoy utilizan los impostores de
la mística para atraer a sus adeptos. Como ya he indicado, está en primera línea la
insolente afirmación: Yo soy el <<líder>>, y a todo aquel que confíe en mí le daré la
corona de la vida o le enseñaré el camino para alcanzarla. Naturalmente, todos sus
seguidores entienden por corona la satisfacción de s us deseos. Con esta esperanza
entregan inmediatamente, o poco a poco, todo el dinero que tienen. Dicho impostor
se considera un mensajero de una secreta y mística hermandad llamada <<logia
blanca>> que tiene su residencia en el Tíbet. En los antiguos escritos se encuentran ya

181
alusiones referentes a esta hermandad, aunque el nombre de <<logia blanca>> data de
una fecha anterior; partiendo de América o de Inglaterra se fue extendiendo
lentamente a otros países. Paracelso afirma con palabras oscuras ser conocedor de
una comunidad de seres humanos poseedores de poderes superiores. Swedenborg
asegura haber aclarado por medio de visiones interiores el misterio de las llamadas
palabras perdidas (el auténtico misterio de toda magia), siendo todavía conocidas por
ciertos mongoles consagrados en <<Tartaria>>, y continúa diciendo que los lamas
tibetanos de algunos claustros (en
(P. 154) Tan La z. B.) (19) confirman este rumor refiriéndose a un oasis, en el desierto
de Gobi, donde viven los altos dignatarios de una comunidad inaccesible para los
mortales. Mediante pensamientos bienhechores que transmiten a los espíritus
receptivos –no conscientes de esta aptitud– dirigen, por así decirlo, la historia de la
humanidad y educan a sus propios alumnos.
Siendo muchos los que a través de libros más o menos buenos sobre ocultismo y
teosofía conocen la existencia de otros adeptos, el suelo está bien abonado para los
impostores.
La antigua y extendida creencia asiática de que la <<magia>> es una realidad, ha
llegado en el último decenio a los países occidentales; a partir de esta influencia,
existen sabios de gran renombre que investigan en el terreno del <<espiritismo>>, el
cual contiene en sí muchos elementos de magia. Mientras que los espiritistas suponen
que los fenómenos mágicos sólo pueden realizarse mediante la intervención de seres
invisibles, como lo son, por ejemplo, los muertos, otros asiáticos afirman que también
el cuerpo de un ser viviente posee esta facultad que en la mayoría de los casos está
dormida o ha de ser desarrollada por medio de un método llamado <<Yoga>>. A través
de Helene Blavatsky y la sociedad teosófica por ella fundada, se extendieron por
primera vez en amplios círculos occidentales algunos conocimientos del Yoga. Hasta
entonces, aunque nuestros sabios e investigadores conocían su existencia, no se
interesaban por este campo.
Naturalmente todo impostor ha sido iniciado en los misterios del Yoga de la A, a la
Z, pero no
______
(19) Ini ciales des conocidas que confi rman el ca rá cter secreto de es tos luga res. (N. del T.)
(P. 155) tiene la más remota idea de cómo debe ser ejercitado. Aparte de que la vida
humana apenas basta para alcanzar los primeros escalones. Saliendo al paso del
aplicado alumno, a quien la práctica del yoga le parece insoportable, cubre l as
enseñanzas que expende con un manto cristiano, aludiendo a un profeta bíblico o al
santo rosario. Al que se interesa por las misteriosas enseñanzas asiáticas le habla de
ocultismo persa o cirabe [(¡!, ¿á rabe?)] , según las recetas que pueda obtener de sus libros.
En caso necesario, partiendo de todos los elementos de las antiguas tradiciones, una
especie de emulsión oculística [(¿ocul tísti ca?)] que a veces es utilizada con tal habilidad
que quien no conoce profundamente la enorme literatura de todos los pueblos
referente a este misterioso terreno, podría llegar a la falsa conclusión de que se trata
de revelaciones nuevas; en todo caso, el que expende estos conocimientos tendría que
ser una especie de superhombre.
Yo mismo he encontrado a muchos hombres, por otra parte serios y de gran valía,
que bajo promesa de silencio absoluto querían participarme profundos misterios que a
su vez les había confiado éste o aquel <<gran líder>>, y cuando les indico el libro en
que el susodicho es tratado, incluso con más profundidad, responden: <<Ese libro no le
182
conoce el maestro… él no lee libro alguno>>. Si se le pregunta: ¿Qué puede hacer el
maestro?, la respuesta es: <<Naturalmente puede hacer una enormidad de cosas, sólo
que… a él no le está permitido decirlas.>> (Una salida sin valor alguno.) Por ejemplo:
¡puede <<desaparecer>>! ¡Desaparecer! Pocos conocen lo que entienden ciertos
ocultistas (los que han sido consagrados de forma muy especial) por <<desaparecer>>.
(P. 156) Se refieren a <<un consciente abandono del cuerpo>>. El secreto para
realizarlo no sólo fue el tema capital de los antiguos misterios, sino que constituye la
base en la que se apoya el ocultismo práctico de la antigüedad e incluso –en parte–
también el actual.
Las brujas de la Edad Media ya conocían métodos para <<desaparecer>>: se servían
de ciertos ungüentos venenosos con los que se frotaban el cuerpo, mediante la acción
que estas drogas –beleño, estramonio, etc.– ejercían sobre el sistema nervioso central,
caían en un sueño hipnótico; al despertar aseguraban que cabalgando sobre una
escoba habían volado hasta la montaña llamada <<Blocks -berg>> (20), donde habían
departido con demonios de distinta especie (los momentos eróticos desempeñaban un
papel principal). Los sacerdotes mongoles pertenecientes a la secta del Schamanismus
(21) se narcotizan (incluso hoy) mediante cocciones de agárico, después de cuya
ingerencia [(inges ta )] <<desaparecen>>. Este desprendimiento del cuerpo mediante el
uso de drogas y otros narcóticos es considerado por los adeptos de yoga no sólo como
perjudicial, sino también como terreno falso, ya que sobre él se van acumulando toda
clase de engaños o ilusiones. Los métodos que emplean estriban en fundamentos
completamente imaginarios: concentran su atención primero en el hueso sacro,
haciéndolo después y poco a poco sobre otros centros nerviosos de la médula espinal
hasta llegar
______
(20) Montaña situada en el Ha rz (Alemania); luga r donde, según la tra di ción, se reúnen las brujas . (N. del T.)
(21) Secta extendida en toda Siberia . En Asia central y del sur fue abolida y sus tituida por las religiones de
antigua tra dición. (N. del T.)
(P. 157) finalmente a la coronilla. De este modo se desprenden de su <<cuerpo
astral>> (22) –esta es la expresión técnica– o de su cuerpo físico. Es algo parecido a lo
que sucede en una brizna de hierba que se desprende de su envoltura de paja para
continuar creciendo hacia arriba. Para realizar esto, según las reglas del yoga, es
necesario un entrenamiento de años. Se podría llamar un aprender a morir es tando el
cuerpo con vida, un consciente traspasar el umbral de la muerte. Algunos cristiano-
gnósticos místicos lo llaman una <<muerte mística>>, a la cual se llega mediante la
oración, pero que en realidad sólo es <<parecida>> a la muerte consciente que se
obtiene mediante el yoga.
Cuando ciertos fenómenos espirituales, como el de la desaparición, lleguen a ser
reconocidos como auténticos –y creo que el día no está lejano– los científicos actuales
tendrán que ocuparse seriamente en responder a las incógnitas correspondientes.
Posiblemente salga entonces a la luz algo tan revolucionario que permita decir: <<El
sentido de la vida humana ha salido de las tinieblas: ahora se ve con una nueva y clara
luz>>. ¡Pero también podría ocurrir precisamente lo contrario!
Sir John Woodruff, un sabio residente en la India, se ha ocupado en los últimos años
en la investigación de los llamados métodos de desaparición, sacando a la luz del día lo
que hasta ahora estaba sumido en profundas tinieblas. Entre otras cosas, el sistema
del Tantrik-Yoga es visto bajo una aguda luz; analiza también cómo se
______

183
(22) Según la teoría ocul tista , se tra ta de unos corpús culos de materia sutil ísima, que cons ti tuyen el puente
entre cuerpo y alma . (N. del T.)
(P. 158) producen en las personas sensibles, revelaciones y visiones llamadas
religiosas. Los versados en esta materia coinciden en afirmar: según el centro nervioso
en el que el Shabhaya o Yogui se concentre, se produce una visión determinada, la cual
fácilmente puede hacer creer al sujeto que se trata de una revelación o información
<<divina>>. La indeseable consecuencia es que el sujeto venera el fenómeno en lugar
de considerarlo objetivamente como un desdoblamiento de su propia alma, es decir,
de <<su propio yo>>. La concentración en una determinada parte del cuerpo, por
ejemplo, la región lumbar, conduce siempre a una alucinación determinada, de forma
semejante a lo que ocurre en el <<delirium tremens>>. El sujeto cree cabalgar sobre un
caballo blanco que le conduce a un paraíso celestial; fenómeno que, como sabemos, le
ocurrió a un árabe, quien se hizo la ilusión de cabalgar sobre el corcel <<Borak>> al
encuentro de Alá: ¡un grado muy elevado en la práctica del yoga! Causa por la cual los
yoguis desprecian a los mahometanos, pues éstos tienen por una gracia divina la
alucinación mencionada. Por otra parte hay que considerar cuán vehemente será el
deseo de satisfacción en aquellas personas que se sienten poderosamente atraídas
hacia el misterioso campo del ocultismo; sin embargo, mientras busquen ayuda y
consejo en los demás, no alcanzarán la satisfacción deseada y sí, al contrario, amargos
desengaños. Sólo se puede evolucionar partiendo de uno mismo, pues se trata de un
hecho puramente individual. Los patrones y recetas fracasan en este punto y, además,
así debe ocurrir. Quien plantea preguntas a los demás no tiene ni idea de lo que quiere
alcanzar. Las preguntas debe hacérselas a sí
(P. 159) mismo y aprender por medio de una <<ósmosis>> espiritual. Los
pensamientos surgidos de lo más profundo de su alma deben transmitirse al hombre
mortal, compuesto de alma y cuerpo. Por ello quisiera prevenir a todos los que se
dejan llevar por la nostalgia: <<Tened cuidado de los llamados líderes>>.

_______________

(P. 160) [En blanco]

(P. 161) CAZA DE DEMONIOS EN EL TIBET

Un ingeniero constructor de vías férreas procedente de Estonia, que había vivido


muchos años en Rusia Oriental en tiempos de los últimos zares, estableciendo
contacto con los lamas mongólicos, me aseguró hace años que, según convencimiento
de los ocultistas rusos y asiáticos, los terribles acontecimientos ocurridos desde 1914
no eran atribuibles a los humanos, sino al influjo de un ser demoníaco invisible a los
ojos del hombre de la calle. El mago y ocultista Gerard Encaussee, originario en parte
del sur de Francia y en parte de Mongolia, y residente en la costa de San Petersburgo,
había visto a este demonio en el círculo de los zares, y un tibetano vendedor de
hierbas mágicas, que había sido amigo del famoso Rasputín, le había conjurado en una

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especie de sesión espiritista, desenmascarándole y exorcizándole. La narración del
ingeniero había provocado sonoras carcajadas en el auditorio. Ante la objeción de que
sería ingenuo considerar que un hombre sólo pudiera originar tan enor mes
catástrofes, exclamó: <<Una sola rata atacada de peste puede aniquilar a millones de
hombres>>. El hombre occidental no cree en la existencia de demonios, lo cual no le
impide –cuando en el diálogo se alude al enigmático conflicto de hoy– exclamar: los
demonios dominan el mundo y se precipitan sobre él en loco delirio… Recientemente
ha aparecido en París un
(P. 162) libro de Jean Marques-Riviere donde se puede leer: <<Durante mi estancia en
el Tíbet he sacado la impresión de que existe una misteriosa y sistemática organización
extendida por todo el Oriente, que aúna espiritualmente, y en cierto sentido también
políticamente, a todos los pueblos. Tras los Bonzes [(Bonzos )] (23), Simbolistas o lamas,
existen los maestros Gurús, Naldjorpas (tibetano-ocultistas), que dominan Asia y son
los portadores de una sabiduría tan extraordinariamente misteriosa que está por
encima de lo humano. Hablé sobre todo esto con nuestro Lama Lhasa. Según su teoría
existen en la humanidad corrientes misteriosas; los pueblos que carecen de líder o de
hombre sabio que los pueda dirigir están ciegamente sometidos a estas corrientes, y
los <<dioses de presa>> que se alimentan de la carne y sangre humanas, los dioses que
provocan la guerra, el dominio y la esclavitud, los misteriosos enemigos del género
humano, están preparando su diabólico festín… He experimentado que existen
horribles misterios sobre la vida de los pueblos y las increíbles encarnaciones de
divinidades de la guerra, de los <<Gegs>> y especialmente del negro Dha-Lha, cuando
las estrellas y ciclos les permiten actuar.>>
¿Qué es lo que realmente ocurre con estos demonios? ¿Son seres autónomos, cuya
especie es distinta a la de los hombres y animales? Todas las religiones, leyendas y
sagas afirman que así es. Los modernos psicoanalistas, expresándose científicamente,
dicen que los demonios sólo existen en la imaginación de los enfermos mentales. El
sabio se pone en ridículo al afirmar la
______
(23) Sa cerdotes budistas de Asia oriental. (N. del T.)
(P. 163) existencia de demonios. Puesto que yo no soy considerado sabio, puedo
permitirme creer en la existencia de estos seres. Desde tiempo inmemorial existen
toda clase de métodos para hacerlos visibles –objetivamente visibles–, hasta aparecer
como cosas de nuestro mundo. Pero estando estos métodos relacionados con la
pérdida de conocimiento por medio de drogas o de concentración yoguística, los
médicos u otras personas ineptas para una observación objetiva creen estar en
posesión de la clave que les permite penetrar en el enigma. Ciertamente, por medio de
la imaginación el hombre, puede formar toda clase de criaturas; pero lo que no puede
hacer es darles vida de modo que se conviertan en seres independientes. Quienes
hayan efectuado durante largo tiempo ejercicios de imaginación entenderán lo que
quiero decir. El occidental, cuando lee acerca de las ceremonias de los pueblos
primitivos para conjurar a los espíritus, mueve la cabeza pensativamente, diciendo:
¿Para qué todo este vulgar aparato? Pero la <<vulgar>> ceremonia adquiere sentido
inmediatamente, cuando se la considera como una sugestión contra los demonios
invisibles. En el sentido más profundo, lo que sucede es lo mismo que ocurre cuando
alguien medita sobre el aforismo (en hindú, Aranya Kopanishad), que constituye la
primera llave para entender el pensamiento budista: <<Quien invoca a una divinidad
pensando: yo soy una parte y la divinidad es la otra, es un ignorante, y la divinidad se
185
servirá de él como de un animal>>. Quiero citar ahora lo que escribe una tal Alejandra
David-Neel, que pasó catorce años en los diferentes monasterios de Lamas del Tíbet, a
la
(P. 164) cual debemos un libro (24) que seguramente es el más interesante entre las
descripciones actuales: <<Los orientales no manifiestan sus conocimientos místicos,
filosóficos o espirituales, siendo muy difícil conseguir que hablen de ellos. Un viajero
puede ser huésped de un lama, tomar el té en su compañía a lo largo de meses y
despedirse de él convencido de su completa ignorancia; sin embargo, el lama no sólo
habría podido responder fácilmente a todas las preguntas, sino que también le hubiera
enseñado muchas cosas de las que el viajero no tenía la menor idea. Los tibetanos no
creen en el libre albedrío, y el mundo, con todos sus fenómenos, es sólo una obra
muerta frente a su capacidad imaginativa. El monasterio de Drogstschen está
considerado, desde hace mucho tiempo, como el punto central de la enseñanza de los
misterios espirituales. Las singulares costumbres sólo pueden ser observadas en una
increíble especie de representación mística, llamada Tschöd, en la que sólo actúa un
comediante o mago. Durante tales ejercicios puede ocurrir que los alumnos se vuelvan
locos o que alguno caiga muerto, pues el arte está sutilmente entremezclado con las
más horribles ideas. Para quitar a los alumnos crédulos o cobardes el miedo a los
demonios utilizan medios que, a primera vista, parecen ridículos pero que, en realidad,
son espantosos si se considera la mentalidad de los jóvenes. Es muy comprensible que,
después de continuadas visitas al lugar espectral, de atrevidos desafíos y de
conjuraciones repetidas al demonio, el alumno empiece a dudar de la existencia de
seres que no
______
(24) Alexandra Da vid-Neel : <<Santos y brujas >>. Leipzi g, 1931. [El nombre original de es te libro es : <<Mys tiques
et Magi ciens du Tibet>>, Librai rie Plon, 1929. Es ta obra se ha traducido a nues tro idioma con un título más li teral
que la versión alemana ; es el siguiente: <<Mís ticos y ma gos del Tíbet>>, Edi ciones Índi go, 1988, Alexandra Da vid
Néel. Lo que nos cuenta Meyri nk es tá extraído, resumidamente, de las pri meras pá ginas del capítul o cua tro (p., 129
y sigs .), ti tulado: Los <<Demonios >>. –N. del ladlo.–]
(P. 165) se ven. Interrogué a varios lamas sobre este punto y uno de ellos, un Getsche
(doctor en Filosofía) procedente de Dirdsché me contestó: <<Esta incredulidad aparece
con frecuencia y realmente es lo que se proponen las enseñanzas místicas (!), pero si el
alumno la alcanza demasiado pronto, vuelve la espalda a aquella parte de las
enseñanzas destinadas a quitarle el miedo. El muchacho tiene que aprender a ver que
los dioses y demonios existen realmente para quienes creen en ellos, y tienen poder
para ejercer el bien o el mal en la persona que, respectivamente, les invoca o teme>>.
No voy a aventurar ningún juicio en contra, pues he visto varios casos en los que se
confirma lo anteriormente dicho. Pero, ¿hay que considerar realmente lo ocurrido en
tales circunstancias como engaño de los sentidos? Los tibetanos aseguran lo contrario.
En una ocasión hablé con un ermitaño procedente de Ga (al este del Tíbet), llamado
Kutschog Wantschen, sobre los casos de muerte repentina ocurridos durante la
conjuración de espíritus malignos. No me pareció en absoluto supersticioso, por lo que
le hablé sinceramente: <<El que los hombres mueran en estas circunstancias es debido
únicamente al miedo. Lo que ven es solamente la corporeización de sus propios
pensamientos. ¡El que no cree en demonios no será aniquilado por ellos!>> El
ermitaño contestó en un tono especial: <<¿Quiere usted decir que quien no cree en los
tigres no será descuartizado por ellos si se acerca demasiado?>>… Y continuó: <<La
cuestión de la corporeización de las ideas es un asunto misterioso, tanto si sucede

186
consciente o inconscientemente. ¿Qué sucede con aquéllas? A veces se nos escapan
de las manos, como sucede a menudo con nuestros niños.
(P. 166) ¿Aparecen otra vez repentinamente o recuperan poco a poco su ser?
Debemos guardarnos de abrir frívolamente <<canales>> (en el mundo de los
Demonios). La mayoría de los hombres no tienen idea de lo que contienen los abismos
del universo que irreflexivamente taladran>>. Ante la diversidad y cantidad de los
Episodios que Alexandra David-Neel refleja en su libro sólo podemos añadir: El que
tenga ojos para ver todo lo que misteriosamente nos rodea, y que sólo es perceptible
por sus efectos, no tendrá estos hechos por un fragmento de la <<tenebrosa Edad
Media>>; por el contrario, nuestro concepto occidental del mundo de hoy aparece
¡como un recuerdo a la Edad de Piedra!

_______________

(P. 167) EN LA FRONTERA DEL MÁS ALLÁ


OCULTISMO

Como la manilla de un reloj se mueve en su esfera del I al XII, actualizando una y


otra vez las horas pasadas, así en la historia de la humanidad vuelven nuevamente las
épocas que parecían devoradas en el abismo del tiempo. Llamamos hoy ocultismo (de
occultus = Verbergen [occultus = oculto, secreto. Verbergen = es conder, ocul ta r, encubri r.] ) a un recinto
de lo trascendental, que en tiempos anteriores era un privilegio a los sacerdotes de los
distintos pueblos y razas.
Puede haber existido una época en la que el concepto de sacerdocio se identificara
con el de profecía, siendo esto atribuido a seres elegidos y sobrenaturales.
Esta época desapareció hace tiempo; pero quien se rige por la ley del <<gran reloj>>
puede esperar que vuelva de nuevo.
El ocultismo y la mística son confundidos con frecuencia, y por eso ocurre que
cuando dos hombres dialogan sobre esta materia hablan sin entenderse. Ambas
materias son parientes y complementarias, pero sólo a los ojos de quien, investigando
su profundidad y conociendo filosóficamente sus fronteras, sabe que, en el fondo,
están en la relación de causa y efecto.
La finalidad de este libro no es explicar lo que es en sí, un místico; por ello basta con
decir: el camino de los místicos no desemboca en
(P. 168) la corriente del ocultismo, sino que ésta acaba por desembocar en el océano
de la mística.
Es un error creer que el ocultismo significa el final de una visión puramente material
del universo. El ocultismo es solamente <<meta>> física, en cuanto sus fenómenos
rompen las fronteras de la sabiduría actual, sobre las leyes de la naturaleza. Sus
<<espíritus>> y <<fantasmas>> son tan materiales como el cuerpo humano pertenece,
asimismo, al reino de lo material. Como, por ejemplo, sucede con los rayos X; no tiene
nada que ver con la fuente de lo puramente espiritual, es decir, <<con la causa
eterna>>. En cuanto a que el camino del ocultismo está más cerca de lo puramente

187
espiritual que de lo material, los grandes sabios hindúes aseguran que es, incluso, más
extenso.
La opinión de los pensadores europeos, sobre este punto, está dividida; unos
tienden a creer que, desde la cumbre de una montaña, se tiene una panorámica más
extensa, y consideran el ocultismo como tal montaña. Los otros se apartan de él con
repugnancia; consideran todo cuanto está en relación con el ocultismo como una
especie de sucio pantano: les parece engaños de clerizontes, secreteo, superstición,
prestidigitación y degeneración. El hecho de que una parte de aguas cenagosas ha
enturbiado la corriente del ocultismo constituye la causa única de que se haya
extendido esta opinión. Muchos hombres sinceros, que aman la claridad del
pensamiento y de la observación, serán los encargados de desterrar tales ideas. Se
acostumbra a decir que la gran hora universal, la que en el ocultismo y la mística
señala la aparición de nuevos fenómenos, es la duodécima. Quienes creen que la ma -
(P. 169) nilla cósmica señala la hora XII están en un error. Hablar de <<moda>> en este
punto es tan necio como decir: ahora está de moda la hora del mediodía.
Evidentemente, muchos hombres se ponen otro traje a la hora de comer y en
cambio olvidan con frecuencia lavarse las manos.
Frecuentemente se oye decir que la guerra y sus consecuencias: <<miseria, hambre
y dolor>>, han provocado el hecho de que la humanidad se vuelva de nuevo al
ocultismo, buscando consuelo y ayuda en un terreno por el que antes había pasado de
largo burlonamente.
Me parece que los hechos se presentan aquí en forma de sucesión, pero sin que
uno determine la causa del otro; únicamente se puede decir que pertenecen a la
misma <<hora>>.
Investigando acerca de la raíz que da origen a toda forma de ocultismo, llegamos a
la siguiente conclusión: es el deseo de libertad el que provoca estos hechos.
Evidentemente, quien excave más profundamente encontrará la fuente primaria de
la que mana todo conocimiento: filosofía, mística, y el deseo de sentirse identificados
con el espíritu.
Este impulso se puede explicar de muchas maneras: ansia de deleite, dinero y
propiedades, como medios para conseguir la felicidad; deseo de alcanzar la sabiduría
para evitar múltiples sufrimientos, como la ancianidad, enfermedad, muerte, hambre,
sed, desordenes climáticos, plagas y preocupaciones, o como deseo nostálgico de
reunirnos con aquellos seres que la muerte ha arrebatado.
Tan polifacéticos como sus deseos son los caminos que el hombre toma para
satisfacerlos;
(P. 170) de aquí proviene la diversidad de imágenes que el ocultismo ofrece, al
examinar su historia, a través de los tiempos y pueblos, hasta llegar a la actualidad.
Algunos acontecimientos de carácter ocultista apenas se dan en la actualidad;
mientras que otros, al parecer nuevos, se han hecho frecuentes. Un fenómeno muy
conocido en la Edad Media –llamado <<Injectum>>– ha caído completamente en el
olvido. Hoy existe la llamada histeria, que es algo parecido (pero sólo parecido) a lo
que les ocurre a las personas histéricas. En la antigüedad, especialmente entre los
pueblos asiáticos, existían multitud de informes sobre hechos <<maravillosos>>; las
diversas estirpes de ascetas hindúes y yoguis competían por superarse en los
fenómenos mágicos; de centuria en centuria, la información fue haciéndose cada vez
más pobre, hasta que finalmente los apuntes del misionero tibetano Abbé Muc, un

