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Abellan - Exilio Filosófico - Filosofia Española - Ed FCE
Abellan - Exilio Filosófico - Filosofia Española - Ed FCE
EL EXILIO FILOSÓFICO
EN AMÉRICA
Los transterrados de 1939
5 Ibid., p. 206.
6 J. Gaos, "Los transterrados españoles de la filosofía en México", Filosofía y Letras,
n° 36, México, oct.-dic. 1949; recogido en el libro Filosofía mexicana de nuestros días,
México, 1954.
7 E. Nicol, “La Escuela de Barcelona", en El problema de la filosofía hispánica,
Editorial Tecnos,.Madrid, 1961; pp. 165-205.
8 Ibid., p. 165.
cias diversas, podría reseguirse desde el Libre de Saviesa del siglo xiii
hasta la bondad sin aparato de Serra Hunter, pasando por el Libre de
Blanquema en Ramón Llull y las poesías de Ausiás March”9.
A la hora de aplicar esto a la filosofía, Nicol cobra conciencia de un
mismo espíritu en la tradición que venía de Ramón Llull y Araau de
Vilanova, la cual llegaba a un Eugenio D’Ors, que a partir de 1914
había iniciado una tarea de renovación filosófica similar a la que
Ortega realizaba en los círculos madrileños, lo que le lleva a reaccionar
violentamente contra una situación de incomunicación -o de poca
comunicación, puesto que había excepciones como la de Joaquín
Xirau- entre Madrid y Barcelona en el ámbito de la filosofía. Así se
manifiesta:
La verdad de los hechos es que algunos de nosotros, creo que la mayo
ría, ignorábamos a Ortega casi con la misma integral naturalidad con
que él ignoraba nuestra tradición. Esto fue un error perjudicial de
ambos lados. Por mi parte, los pocos escritos que leí de Ortega cuando
era estudiante despertaron ya en mi ánimo algunas aprensiones que
sólo llegué a precisar y a fundar muchos años después, cuando reparé
aquel error juvenil de omisión. Ortega, siento decirlo, nunca llegó a
reparar el suyo. Y lo siento porque, al no dar él buen ejemplo en este
punto, sus discípulos inmediatos han adoptado implícitamente su acti
tud, y a veces no por completo de manera implícita. Si al hacer la cuen
ta de la filosofía española se pone en su haber solamente a la Escuela de
Madrid, entendiendo por tal exclusivamente la que forman Ortega y sus
cuatro o cinco auténticos discípulos, es manifiesto que el volumen de lo
que así queda excluido resulta demasiado considerable para que la omi
sión no aparezca forzada, transparente de intención10.
Una vez establecida la existencia, por peculiar que sea, de la Escuela
de Barcelona, es necesario fijar los pertenecientes a la misma; habi
tualmente se considera como pertenecientes a la misma, entre los que
pasaron al exilio, a Jaume Serra Hunter, Joaquín Xirau, Juan
Roura-Parella, Eduardo Nicol, Domingo Casanovas, José Ferrater
Mora. Algunos autores añaden a la lista el nombre de Juan David
García Bacca, pero en mi opinión no creo que quepa honradamente
dentro de ella; es cierto que estudió y fue profesor de la Universidad de
Barcelona, pero las características de su pensamiento y de su actividad
9 IbicL., p. 194.
10 Ibid., p. 191.
filosófica le alejan enormemente del espíritu que es común a los pen
sadores catalanes -aparte que García Bacca nació en Pamplona, lo
cual, por lo demás, no sería óbice, como no lo es a los asturianos Gaos
y Granell formar parte de la Escuela de M adrid- Por ello, procurando
ultíjarme de toda simplificación y dar cuenta de la complejidad y rique
za del panorama filosófico español en América, he considerado aparte,
como pensador independiente, a García Bacca.
4. La tensión entre tradiciones distintas en Madrid y Barcelona ha
quedado claramente establecida en los apartados anteriores, pero
reducir el panorama de la filosofía española anterior a la guerra civil a
esa división me parece una simplificación excesiva. Por muy influyen
tes que fueran -y lo eran- ambas tradiciones, la complejidad de la
situación real era mucho mayor; de aquí que a las partes individuali
zadas que hemos dedicado a una y otra en nuestro libro ha habido que
añadir otras como la dedicada al socialismo y al marxismo o como la
que hemos denominado “pensamiento delirante”, en que se incluyen
pensadores de rara filiación como Juan Larrea, José Bergamín y
Eugenio ímaz. Hay, por lo demás, pensadores y filósofos que siguieron
su propio itinerario, elaborando reflexiones singulares e independien
tes; en esta línea puede pensarse en hombres como José Medina
Echavarría, Manuel García Pelayo, José Gallegos Rocafull, Luis de
Zulueta, Augusto Pescador, Castor Narvarte, y un largo etcétera del que
damos cuenta en un capítulo independiente y omnicomprensivo.
