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José F. Zavala
En este punto quisiera mencionar que los números –porque precisamente los días eran
designados por un número y una imagen –son arquetipos, los cuales están en relación con el
ordenamiento, como ha puesto de relieve Marie-Louise von Franz (1970: passim). También las
imágenes del Tonalamatl poseen un marcado carácter arquetípico, del que me he ocupado en parte
en un trabajo anterior (1977: passim).
Para los mexicanos el tiempo era algo vivo que ellos podían experimentar. Ellos dirigían la
palabra a los días como si éstos fueran seres vivos (Schultze Jena 1950: 235). Cada día ejercía sobre
los hombres un determinado efecto, que era concebido por los mexicanos como producto del
rendimiento del trabajo de los mismos (Schultze Jena 1950: 235 y sigte.), como podemos ver
claramente del texto del Tonalamatl, pues allí se dice que todos los días funcionan alternándose y
relevándose mutuamente. (Schultze Jena 1950: 226; Anderson und Dibble 1957, 1: 131).
actividades rituales, que a los mexicanos les permitía llegar a una relación adecuada con las
condiciones de vida interiores y exteriores.
El espíritu europeo conoce estos datos relativos, que sin lugar a dudas contienen el sentido
de la propiedad cualitativa del tiempo, pues todos nosotros alguna vez hemos escuchado que
alguien, al hablar de un acontecimiento personal, o al preguntársele acerca del mismo, mencionaba
más o menos las siguientes relaciones temporales: “Esto me sucedió en el momento de mi
enfermedad”, o: “Fue poco tiempo después del nacimiento de mi hijo”, etc., etc.
De estos ejemplos se puede ver que la actitud europea sobre la propiedad cualitativa del
tiempo es extravertida y el punto de referencia es el yo, y en ella la atención va dirigida al
acontecimiento; por el contrario, la actitud de los mexicanos antiguos, semejante a la de las culturas
primitivas – es introvertida y referida al mundo arquetípico.
Ahora bien, entre los arquetipos del inconsciente colectivo hay uno central, designado por
Jung como Sí Mismo (Selbst), la experiencia del cual es la meta del proceso de individuación, del
proceso que constituye el desarrollo y realización espiritual-anímico. El Sí Mismo es cuaternario en
su estructura y en su naturaleza una unión de opuestos, él contiene en sí el consciente y el
inconsciente. Representa un punto de referencia interior, que procura al individuo sostén y guía,
tanto en el mundo interior como en el exterior. A él le está subordinado el yo consciente, por lo cual
hay que advertir que entre los mexicanos, en contraposición a la cultura occidental, esta
subordinación era aún más grande y más marcada, de modo que se puede hablar de una identidad de
ambos. Esto se puede comprobar en las distintas fuentes, pues los mexicanos llevaban a cabo la
orden de cada dios, y eso lo hacían sin premeditación o consideración consciente, como por ejemplo
en los sacrificios de niños, que se llevaban a cabo por mandato del dios, sin tener en cuenta los
sentimientos maternos o paternos, ni tampoco los sentimientos de la víctima.
décimo tercer cielo, es decir en el más alto, y era el señor de la generación y del origen de toda vida.
Era llamado también Ometeotl, Dios-Dos y era representado figurativamente como dios solo, o en
compañía de su mujer, llamada Tonacacihuatl u Omecihuatl, con lo cual el dios encarna el prototipo
de la unidad y de la dualidad. Este dios engendró a los cuatro Tezcatlipoca, el Rojo, el Negro, el
Blanco, más conocido como Quetzalcoatl, y el azul, también llamado Huitzilipochtli.1
Allí Tezcatlipoca está de pie rodeado por las veinte imágenes del Tonalamatl, cada una de
las cuales está acompañada por trece puntos que expresan el número trece. Algunos de éstos son
adjudicados a distintas partes de su cuerpo. Así pues, Tezcatlipoca, o, psicológicamente expresado,
el Sí Mismo, representa el punto medio de estos arquetipos portadores de tiempo y regula su curso
(von Franz 1976:21).
Tal como se expuso en otro lugar (Zavala 1981), los mexicanos tenían dos calendarios, el
calendario anual y el Tonalamatl. Según M.L. von Franz (1976: 5 y 10), el primero estaba
relacionado con la historia del universo, el segundo con el destino humano. El primero contenía una
observación del tiempo que en términos generales parece ser semejante a la europea, en cambio la
segunda describía el recorrido de los dioses y estaba dirigida a la propiedad cualitativa del tiempo.
Ambos eran utilizados simultáneamente en la vida cotidiana del México antiguo, y sin confusión
alguna para los mexicanos (Soustelle 1956: 143). Ambos iban uno junto al otro como dos
corrientes, en el sentido de una creatio continua (Jung 1967: 576), de una disposición acausal, es
decir referida a la homogeneidad de los procesos psíquicos y físicos, temporales y espaciales (Jung
1967: 574). Esto corresponde a un acontecer sincronístico continuo (von Franz 1976: 41 y ss.), en
el cual marchan unitariamente psique y materia, tiempo y espacio.