188
padre jesuita, y después los del Dr. Honigbergers, que fue testigo de cómo el faquir
Haris-Das se hizo enterrar durante largo tiempo, apareciendo después con vida, sólo
fueron tenidos en cuenta por los pocos verdaderos creyentes.
En los pueblos occidentales, una vez finalizados los procesos de brujas, alquimistas y
rosicruceanos, el ocultismo pareció adormecerse en el olvido. Entonces, hacia los años
cuarenta del siglo XIX, tuvo lugar, en una pequeña ciudad de los Estado Unidos, un
suceso que al principio se acogió como algo irrisorio y, debido a que la información
procedía de América, fue calificada de <<patraña>>; sin embargo, fue el punto de
partida del llamado movimiento espiritista que, poco
(P. 171) después, se extendió por toda la tierra, siendo hoy más fuerte que nunca.
En pocas palabras, sucedió lo siguiente: En el pueblo mencionado, dos hermanas
alquilaron una casa construida con troncos de árboles. Una de ellas era, si mal no
recuerdo, telegrafista. Ambas hermanas oían de vez en cuando unos golpes en las
paredes, cuya causa durante mucho tiempo no lograron encontrar. Comprobaron que
no se trataba de alguna travesura de un ser viviente; observando que los golpes se
sucedían rítmicamente, una de las hermanas, que era telegrafista, pensó que podría
tratarse de algo parecido a un <<intercambio>> telegráfico, y empezó a decir en voz
alta el alfabeto con la intención de poner a prueba los sonidos, en el sentido de
conseguir algún intercambio con los golpes invisibles. Inmediatamente obtuvo
respuesta: los golpes invisibles <<telegrafiaban>>; su mensaje decía que quien
golpeaba era el <<espíritu>> de un hombre, que fue asesinado en la casa que
habitaban. Los golpes consignaban el nombre de sus asesinos, así como el lugar en que
se hallaban, y efectivamente, los asesinos fueron encontrados en el lugar indicado.
Las hermanas Fox recibieron otros mensajes, especialmente instrucciones para
organizar un círculo espiritista y entablar relaciones con el más allá y con el reino de los
muertos. La consecuencia fue que, algún tiempo después, miles de personas
practicaban el fenómeno llamado mesa girante, experimento acerca del cual, tras
decenios de esfuerzo personal, puedo decir que es atribuible al engaño de uno o más
participantes. En el mejor de los casos, al engaño de uno mismo. Es asombroso
observar con cuánta frecuen-
(P. 172) cia se produce en estos momentos una especie de travesura infantil para
engañar a los presentes. Personas, por lo demás muy dignas, ilustradas y de buena
educación, presentan gran habilidad en el movimiento de sus manos engañosas y no
tienen el menor reparo en presentarse como falsos testigos, aun estando bajo
juramento. Es aún más asombroso que tales travesuras tienen el poder de retrasar,
hasta colocarlos en decenios anteriores, los conocimientos generales en el campo del
ocultismo. Pero en las sesiones de espiritismo no sólo interviene el fenómeno, más o
menos ingenuo de la mesa, es decir, el levantamiento de ésta en el aire y los golpes
inteligentemente producidos, sino que se producen también fenómen os que ofrecen
pruebas irrefutables a la ciencia, demostrando que los conocimientos físicos
aprendidos en la escuela son sólo un miserable fragmento de la verdadera ciencia.
Partiendo de este punto de vista, el investigador no es otra cosa que un burdo
esquema de ocultista, pues también él busca en un terreno <<oculto>>.
La electricidad, luz y calor son cosas en el fondo tan <<ocultas>> como los
fenómenos espiritistas. Los pueblos primitivos han puesto al rayo y al trueno espíritus
representativos. Nosotros hemos desdivinizado el trueno y el rayo. Nosotros hemos
desdivinizado toda la naturaleza creyendo tener derecho a ello, sólo por haber

189
descubierto las causas inmediatas que están detrás del fenómeno, que puede ser
provocado en el laboratorio por medio de aparatos.
San Bonifacio destruyó el reino del dios Don y no le ocurrió nada. Si hubiera tratado
de destruir un poste de alta tensión –caso de que entonces existiera alguno– lo
hubiera pasado mal;
(P. 173) Pero la existencia o no existencia de un demonio del rayo queda, tanto en un
caso como en otro, sin probar.
<<¿No quería [querrá (pretenderá)] usted afirmar que tras las leyes mecánicas existan
espíritus u otros seres?, oigo argumentar.
Bien, ¿por qué no?
Swedenborg, un hombre que demostró irrefutablemente poseer el don de la visión,
lo afirmó así.
Y Jesús de Nazaret, viendo que varios enfermos de espíritu tenían demonios dentro
de sí los conjuró y saliendo de los cuerpos, en forma de cerdos, corrieron a precipitarse
en el agua.
Swedenborg es autor de la siguiente frase: <<Todo verdadero conocimiento natural
es imposible si es considerado desde otro punto de vista>>. Nuestros ilustrados
señores de hoy tienen ante los ojos, debido a su caricatura mecánica del universo, y al
llamado sentido común, una viga de tal calibre que están ciegos, enfermos e
incapacitados (debido a la <<teoría de la relatividad>> de Einstein); la creencia en los
demonios por parte de un Schamanen (25) debe parecer a los científicos europeos de
hoy una auténtica revelación. He dicho que tras el impulso hacia el ocultismo se
encuentra el deseo de libertad que alberga el corazón humano. El deseo de libertad es
en algunos –y no en los peores, como dice Nietzsche– tan poderoso que se le podría
explicar con las siguientes palabras: ¡Quiero liberarme de dioses y fantasmas! Así, los
que han vivido fenómenos ocultistas, aceptándolos como hechos innegables, se
resisten a admitir que
_______
(25) Perteneciente a la secta asiá tica del Sha manismus . (N. del T.).
(P. 174) tras de éstos existen dioses, demonios, fantasmas o habitantes del reino
invisible de las esferas.
Estas personas no apuntan certeramente a la meta, pues una cosa es negar la
existencia de tales seres, para librarse de ellos, y otra bien distinta [es] aceptar su
existencia y librarse de su influjo.
El <<médium>> espiritista no sólo reconoce la existencia de seres trascendentes,
sino que, poniendo su voluntad al servicio de éstos, se convierte en su instrumento.
Pero en el terreno ocultista hay algo más que mediumnismo: existe algo que
podemos llamar magia o dominio y asimismo lo que apareciendo como amistad con
seres invisibles, permite desarrollar ciertas facultades, muy por encima de las
puramente terrestres.
Aclarar la diferencia entre ambas constituye la meta del próximo capítulo.

_______________

(P. 175) EL MUNDO INVISIBLE

190
La vida diaria, con la constante repetición de hechos conocidos, ha inducido a la
gran masa de humanidad a creer que sólo es cierto lo que se percibe con los cinco
sentidos. Si alguien plantea el supuesto de que puede haber seres que no vemos,
inmediatamente oirá la ingenua pregunta: ¿Dónde estarían?
Como consecuencia de un descuidado modo de pensar se ha instalado en el cerebro
de la mayoría el prejuicio de que los seres y las cosas que no se ven ni se tocan deben
estar en lugares muy alejados: en las esferas del universo o…en el cielo, según la
imaginación religiosa, o en la luna; dicho brevemente, en cualquier parte que no sea la
tierra.
Sólo el hombre pseudointelectual conoce la existencia de sonidos inaudibles,
colores invisibles y cosas incomprensibles; es decir, un mundo que ocupa el mismo
lugar que el <<burdamente>> material perceptible a los sentidos. Pero, curiosamente,
no emplea su sabiduría oportunamente, cuando se trata de formular un juicio sobre la
existencia o no existencia de seres en ese mundo.
La posibilidad de que estos seres podrían hacerse visibles, bien sea mediante
afinamiento de nuestra facultad perceptiva o bien que estos seres encuentren el
medio de hacerse <<materiales>>, adaptándose a nuestra comprensión, es rotun-
(P. 176) damente rechazada. En cambio, todos aceptarían la posibilidad de entrar en
relación con otros seres procedentes del planeta Marte. Sin embargo, los informes
sobre la relación del hombre con un mundo invisible son tan numerosos que con ellos
se podrían llenar museos enteros.
Teofrasto Paracelso (26) está considerado hoy como el más famoso ocultista de
Europa.
Afirmaba que el hombre es un ser perteneciente a un mundo invisible y que vive sin
tener conciencia de ello.
En todo caso, todo parece indicar que Paracelso se había formado intelectualmente
a partir de teorías cabalísticas y neoplatónicas; pero a través de sus escritos –
desgraciadamente muy escasos– se le puede considerar como auténtico testigo de
fenómenos ocultistas.
Paracelso dice:
La naturaleza, que es el mundo desde sus comienzos, es un organismo único, en el
que todas las cosas se coordinan entre sí. En él no existe nada muerto; todo es
orgánico y viviente; el mundo entero aparece como un gran ser viviente.
No hay nada corpóreo que no lleve implicado en sí un espíritu; no hay nada que no
lleve implicado dentro de sí un ser viviente.
No sólo son vivientes las cosas que reaccionan y se mueven, como el hombre y el
animal, sino también todas las cosas <<corporales y esenciales>>. Por ello, en la
naturaleza no existe muerte y la aparente muerte de los seres no es otra cosa que
_______
(26) Teofras to Bombas tus de Hohenhem, llamado Pa ra celso (1492-1541), fue un fa moso médi co y alquimista
alemán, naci do en Ma ría Einsiedeln, cerca de Zúri ch, y muerto en Salzburgo. En su juventud hi zo la rgos viajes a
tra vés de Alemania , Italia, Francia, Pa íses Ba jos , Dina ma rca, Suecia y Rusia.
(P. 177) un retorno al verdadero seno materno, un exterminio del primer nacimiento y
una conversión en una nueva naturaleza.
En el ser humano hay tres esencias: una material según su cuerpo elemental; otra
etérea según su espíritu y otra divina según su alma. Cons ecuentemente, el hombre
participa de estos tres mundos. Así, el hombre en sí constituye un pequeño mundo con

191
tres espíritus diferentes, que constituyen su esencia y viven en él. La comida es para el
hombre algo semejante a lo que el abono es para la tierra; la vida, la razón y el espíritu
no son influidos por la comida y la bebida; el espíritu es el dueño y señor, la
imaginación es el instrumento y el cuerpo la materia.
Paracelso habla, con gran detenimiento, de los habitantes del mundo invisible;
quien estudie sus obras detenidamente podrá formarse una imagen correcta sobre la
explicación de los muchos y enigmáticos fenómenos espiritistas.
Elegiremos algunos párrafos de sus libros:
<<Queda aún por decir qué sucede con los espíritus y esquemas o cuerpos etéreos
de hombres ya muertos, desde hace cincuenta o cien años que se nos aparecen
durante el sueño. Esto tiene una extraordinaria significación y habría mucho que decir
sobre esta materia. Cuando sucede algo de esta índole, es necesario prestar gran
atención para averiguar lo que estos cuerpos astrales quieren indicarnos. A través de
los espíritus y evestra (esquemas o cuerpos astrales), se revela durante el sueño, el
bien o el mal, según sea el ruego expresado. A través de éste y durante el sueño,
muchas personas han logrado su curación, recibiendo la consigna de tomar un
determinado medicamento. No puedo creer que estas revela-
(P. 178) ciones provengan del Cielo; más bien creo que han sido instruidos mediante la
luz de la naturaleza, y dado que ésta no puede hablar, se manifiesta en forma de
evestra.
No conocemos lo que hay dentro de nosotros, pues estamos atrapados por las
cosas temporales. Como sujeto, lleva dentro de sí toda clase de arte y sabiduría. Hay
unos que durante el sueño viven este arte, pero como no es algo visible, no pueden
transmitirlo a otro sujeto. El sueño consiste en despertar este arte, pues la luz de la
naturaleza trabaja durante el sueño. El hombre posee dos <<cuerpos>>, uno elemental
y otro sideral (fluido). Ambos cuerpos pertenecen a un solo hombre; uno es visible y
otro invisible. La muerte separa los dos cuerpos; el elemental se destruye en la tumba,
el sideral se consume (mucho tiempo después), en el firmamento. Durante el sueño
descansa el cuerpo elemental, pero el sideral permanece alerta, pues el sueño no lo
tiene atrapado. El cuerpo elemental permanece en la tumba y es inmóvil; el sideral, en
cambio, es móvil y no permanece fijo en un lugar, sino que busca albergue en el sitio
donde el hombre ha vivido. Por eso el cuerpo sideral puede ser visto en determinadas
circunstancias: si el hombre ha tenido por costumbre frecuentar este lugar o el otro,
<<el cuerpo sideral conserva esta costumbre>> o cualquier vicio, como la usura, la
ambición, la prostitución, etc., hasta ser consumido. Cuando alguien dice: He visto el
espíritu de tal persona, se trata solamente del cuerpo sideral. Se puede afirmar que es
el hombre completo, pero en verdad es sólo el cuerpo sideral>>. Su cara se ve como
una imagen en el espejo, que durará
(P. 179) hasta que el cuerpo sideral (que tiene mayor duración que el otro), se
consuma.
<<Estos fenómenos son diferentes cuando el hombre muere de muerte violenta: el
individuo que sigue estando completo después de la muerte, pues el cuerpo elemental
tiende a realizar sobre la tierra lo que juntamente con el cuerpo sideral había de
realizar>>. Paracelso llama a estos seres <<Caballi>>, <<Lemuseny>> y <<duendes>>.
<<Los Caballi viven en el éter (<<Misterium Magnum>>) y su aspecto muestra su
estado moral. Estando todavía atados a las tendencias y pasiones terrenas, intentan
satisfacerlas. Los duendes y fantasmas asustan a la gente en el lugar que han

192
frecuentado en vida; incluso después de morir, se presentan en forma de miserables
figuras vaporeas; andan errantes en el lugar donde cometieron en vida algún delito.
No aparecen siempre en la misma forma, puesto que no siempre adoptan la figura
corporal; frecuentemente aparecen en forma invisible, a través de sonidos o voces,
ruidos indeterminados, golpes con el puño, risas, cuchicheos, silbidos, estornudos,
aullidos, suspiros, lamentos, zancadas, golpes emitidos al arrojar algún objeto; todo
ello encaminado a llamar la atención y a hacerse interrogar>>.
Las teorías ocultistas posteriores afirman que seres de una especie completamente
diferente a los fantasmas se presentan en forma de maldades simiescas, que los
muertos utilizan únicamente como máscaras para aproximarse más a las esferas
terrenales de la perceptibilidad.
Paracelso continúa diciendo:
<<Los fantasmas son seres esquemáticos, espíritus nocturnos que, teniendo un
resto de inteligencia humana, buscan a determinados hom-
(P. 180) bres que les permitan ejercer influencia sobre ellos. Son de muchas especies:
buenos y malos, invisibles y tímidos, todos ellos se mueven en to rno al hombre,
amándole en forma semejante al amor que los perros le profesan. Sin embargo, no hay
nada en ellos de particular, son espíritus vacíos que se mueven en torno al hombre
para molestarle.>>
Sobre los llamados incubi y succubi [íncubos y súcubos] (demonios masculinos y
femeninos que hacen el amor y que en la historia de los cantos católicos desempeñan
un papel tan importante), dice Paracelso:
<<La imaginación es la fuente de los incubi y succubi; éstos provienen de la fuerte
imaginación de los que, con los sentidos y el pensamiento, hacen el amor. Así, el que
se imagina a una mujer a la que hace el amor, producirá, partiendo del semen
derramado, un incubus o un succubus, en lugar del niño que hubiera nacido si el semen
hubiera llegado a la matriz. Se originan un sinfín de extraños monstruos espantosos a
nuestros ojos. Cuando estos seres van adquiriendo forma, aparecen como una sombra
coloreada. No tienen vida propia, pero imitan la vida del que los llama, como la sombra
imita al cuerpo. Se originan en el ambiente de los idiotas o de los hombres inmorales,
que viviendo en soledad han adoptado costumbres anormales. La conexión de sus
cuerpos vapóreos, es muy movediza; temen las corrientes de aire, el fuerte fuego y el
filo de las espadas. Constituyen una especie de apéndice vapórea en el cuerpo de su
productor hasta el punto de que cualquier daño sufrido se transmite a éste.>>
Se trata de un fenómeno que en los médiums espiritistas se suele llamar
repercusión. Los daños
(P. 181) producidos en los <<fantasmas>> materializados a través del cuerpo del
médium se transmiten a éste con la misma aspersión y coloración. Circunstancia que
durante mucho tiempo fue entendida por muchos como un fenómeno ilusorio.
Sobre los conjurados espíritus –y nuestros espiritistas actuales no son otra cosa–
dice Paracelso lo siguiente:
<<En el fondo sólo conjuran los cuerpos siderales de los muertos, pero olvidan que
conjurar el cuerpo sideral de un hombre no tiene significación alguna. Esta superficial
actuación trae como consecuencia el que “ciertos demonios” se sirvan de estas
máscaras siderales para presentarse, pues si son capaces de poseer a los hombres
vivientes, con mayor motivo podrán usar un muerto, que no ofrece resistencia alguna.

193
Así, pues, estos exorcistas actúan sobre el demonio y no sobre los espíritus humanos y
ellos mismos son demonios y no exorcistas.>>
Paracelso debía conocer los fenómenos espiritistas de <<apporte>> (traer objetos
procedentes de lugares lejanos), fenómeno asombroso sobre cuya realización ho mbres
ilustrados, como el profesor Crookes y Zöllner, han presentado teorías ingeniosísimas,
como se desprende del siguiente texto:
<<En cada hora aparecen cuerpos siderales de hombres y mujeres que pueden ser
usados por espíritus invisibles y malignos. Puesto que todos los días mueren hombres y
mujeres cuyos cuerpos pueden ser empleados a voluntad, con mayor motivo podrán
servirse únicamente de sus cuerpos siderales. Así, pues, estos seres traen jarras de
vino procedente de países lejanos y llevan a cabo otros hechos semejantes. Respecto a
estos fenómenos, hay que decir que no existe engaño
(P. 182) alguno, sino que la naturaleza actúa de forma espontánea. Cuando, por
ejemplo, en pleno invierno aparece una rosa fresca procedente de otro país donde
también era invierno, el hombre de la calle diría que no es un hecho natural. Por el
contrario, el hombre sabio o el mago podría decir que se trata de una fuerza de la
naturaleza, pues la rosa proviene de un país en el cual, según la naturaleza, debía ser
verano. Así, pues, un mago puede con la misma rapidez traer nieve a países en donde
reina el más cálido verano.>>
Sobre los cuerpos etéreos, por medio de los cuales suceden estos fenómenos,
Paracelso escribe lo siguiente:
<<En cuanto a la carne del hombre, hay que distinguir la que proviene de Adán y la
que no proviene de éste. Esta última penetra a través de todos los muros, no necesita
puertas ni aberturas, sino que penetra todos los muros y paredes sin destruirlos; se
trata de una carne sutil que no puede ser limitada ni tocada, pues no está hecha a
partir de la tierra.>>
Paracelso informa ampliamente sobre los habitantes invisibles de nuestro mundo
penetrable. Transmitiremos aquí algo sobre este punto:
<<Estos espíritus existen en el universo en forma incontable; están en relación con
ellos, por ejemplo, los Flagae (así llama Paracelso a una especie de espíritus familiares)
que a través del misterio <<mágnum>> (Éter, o la llamada cuarta dimensión de
Zöllner), conocen todos los misterios del caos. Quien puede superarlos y traerlos de
modo que obedezcan como un servidor es un <<Nekromant>> o exorcistas de
muertos). Existen dos clases de necromancia, según se actúe sencillamente o por la
fuerza, y dos clases de aplicacio-
(P. 183) nes: haciendo invisibles a los Flagae o bien haciéndolos visibles o no, según la
voluntad del nekromanter. En el primer caso se hacen visibles en espejos mágicos,
cristales (visión por medio de bolas de cristal o de vasos de agua), carbones, clavos,
etc. En el segundo caso por medio de signos con la llamada varita de virtud o plomo,
piedra, etc.
Pero en torno a estos mensajes espiritistas siempre hay algo incierto, equívoco y
engañoso (exactamente igual que en los mensajes espiritistas de hoy) y, aunque los
espíritus que aparecen en espejos o cristales, son mil veces conjurados con los dedos
extendidos no se cree en ellos de forma rotunda; si vienen por mandato divino, no
pueden ni quieren decir la verdad completa.>>
Sigamos hablando ahora de los llamados espíritus de la naturaleza: Poseen una
carne que no procede de Adán; son seres orgánicos, pero distintos de los hombres en

194
cuanto a carne y espíritu. Tienen, por decirlo así, carne, sangre y huesos, traen hijos al
mundo, comen, hablan y caminan. Son semicriaturas compuestas de dos partes, como
dos colores que derramados consecutivamente se funden en uno. Tienen solamente
una razón animal, que es suficiente para sus necesidades. Viven en los cuatro
elementos y se les llama ninfas (agua), sílfides (aire), pigmeos (tierra) y salamandras
(fuego); viven sobre estos medios como el hombre vive en la tierra y en el aire.
Ninguna especie puede vivir en el elemento de otra. Para cada uno de ellos su
elemento es transparente y respirable como para nosotros el aire. Temen a los sabios,
borrachos, devoradores y pendencieros y viven gustosos en un estado de
(P. 184) simplicidad o infantilismo; por lo demás, son sagaces como los animales
salvajes>>.
El escéptico que por supuesto no admite ningún punto de la historia del ocultismo,
se mostrará reacio y dirá: <<Todo esto son cuentos populares>>. A esto se podría
responder: <<Por el contrario, los cuentos y sagas populares, que nunca se
tergiversaron entre sí, tienen su origen en percepciones humanas más cerca de la
naturaleza que las nuestras>>.
Hasta aquí los escritos de Paracelso sobre el reino de los espíritus.
Aunque la Edad Media y sus brujas parezca muy interesante para el ocultismo,
podemos pasarla por alto, pues los narradores son, en su mayoría, poco fidedignos y
atrapados en creencias demoníacas. Por otra parte, los conocimientos de Van Helmots,
por ejemplo, no son fruto de su propia experiencia, teniendo en su mayoría un
carácter filosófico especulativo.
En mi opinión, es Paracelso quien da informes más adaptados a nuestra inteligencia
sobre fenómenos ocultistas y espiritistas, aunque –especialmente en los últimos
tiempos– nuestras experiencias en el terreno espiritista, a través de los experimentos
de sabios, como Lembroso [¿Lombroso?], Richet, Crookes, Zöllner, Crawford y Freiherr,
doctor Von Schrenck Notzing, etc., se han visto extraordinariamente enriquecidos.
La pregunta generalizada es la siguiente: ¿Son auténticos estos fenómenos? ¿Están
basados en hechos reales? Mientras no me haya convencido yo mismo y en forma
rotunda no osaré contestar afirmativamente. Desde luego nunca me cansaré de
recalcar que entre cien médiums apenas hay uno auténtico. Durante años he
organizado
(P. 185) cientos de sesiones con los médiums posibles y el resultado ha sido nulo.
Cuando estaba a punto de abandonar toda es peranza, fui tes tigo ocular de
fenómenos ocultis tas tan increíbles que di por buenos todos mis esfuerzos.
Considero que los fenómenos llamados <<Apportes >> la penetración de
materiales <<s ólidos>> por medio de otros de igual naturaleza, los fenómenos de
levitación, tanto humana como de objetos pesados (¡muchos a plena luz!), las
apariciones <<fantas males>> de índole maligna, el lanzamiento de objetos
describiendo una línea en zigzag, la aparición y des aparición de manos flotantes
en el aire, inclus o la repentina visión de formas animales (en un cas o arañas del
tamaño de un puño, que apare ciendo en el aire cayeron s obre el suelo y desapa-
recieron) son hechos reales .
El laico pondrá en tela de juicio la posibilidad de que una materia s ólida
penetre en otra de la mis ma naturaleza sin dejar orificio alguno como ocurre, por
ejemplo, con un ladrillo, el tablero de una mesa o el pos tigo de una ventana.