De todas formas, y dejando a un lado clasificaciones siempre discu
tibles, lo que si resulta clara es la dirección del pensamiento filosófico
español que inició desde principios de siglo una reacción contra el
positivismo y contra el neokantismo conjuntamente. Esa reacción
consta ya en los hombres de la generación del 98 -m uy especialmente
en Unamuno- y se decanta definitivamente en los profesores y filóso
fos que tienen un acta de nacimiento en 1914 o fechas posteriores. El
hecho se constata por el profesor Cardiel Reyes en su estudio sobre el
exilio español en México con estas palabras:
La dirección fundamental de la filosofía en España, en el momento en
que estalla la guerra civil, era por lo mismo un resuelto desvío del movi
miento positivista, en el que se repudiaba ante todo su materialismo y
cientificismo, para volver a posiciones que diesen satisfacción a la 'sed'
por la metafísica y a una búsqueda de la esencia espiritual del hombre.
A estas aspiraciones se prestaban admirablemente las filosofías del
momento como la fenomenología idealista en Husserl, realista en
Scheler; el existencialismo de Heidegger y el historicismo de Dilthey,
que hizo aparición tardía en ese panorama cultural. Todo ello parecía
aunarse en la lúcida conciencia filosófica de Ortega, que exploraba la
razón vital y luego la razón histórica, como síntesis superior de las hete
rogéneas aunque coincidentes en la raíz filosofías contemporáneas11.
La hecatombe que tuvo origen en la guerra civil va a provocar el fin
de un panorama tan esperanzador; el hecho es constatado una vez más
por el filósofo mexicano con frases desgarradoras:
La terrible guerra civil detuvo sin embargo, hasta lo más hondo todo ese
caudaloso movimiento cultural en España, que indudablemente hubie
se dado espléndidos frutos, de haberse desenvuelto orgánica y natural
mente. Las generaciones se dispersaron, las personas siguieron rutas
diferentes. Algunas salieron de España, un poco antes de que la Re
pública moviese su asiento de Madrid a Valencia y luego a Barcelona en
1938, en misión de información y propaganda, como parece ser el caso
de José Gaos. Otros esperaron hasta el final, recalando, primero en
Santo Domingo y luego en México o Argentina. Algunos otros salieron
a Francia, de donde pudieron dirigirse a otros países ordenadamente,
sin prisa y bien documentados, como Joaquín Xirau, que lo hizo así
desde París12.
Pero sobre esa situación provocada por la guerra y el correspon
diente exilio me voy a ocupar con detalle en el próximo capítulo.
8 Obras de Joaquín Xirau, UNAM, México, 1963, p. 177. En adelante citaré por esta
edición. ”
9 Op. cit., p. 7.
de una concepción del mundo, cuyo desarrollo lo hallaremos en parte
en su otro libro: Lo fugaz y lo eterno. Por lo que se refiere a nosotros,
intentaremos en lo que sigue exponer el desarrollo de sus principales
ideas.
Joaquín Xirau va siguiendo la evolución de la idea del amor desde la
concepción platónica de los griegos y la cristiana de los Padres de la
Iglesia, hasta su disolución bajo los efectos de la moderna ciencia posi
tiva, de un modo tan comprensivo y penetrante que muy bien pudiera
considerarse la primera parte de Amor y mundo como una breve histo
ria de la filosofía a través de la historia del amor o, si queremos expre
sarlo así, bajo el ordo amoris.
El amor pagano es en la filosofía antigua la aspiración humana hacia
una perfección de las criaturas superadora de sí misma; esta aspira
ción va remontándose poco a poco a través de una serie de grados
ascensionales en una dialéctica ininterrumpida en este mundo. Así
parte de la inclinación y apetito a los cuerpos bellos, pasa a la belleza
de las formas, sigue por la de las almas individuales hasta llegar a la
belleza absoluta de la que todo lo demás participa en mayor o menor
grado. Claro que esta belleza absoluta no podrá poseerla el hombre en
su plenitud durante esta vida; de aquí los anhelos del amor platónico a
una vida contemplativa más allá de la cárcel del cuerpo y de toda clase
de ligaduras terrestres. Pero lo que le interesa a Xirau hacer constar en
esta manifestación suprema del amor pagano es el carácter impersonal
e inmóvil de la belleza pura, que atrae sin amar. La función ontológica
del amor se manifiesta más que en el 7imeo en la culminación de la
Metafísica de Aristóteles, allí donde dice: "Dios mueve el Sol y las
demás estrellas por la fuerza del amor”. Es decir, que Dios, principio
supremo y ordenador del cosmos, que con fuerza amorosa atrae y diri
ge todo, está él mismo privado de todo anhelo. Dios, así concebido, no
ama ni puede amar; se limita a enamorar, y con ello, excluye de sí los
sentimientos de misericordia, compasión y simpatía.
