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DOCTORADO EN CIENCIA POLÍTICA C.E.A. –U.N.C.-.

Asignatura: Seminario de tesis. Primer módulo.

Docente: Prof. Dr. Onelio Trucco.

Alumno: Diego A. Peretti Ávila.

Título tentativo del proyecto de investigación: “Política criminal , Derecho Penal del
Enemigo y Seguritización en la Argentina de la “cuarta ola” del Neoliberalismo”

Planteamiento del problema. Estado del arte.

I. Introducción:

En el ámbito del estudio y la producción del Derecho Penal se afirma que el solo y
aislado abordaje de la Dogmática propiamente dicha resulta insuficiente, por lo que
dichas operaciones requieren ser complementadas con otras disciplinas, entre las que se
encuentran la Política criminal.

El objeto de esta última especialidad, cuyo ingreso en el entramado del Derecho Penal
se remonta a los albores del siglo XIX, de la mano del movimiento llamado Positivismo
criminológico italiano y, luego, asimilada definitivamente a la Dogmática a través de la
labor de la escuela alemana de Marburgo, ha sido definido por el más conspicuo
exponente de este último enfoque.

Franz Von Liszt comienza, a modo introductorio en su Tratado, refiriendo que el


Derecho es un instrumento al servicio de las personas, por lo que la existencia de éste se
basa en la protección de intereses vitales, este es el fin que genera en el Derecho su
poder. Teniendo en cuenta que todos los intereses vitales resultan ser bienes, el Derecho
se encarga de protegerlos al modo de bienes jurídicos, que resultan ser, a la postre,
intereses vitales de los individuos o de la comunidad, no creados, pero sí elevados a la
condición de tal por el ordenamiento jurídico (1922, p. 53). Siguiendo este desarrollo, el
maestro de Marburgo señala que si la tarea general del Derecho reside en la protección
1
Todos los párrafos de obras citadas en este trabajo, cuyos títulos figuran en el apéndice bibliográfico en
idioma distinto del español, han sido traducidos por el autor de este proyecto.

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de los intereses vitales de las personas, la misión específica del Derecho Penal consiste
en la mayor tutela de aquellos bienes, que principalmente lo merecen y necesitan, la
que se lleva a cabo a través de la conminación y ejecución de la pena, vista esta última
como un mal infligido al delincuente (1922, p. 55). Finalmente, si esto es así, el
legislador debe diagramar y poner en práctica el instituto de las penas en función de los
fines y objetivos que se ha propuesto y es aquí donde ingresa la Política criminal que,
utilizando las palabras del mismo Von Liszt, su exigencia consiste en adaptar a la pena
como instrumento, de modo que pueda ser utilizada para su fin de la manera más
completa posible, haciendo que esta última se adapte a las necesidades y conveniencias
del caso concreto (1922, p. 56).

En la actualidad, a diferencia del pensamiento clásico Lisztsiano y, sobre todo, a partir


de la influencia del pensamiento de Claus Roxin, ya no se considera a la Política
criminal como un campo separado de la Dogmática o la ciencia misma del Derecho
Penal, sino que, partiendo de la base de que impregna cada uno de los programas y
cursos de acción de los órganos del Estado en materia de prevención y represión del
delito —Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Ministerio Público Fiscal—, se considera que
ambas disciplinas se encuentran indisolublemente unidas, al punto que, al decir de
Zaffaroni, Alagia y Slokar: “la política criminal es resultado de la
interdisciplinariedad del derecho penal con la ciencia política y en especial con la
ingeniería institucional. Es función de la ciencia política precisar los efectos de las
decisiones legislativas y judiciales y, por lo tanto, notificar al dogmático y al juez las
consecuencias reales de lo que el primero propone y el segundo decide, como también
informarle acerca del sentido político general del marco de poder en que toma la
decisión, que puede ser liberal o autoritario, garantizador o policial, es decir, reforzador
o debilitante del estado de derecho.” (2002, p. 156).

Al encontrarse directamente vinculada la política criminal a la cuestión del


merecimiento, oportunidad y medida de la sanción penal, esta disciplina, como afirma
Muñoz Conde, se encuentra embebida de principios o fundamentos llamados
“normativos” o “de Justicia”, como así también, obviamente por tratarse de una
disciplina que forma parte de la ciencia y praxis política, de justificaciones basadas en la
“utilidad”, al respecto, el renombrado jurista español afirma: “Ambos factores se
interfieren mutuamente y son igualmente necesarios para establecer el concepto de
merecimiento de pena. En un Estado de Derecho respetuoso con los derechos

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fundamentales sería, por ejemplo, inaceptable, por injusto, castigar con pena de muerte
un hurto, por más que el aumento de las penas en estos delitos pueda ser útil desde el
punto de vista de su prevención. Pero igualmente es desaconsejable, por inútil y
contraproducente, castigar, como hace el art. 227 Cp,2con pena privativa de libertad el
impago de pensiones en el ámbito de las separaciones conyugales, cuando ello puede
producir más daños que beneficios a las víctimas. El criterio de utilidad es también un
factor a tener en cuenta en la determinación del merecimiento de pena de una
conducta, por cuanto en el moderno Estado social de Derecho las normas se justifican
por los efectos y consecuencias beneficiosas que producen, y no sólo por la Justicia
intrínseca de las mismas.” (2010, p. 195).

Vistas las cosas desde el enfoque que venimos sosteniendo, como afirma Roxin el
Derecho penal termina siendo más bien la forma en la que las finalidades político-
criminales se transforman en verdaderos módulos de vigencia jurídica (2002, p. 101).

Los intereses del Estado representan el horizonte de los objetivos y dinámica de la


Política criminal y, a su vez, esta alimenta a la sanción, condiciona la interpretación que
hacen los operadores y juristas y moldea la práctica del Derecho Penal.

Contrariamente a lo que se suele afirmar en modo general y desde una perspectiva


clásica, positivista o “Lisztsiana” —si se nos permite utilizar ese término—, la Política
criminal no atañe solamente a los intereses del legislador en el momento de sancionar
las leyes penales; sino que también abarca a la actividad de interpretación y aplicación
judicial de las normas —tanto en lo que hace a las de naturaleza sustantiva, como a las
procesales—, como así también a la tarea de tutela y prosecución de la acción penal,
tarea que por lo dispuesto en el artículo 120 de la Constitución Nacional corresponde al
Ministerio Público Fiscal.

EL NEOLIBERALISMO.

Desde el siglo XIX, en adelante, dos grandes cosmovisiones políticas han prevalecido
en lo que podríamos llamar “cultura occidental”, cada una con sus presupuestos,
cimientos filosóficos, económicos y sociales y, como es de esperarse, con las
consecuencias que desencadena la aplicación de los sistemas de gobierno que se
diagraman en función de la prevalencia de una u otra concepción en su configuración y

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El autor, obviamente, aquí se está refiriendo al artículo 227 Código Penal Español.

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desarrollo, dichas concepciones podrían referirse, a grandes rasgos, como “liberalismo”
y “socialismo”.

La primera de ellas, que parte de la premisa de la resaltación de la individualidad del


ciudadano frente al Estado y la sociedad, se originó sobre la base del ideario de autores
como Thomas Hobbes, John Locke, el Barón de Montesquieu y Kant, por referir
algunos de sus principales iniciales exponentes.

El liberalismo con su ideario ha ido sufriendo diferentes variaciones con el correr de la


historia, adaptándose a las realidades de los tiempos y los avatares de intereses de los
principales sectores defensores. Esta concepción ha sido enarbolada como bandera
ideológica de los principales grupos hegemónicos de los países, capitaneados por los
Estados Unidos de Norteamérica, que integran el concierto de la comunidad
internacional y, desde allí, como era de esperarse, transmitida a los pueblos
“periféricos” sometidos al área de influencia, control y dominación de los primeros.

El liberalismo en su concepción y en su praxis política se basó, como ya referimos, en la


exaltación del sujeto frente a la comunidad, la división formal de los poderes públicos y
en el principio clásico de la menor intervención del Estado en las actividades de los
particulares, en especial en el mundo del mercado —universo de circulación y
transferencia de bienes y servicios—, cuya naturalizada y “justa” lógica de reflexiva
abundancia y escasez aparece ante los ojos de sus más acérrimos pregoneros como el
camino indicado —sino el único— para llevar al adecuado desarrollo de las
potencialidades del sujeto, así como también a la riqueza de las naciones y la
equilibrada e interdependiente armonía de los diversos sectores de la sociedad que
compatibilizan ordenada y naturalmente sus intereses diversos, a través de una suerte
de “mano invisible” que guía en justicia el curso de las interacciones humanas a través
de una partitura social, política y económica ejecutada en claves de “oferta” y de
“demanda”, al modo que Adam Smith describía al expresar que en el juego del
mercado: “Ninguno, por lo general, se propone primariamente promover el bien
público, y acaso ni aún conoce cómo lo fomenta, cuando no lo piensa fomentar. Cuando
prefiere la industria doméstica a la extranjera sólo medita su propia seguridad: y
cuando dirige la primera de modo que su producto sea del mayor valor que pueda, sólo
piensa en su ganancia propia; pero, en este y en muchos otros casos es conducido como

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por una mano invisible a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención.”
(Smith, 1794, II, p. 295).