195
Para poder explicarnos es to es necesario analizar lo que entendemos por
materia y espacio. Hasta ahora hemos venido teni endo conceptos fals os,
habiendo pres tado demasiado crédito a nues tros cinco sentidos .
El profesor William Crookes explica tales penetraciones de la manera siguiente (al
alcance de los laicos): <<Al penetrar un objeto en otro se transforma en fuerza y pierde
la forma (como los rayos X), por así decirlo. Después de la penetración recobra su
forma primitiva. Para que se produzca la penetración, el objeto debe estar, nece-
sariamente, caliente. En los fenómenos de <<Ap-
(P. 186) porte>>, presenciados por Crookes, los objetos correspondientes estaban
efectivamente calientes.
Ahora bien, se dan casos de <<Apporte>> y penetración en los cuales los objetos no
están calientes, por ejemplo, plantas fres cas con raíces húmedas e inclus o con
gus anos de agua, s on también <<apportadas>>. (Yo mis mo pude observar
cómo una cajita de jabón ¡atraves ó varias veces la palma de mi mano!)
El profesor Zöllner, famoso sabio alemán (que fue tachado de <<loco>>), presentó
la genial teoría de la cuarta dimensión. Describiéndola a grandes rasgos, baste lo
siguiente: Supongamos que un ser tuviera solamente dos dimensiones (longitud y
anchura) y los dos sentidos corres pondientes ; sería prácticamente imposible
imaginar un objeto que subiera y bajara en el espacio. Por la misma razón, el hombre
no puede imaginarse un objeto con una cuarta dimensión, pero es matemáticamente
demostrable que en el espacio existen cuatro dimensiones.
Según Zöllner, los fenómenos de <<Apport>> (27) son explicables en el sentido de
que un objeto procedente del espacio tridimensional desaparece en el lugar de la
cuarta dimensión, reapareciendo des pués en el es pacio tridimensional (es
decir, en otro lugar). En este sentido podría decirse que, según nuestros
sentidos , ni siqui era ha cubierto un trayecto. (<<Es pacio>> es, por l o tanto, algo
completamente diferente a lo que percibimos con nues tros cinco sentidos .)
En los muchos años que vengo investigando acerca de fenómenos ocultistas, he
elaborado una teoría que si bien no es en absoluto científica, me
_____
(27) <<Apport>> se refiere aquí a los fenómenos de aporta ción, es deci r, traer o traslada r algo. (N. del T.)
(P. 187) permite explicar todas las experiencias vividas en este terreno. Me
referiré únicamente a los puntos principales de esta teoría: No exis te verdad
objetiva alguna; por el contrari o, todo pertenece al campo de l o s ubjetivo. El
hecho de que sólo puedo fotografiar algunas cosas no cambia en absoluto la
realidad de mis teorías. Si vemos los escritos de los llamados médiums
espiritualistas (no es piritistas), tales como Allan Kardec, Jacs on Davis, Adelma Von
Vay, Swedenborg, etc., sobre el reino de la muerte (del <<paraís o>>),
encontramos una coincidencia sorprendente, pero l o que describimos es, para
una inteligencia medianamente audaz y de buen gusto, tan espantosamente cursi
que se revuelve el estómago pensando cómo pueden existir personas tan burgue-
sas (por ejemplo, los niños muertos están reunidos en el <<cielo>>, donde se les
enseña Geografía y el canto del aleluya; exis ten también fábricas donde se
produce tela de hilo para los es píritus y cosas semejantes). Los hindúes creen en
el eterno reino de las castas, los árabes en las hurís del paraíso, etc. ¿Serán
fantasías y cuentos <<inventados>> por un escritor más o menos malo?
¡No! Estoy convencido de que esto sucede realmente. Pero, naturalmente, solo se
trata de una <<realidad subjetiva>>. Cuando alguien tiene mala suerte, puede
196
entrar en un cielo semejante. Qui zá como consecuencia de unas relaciones
frecuentes y des medidas con beatas inglesas. El hindú llama a este <<cielo>>
Devâchan. Buda predicó en la tierra la completa ausencia de deseos como me dio
de liberación. Liberación de las circunstancias vitales que, antes o des pués, debe
conducir a una desilusión y al regreso del <<yo>> que trae consigo la vuelta de
nuestras representaciones
(P. 188) subjetivas de la existencia. La vida que sigue a la muerte y que los médiums
describen es tan irreal como todo lo que nos ocurre aquí en la tierra. Ambas vidas son sólo
alucinaciones. Desde este punto de vista, los más extraordinarios fenómenos ocultistas son
concebibles y explicables.
Consideremos ahora lo que sucede últimamente en los círculos espiritistas.
En los años setenta, una médium inglesa de dieciséis años, llamada Florencia Cook, dio
mucho que hablar. Se decía que en su presencia los espíritus de los muertos se hacían
visibles, bien en su totalidad o bien parcialmente. Se organizaron numerosas <<sesiones>>
que transcurrían del siguiente modo. Varios participantes, sentados en torno a una mesa,
se cogían las manos formando una cadena. Según declaraciones espiritistas, esto sirve para
producir ciertas corrientes magnéticas. Si se quieren provocar materializaciones (aparición
de espíritus) es necesario que el médium esté situado en un gabinete completamente
aislado y ante una luz paliada por medio de una cortina. El médium cae entonces en una es-
pecie de inconsciencia que llamamos trance.
En una de estas sesiones tomaban parte el profesor William Crookes y su mujer, Mrs.
Cook, Mr. Tapp, Mr. Harrison y el famoso físico electrotécnico Varley. La médium era Miss
Florence Cook. Varley escribe (28):
<<Miss Cook descansaba en un sillón de brazos en la habitación que serviría de
gabinete aislado. Dos monedas soldadas a los cables de platino fueron colocadas en sus
muñecas por medio de anillas. Los cables estaban provistos de un apa-
_____
(28) Compa ra r <<Es tudi os físi cos >>, tomo I, pág. 342.
(P. 189) rato para controlar la corriente eléctrica. Cuando todo estuvo preparado se
apagó la luz del gabinete y durante toda la tarde la corriente pasó por el cuerpo de la
médium (así pues, no podía existir engaño alguno). Yo me encontraba al final de la
mesa, a diez u once pies de la cortina del gabinete. Nuestra habitación estaba iluminada
con una luz opaca y mis ojos estaban menos afectados por la luz, pues casi durante todo
el tiempo estuve observando el brillo de la imagen que se reflejaba en el espejo del
galvanómetro.>> Sobre este punto hay que señalar que ésta es una de las muchas
sesiones que Varley ya había descrito. Del gabinete salió una figura espectral, que solía
llamarse Katie King. No se distinguía en nada de un ser viviente; vestida de blanco
parecía ser de carne y hueso, respiraba, andaba y hablaba. Varley continúa la
descripción: <<Katie (el espíritu), se parecía mucho a Miss Cook (la médium), por lo cual
le dije: <<Usted parece idéntica a su médium>>. Ella contestó: <<Sí, sí.>> Yo estaba
ocupado en observar si al mover sus manos y brazos se producía alguna variación en la
intensidad de la corriente eléctrica; a veces se observaba un cambio; en otras ocasiones,
por ejemplo, al abrir y cerrar su mano o al escribir, no se observaba modificación alguna.
Hacia el final de la sesión la habitación se oscureció y Katie (el espíritu) me permitió
acercarme a ella y coger su mano; ésta era larga, muy fría y pegajosa. Uno o dos
minutos después, Katie me hizo entrar en la habitación oscura para despertar a Miss
Cook (la médium) de su estado de trance. La encontré hundida en su sillón en profunda
inconsciencia; su cabeza estaba apoyada en el hombro izquierdo y su mano derecha
197
colgaba del brazo del si-
(P. 190) llón. Es ta era pequeña, caliente y s eca, no fría, larga y húmeda como la
de Katie. Los cables es taban exactamente como yo los había colocado.
Después, Katie King (el espíritu) fue fotografiada; en parte sola y en parte
acompañada del profesor Crookes.
Crookes (29) dice s obre es te punto: << Durante las sesiones de fotografía,
Katie cubrió la cabeza de s u médium con un chal para impedir que la luz le diera
en su cara. Con frecuencia retiré parcialmente la cortina por el lado en que Katie
permanecía de pie y los siete u ocho pres entes en el laboratorio vimos una y otra
vez a Miss Cook y a Katie al mis mo tiempo, iluminadas par la luz eléctrica. Tengo
el absoluto convencimiento de que Miss Cook y Katie s on dos individuos
separados. El pelo de Miss Cook es marrón os curo; un rizo de Katie (¡el espíritu!)
que tengo ahora mis mo ante mí y que ella me permitió cortar de sus exuberantes
trenzas —habiendo comprobado previamente que eran auténticas —, me permite
decir que, en cambio, el suyo es de color cas taño claro.>>
Mr. Harris on, uno de los participantes , informa s obre es ta s es ión:
<<Es tando Florence Cook s entada en la habitación os cura oí un s onido
parecido al de rascar algo s obre una s uperficie; Katie (el es píritu), tenía en la
mano un t roz o de tela materializada, con el que ras caba en el cuerpo de la
médium para obtener la <<influencia>> que los es píritus necesitan para
materializars e. Se oyó un murmullo s uave; Florence decía:
—Márchate, Katie, no me gusta que me rasquen.
_____
(29) <<Quarterl y Journal of Science>>, Londres , 1870.
(P. 191) —Katie: no seas tonta, quítate esa idea de la cabeza y mírame.
—Florence: No quiero, Katie; márchate, no puedo soportarte, me horrorizas .
—Katie: No s eas simple.
—Florence: No quiero actuar para tales manifestaciones, no me gusta, márchate.
—Katie: Tú eres solamente mi médium y como tal eres sólo una máquina.
—Florence: Bueno, aun s iendo s ólo una maquina, no quiero que me
as us ten; márchate.
—Katie: No s eas tonta .>>
El príncipe Emil Von Sayn-Wittgenstein, que participó también en una sesión
con Florence Cook, escribe (30): <<La cortina de gasa del gabine te se movió y
apareció un brazo des nudo que ha ciendo un movimiento leva ntó el lado derecho
de la cortina y apareció una escena encantadoramen te bella. Katie King (el
espíritu) es taba de pie, cubriendo su pecho con el brazo derecho, mientras el
izquierdo sujetaba la cortina. Esta miró a los presentes y era mil veces más bella
que sus fotografías : una dama joven, vestida con un gracios o manto, a la manera
de las es tatuas anti guas, que cubría sus pies des nudos, mientras los blancos y
bellos brazos estaban descubiertos has ta los hombros y sus rizos de color
castaño os curo brillaban a través de un blanco ve lo. Los dedos de s us manos,
algo anchas, eran alargados y terminaban en uñas rosadas ; s u cara pálida era
más redonda que ovalada, la boca s onriente dejaba ver su bella dentadura. Tenía
una nariz aguileña y s us ojos azules , bastante grandes, eran de forma
almendrada y sombreados por es pesas
_____
(30) Profesor Perty, <<El espiritualismo actual>>. Leipzig, 1877, editado por C. J. Winter.

198
(P. 192) pestañas; las cejas finamente arqueadas; su figura estaba llena de gracia, como una
Psique en su pedestal. Y esta maravillosa corporeización femenina, esta personificación de
una mujer muerta muchos años atrás, "¡veríamos esfumarse como un suspiro!". Tal aparición
despertó mi curiosidad y, observándola, note en sus ojos algo fantasmal; éstos, por lo demás
muy bellos, tenían una expresión vidriosa; sin embargo, con su boca sonriente y sus pechos
erguidos parecía decir: "Me siento dichosa de poder estar un momento entre los mortales".
Entonces empezó a hablar en un siseo que sonaba en extremo agradable: "Ahora no puedo
alejarme de ml médium, pero pronto tendré más fuerza".
Le pedí que me permitiera ver su pie y ella alzó su vestido hasta el tobillo, dejando al
descubierto un pie clásicamente formado, donde, sin embargo, faltaba la vida
verdadera.>>
Es interesante describir lo que un cierto doctor Gully (31) experimentó en una
sesión con el espíritu llamado Katie King.
—Dr. Gully: ¿Puedes explicarnos las fuerzas que empleas para materializar tu forma
y hacerla desaparecer?
—Katie: No es posible.
—Dr. Gully: ¿Se trata de electricidad o algo parecido?
—Katie: No, carece de sentido cuanto se dice de electricidad.
—Dr. Gully: Pero, ¿tenéis algún nombre o expresión que lo explique?
—Katie: Se trata de fuerza de voluntad más que de otra cosa; en realidad, la
voluntad es el
_____
(31) Perty, <<El espiritualismo actual>>.
(P. 193) fundamento de mi poder (concretamente, la fuerza de la imaginación es la que
permite hacer una imagen de sí mismo).
—Dr. Gully: Cuando desaparecéis, ¿dónde recae vuestra fuerza?
—Katie: <<En el médium, a quien devuelvo la fuerza que le había tomado>>; si
habiendo yo tomado demasiada fuerza de éste y uno de vosotros tocando su cuerpo la
quitáis la que todavía tiene, la mataríais en el acto. Yo puedo entrar y salir de ella en
cualquier circunstancia, pero estoy de acuerdo en no ser su doble; se dicen demasiadas
tonterías sobre dobles; yo soy siempre yo misma.
—Dr. Gully: Cuando te disuelves, ¿qué desaparece primero, el cuerpo o el vestido?
—Katie: El cuerpo. La fuerza material vuelve al médium y luego se disuelve el
vestido en los elementos.
—Dr. Gully: ¿Puede un hombre de carne y hueso analizar lo que vosotros necesitáis
para materializaros?
—Katie: No, no puede.
—Dr. Gully: Has dicho que tú siempre eres tú misma. ¿Quién eres tú en carne y
hueso?
—Katie: Yo era Annie Morgan (Katie King decía con frecuencia que así se había
llamado en vida) y viví los últimos años del reinado de Carlos I.
Apariciones como las producidas con médiums como Miss Cook no son raras en la Historia
del Espiritismo. Se han venido repitiendo hasta nuestros días, pero nadie ha logrado probar
<<irrefutablemente>>, la identidad con personas fallecidas; las peculiaridades de los
aparecidos aparecían mezcladas, hasta cierto punto, con la capacidad
(P. 194) imaginativa del médium (Comp. Paracelso). El modo cómo se producen los golpes
en la mesa y el levantamiento de ésta en el aire ha sido explicado recientemente, incluso

199
con medios fotográficos, por un tal Mr. Crawford, celebrando sesiones con dos médiums de
la familia escocesa llamadas Goligher. (<<La estructura física del círculo Goligher, Londres,
edit. John Watkins, 1921.) De los pies, de las rodillas o del pecho salían a veces figuras
fosforescentes que, actuando a modo de palancas sobre el centro del tablero, levantaban la
mesa. La parte de la palanca que estaba en contacto con el tablero podía tocarse: era elás-
tica de estructura acanalada y solida; todo lo demás era fluido y no ofrecía a la mano
resistencia alguna. Si se producían golpecitos aparecía en lugar de la palanca una especie de
martillo, constituido de forma análoga. La estructura del martillo fue determinada
mediante una impresión en cera. Mr. Crawford comprobó que estos <<instrumentos
mágicos>>, saliendo de los poros de la piel, retornan al cuerpo del médium: Puso a éste
unas medias largas que, en la punta de los pies contenían un polvo rojo. Cuando después
de la sesión se las quité, comprobé que el polvo se había extendido por el pie, la pierna y
parte interior del muslo, llenando los poros de la piel. Esto prueba que las tesis de Paracelso
y de los yoguis hindúes (sobre las que hablaré seguidamente), en el sentido de que el
cuerpo <<sideral>> se puede separar del puramente físico están en lo cierto.
Esta separación del cuerpo sideral o del cuerpo astral desempeña un gran papel en el
ocultismo. En los casos de <<apportes>>, los médiums europeos aseguran que son los
espíritus los que <<traen>> las cosas; mientras que entre los asiáti-
(P. 195) cos, por ejemplo, los Schamanen [(Chamanes)] mongólicos (sacerdotes magos),
predomina la opinión de que el mago en cuestión abandona su cuerpo y busca las
cosas con su propio cuerpo astral.
Si no me equivoco, es el profesor Pesty (Universidad de Berna), quien informa acerca
de un sabio en cuya presencia tuvo lugar un fenómeno de <<Apport>> por medio de un
Schamanen [(Chamán)].
Este sabio, llamado Señor X, conoció durante un viaje de investigación, en la estepa de
Kirgisen, a un Schamanen que se ofreció a demostrar su fuerza mágica. El sabio le habló de
una ciudad llamada Paris, donde vivía, y que estaba situada a miles de millas hacia el
oeste; el Schamanen propuso trasladarse allí y traerle una alianza que su esposa llevaba en
el dedo. El Schamanen trajo un cuenco de cobre lleno de agua, se sumió en estado de
trance (creo que bebiendo una decocción de agárico), y durante un rato permaneció como
muerto. Cuando volvió en sí dijo al sabio que mirara en el cuenco y, efectivamente, el
anillo estaba allí. Cuando un año después volvió el sabio a casa, pregunto a su mujer acer-
ca del anillo. Esta le contó cómo un determinado día (la fecha coincidía exactamente),
estando en la cocina se quito el anillo del dedo par razones desconocidas y lo puso encima
de la repisa de la chimenea. Un momento después apareció un tipo de aspecto salvaje
(según la descripción, el Schamanen), a quien ella tomó por un telegrafista eslovaco, que
había entrado a pedir limosna. Se volvió y un momento después el hombre había
desaparecido y con él el anillo.
En los años setenta esta separación del cuerpo astral fue practicada y enseñada,
aunque en una forma mucho menos drástica, por un médi-
(P. 196) co de Atlanta (América) llamado Baker Fahnestock. És te llamó a s u
sis tema <<Statuvol enz>> (un es tado provocado por la voluntad), y creyó que
s u descubrimiento provocaría una revolución de las organizaciones s ociales.
Los res ultados que se proponla obte ner eran as ombros os . Un amigo mío, que
conocía a Fahnes tock, me confirmó s us propósitos.
Fahnes tock hace s entar a s us alumnos , cerra r los ojos y hacerse tan pasivos
como sea posible. Luego les dice algo así como lo siguiente: <<Imagínese usted ahora

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que va hacia la puerta y sale a la calle. Usted ve mucha gente, ¿verdad? Bien. Siga
us ted avanzando de casa en cas a. Continúe así>>. Entonces preguntaba de
repente: <<¿Ve usted a alguien conocido?>> La mayoría de las veces el
interrogado daba una contes tación satisfactoria, con lo c ual Fahnes tock podía
deducir que el <<paciente>> había abandonado s u cuerpo y era s u es píritu el
que caminaba. Le dejaba avanzar un poco más —con s u imaginación—,
haciéndole llegar a una bonita plaza. Es te punto significaba que el cuerpo del
s ujeto permanecería muchas horas ins ensible al hambre, s ed y cansancio y —
aunque medio dormido— es taba en condiciones de trabajar como un robot.
Aunque al principio el as unt o e ra muy prome te dor, al pa rece r choc ó
des pués c on i mpe di me nt os , pues ac tual me nte es tá prá cti ca me nte
ol vid ado [( es e vi d en t e , d ebi d o a es ta s úl ti ma s pa l a br a s , qu e M eyr i nk i g nor a ba l os
tr a ba j os , c on t e mp or á n e os a él mi s m o, d e Eu g èn e Ca s l a nt (oc ul ti s ta c on v enc i d o) , el
c ua l pr a c ti c a ba e n Pa r ís un m é to do qu e p or s u s i mi l i tud t éc ni c a a l a d e Fa hnestoc k
(no e n c ua n to a l os fi n es es pi r i tua l es qu e p er s e gu ía Ca s l a nt) d e b er ía ha b er l o
m e nc i ona do . La t éc ni c a d e Ca s l a nt , s eg ún n os di c e e n s u o br a M é th o d e d e
Dé ve lo p pe m en t de s Fa cul t é s Su p ra n o r m a l es . D eu x i è m e Edi ti on ; M ey er , Pa r i s ,
1 9 2 7 . , na c e d e l os c o noc i mi en t os ob t e ni dos a tr a v és d e C ha r l es H e nr y -1 8 5 9 -1 9 2 6 -
(pr o f es or d e l a S or b ona ) , c r ea do r d e l a r a ma c i e n tífi c a d en o mi na da Ps i c ofís i c a ; él
es tuv o d e a l u mn o s uy o . Ca s l a nt ta m bi é n hi zo l a c a r r er a mi l i ta r , l l e gó a l a
gr a dua c i ón d e t e ni e nt e c or on el . Y , ha bi e nd o a l c a nza d o l a s i tua c i ón d e j ubi l a do,
de di c a ba s u ti e m po a i mpa r ti r s us c o noc i mi e nt os . Es a h í d ond e , en 1 9 2 3 , l o c o noc e
Rober t Desoill e. És te, es tuvo dos años a pr endi endo su téc nica pa ra , a su vez, r ec onducirla a
los es quemas oficial es del psicoa nálisis.
Rober t Des oille, pos terior mente, ya independi entemente de él (a unque las r elaciones
si empr e s e mantuvi er on c or dial es entr e ellos ; el mis mo Caslant más de una vez l e envió
paci entes a Des oille), i nició su pa r ticular a nda dura cr ea ndo su pr opi o Método del Sueño
Despierto Dirigido.
Lo curioso, para mí en grado máximo, es que lo que dice más arriba Baker Fahnes toc k es
prác ti ca mente i gual a r ecursos que s e utiliza n en el método de Rober t Desoill e así c omo en la
Imaginación A ctiva que impartía C. G. Jung en su Psicología Analítica.
De Robert Desoille hay dos libros Exploración de la Afectividad Subconsciente por el Método del
Sueño Despierto, y, El Sueño Despierto en Psicoterapia, que están traducidos gratuitamente y que se
pueden obtener directamente a través de Internet . Informo que estas dos obras, aparte de ser una
técnica psicoterapéutica, son también un método de perfeccionamiento espiritual y, que también
pueden servir para hacer más asequible la poco explicada –por Jung– técnica de la Imaginación Activa.
Igualmente vale para facilitar la lectura del desconcertante libro de Jung titulado El Libro Rojo. (Ladlo)].
Mientras que los médiums de raza blanca necesitan casi siempre oscuridad
para realizar s us fenómenos es piritistas (constituye una excepción el cas o del
famosísimo escocés Home, quien a plena luz del día y por la ventana de un
tercer piso salía y entraba, flotando en el aire), parece
(P. 197) que los faquires hindúes y árabes no la necesitan, pues muestran sus
facultades a pleno sol.
Puede ser que la otra raza sea más apropiada para estos fenómenos o quizá
estén más evolucionados debido a una cierta escuela llamada Hatha-Yoga, que
ofrece el más terrible entrena miento asceta que cabe imaginar. El Hatha -Yoga,
que en alemán significa algo así como control de la respiración (¡tanto de la
res piración física como de la sideral!), trata de romper el poder del cuerpo, para
que el principio <<sideral>> (Paracelso) y todas sus fuerzas mágicas queden libres.
Seguramente todos conocemos los informes de los viajeros hindúes sobre las
torturas a que se s ometen los faquires; así, pues, no necesito hablar de ello. Por