El amor cristiano viene a remediar esta anomalía que deja, en el
fondo, insatisfecha a la persona, descubriendo a ésta, y con ella, la vida
interior o intimidad de las almas. Es la diferencia que va del Eros a la
Charitas; frente a la objetividad de las cosas la fuerza creadora del espí
ritu. La realidad finita y limitada del mundo exterior, que era el ámbi
to del pensamiento pagano, deja paso a la realidad infinita e ilimitada
del mundo interior, por donde penetra el espíritu divino en el interior
de la persona; el cosmos ha sido sustituido por la morada. Y todo ello
asentado sobre la idea del Dios cristiano, que es El mismo amor “y por
abundancia de am or crea, redime y sostiene el orbe en la plenitud de
su ser” (p. 28). En esta concepción es Dios quien desciende al mundo,
pues el mundo por sí mismo nada puede, y por medio de su gracia lo
redime y enaltece. El espíritu de amor hace que Dios se incorpore al
mundo y el mundo a Dios, haciendo así participar al hombre en la eter
nidad. El resultado es que todo en el universo se nos da en forma de
decisiones libres, sean divinas o humanas.
El cristianismo introduce no sólo esta idea de infinitud y libertad,
sino el concepto de tiempo: Dios creó el mundo en el tiempo y en el
tiempo se encamó para salvamos, impulsándonos a eternidad por
medio de su gracia. Esta dialéctica entre tiempo y eternidad, cuyo
protagonista es el hombre, constituye quizá la idea básica del cristia
nismo, que hace posible la historia sagrada del mundo. La caída del
hombre primero y la redención de éste por Dios después dan a la his
toria humana la oportunidad de reintegrarse en la eternidad divina. He
aquí la función excepcional del hombre que, asumiendo su condición
y aceptando la gracia divina, colabora en la plenitud de los tiempos, en
los que el universo entero, salido de Dios, vuelve a Dios.
En esta economía de la evolución universal, el am or de Dios ocupa
el lugar central. Dios crea el mundo por amor y por am or lo redime,
y el am or del hombre -sea a Dios o a los otros hom bres- sólo es posi
ble mediante la gracia que Aquél le otorga. En una palabra: no se
trata sólo de que Dios tenga amor, sino de que su esencia la constitu
ye el amor, y aún más, que en realidad y en sentido riguroso el amor
sólo puede predicarse de El. Y este am or de Dios, o el que en recipro
cidad la criatura siente hacia El, se dirige hacia el centro de la perso
na concreta, donde la subjetividad alcanza su profundidad mayor. Por
ello, en la concepción cristiana la persona se convierte en eje del
mundo, las cosas sólo adquieren auténtico sentido en la experiencia
personal y su mundo propio es el de la comunión entre espíritus per
sonales.
Tras el cristianismo, la concepción del amor sufre una continua
decadencia como consecuencia de romperse la unidad entre el ser y el
bien, característica de toda la filosofía anterior al Renacimiento. En
efecto, en el mundo antiguo se daba una compenetración armónica
entre eros y logos; pero a partir de la Edad Moderna, las exigencias de
la razón se hacen cada vez más perentorias y obligan a dejar de lado
todos los elementos sentimentales o emocionales, es decir, lo que no es
contemplación intelectual pura. Ahora bien: la homogeneidad de la
razón impone la univocidad o unidad del ser, cuya perfección sólo
puede ser Dios. Se trata, claro es, de un Dios absolutamente racional y,
por ello mismo, muy cerca del Dios impasible de Aristóteles.
Las consecuencias antropomórficas de esta actitud no pueden ser
otras que reducir las actividades sentimentales y apetitivas del hombre
a la claridad del intelecto, someter las pasiones a la investigación racio
nal, que nos descubrirá las leyes eternas que gobiernan impasibles el
curso causal del universo. Se trata, en definitiva, de sustituir el punto de
vista humano por el punto de vista divino, con lo que seremos capaces
de descubrir sub specie etemitatis la auténtica realidad del universo. Y
a la luz de esta nueva concepción es evidente que el sentido del amor
aparece como algo absolutamente nuevo y contrario a todo lo anterior.
El amor se reduce ahora a la afirmación de todo lo que el hombre tenga
de racional y la consecuente negación del resto de sus facultades o
características. Tanto la esencia de las cosas como la de Dios son pura
razón; lo que tienen de racional es lo que tienen de realidad auténtica;
por ello el amor aquí se reduce al amor intelectuallis Dei.
En la filosofía racionalista el mundo ha dejado de ser obra de Dios
para convertirse en un cálculo de la mente divina. Aun así, en los gran
des sistemas de dicha filosofía todavía se conserva el esplendor y la
gracia de las viejas tradiciones metafísicas, pero bastará un solo paso
-cortar el hilo que une el mundo a la divinidad- para que toda esa
grandeza se pierda, y pasar así, apenas sin transición, del panteísmo
spinoziano al naturalismo positivista. Es el camino que va de la teolo
gía o metafísica al mundo de la ciencia positiva, donde el amor se
disuelve reducido a explicaciones mecanicistas o fisiológicas.
El sentido de la ciencia es, pues, reducir la multiplicidad y riqueza de
la naturaleza a unidades irreductibles: líneas, superficies, volúmenes,
en geometría; átomos, electrones, campos de fuerza, en física; células,
hormonas, síntesis, en biología; y así sucesivamente. En una palabra: la
ciencia trata de explicar lo superior por lo inferior, lo que resulta escan
daloso en el caso del amor, pues no puede conducir más que a su des
trucción. El amor en manos de los científicos queda reducido a una
serie de mecanismos -insatisfacción, represión, transferencia, sublima
ción- mediante los cuales los impulsos -sea la libido, el afán de poder o
cualquier otro- que habitan en las capas del inconsciente quedan libe
rados. Y esto se aplica tanto al amor de los amantes como a los éxtasis
místicos del santo, pasando por todos los grados intermedios de amor,
sea al arte o a la ciencia, por no poner otros ejemplos.
