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Sobre la idea arquetípica del tiempo en el México antiguo

José F. Zavala

[Resumen, en español en el original. (Tr.)]


Se describe la propiedad cualitativa del tiempo, que posee
la facultad de agrupar a su alrededor eventos, y la manera
simbólico-arquetípica de que se sirvieron los mexicanos para
representarla y expresarla. Se hace mención de la función
central que tiene el arquetipo del​ ipse​, así como su importancia
para la vida espiritual del individuo. Por último, se menciona el
Unus Mundus​,​ el estado temporal de una unidad primordial
total, en la cual los factores físicos y psíquicos se encuentran
unificados.

Los arquetipos son tendencias innatas o disposiciones estructurales en las cuales se


eslabonan y ordenan los fenómenos. Éstos se manifiestan en el campo de la conciencia mediante
representaciones figurativas, las cuales muestran variaciones de país en país, de cultura en cultura,
pero que no obstante dejan reconocer el modelo arquetípico básico. Del mismo modo, rara vez
pueden encontrarse dos rostros iguales, si bien todos constan de ojos, nariz, boca, etc. que se hallan
distribuidos en la misma disposición. Para una explicación más detallada, debo remitir a los lectores
no familiarizados con la psicología, a las claras exposiciones de C.G.Jung. (1954, 1976).

Los arquetipos, cuya función es compensar, o en su caso corregir las inevitables


unilateralidades y extravagancias referidas a la voluntad de la conciencia diferenciada, (Jung 1976,
I: 176 s.), son potencias de la vida, las cuales en el lenguaje de las altas culturas primitivas se
llaman dioses. Como tales, exactamente igual que los días (Zavala 1981), dichas potencias eran
adoradas, respetadas y temidas.

En este punto quisiera mencionar que los números –porque precisamente los días eran
designados por un número y una imagen –son arquetipos, los cuales están en relación con el
ordenamiento, como ha puesto de relieve Marie-Louise von Franz (1970: passim). También las
imágenes del Tonalamatl poseen un marcado carácter arquetípico, del que me he ocupado en parte
en un trabajo anterior (1977: passim).

Para los mexicanos el tiempo era algo vivo que ellos podían experimentar. Ellos dirigían la
palabra a los días como si éstos fueran seres vivos (Schultze Jena 1950: 235). Cada día ejercía sobre
los hombres un determinado efecto, que era concebido por los mexicanos como producto del
rendimiento del trabajo de los mismos (Schultze Jena 1950: 235 y sigte.), como podemos ver
claramente del texto del Tonalamatl, pues allí se dice que todos los días funcionan alternándose y
relevándose mutuamente. (Schultze Jena 1950: 226; Anderson und Dibble 1957, 1: 131).

Cuando en la historia mexicana se informa sobre acontecimientos importantes, se tiene la


impresión de que los datos con los cuales estaba relacionada la celebración de tales
acontecimientos, en lugar de un carácter temporal más bien muestran un carácter simbólico. Un
acontecer por lo tanto no era sólo concebido históricamente, sino que se entendía también como un
“hablar y tratar a los dioses trascendentes”, como Anncharlott Eschmann (1976: 26), ha observado
muy certeramente. Expresado en términos psicológicos, el acaecer de un suceso se refería a un
punto temporal en el cual se constelaban uno o más arquetipos, cuyos efectos para el destino del
pueblo recibía una determinación decisiva, pues a través de eso ellos experimentaban
simultáneamente no sólo lo que los dioses querían, sino también cómo debían orientar su vida
consciente para la realización y el logro del sentido de la vida. Esto se expresaba en la forma de
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actividades rituales, que a los mexicanos les permitía llegar a una relación adecuada con las
condiciones de vida interiores y exteriores.

Justamente cuando me hallaba ocupado en la elaboración de tales datos, recibí la visita de


mi amiga Sylvia Broadbent, profesora de Antropología en la Universidad de California, la cual me
compartió amistosamente que esos datos, que no poseen un carácter histórico, sino
simbólico-temporal, son conocidos de los antropólogos que se han dedicado al estudio de las
culturas indígenas de Norte y Sudamérica. Dichos datos reciben el nombre de ​datos relativos​.

El espíritu europeo conoce estos datos relativos, que sin lugar a dudas contienen el sentido
de la propiedad cualitativa del tiempo, pues todos nosotros alguna vez hemos escuchado que
alguien, al hablar de un acontecimiento personal, o al preguntársele acerca del mismo, mencionaba
más o menos las siguientes relaciones temporales: “Esto me sucedió en el momento de mi
enfermedad”, o: “Fue poco tiempo después del nacimiento de mi hijo”, etc., etc.