201
muy interesante que pa rezca este campo, no es es te el lugar adecuado para pene-
trar en las profundidades del Hatha-Yoga. Si hay que ser precavido en cuanto a los
informes de sesiones espiritistas, hay que ser diez veces más precavido cuando
alguien asegura haber visto en la India éste o a quel fenómeno. Hace años que
estas cosas están como extinguidas en la India.
Oí decir a un amigo hindú, perteneciente a la cas ta de los Brahmanes , que
había recorrido todo el país has ta el Tíbet, buscando yoguis auténticos, es decir,
los que verdaderamente pueden hacer algo, y me aseguró: <<Si te digo que en
toda la India s ólo hay cuatro, estoy casi exagerando la verdad>>.
Campbell Oman, uno de los pocos europeos que por propia experiencia pueden
hablar de yoguis, confirmó lo anteriormente dicho.
Lo mis mo ratificó sir John Woodruff, alto minis tro de jus ticia anglo-hindú y
eminente sabio, que, por otra parte, ha escrito un libro titulado
(P. 198) <<The serpent power>>, en el que se consigna claramente de dónde han robado su
<<sabiduría>> fragmentaria ciertos estafadores teosóficos y antroposóficos. Campbell Oman,
quien desde niño tuvo relación con yoguis, habla en su obra <<The Mystius, Ascetics and
Saints in India>> (32), de un europeo llamado Charles de Russette, que se hizo también yogui;
Oman asegura que éste había visto yoguis poseedores de fuerzas asombrosas. Cuando estas
personas, que por así decirlo están en la fuente de los conocimientos, consideran estas
fuerzas como algo muy raro, las historias de nuestros trotamundos suenan a engaño. Oman
describe, en su encuentro con un cierto Hassan Khan, su insólita experiencia en el terreno de
la magia:
<<Aunque el mahometano Hassan Khan no era precisamente un maestro de brujería,
a veces se dejaba convencer y mostraba sus poderes. Nunca tomaba dinero a cambio.
Por ejemplo: estando sentados a la mesa, decía a alguno de los presentes: <<¿Quiere
usted una botella de vino? Diga qué clase prefiere; mantenga la mano debajo de la mesa>>. Y
en ese instante aparecía, siempre en la mano extendida, una botella del vino deseado, con la
etiqueta de un conocido fabricante de Calcuta. También podía <<traer>> comidas, bizcochos,
pasteles y cigarros suficientes para todos los comensales. Otro día, estando de nuevo
sentados a la mesa, alguien pidió riendo una botella de champagne. Muy excitado salió
Hassan Khan a la terraza y en tono autoritario ordenó a algún ser invisible que trajera
inmediatamente una botella de champagne. Tuvo que re-
_____
(32) Editorial Fisher Unwin, Londr es, 1905.
(P. 199) petir su mandato dos o tres veces; entonces apareció una botella como disparada
en el aire, le golpeo en el pecho y se rompió en mil pedazos. <<¡Aquí está! —dijo Hassan
Khan, excitado en grado sumo—. He demostrado mi poder, pero mi Djinn (Demonio) se ha
encolerizado a causa de mi sequedad.>> Un amigo mío, continúa diciendo Oman, viajando
en ferrocarril, juntamente con Hassan Khan, pidió a éste una bebida. Hassan Khan le dijo
que sacara por la ventanilla ¡del tren en marcha! su mano extendida. Un instante después
apareció en la mano de mi amigo, como traída por el aire, una botella de un excelente
vino.
Otro de mis amigos, que tenía especial empeño en llegar a la raíz del asunto,
frecuentando por ello la compañía de Hassan Khan, viajó en cierta ocasión con éste en
dirección al bazar; al llegar entraron en un Banco. Hassan Khan hizo que le mostrasen
algunas monedas antiguas, preguntando después el precio. Entonces las devolvió y dijo
que lo pensaría. A la mañana siguiente volvieron y Hassan Khan pidió las monedas,

202
diciendo que estaba decidido a comprarlas, pero el cambista declaró que ya no las
tenía: enigmáticamente habían desaparecido de la caja metálica donde las había
guardado el día antes con sus propias manos. Hassan Khan pareció asombrarse, lanzó a
su amigo una astuta mirada significativa, lo cual movió a éste a ser más precavido, en
el futuro, en la elección de sus amistades.
Un tal Mr. X, después de mucha insistencia, logró que Hassan Khan le dijera cómo
había adquirido tan extraños poderes:
<<Era todavía un muchacho cuando un día llegó
(P. 200) a nuestra aldea un repugnante Sadhu (secta de penitentes) sucio y con el
pelo enmarañado. Los chiquillos se burlaban de él y le embromaban, pero yo los
echaba de allí diciendo que él era en verdad un santo hindú. El Sadhu me miró
fijamente a los ojos y des pués de aquel día nos veíamos con más frecuencia, ya
que él había instalado provisionalmente su vivienda en una cueva cerca de la
aldea. Sintiéndome atraído por él, lo visitaba con frecuencia. Un día me ofreció
descubrirme un importante secreto si yo le prometía seguir a conciencia todas sus
instrucciones. Me prescribió hacer durante cuarenta días un severo ayuno y me
enseñó ciertas fórmulas y exorcis mos que había de repetir. Después de unos días
de severísimo ayuno me envió a una cueva oscura, situada detrás de la aldea, con
el encargo de informarle acerca de l o que viera dentro. A mi vuelta le di je,
sobrecogido de miedo, que sólo había visto un gigantesco ojo llameante.
Bien —me dijo—, ahora el éxito es seguro. Me sentí aún más intrigado por
saber qué poderes recibiría. Me señaló algunas piedras que había alrededor,
diciéndome que hiciera un cierto signo místico s obre cada una... Ahora vete a
casa —me dijo— y enciérrate con llave y ordena a tu <<es píritu familiar>> que te
traiga esas piedras. Temblando de excitación hice como me había ordenado, y
apenas había pronunciado el mandato cuando aparecieron las piedras a mis pies.
Asombrado, e inclus o asus tado en mi fuero interno, corrí a ver al Sadhu. Ahora
posees un poder —me dijo— sobre todas las cosas marcadas con el signo que te
he enseñado, pero úsalo con precaución. No debes nunca guardar los objetos;
éstos tienen que salir de tus manos inmediatamen-
(P. 201) te para ser consumidos... Las palabras del Sadhu s e han cumplido a lo
largo de ml vida, pero el don que me trans mitió no s iempre me ha traído
bendiciones , pues mi Djinn me odia a ca us a de mi poder sobre él y,
frecuentemente, ha intentado dañarme. Felizmente, aún no ha llegado s u hora.
Diré aquí algo más sobre fenómenos espiritistas y similares.
Has ta ahora el médium más poderos o y extraordinario es , sin lugar a dudas,
el escocés Daniel Douglas Home. Las manifes taciones producidas en s u
presencia s on poco comunes en el campo del es piritis mo, y al parecer en s u
presencia s e revelan seres no aparecidos con otros médiums .
La intervención de Home se produce en los años sesenta y setenta del siglo
XIX. Ni antes ni des pués ha exis tido un médium que haya susci tado tantas
polémicas. Famosos sabios rus os e ingles es han calificado de auténticas sus
facultades transcendentes ; numeros os hombres de alto rango y sabiduría han
celebrado sesiones con s u intervención, y los que habían llegado con dudas
sallan después convencidos .
Los informes acerca de Home dice n que es ingenuo como un niño,
terriblemente distraído y completamente negado en materia de negocios. El

203
tiempo húmedo y frío hacía fracasar sus facultades ; por el contrario, éstas se
desarrollaban favorablemente en una atmósfera caliente, seca y cargada de
electricidad. El investigador ruso Aksakow, con cuya prima es taba casado Home,
dedujo de es to que los <<es píritus>> que aparecían con la intervención de Home
no eran seres completamente espirituales, sino que (según s u expresión) eran
seres <<medio>> materiales.
(P. 202) Ante la Comisión de la Sociedad Dialéctica dijo Home que, para él, el estado de
trance no era absolutamente necesario, pero si, en cambio, lo era el que los presentes se
encontraran en un estado de ánimo armónico. Al despertar del trance, el cual implicaba una
sensación de mareo, una especie de estado soñoliento y, por último, la pérdida de la
conciencia, encontraba sus brazos y pies fríos como el hielo, y su circulación sanguínea
necesitaba un cierto tiempo para normalizarse. La presencia de escépticos no trastornaba en
absoluto el normal desarrollo de la sesión, pero sí, en cambio, la proximidad de personas
que sentían antipatía hacia él o hacia alguno de los presentes. Ignoraba lo que le sucedía
exteriormente durante el trance, pues resultaba para él muy desagradable averiguarlo a
través de los asistentes… <<Durante el éxtasis (seguramente Home se refería a algo distinto
del trance) —dice-- veo a los espíritus en relación con los presentes, toman posesión de mi
ser y mi voz se une con las suyas. Como ustedes saben, mi rostro es muy cambiante y a
veces se produce una cierta identidad entre mí y los espíritus manifestados a través de mí.>>
Home alude aquí a un fenómeno que frecuentemente se ha observado en él (por otra parte,
se da en casi todos los médiums); concretamente, la <<transfiguración>> o transformación
del cuerpo; así, por ejemplo, sus miembros se alargan, volviéndose todo él más grande o
más pequeño. Después de una transfiguración tal, se sentía siempre extraordinariamente
cansado.
Estando en Paris —continúa diciendo Home—, vi en cierta ocasión la figura de mi
hermano, que se encontraba entonces en el mar del Norte;
(P. 203) vi cómo se le caían los dedos de sus manos y pies. Seis meses después me
notificaron que se le había encontrado muerto sobre el hielo; los dedos de sus manos y pies
hablan desaparecido…
No recuerdo cómo, salí flotando en el aire por una ventana y volví a entrar en otra,
pues me encontraba en trance, pero muchas personas que lo vieron me lo han asegurado.
Una vez ml cuerpo aumentó diez pulgadas; me hallaba tendido en el suelo; Lord Adare me
sostenía la cabeza. Ur Junker y después Lord Lindsay sostenían mis pies. Nunca he visto
traer objetos a una habitación cuando las ventanas están cerradas. Para llevar a cabo estos
<<Apports>> los espíritus exigen que las ventanas estén abiertas (con otros médiums esto
no es necesario).
Según revelaciones recibidas por Home a través de los espíritus, después de la muerte,
el hombre despierta como de otro sueño cualquiera. Quien aquí en la tierra fue
Swedenbergianer (33) o anglicano, continúa siéndolo en el <<más allá>>; por ejemplo, un
mahometano sigue siendo un mahometano, y un rajá sigue siendo un rajá. Las cicatrices y
heridas forma de la cara y cantidad de pelo son utilizados por los espíritus como signos de
identificación. Las inclinaciones y pasiones sirven de identificación, en cuanto éstas pueden
ser de carácter masculino o femenino. Home no cree que en el más allá estas pasiones
sirvan para producir niños.
<<Cuando poseo la llamada <<segunda cara>> —dice en otro lugar—, es decir, que
puedo ver a seres que se encuentran en lugares lejanos, veo a la persona y no a su
espíritu; en estos casos

204
_____
(33) Forma de cristianismo practicado en Suecia. (N. del T.)
(P. 204) me invade siempre un escalofrío mortal y ante mis ojos aparece como una
segunda piel.>>
El famos o físico Varley asistió una tarde, en compañía de su mujer, a una
sesión con intervención de Home. Cuando volvieron a su casa, situada a unas
cinco o s eis millas de Londres , oyeron unos golpecitos. A la mañana siguiente
llegó una carta de Home donde decía que el matrimonio Varley debía haber oído
golpes en s u casa, pues los es píritus habían participado a Home cómo habían
querido darles una prueba más de veracidad. Es te hecho podría hacer pensar
que los golpecitos pueden ser emitidos —como en el caso de Varley— sin la
intervención de médiums ; pero hay que s eñalar, como Varley dice en otro lugar,
que en una sesión con la médium Miss Cook habla sentido claramente dis minuir
s us fuerzas has ta el punto de encontrarse agotado, hecho que al profes or
Crookes nunca le ocurrió. Así, pues , Varley parecía tener, en cierto sentido, una
es pecial propiedad mediumnis ta, cosa que, naturalmente, no atañe lo más
mínimo a s u fidelidad como tes tigo.
En otra sesión, Varley sujetó las manos y piernas de Home; entonces una
mesa auxiliar que se hallaba alejada de Varley comenzó a ser impulsada en
dirección a Varley, y asimis mo un gran s ofá recorrió toda la habitación,
expulsando de allí a todos los asis tentes.
Un abogado de Londres, llamado Mr. Cox, tenía un acordeón que tocaba por
sí s olo cuando Home s e sentaba al piano y Mr. Cox le s os tenla en s us manos.
Mr. Nis bert de Glasgow informa que en s u propia casa Home pus o una brasa de
carbón en las manos de una dama y un caballero, sin que és tos sintieran otra
cos a que un cierto
(P. 205) calor; poniendo des pués el ascua sobre un pe riódico doblado en ocho
pliegues, el papel se quemó, produciéndose inmediatamente un agujero. Home
tomó entonces otra brasa y la puso sobre el mis mo periódico, si n que éste se
quemara lo más mínimo. Lord Lindsay, M. Harrison y muchos otros tes tigos
presenciaron repetidamente cómo Home tenía en s u mano durante cinco minutos
grandes trozos de ascuas encendidas, cuyo calor fue comp robado por los
presentes que se llegaban junto a él.
Una tal Mrs. Honywood fue asimis mo testigo de cómo Home cogía trozos de
carbón ardiendo y se los ponía en la lengua sin quemarse, lo cual, según Home,
podían hacerlo todos <<si no dudaran de s us fuerzas>>.
Home hacía todo es to en éxtasis ( ¿trance?). Cuando és te se producía,
comenzaba a bailar des pacio, levantando un pie detrás de otro como lo hacen los
hindúes. Ponía des pués carbones ardiendo s obre los vestidos de muselina de los
demás. Es tos no ardían ni se apreciaba mancha al guna en ellos. Home decía que
el es píritu que le facultaba para es tas cosas era un asiático ado rador del fuego.
Al parecer, mediante la <<transfiguración en otro ser>>, el médium toma las
cualidades de este ser, s uposición que, por otra parte, explica el fenómeno de
estigmatización en los santos cris tianos. En otra ocasión, Home trans mitía a una
dama española un mensaje de es pañol (idioma que desconocía) que escribió con
los ojos cerrados . A veces aparecían sombras y caras; bolas de fuego y chispas
flotaban sobre la cabeza de Home, s obre los muebles o sobre los presentes . En

205
una ocasión se vio cómo los ojos de Home llameaban como el fuego; apareció
una
(P. 206) gran figura oscura con ojos llameantes que esparcía un frío perceptible y que al salir
atravesó el cuerpo de Lord Lindsay. La voz de un ser invisible dijo, dirigiéndose a Mrs.
Honywood: <<¡Buenos días!>> Ante lo cual, uno de los presentes se rió; entonces el saludo
fue repetido durante unos treinta segundos. Al final de la sesión se oyó en la habitación de al
lado un murmullo como si muchas personas se levantaran para irse.
En una sesión celebrada en casa de Mrs. X entró por la ventana un tropel de figuras, con
lo cual el aire se enfrió horriblemente; en una de ellas —que mediría unos ocho pies de
altura— Mrs. X reconoció a un pariente suyo que había muerto. La figura se inclinó hacia
ella, acariciando suavemente sus cabellos; entonces atravesó el cuerpo de Lord Lindsay,
con lo cual éste empezó a temblar de frío. Uno de los presentes dijo algo ante lo cual los
espíritus comenzaron a reír alegremente; el sonido era indescriptiblemente extraño y
parecía venir del suelo. En respuesta, Mrs. X puso papel y lápiz encima de la mesa y unas
manos invisibles escribieron un programa de concierto que a lo largo de la tarde fue
magistralmente interpretado por los espíritus, haciendo uso del violín, flauta, pícolo y
concertina, que estaban sobre la mesa.
En una ocasión, Lord Lindsay perdió el tren y hubo de pernoctar en la habitación de Home.
Cuando iba a dormirse oyó unos golpecitos y tuvo la sensación de que una mano que se movía
tiraba del cojín donde apoyaba su cabeza. Entonces vio a los pies del sofá una figura femenina
envuelta en un manto flotante. Lord Lindsay llamó a Home y éste le dijo que era su primera
mujer y que acudía frecuentemente a su lado. En-
(P. 207) tonces, la figura se acercó a él y, finalmente, desapareció en una columna de humo;
a la altura de sus rodillas vio Lindsay una llama de unas nueve pulgadas de altura. Los ojos de
Home, que en ese momento volvía la cabeza, brillaban escalofriantes, como llenos de fuego.
La llama, flotando a través de la habitación, atravesó las cortinas de la cama de Home y,
colocándose sobre su cabeza, desapareció. La cama de Lindsay y el sofá de Home estaban
separados unos doce pies y formaban ángulo recto: Lindsay vio la figura de perfil. Home la vio
de frente y pudo distinguir sus rasgos tan claramente que, a la mañana siguiente, encontró a
Mr. Home en un álbum de fotografías.
Diversas personas han asegurado que Home solía flotar libremente en el aire y que su
cuerpo se alargaba mientras aparecían unas luces en torno a él. Alice Jonas vio una vez
cómo en un jardín flotaba en posición vertical como impulsado por el viento, a unos cien
pies de altura. El profesor Crooke vio, por tres veces, a Home flotando en el aire; e incluso
una señora que estaba sentada junto a él fue levantada a varios pies de altura.
Lindsay describe, asimismo, la escena en que Home salió flotando por una ventana y
volvió a entrar por otra: Home había caído en trance y vagaba inquieto por la habitación
y el vestíbulo. Lindsay oyó que una voz le susurraba al oído: <<Saldrá por una ventana y
volverá flotando por la otra>>, y asustado se lo comunicó a los demás. Unos minutos
después, Home volvió a la habitación, y Lindsay oyó abrir la ventana; aunque no pudo
verlo por hallarse de espaldas a ésta, vio cómo la sombra de Home se proyectaba en la
pared frontera a la ventana. Salió flotando en posi-
(P. 208) ción horizontal y Lindsay le vio aparecer flotando y entrar por la ventana
(que estaba a ochenta y cinco pies de altura), de la habitación contigua. No había
ningún balcón que comunicara ambas ventanas. En otra ocasión, presenció Lindsay
cómo la figura de Home se alargaba once pulgadas, pues había medido

206
exactamente su altura antes y después del trance. Parecía como si una fuerza
aplicada a la nuca hubiera estirado s us músculos.
Todavía más asombroso fue observar cómo el cuerpo de Home se acortaba,
hecho que fue presenciado por un tal Mr. Jencken y que reflejado numéricamente
ascendía a casi cinco pies. Otros fenómenos, como la extensión y encogimiento de
la mano en la pers ona de Home, fueron observa dos por unas cincuenta personas.
El profesor Crookes, en su escrito El espiritualismo y la ciencia; análisis
experimentales sobre la fuerza física (editada en alemán por el doctor Wittig, Leipzig,:
1872), da dieciséis descripciones de los aparatos y métodos empleados en la persona
de Home.
Crookes informa de una sesión con Home, en la que una criada trajo un florero
con flores que Home veía por primera vez. Se habló de ciertos fenómenos, que
sólo s on explicables admitiendo que la materia puede ser penetrada por la
propia materia. Por medio del deletreo alfabético se reveló el siguiente
<<mensaje es piritis ta>>: <<Es imposible que la materia sea penetrada por la
propia materia, pero queremos mos traros lo que podemos hacer>>. Poco
des pués apareció una luz sobre el ramo de flores y del centro de és te se ele vó
lentamente un ramillete de dieciséis pulgadas, que se colocó s obre la mesa y
sostenido por una mano bajo la mesa, atravesó el cuerpo de Home.
(P. 209) Todos vieron cómo se movía el ramillete, mientras que la mano s ólo
fue vis ta por dos pers onas. Mientras es to s ucedía, las manos de Home
descansaban tranquilamente s obre la mesa y no cabía pens ar que el ramillete
hubiera pasado s i n rompers e por una rendija que pres entaba la mes a y que,
s egún comprobó Crookes, s ólo medía un octavo de pulgada .
Al leer tales informes, no sabemos qué admirar más: el contenido en sí o el hecho
de que asombrosos sucesos hayan permanecido durante decenios ignorados por la
prensa a irresponsablemente ridiculizados.
Siempre que algún es túpido ilustrado o ignorante <<desenmascara>> algún
rumor a lo deforma, los periódicos proclaman en un grito de júbilo: <<Gracias a
Dios, el hombre no continúa viviendo tras de la muerte>>. ¡Como si fuese motivo
de gozo el saber que el hombre no es más que un pedazo de carne! Los errores
más palpables pa san inadvertidos. Por ejemplo, un buen día aparece en los
periódicos : <<El profesor Crookes ha admitido públicamente haber sido
engañado>>. Naturalmente, es to es abs olutamente fals o. Entonces se plantea la
pregunta de por qué en las sesiones espiritistas sólo toman parte sabios
especializados y no detectives y prestidigitadores de oficio. El hech o de que
precisamente los más famos os detectives y pres tidigitadores de oficio siempre han
tomado parte en estas sesiones, confirmando que los fenómenos allí ocurridos
eran auténticos y no explicables según las leyes naturales, es atrevidamente
negado y planteado en sentido inverso. Cuando el príncipe heredero Rodolfo de
Aus tria y el arzobispo Johann (el que después sería <<Johann Orth>>,
<<descubrieron>> al
(P. 210) médium Bastian, se puso asimismo <<al descubierto>> la profunda estupidez
de los excelsos experimentadores, acabando el prometido triunfo en un deslucido
final, tal y como el médium Bastian había producido después de la sesión.
Para un observador con prejuicios, los fenóme nos es piritistas tienen, sobre
todo el lego (es decir, todo el que no tiene muchas experi encias en este campo),

207
ciertas peculiaridades <<sospechosas>>; así sucede que los espíritus superficiales
tienden a formarse rápidamente una i magen falsa, propicia al engaño de los
sentidos. Es tas peculiaridades son: la oscuridad como condición necesaria,
adoptando la forma de una cabina con cortinas; similitud de rasgos en cuanto a
figura, rostro y lenguaje con los médiums, y, sobre todo, el fenómeno de la
<repercusión>>, según el cual las heridas o inyecciones de colorantes efectua das
en el fantas ma se transmiten al médium. Evidentemente se trata de realidades y
circunstancias que a los ojos del profano son inexplicables. Frecuentemente se ha
dado el caso de que las <<fi guras>> materializadas aparezcan en el cí rculo
apoderándose de uno de los participantes, el cual se convierte en médium e
incluso en el mis mo médium que estaba cerrado con llave en la cabina.
En estos casos el <<descubrimiento>>, se dio por realizado sin considerar en ello un
fenómeno de transfiguración. Otra explicación, como el hecho de que el médium
hubiera salido de la cabina por un fenómeno de <<Apporte>>, no fue considerado en
absoluto, aunque es inexplicable, que el peso de la figura materializada haya
aumentado una tercera parte en relación al médium de la cabina. Las experiencias
diarias del hombre en casos se-
(P. 211) mejantes no deben ser consideradas como criterios uniformemente
válidos ; en el caso del ocultis mo, es válida, más que en ningún otro, la frase:
<<Hay que observar fríamente, regis trar y tomar las cosas tal y como s on, por
muy impos ibles que nos parezcan>>.
Los fenómenos alcanzados por Home ofrecen una gran similitud —especialmente
para los conocedores—, con las apariciones logradas por el faquir hindú Gowinda-
Swami en presencia del empleado de gobierno Jacolliot (Le Spiritisme dans le monde,
1875).
Al igual que Home y todos los demás médiums, Gowinda-Swami afirma (como
cualquier otro faquir), que los fenómenos mágicos y metafísicos son producidos por
seres de un mundo completamente diferente al nuestro, que utilizan al hombre
únicamente como instrumento.
Los faquires hindúes Sadhus y Yoguis designan a es tos seres con el nombre de
<<Pitris>>, entendiendo por tales a los fantas mas de los <<Ahnen>> u hombres
prehis tóricos que, según opinión de los hindúes, vivieron en una época en que
todavía ejercían s obre la tierra las fuerzas mágicas que hoy nos faltan.
Sobre los faquires, Jacolliot escribe lo siguiente: <<No poseen aparatos
complicados como, por ejemplo, nues tros pres tidigitadores ; les basta con una fina
cañita de cinco nudos (que usaban ge neralmente en s us meditaciones religiosas) y
un pífano de tres pulgadas. El faquir opera arbitra riamente: sentado, de pie,
sobre la alfombra de un salón, sobre las baldosas de la terraza o sobre la tierra
des nuda. Si para provocar estados de sonambulis mo precisa una persona
determinada, un ins trumento musical, papel o lápiz, s e
(P. 212) los procura él mismo. Por encima de los faquires existen dignidades más altas de
sacerdotes o magos, cuyo más alto pedestal es el de los yoguis. Este grado se alcanza
después de largas y difíciles penitencias. El segundo grado por encima de los faquires es el
de los Sanyassins. A éste le siguen en tercer lugar los nirvanis y yoguis. Los iniciados en el
segundo y tercer grado practican sus ritos solamente en el templo: sólo en el caso de
dignidades muy especiales o durante festividades religiosas de carácter público lo hacen
en el exterior>>. (Jacolliot no poseía experiencias muy exactas en este punto.)