Es al llegar a este punto cuando Xirau se plantea, con todo rigor, la
validez de la ciencia en lo que respecta a los valores espirituales y cul
turales que han sido los pilares tradicionales de la civilización occi
dental y que, hoy en día, ante la sentencia inexorable de la razón cien
tífica, parecen quedar reducidos a meras racionalizaciones o sublima
ciones de los instintos primarios. En este punto Xirau no se coloca en
contra de la ciencia, sino contra la tendencia abusiva de la misma a
suplantar realidades concretas que tienen en sí mismas su razón de ser.
Los ataques de Xirau se dirigen, sobre todo, contra la abstracción natu
ralista y la tendencia reduccionista de la razón llevada a sus últimos
extremos; por ello sus esfuerzos se dirigen a señalar los límites de la
legitimidad de la ciencia. Es plenamente lícito -viene a decimos- la
pretensión científica de sustituir la multiplicidad inmediata y subjeti
va de la realidad por una homogeneidad hipotética y objetiva, que per
mita el manejo y explicación de dicha realidad con vistas a su dominio
por el hombre. Pero pretender que ese mundo racional de leyes y cau
sas pretenda ser el único verdadero, dejando sin valor a la realidad con
creta, constituye un paso ilegítimo y abusivo de una actividad científi
ca que desconoce sus propios límites; es más, dicho paso no sólo haría
que la ciencia no explicase la realidad, sino que de hecho la suprimiría,
al dejarla reducida a la unidad y a la identidad. La ciencia sólo puede
comprenderse en el conjunto de la vida, y dentro de ella, como una
actividad humana que cumple un sentido específico. "Sin una vida
consagrada a la verdad, no hay ciencia”, nos dice Xirau. Y nosotros
podríamos parafrasear: la ciencia sin un sujeto ante quien se justifique
deja de ser tal.
El resultado de esta actitud de Xirau es una defensa de la realidad
concreta tal como se ofrece a la mirada de la conciencia. La ciencia
positiva no nos ofrece garantías de verdad, puesto que la abstracción
naturalista a que conduce es el producto de una abstracción inicial y
metódica que condiciona todos sus hallazgos. En consecuencia, la acti
tud de la filosofía no puede situarse en un punto de vista científico,
sino en el total de la experiencia y de la vida, a cuya luz adquieren sen
tido las distintas ciencias particulares. La filosofía se ve obligada, pues,
a asumir la realidad universal en sus aspectos más concretos, indivi
duales y diferenciados. “La vida -nos dice Xirau- en todas sus formas,
orgánicas e inorgánicas, es esencialmente color, forma, movimiento,
impulso, tendencia, aventura. En este sentido cabría afirmar que la
vida -lo específicamente vital de la vida- no es cosa de 'realidades', sino
de ‘apariencias’ e ‘ilusiones’" (p. 82). Y en esta asunción de la realidad
concreta el amor ocupa, por su importancia, un lugar excepcional,
como veremos más adelante. Por el momento baste con señalar que,
frente a los intentos reduccionistas que deforman y aniquilan el amor,
la filosofía de Xirau exige su aceptación plena.
Este partir de la totalidad de la experiencia y de la vida supone una
aceptación de la conciencia y sus fenómenos. La conciencia es lo único
real e inmediato, y por ello, no admite explicación; es pura presencia.
Conciencia y apariencia, pues, se confunden; ambas son la experiencia
inmediata, es decir, lo evidente, lo explícito, lo patente. Ahora bien: la
experiencia primaria y original de la conciencia es el fenómeno de la
percepción, que Xirau toma en su acepción más amplia: "Acto espiri
tual complejísimo mediante el cual se revelan como presentes o cuasi-
presentes las cosas del mundo en que vivimos, y este mundo en su tota
lidad" (p. 64).
La conciencia en cuanto percepción de los datos inmediatos de la
experiencia es el punto de partida de la nueva ontología que Xirau pro
pone. Una comprensión cabal de lo que esto implica requiere que
tomemos en cuenta los tres elementos principales de la percepción: en
primer lugar, los elementos sensoriales, múltiples y cambiantes de que
está compuesta, sean colores, sonidos o formas; en segundo lugar, un
elemento de identidad que permanece constante bajo los aspectos sen
soriales y el cambio accidental a través del tiempo, elemento que es
quien da objetividad a la cosa; por fin, en tercer lugar, el carácter de
"realidad” de que toda percepción va acompañada y por el cual la cosa
adquiere una cierta trascendencia, es decir, una existencia indepen
diente de mí.