De estos ejemplos se puede ver que la actitud europea sobre la propiedad cualitativa del
tiempo es extravertida y el punto de referencia es el yo, y en ella la atención va dirigida al
acontecimiento; por el contrario, la actitud de los mexicanos antiguos, semejante a la de las culturas
primitivas – es introvertida y referida al mundo arquetípico.

Según Motolinía (1971:54) el Tonalamatl era representado en forma de espiral, es decir,


como una combinación del curso lineal y del curso circular del tiempo. Con ello se ilustra un
recorrido de los dioses, que fue designado muy certeramente por Marie-Louise von Franz como
procesión de los arquetipos​ ​(1976:18). Ella agrega que la puesta en acto de esta procesión significa
el nacimiento del tiempo. Pues los arquetipos no son el tiempo, ellos ​lo llevan​ tal como lo
representaron claramente los Mayas, pues a sus dioses del calendario –los calendarios mayas son
semejantes a los de los mexicanos- los dibujaban con un bulto en el cual se encontraba la carga de
los años y que llevaban sobre las espaldas. (Fig. 1). Expresado en una forma algo diferente, si se
está en contacto con la procesión de los arquetipos, se vuelve uno consciente del Tiempo.

Ahora bien, entre los arquetipos del inconsciente colectivo hay uno central, designado por
Jung como Sí Mismo (Selbst), la experiencia del cual es la meta del proceso de individuación, del
proceso que constituye el desarrollo y realización espiritual-anímico. El Sí Mismo es cuaternario en
su estructura y en su naturaleza una unión de opuestos, él contiene en sí el consciente y el
inconsciente. Representa un punto de referencia interior, que procura al individuo sostén y guía,
tanto en el mundo interior como en el exterior. A él le está subordinado el yo consciente, por lo cual
hay que advertir que entre los mexicanos, en contraposición a la cultura occidental, esta
subordinación era aún más grande y más marcada, de modo que se puede hablar de una identidad de
ambos. Esto se puede comprobar en las distintas fuentes, pues los mexicanos llevaban a cabo la
orden de cada dios, y eso lo hacían sin premeditación o consideración consciente, como por ejemplo
en los sacrificios de niños, que se llevaban a cabo por mandato del dios, sin tener en cuenta los
sentimientos maternos o paternos, ni tampoco los sentimientos de la víctima.

El Sí Mismo es representado como mandala, y el sol es su símbolo principal. Este arquetipo


representa la totalidad de la psique consciente e inconsciente (Jung 1968, I: 120). En el mundo
espiritual de los mexicanos su manifestación estaba encarnada en la forma del dios principal
Tezcatlipoca, cuya relación con el tiempo se comenta a continuación.

La religión mexicana menciona un dios primordial, Tonacatecuhtli, el Señor de nuestra


Carne, que nadie conoce, del cual nadie sabe contar algo (Seler 1960-61, IV:40). El moraba en el
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décimo tercer cielo, es decir en el más alto, y era el señor de la generación y del origen de toda vida.
Era llamado también Ometeotl, Dios-Dos y era representado figurativamente como dios solo, o en
compañía de su mujer, llamada Tonacacihuatl u Omecihuatl, con lo cual el dios encarna el prototipo
de la unidad y de la dualidad. Este dios engendró a los cuatro Tezcatlipoca, el Rojo, el Negro, el
Blanco, más conocido como Quetzalcoatl, y el azul, también llamado Huitzilipochtli.​1

Después de su nacimiento estos cuatro dioses pasaron un tiempo en armonía. A


consecuencia de ello acordaron crear orden y ley, por lo cual entraron en lucha, porque cada dios
quería llegar a ser el sol. Así los mexicanos contaban cinco soles o ámbitos, cada uno
encontrándose bajo el dominio de un dios. Cada dios determinaba durante el tiempo de su reinado el
destino y la vida de los hombres y del mundo (León-Portilla 1966:99). Con esta supremacía
alternada de los Tezcatlipoca surgieron los Eones (von Franz 1976:10).

Tezcatlipoca se encontraba también en relación con el Tonalamatl, como podemos deducir


claramente de una imagen del Codex Borgia (Fig. 2). El dios aparece aquí en animado e impactante
movimiento y muestra los ojos grandes y redondos de una divinidad nocturna. Las veinte imágenes
del Tonalamatl en su totalidad están alojadas en las distintas partes de su cuerpo o sobre las partes
integrantes de su atuendo. Una representación semejante la encontramos en el Codex
Fejérváry-Mayer (Fig. 3).

Allí Tezcatlipoca está de pie rodeado por las veinte imágenes del Tonalamatl, cada una de
las cuales está acompañada por trece puntos que expresan el número trece. Algunos de éstos son
adjudicados a distintas partes de su cuerpo. Así pues, Tezcatlipoca, o, psicológicamente expresado,
el Sí Mismo, representa el punto medio de estos arquetipos portadores de tiempo y regula su curso
(von Franz 1976:21).