Como es bien sabido, la base del sistema liberal reside sobre la economía capitalista,
referida por Max Weber como: “un acto que se apoya en la expectativa de una
ganancia producto del juego de recíprocas posibilidades de cambio, en clásicas
probabilidades pacíficas lucrativas.” (2004, 6). La economía capitalista se basa en la
propiedad privada, la división de tareas y la pertenencia de los medios de producción,
todos elementos que interactúan en el mundo del mercado, que es definido por el propio
Adam Smith como: “aquel gran teatro de negociación, permuta, compra y venta que
forman todas las naciones del mundo, o todos los individuos de cada nación entre
sí.”(1794, I, p. 27, nota 1°).

El llamado “neoliberalismo”, es un movimiento ideológico nutrido por el ideario de esta


construcción inicial, que es definido como: “una teoría de las prácticas político –
económicas que propone que el bienestar del ser humano puede ser mejor promovido
liberándose las libertades y capacidades emprendedoras en el ámbito de una estructura
institucional caracterizada por sólidos derechos a la propiedad privada, libre mercado
y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar una estructura institucional
apropiada para estas prácticas.” (Harvey, 2005, p. 12) y que puede fijar como su punto
de surgimiento a mediados del siglo pasado, de la mano del economista Von Hayek,
representante de la llamada “Escuela Austríaca”, a partir de su obra titulada “El camino
a la servidumbre”, parida como una reacción teórica y política vehemente a la
hegemonía ideológica de la época de las construcciones fundadas en el llamado
“Estado de bienestar”, entre ellas la keynesiana, que implicaba un fuerte
intervencionismo estatal (Calvento, 2006, pp. 42 – 43).

El neoliberalismo como construcción cuenta con los siguientes pilares ideológicos


fundamentales:

a) El Estado debe dejar libradas las relaciones del mercado a la libre competencia y
debe abstenerse de intervenir (Hayek, 2007, pp. 66 – 67);

b) La planificación del Estado debe estar dirigida a asegurar y promover la libertad de


competencia entre los sujetos.

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c) El Estado debe asegurarse de la vigencia de la igualdad formal ante la ley de los
ciudadanos, absteniéndose de llevar medidas tendientes a consagrar la igualdad material
de los individuos, porque este tipo de emprendimientos resulta incompatible con la
primera y esencial misión (Hayek, 2007, 113).

d) El Estado de Derecho, implica el concepto de Justicia formal, en el sentido que el


Estado tiene que limitarse a establecer reglas aplicables a tipos generales de situaciones
y tiene que conceder libertad a los individuos en todo lo que dependa de las
circunstancias de tiempo y lugar, porque sólo los individuos afectados en cada caso
pueden conocer plenamente estas circunstancias y adaptar sus acciones a ellas (Hayek,
2007, pp. 107 y ss.).

Como puede observarse el neoliberalismo representa una herramienta bastante dúctil


para la dominación, con su ideario basado en el principio de no intervención estatal y
sublimación de la “ética” del mercado, debido a que si se observa con cierto cuidado sus
presupuestos —no hace falta demasiada perspicacia— se puede ver con toda claridad
que en un sistema donde todos los sujetos son considerados exactamente iguales,
desconociendo la estructura y principios tan básicos como el de autopreservación y el
de la propia especie que, unidos al presupuesto de maximización de las ganancias y
disminución de las pérdidas —eficiencia—, pilar fundamental de la “ética” del
mercado, termina deviniendo en un Estado y un sistema destinado a la manutención del
“status quo” y al sostén y defensa de los sectores poderosos, por encima de los
oprimidos, al estilo presentado por Marx y Engels en “die deutsche Ideologie” (1978, p.
62).

e) Finalmente, el movimiento se caracteriza por destacar la preminencia del Derecho


privado sobre el público y del comercio sobre el Estado (Hayek, 2007, 220).

II. El desarrollo del neoliberalismo en América Latina y El Caribe.

Esta construcción ideológica ha encontrado desde sus comienzos un teatro de


operaciones importante en América Latina y el Caribe. 3 La explicación a ello puede
encontrarse en que estos territorios surgieron poderosos movimientos de resistencia en
contra de las políticas imperialistas de Washington y los sectores hegemónicos del
3
En América Latina es donde tuvieron lugar los primeros laboratorios neoliberales, fundamentalmente,
en el cono sur. La llamada “primera ola” del neoliberalismo, a la que luego nos referiremos encuentra su
nacimiento en Chile, a partir del golpe de Estado en contra del entonces presidente Salvador Allende, el
11 de septiembre del año 1973.

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concierto internacional de los países, produciéndose en esta área una lucha encarnizada
y oscilante por la obtención de la prevalencia que obligó a los pueblos dominantes a
modificar sus estrategias a partir del decurso de las acciones y la colosal y muchas veces
efectiva oposición presentada por los sectores progresistas y populares de la región.

Las ofensivas neoliberales pueden separarse en cuatro periodos, que nosotros


identificamos con el nombre de “olas”, a saber:

A. Primera ola.

Etapa inicial que se caracteriza fundamentalmente por la presencia de la violencia del


terrorismo de Estado.

Durante este periodo, bajo la aparente bandera de la pacificación nacional, se produce la


persecución, represión y asesinato de la población civil, acompañada por planes
económicos basados en la especulación financiera y la importación, seguido de un
fuerte proceso de endeudamiento. Se fomenta una mecánica de desindustrialización,
caracterizada también por importantes índices de desempleo y fuerte debilitamiento de
los sindicatos, acompañado todo de una caída del precio de la mano de obra.

Se “disciplina” a la población, no solamente con el garrote del desnaturalizado ejercicio


del poder punitivo del Estado, el cual se transforma en direccionada violencia en contra
de todo atisbo de presencia de pensamiento progresista en la sociedad, espada de
Damocles pendiente sobre la cabeza de todos y cada uno de los ciudadanos, con la
complicidad de las cúpulas de los sectores dominantes del concierto social.

El endeudamiento, característico de la propuesta de esta corriente ideológica a lo largo


de todas sus etapas, está dirigido a poner un coto al crecimiento futuro de los países
víctimas de este tipo de políticas apañadas por sus dirigencias serviles y codiciosas,
condicionando el futuro de los pueblos política y económicamente sometidos a las
relaciones de poder actuales.

Durante esta etapa cobra vital importancia el rol del Fondo Monetario Internacional,
instituto creado con la finalidad de control, monitoreo y condicionamiento de las
realidades políticas de los países victimizados a partir del uso de la herramienta de
dominación del empréstito.

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En nuestro país, de la mano de Domingo Felipe Cavallo y Lucio García del Solá se
produce la estatización de la deuda nacional en el año 1982.

B. Segunda ola.

Esta segunda contraofensiva neoliberal se da a partir de mediados de los años 80’ del
siglo 20, ya no durante los gobiernos militares; sino en bajo el imperio del sistema
democrático.

Se caracteriza por la reproducción, a través de los medios hegemónicos de la época, de


un ideario basado en la mercantilización de la economía y del sector público, todo
sostenido en el descrédito de cualquier intervención del Estado en los procesos
económicos, así sea para establecer los mínimos estándares necesarios para la legítima
competencia en el mercado.

Con el afán de hacer frente a las deudas ilegítimamente tomadas, los países
latinoamericanos calificados por los sectores dominantes como “emergentes” o “en vías
de desarrollo”, van perdiendo progresivamente su capacidad real de llegar a serlo, a
través de la injerencia en sus políticas del Fondo Monetario Internacional y la necesidad
de continuar con el proceso de endeudamiento agudizándolo a medida que corre el ciclo
de las políticas públicas.

Las deudas vienen acompañadas de profundos y dolorosos procesos hiperinflacionarios,


que surgen en parte por la emisión de dinero como intento de respuesta llevados a cabo
para poder hacer frente a las balanzas de pago y las realidades económicas de los países
agobiados. La hipertrofiada inflación, como fenómeno multidimensional y no
estrictamente monetario, se produce también por los llamados “golpes de mercado” que
caracterizan la fase de inicio de este segundo periodo.

En nuestro país, el preciado botín de los grupos económicos está representado por las
empresas nacionales —Y.P.F., Y.C.F., Aerolíneas Argentinas, E.N.T.E.L., Ferrocarriles
Argentinos; etc—, apuntándose a su desmantelamiento digitado mediante un fino y
elaborado plan de ataque mediático y económico. A todo ello se sumaron las reformas
previsionales —verdaderas privatizaciones del sistema público—, como así también las
destinadas a la pérdida progresiva de las conquistas de los sectores obreros, política
dirigida a la precarización del trabajo, que fue llamada con el eufemismo de
“Flexibilización laboral”.

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En esta fase, a su vez, el sistema capitalista prende renovados bríos, contrarrestando el
proceso recesivo que venía sufriendo, a partir de la caída y “apertura” del régimen
soviético, iniciado bajo la conducción de Mijail Gorbachov, Jefe de Estado de la
entonces Unión, durante los años 1988 a 1991.