208
<<Los faquires inician sus operaciones convocando a varios espíritus del bien y
seguidamente caen en éxtasis. Los fenómenos que provocan son, en parte, iguales a los
que se producen en las casas de fantasmas o en sesiones de espiritismo: los objetos se
mueven sin que los roce ninguna mano. La ley de la gravedad no se cumple; así, por
ejemplo, un faquir conocido mío, llamado Salvanidin-Odear, hizo bajar con una pluma
común de pavo real el platillo vacío de una balanza, mientras en el otro platillo había un
peso de ochenta kilogramos; luego, extendiendo simplemente sus manos, hizo que un
ramo de flores volara en el aire, se oyeron sonidos indeterminados y finalmente unas
manos etéreas describieron signos luminosos en el aire.>>
En Benarés, Jacolliot conoció a Gowinda-Swami, seguramente el más extraordinario
faquir de la India. Jacolliot vivía en el palacio de un príncipe maharajá en la ciudad santa
situada junto al Ganges; el faquir habitaba una cabaña de paja en las cercanías. Gowinda
habla recibido el encargo de traer a Benarés los restos de un rico
(P. 213) malabarista, que estaban en Trivanderam, y durante veintiún días celebrar las
oraciones y lavatorios rituales en honor del muerto.
Un día, cuando en el palacio todos dormían la siesta, Jacolliot invitó al faquir a su
casa y le preguntó si al llevar a cabo fenómenos ocultistas experimentaba en el cerebro
o en los músculos ciertas sensaciones.
<<No actúa ninguna fuerza natural>>, explicó el faquir; <<yo llamo a las almas de los
antepasados y son ellas las que ejercen su poder, utilizándome a mí como
instrumento>>. Un gran vaso de bronce lleno de agua se aproximó a Gowinda-Swami
cuando éste extendió las manos hacia el sitio en que éste se encontraba y se oyeron varios
sonidos como si alguien lo estuviera golpeando con una varilla de metal. Los golpes seguían
el ritmo de una música, como ocurre con el canto espiritista o al tocar instrumentos
musicales. Cuando el faquir colocó las puntas de sus dedos en el canto del vaso, éste empezó
a temblar, pero el agua que contenía permaneció inmóvil como si estuviera congelada;
por tres veces el vaso se alzó en el aire, a unas siete u ocho pulgadas del suelo.
En otra ocasión, cuando Gowinda-Swami puso sus manos sobre el agua del vaso, sin
llegar a tocarla, empezaron a formarse olas y, llegando poco a poco al estado de
ebullición, el agua empezó a salpicar, saltando a una altura de un pie o dos. Cuando el
faquir retiraba sus manos, el agua se tranquilizaba y si las acercaba empezaba de nuevo
el movimiento. Entonces el faquir arrojó al agua un lápiz de Jacolliot y unos minutos
después éste saltó a sus manos como atraído por un imán. Al preguntar Jacolliot al faquir si
éste era capaz de alzarse del suelo y flotar en el
(P. 214) aire, tomó un bas tón y, apoyando la mano en el pomo, cerró los ojos y
empezó a murmurar s u mantra (palabra mágica). Poco a poco, con las piernas
cruzadas a la manera oriental, fue elevándose a unos dos pies de altura,
permaneciendo en es ta pos tura más de veinte minutos y rompiendo con ello la
ley de la gravedad.
Luego anunció a Jacolliot que cuando los ele fantes golpean los platillos de
cobre en la pagoda del dios Shiva, anunciando la medianoche, llamaría a los
espíritus familiares del Francés para que hicieran notar s u pres encia en el
dormitorio de Jacolliot. Efectivamente , a la hora señalada, Jacolliot oyó golpes en
las paredes de la habita ción y ruidos en los maderos de cedro del techo, mientras
abajo, en Arroyo Santo, el faquir roga ba por la tranquilidad de los muertos, como
Jacolliot, saliendo a la terraza de s u habitación, pudo comprobar.

209
A la pregunta de Jacolliot de cómo las almas de los franceses podían escuchar
la petición de un hindú, no siendo de su misma cas ta, respondió Gowinda-Swami:
<<En el mundo del más allá no hay diferencias de castas>>. Una tarde el taburete
de bambú en el que con las piernas cruzadas estaba sentado el faquir comenzó a
recorrer de un extremo a otro los siete metros de la terraza; Gowinda -Swami
puso asimis mo en movimiento una gran alfombra que, mediante el recorrido de
un extremo a otro de la terraza, ref rescaba el aire. Des pués atrajo hacia sí un
enorme jarrón de flores y poniendo s us manos sobre el canto lo hizo oscilar;
des pués hizo una pequeña lámpara de pie de madera de teca tan pesada que
Jacolliot no la podía levantar; al duplicar s us fuerzas, se rompió el platillo
superior. Cuando el
(P. 215) faquir pus o s us manos s obre una de las grandes planchas plateadas, que
utilizan los ricos del país para un cierto juego, salieron de ella gran cantidad de
fuertes s onidos y unas llamitas recorrieron la plancha en todas direcciones.
Gowinda trajo des pués un acordeón que empezó a sonar sin que éste tocara
otra cosa que el cordón que le s ostenía.
El faquir sentía gran cariño por Jacolliot, pues éste hablaba con él en s u l engua
materna; el sua ve Tamulisch, que en Benarés apenas era conocido, dedicaba a
Jacolliot dos sesiones al día: una durante el día y otra por la noc he, con
iluminación artificial. Al ver en un recipiente unas bellas plumas coloreadas, de
pájaros hindúes, tomó un puñado de ellas y las arrojó por lo alto; cuando iban a
caer, efectuó bajo ellas unos trazos en el aire, con lo que subieron has ta el toldo
que cubría la terraza y des pués de i ntentar varias veces seguir la ley de la
gravedad quedaron prendidas e inmóviles en el techo; s ólo cuando el faquir se
fue cayeron al suelo, donde permanecieron inmóviles . Después, Gowinda-Swami
roció de arena una superficie plana, haciendo que Jacolliot s e sentara, provisto de
lápiz y papel ante una mesa, mientras él, dejando sobre la arena un portaplumas
que le dio Jacolliot, extendió sus manos horizontalmente y murmuró su mantra. A
la vez que Jacolliot dibujaba en el papel toda clase de figuras, s e levantaba el
mencionado portaplumas, sin que le tocara el faquir, y s oplaba [copiaba] s obre la
arena aquellas figuras, inclus o cuando Jacollio t adoptaba una postura que le
impedía al faquir ver lo que dibujaba. Luego Gowinda-Swami instó a Jacolliot a pensar
una palabra en sánscrito e inmediatamente se levantó el portaplumas y es -
(P. 216) cribió la palabra <<purus ha>> (<<Yo es piritual>>) que Jacolliot había
pens ado. De este mis mo modo acertó el palito varios pensamientos más.
Des pués Jacolliot fue con el faquir al final de la terraza y en el jardín vieron al
cocinero de la casa sacar agua del pozo y verterla en una cañería que
des embocaba en una sala de baños. Gowinda-Swami tendió s us manos hacia el
pozo, haciendo que la cuerda del cubo quedara inmóvil en la ruleta, mientras
que las palabras injuriosas del cocinero se le quedaron c omo atascadas en la
garganta; s ólo cuando el faquir bajó las manos recobró el habla el cocinero y la
cuerda volvió a pasar por la ruleta. Esa mis ma mañana, Jacolliot pudo
comprobar cómo Gowinda-Swami flotaba en el aire durante ocho minutos a una
altura de unos veinticinco o treinta centímetros del s uelo.
Según des eo de Jacolliot, Gowinda-Swami logró que en dos horas —durante
las cuales estuvo en es tado cataléptico, con los ojos fijamente abiertos y los
brazos extendidos— hiciera crecer un tronquito de 20 centímetros de altura,

210
germinado de una pipa de melón. Señaló expresamente la diferencia entre hacer
traer una planta o árbol por medio de los <<Pitris>> y lograr el crecimiento de
algo, como había ocurrido en es te cas o con la pipa de melón; este segundo caso
se producía a través de los <<Pitris>>, <<portadores del fluido puro llamado
Akâsa>>, que tiene efectos mágicos.
En la última s esión a las diez de la noche, el faquir trajo un pequeño cubo
lleno de carbón de los que s e usan en las casas hindúes para quemar drogas y lo
pus o en medio de la terraza, junto a un platillo de cobre con polvos aromáticos;
permaneciendo inmóvil, empezó a murmurar s u
(P. 217) mantra. Jacolliot, de repente, se as ustó, pues de la débil nube de humo
que se había formado surgieron por todos lados unas manos que se movían
rápidamente, al principio en forma nebulosa y des pués más claramente; serían
unas dieciséis. Una de ellas presionó la mano de Jacolliot, trajo un capullo de
rosas y lo arrojó a sus pies ; otras manos le acariciaban o abanicaban,
representaban una lluvia de rosas o escribían con fuego aforis mos sánscritos, de
los cuales Jacolliot escribió algunos, mientras los relámpagos atravesaban la
terraza y la habitación. La nube de humo aumentaba a medida que las manos se
materializaban y luego se evaporó. Después de la desaparición, mientras el faquir
continuaba con sus invocaciones, se formó al lado del cubo una nube espesa y
oscura que poco a poco tomó la figura de un brahmán arrodillado, que llevaba
una señal de santidad en la frente y un cordón doblado en tres partes,
corres pondiente a la casta de los sacerdotes, en torno a la cintura. El fa quir tomó
un poco de polvo aromático y lo arrojó a las ascuas incandescentes, con lo cual la
habitación se llenó de un humo espeso; cuando és te se disipó, Jacolliot vio al
fantas ma que, muy cerca de él, le ofrecía s u mano descarnada. Ja colliot la tomó y
formuló s u pregunta : <<¿Eres un primitivo habitante de la tierra?>>
Inmediatamente en el pecho del fantas ma y en forma fosfores cente apareció la
palabra <<AM>> (<<sí>>). Cuando Jacolliot le pidió un recuerdo, la aparición
rompió su cinturón y dándoselo desapareció. El rajá dueño del palacio había
mandado recoger el acordeón mencionado, por ello Jacolliot se as ombró cuando
de pronto oyó que el acordeón sonaba;
(P. 218) en la pared vio el fantasma de un músico que tocaba el instrumento.
Este se encontraba en el lugar en que <<el espíritu>> había desaparecido. Había
penetrado a través de la pared, pues la habitación estaba cerrada. Entonces se incorporó
Gowinda-Swami, que parecía agotado en extremo, y se despidió de Jacolliot, tomando su
regalo sin mirarlo ni dar las gracias por ello. Despertando después de un corto sueño,
Jacolliot creyó que todo habla sido un sueño, pero el acordeón estaba allí, las flores estaban
en el suelo y en su libro de notas encontró las palabras que había visto marcadas con fuego.
Cuatro años después encontró al faquir, quien debido al ascetismo estaba al borde de la
muerte; se hallaba en las ruinas del templo de Karli, en la provincia de Aurungabad, famoso
lugar de peregrinación donde acudían los faquires de toda la India. Cuando preguntó al
faquir, en su tan amada lengua del sur, si se acordaba de los franceses de Benarés, brillaron
los ojos de Gowinda-Swami y murmuró dos palabras en sanscrito que en aquella última
sesión aparecieron en letras de fuego: <<Diviavapur gatwâ!>> (He tomado un cuerpo
fluido).
El ardiente deseo del hombre de averiguar el futuro, escapando así a los peligros que
ofrece, es decir, en cierto sentido escapar de la escuela de la vida, ha conducido a la

211
aparición de las llamadas <<ciencias>> ocultas, en el peor sentido de la palabra, que no
ofrecen ninguna garantía.
Desgraciadamente, la masa, que sobre conocimientos ocultistas, prácticamente no
sabe nada, se dirige precisamente a este campo. Sin sentido crítico y estando expuestos
al peligro de engañarse a sí mismos, el público considera a una
(P. 219) jugadora de cartas cualquiera una visionaria por el mero hecho de que entre cien
casos de adivinación uno se ha cumplido. Astrología, arte de leer en la palma de la mano,
interpretación de sueños y todas estas estupideces están hoy más en boga que nunca;
cuando se previene a la gente sobre esto contestan: <<El asunto no encierra ningún
peligro; lo más que puede ocurrir es que la interpretación no se cumpla>>.
Por el contrario, se trata de algo extraordinariamente peligroso que en
determinadas circunstancias puede envenenar toda una vida.
Intentaré explicar lo dicho: Una propiedad del hombre que va desvaneciéndose a
medida que el progreso aumenta es el instinto.
El pueblo alemán, acerca del cual podemos decir tranquilamente que es el más
civilizado del mundo, ha perdido casi por completo el instinto.
Las pruebas de ello las tenemos en lo ocurrido durante la guerra y después de ésta, y
no dudo de que la historia nos suministrará pruebas de esta especie en gran cantidad. El
pueblo alemán se ha hecho escéptico en dirección falsa en cuanto a su capacidad de
intuición. Se ha establecido un entendimiento favorable al déspota, en contra de <<la fina
percepción a través del alma>>. Y así se ha perdido aquella fina intuición del peligro que
posee el zorro, el gato, el pájaro o el pez, y esta pérdida es perceptible incluso en el
alemán considerado individualmente. Si se presenta un pobre diablo <<señalado>> por
Dios, por el diablo y por la naturaleza, del cual puede decirse a un kilómetro de distancia
que es un bribón, el alemán se inclinará torpemente ante él. Muchos alemanes intuyen
exactamente lo que le sucede al pueblo alemán, y así se ha propagado el grito:
(P. 220) <<¡Volver a la naturaleza!>> Desgraciadamente esto consiste en presentarse ante
una bandada de pájaros emigrantes o, mejor dicho, formar parte de ella y con los ojos
azules del germano, leales y triangulares, cantar canciones populares, recorriendo los
campos en tropel. Por este medio quizá se abre el apetito y se regula la digestión, pero el
instinto no se despertará en absoluto. Así como existen toda clase de medios para
despertar el instinto y de hecho los medios y caminos ocultos lo hacen sentir como una
palabra interior verdadera y leal, existen también venenos que paralizan por completo la
facultad de manifestarse.
Uno de estos espantosos venenos es, por ejemplo, la llamada astrología. En los casos
en que el entendimiento no alcanza a saber elegir el camino adecuado, en lugar de echar
mano del tacto y de la intuición, reforzando de esta forma el instinto, el ocultista
profano de hoy consulta tablas astrológicas para saber si esta o aquella hora es propicia
para esta o aquella acción.
Las fuerzas que no se usan se atrofian. ¿Por qué entonces consultar las tablas
astronómicas y no la propia alma? ¿Por qué preguntar a otros hombres estando uno
mismo tan cercano a la cuestión? Esto no quiere decir en absoluto que la astrología, la
lectura de la mano y el arte de adivinación sean sólo supersticiones; lo que sí está
comprobado es que son susceptibles de error. A veces pueden alumbrar las tinieblas,
pero quien las sigue exactamente puede caer en terreno pantanoso.
Los metales empleados en la Antigüedad y en la Edad Media para predecir la verdad
son tan numerosos que para exponerlos detalladamente

212
(P. 221) se necesitarían tomos enteros. Se consideraban los fenómenos atmosféricos,
como el soplar del aire, el arco iris, la posición de los planetas en torno al sol y a la luna,
la niebla y las nubes; si, por ejemplo, el viento soplaba hacia el este, era signo de
felicidad; si hacia el oeste, desdicha; si hacia el norte, la pregunta quedaba sin
contestar, etc. Se descubría la verdad a través de la cebada y trigo, queso, huevos y cera
derretida; también mediante el crujir de ramas de laurel ardiente, en el sacrificio de
animales y frutos (Caín y Abel) se observaba la dirección del humo, la posición de las
cartas, la rapidez o lentitud con que se secaban las hojas de salvia humedecidas, según la
trayectoria del relámpago, con cuyo objeto se dividía el cielo en dieciséis regiones,
pudiendo ser los rayos de 11 clases y reconociendo 11 dioses; según la clase de
relámpagos y la región del cielo de donde procedían tenía lugar la interpretación. También
se tenía en cuenta el vuelo de las aves, así como su frecuencia y modo de comer, o bien
sobre la tierra se trazaba un círculo dividiéndolo en veinticuatro partes; en cada parte se
escribía una letra del alfabeto griego y se depositaba un grano de trigo; entonces se
colocaba en el círculo un gallo y el oráculo se formulaba según la región de donde picara el
grano de trigo. Los antiguos romanos empleaban con gran predilección, como medio
profético, el llamado auspicio, para lo cual un sacerdote especializado examinaba el hígado
de los animales sacrificados. Los emperadores Heliogábalo, Maxentio y Juliano, el
apóstata, llevaron esta costumbre a la forma más abominable: se sacrificaban hombres en
lugar de animales.
La mayoría de estos métodos proféticos par-
(P. 222) tían de la judaica teoría secreta, el llamado <<Kabala>>, que se expresaba en la
siguiente frase: <<La naturaleza exterior es el rostro de Dios>>, o bien: <<En el presente
está escrito el futuro hasta en los más pequeños detalles>>. En el auspicio del <<examen
del hígado>> parece existir, aunque desfigurado y confuso, un sentido más profundo.
En los antiguos libros de yoga hindúes, encontramos la indicación de que cuando el
yogui concentraba sobre su hígado toda su conciencia, alcanzaba un determinado modo
de videncia y se ponía en contacto con los devas (una especie de seres situados entre el
hombre y los dioses), que podían descubrirle muchos misterios. La figura y construcción
del teatro japonés era probablemente un símbolo del hígado como portador de
experiencias trascendentales, pues, como el hígado humano, se le puede considerar
dividido en dos partes (escenario y patio de <<espectadores>>), unidas por una pasarela
de flores. El examen del hígado según el método originario deja entrever que lo esencial es
despertar facultades ocultas y que en ellas debe recaer el motivo principal si se da crédito
al arte de la adivinación.
El estado en que un adivino debe encontrarse para ser tomado en serio se llama
excitación <<mántica>> (videncial); para despertar esta excitación mántica les basta a los
visionarios de nuestro tiempo, con la perspectiva de veinte marcos como honorarios
(además de los impuestos correspondientes).
Una vieja costumbre que despertaba las facultades mánticas del hombre <<sideral>>
era para los escoceses montañeses y para los westfalianos, el llamado <Deasilgehen>>.
Consiste en que el veedor o la veedora caminan por tres veces en dirección
(P. 223) al sol para identificarse con él (de aquí viene el refrán: <<El sol lo traerá con el
día>>). Walter Scott trata el fenómeno del Deasil en su crónica de Canongate; cuenta que
una tía, habiendo hecho por su sobrino el <<Deasil>>, anunció que veía sangre inglesa en
un puñal, rogando a su sobrino quedarse en casa. Pero él no hizo caso y se marchó;
aquella misma tarde apuñaló a un inglés (tratante de animales), por lo cual fue ejecutado.

213
(No me asombraría si después de haber contado este caso volviera a efectuarse en Berlín
W, el <<Deasil>>.)
Sobre videncias especiales [(espaciales ¿?)] y temporales, provocadas mediante excitación
mántica por un Chaman siberiano, informa, según Deuteroscopia de Horsts, el ruso
Matjuschkim, compañero de viaje del barón Wrangel en su expedición al Polo Norte en el
año 1829:
<<El Chaman, en la forma usual, y por medio de violentos retorcimientos, tabaco
fuerte, aguardiente, golpes sobre el tambor mágico, etc., cayó en éxtasis durante unas
cuatro horas; su aspecto era espantoso: tenía el rostro contraído y los ojos fijos. Le hice
diversas preguntas en relación con nuestra expedición y el Chaman contestó a ellas en un
estilo como de oráculo, pero en tono firme como si supiera exactamente la meta que
perseguíamos y las circunstancias de nuestro viaje. Le pregunté, por ejemplo:
—¿Cuánto durará nuestro viaje?
—Más de tres años.
—¿Conseguiremos mucha información?
—Más de lo que se espera en vuestras casas.
Luego quise saber cómo le iban las cosas a nuestro teniente Anjou, del cual desde hacía
mu-
(P. 224) cho tiempo nos habíamos separado. El Chaman contestó:
—Está a tres días de viaje de Balne, donde en el Sena se enfrentó a una espantosa
tormenta, salvándose con gran trabajo.
Lo cual sucedió literalmente. Después de contestar satisfactoriamente a todas las
preguntas, cayó al suelo, donde entre fuertes contorsiones y espasmos permaneció un
cuarto de hora; los demonios que, según dijeron los nativos, le habían dado las
contestaciones salieron de él.>>
Quiero expresar a grandes rasgos los medios y caminos que, según la tradición,
sirven para despertar facultades ocultas.

_________

(P. 225) COMO DESPERTAR FACULTADES OCULTAS


MEDIANTE ADIESTRAMIENTO DE LA VOLUNTAD
Y EL USO DE CIERTAS DROGAS

La gran meta de los asiáticos, especialmente de los hindúes y de todos los ocultistas de
la raza blanca que no quieren ser meros espectadores, es la enseñanza del yoga. Aunque
existen conocimientos espirituales que llegan más allá del yoga, pertenecen más bien a la
mística que al ocultismo. El fundador, o mejor dicho, compilador de las enseñanzas
yoguistas, parece ser un hindú llamado Patanjali, que vivió, aproximadamente, hace unos
dos mil quinientos años.
En uno de los libros atribuidos a él, llamado Los aforismos del yoga, dice: <<Los
Siddhis (fuerzas maravillosas ocultas), pueden ser innatos o adquiridos con medios
químicos, repetición de mantras, mortificación de la carne o concentración>>.