Tal como se expuso en otro lugar (Zavala 1981), los mexicanos tenían dos calendarios, el
calendario anual y el Tonalamatl. Según M.L. von Franz (1976: 5 y 10), el primero estaba
relacionado con la historia del universo, el segundo con el destino humano. El primero contenía una
observación del tiempo que en términos generales parece ser semejante a la europea, en cambio la
segunda describía el recorrido de los dioses y estaba dirigida a la propiedad cualitativa del tiempo.
Ambos eran utilizados simultáneamente en la vida cotidiana del México antiguo, y sin confusión
alguna para los mexicanos (Soustelle 1956: 143). Ambos iban uno junto al otro como dos
corrientes, en el sentido de una ​creatio continua​ (Jung 1967: 576), de una ​disposición acausal,​ es
decir referida a la homogeneidad de los procesos psíquicos y físicos, temporales y espaciales (Jung
1967: 574). Esto corresponde a un ​acontecer sincronístico continuo ​(von Franz 1976: 41 y ss.), en
el cual marchan unitariamente psique y materia, tiempo y espacio.

Para la conciencia no es posible mantener constantemente ante los ojos tal acontecer, para
eso ella es demasiado estrecha, y apenas podría reconocerlo y comprenderlo. Hasta existe el gran
peligro de que la conciencia pueda ser destruida – lo que clínicamente considerado significaría una
psicosis - si atolondradamente, sin preparación, y sin cierto respeto por el mundo arquetípico, ella
se acercara a él, como por ejemplo mediante drogas o en el caso de una inflación del ego, cuando
imprudentemente se dirige al inconsciente, para comprenderlo de una manera puramente intelectual
y para subordinarlo al yo.

Para lograr una vislumbre en este mundo, debemos estar referidos al Sí Mismo. Él nos
acerca a este mundo, o este mundo a nosotros, dependiendo de dónde procede la estimulación
espiritual. Pero esto acontece, como ya se ha señalado, manifestándose en una forma muy
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Cfr. para este pasaje “Historia de los Mexicanos por sus pinturas” , editado por Garibay, y León-Portilla (1966:95ss.)
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involuntaria, es decir, mediante los acontecimientos sincronísticos, los cuales se vuelven


conscientes al observador mediante una reacción del sentimiento. Mediante tales procesos el Sí
Mismo procura a la conciencia del yo la posibilidad de volverse consciente del mundo arquetípico,
para lo cual es imprescindible la disposición de la conciencia del yo, a fin de comprender la
significación de tales fenómenos.

Pero hay todavía otra razón por la cual nosotros podemos saber tan poco del proceso
psíquico-espiritual. La misma reside en la naturaleza de lo psíquico mismo, pues sólo una parte de
él es accesible a la experiencia consciente. El resto, si bien obra activa y claramente sobre la vida
consciente, permanece oculto sin embargo por un misterio impenetrable.

En este punto me parece de importancia tener en cuenta un par de consideraciones sobre la


palabra ​tonalli​, de la cual deriva Tonalamatl. La palabra se traduce en el diccionario de Molina
(1970) como “calor del sol o del verano”. Rémi Siméon (1965) agrega en su diccionario sus
significados simbólicos, es decir “âme, esprit, signe de nativité; ration, part, portion, ce qui est
destiné à quelqu’un » [alma, espíritu, signo natal; ración, parte, porción, lo que está destinado a
cada uno]. Schultze-Jena (1950:385) interpreta el significado de la palabra como “Signo” en el
sentido general-augúrico como poder del destino del día señalado con cifra e imagen (‘Zeichen’
[signo] en el sentido más estricto). Él llega a la conclusión (ibid.: 235) de que la palabra designa el
día individual en el Tonalamatl. En la mayoría de los casos concuerda, y la palabra tonalli se puede
traducir como día en el texto del Tonalamatl, con lo cual se debe notar que se trata de un día
“augúrico-especial”, ya que, de no ser así, usualmente se utiliza la palabra ​ilhuitl​ para designar el
día en la lengua Náhuatl.

Pero en ciertos pasajes el texto del Tonalamatl muestra una clara diferencia entre ​tonalli e​
ilhuitl, ​con lo cual se impone la idea de que aunque ambas palabras están referidas al día, cada una
es interpretada de modo distinto. Por ejemplo la frase (ibid.:226) : ​in quenamicecemilhuitl tonalli
ipanmachoya​, que quiere decir: “de algún modo el ​tonalli e​ ra conocido como cada día individual.”

El ​tonalli ​significa entones una parte espiritual-anímica de un espacio temporal, ya se trate


de un día, de un conjunto de trece días o de todo el calendario, pues distintos pasajes del texto del
Tonalamatl ponen de relieve las relaciones del ​tonalli ​con los mencionados períodos de tiempo.
Ellos representan aquella parte psíquica que es accesible a la experiencia consciente, como
claramente se puede reconocer en su significado original de “calor del sol o del verano”.