De esta manera el capitalismo, bajo la conducción de los Estados Unidos, se presenta


como el sistema “vencedor” de la “Guerra fría”, sobre todo a partir de la caída del
llamado “Muro de Berlin” y se presenta a sí mismo ensoberbecido como la única opción
racional y viable para la política y economía del futuro de la raza humana.

Durante esta etapa se produce la cristalización de la hegemonía absoluta del llamado


“Primer Consenso de Washington” (1989), caracterizado entre nosotros por la pérdida
de la soberanía monetaria —en nuestro país se sanciona la ley 23.928, de
convertibilidad—, las masivas privatizaciones y vaciamiento de los activos públicos,
acompañada de los llamados planes auspiciados por el Fondo Monetario Internacional
“Baker” y “Brady”, complementados por los acuerdos de “Stand by” materializados en
los años 1989, 1991 y 1996.

Se pretenden reformular ideológicamente las bases clásicas del pacto social, poniendo
en crisis la función del Estado como protector de la igualdad de los ciudadanos y
promotor de la igualdad material de oportunidades de los sujetos para el desarrollo de
sus potencialidades en sociedad, bajo la idea de que un cierto grado de desigualdad, no
solamente resulta inevitable, sino también necesario. Lo que va a caracterizar al pacto
no es la universalidad, sino el régimen de excepción.

Sin embargo, en esta segunda fase de apogeo del ideario neoliberal, a causa de sus
prácticas de vaciamiento de los activos públicos, dependencia política, sometimiento y
silenciamiento de las minorías y grupos sistemáticamente oprimidos, negacionismo del
terrorismo de Estado —y búsqueda de impunidad para sus artífices—, disminución de
posibilidades de movilidad social ascendente y el consecuente incremento de la brecha
de pobreza, llevaron a la generación o, mejor dicho, reorganización de sectores
resistentes. En esta etapa surge la llamada “focopolítica”, en contraposición a la idea
imperialista de “aldea global” reinante en ese contexto.

C. Tercera ola.

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Esta etapa del movimiento neoliberal se encuentra caracterizada por la resistencia
planteada por los sectores progresistas que, como culminación de un proceso de tenaz
resistencia, habían adquirido prevalencia en América Latina, organizándose a nivel
internacional y presentando lineamientos de políticas comunes.

El ideario de estos sectores resistentes está se resume en la lucha contra las lógicas de
desposesión y mercantilización de los territorios y bienes naturales características del
neoliberalismo, como así también, en la equiparación en el plano internacional de los
países dominados, la redistribución de las rentas públicas, el desvío de la preminencia
del sector financiero de la economía hacia un foco centralizado en la producción,
apuntando al fortalecimiento de las industrias nacionales —en especial las pequeñas y
medianas empresas—, acuerdos recíprocos de cooperación en el marco de la producción
e intercambio de bienes y servicios, mayor intervención de los Estados en la economía,
visibilización de los reclamos de sectores oprimidos de la sociedad —pueblos
originarios, colectivos L.G.B.T.Q., jubilados, trabajadores desempleados, pobres
estructurales, personas con discapacidad; etc.— y promoción de políticas inclusivas
tendientes a asegurar la igualdad real de los sujetos integrantes de la comunidad.

Esta tercera ola, más acotada que las anteriores y cuyos comienzos podrían identificarse
con los inicios del siglo 21, como ya expresamos, se ve caracterizada por una fuerte
interpelación a las políticas neoliberales de pobreza, exclusión y desgarramiento social y
cultural, que dio origen a los grupos resistentes, interpelación que resulta indisociable de
este periodo neoliberal, tal como lo hacen ver con claridad José Seoane y Emilio Taddei
cuando afirman: “La génesis del movimiento anti-mundialización parece conducirnos a
las profundidades de la selva chiapaneca a mediados de 1996. Numerosos cronistas
han insistido en señalar al Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y
Contra el Neoliberalismo realizado del 27 de julio al 3 de agosto de 1996 en Chiapas,
México a iniciativa del EZLN(Ejército Zapatista de Liberación Nacional), como el
primer jalón del movimiento internacional contra la mundialización liberal. En las
montañas del sureste mexicano, más de 3000 personas de más de cuarenta países se
encontraron y compartieron la “Segunda declaración de La Realidad”. Esta vocación
internacional del zapatismo había tenido ya expresión en la fecha elegida para la
aparición pública del movimiento, “el día en que irrumpe el tercer milenio en México”
(Ceceña, 2001) con la entrada en vigencia del tratado de libre comercio del NAFTA.
En los inicios de 1994 el zapatismo aparecía así como el primer movimiento social de

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envergadura que, luego de la caída del Muro de Berlín, interpelaba no sólo a la
sociedad mexicana sino a todos los oprimidos del mundo. La iniciativa de los
“encuentros intergalácticos” se prolongaría en dos reuniones más (Barcelona, España,
1997; Belén, Brasil, 1999) y daría impulso a la posterior conformación de la Acción
Global de los Pueblos (AGP, febrero 1998)” (2001 , p. 108)

El incremento de las commodities durante el período que va desde el año 2010 a 2012,
permitió a los países latinoamericanos gozar de un importante flujo de capitales, debido
a tratarse de naciones caracterizadas por un alto porcentaje de producción y exportación
de materias primas.

En lo que toca a la reorganización neoliberal, el atentado a las torres gemelas del 11 de


septiembre de 2011 representó un hito en la política internacional de los Estados Unidos
y los países hegemónicos del hemisferio norte del globo, quienes, para la justificación
del imperialismo, reforzaron los argumentos de uso de la violencia armada, que ya
venían haciendo valer en el plano internacional, bajo la bandera de la lucha contra el
narcotráfico y el terrorismo, iniciando campañas de desprestigio que van a terminar con
el debilitamiento y persecución de los sectores opositores —tildándolos de “productores
de pobreza”, “dictadores”, “delincuentes” y, en algunas oportunidades
“narcotraficantes”, o socios cómplices de estos—, últimas prácticas que se van a
materializar en plenitud en la cuarta ola.

Esta nueva estrategia, llamada “Neoliberalismo de guerra”, se encuentra muy bien


descripta y caracterizada por González Casanova (2002, pp. 178 – 179), a partir de unos
párrafos que, por su valía, estimo útil reproducir textualmente en este trabajo. Al
respecto, refiere el eminente autor mexicano: “El neoliberalismo de guerra defiende por
las armas una política que ya no puede defender con las argumentaciones de “la
ciencia única” ni con los enredos del Banco Mundial, quien critica al neoliberalismo y
sigue exigiendo que se apliquen todas y cada una de sus medidas. El neoliberalismo de
guerra enfrenta una crisis de credibilidad, de gobernabilidad y de sobreproducción con
una política de guerra e intimidación que le permite reformular las presiones de los
peores momentos de la guerra fría, sólo que acusando ahora de “terroristas” a quienes
antes acusaba de “comunistas”… El neoliberalismo de guerra permite al capital
corporativo, a sus megaempresas y redes controlar más directamente a los propios
gobernantes, ya sea ayudándolos a triunfar en las elecciones y las campañas

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comerciales con que compran las imágenes y las conciencias para orientar el voto, ya
sea presionándolos para que apliquen cada vez más duramente las políticas
neoliberales y enfrenten “con firmeza y habilidad” o con “durty politics” (con
“políticas sucias”, The Financial Times, 2002) a sus pueblos, electores y trabajadores
depauperados, desempleados y excluidos…El neoliberalismo de guerra permite al
capital corporativo y sus gobiernos reforzar la jerarquía mundial de poder y reforzar
los alineamientos, sometimientos y arbitrariedades de las fuerzas neoconservadoras
que abandonan la política de disuasión y pasan a la de agresión, expansión e
integración por todos los medios propagandísticos y publicitarios disponibles y por
todos los medios de destrucción de baja y alta intensidad, convencionales y no
convencionales, altamente sofisticados y de fácil empleo, con amenazas que simulan o
expresan la locura de usar las armas nucleares, y con temores oficiales y
subrepticiamente difundidos de que grupos y gobiernos terroristas, incluido el de
Estados Unidos, conduzcan a una guerra bacteriológica.”.

Durante el proceso de expansión económica de los países latinoamericanos de los años


2010 a 2012 ya referido, en aquellos países bajo el sistema del neoliberalismo de guerra,
en los cuales los sectores progresistas resistentes no lograron imponerse, como Chile y
Colombia, se produce una profundización de las políticas que caracterizaron a la década
de los 90’ del siglo 20, marcadas por la extranjerización de la economía y el
alineamiento, desde una perspectiva geopolítica imperial, a las propuestas de liberación
comercial generadas por Estados Unidos. En el periodo comprendido entre enero de
2003 y julio de 2004, la mayoría de los países centroamericanos —El Salvador,
Honduras, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana— firman con Estados
Unidos el “CAFTA” o también llamado Acuerdo de libre comercio con Centro América.

Esta tercera ola resulta ser más acotada que las dos anteriores debido al cambio de
escenario político, respecto de la década del 90’ del siglo pasado, en un territorio
latinoamericano plagado de gobiernos de cuño ideológico neoliberal, a partir de una
redistribución del mapa del poder, con el ascenso de sectores progresistas y resistentes
como se dio en el caso de Venezuela, Brasil, Argentina y Bolivia, por citar algunos
ejemplos.