Para la conciencia no es posible mantener constantemente ante los ojos tal acontecer, para
eso ella es demasiado estrecha, y apenas podría reconocerlo y comprenderlo. Hasta existe el gran
peligro de que la conciencia pueda ser destruida – lo que clínicamente considerado significaría una
psicosis - si atolondradamente, sin preparación, y sin cierto respeto por el mundo arquetípico, ella
se acercara a él, como por ejemplo mediante drogas o en el caso de una inflación del ego, cuando
imprudentemente se dirige al inconsciente, para comprenderlo de una manera puramente intelectual
y para subordinarlo al yo.
Para lograr una vislumbre en este mundo, debemos estar referidos al Sí Mismo. Él nos
acerca a este mundo, o este mundo a nosotros, dependiendo de dónde procede la estimulación
espiritual. Pero esto acontece, como ya se ha señalado, manifestándose en una forma muy
1
Cfr. para este pasaje “Historia de los Mexicanos por sus pinturas” , editado por Garibay, y León-Portilla (1966:95ss.)
4
Pero hay todavía otra razón por la cual nosotros podemos saber tan poco del proceso
psíquico-espiritual. La misma reside en la naturaleza de lo psíquico mismo, pues sólo una parte de
él es accesible a la experiencia consciente. El resto, si bien obra activa y claramente sobre la vida
consciente, permanece oculto sin embargo por un misterio impenetrable.
Pero en ciertos pasajes el texto del Tonalamatl muestra una clara diferencia entre tonalli e
ilhuitl, con lo cual se impone la idea de que aunque ambas palabras están referidas al día, cada una
es interpretada de modo distinto. Por ejemplo la frase (ibid.:226) : in quenamicecemilhuitl tonalli
ipanmachoya, que quiere decir: “de algún modo el tonalli e ra conocido como cada día individual.”
Esta interpretación se confirma y se refuerza por las manifestaciones de Don Juan Matus.
Don Juan Matus es un brujo mexicano, que ha penetrado en forma increíblemente profunda en la
misteriosa profundidad de la naturaleza del alma. Él llama tonal a este proceso espiritual accesible a
la conciencia (Castañeda, 1976: p.122 y ss.), que sin lugar a dudas se encuentra en relación con la
palabra tonalli. Acerca de él refiere: “Todo aquello para lo cual tenemos una palabra, es el tonal. El
tonal e s todo lo que conocemos… comienza con el nacimiento y termina con la muerte. Esto se
contrapone a nagual, el cual rodea al tonal: “El nagual es una parte de nosotros, de la cual en
general no nos ocupamos… y para el cual no hay ninguna descripción, ninguna palabra, ningún
nombre, ningún sentimiento, ningún saber.” Como complemento yo sólo podría mencionar que la
palabra nagual, de la cual hay que derivar la palabra de la lengua clásica Nahuatl: nahualli, “bruja”
o “disfraz”.
mexicanos entendían el tiempo y el espacio no como algo aislado y vacío, sino como un todo
homogéneo, con el cual se relacionaban los fenómenos naturales y las acciones humanas, y en el
cual éstas se cruzaban. Eso sugiere una unidad de fondo de todo ser. (Jung 1968, 11:233; von Franz
1972: 308).
Este aspecto unitario de todo ser era un fenómeno conocido ya por ciertos aventajados
alquimistas de la Edad Media, para cuya denominación ellos acuñaron el concepto de Unus
Mundus. Bajo dicho concepto ellos entendían “el mundo potencial del primer día de la Creación”
(Jung 1968, 11: 313), es decir “el plan estructural de la creación preexistente en el Espíritu de Dios,
según el cual Dios posteriormente llevó a cabo la creación” (von Franz 1972:308). Esto corresponde
al estado del momento del nacimiento de un ser humano, cuyo trasfondo arquetípico era
experimentado por los mexicanos mediante el Tonalamatl. Por eso ellos sabían cuáles eran los
dioses que estaban constelados en este momento determinado, pues de esta constelación dependía el
contenido del sentido de la vida de este ser humano recién nacido. Para la realización de tal sentido
necesitaba él sin duda toda su vida terrestre.
Esta constelación de dioses referida al momento puede ser experimentada en la vida de aquí
en más, y por cierto mediante los acontecimientos sincronísticos. Por esta razón el Tonalamatl era
consultado como un oráculo. Pues el partir de los porotos, como sucede en la consulta del
Tonalamatl2–originalmente eran porotos y granos de maíz, acerca del cual el “PopolVuh” (Schultze
Jena 1972:p. 13) claramente indica- exactamente como el arrojar las monedas o la partición de las
varillas de milenrama, en la consulta del oráculo chino I Ching, constituyen fenómenos de
sincronicidad, porque este procedimiento representa una acción física exterior, a la cual
corresponde una estructura psíquica interior, constelada en este preciso momento temporal.
Este procedimiento mágico hace que se establezca una relación, o sea una identidad de lo
personal e individual con el suprapersonal y general Sí Mismo. Por eso nuevamente debemos
pensar en el dios principal Tezcatlipoca, el cual era representado como centro, es decir, como el Sí
mismo, de todos los otros arquetipos relacionados con el tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
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2
Sobre la técnica para consultar al oráculo del Tonal Pohualli vid. Schultze Jena (1933:42ss)
6
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7
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“Tonalamatl”). Bulletin Société Suisse des Américanistes, 45: 61-69. Genève.
ILUSTRACIONES
1.- El dios del número nueve lleva sobre sus espaldas el buitre (a vosotros) el cual significa un ciclo
de 400 años. (de Cordan 1962: 298).