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En las primeras investigaciones de la economía global del virreinato peruano, se insiste en

que predominaba una situación de estancamiento en el siglo XVIII. Las cifras fiscales
provenientes de las cajas reales sugieren que

los únicos ingresos con tendencias constantes de crecimiento fueron los procedentes del
tributo indígena y la minería. En efecto, al observar la evolución sectorial, surge una imagen
más diversificada.

A finales del siglo XVIII e inicios del XIX, la producción minera tuvo un período de expansión
gracias a las minas del Bajo Perú; dicho crecimiento incidió en un aumento de la demanda
que se reflejó en un alza de la recaudación de impuestos internos a las ventas (las alcabalas). El
incremento de las rentas del tributo indígena parece confirmar, igualmente, un mayor
crecimiento demográfico.16 No obstante, a fines del siglo XVIII, el valor total de la producción
peruana era deficitario respecto al gasto, ya que las importaciones sumaban
aproximadamente cinco millones de pesos, a lo que había que agregar otros cuatro millones o
más de gastos en la administración estatal. Asimismo, el virreinato tenía un problema de
liquidez, ya que exportaba un promedio de cinco millones de pesos, aunque la acuñación en la
casa de la moneda era inferior a esa cantidad.

Una evaluación general de la riqueza del virreinato peruano hacia 1807 lo presentaba
lastrado por un exceso de importaciones y una situación de precariedad económica. Estas
condiciones explican la preocupación de la élite ilustrada peruana a fines del siglo XVIII por
examinar detenidamente los recursos comerciables en cada región del país, así como su
interés en averiguar cuáles eran los mejores métodos para extraer el máximo provecho de los
mismos.

Parte 2

Descripción del Perú de Tadeo Haenke. A esta descripción, fundada en la demarcación


política o eclesiástica, se superpone, para el caso de Lima y sus provincias, la distinción de
tipo casi paisajístico de “valles” (los valles desde Santa hasta Chincha) y “sierra” (las provincias
colindantes, ubicadas en las laderas de la cordillera occidental: Canta, Huarochirí, Yauyos). El
sistema de valles alrededor de Lima era uno de los espacios con mayor orientación comercial
del virreinato.

La descripción radial centrada en Lima hacía eco de su importancia como núcleo de


consumo y de acopio de diversidad de productos procedentes de todo el territorio virreinal:
Lima importaba pellones del Cuzco; artículos de cuero de Huamanga; aceite de Arequipa;
vino y aceitunas de Moquegua.

El esquema radial se reajustaba para insertar el impacto de los centros mineros cercanos:
Huarochirí y Cerro de Pasco, considerados ejes comerciales importantes para las provincias
vecinas: Conchucos, Huaylas, Huánuco y Tarma. Con las variaciones de cada caso, este
esquema radial se aplicó a las ciudades que se intercalaban en la costa y sierra peruana,
receptoras e impulsoras de la producción agraria de su contorno.

Así se comportaba la ciudad de Arequipa, centro del “complejo agrícola arequipeño”, con una
gran diversificación productiva agraria y ganadera, en donde la viticultura desempeñó un papel
crucial. Una óptica sugerente para aprehender este paisaje agrario con su relativa
especialización y su gran diversidad quizá sea la de “estructura difusa”, propuesta por Cushner
para Lima y sus provincias.

Alrededor de la ciudad, se extendían huertas, donde se cultivaban hortalizas, legumbres y


frutas y se criaban aves de corral, y fundos dedicados a la producción lechera. Había trigales,
maizales y alfalfares; estos últimos para proporcionar forraje a las bestias de tiro.

Al norte se encontraban las grandes haciendas y fundos medianos dedicados al cultivo de la


caña de azúcar, mientras que por el sur se extendían los viñedos. Asimismo, entre estas
propiedades, se intercalaban las chacras de indios donde predominaban los cultivos de
panllevar. En las estribaciones de los Andes, había tierras dedicadas al ganado mayor y menor.

En el entorno de las ciudades serranas, la variedad productiva estaba dictada por el terreno
quebrado y sus diferentes altitudes, pero no era raro encontrar cultivos de caña de azúcar,
hortalizas, legumbres y frutas en ciertos valles abrigados y cercanos a dichas urbes. De todos
modos, en los Andes se imponía un paisaje agrario diferente, más orientado a la ganadería, los
granos y los tubérculos autóctonos.

agregar la pérdida de mercados producida por el recorte del territorio del virreinato en el
último tercio del siglo XVIII, cuando el Alto Perú con los ricos yacimientos mineros de Potosí
y otros pasaron a formar parte del recientemente creado virreinato del Río de la Plata.

PARTE 3

Los términos :

hacienda y chacra se asocian, por lo general, a la producción agrícola

Las estancias y los ranchos se relacionan con la ganadería.

En efecto, en el área de Lambayeque, las estancias se refieren claramente a una explotación


ganadera y las haciendas a una agrícola.

En la sierra de Piura son explotaciones rurales más pequeñas y menos valiosas que las
haciendas.

En el valle de Jequetepeque el término estancia por el de hacienda significó una transición


que indicó el paso de una reducida inversión a una valorización de la tierra, gracias a la
inversión en canales de regadío, la mejora de las instalaciones y la roturación del campo.

En el área limeña, en cambio, usada en la práctica como sinónimo de hacienda, la palabra


chacra puede referirse tanto a propiedades que contaban con decenas de esclavos y una
extensión considerable, como a unidades más pequeñas y casi sin esclavos.

Asociada al problema de qué hay tras nombres como “hacienda”, “estancia”, “chacra”, está la
cuestión de las dimensiones de la propiedad agraria.

La medida de superficie habitual era la fanegada, pero no se trataba de una medida


estandarizada, antes bien tenía variaciones regionales. Así pues, en el área cuzqueña equivalía
a 144 varas por 288 varas castellanas, es decir, 28.978 m2 (aproximadamente 29 hectáreas).
Igual relativismo presentaban las medidas de origen prehispánico que se aplicaban a las
parcelas indígenas: el topo (en el Cuzco equivalía a unos 4.608 m2 ), mientras que la
papacancha, utilizada para medir tierras frías dedicadas al cultivo de papas, correspondía
aproximadamente a 400 varas cuadradas.

La dimensión de la propiedad no puede considerarse al margen de las condiciones ecológicas


que hacían a la tierra productiva y, por tanto, valiosa. Como ejemplo, tomamos las siguientes
haciendas, propiedad de la orden jesuita, ubicadas principalmente en el Cuzco.

En el cuadro 11, se aprecia con claridad un rasgo común a la gran propiedad en la sierra: el alto
porcentaje

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