Los gobiernos que forman parte de la llamada “experiencia progresista” en la región,


más allá de sus diferencias, logran encarar en conjunto la configuración de un marco

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regional mucho más autónomo respecto de las pretensiones imperialistas de los Estados
Unidos.

Este proceso de convergencia de los países se refleja en la creación en el periodo


comprendido entre los años 2005 y 2010 de una nueva institucionalidad en las
dinámicas y procesos de integración latinoamericanos, que viene a sumarse a los
organismos preexistentes, como el Mercosur, que reciben una nueva orientación.

En esta nueva etapa se da origen a organismos como Petrocaribe, a instancias del Estado
de Venezuela, en el año 2005, así como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) y la Unión de las Naciones Suramericanas (UNASUR), últimos
dos creados en el año 2010. De igual modo, después del fracaso del ALCA, en el año
2009 se cristaliza el ALBA – TCP, sigla que corresponde al nombre de “Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los
Pueblos”, integrada por los países de Venezuela, Honduras, Cuba, Bolivia, Nicaragua,
Mancomunidad de Dominica, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Antigua y
Barbuda, y Santa Lucía,

D. Cuarta ola.

Esta cuarta fase surge en el contexto de reformulación de las estrategias neoliberales a


partir de los movimientos resistentes y la reformulación del mapa político de América
Latina que caracterizó a la tercera ola.

El reposicionamiento en el concierto latinoamericano de los defensores de esta posición


se ve favorecido por el declive que experimentan los gobiernos progresistas en la región
a causa de la crisis económica que tuvo su origen en los países hegemónicos en los años
2008 y 2009, proyectando sus esquirlas por doquier y manifestándose en sus efectos con
mayor fuerza a partir del año 2013 a través de un proceso creciente de desaceleración
económica.

Entendemos que esta cuarta versión del neoliberalismo tampoco puede estudiarse en
forma separada del contexto de la tercera ola, debido a que el ascenso de los sectores
adeptos al enfoque objeto de estudio y al sistema de capitalismo globalizado y
estamental que propicia en el panorama internacional.

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Este cuarto periodo, sobre el que nos concentraremos fundamentalmente en nuestra
investigación se ve caracterizado por la reformulación del mapa del poder en
Latinoamérica y un acentuado cuestionamiento de los postulados básicas y
fundamentales de la doctrina clásica del liberalismo, como resulta ser el hecho de que
todos los hombres nacen y deben vivir iguales ante la ley, una acentuada militancia en
contra de conceptos como el de solidaridad civil y justicia social, como así también de
un discurso reaccionario cargado de violencia en contra de los sectores populares,
progresistas, agrupando al conjunto de enfoques políticos opositores bajo el significante
del “populismo”, como así también de una nueva construcción de la subjetividad que
resulta clave para entender este proceso.

Este último mecanismo se encuentra claramente descripto del siguiente modo: “La
explosión de las resistencias y movimientos sociales de los sujetos subalternos
asediando la ciudadela neoliberal rompió ese consenso y, en un ciclo de ensayo y error
progresivo, comenzaron a aparecer en la escena pública movilizaciones y acciones de
protesta con gran protagonismo de sectores medios pero también con capacidad de
interpelación de otros sectores sociales que, frente a los procesos de cambio, se
constituían en clave ciudadana liberal, reclamaban su condición apolítica como
garantía de ser expresión legítima de la sociedad civil, planteaban una programática
contra la corrupción, la inseguridad, la delincuencia, y el autoritarismo
gubernamental-estatal y, en sus formas más violentas, se inscribían en procesos de
fascistización social que pretendían servir como ariete del “golpe suave”. La
construcción de estos sujetos, emergidos con similares características en diferentes
países de la región, supuso el despliegue de un conjunto de dispositivos y tecnologías
de gobierno, de saberes y prácticas, promovidas y difundidas por diferentes agencias
estadounidenses y experimentadas también en otros continentes bajo las llamadas
“revoluciones de los colores”…En este caso, la acción regional de organizaciones
tales como la USAID (United States Agency for International Development) y el NED
(National Endowment for Democracy), el modelo de “onegeización” de la sociedad
civil y de su empoderamiento, el uso de las redes sociales, el papel cumplido por las
cadenas o grupos multimedia privados, configuraron parte importante de la matriz de
constitución de estos movimientos y sujetos colectivos.” (Seoane, 2018).

Estas formas de lucha no denominadas “no violentas” por sus defensores y cargadas de
violencia pasiva y simbólica, concebidas, organizadas y digitadas por los sectores que

14
representan el poderío imperialista neoliberal, con objetivos destituyentes de los
opositores políticos, son las construcciones a la que adscriben estos nuevos modos de
manifestación y confrontación política.

Para comprobar que se trata de verdaderas luchas violentas, que varían sencillamente en
sus métodos, respecto de las formas tradicionales, tan solo basta pegar una leve ojeada
al libro de Gene Sharp, ilustre pregonero de estas ideas, a las que asocia a una especie
de “Judo político” —por la conocida arte marcial—, afirmando una serie de reglas de
esta “no violento” modo de combate, a saber: 1. Disciplina para mantener la “no
violencia”; 2. Desbalancear al contrincante; 3. Que la represión que se emplee se le
revierta o lo debilite; 4. Que se “vea mal” el opresor; 5. Que reciba cada vez menos
apoyos; 6. Que le sea difícil continuar con la represión violenta a los ojos del mundo
(que la opinión pública mundial negativa por sus acciones se convierta en acción y
sanción no violenta); 7. La violencia contra un grupo no violento hace que el agresor se
vea mal, despreciable, antipático, a tal grado que la opinión pública y privada se puede
volcar en su contra (los propios soldados y policías pueden dudar de la justicia de sus
acciones…pueden llegar hasta motines y huelgas) y, finalmente, propone el autor, 8. La
permanencia en la lucha, el resistir el castigo y las sanciones es esencial. (1988, p. 41).

Si a lo que hasta aquí venimos señalando, desde el punto de vista de estos modos de
lucha, se le suma el pretendido carácter “apolítico”, de “ciudadanos autoconvocados en
repudio de…” de los manifestantes —esto no quiere decir que todos los participantes
conozcan con exactitud los planes de los organizadores, basta, sencillamente, con que
sean funcionales a dichos objetivos, “aportando número” a las marchas que, para las
campañas resulta esencial—, el círculo termina por cerrar, no se trata de “apolítica”;
sino de política reaccionaria de la neo-derecha conservadora, en muchos casos
protofacista, que amenaza con fuerte virulencia a los pueblos latinoamericanos y viene
para endeudarlos y despojarlos de todo: de sus conquistas sociales, de sus recursos
naturales, de sus soberanías, de sus culturas y con ello, cada día un poco más, de la
irrenunciable humanidad.

En nuestro país, estos cuatro periodos del Neoliberalismo se podrían ver reflejados
aproximadamente en los siguientes periodos:

1. Primera ola: El golpe de Estado y la usurpación del poder público por parte de
las Juntas militares (1976 – 1983);

15
2. Segunda ola: El advenimiento de la democracia hasta la crisis institucional,
caracterizada por el lema “Que se vayan todos” (1983 – 2003);
3. Tercera ola: La reorganización nacional y puesta en marcha de la experiencia
progresista (2003 – 2015);
4. La vuelta al Neoliberalismo con el ascenso al poder de la coalición “Juntos por
el cambio” (2015 – 2019).
La Política criminal del Neoliberalismo.
Este movimiento, como ya se ha resaltado oportunamente, tiende hacia la globalización.
Basado e inspirado por la lógica del mercado, apunta a la máxima expansión cultural,
política y económica a lo largo y a lo ancho de todo el planeta y con ello, de la
hegemonía de las naciones occidentales privilegiadas, lideradas por Estados Unidos, que
conforman el concierto dominante, por lo que, como va de suyo, resulta fácil colegir
que este núcleo mundial posee una política criminal en el plano internacional destinada,
no solamente a las organizaciones; sino que a todos los ordenamientos jurídicos de los
pueblos, sin distinción de realidades, historia o cultura.
Esta política criminal universal, se desarrolla y aplica a través de la gestión de
asociaciones, foros u organismos como el G.A.F.I. —Grupo de acción financiera
internacional, “F.A.F.T.”, en inglés—, que son los encargados de “bajar” las directivas,
basadas en los objetivos de Política criminal , a las naciones “asociadas”, al modo de
“recomendaciones”, cuando en realidad se trata de algo similar a los conocidos en
Derecho Privado como “contratos de adhesión”, presionando a estos últimos para que
“adapten” sus ordenamientos internos a los “estándares internacionales”.
Este tipo de enfoques y prácticas, en lo que hace a la política criminal resultan, a su
vez, fervientemente defendidas por autores de gran prestigio, dentro de su medio, como
es en el caso del célebre jurista alemán Kai Ambos, quien, respecto del panorama
internacional actual señala con gran autocomplacencia y optimismo: “Teniendo en
cuenta todo lo anterior, en este contexto se evidencia que “el supuesto
condicionamiento cultural del Derecho Penal”, tal como fue reconocido correctamente
por Vogel, constituye “en buena medida una quimera y no corresponde, o al menos no
de forma reconocible, a los desafíos de la política criminal moderna como terrorismo,
tráfico de personas, tráfico ilegal de drogas, criminalidad cibernética, etc.”. El
discurso internacional actual no está orientado por el condicionamiento cultural del
Derecho (Penal). Por el contrario, los esfuerzos están dirigidos a capturar en el
Derecho el fenómeno de la globalización a través de discursos sobre pluralismo,