214
Los aforismos yoguistas forman un libro que sólo puede ser entendido exactamente por
aquel que sigue paso a paso la práctica de las enseñanzas que encierra. Paso a paso irá
apareciendo una luz ante él, pero esta enseñanza supone un duro trabajo que exige toda
una vida, no pudiendo ser ejecutado <<como ocupación marginal>>. Paracelso dijo (en el
capítulo indicado de este libro) que el cuerpo <<sideral>> (el que realmente es portador de
facultades ocultas), despierta cuando el cuerpo carnal duerme. (Así, pues, el hombre normal
es
(P. 226) una cabeza de Jano con dos caras que miran a dos mundos diferentes.)
Por lo tanto, un médium debe caer en una especie de sueño para que las
facultades ocultas de su cuerpo sideral se hagan <<completamente efectivas>>.
Cuando un médium s e encuentra en alguna actividad, el cuerpo sideral actúa con
una efectividad <<menguada>>. Con otras palabras: la conciencia normal, es
decir, la llamada conciencia diurna, es un obstáculo para las revelaciones ocultas.
Por eso se trata de encontrar otro estado de conciencia diferente al normal y
éste se puede lograr mediante el us o de ciertas drogas y estimulantes, como el
hachís, el beleño, la decocción de agárico, el s oma hindú (Asclepias ácida) y otros
muchos, cuya secreta preparación es privativa de los sacerdotes de pue blos
primitivos. Los res ultados son naturalmente enfermizos, bárbaros y bas tante
ins uficientes, pues parten de la amortiguación de los sentidos. Es tos métodos
conducen a los abis mos del s ueño y de la hipnosis. Pero existen otros caminos
opues tos, como el de la magia y el del aumento de la conciencia. Para ello sirve:
la repetición de fras es (los himnos del santo Rig-Veda, por ejemplo) para lograr
un es tado de alerta, el ayuno, la oración, el insomnio prolongado durante añ os,
etc. Es tos ejercicios se alivian mediante el fervor religios o, pero llevan en sí un
cierto veneno en el sentido de que, la mayoría de las veces, provocan una idea
falsa de <<Dios>>; el desarrollo de las fa cultades ocultas más elevadas se agrava
a través de la autos uges tión. Por ejemplo: el médico de un pueblo de zulús
entiende por Dios a un es píritu maligno, al cual tanto él como los esclavos están
subordinados ; la cons ecuencia es que, debido a es tos conocimientos deficientes,
los res ul-
(P. 227) tados mágicos s on también deficientes . Es te ejemplo, variado y
pensado has ta el final, nos da la clave de que por qué los grandes santos
carecían frecuentemente. de poderes mágicos .
Existen estados de alerta tan intensivos que se manifiestan con relación al cuerpo,
como si el individuo estuviera en sueño profundo o en trance. Pero en realidad son
precisamente lo contra rio de un trance mediumnista. Por encima de este trance
existen estados de alerta superiores; en ellos el hombre parece encontrars e en un
es tado de conciencia normal, pero —no me cansaré de repetirlo— se trata de una
<<apariencia externa>>. Interiormente s u conciencia es tá elevada a un a gran
altura respecto al hombre normal. Buda decía: Los sentidos reprimidos <<están
alerta>> constantemente hacia el joven Buddho G ota mos [(Ga uta ma Bu da ¿?)] .
Con la palabra <<wachsan>> se refiere no s olamente al es tar alerta frente a
los des eos, es peranzas y pas iones , sino también al <<es tar des pierto>> en el
más alto sentido metafísico. Él mis mo dice que ya ha alcanzado el nirvana (que
es el más elevado grado de <<estar dis puestos [(des pi er tos ¿?)]>> y no la
<<nada>> que el europeo mal orientado entiende bajo la palabra nirvana).
Nir-vana s ignifica ¡ninguna ilusión más !

215
El estar dispuesto [despierto ¿?] en grado sumo y lo que esto significa es apreciable
incluso en el sencillo ejemplo del jugador de ajedrez; se le puede gritar al oído sin que
él oiga nada.
Como la forma más efectiva de alcanzar <<el es tar des pierto>>, Patanjali indica
la concentración en un determinado pensamiento; este es el lla mado Raja Yoga o
Yoga Real, en contraposición al Hatha Yoga, en el cual no se usan los otros me-
(P. 228) dios, como el empleo de drogas, mortificación de la carne, etc.
Un Hatha yogui se parece a alguien que viaja en un globo y que arroja el lastre para
alcanzar altura; el Raja Yogui es aquel que incluso con el lastre depura el aire para
continuar volando. El Raja Yoga es un sistema tan sutil que apenas se puede explicar con
palabras. Para participar de sus frutos, el único medio es irlo, viviendo a grados y no
dejar ningún punto sin cumplir. La dificultad que existe para explicar los diversos grados
de yoga ha hecho que se utilicen descripciones simbólicas accesibles al entendimiento y
al corazón para aproximarse al menos • a un entendimiento totalitario.
Una descripción simbólica, por otra parte la mejor que conozco, son los doce
trabajos de Hércules. Así, por ejemplo, los Stymfalides [(Estínfalos)] (pájaros exterminados
por Hércules) no significan otra cosa que los pensamientos que le asaltan al yogui
cuando está tratando de llegar a una unión de una persona con su poderoso, eterno y
trascendental <<yo>>.
Para los cristianos y judíos, la enseñanza del yoga se ha transformado en una
piedra de choque; constantemente se oye decir: ¿Para qué un sistema tan duro? ¡Si
todo eso se puede lograr por medio de la fe y de la virtud!
Desde luego la fe, cuando es <<viviente>>, es un medio oculto excelente, pero la fe
que <<actúa>> no se puede aprender de la noche a la mañana. Se puede alcanzar por
medios educativos, pero no conozco otros caminos educativos que los del yoga [(el
método de Robert Desoille, el Sueño Despierto Dirigido, como ya lo tengo dicho –pág.\folio, 18 y 201–,
pudiera ser una alternativa. –Ladlo-)].
En la India existen cientos de sectas religiosas totalmente diferentes, pero todas
tienen un pun-
(P. 229) to común: la concentración. Sea concentración de pensamientos o de
sentimientos para los efectos es igual. El sistema yoguista es, en términos matemáticos,
álgebra y no aritmética; ambos, el ocultista y el místico, pueden hacer uso de él.
También en el catolicismo existe una especie de yoga; quien se interese por ello
puede obtener información más concreta en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de
Loyola (<<Manresa>>, editorial Pustet, Ratisbona).
La frase fundamental de los jesuitas que se ejercitan en esta clase de yoga (ignoro si
se practica aún hoy día), es la siguiente: <<Renunciar a la propia voluntad para que "la
otra" voluntad, es decir, la del divino Jesucristo, se evidencie>>. Por tanto, en el yoga
hindú, como en los jesuitas, la <<transformación>> exterior del hombre es la meta del
ejercicio espiritual.
La amplia comunidad no católica, que desde hace tiempo es enemiga de los jesuitas y
que no ve claro lo que quieren decir con la palabra <<interiorización>>, entiende por
<<renuncia de la propia voluntad>> únicamente un solapado método del fundador de la
orden para dar poder político a sus adeptos, una especie de militarización clerical en
apoyo de la Iglesia.
Comprensiblemente, el jesuita parte de la divinidad de Jesucristo; los ejercicios tienen
por objetivo recibir la <<gracia>> que el Espíritu Santo deposita en él como en un

216
recipiente. La consecuencia natural es, desde el punto de vista yoguístico, que el ejercitante
se adapta a la imagen de Jesucristo que ha formado, queriendo pasar par todos los
sufrimientos que Jesucristo paso en el Gólgota, como son las heridas y la sangre que
(P. 230) manaba de su frente a causa de la corona de espinas.
Pondremos un ejemplo entre mil para explicar cómo se desarrollan estos procesos: La
monja agustina Catalina Emmerich, natural de Dülmen, hija de unos pobres granjeros,
nacida en 1774 y fallecida en 1824, fue una famosa figura estigmatizada que en sus éxtasis
meditaba sobre la vida y pasión de Jesucristo. Desde su juventud experimentó visiones;
veía a su ángel de la guarda y al esposo de su alma, Jesucristo, que, entregado de manos de
su madre, jugaba con ella en la pradera y jardín. Tenía el don de diferenciar las reliquias
verdaderas y se comunicaba con las <<pobres almas>> del purgatorio. A los veinticuatro
años so le apareció Cristo en forma de un niño resplandeciente, ofreciéndola una corona de
espinas en la mano derecha y una corona de rosas en la izquierda; habiendo elegido ella la
corona de espinas, el Niño se la clavó en la cabeza con ambas manos. Presa de grandes
dolores, volvió a casa para meditar, y pronto empezó a manar la sangre sobre su frente. En
la iglesia rogó a Dios que la hiciera sufrir parte de sus dolores, y desde entonces sintió arder
sus manos y pies, a la vez que su cuerpo fue atacado por la fiebre. Desde la infancia había
pedido que el Señor <<apretara su cruz sobre su pecho>>, sin pensar entonces que se
produjera una manifestación exterior del suceso. El 28 de agosto de 1812 rogó más
fervientemente que nunca y vio a su celestial Esposo venir a ella como antes, en forma de
un Niño resplandeciente, que con la mano derecha hizo la señal de la cruz sobre su pecho
(del cual posteriormente salía linfa). Unas semanas después, estando rogando, arrodillada
en éxtasis, apareció la
(P. 231) misma figura llevando una cruz como de más de tres pulgadas, en forma de
horquilla, que ella se apretó sobre el pecho y la devolvió seguidamente. Unos días más
tarde la Y se manifestó en forma de una mancha roja sobre su esternón, de la que al
principio, el miércoles y después el jueves, manaba sangre.
Oía interiormente todo lo que se decía de ella en el convento y conocía todas las
violaciones de las reglas conventuales que se producían. En la iglesia se sentía de pronto
como transportada y subía a las alturas más elevadas, que humanamente eran
inalcanzables. Gran parte de sus sufrimientos y dolores le habían sido transmitidos
(espiritualmente y por deseo suyo) por otras personas. Llegó un momento en que no pudo
andar; yacía en el suelo, rogando constantemente y sin recibir apenas alimento alguno. Su
constante súplica de que Dios la librara de sus heridas, para que no tuviera que yacer
siempre en el suelo, debido a su estado de intranquilidad, fue escuchada, después de siete
años, a finales de 1819. Las hemorragias se hicieron menos frecuentes, las heridas
cicatrizaron, continuando en cambio los dolores. Las hemorragias sólo se manifestaban
durante el tiempo de pasión. Sufrió otros martirios físicos, y con frecuencia sus brazos y
manos aparecían enrojecidos y cubiertos de ampollas, ante lo cual ella decía: <<He
arrancado demasiadas hierbas en la viña del Señor>>.
Los procesos y tareas de su vida interior se traducían en manifestaciones simbólicas
de carácter doloroso.
Pasadas seis o siete semanas después de su muerte se extendió el rumor de que la
tumba había sido abierta y que el cadáver aparecía sin
(P. 232) ninguna señal de descomposición y con una plácida sonrisa en su cara, como si
durmiera. Un católico creyente interpretaría estos sucesos y etapas como el camino
recorrido para la santidad cristiana; pero el versado en los métodos yoguísticos dará

217
posiblemente una explicación de más alcance. Para exponerla tengo que explicar algo que
me parece importante:
Como he dicho, en Asia existen dos sistemas yoguísticos: uno de ellos, el Rajá Yoga, parte
(aunque en Patanjali esto no es mencionado, expresamente, se deduce claramente) de la
siguiente suposición: los pensamientos humanos son de carácter creativo y, en ciertas
condiciones, especialmente cuando se concentran al exterior —como los rayos de sol
incidiendo sobre una lenteja— actúan transformando la llamada materia. El alcanzar esta
transformación corporal no es en modo alguno intención del Rajá Yoga; para éste no se
trata de lo personal, quizá ni siquiera del <<individuo en sí>> sino de algo <<más eleva-
do>> probablemente de la unión con la gran <<causa>> abstracta, incorpórea
innombrable y carente de figura.
El segundo sistema es el Hatha Yoga. En la India, donde es ejercido por Sadhus y por
teósofos de todas clases, el Hatha Yoga es considerado como algo despreciable en alto
grado, degenerado, bárbaro y digno de ser destruido. Pero considerando este sistema como
lo emplean hoy los faquires y, en cierto sentido, los Chamanes, hay que tenerlo en cuenta.
Sin embargo, las cosas son distintas cuando se va al fondo de ellas.
El Hatha Yoga, tal y como aparece, por ejemplo, en libros tradicionales, como el
<<Hatha Yoga pradipica>>, del comentarista, Srinivas Ayangar,
(P. 233) en una excelente y atractiva ruina de tiempos anteriores, que muestra los rasgos de
la brujería y de las recetas de muertos. Esta impresión se refuerza cuando constatamos que
las sectas hindúes y tibetanas siguen las reglas del pensamiento claramente malicioso del
Hatha Yoga.
Un ejemplo (prescripción para un Hatha Yogui): <<Ciérrese la abertura del ano con el
hueso del pie izquierdo; apriétese con cuidado este hueso con el del pie derecho; muévanse
muy despacio los talones, retirando despacio el perinäum [periné ¿?] (carne del medio) y
conteniendo la respiración y presionando la barbilla contra la región cardíaca, estrangúlese el
cuello. Quien efectúe esto acabará con el envejecimiento y la muerte y será capaz de realizar
cuanto desee>>.
Si realizamos esta extraña receta <<con el deseo de sufrir>>, como la monja Catalina
Emmerich, encontramos un solo punto común que es en el fondo muy esencial: hacer
sufrir el cuerpo. El faquir lo hace con el deseo de someter su cuerpo (<<su enemigo>>) a
su voluntad para que el cuerpo sideral (mirar el párrafo de Paracelso), despertando su
fuerza mágica, se haga <<movible>>; Catalina Emmerich <<transformaba>> también su
cuerpo, pero no perseguía la misma meta del faquir y por ello actuaba ciegamente, sin
seguir las leyes mágicas. La imagen de su ideal, Jesucristo, asumía por ello (Paracelso
hubiese dicho: como <<Evestrum>>), en lugar de su voluntad consciente, el papel de
transformador.
Estos transformadores —en sentido pagano— son conocidos en el yoga y utilizados
como medio auxiliar. Esto queda comprobado mediante la siguiente prescripción
yoguista: <<Cuando el aspirante a yogui no alcance resultado alguno,
(P. 234) debe concentrarse en la imagen de su <<maestro>>, (Gurú) hasta que, poco a
poco, se haga viviente a sus ojos, hablándole e instruyéndole como si fuera su <<líder>>.
Esta prescripción, en extremo preocupante y peligrosa, se ha extendido rápidamente
hacia el Oeste, siendo para ciertos teosofistas un medio de satisfacer su vanidad,
ganando prestigio y dinero de los profanos crédulos y de los pensadores superficiales.
Los asiáticos sin escrúpulos que conocen exactamente el veneno que encierra es ta
pres cripción la emplea n mezclada certeramente con las leyes de magia hipnótica; así

218
transforman a sus alumnos en <<Golems>> (34) carentes de voluntad. En este punto quiero
prevenir seriamente a todos los que se encuentran en este campo del ocultismo: no existen
<<Gurús>> o líderes que comen, beben y digieren; es decir, que funcionan fisiológicamente
como hombres.
El que se hace llamar líder es (¡aunque los libros antiguos dicen lo contrario!) un iluso o
un estafador. El que quiere encontrar algo debe, como Robinson Crusoe, vivir lejos de los
hombres, a solas con Dios y la voz espiritual de la Naturaleza.
En los últimos tiempos, un autodidacta ministro de Justicia inglés llamado Sir John
Woodruff (seudónimo Artur Avalón), formó, con ayuda de muchos brahmanes y Pahdits
(35), un libro de extraordinaria importancia que arroja una clara luz en la interpretación
del Hatha Yoga.
Mucho tiempo antes, la teosófica sociedad an-
_____
(34) Palabra hebrea; creencia en una figura humana hecha de barro, con intervención de fuerzas
mágicas y a fo r i s m o s a n t os . ( N d el T .)
( 3 5 ) T ítulo de sabiduría que se da en la India. (Nota del T.)
(P. 235) glo-hindú, y más tarde su copia antroposófica alemana (tremendamente
misteriosa) y con un método de desarrollo, han logrado establecer que el despertar de los
centros astrales y la elevación de la línea mágica se encuentran en la médula espinal. En
parte esto significa que se trata de experiencias prácticas de este o aquel fundador, o bien
de descubrimientos efectuados a través de los Mahatmas (en Asia llamados
<<superhombres>>) (36).
En la India exis te una s ecta llamada de los Tantrikas [Tantristas ¿?], que incluso
para el mismísimo demonio es perversa. ¡Líbrenos de ellas Satanás!
Según Artur Avalón, la religión de estos tantrikas, aparte de algunas fórmulas arraigadas
en el Sur, es lo más puro y sublime que cabe imaginar, limitándose el sistema del Hatha Yoga
a presentar los productos de derecho de esta religión mágica que data de tiempos remotos.
Lo que hace al libro especialmente interesante para los ocultistas y para los gurús
<<consagrados>> es la circunstancia de que en él se pone de manifiesto la falsedad de
cuanto hasta ahora había sido considerado como el <<camino del éxito>>.
Sin duda las prescripciones del Hatha Yoga no son supersticiones o fórmulas sin
sentimiento, sino que aluden a conocimientos fisiológicos de gran profundidad de los
cuales hasta ahora no se tenía una idea; desde luego muchos de ellos confunden la causa
y el efecto. Por ejemplo, en el Hatha Yoga pradipica se dice: <<Quien no practique ambos
sistemas, Hatha Yoga y Rajá Yoga,
_____
(36) Este <<levantamiento>> sucede mediante concentración de pensamientos y sentimientos sobre el
llamado plexussacral; provoca el trance y es extraordinariamente peligroso. (El editor.)
(P. 236) sino sólo uno de los dos, no alcanzará ningún éxito>>.
En otro lugar se dice: <<El yogui tiene que aprender a contener la respiración
durante dos horas>>. (¡Prueben ustedes a hacerlo!) <<El yogui debe colocar la lengua
hacia dentro para taponar la garganta y fijar sus ojos en la punta de la nariz.>>
En los epilépticos se da con frecuencia el caso de que giran los ojos <<y se muerden la
lengua>>. Mohamed, por ejemplo, era epiléptico. Así, pues, no tiene nada de extraño
que los crédulos e ignorantes lo tomaran por un profeta. O bien, considerando el ejemplo
de Catalina Emmerich, a fuerza de imaginar el martirio de Cristo, se produjeran en su
cuerpo los signos del crucificado; lo mismo que los seguidores de Mohamed u otros
entusiastas del estado epileptoide. Algo parecido ocurre en cuanto al precepto de

219
contener la respiración durante dos horas. Si esto fuera medianamente posible ya lo
habrían logrado los buscadores de perlas de la isla de Java o los artistas de varietés; la
contención de la respiración durante el tiempo señalado fue demostrada por los
faquires como Protapa, quien hace años efectuó una demostración en Budapest, y por
Harides, que se hizo enterrar durante meses, y muchos otros; según afirmación de
todos los faquires, el fenómeno se consigue por introversión de la mente.
Así, pues, la afirmación de Ayangar aparece aquí confirmada. El Rajá Yoga es la
casualidad [causalidad ¿?]; el Hatha Yoga, el efecto; el uno sin el otro queda incompleto. Si
sobre la imagen que ofrece el Hatha Yoga no anteponemos la religión del tantrik, éste no
sólo aparece como algo rígido y muerto
(P. 237) en el campo ocultista y espiritual —pues apenas cabe pensar algo más egoísta y
material—, sino que está vacío en todos los conceptos. En el libro <<preceptivo>> del
Hatha Yoga están consignados todos aquellos que dominan una determinada contorsión
o músculo independiente de la voluntad, como el corazón, los contractores de la
pupila, etc.; sin embargo, existen casos como el de un camarero europeo, que poseía
estas facultades en forma congénita e incluso comprobadas clínicamente. Además, un
hindú londinense, que actuaba en una sala de varietés ejecutando contorsiones y asanas
(posiciones) increíbles. Ninguna de las dos personas citadas poseía las más mínimas
facultades ocultistas.
Evidentemente, el punto clave está situado en otro terreno que no es el puramente
corpóreo.
Desde luego no debemos esperar que la religión del tantrik sea la raíz originaria de
todos los misterios o una solución a todos los males existentes; desde el punto de vista
cristiano esto sería paganismo, pero para el estudio del ocultismo y del yoga tienen
otra significación.
Su tarea es la adoración del cuerpo, el enemigo del hombre, la fuerza transformadora
del cuerpo y lo que —como diría el cristiano— le hace resucitar. El hombre del último
milenio, al desdivinizar la naturaleza, utilizando solamente ciegas fuerzas mecánicas, ha
desdivinizado también su propio cuerpo. La religión del tantrik ve, en todo centro
nervioso, el trono de una divinidad, a quien el virtuoso invoca y honra. ¿Es correcto que
una transformación tan contundente del alma humana deba ser desterrada? ¿Sabemos
el enorme papel que juega la autosugestión, no sólo en lo que se refiere al carácter y a la
ac-
(P. 238) tuación del hombre, sino al influjo que ejerce s obre s u cuerpo? Las
ampollas ardientes aparecidas en las manos de Catharina [Ca tali na] Emmerich,
al imaginar arrancar ortigas del jardín divino, ¿no s on, s in lugar a dudas , una
transformación orgánica? Si hubies e cogido flores como manifes tación de un
acontecimiento alegre, el res ultado hubies e sido el mis mo .
No sabemos todavía has ta dónde llega el influjo de la imaginación s obre el
cuerpo. ¿Será demasiado atrevido afirmar que tal influjo es ilimitado?
El fenómeno espiritista de la transfiguración permite albergar abundantes
esperanzas.
La meta más elevada del Hatha Yoga y de la teoría del tantrik es la total
superación de lo corpóreo, y la antiquísima religión china del Tao, que
probablemente no es otra cosa que tantrik, habla en sus leyendas de miles de
creyentes, s eñores de s u cuerpo en cuanto a que son capaces de dominarle. Si no
tuviéramos la prueba de los fenómenos de materialización espiritual y

220
des materialización, nuestra creencia no tendría fundamento; ¡pero qué enorme
pers pectiva se abre ante nues tros ojos cuando consideramos , aunque s ólo sea un
ins tante, esta es piritualidad!
Si el camino para alcanzar es ta meta es seguro, no importa que dure una
eternidad. Si, por el contrario, conduce a la nada, no encuentro un nombre más
apropiado que éste: <<cenizas de ma res muertos>>.
Nos encontramos hoy en el umbral de grandes inventos y descubrimientos.
Todo hace pensar que también en el c ampo del ocultis mo quedan muchas
realidades por des cubrir ante las cuales hoy día muchos se ríen. ¿Quién s abe si
exis-
(P. 239) tirá un reino habitado por s eres invisibles o si en las grandes
extensiones de nues tra alma crecerán nuevos frutos que has ta ahora no
conocíamos ?
Algunos creen que se acerca el final de la con cepción materialis ta del
mundo y que s obre él s e cons truirá el ocultis mo redentor; ¡pero la victoria no
es tan segura!
Hoy va aumentando el número de los inves tigadores de este campo que
afirman: no s on seres de otro mundo los que pueden aportar realidades tan
as ombrosas ; s on únicamente fuerzas de la naturaleza, ciegas y poco conocidas,
las que entran en juego. Evidente mente, muchos investigadores no se atreven a
hacer tales afirmaciones por miedo a ser objeto de burla, como Lombres o
[Lombr oso ¿?], que en su lecho de muerte afirmaba :
¿Qué puede haber tras de los fenómenos ocultistas sino un tropel de habitantes
procedentes de otro mundo?
Si alguien les demos trara que exis te algo parecido a una electricidad
cons ciente orgánica e inteligente, cambiarían el sentido y dirían:
¡Así, pues, todo es pura materia, incluso el hombre!