Este tercer elemento es de importancia extraordinaria en la filosofía
de Xirau. Por él se nos revela el mundo como un conjunto de perspec
tivas que aluden constantemente a realidades no presentes. La
conciencia se proyecta fuera de sí misma, en un anhelo de trascenden
cia muy característico; dicha proyección se realiza en direcciones dis
tintas, entre las cuales conviene destacar dos principales: la pretensión
de ser lo que son, por un lado, y la pretensión de ser una realidad con
creta y estimable, por otro. La conciencia nos revela así dos dimensio
nes esenciales de la realidad: la aspiración al ser y la aspiración al valer.
El fenómeno de la percepción nos coloca, pues, ante los tres reinos
fundamentales de la realidad: la esfera de las “sensaciones”, la de las
“ideas" y la de los "valores”. Por un lado, colores, formas, sonidos; por
otro, líneas, planos, sustancias, accidentes, esencias, y por un tercero,
justicia, bondad, caridad, belleza. El primero es el mundo de la expe
riencia inmediata; el segundo, el de la ciencia, aunque muchas veces la
filosofía haya quedado también reducida a ese mundo; el tercero es el
mundo de los sentimientos y del amor, y, por tanto, el más propio de la
f ilosofía. La realidad es que la filosofía, según Xirau, debe ocuparse de
todo, negándose en redondo a las abstracciones que mutilan la reali
dad. El mundo de la filosofía es el de la totalidad de la experiencia,
pues su aspiración no puede ser otra que hacemos vivir en una pleni
tud vital, donde todas las cosas hallan su lugar y todos los valores su
jerarquía.
La filosofía de Xirau hace, sin embargo, hincapié en este mundo de
los valores. Max Scheler es patente en sus escritos, y la idea de una esti
mativa sentimental de los valores tiene su origen directo en el pensa
miento de aquel gran filósofo. Xirau recoge dicho hilo para profundi
zar en el tema del amor que ocupa el eje ontológico de su filosofía. En
este sentido, si la conciencia es su punto de partida, la conciencia amo
rosa constituye el centro más profundo de la actividad filosófica. El
primer paso será, por tanto, llegar a una determinación formal de
dicha conciencia amorosa. El filósofo catalán viene a definirla como
una actitud radical, teniendo cuidado de no confundirla con ningún
"contenido” de conciencia; se trata, por el contrario, nos dice, de “una
forma peculiar y permanente del espíritu, una actitud radical de la vida
que condiciona los fenómenos y los contenidos y les presta una orien
tación y un sentido” (p. 88). Y entre las diversas formas o actitudes que
puede adoptar la actividad de la conciencia, la más decisiva es la que
se mueve entre el amor y el rencor, hasta el punto de que la estructura
entera de la persona cambia según se halle dominada por la concien
cia amorosa o por la conciencia rencorosa. El amor a que Xirau se
refiere es, pues, este tipo de “amor puro” que constituye en definitiva
una realidad específica e irreductible, de carácter profundamente
ontológico, y caracterizada por las siguientes notas:
1) Abundancia de la vida espiritual. La plenitud espiritual es condición
necesaria para la actitud amorosa. El amor es un continuo dar, una
entrega generosa, producto de la propia vitalidad, de la exuberancia
de nuestra vida espiritual. Por ello el amor requiere vigor, fuerza,
salud, abundancia, y no hay, en realidad, nada más lejos de la suposi
ción nietzscheana de ser una debilidad del ánimo. El amor es alegría
y espontaneidad, porque lejos de constituir un deber o un imperativo
exterior es una exigencia del espíritu pletórico.
2) Revelación del valor y el sentido de las cosas. La mirada amorosa ve
las cosas y las personas en su máxima plenitud de valores y cualidades;
dicha mirada ilumina el ser de todo, destacando en primer término los
aspectos más positivos y estimables. La conciencia amorosa es, por
tanto, vidente y organiza todas las realidades en una jerarquía que
somete lo inferior a lo superior. Nada más lejos del amor que la cegue
ra que vulgarmente se le atribuye; lo que ocurre es que el amor, viendo
las faltas, aspira a suprimirlas en orden a una perfección superior.
3) Ilusión, transfiguración, vida nueva. El amor transfigura la realidad,
tratando de integrar y salvar el mayor número posible de perspectivas y
valores actuales, organizándolos y subordinándolos de tal manera que
los inferiores se hallan siempre al servicio de los superiores. Y esta
transfiguración de la realidad se vive como ilusión, creadora de “mitos”,
es decir, capaz de llenar la realidad de símbolos, que abre nuevos cami
nos y horizontes a las personas y a las cosas, pues el amor “proyecta
sobre la persona o cosa amada un halo luminoso que la enaltece y la
eleva a su pureza intacta” (p. 101). Por ello es capaz de ofrecemos una
vida nueva o renovada, ante la que todo aparece con luz ilusionada.
4) Reciprocidad y, en cierto sentido, fusión. La fusión propia del amor
sólo puede entenderse como una unión en la que no desaparece nin
guno de los dos términos. El verdadero amor exige pleno respeto y
aceptación de la otra persona; por ello, el amor no puede exigir la
fusión en una sola persona, sino el simple situarme en su lugar y ver la
totalidad del mundo desde su punto de vista. Sólo así se puede afirmar
en su plenitud el ser de la persona amada como un fin en sí, lleno de
dignidad, autonomía y sentido. El estar fuera de sí del amante es pre
ciso que lo haga sin dejar de ser él, pues sólo así se logra la plena com
prensión que es la vida amorosa auténtica.