16
fragmentación e interlegalidad. Esto también fue reconocido por Vogel desde el año
2002, al contraponer justamente discursos de este tipo a la oposición positivista contra
la política criminal y la dogmática jurídico penal europeas, que se fundamenta en las
supuestas particularidades culturales. Dicho brevemente, se trata de reconocer que
tanto las sociedades como también el Derecho Internacional están marcados y son
influenciados por una variedad (pluralidad) de ordenamientos jurídicos y de fuentes del
Derecho. De esto se desprende el fenómeno de la interlegalidad, es decir, de la
existencia de “networks of legal orders”, y de la fragmentación, es decir, de la
existencia de regímenes diferentes en fuentes del Derecho distintas. No es posible
profundizar aquí en este aspecto; sin embargo, esto muestra que el discurso del
condicionamiento cultural del Derecho (Penal) ya está superado y que en todo caso
en un mundo (jurídico) globalizado el aislamiento del ordenamiento jurídico propio
ni se puede ni se debe garantizar…La mentalidad que subyace al argumento de la
“defensa cultural” también permite recordar la ya citada crítica de Donini sobre la
aristocracia penal, la cual, se debe agregar, en el lugar de la legitimación
democrática del legislador pretende ubicar la indisponibilidad de categorías
dogmáticas específicas como criterio para la producción del Derecho. Al respecto
Vogel también afirmó lo correcto: “así como el dominio de los conocedores sobre los
no conocedores no es democrático, la legislación penal no está en las manos de los
profesores de Derecho Penal. La expedición de normas penales es más bien cuestión
del legislador parlamentario en cuanto representante inmediato del pueblo, legitimado
democráticamente”. Esto no significa, claro está, que el legislador, siempre que cuente
con legitimación democrática (lo que visto desde una perspectiva global no se puede
exigir con facilidad en todos los casos), no deba observar ciertos límites. Él se
encuentra obviamente sometido a la Constitución y a los derechos fundamentales allí
contenidos, a la prohibición de arbitrariedad y a nivel supranacional a los derechos
humanos; pero no a criterios de una supuesta lógica objetiva de carácter dogmático,
mientras éstos no se puedan desprender de la Constitución o del Derecho
Internacional.” (2016, pp. 18 – 20), la negrita me pertenece.
En los tiempos actuales, este movimiento “global” del Derecho Penal, se caracteriza por
la expansión del poder punitivo del Estado, al punto de llegar a los límites de la
legislación exclusivamente “simbólica”, más bien dirigida a satisfacer las demandas de
legitimidad de la facultad de castigar del Estado, satisfaciendo las demandas de la
sociedad civil, a través del acto formal de sanción y promulgación de las leyes que a

17
conseguir efectos que permitan lidiar con los fenómenos que dichas normas se dirigen a
combatir, como ya avizoraba Silva Sánchez (1992) hace veinte años.
Este mismo autor español, casi diez años después, dando por descontada la mayor
demanda de seguridad de la sociedad civil que la causa, lo siguiente: “No es infrecuente
que la expansión del Derecho penal se presente como producto de una especie de
perversidad del aparato estatal, que buscaría en el permanente recurso a la legislación
penal una (aparente) solución fácil a los problemas sociales, desplazando al plano
simbólico (esto es, al de la declaración de principios, que tranquiliza a la opinión
pública) lo que debería resolverse en el nivel de lo instrumental (de la protección
efectiva).Subrayar esto último me parece esencial. En efecto, difícilmente podrá
interpretarse la situación de modo correcto y, con ello, sentar las bases de la mejor
solución posible a los. Problemas que suscita, si se desconoce la existencia en nuestro
ámbito cultural de una verdadera demanda social de más protección. A partir de ahí,
cuestión distinta es que desde la sociedad se canalice tal pretensión en términos más o
menos irracionales como demanda de punición. En este punto, probablemente no esté
de más aludir a la posible responsabilidad que los creadores de opinión pueden tener
en tal canalización, dado su papel de mediadores. Como asimismo conviene cuestionar
que desde las instituciones del Estado no sólo se acojan acríticamente tales demandas
irracionales, en lugar de introducir elementos de racionalización en las mismas, sino
que incluso se las retroalimente en términos populistas. Todo esto es, seguramente,
cierto. Pero la existencia de una demanda social constituye un punto de partida real, de
modo que la propuesta que acabe acogiéndose en cuanto a la configuración del
Derecho penal no habría de eludir el darle a la misma una respuesta también real.”
(2001, pp. 21-22).
Las afirmaciones del jurista español guardan estrecha relación con las características de
la Política criminal asociada al enfoque neoliberal, que siguiendo a O’Malley (2016), se
encuentra definida por las siguientes notas:
• Aumento del uso del castigo, un "giro punitivo", especialmente centrado en
una mayor utilización del encarcelamiento y penas privativas de la libertad más
prolongadas, particularmente en la búsqueda de una mayor responsabilidad
penal individual por el hecho de delinquir.

• Eliminación de las sanciones de tipo “asistencial” o “terapéutico”, tanto porque


atentan contra el carácter retributivo de la pena, como por su costo y su supuesta

18
falta de corrección de los infractores.

• Un enfoque en la pena dirigido a la protección de los ciudadanos respectos de


los delincuentes. Los primeros a veces son vistos como los “clientes” de la
justicia y las “víctimas” del delito
 Enfoque económico del Derecho, en términos de costos y beneficios.
 Tercerización del uso de la fuerza del Estado a partir de la institución de
prisiones privadas.
 Monitoreo electrónico de los sujetos.
 Procedimientos que se relacionan con una idea de “justicia penal de
consumo”, con mayor protagonismo de las víctimas del delito.
 Concepciones retributivas de la pena vinculadas a ideas como “los justos
merecimientos”, para la individualización de la responsabilidad penal y
castigo asociado a la perspectiva —y expectativas— de la víctima del delito.

De la sociedad del riesgo a la sociedad de la angustia.


Junto con la evolución tecnológica, el refinamiento de los medios de producción y la
aplicación de la lógica mercantilista de maximización de utilidades a costa de la
minimización de pérdidas, vino el incremento de los riesgos a los que los individuos,
quienes se ven sometidos a una diversidad y cantidad exponencialmente superior de
amenazas respecto de cualquier época que le haya tocado vivir al planeta, lo que ha
hecho que el concepto de riesgo haya adquirido un papel central en la estructura de las
relaciones humanas. A fines de los años 90’ del siglo pasado, Ulrich Beck explicaba
muy claramente esta dinámica de la siguiente manera: “Así pues, ya no se trata (o ya no
exclusivamente) del aprovechamiento de la naturaleza, del desprendimiento del ser
humano respecto de obligaciones tradicionales, sino que se trata también y
esencialmente de problemas que son consecuencia del desarrollo técnico-económico
mismo. El proceso de modernización se vuelve reflexivo, se toma a sí mismo como tema
y problema. Las cuestiones del desarrollo y de la aplicación de tecnologías (en el
ámbito de la naturaleza, la sociedad y la personalidad) son sustituidas por cuestiones
de la “gestión” política y científica (administración, descubrimiento, inclusión,
evitación y ocultación) de los riesgos de tecnologías a aplicar actual o potencialmente
en relación a horizontes de relevancia a definir especialmente. La promesa de

19
seguridad crece con los riesgos y ha de ser ratificada una y otra vez frente a una
opinión pública alerta y crítica mediante intervenciones cosméticas o reales en el
desarrollo técnico-económico.” (1998, p. 26).
En este panorama, el concepto de riesgo fue adquiriendo un protagonismo sin
precedentes en la estructura del Derecho, desembarcando en el nervio mismo de la
dogmática penal de los países pertenecientes a la familia jurídica “continental”, a través
del instituto de la “Imputación objetiva al tipo” —die Objektive Zurechnung— de la
mano de la obra de prestigiosos autores alemanes como Claus Roxin, Günther Jakobs y
Wolfgang Frisch, instituto que, junto con su categoría central de riesgo prohibido o “no
permitido” por el ordenamiento jurídico —unerlaubte Risiko—, desde hace tiempo, ha
dado sobradas muestras de haber desembarcado en nuestro sistema para quedarse.
La noción de riesgo también ha impregnado todos los ámbitos del Derecho Penal
Económico, disciplina que, en la actualidad, puja por su autonomía respecto de la rama
madre calificada como “nuclear” o tradicional, alterando sustancialmente las categorías
de imputación y de responsabilidad penal.
Sin embargo, la formulación inicial de sociedad y Derecho Penal del riesgo, formulada
inicialmente, ha dado paso a una nueva formulación, que ya venía siendo avizorada casi
desde los albores de esta primera construcción y que consiste en un Derecho Penal y
una Política criminal acordes a la nueva estructura de una sociedad basada en la
contracara de la elevación del riesgo a las alturas de las preponderantes categorías
analíticas: la angustia.
El fenómeno de la angustia ha sido abordado desde las más diversas aristas.
Según Heidegger (1955),4 se trata de un estado de alerta que, a diferencia del miedo, no
tiene un objeto determinado, no hace “perder la cabeza” —“kopflos”—, utilizando las
palabras del mismo autor como este último; sino que el estado de “angustia por”
—“Angst um”— ante la verdadera imposibilidad que comporta de determinación del
objeto, se caracteriza por su efecto intranquilizante, por algo siniestro
—“unheimlich”—, que termina produciendo el notable desequilibrio que caracteriza a
este fenómeno.
Para Sigmund Freud, la angustia aparece como un reacción ante el peligro de la pérdida
del objeto que el autor caracteriza como un estado displacentero de desamparo
experimentado por el yo que se reproduce del modo siguiente: “El hecho de que tal

4
La cita del trabajo de referencia corresponde al artículo en su idioma original traducido por el autor
este proyecto de investigación.

