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Al carácter final del derecho en general hay que añadir que, en el caso
del derecho penal, si se tiene en cuenta la amplitud de las concepciones
de la política criminal, la orientación a las consecuencias supone por
definición una orientación a las consecuencias político-criminales[4]. Si
la política criminal en sentido teórico es el análisis del tipo de política
que conviene seguir con respecto al crimen (política criminal normativa)
o la descripción de tal política en un ámbito histórico-geográfico
concreto (política criminal positiva), las reflexiones político-criminales
también están presentes en el caso del uso manipulador del derecho
penal o de su construcción conforme a una concreta concepción ética.
Tanto el carácter instrumental como la referencia político-criminal son
características que se conservan cuando se desciende del derecho penal
como disciplina a la dogmática en particular. Salvo que se haga
dogmática por motivos puramente estéticos[5] y/o utilizando
procedimientos aleatorios de construcción conceptual, la dogmática es
en principio una actividad prácticamente orientada que tiene como
objetivo facilitar la labor del aplicador del derecho. En esta tarea, y ante
las múltiples posibilidades de elección que inevitablemente se le
presentan al dogmático, éste habrá de orientarse conforme a fines que,
en virtud de la definición de “política criminal”, serán fines político-
criminales.-
Esta estrecha relación entre los fines perseguidos por el derecho penal y
los fines político-criminales es puesta de manifiesto por Roxin cuando, al
referirse a la referencia valorativa de la dogmática, manifiesta que “los
fines que constituyen y guían el sistema de derecho penal sólo pueden
ser de naturaleza político criminal, porque los requisitos de la punibilidad
se deben orientar, por supuesto, a los fines del derecho penal” (ST/AT,
3ª ed., 1997, p. 168).-
(a) Ya en la segunda edición del libro de que se habla admite Roxin que
su propuesta de ordenación de las categorías de la teoría jurídica del
delito a concretas finalidades político-criminales no implica que tales
finalidades no puedan hacer aparición en otros lugares de la misma, y
aporta dos ejemplos de lo que dice. Por un lado, tiene sentido realizar la
interpretación conforme al bien jurídico en sede típica –sede a la que se
había asignado inicialmente la protección del principio político criminal
“nullum crimen nulla poena”-; por otro lado, se reconoce que los
conflictos de intereses, que por regla general pertenecen a la
antijuridicidad, pueden aparecer ya en la tipicidad (Roxin, Nachwort,
1973, pp. 49-50)[21].-
Responde así este autor a una crítica que le habían efectuado Jescheck
(ST/AT, 2ª ed., 1972, p. 163, nota 71) y Dreher (Schriftum, 1971, p.
217), y se adelanta a la que luego le haría Amelung (Contribución a la
crítica del sistema de Roxin, 1991, pp. 96-99), pero en el intento de
afrontar tal crítica reconoce la debilidad de uno de los puntos más
novedosos e importantes de su propuesta, la asignación a cada
categoría de la teoría jurídica del delito de una función político-criminal,
y admite que la concreta asignación que él llevó a cabo tenía sólo
carácter de guía.-
3.- Conclusión
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