_________

(P. 240) En blanco

(P. 241) I V

CARTAS

La siguiente carta lleva el sello del remitente, <<G. Meyer, Prag Zizkov, Premyslgasse
15>>.
Debió ser escrita en aquella vivienda, acerca de la cual Max Brod hizo notar en
su autobiografía que se encontraba en un barrio alejado, junto a la solitaria y

221
extensa fábrica de gas. El des tinatario es, según el contenido de la carta, la
editorial Langen de Múnich, donde en 1904 apa reció el s egundo tomo de
apuntes bajo el título <<Orquídeas>>.

Distinguido Sr. Redactor:


Hace algunos meses me escribió us ted que en vista de la buena acogida de <<El
bravo soldado>> pensaba us ted editar el segundo tomo de mis apuntes . En
cuanto a la <<negativa>>, me permito dirigirme a us ted para preguntarle si
tendría la bondad de recomendarme a una editorial conocida suya que publicara
el resto de mis apuntes.
Según tengo entendido, en el próximo número de la <<Revista de
Literatura>> aparecerá de nuevo un gran debate, en forma de folleto, s obre <<El
bravo s oldado>>.
Es perando encantado s u contes tación me des-
(P. 242) pido de usted atentamente, poniéndome a su disposición,

Gustav Meyrink
30 de octubre de 1903.
_____

Una carta sin fecha dirigida a Albert Langen debe tener una fecha posterior a 1910,
pues en este año apareció la debatida traducción del <<Pickwickier [(Pickwick)]>>, de
Dickens. Meyrink expone aquí los fundamentos que le guían en su actividad como
traductor.

Gustav Meyrink
München XXIII.

Beichstrasse 9
Herren Albert Langen
München

Distinguido jefe de redacción:


En posesión de su distinguida carta del 10 de diciembre me apresuro a contestarla
del modo siguiente:
Me parece bastante extraño que un librero exija a su cliente que retire su
<<Pickwickier>> por suponer que no está terminado. Pero aún más extraño me parece
que el susodicho librero pida al autor una explicación. No dudo de que se trata
nuevamente de una malevolencia probablemente por parte de alguien que quiere
desahogar su cólera conmigo sin dar nombre y dirección alguna.
Admito que si se tratara de traducir a Kant, por ejemplo, habría que atenerse
literalmente al texto, pero en el caso de Dickens esta posibili-
(P. 243) dad queda descartada. Aparte de que los textos originales difieren
considerablemente dentro de las diversas ediciones inglesas, es evidente que nuestra tarea
consiste, ante todo, en conservar el punto de vista literario y no el filológico. Es un hecho

222
conocido que las novelas de Charles Dickens aparecieron al principio en forma de capítulos
en los que, naturalmente, había párrafos superfluos, tachados después por el mismo autor.
Las críticas de entonces subrayan este hecho con bastante encono. En lo que a mí se
refiere, digo claramente que también he acortado cada capítulo de la novela. Lo que he
suprimido en este libro me parece en extremo superfluo, y solo sirve para estropear la
tensión de la acción. En este punto he actuado con la mejor buena fe y estoy dispuesto a
justificarlo. Al mismo tiempo quiero indicar que en otras novelas, como <<Copperfield>> y
<<Bleak House>>, he suprimido muchos párrafos. Las críticas aparecidas entonces señalan
esto en parte, pero siempre en buen sentido. La crítica de Hermann Hesse, aparecida en
marzo, dice, entre otras cosas: <<Las novelas de Dickens no son originariamente obras de
arte, pues están hechas de forma demasiado chapucera>>, y me atrevería a afirmar que, por
ejemplo, en la novela <<Bleak House>> Dickens confunde varios personajes; así, pues, por
una parte, no solo suprimiría algunos párrafos, sino que debería corregir la novela. ¿Qué
dice a esto su señoría? ¿Desea quizás —por estos motivos— devolver también <<Bleak
House>>?
En consecuencia, quisiera repetir que considero mi traducción completamente correcta
y que continuaré dando preferencia al punto de vista artístico. Le agradecería muchísimo
que escri-
(P. 244) biera a su librero de Weissenfeld pidiéndole que tenga la bondad de enviarle
el nombre y dirección del querellante, pues, naturalmente, me interesaría mucho
conocerle.
Reciba us ted mi más dis tinguida cons ideración.
Respetuosamente,

Gustav Meyrink
_________

En la carta de Johanna Kanoldt, una amiga de la familia Meyrink, aparecen


interesantes obs ervaciones s obre el problema editorial de <<El GoIem>>.

Starnberg.
22 de septiembre de 1915

Dis tinguida señorita Kanoldt:


¡Gracias de todo corazón por haber pens ado en nosotros!
Cuando llegó su carta estaba escribiendo al comité de Fastenrath para enviarle <<El
Golem>>.
Desgraciadamente, desconozco la dirección del señor Erbslöh. ¿Puedo rogarle a
usted que me la envíe?
<<El Golem>> aparecerá <<como libro>> , oficialmente en octubre.
Desgraciadamente, he tenido que renunciar a mis derechos de autor,
vendiendo mi libro a bajo precio (por favor, que es to quede entre nos otros ),
pero mi interés por lanzar el libro no ha dis minuido; ahora, en que toda la
ganancia pertenece s ólo al editor, és te removerá cielo y tierra para
promocionar el libro, y si la tirada aumenta, aumentará también en el mercado
el precio de mi próxima novela. Conozco muy bien al s eñor X… Aunque fanfa-

223
(P. 245) rronea todo lo que puede, es solamente un periodista sin influencia alguna.
Como de costumbre, las apariencias no engañan. Yo sé que él <<me necesita>>,
pero, por favor, no le diga nada del asunto de Fastenrath.
Todos le agradecemos de corazón el que s e preocupe por nues tra causa; el
futuro no parece de color de rosa, pero quizá todo s ea diferente. ¿Qué
s ucederá con el arte <<des pués >> de la guerra? Hoy día la situación no puede
es tar peor; inclus o del noble << Simplicissimus >> s ólo he recibido <<la mitad>>
de los derechos de autor. ¡Las demás hojas apenas han llegado a una quinta
parte!

Des de el 1 de octubre es taremos en nues tra nue va cas a: Kaiser-Wilhdms tr.


47. ¿Verdad que vendrá a visitarnos ?

Besando la mano de s u señora madre y de us ted.


Queda de usted agradecido,

Gus tav Meyrink


________

La siguiente carta, dirigida al escritor Kurt Martens, refleja la reacción de Meyrink


cuando se quiso celebrar literalmente su cincuenta cumpleaños.

14 de diciembre de 1917

Querido Dr. Martens:


Perdone us ted que le contes te en una carta tan des atenta y a vuela
pluma; la vieja tía, [de] mi
(P. 246) mujer, se encuentra en el lecho de muerte, y a fuerza de pasar noches en vela
me encuentro en profunda somnolencia.
Por favor, comunique usted a todos los señores que, con ocasión de mi cincuenta
cumpleaños, me quieren honrar, mi agradecimiento más cálido y entrañable. Por favor,
no tomen a mal si les pido que desistan de hacerme tal honor. Me alegra más saber el
deseo de mostrarme tantas pruebas de afecto que sentirme el objeto de la realización de
tales planes.
Asimismo le ruego a usted que no se enfade conmigo... Le doy las gracias por su
carta, que me ha dado tanta alegría como si la fiesta se hubiese llevado a efecto.
Con muchos saludos entrañables, su

Gustav Meyrink

_________

Y finalmente, una carta a un desconocido, pidiendo un comentario sobre su libro,


que Meyrink hubo de rehusar.

224
25-II-19

Distinguido Sr.:
Cuando Langen me envió su libro para hacer un comentario, pensé inmediatamente
que no estaba capacitado para ello. Naturalmente, me quedé con el libro, pagándolo
incluso, pues hubiera sentido mucho aceptarlo sin poder ofrecer por ello una
recompensa.
No debe Vd. tomar a mal mi negativa, ultra posse nemo tenetur.
Con mi más distinguida consideración

Gustav Meyrink
________

(P. 247) Gustav Meyrink


Herrn Oldrich Neubert (37)
Smichow - Hrebenka, 29
(Tel. 492-79)
25 de julio de 1932

Mi querido amigo:
He reencontrado a mi hijo, con el cual me encuentro profundamente unido. Pero esta
reunión es algo completamente diferente a lo que me había imaginado. Si hubiera sabido
que esto iba a suceder, me hubiera entristecido mucho ante mi ceguera terrenal. En
realidad, es asombroso creer que a uno se le rompe el corazón en pedazos. En el papel no
puedo expresar mis ideas ordenadamente; tendré que escribirlas así, sin conexión alguna.
Lo escribiré en forma revuelta, para que interiormente vivas esta unión, tal vez en
forma similar a como lo hiciste con tu mujer. No puedo decir que me fue transmitido con
palabras ultraterrenas, sino que tuve la sensación de haber olvidado algo que me había
sido transmitido milenios atrás, entre noche, como si tuviera necesidad de beber un vaso
de agua. No tenía sed alguna y sin embargo sentía necesidad de beber, pero de forma
diferente a como se experimenta la sed. Al beber un vaso de agua tenía que forzarme,
pues no me sabía a nada. De repente fui consciente de algo: ¡mi hijo tiene sed y yo bebo
por él! Entonces empecé a notar que se iniciaba la unión con él. Las partículas
elementales
_____
(37) O. Neubert era impresor y editor en Praga. Meyrink estaba unido a él por una sincera amistad. Esta carta la escribió
después del suicidio de su hijo Harro, cuya extraña muerte ofrece un curioso paralelo con el final del estudiante Charonsek, que
aparece en <<El Golem>>.
(P. 248) de su cadáver se des hacían y desaparecían. ¡Eran es tas partículas las
que tenían sed y no <<él>>! A la mañana siguiente s upe que tenía que ponerme
s u s ombrero, como en el << Golem>>; Pernath se lo había puesto (38). Actué
con la convicción de que, en cierto modo, mi hijo y yo estábamos unidos.
Inmediatamente percibí cuál es la llave más importante que s e necesita para

225
unirs e <<verdaderamente>> a los muertos: ¡el motivo debe s er uno
determinado! La nos talgia humana de encontrar a los muertos y de unirse a
ellos no es pura e independiente, por es o nuestras súplicas no s on escuchadas,
pues sólo <<un>> determinado des eo, cuya satisfacción nos es espiritualmente
de utilidad, es es cuchado por los muertos. Y es te motivo debe s er: <<Tengo que
ayudar al muerto. No es él quien debe ayudarme, soy yo quien quiero y debo
ayudarle a él.>> ¿Pero cómo voy a ayudarle?, me preguntaba des esperado. No
sé cómo hacerlo. No necesitas sabe rlo, fue la contes tación; tu ardiente deseo de
ayudarle es s uficiente; él no necesita tu ayuda, pero es necesario que le
dediques tus pensamientos llenos de buena voluntad; otros pensamientos no
llegan a él, y des de entonces no he hecho ni pensado otra cosa. Lo demás vino
por sí mismo. De repente, tuve una ins piración: invoc a con todo fervor a la
madre universal Isis, la madre de los dioses egipcios , de la cual s e dice que no se
rige por las leyes divinas ni terrenas ; no distingue el bien ni el mal. Con s u amor
rompe toda ley arraigada y todo karma. Volviendo mi ros tro a los egipcios he
gritado: <<¡O h, Isis , madre univers al, haz un milagro incomprensible para mi
_____
(38 ) Al usión a la novela de Meyrink titulada <<El Gol em>> . (N. del T.)
(P. 249) hijo, mi mujer y mi hija, la hermana de ml hijo. No quiero s aber cómo
s erá es te milagro, y s i para ello tengo que s er des truido, me es igual; ¡s ólo
quiero el milagro! Y el milagro s e ha producido y continúa produciéndose. Una
enorme cantidad de s abiduría y de conocimientos ha irrumpido en mí, has ta
el punto de que no reconozco al que era ayer. Es como s i el hombre de ayer
hubiera muerto y hubiera res ucitado uno nuevo. La tris teza por mi hijo ha
des aparecido s in dejar huella. Si con un movimiento de mi mano pudiera
borrar t odo lo s ucedido, inclus o la caída sufrida cuando esquiaba, no lo haría; an-
tes pondría ml mano sobre el fuego. Me invade un s entimient o de dicha que antes
no había siquiera imaginado. La cuestión es ésta: ¡en la vida terrena no se está unido
con el hombre al que s e ama! Es como si dos botellas es tuvie ran una junto a la
otra: una llena de un líquido rojo y la otra, digamos, con otro de color azul.
Ambos líquidos no s e pueden unir, pues el vidrio de las botellas se lo impide.
Únicamente con la muerte pueden unirse ambos líquidos y mezclarse en un color
único; en el caso del ejemplo (que, naturalmente, no es bueno), el azul-rojo se
trans formaría en un color violeta. Es ta unidad no neces ita, en mi cas o, s er
continua y yo tampoco lo des eo; sé perfectamente que mi hijo es tá allí y yo
es toy aquí, pero cuando s entimos nos talgia nos convertimos en un s er único, y
es to es mucho más agradable.
No puedo describirte con palabras qué sensación de felicidad trae todo es to.
Sólo puedo des earte de corazón que tengas la dicha de experimentar algo así;
cuando es to se escucha con palabras vacías se piensa que es demasiado poco,
(P. 250) pero cuando se vive esta experiencia se da uno cuenta de cuán ciego, sordo y
mudo se había sido anteriormente. Pero incluso el mundo exte rior parece
transformarse, como si, repentinamente, todo fuera nuevo. Las hojas, los árboles, los
animales son nuevos ante mí. Parece como si repentinamente me sintiera fresco y
joven como un niño y, como éste, contemplara la naturaleza con ingenuo gozo infantil.
Con el transcurso de los años se olvida cómo veíamos las cosas en nuestra niñez y
cuánto gozábamos jugando y cantando. Asombrado contemplo cómo vuelven estas

226
sensaciones infantiles. Olvidé decirle que cuando empecé a ponerme el sombrero de mi
hijo (39) —seguramente para lograr un contacto magnético—, me imaginaba que al
comer, beber o fumar mi hijo había comido y bebido por <<medio de ml boca>> que,
mis ojos, ml cuerpo, etcétera, le había prestado.
A veces sucedían cosas extraordinarias: de repente me apetecían comidas o bebidas
que nunca me habían gustado antes. Entonces recordé que a mi hijo le habían apetecido
en vida.
Hay otra cosa extraña: en la noche del 12 de julio, en que mi hijo se suicidó, me
desaparecieron de repente los horribles dolores en los hombros, que durante más de un mes
me habían venido torturando, y a la mañana siguiente desperté ¡casi completamente curado!
Cuando mi hijo estaba aún en la clínica sufrió horribles dolores en el mismo sitio. Entonces yo
le tomaba la mano y me concentraba para quitarle el dolor. Inmediatamente él se sentía libre
y el dolor pasaba <<a mí>>. Después, cuando ya estaba muer-
_____
(39) Nueva alusión a la novela citada en la nota 38. (N del T.)
(P. 251) to y yo buscaba la unión con él, me di cuenta de algo: esta unión es un proceso
parecido a la transfiguración a través de médiums, pero mucho más logrado. Así como,
en ésta la transformación es solo corporal, transitoria e inconsciente, yo me
transformaba consciente y espiritualmente en mi hijo, y siempre sucedía de la misma
forma.
Sé que esto será cada vez más bello y de una forma que, naturalmente, hoy no me
puedo imaginar.
Así, pues, pienso que tú debes hacer con tu mujer algo parecido a lo que yo hago con
mi hijo. Pon tu amor y tu esperanza en <<Isis, la madre universal>> y ella te ayudará. Tu
mujer era la personificación del amor y la bondad y, por lo tanto, una hija predilecta de
<<Isis>>. La madre <<Isis>> te ayudará a ti y a su hija de alguna forma tan incomprensible
que ni siquiera debes intentar imaginártelo, pues es algo que está por encima de la
capacidad humana. Ante todo te debe mover el deseo de ayudar a tu madre, aunque
incluso no lo necesite. De este modo irás hacia ella; pero no espacialmente. En realidad, no
existe espacio ni distancia. Se trata sólo de sugestión y ceguera terrenal. Los muertos están
donde nosotros estamos; sólo sus vibraciones, que son diferentes a las nuestras, nos
hacen creer que estamos separados. Cuando estas oscilaciones se sincronizan, nos unimos
al ser muerto.
En mi hija, aunque no he hablado con ella sobre mi hijo, se ha producido el mismo
fenómeno. Ayer por la tarde me dijo que de repente se había sentido increíblemente
feliz; no lamentaba su muerte, sino que, por el contrario, se sentía alegre. <<Tengo
miedo de mí misma —di-
(P. 252) jo—, pues parece como si mis sentimientos se hubieran desarraigado.>> Mi yerno,
que estaba presente, se puso pálido, pues creyó que mi hija se había vuelto loca. En este
punto pienso en un pasaje de <<El Golem>>: cuando el Rabbi Hillel sonreía
místicame nte a nte la muerte d e s u queri da es pos a. As i mis mo rec ue rdo un
párraf o de <<El ros t ro ve rde>>, e n el que las luce s ca mbia ron de l ugar
(40). Me preg unt o cómo s abría y o cuan do es cribí es tas novelas , que
podían da rs e es tos fenóme nos . Hay que te ne r s iempre pres ente que la
vida e n la tie rra es como una pena de pres i dio: e n luga r de alegra rs e
cuando alguien, p or fin, sale a la olvidada libertad, sus parientes y amigos lloran
por él. Lo que yo he vivido es naturalmente muy poco comparado con lo que ha de

227
venir. Ten por seguro, querido amigo, que te escribiré cuando experimente algo que
te pueda ayudar.
¡De todo corazón te deseo que seas pronto tan feliz como yo lo soy!
Mi mujer no ha experimentado aún el milagro. Hasta ahora está tranquila. Pero el
milagro sucederá. Tengo el presentimiento de que a ella le sucederá algo muy especial .
Tu

Gustav Meyrink

_________

Es especialmente valiosa una carta que el 21 de febrero de 1934 escribió Mena


Meyrink a Ernst Alt en Diuslaken. Por esa razón la publicamos aquí la primera vez:
_____
(40) <<El rostro verde>> es, asimismo, la novela de Meyrink. (N. del T.)

(P. 253) Viena, 21 de febrero de 1934

Distinguido señor Alt:


Desde octubre me encuentro en Viena, por cuya causa no puedo enviarle lo que me
pide. En mayo volveré a Starnberg, donde se encuentra ml hija; desde allí le enviaré con
mucho gusto una fotografía y algún manuscrito de mi marido. La muerte de mi marido —
me refiero a la grandiosidad del morir para resucitar— ha sido para nosotros una misa
mayor en cuanto a religión y grandeza. Desde la estremecedora muerte de nuestro
querido muchacho, Gustav perdió la voluntad de vivir. Su espíritu estaba ya hace tiempo
en otra parte. Sus ojos eran cada vez más brillantes y su cuerpo se hacía cada vez más
pequeño. Realmente apenas hablaba; se sentaba apartado de todos y miraba a la lejanía.
El 2 de diciembre, a las once de la noche, me dijo textualmente: <<Voy a morir; por favor,
no me hables. La redención es un hecho grandioso e importante y, por favor, aunque
tenga que sufrir mucho no me des ningún calmante, pues quiero estar erguido y
consciente.>> Y así, erguido, con la mente clara y sin quejido alguno, esperó la llegada de
la muerte. Sus ojos fueron poniéndose cada vez más brillantes, y a la una y media y siete
minutos del domingo 4 de diciembre, expiró. Hemos tenido una gran alegría de que su
gran espíritu se haya extinguido tan armoniosamente. Su cuerpo ha quedado como una
larva que, convertida en mariposa, ha subido a las alturas. El murió erguido y así he
quedado yo también. Su muerte y la de mi muchacho —que también murió incorporado
siguiendo su camino, casi con alegría— son para mí un ejemplo de que
(P. 254) la muerte no tiene nada de espantoso. A pesar de la gran conmoción me siento
llena de una riqueza interior que me transmitió Gustav y que nada ni nadie me podrá
quitar. Estoy extrañamente alegre, con su <<transpaso>>, y cada día más feliz, pues noto
que me voy acercando a ellos más y más. Gustav murió de nostalgia por su querido hijo,

228
como hubiese seguido en la muerte a cada uno de nosotros a quienes amaba demasiado.
Este gran amor suyo quizás alumbre su camino más que cualquier otro ejemplo.
Con muchos saludos, su

Mena Meyrink

____________________________
__________
____

ANEXO EXTERIOR A LA OBRA

Louis Pauwels, en el volumen I, página 35 —nota (34)—, nos dice:

Este grado máximo de <<estar despierto>> no ha sido, hasta ahora,


satisfactoriamente definido. Si existe un "estar despierto al máximo", falta un piso
en el edificio de la psicología moderna>>, dice Louis Pauwels (33).
No se puede describir es ta situación de un modo más gráfico. Sin embargo, este
mis mo autor hace una cita también muy expresiva refiriéndose <<al texto más
revelador de cuanto nos ofrece la literatura moderna sobre es te es tado del yoga:
se trata de un fragmento de la novela "El rostro verde", de Gustav Meyrink>> (34).
_____
(33) Louis Pauwels, Jacques Bergier, Penetración en el tercer milenio / Sobre el futuro de la razón fantástica.
Berna y Stuttgart, 1962.
(34) Págs. 283-293 de "El rostro verde".

[De la: INTRODUCCIÓN de: EL ROSTRO VERDE


… Es en el "Rostro Verde" donde, de manera muy poco velada, Meyrink expone el
camino de evolución gradual que va desde el estado tridimensional de la mera
existencia hasta ese estado psíquico límite, multidimensional, del "estar despierto".]
______

(34) Págs. 283-293 de "El rostro verde".

… Estaba dispuesto a encerrar el cuaderno en el escritorio cuando sintió muy


claramente que se hallaba dominado por una fuerza pérfida e invisible. Se detuvo un
instante para reflexionar, pero más que reflexionar, lo que hizo fue escuchar.
—¿Qué fuerza extraña e inquietante es ésta —se interrogó a sí mismo—que
suplanta a mi propio Yo y me obliga a hacer lo contrario de lo que había decidido un
minuto antes? ¿Quiero leer y no voy a poder?

229
Hojeó nuevamente el libro, y cada vez que le surgía una dificultad volvía a asaltarlo
el mismo pensamiento insistente: «Déjalo ya, no vas a encontrar el principio. Es un
trabajo inútil». Puso en guardia a su voluntad para no permitirle entrar. Su vieja
costumbre de autoobservarse exigía una vez más sus derechos.
—¡Si por lo menos pudiera hallar el principio! —gimió dentro de él una voz
engañosa e hipócrita mientras pasaba las hojas mecánicamente. El texto mismo le dio
entonces la respuesta.

«Es el principio —leyó en un párrafo al azar, sorprendido de tropezarse justo con


esta palabra— que le falta al hombre. No es que sea difícil encontrarlo, el obstáculo
consiste en la idea obsesiva de tener que buscarlo.

»La vida es misericordiosa, nos regala un comienzo en cada instante. A cada


segundo, nos es planteada la cuestión: ¿quién soy yo?. Pero no somos nosotros
quienes la planteamos, por eso no encontramos el principio.

»Cuando nos la planteemos seriamente, habrá llegado el día en cuyo crepúsculo


morirán aquellos pensamientos parásitos que se habían introducido en la fiesta de
nuestra alma, para asistir al banquete.

»El arrecife de coral que ha ido construyendo a lo largo de milenios y al que


llamamos "nuestro cuerpo" es su obra, su nido, su refugio. Para hacernos al mar,
primero tenemos que abrir una brecha en el arrecife de cal y arcilla, y luego tenemos
que disolverlo para que vuelva a su estado espiritual original. Más tarde te enseñaré
cómo construir una casa nueva con las ruinas de este arrecife».