20
situación traumática de desamparo no nos sorprenda de improviso, sino que la
prevengamos y esperemos, constituye un importante progreso en el cuidado de la
propia conservación. Esta previsión nace en aquella situación a la que damos el
nombre de situación peligrosa, en la cual es dada la señal de angustia. Quiere esto
decir que en tal situación esperamos que se produzca una situación de desamparo o
recordamos sucesos traumáticos anteriormente experimentados, y anticipando el
trauma nos proponemos conducirnos como si ya hubiera surgido, no obstante, ser
tiempo aún de aludirlo. Así, pues, la angustia es, por un lado, una expectación del
trauma, y por otro, su reproducción mitigada. Los dos caracteres que en la angustia se
nos han hecho patentes tienen, por tanto, distinto origen. Su relación con la
expectación pertenece a la situación peligrosa, y su imprecisión y su falta de objeto, a
la situación traumática de desamparo anticipada en la situación peligrosa.
“Siguiendo el desarrollo de la serie angustia-peligro-desamparo (trauma), podemos
establecer la síntesis siguiente : la situación peligrosa es la situación de desamparo
reconocida, recordada y esperada. La angustia es la reacción primitiva al desamparo
en el trauma, reacción que es luego reproducida, como señal de socorro, en la
situación peligrosa. El yo, que ha experimentado pasivamente el trauma, repite ahora
activamente una reproducción mitigada del mismo, con la esperanza de poder dirigir su
curso. No es otra forma en que el niño se comporta con respecto a todas sus
impresiones penosas, las que reproduce en sus juegos, buscando con este modo de
pasar de la pasividad a la actividad, controlando psíquicamente sus impresiones.”
(1973 , p. 2879).
En el plano social, como ya bien pudo entrever Luhmann, la angustia así concebida
aparece como un fenómeno irreductible, aún para su cuidadosamente edificada
estructura teórica funcional. El sociólogo alemán señala que en el marco de una
sociedad caracterizada por la amenaza permanente de los riesgos y determinada por la
búsqueda de la seguridad: “La angustia se convierte entonces en el equivalente
funcional del significado; a un equivalente funcional sostenible, ya que la angustia (a
diferencia del miedo) no puede ser regulada por ninguno de los sistemas funcionales.
El pánico no se puede prohibir… La angustia —prosigue el pensador alemán— no se
puede regular legalmente ni es factible de refutar científicamente. Intentar dilucidar la
complicada estructura del riesgo y los problemas de seguridad con responsabilidad
científica solamente aporta material y nuevos argumentos para la angustia. Se puede
tratar de comprar o compensar el pánico con el dinero; pero quien así hace sólo

21
demuestra que no tenía angustia en absoluto: los bienes se desintegran cuando se firma
el contrato. La religión también se presentaría a sí misma infravalorada si quisiera
ofrecerse como un medio para aliviar la angustia. Como puede verse fácilmente a
través de su historia, ella solo traslada la traslada a otras áreas de significación.”
(1990, pp. 238 – 239).
Esta dinámica de tensión entre riesgo y seguridad, con su contracara angustia y
estabilidad, que se ve multiplicada exponencialmente en nuestros tiempos es lo que ha
llevado, más o menos recientemente, a Heinz Bude a referirse a nuestra época como la
de “La sociedad de la angustia”, construcción que sintetiza de la siguiente manera: “Un
concepto importante de experiencia en la sociedad actual es el concepto de angustia.
Angustia aquí es un término para lo que la gente siente, lo que le importa, lo que espera
y por lo que le desespera. En cuanto a la angustia, se pone de manifiesto hacia dónde
se desarrolla la sociedad, qué provoca que se enciendan los conflictos, cuándo se
desintegran determinados grupos y cómo surgen de repente estados de ánimo
apocalípticos o sentimientos de amargura. La angustia nos dice lo que nos pasa. La
sociología que quiera comprender su sociedad deberá observara ahora como a la
sociedad de la angustia.” (2014, p. 10).
Como ya hemos manifestado precedentemente, la angustia en estado desbordante se
materializa en pánico, que puede ser definido como: “Episodio agudo de ansiedad
caracterizado por tensión emotiva y terror intolerable que obstaculiza una adecuada
organización del pensamiento y de la acción.” (Galimberti (2002), p. 782). El fenómeno
del pánico está directamente ligado, a la despersonalización y desrealización y, como
secuela del estado de angustia que hemos abordado: “No es un miedo al que el hombre
pueda reaccionar defendiéndose o fugándose, o simplemente tratando de salvarse,
como frente al arma de un asaltante, a la aparición amenazante de un animal o al caos
provocado por una catástrofe natural. El pánico, que los griegos llamaban Φόβος,5 es
el Miedo con mayúscula, que no se precisa en ningún sujeto de referencia y contra el
cual no hay nada que hacer.” (Galimberti (2002), p. 782), la negrita me pertenece.
Este mecanismo de desorientación propio de la angustia, que deviene en pánico,
trasladado desde el universo social al jurídico a través de la expansión del Derecho
Penal simbólico es aquel del que da cuenta Silva Sánchez en la cita que hemos
reproducido arriba en este trabajo.

5
Se pronuncia “Fóbos” y en griego significa miedo.

22
En un contexto de irreductible angustia social y política, se produce en el terreno del
Derecho Penal el ámbito propicio para una política criminal orientada hacia la
individualización del objeto amenazante, aquél que se mantiene difuso a la vista de los
ojos ansiosos de la sociedad, aquél que espera agazapado en las sombras, para caer con
toda fuerza y planificada precisión sobre nosotros y nuestros seres queridos, en síntesis:
aquel sujeto borroso, fantasmagórico, llamado “el Enemigo”.
Desde hace algunas décadas se viene hablando en doctrina penal fue ganando
notoriedad la construcción de Günther Jakobs, opuesta al “Derecho Penal del
Ciudadano”, a quien se considera persona, dada en llamar “Derecho Penal del
Enemigo”.
El autor alemán parte de la idea —ampliamente compatible con la versión mercantilista
del ideario Neoliberal más reciente— de que la persona para el Derecho no resulta ser
un sujeto en sí; sino que representa un estatus jurídico garantizado a los individuos que
permanecen en el respeto por las leyes. Todas las garantías que el ordenamiento
jurídico, comenzando desde la Constitución, ofrece a los sujetos, están dirigidas a las
personas, no a los enemigos. El enemigo, sujeto encargado de poner en jaque en forma
sistemática la vigencia de las normas jurídicas y, con ello la autoridad del Estado (2003,
p. 13 y ss.). De este modo el enemigo, para el Derecho, en clave Jakobsiana, deja de ser
visto como persona o ciudadano y pasa a ser enfrentado como amenaza, como sujeto
peligroso, como individuo interpretado cognitivamente (2003, ps. 14 y 31).
De esta manera, concluye el autor: “El Derecho penal del ciudadano es el Derecho de
todos, el Derecho penal del enemigo el de aquellos que forman contra el enemigo;
frente al enemigo, es sólo coacción física, hasta llegar a la guerra. Esta coacción puede
quedar limitada en un doble sentido. En primer lugar, el Estado no necesariamente ha
de excluir al enemigo de todos los derechos. En este sentido, el sujeto sometido a
custodia de seguridad queda incólume en su papel de propietario de cosas. Y, en
segundo lugar, el Estado no tiene por qué hacer todo que es libre de hacer, sino que
puede6 contenerse, en especial, para no cerrar la puerta a un posterior acuerdo de paz.
Pero esto en nada cambia el hecho de que la medida ejecutada contra el enemigo no
significa nada, sino sólo coacciona. El Derecho penal del ciudadano mantiene la
vigencia de la norma, el Derecho penal del enemigo (en sentido amplio: incluyendo el
Derecho de las medidas de seguridad) combate peligros.” (2003, p. 32).
6
Obviamente, no quiere decir que esté obligado. Es facultativo del Estado no avanzar sobre los atributos
fundamentales del ser humano que, por transformarse en “Enemigo”, queda degradado de tal
condición.