Estas cuatro notas características del amor suponen una concepción
de la persona como ser libre y autónomo, que ha sido tradicionalmen
te adscrita al cristianismo. "Sólo es capaz de vivir en otro quien es
capaz de vivir en sí mismo, de estructurar la propia personalidad y res
petarse y estimarse como persona. Para poder estar realmente ‘fuera de
sí’ es preciso previamente 'estar en sí’” (p. 108). En una palabra: el en
tregarse exige el poseerse, así como el diálogo supone una intimidad
que comunicar.
El concepto de persona como ser consciente y libre, inspirado en sus
acciones por la actitud amorosa, constituye el centro de esta filosofía.
Se trata de un esfuerzo por fundamentar una filosofía auténticamente
cristiana que la tradición no ha conseguido aún (p. 139). Por la actitud
amorosa el hombre asumiría la realidad total del universo en su
conciencia con un temple anímico de reminiscencias franciscanas. La
conciencia humana realiza una función esencial en esta economía del
amor, que es la de una referencia de todo a todo. La realidad es un sis
tema de referencias en el que la conciencia constituye la coordenada
principal. Pero tengamos cuidado en este punto, pues hay que distin
guir entre la intencionalidad de la conciencia creadora del mundo
objetivo y su carácter de asunción subjetiva de la realidad. El primer
camino conduce a la ciencia o, si le damos una formulación filosófica,
al idealismo esencialista de un Husserl, por ejemplo; el segundo nos
lleva a la comprensión amorosa de la realidad total. Es la diferencia
entre un mundo amputado de espectros y sombras y la experiencia
vivida en que todo queda integrado con sentido. La actitud filosófica
radical sólo puede conducir, pues, a un subjetivismo de índole inma
nente que, al tratar de incorporar el mundo a su propia sustancia, se
trasciende a sí mismo, abriéndose al infinito. Esta apertura al infinito
otorga al mundo un sentido plenario y orgánico.
La culminación de esta subjetividad es una vida de intimidad perso
nal en que los conceptos espaciales de "dentro" y "fuera" han desapa
recido. Xirau hace pensar que si lográramos aclarar este sentido de la
intimidad, lo demás se nos daría por añadidura. Vida interior, vida ínti
ma, experiencia personal, son estados estrechamente conexos entre sí,
que culminan en una vida orientada y dirigida por el espíritu. La vida
espiritual sería así la expresión más alta de una filosofía del amor.
La luz arrojada por dicha posición decide la solución a dos de los
problemas filosóficos que más inquietan a Xirau. Por un lado, el pro
blema del amor y la jerarquía de los valores; por otro, el problema de
la verdad, negada por el utilitarismo y el relativismo modernos.
El primer problema proviene de separar ambos elementos: el amor
que jerarquiza y ordena los valores, dándoles sentido y base, y la tabla
objetiva de los valores, a la que todo sentimiento debe someterse. En la
primera opción el amor es el valor supremo al que todo queda someti
do; en la segunda, por el contrario, el amor queda sometido a la previa
estructura jerárquica de los valores; el amor es así dueño o esclavo,
según un caso o el otro; pero, a la luz de la posición de Xirau, este pro
blema es falso, por basarse en una abstracción; supone una separación
radical entre actos y contenido que no se da nunca en la vida de la
conciencia integral. Al revés, en esta última el ser y el valor se dan con
juntamente e incluso contradictoriamente. La lógica de la identidad
tiene que ser sustituida por una dialéctica amorosa en la que ser y valor
se nos dan como partes de la unidad maciza de la realidad. La expe
riencia personal presenta aquí una unidad que se disuelve ante la lógi
ca de la razón. "Todo lo siento en mí y me afirmo yo en todo”, dice
nuestro filósofo. Y en esta experiencia personal el amor al ser se vin
cula implícitamente al amor al valor, pues el ser sólo adquiere sentido
(o valor) ante la conciencia que lo aprehende. “El amor -nos dice más
adelante- personifica las cosas, las destaca en su perfil y las estima y
valora en la plenitud de su ser. Es preciso, por tanto, de acuerdo con la
gran tradición helénica y cristiana, restablecer la íntima conexión
entre el valor y el ser y considerar al primero como la plena realización
del segundo” (p.150).
Por lo que respecta al otro problema que mencionamos -el de la
negación de la verdad en el utilitarismo, pragmatismo y relativismo
modernos-, la solución viene a ser parecida. Toda visión o teoría vie
nen a ser ciertas -y, por tanto, no hay negación de unas por otras, aun
que se presenten como contrarias- mientras no se arroguen la preten
sión de ser absolutas ni se abstraigan definitivamente del resto de la
realidad. Cada hombre, cada época, cada pueblo aprehenden ideas o
valores distintos y opuestos, sin contar con que la misma realidad cam
bia dentro de las mismas personas y de los mismos pueblos de unos
momentos a otros, presentándonos aspectos diversos y aun contrarios.