Esta interpretación se confirma y se refuerza por las manifestaciones de Don Juan Matus.
Don Juan Matus es un ​brujo ​mexicano, que ha penetrado en forma increíblemente profunda en la
misteriosa profundidad de la naturaleza del alma. Él llama ​tonal ​a este proceso espiritual accesible a
la conciencia (Castañeda, 1976: p.122 y ss.), que sin lugar a dudas se encuentra en relación con la
palabra ​tonalli.​ Acerca de él refiere: “Todo aquello para lo cual tenemos una palabra, es el ​tonal.​ El
tonal e​ s todo lo que conocemos… comienza con el nacimiento y termina con la muerte. Esto se
contrapone a ​nagual,​ el cual rodea al ​tonal​: “El ​nagual​ es una parte de nosotros, de la cual en
general no nos ocupamos… y para el cual no hay ninguna descripción, ninguna palabra, ningún
nombre, ningún sentimiento, ningún saber.” Como complemento yo sólo podría mencionar que la
palabra ​nagual, ​de la cual hay que derivar la palabra de la lengua clásica Nahuatl: ​nahualli,​ “bruja”
o “disfraz”.

El hecho de que la utilización del calendario mexicano incluya la representación de una


anulación de lo temporal y espacial, así como de las relaciones anímicas y materiales, ha llamado
ya la atención del investigador León-Portilla. Él escribe a ese respecto (1966: p. 123), que los
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mexicanos entendían el tiempo y el espacio no como algo aislado y vacío, sino como un todo
homogéneo, con el cual se relacionaban los fenómenos naturales y las acciones humanas, y en el
cual éstas se cruzaban. Eso sugiere una unidad de fondo de todo ser. (Jung 1968, 11:233; von Franz
1972: 308).

Este aspecto unitario de todo ser era un fenómeno conocido ya por ciertos aventajados
alquimistas de la Edad Media, para cuya denominación ellos acuñaron el concepto de ​Unus
Mundus.​ Bajo dicho concepto ellos entendían “el mundo potencial del primer día de la Creación”
(Jung 1968, 11: 313), es decir “el plan estructural de la creación preexistente en el Espíritu de Dios,
según el cual Dios posteriormente llevó a cabo la creación” (von Franz 1972:308). Esto corresponde
al estado del momento del nacimiento de un ser humano, cuyo trasfondo arquetípico era
experimentado por los mexicanos mediante el Tonalamatl. Por eso ellos sabían cuáles eran los
dioses que estaban constelados en este momento determinado, pues de esta constelación dependía el
contenido del sentido de la vida de este ser humano recién nacido. Para la realización de tal sentido
necesitaba él sin duda toda su vida terrestre.

Esta constelación de dioses referida al momento puede ser experimentada en la vida de aquí
en más, y por cierto mediante los acontecimientos sincronísticos. Por esta razón el Tonalamatl era
consultado como un oráculo. Pues el partir de los porotos, como sucede en la consulta del
Tonalamatl​2​–originalmente eran porotos y granos de maíz, acerca del cual el “PopolVuh” (Schultze
Jena 1972:p. 13) claramente indica- exactamente como el arrojar las monedas o la partición de las
varillas de milenrama, en la consulta del oráculo chino I Ching, constituyen fenómenos de
sincronicidad, porque este procedimiento representa una acción física exterior, a la cual
corresponde una estructura psíquica interior, constelada en este preciso momento temporal.

Este procedimiento mágico hace que se establezca una relación, o sea una identidad de lo
personal e individual con el suprapersonal y general Sí Mismo. Por eso nuevamente debemos
pensar en el dios principal Tezcatlipoca, el cual era representado como centro, es decir, como el Sí
mismo, de todos los otros arquetipos relacionados con el tiempo.

El ​Unus Mundus ​proporciona el sentimiento de un profundo sentido de la vida. Para


experimentarlo uno depende de la función del sentimiento, pues lo Numinoso constituye su
característica principal. El es la ​res simplex​ (Jung, 1968, 11:312), y para lograrlo, se debe aprender
a ser simple, totalmente simple.

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2
Sobre la técnica para consultar al oráculo del Tonal Pohualli vid. Schultze Jena (1933:42ss)
6

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“Tonalamatl”). Bulletin Société Suisse des Américanistes, 45: 61-69. Genève.

ILUSTRACIONES

1.- El dios del número nueve lleva sobre sus espaldas el buitre (a vosotros) el cual significa un ciclo
de 400 años. (de Cordan 1962: 298).

2.- Tezcatlipoca (del Codex Borgia:4)

3.- Tezcatlipoca (del Codex Fjérváry-Mayer: 44).

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