23
En un contexto de angustia social, ante los intentos desesperados por identificar, de
algún modo a las amenazas, este sistema propiciado por Jakobs se presenta “prima
facie” bastante funcional a los marcados intereses de dominación del Neoliberalismo,
movimiento cuyo discurso en nuestros tiempos encuentra a la inseguridad como uno de
sus estandartes más representativos.
Si la “seguridad” puede ser definida como el estado de ausencia de amenazas, que
viene acompañado de la sensación de encontrarse en dicha condición, la angustia y el
pánico vienen a ser la representación de exactamente todo lo contrario. Entonces, en un
clima como en el que describe Eugenio Zaffaroni, que es en el que vivimos en la
actualidad, donde: “Estamos habituados a que el locutor atildado comunique la noticia
sangrienta con voz cavernosa, preludiando la exhortación a reformar el código penal y
de inmediato vaya al corte para anunciar productos íntimos. Pero también estamos
acostumbrados a que eso genere un mar de opiniones dispares y en distintos tonos: hay
que matar a todos; hay que dejar actuar a la policía para que dé palos; hay que aplicar
el talión; hay que tener buenas cárceles para resocializar; hay que atender a los
factores sociales; no hay que atenderlos porque no todos los pobres delinquen; no sólo
los pobres delinquen; y un larguísimo etcétera.” ( 2011, p. 36), el campo queda
allanado y el terreno listo para la estrategia política de la “Seguritización” que vamos a
desarrollar brevemente a continuación.

La Seguritización. El alfil de la plataforma neoliberal de nuestros tiempos.


En la actualidad, no puede decirse que el Derecho Penal del Enemigo se haya impuesto
de manera absoluta en nuestro sistema jurídico, ni siquiera que, como construcción
integral, represente una verdadera amenaza para los derechos y garantías de las personas
que acecha. Sin embargo, los presupuestos en los que se basa esta construcción se
mantienen vivo de una receta política y jurídica más atenuada, más “digerible” y por
ende, más engañosa, cuyos componentes esenciales son la emergencia y la
seguritización.
Como afirma Eugenio Zaffaroni Desde la inquisición hasta hoy se sucedieron los
discursos con idéntica estructura: se alega una emergencia, como una amenaza
extraordinaria que pone en riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación,
al mundo occidental, etc., y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier
obstáculo al poder punitivo que se presenta como la única solución para neutralizarlo.
Todo el que quiera oponerse u objetar ese poder es también un enemigo, un cómplice o

24
un idiota útil. Por ende, se vende como necesaria no sólo la eliminación de la amenaza
sino también la de todos los que objetan u obstaculizan al poder punitivo en su
pretendida tarea salvadora. En este marco, continúa expresando el citado autor, el poder
punitivo no se dedica a eliminar el peligro de la emergencia, sino a verticalizar más el
poder social; la emergencia es sólo el elemento discursivo de su desenfreno (2011, p.
42).
En el contexto de emergencia neoliberal, en el que, como afirma María Laura Böhm, la
cuestión de la Seguridad ha pasado a ser parte de la agenda político – criminal, de la
agenda de las comisiones penales en los Congresos y de la agenda de los tribunales
ordinarios y constitucionales, agregando la citada autora: “Reformas legislativas y
controles de constitucionalidad ya no quedan satisfechos si estudian la necesidad
político – criminal (propiamente dicha) de la medida o reforma que se esté evaluando.
Los operadores políticos y judiciales se ven una y otra vez obligados (¿o tentados?) a
incluir en las argumentaciones la necesidad de la reforma o la adecuación de una
nueva norma al texto constitucional, arguyendo que “razones de seguridad” (seguridad
pública, seguridad del Estado, seguridad de la población, seguridad de los mercados…
etc.) lo requieren. Pareciera existir una autojustificación que facilita la comunicación
de la sociedad hacia los agentes políticos y de los agentes políticos hacia la sociedad:
“Si la Seguridad lo requiere, entonces sí…”. Se muestran todos de acuerdo y se acabó
la discusión” (2016, p. 173).
La idea de la “Seguritización”, surge a partir de la obra “Security”, de los autores Barry
Buzan, Ole Waever y Jaap de Wilde y resulta definida por la Dra. Böhm el proceso a
partir del cual se identifica una causa plausible, real o construida, de amenaza, de
manera que ésta pueda ser presentada públicamente como objeto a combatir, quedando
habilitados los medios legales, e incluso los medios hasta el momento no legales, para la
neutralización de la amenaza en cuestión. La esencia de los procesos de securitización, 7
manifiesta la autora “reside precisamente en que no sólo los medios legales, sino que
incluso aquellos que estaban considerados ilegales, pasan a ser habilitados como
válidos y legítimos por la (presunta, supuesta) absoluta necesidad generada por la
amenaza existencial que puede representar otro Estado. De esta manera, mediante
medidas de excepción lo ilegal deviene legal” (2016, pp. 177 – 178). En síntesis, la
operación de seguritización consiste en ofrecer un alivio —o la esperanza del mismo—
7
Este es el término que la autora propone para traducir la voz “Securitization”, optando nosotros por el
de “seguritización”, debido a que la voz que propicia la Dra. Böhm tiene un significado distinto ya
claramente instalado en los ámbitos de la Economía y del Derecho Bancario y Financiero.

25
a la comunidad en pánico, a través del señalamiento de la “amenaza existencial” o
“chivo expiatorio”, responsable de todos los males que ocasionan el estado actual, es
decir, se encarga de construir uno o varios “enemigos” del sistema, especie de chivos
expiatorios, que permita canalizar la creciente angustia social en un mecanismo
perverso de eterna —e inconcretable— promesa de objeto de la misma.
La decisión respecto de quienes han de revestir la condición de enemigos, mucho menos
en política, nunca suele ser inocente; sino que, en la extra grande mayoría de los casos,
coincide con aquellos que pueden oponerse o amenazar los intereses de los grupos
hegemónicos encargados de administrar y disponer del uso de las herramientas
coactivas y punitivas de los poderes públicos.
En la Argentina existe un periodo que aparece como representativo de los ideales de la
cuarta ola del movimiento neoliberal llevados a la gestión del gobierno nacional y es el
que va de diciembre de 2015 a diciembre de 2019, lapso que coincide con el triunfo en
las elecciones presidenciales del movimiento político autodenominado “Cambiemos”,
caracterizado por la hegemonía de la fuerza de derecha llamada “PRO” que, aún en
nuestros días, se encuentra encabezada por el ingeniero Mauricio Macri, quien ejerció la
más alta magistratura durante el periodo designado.
En este lapso temporal de la política criminal de nuestro país, existen elementos que
permiten conjeturar la sindicación de los menores de dieciocho años pertenecientes a los
sectores más desprotegidos y vulnerables de la sociedad, relegados a la marginalidad
urbana estructural, como enemigos del sistema. Sujetos que, en vez de hallarse en una
situación de vulnerabilidad, que incrementa la característica proclividad, por su
condición misma de niños/as/es, a recibir las influencias negativas del medioambiente
donde se desenvuelven sus vidas, resultan ser individuos perversos, peligrosos y
abominables que, en pleno uso de su libertad y facultades, cometen delitos —a veces
aberrantes— que amenazan a la seguridad y a las bases mismas de la sociedad.
Vistos de este modo los “menores delincuentes” —en vez de niños/as/es en situación de
vulnerabilidad—, debe ser detectados y controlados por el sistema, pesando sobre cada
uno de los integrantes de este colectivo la obligación de responder penalmente ante la
comunidad por la reprochabilidad de sus actos.
En la ciencia del Derecho Penal y en su práctica, en lo que hace a las sanciones o
respuestas del Estado frente a hechos penalmente delictivos, está claramente delimitado
el campo correspondiente a la pena y el que pertenece a las medidas de seguridad.