Los contenidos doctrinales de la filosofía cambian como cambia la his
toria o la experiencia personal, sin que esto afecte a su contenido de
verdad, pues todo tiene su sentido propio e intransferible dentro del
marco adecuado. En una palabra: la verdad que se perdía en una con
cepción utilitaria o pragmatista, queda recobrada cuando la integra
mos en la realidad plenaria y total que es la experiencia “subjetiva” de
una vida personal.
Los dos problemas, pues, que decíamos se desvanecen en una visión
totalitaria de la realidad, donde logos y eros, amor e intelecto, se com
penetran en una dialéctica en que mutuamente se apoyan.
Por último, el lector no habrá tenido dificultad en observar que esta
solución a los problemas propuestos requiere una concepción plástica
de la realidad, que se va conformando a los horizontes y perspectivas
del hombre. El hombre ama las cosas, lo que le lleva a ver y a crear
valores en ellas de modo que amor al ser y amor al valor se condicio
nan mutuamente. Y esta razón que impide una distinción abstracta
entre amor y valores objetivos es la misma por la que no podemos
achacar relativismo al descubrimiento histórico de las verdades, que es
característico del hombre. La dialéctica amorosa se vuelve a imponer
lina vez más aquí, descubriéndonos en Xirau, por un lado, una cierta
plasticidad en su concepto de la realidad, y por otro, una afirmación
personalista de la conciencia humana, que salva toda realidad en ella,
ul dotarla de un sentido espiritual. La raíz y sentido ontológico del
urnor se hace así visible en los múltiples aspectos de la realidad y en la
solución a los problemas que dicha realidad nos presenta.
En definitiva, una tradición que tiene su origen en Platón y San
Agustín, que alcanza uno de sus hitos en Max Scheler y que se elabora
con toques muy personales en el propio Xirau, es la línea de esta filo
sofía de los valores que alcanza su centro en una antropología del amor
de tendencia profundamente cristiana. En este sentido habría que
orientar un estudio definitivo de la ontología de Joaquín Xirau. Las
bases de una ontología semejante, cuyos trazos se vislumbran acá y
ullá en su obra, están ya puestas en las páginas anteriores que no pre
tenden sino contribuir a semejante tarea.
Y finalmente queremos aludir a las consecuencias morales y peda
gógicas que se derivan de su ontología del amor. Las páginas finales de
Amor y mundo sobre la función educativa del amor entroncan con una
preocupación a la que Joaquín Xirau dedicó los esfuerzos de toda su
vida, muy especialmente en los años finales; pone de relieve ahí como
no hay educación sin amor, de tal modo que uno y otro se presuponen.
Se enfrenta a dos concepciones contrapuestas de la educación: a la de
aquellos para quienes la educación es imposición constreñidora de
determinadas normas y cánones y a la de aquellos para los que la edu
cación debe ser estímulo libre a la espontaneidad original y creadora
del educando. Xirau se enfrenta a ambas posiciones para reafirmarse
en una tercera: la del maestro que considera que su misión no es ni vio
lentar ni alentar, sino ofrecer al educando las condiciones y medios que
le permitan desarrollar todas sus posibilidades y alcanzar la plenitud
de su ser. No imponer, no "dejar vivir”, sino "vivificar” el libre y fecun
do desarrollo de cada personalidad, lo cual no puede hacerse sin amor.
Por eso concluye: “la educación y el amor confluyen y llegan al extre
mo de su total coincidencia. No sólo no son incompatibles, sino que se
completan, coadyuvan y se estimulan y se reducen, en un íntimo tér
mino, a la unidad de una sola esencia. No hay amor sin educación. La
sola presencia del amor descubre e ilumina en el mundo una riqueza
infinita de valores antes insospechados y los lleva gradualmente a la
plenitud de su esencia. Quien se siente estimado anhela merecerlo y
pone todo su esfuerzo en hacerse digno del amor que se le prodiga. Ni
es posible educación sin amor. Educar no es sino descubrir con mira
da delicada las aptitudes y las capacidades del educando, y poner el
esfuerzo necesario para hacerlas efectivas, llevándolo a la plenitud de
su ser y haciéndolo esclavo de su propia ley inmanente. Tal es el des
cubrimiento de la vocación, la educación del carácter y la formación de
la personalidad’’10.
10 Obras, p. 169.
11 Joaquín Xirau, filósof i pedagog, Universitat de Barcelona, 1996.
12 M. B. Cossío v la educación en España, México, 1945; p. 27.
nen también su raíz una buena parte de los ideales que, a través de los
más diversos azares, condujeron finalmente a la proclamación de la
segunda República. En orientación de la una y la otra han tenido una
función esencial las minorías creadas al calo de aquel círculo"13. Y aún
añade refiriéndose al krausismo que a él se debe "el renacimiento inau
dito de la cultura española en los últimos cincuenta años y el milagro
de la república”14.