Hauberrisser depositó el rollo sobre la mesa para meditar un poco. Poco le


importaba ya que la página fuera un borrón o una copia de una carta que al autor
dirigía a un desconocido, la segunda persona empleada en el texto había conseguido
capturarlo, hacerle creer que él era el único destinatario. Decidió interpretar el
manuscrito en este sentido de ahora en adelante. Reparó especialmente en una cosa:
el escrito, a veces, se parecía a un discurso tal como hubieran podido pronunciarlo
Pfeill, Sephardi o Swammerdam. Ahora comprendía que los tres estaban impregnados
del mismo espíritu que emanaba de la agenda enrollada, los tres se habían convertido
en una especie de dobles para lograr que el pequeño señor Hauberrisser, actualmente
tan desamparado y tan hastiado del mundo, se transformara en un ser realizado.

«Ahora escucha lo que tengo que decirte: ¡Ármate para los tiempos venideros!

»Pronto el reloj del universo dará las doce, la cifra es roja y está bañada de sangre.
Por este signo la reconocerás. La primera hora nueva será precedida por un huracán.
Vela para que no te sorprenda dormido, porque los que entren en el nuevo día con los
ojos cerrados seguirán siendo las mismas bestias de antes y ya nunca se despertarán.
Existe un equinoccio espiritual. La primera hora nueva de la que te he hablado es un
punto de inversión a partir del cual la luz se coloca en equilibrio con la oscuridad.

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»Durante otro milenio más, los hombres aprendieron a dominar la naturaleza y a
descifrar sus leyes. Bienaventurados aquellos que comprendieron el sentido de tal
trabajo, los que captaron que la ley interior es igual a la exterior, pero una octava más
alta. Estos son los llamados a la cosecha, los demás son siervos que labran la tierra con
la vista inclinada.

»Desde el diluvio está oxidada la llave que abre nuestra naturaleza interior. La clave
es estar despierto, estar despierto lo es todo. De nada está más convencido el hombre
que de estar despierto. Pero en realidad se halla preso en una red de ensueños que él
mismo ha tejido. Cuanto más apretada esté la red, más sólido será el reino del sueño.
Los que se enredan en ella duermen, andan por la vida como manadas hacia el
matadero, apáticos, indiferentes, sin pensar.

»Los soñadores de entre ellos no ven sino a través de las mallas un mundo
enrejado, no ven sino porciones engañosas, no saben que se trata de fragmentos
desprovistos de sentido de un todo gigantesco, y guían su conducta por ellos. Tales
soñadores no son los poetas ni las personas fantásticas, como podrías creer. Son los
hacendosos, los laboriosos, los incansables de este mundo, los roídos por la rabia de
actuar. Se parecen a feos escarabajos afanándose por escalar un tubo liso, escalarlo y
volverse a caer una vez arriba.

»Se imaginan que están despiertos, pero lo que creen vivir no es en realidad más
que un sueño predeterminado hasta en el menor detalle y en el que la voluntad no
tiene ninguna influencia. Ha habido y hay algunas personas conscientes de que
sueñan, son pioneros aproximándose al baluarte. Detrás de ellos se esconde un Yo
eternamente despierto, videntes como Goethe, Schopenhauer y Kant, pero carecían
de las armas imprescindibles para tomar al asalto la fortaleza y su llamada a la lucha no
despertó a los dormidos.

»Estar despierto lo es todo.

»El primer paso es tan sencillo que está al alcance de cualquier niño. El que no sabe
cómo se anda no quiere renunciar a las muletas heredadas de sus antepasados. Estar
despierto lo es todo.

»Está despierto en todo lo que hagas. No creas que ya lo estás. No, estás durmiendo
y soñando.

»Junta todas tus fuerzas y, durante un momento, oblígate a sentir cómo recorre tu
cuerpo esta sensación: ¡ahora estoy despierto!. Si consigues experimentar esa
sensación reconocerás inmediatamente que tu anterior estado era como el de un
sonámbulo, como el de un drogado.

»Es el primer paso todavía vacilante de un largo, largo viaje desde la servidumbre
hacia la omnipotencia. Avanza así, de despertar en despertar.

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»No hay un sólo pensamiento torturador que no pueda vencerse de esta manera.
Lo dejas en el camino y ya no podrá alcanzarte, te elevarás sobre él como la copa del
árbol se eleva por encima de las ramas secas.

»Una vez que hayas logrado extender el estado de vigilia a tu cuerpo, los dolores
cesarán por sí mismos como hojas marchitas. Los baños por inmersión en agua helada
de los judíos y los brahmanes, las vigilias nocturnas de los discípulos budistas y los
ascetas cristianos, los suplicios a que se someten los faquires de la India, no son más
que ritos externos petrificados, vestigios de un esfuerzo prehistórico por despertar y
permanecer despierto. Lee los libros sagrados de todos los pueblos de la Tierra. La
enseñanza secreta acerca del estado de vigilia los recorre en su totalidad como un hilo
rojo. Es la escalera del cielo de Jacob, que luchó durante toda la noche con el ángel del
Señor, hasta que el "día" le trajo la victoria. Debes subir de escalón en escalón, de luz
en luz, si deseas vencer a la muerte; las armas de la muerte son el sueño y el
aturdimiento. El escalón inferior de la escalera de Jacob se llama "genio". ¿Con qué
palabras podríamos designar los escalones superiores?. La masa los desconoce y los
considera como leyendas. La historia de Troya también fue considerada una leyenda
durante siglos, hasta que alguien tuvo el coraje de comprobarla realizando
excavaciones.

»En el camino del despertar, tu primer enemigo será tu propio cuerpo. Luchará
contra ti hasta el primer canto del gallo. Pero si llegas a ver amanecer el día de la
eterna vigilia, te distinguirás de todos esos sonámbulos que se creen seres humanos y
son en realidad dioses dormidos; entonces el sueño se alejará para siempre de tu
cuerpo y serás dueño del universo.

»Serás capaz de obrar milagros si lo deseas, y ya no tendrás que esperar


humildemente que a algún falso dios le plazca obsequiarte… o cortarte la cabeza .

»Una felicidad habrá desaparecido para tí: la felicidad del perro fiel, siempre
contento de reconocer la superioridad de un amo al que puede servir. Pregúntate:
¿cambiarías, incluso en tu estado actual, tu vida por la de tu perro?.

»¡Que no te espante el temor de no alcanzar la meta en esta vida!. El que pisa una
vez nuestro camino, siempre volverá al mundo con una madurez interna suficiente
para continuar su trabajo. Nace como "genio".

»El camino que te muestro está sembrado de extraordinarias experiencias:


personas ya fallecidas, a las que tú conocías en vida, resucitarán ante ti y te hablarán.
Se te aparecerán formas luminosas, bañadas de claridad, que te bendecirán. ¡No serán
más que imágenes!… imágenes emanadas de tu cuerpo cayendo en una mágica
muerte bajo la influencia de tu voluntad transformada, formas que se convertirán de
materia en espíritu de la misma manera que el hielo se disuelve en nubes de vapor al
entrar en contacto con el fuego.

»Cuando todo lo cadavérico haya sido arrancado de tu cuerpo podrás decir que el
sueño se ha alejado de ti para siempre. Entonces se consumará ese milagro que los

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seres humanos no pueden creer porque no lo comprenden, porque no saben que
materia y energía son la misma cosa, el milagro de que, aunque te entierren, no haya
cadáver en el ataúd.

»Sólo entonces, y no antes, sabrás distinguir la esencia de la apariencia. Aquel a


quien encuentres en esos momentos no podrá ser sino uno de los que te precedieron
en el camino. Los demás sólo serán sombras.

»Hasta ese instante no sabrás si eres el más desdichado o el más feliz de los
hombres. Pero no temas, ninguno de los que optaron por el camino del despertar fue
abandonado por sus guías, aunque se extraviaran.

»Voy a decirte cómo podrás reconocer si una aparición es realidad o es una


quimera: si se te acerca mientras tu conciencia está turbada, y los objetos del mundo
exterior se confunden o se desvanecen ante tus ojos, entonces no te fíes. ¡Tienes que
estar ojo avizor!. Porque es una parte de ti… Si no adivinas su significado oculto, no es
más que un fantasma sin consistencia, una sombra, un ladrón que roe tu vida.

»Los ladrones que roban la fuerza del alma son peores que los ladrones de la Tierra.
Te atraen como fuegos fatuos hacia el pantano de una engañosa esperanza para
abandonarte en las tinieblas y desaparecer para siempre.

»No te dejes engañar por ningún milagro aparente que hagan para ayudarte, por
ningún nombre sagrado que adopten, por ninguna profecía que puedan enunciar,
aunque ésta se cumpliera; son tus enemigos mortales, desahuciados del infierno de tu
cuerpo, contra ellos habrás de luchar por la supremacía.

»Las fuerzas que exhiben son las tuyas propias, se han apoderado de ellas para
mantenerte en la esclavitud. No pueden vivir más que a costa de tu vida, pero si los
vences, se derrumbarán, se convertirán en dóciles instrumentos que podrás mantener
a tu antojo. Son innumerables las víctimas que se han cobrado entre los hombres.
Repasa la historia de los visionarios y los sectarios, constatarás que la vía que sigues
está cubierta de cráneos. De forma inconsciente la humanidad ha levantado un muro
contra ellos: el materialismo. Este muro constituye una protección infalible; es un
símbolo del cuerpo y al mismo tiempo es una prisión que impide ver lo que hay más
allá.

»Ahora, cuando el muro se desmorona lentamente y el fénix de la vida interior


renace de sus cenizas, los buitres de otro mundo comienzan también a batir sus alas.
Por ello, ten cuidado. Sólo la balanza en la que pesarás tu conciencia te podrá indicar si
puedes fiarte de las apariciones, cuanto más despierta esté tu conciencia en mayor
medida se inclinará a tu favor la balanza. Si un guía o un hermano espiritual se te
aparece, tendrá que hacerlo sin saquear tu conciencia; como el incrédulo Tomás ,
podrás poner tu mano en su costado.

»Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros, bastaría que te comportaras como
una persona normal. ¿Pero qué ganarías con ello?. Quedarías aprisionado en la cárcel

233
de tu cuerpo hasta que el verdugo "muerte" te arrastrara al cadalso. El deseo de los
mortales de contemplar a los seres sobrenaturales despierta simultáneamente a los
fantasmas de los infiernos, porque es un deseo impuro, ávido, porque prefiere "tomar"
en lugar de suplicar que se le enseñe a "dar".

»Toda persona que vive en la Tierra como en una prisión, todo ser piadoso que
implora su salvación, todos conjuran sin darse cuenta el mundo de los fantasmas.
Hazlo tú también. ¡Pero hazlo conscientemente! ¿Existe una mano que guarda a
aquéllos que lo hacen inconscientemente, convirtiendo en islotes los pantanos donde
deberían extraviarse inexorablemente? No quisiera negarlo rotundamente, ya que no
lo sé, pero no lo creo.

»Cuando tu camino atraviesa el reino de los fantasmas, te percatarás poco a poco


de que no son más que pensamientos que de golpe se han hecho visibles. Esta es la
razón de que te parezcan extraños y adopten formas de criaturas, el lenguaje de las
formas es distinto del lenguaje del cerebro.

»Entonces habrá llegado el momento de que se lleve a cabo en ti una


transformación insólita: las personas que te rodean se convertirán en fantasmas.

»Todos los seres que has amado se convertirán súbitamente en espectros. Incluido
tu propio cuerpo.

»Es la soledad más terrible que uno pueda imaginar, la s oledad de un peregrino en
un desierto donde quien no sabe hallar la fuente de la vida está condenado a morir de
sed. Cuanto acabo de decirte está escrito igualmente en los libros de los hombres
piadosos de todos los pueblos: la venida de un nuevo reino, la vigilia, la superación del
cuerpo y de la soledad. No obstante, un abismo infranqueable nos separa de estos
religiosos, ellos creen que los hombres buenos entrarán un día en el paraíso, y que los
malos serán arrojados a las tinieblas del infierno, nosotros sabemos que llegará un
tiempo en el que muchos despertarán y serán separados de los que duermen, como
los amos se separan de los esclavos. Los que están dormidos no pueden comprender a
los despiertos. Nosotros sabemos que el bien y el mal no existen, sino solo la "verdad"
y el "error". Ellos creen que el "estado de vigilia" consiste en entregarse a las
oraciones, manteniendo abiertos los ojos y los sentidos durante toda la noche,
nosotros sabemos que el "estado de vigilia" es un despertar del Yo inmortal, y que la
falta de sueño experimentada por el cuerpo es una consecuencia natural de ese
despertar. Ellos creen que hay que descuidar y despreciar al cuerpo porque es
pecaminoso, nosotros sabemos que el pecado no existe, que tenemos que comenzar
por el cuerpo y que hemos bajado a la Tierra para transformarlo en espíritu. Ellos creen
que para purificar el espíritu es necesario retirarse a la soledad con el cuerpo, nosotros
sabemos que hay que incomunicar primero al espíritu para transfigurar el cuerpo. Sólo
a ti te incumbe elegir tu camino, el nuestro o el de ellos. Tu elección debe efectuarse
por tu propia y libre voluntad. Yo no tengo derecho a aconsejarte. Vale más cosechar
el fruto amargo de la propia iniciativa que seguir un consejo ajeno y contemplar un
fruto dulce en el árbol.

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»No actúes como tantos que pese a conocer muy bien lo que está escrito:
"examinad todas las cosas y conservad de entre ellas la mejor", no examinan nada y
conservan lo primero que se les presenta.»

***

La página había llegado a su fin, el tema quedó interrumpido. Al cabo de un rato de


búsqueda, Hauberrisser creyó haber encontrado la continuación. El desconocido al
cual iba dirigido el texto parecía haberse decidido por la "vía pagana de la dominación
del pensamiento", porque el autor continuaba su discurso en otro folio bajo el título
de:

«"EL FÉNIX"

»En el día de hoy has sido admitido en nuestra comunidad, eres un nuevo eslabón
de la cadena que se extiende de eternidad en eternidad.

»Mi responsabilidad termina aquí, pasa a manos de otro a quien tú no puedes ver
en tanto que tus ojos no dejen de pertenecer a la tierra.

»Está infinitamente lejos de ti, y sin embargo, está muy cerca, no lo separa de ti el
espacio, pero está más allá de los límites del universo. Te rodea por todas partes como
el agua rodea al nadador en el océano, pero tú no sientes su presencia.

»Nuestro símbolo es el fénix, el símbolo del rejuvenecimiento, el águila legendaria


del cielo de Egipto, un águila de plumaje purpúreo y dorado que tras consumirse en su
nido de mirra vuelve siempre a renacer de sus cenizas.

»Te dije que el principio del camino es tu propio cuerpo: quien sabe esto, puede
iniciar el viaje en cualquier momento. Ahora te enseñaré a dar los primeros pasos:
Debes separarte de tu cuerpo, pero sin querer abandonarlo, desprendiéndote de él
como si aislaras la luz del calor. Ahí acecha ya tu primer enemigo.

»Quien se arranca de su cuerpo para atravesar los espacios corre el riesgo de hacer
lo mismo que las brujas, que no hacen más que extraer un cuerpo fantasmal de su
grosero cuerpo terrestre, y montarlo como una escoba para acudir al aquelarre. La
humanidad, con un instinto seguro, se ha forjado una protección contra este peligro:
se reserva siempre una incrédula sonrisa frente a la posibilidad de tales artilugios. Tú
ya no necesitas la duda para protegerte, tú tienes en lo que te he dado una armadura
mucho más eficaz. Las brujas se imaginan estar participando en el aquelarre mientras
que en realidad su cuerpo yace rígido e inconsciente en la habitación. Cambian la
percepción terrestre por otra espiritual y dejan escapar lo mejor para ganar lo peor, en
lugar de enriquecerse se empobrecen.

»Ya habrás deducido que ese no es el camino del despertar. Para comprender que
tú no eres tu cuerpo —en contra de lo que piensan la mayoría de los humanos— debes
reconocer las armas con las cuales lucha por dominarte. Es cierto que por el momento

235
estás en su poder, tu vida se apagaría si tu corazón dejara de latir y todo se hace
oscuridad cuando él cierra los ojos. Tú crees que te mueves, pero sólo es una ilusión,
es él quien se mueve sirviéndose de tu voluntad. Tú crees pensar pero es él quien
genera los pensamientos, te hace creer que proceden de ti para que hagas todo lo que
quiera. Siéntate erguido y proponte no mover ni un sólo miembro, no parpadear,
quedarte inmóvil como una estatua: verás cómo se abalanza sobre ti inmediatamente,
lleno de odio, para obligarte a que te sometas nuevamente a él. Te combatirá de mil
maneras hasta que le permitas moverse de nuevo, su descomunal furor y su
precipitación en la lucha te pueden indicar hasta qué punto teme por su supremacía, y
lo grande que debe ser tu poder para que recele tanto de ti.

»Pero tu cuerpo esconde una trampa, pretende inducirte a pensar que es en este
terreno, el de la voluntad interior, donde se libra la batalla decisiva por la supremacía,
pero esto solamente son escaramuzas en las cuales, si fuera necesario, estaría
dispuesto a dejarte vencer con objeto de subyugarte después aún más ferozmente. Los
que consiguen la victoria en tales escaramuzas se convierten en los más desgraciados
de los esclavos; se toman por vencedores y llevan en la frente un estigma: "carácter
fuerte". El fin que tú persigues no consiste en disciplinar tu cuerpo, le prohíbes
moverse con la única intención de reconocer las fuerzas de que dispones. Dichas
fuerzas son numerosísimas, y por ello, casi insuperables. Podrás sentir cómo las dirige
contra ti, una tras otra, si perseveras en esta medida aparentemente tan simple:
permanecer inmóvil. Primero experimentarás la potencia de los músculos que tienden
a vibrar y temblar, el hervor de la sangre bañando de sudor tu rostro, los latidos
violentos del corazón, escalofríos en la piel hasta que el vello se te eriza, vacilar todo tu
cuerpo como si el centro de gravedad se hubiese desplazado. Todo esto podrás
superarlo a través de la voluntad, pero no será solamente la voluntad: habrá ya un
estado superior de vigilia escondido detrás de ella, invisible bajo su yelmo mágico.
Incluso esta victoria carece de valor. Aunque llegaras a controlar tu respiración y los
latidos de tu corazón continuarías siendo un "faquir", un "pobre". ¡Un "pobre"!, la
palabra lo dice todo…

»Los siguientes adversarios que te opondrá tu cuerpo son los escurridizos


enjambres de moscas del cerebro, los pensamientos. Contra ellos ya no sirve la espada
de la voluntad. Cuanto más la blandas, más furiosamente zumbarán a tu alrededor, y si
lograras ahuyentarlos, aunque sólo fuera un instante, serías vencido de otro modo:
durmiéndote, en los sueños.

»En vano les ordenarás que se mantengan quietos, sólo hay una manera de escapar
de ellos: refugiándote en el estado de vigilia superior.

»La forma de alcanzar ese nivel debes hallarla por ti mismo. Tu sensibilidad tendrá
que tantear incesante y cautelosamente, y al mismo tiempo tendrás que exhibir una
férrea decisión. Eso es todo lo que puedo decirte sobre el tema. Cualquier consejo que
se te diera en relación con esta penosa lucha sería como un veneno. Estás frente a un
escollo que nadie, salvo tú mismo, puede ayudarte a franquear.

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»No hace falta que ahuyentes los pensamientos para siempre. La lucha contra ellos
tiene un propósito claro: llegar al estado superior de vigilia.

»Después de alcanzar dicho estado se te acercará el reino de los fantasmas de que


te hablé.

»Surgirán formas espantosas, luminiscentes, querrán hacerte creer que proceden


de otro mundo. Pero no serán sino pensamientos que todavía no habrás dominado,
pensamientos que adoptan una forma invisible.

»Recuerda esto: ¡cuanto más majestuosa sea su apariencia, más nocivos resultarán
para ti!

»Muchas falsas creencias se elaboraron a partir de estas apariciones, haciendo que


la humanidad retrocediera hacia las tinieblas. No obstante, cada uno de estos
fantasmas posee un sentido profundo; no son sólo imágenes. En lo que a ti se refiere, y
entiendas o no su lenguaje simbólico, son las marcas que señalan el nivel que has
alcanzado en tu evolución espiritual.

»La etapa siguiente ya te la mencioné, en ella tus contemporáneos s e convertirán


en fantasmas ante tus ojos. Esta etapa, como todo lo relacionado con el dominio
espiritual, alberga simultáneamente el veneno y el antídoto.

»Si te estancas en el punto de considerar a los humanos como a fantasmas,


entonces sólo habrás absorbido el veneno, y serás como aquél de quien dicen las
Escrituras: "Si no tienes amor, estás vacío como el metal que resuena". Pero si
descubres el sentido oculto en cada una de estas sombras humanas, verás con los ojos
del espíritu, y no sólo su núcleo vivo, sino también el tuyo propio. Entonces te será
devuelto cuanto te fue quitado, como a Job Estarás… de nuevo… dónde estabas antes,
como gustan comentar irónicamente los insensatos. No saben que es muy distinto
volver a casa tras una larga estancia en el extranjero que no haber salido nunca de ella.

»Una vez que hayas alcanzado este punto, nadie sabe si se te concederán los
poderes milagrosos que poseían los profetas de la antigüedad, o si en lugar de ello
encontrarás la paz eterna. Tales fuerzas constituyen un don deliberado de quienes
detentan la clave de los misterios.

»Si las recibes y te sirves de ellas, debe ser en interés de la humanidad, que necesita
signos así.

»Nuestra vía acaba en la plena madurez, cuando la hayas conseguido serás digno de
recibir el regalo de los poderes. ¿Te serán concedidos? No lo sé.

»Pero de las dos maneras te habrás convertido en un fénix, en tu mano está


alcanzarlo por la fuerza.

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»Antes de despedirme de ti quisiera enseñarte cómo podrás reconocer un día, en el
momento del "gran equinoccio", si estás llamado a obtener el don de las fuerzas
milagrosas. Escucha: Uno de aquellos que poseen la clave de los misterios se quedó en
la Tierra para buscar y agrupar a los llamados. Al igual que él no puede morir, su
leyenda tampoco morirá. Algunos sospechan que se trata del "Judío Errante", otros lo
llaman Elías. Los gnósticos pretenden identificarlo con Juan el Evangelista. Cualquiera
que afirma haberlo visto describe su aspecto de modo distinto. No te dejes
desconcertar si en el futuro encuentras personas que te lo describan así. Es muy
natural que cada uno lo vea de una manera. Un ser como él, que ha transformado su
cuerpo en espíritu, ya no está ligado a ninguna forma fija.

»Un ejemplo te mostrará que tanto su forma como su rostro no pueden ser sino
imágenes, imágenes que son una fantasmal apariencia de lo que en realidad es.

»Supón que se te aparece como un ser de color verde. El verde, aunque puedas
verlo, no es ningún color en sí mismo, resulta de la combinación del azul y el amarillo.

»Esto lo saben todos los pintores. Pero pocos son los que saben que el mundo que
nos rodea es como el color verde, que en verdad no es lo que parece ser.

»Deduce de este ejemplo que si se te apareciera como un hombre de rostro verde,


ello significará que su auténtico rostro aún no te ha sido revelado.

»Si lo ves tal como es en realidad, es decir, como una forma geométrica, como un
sello en el cielo que nadie salvo tú puede ver, entonces sabrás que estás llamado a
obrar milagros. Yo lo encontré como un ser de carne y hueso, y pude poner mi mano
en su costado. Su nombre era…».

Hauberriser adivinó el nombre. Estaba escrito sobre la página que llevaba consigo
constantemente, era ese nombre que se presentaba ante él con tanta persistencia:

"Chidher el Verde"
______________
__

El libro, los libros…


Las puertas Mágicas.

Un saludo
A vosotros

Lectores del presente


Lectores del futuro…

M.A.T.________

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