26
La “pena” aparece como una respuesta a los sujetos llamados “imputables”, es decir
que se encuentran en condiciones de comprender la criminalidad de los actos y de
dirigir sus acciones —art. 34 C.P.—, en razón del reproche de sus conductas; mientras
que las llamadas “medidas de seguridad”, de naturalezas eminentemente excepcionales
y provisorias, se ordenan en función, no ya del reproche del hecho en sí, sino de la
peligrosidad para sí y/o para terceros evidenciada por un sujeto “inimputable” a través
de la realización de una conducta prohibida por la ley penal bajo amenaza de pena.
Dentro de la teoría del Derecho la finalidad clásica —y bastante controvertida— de
prevención general negativa de la pena implica la función de atemorizar a los
ciudadanos que aún no han delinquido, a partir de la conminación de sanciones por la
ley y la aplicación de estas por parte de los jueces a quienes han cometido hechos
penalmente ilícitos, para que los miembros de la comunidad se abstengan de llevarlos a
cabo.
La representación de un “menor” de quince, catorce o doce años como un sujeto
penalmente imputable en sentido pleno es perseguir la finalidad atemorizante de la pena
y sus objetivos desde el Estado hacia todos los/las/les niños/as/es de doce a dieciocho
años de la comunidad, según la Convención internacional que protege especialmente sus
derechos y que forma parte del plexo, en lo más alto del orden público, de la
Constitución de nuestro país.
Durante el periodo sujeto a estudio a nivel nacional se presentaron ocho proyectos de
ley destinados a bajar la edad de imputabilidad penal, que en la actualidad, según el
artículo 1° de la ley 22.278, está fijado en 16 años.8
Si a este panorama, se le suman otros elementos de análisis, como podrían ser la
ausencia de medidas de acción positiva destinadas a la promoción de eliminación de
contextos nocivos y situaciones de vulnerabilidad de niños/as/es en situación de
vulnerabilidad estructural, sobre todo aquellos/as/es que habitan en sectores marginales
urbanos, o, la omisión por parte del Estado de implementación de medidas destinadas a
la mejora y superación de los programas aplicables a niñas/niños/niñes en condiciones

8
En realidad, la norma originaria, que data del 25 de agosto de 1980 —en pleno proceso de
dictadura militar, caracterizado por el terrorismo de Estado—, el tope estaba fijado en la edad
de catorce (14) años. El límite actual fue establecido por la ley 22.803, modificatoria de la norma
originaria, publicada en el B.O. el 9 de mayo de 1983. El 30 de octubre de ese mismo año se
celebraron elecciones libres en el territorio de nuestra Nación que traerían como resultado la
vuelta del sistema de gobierno democrático a nuestro país, lo que señala a todas luces que la
segunda norma fue sancionada en un contexto de plena decadencia del gobierno militar, con la
finalidad de propender a la humanización de sus postulados en materia penal.

27
de vulnerabilidad que se encuentran bajo el sistema de la ley 22.278, o bajo el
cumplimiento de medidas de seguridad, según el artículo 19 de la ley 26.061, conocida
como de “Protección integral de niños, niñas y adolescentes”, sancionada en plena
vigencia del régimen democrático —21/10/05—, o, el incremento de detención y
judicialización de menores por hechos contrarios a la ley penal, o, la instalación pública
o fortalecimiento de un mensaje de individualización, neutralización y castigo de
niños/as/es “perversos” que se encuentran por debajo de la edad de imputabilidad por
parte de funcionarios del Estado, sobre todo aquellos responsables de área con
capacidad de decisión en el destino de los mismos; entre otros indicadores —salud
pública, educación pública, programas alimentarios, de capacitación y de empleo—
habremos llegado al punto de definición de un contexto persecutorio en contra de estos
sujetos/as/es de la sociedad, que parte de la señalación de estos/as/es como “enemigos
de la comunidad”e ilusorios objetos destinados a aplacar provisoriamente la angustia
social a través de la función política del Estado, que es en lo que se busca saber a través
de nuestra investigación.
Cabe, finalmente, poner de resalto que resulta en extremo importante el cruce y
comparación de los datos correspondientes a las variables aquí reseñadas, debido a que
resultan fundamentales para la configuración del concepto de enemigo del grupo
poblacional elegido, en contraposición al de sujetos en situación de vulnerabilidad.
Al “enemigo” se trata de reprenderlo de la manera más dura posible, anularlo,
intimidarlo, para evitar que se atreva a atacarnos y, debido a su condición de tal, no
existe interés —real, independientemente de las declaraciones formales— en
recuperarlo, reencauzarlo o, tratándose del proceso de Política criminal, colaborar con la
adquisición de herramientas desde el Estado, que permitan su reinserción en el grupo
social, la internalización de los valores jurídicos y el desarrollo de un proyecto de vida
provechoso en el ámbito permitido y promovido por el Derecho.

IV. HIPÓTESIS.

En esta primera etapa de la investigación y, conforme lo anticipado en el apartado


anterior de este proyecto, nos encontramos en condiciones de sostener una hipótesis
provisoria, cuya suerte quedará condicionada por el devenir de la profundización de
nuestros estudios, conforme al plan de trabajo trazado, a saber:

28
*. Hipótesis: Durante el periodo señalado de estudios en nuestro país imperó una
política criminal marcada por un proceso de seguritización que señaló entre el elenco
de enemigos que caracterizan al sistema a niños/as/es, menores de 16 años,
pertenecientes a sectores marginales urbanos. Los sujetos/as pertenecientes a este
nicho de la sociedad fueron presentados como una amenaza vital a la seguridad e
integridad del tejido social y, en vez de ser vistos como personas en situación de
vulnerabilidad, fueron mostrados como individuos perversos, con plena conciencia y
libertad de sus actos, con capacidad plena de culpabilidad, pasibles de castigo y de
procesos de anulación canalizados a través del Estado.

V. OBJETIVOS.

El OBJETIVO GENERAL de este trabajo, aquel que, de alcanzado, nos posicionará en


situación de poder dar respuesta a los interrogantes que presiden esta investigación, es el
siguiente:

*. Conocer y comprender los criterios y diseño de Política criminal del gobierno


nacional respecto de niños, niñas, niñes y adolescentes en situación de marginalidad,
durante el periodo seleccionado.

Los objetivos específicos, es decir, aquellos logros que significan medios para la
consecución del general, son los siguientes:

*.Analizar la legislación vigente en la materia y los proyectos de ley presentados


susceptibles de afectar la relación entre la esfera jurídica del nicho de la población
seleccionado y la potestad punitiva del Estado;

*. Conocer y estudiar comparativamente con la gestión anterior la política de


promoción, readaptación y protección de niños/as/es en situación de

29
institucionalización, a causa de la comisión de hechos prohibidos por la ley penal;

*. Investigar acerca de la aplicación e implementación de programas específicos de


protección y protección de niños/as/es en situación de vulnerabilidad y sus
correspondientes grupos familiares destinados a su adecuada inserción social.

VI. METODOLOGÍA Y PROGRAMA DE ACTIVIDADES.

El proceso de investigación que llevaremos a cabo se define como una metodología


mixta, preponderantemente cualitativa, debido a que la idea central que acompaña a
estas indagaciones no reside en prever o en la elaboración de leyes de cobertura o en el
análisis estricto de magnitudes, sino que se enfoca en la comprensión de los fenómenos
estudiados, abordados desde el paradigma de análisis crítico.

La secuencia contará con una etapa de recopilación de datos que conformarán el corpus
investigativo de nuestro trabajo, que estará representado por proyectos de ley, textos
(libros, revistas especializadas relacionadas con el tema, periódicos de la época
seleccionada, informes relativos con las materias producidas por los organismos
públicos involucrados en el diseño e implementación de las medidas de política
criminal, como así también el rastreo de dossiers generados por actores privados que
puedan revestir interés para nuestro estudio) ya sea que esos se encuentren en formato
digital, soporte de papel o publicaciones en las diversas plataformas que conforman
internet, entrevistas personales con protagonistas como operadores jurídicos y políticos
relacionados con la materia de investigación (autores de proyectos, directores de áreas,
encargados de registros; etc.), como así también con sujetos/as/es menores de edad en el
periodo señalado, que respondan a las características de haber desarrollado sus vidas en
circuitos urbanos, en condiciones de vulnerabilidad estructural, a la que definimos aquí,
siguiendo a Ochoa y Guzmán (2020) como “un estado de elevada exposición a
determinados riesgos e incertidumbres, combinado con una capacidad disminuida para
protegerse o defenderse de ellos y hacer frente a sus consecuencias negativas” e
institucionalizados a causa de la realización de conductas prohibidas por la ley penal.

Como se puede apreciar, a pesar de que se trata de una investigación que contará con un
importante porcentaje de caudal teórico, no debe perderse de vista de que las finalidades
de la misma se centran en la aplicación del conocimiento, buscándose la construcción de

30
un andamiaje interpretativo sustentado a partir del proceso de comprensión del sinuoso
devenir de la praxis política en el periodo señalado, proceso respecto del cual, desde ya
prevemos, que, avanzado, habrá de comportar la posibilidad de arribar a importantes
conclusiones; mas, fundamentalmente, a plantear nuevos interrogantes que requieran
futuros estudios e indagaciones que hacen al objetivo central de retroalimentar y
mantener con vida a la ciencia política y, junto con ello, al eterno trabajo del
investigador.

VI.1. Cronograma de actividades.

El desarrollo de la investigación se prevé inicialmente en un lapso de dos años.

En el cuadro que se presenta a continuación, cada número en la primera fila representa


el periodo de tres meses.

A partir de la segunda fila se consignan las actividades que serán representadas por la
siguientes letras, en el modo en que se expresan a continuación:

A. Lectura, delimitación y análisis de los textos y realización de las entrevistas que


conformarán el corpus investigativo;

B. Clasificación y sistematización de la información obtenida adecuada con los


enfoques disciplinares;

C. Análisis comparativo de los datos obtenidos, clasificados y sistematizados, producto


del proceso llevado a cabo en las fases anteriores;

D. Evaluación de los resultados obtenidos y extracción de conclusiones.

31
E. Redacción de informe final.

Las etapas aparecen programadas, en cuanto a sus lazos temporales e interacción entre
las mismas, de forma más clara en la secuencia que luce en el cuadro que sigue a este
desarrollo:

Actividades 1 2 3 4 5 6 7 8

Periodos

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