En el lustro mexicano de su vida, Xirau publicará también su libro
El pensamiento vivo de Juan Luis Vives (1944), reafirmando la idea de
que una visión científica de la pedagogía debe hacerse sobre la base de
los conocimientos que la psicología nos proporciona del educando y
como a través de ésta podemos reforzar aquella, según lo vio el propio
Vives a principios del siglo XVI. Al exponer su pensamiento dice Xirau:
"Sólo el estudio experimental del hombre en su naturaleza integral nos
permitirá conocer los mecanismos que rigen el curso de sus ideas y de
sus pasiones y actuar sobre unos y otros con decisión y eficacia. Es pre
ciso que la Pedagogía halle su fundamento en una Psicología de base
empírica y científica. Nada es la ciencia si no influye en la vida y no
contribuye a la reforma de la conducta individual y colectiva. No es un
siglo mejor aquel en que la ciencia alcanza su mayor desarrollo sino
aquel en que el conocimiento se traduce en la eficacia de la acción.
Toda Pedagogía debe fundarse en el conocimiento del alma humana.
Recíprocamente, la Psicología de Vives se halla en su totalidad infor
mada por designios prácticos y pedagógicos”15.
Pero a su vez el planteamiento de Vives no es ajeno a su Philosophia
Christi, con lo que krausismo y erasmismo vienen a quedar intelec
tualmente conectados, pues ambos son expresión de un “humanismo
español” que, a veces de forma soterrada y otras explícita, se ha pro
longado a lo largo de los siglos. En el ensayo publicado con ese título
en la revista Cuadernos americanos (1942), Xirau nos ha dejado lo que
podemos considerar su testamento espiritual; según éste lo que carac
teriza al pensamiento español de todos los siglos es la visión de un libe
ralismo trascendente que, si para los erasmistas era la philosophia
Christi, para los krausistas era el ideal de la Humanidad; ambos coinci
den en colocar la persona hum ana en el centro del cosmos, sin dejar de
darle la dimensión liberal y religiosa que por derecho pertenece a la
N o ta b io g r á f ic a d e J o a q u ín X ir a u
1895 Nace en Figueras (Gerona) el 23 de junio, en una familia de terrate
nientes liberales del norte de Cataluña.
1917 Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona.
Licenciado en Derecho y Ciencias Sociales por la misma Universidad.
Marcha a Madrid para continuar sus estudios. Mantiene relaciones con
Manuel B. Cossío, con Ortega y disfruta de la amistad de Morente y
Zubiri. Sus estudios de filosofía por esta época abarcan, principalmente
Husserl, Descartes, Leibniz, Max Scheler.
1920 Profesor en el Instituto de Lugo.
1922 Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid.
1923 Doctorado en Derecho por la misma Universidad.
Se casa con doña Pilar Subiás, de cuya unión nace Ramón Xirau, hoy
conocido crítico y estudioso de la filosofía en México. (Véanse las
pp. 291-293 de este libro).
Viaja por toda Europa dando conferencias.
1927 Profesor de la Universidad de Salamanca.
1928 Profesor de la Universidad de Zaragoza.
Profesor de la Universidad de Barcelona.
1929 Enseña por un año en Cambridge (Inglaterra).
Su actividad filosófica y pedagógica se hace inmensa por estos años.
Representa a España en numerosos congresos internacionales de filoso
fía, psicología y pedagogía.
1933 Es nombrado decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Presidente del
Patronato Escolar de Barcelona y del Consejo de Segunda Enseñanza de
Cataluña. Miembro del Consejo de Cultura de la Generalidad. Por estos
años dirige la Revista de Psicología y Pedagogía del Instituto Psicotécnico
de Barcelona, siendo director de la misma sección de dicho Instituto.
1939 Sale de España en la misma expedición que Antonio Machado, con quien
había vivido un año en Barcelona.
Los primeros meses da conferencias en París, Cambridge y Liverpool.
Es invitado por La Casa de España en México.
En México es profesor de dicha institución y más tarde también de la
Universidad Nacional de México.
Consejero de la Secretaría de Educación.
Miembro del consejo directivo de los Consejos Internacionales de
Filosofía.
1946 Muere en México el 10 de abril rodeado del cariño y respeto de todos los
que le conocieron.
O b r a s d e J o a q u ín X ir a u
1 El problema de la filosofía hispánica, Tecnos, Madrid, 1961, pp. 199 y 197 respecti
vamente.
co del término vida -que no es el único detalle que emparenta la medi
tación de Nicol con la de Dilthey-, El concepto de situación, en este
contexto, es categorial, por lo que se convierte en principio ordenador
y estructural de las distintas realidades particulares del hombre. Nicol
estudia en su libro las situaciones fundamentales y las situaciones lím i
tes en su relación con el azar, el destino y el carácter, todo ello engrana
do en un conjunto que esboza una teoría de las situaciones vitales
como fundamento filosófico de la psicología "científica”, aunque no
concebida como ciencia natural, sino más bien al modo diltheyano.
Aquí habría que desarrollar el concepto de "ciencia” de Nicol que está
íntimamente entrañado en el conjunto de su actitud filosófica y que
creemos quedará claro al final de estas páginas.
Pero antes de esto, lo que ahora nos interesa es ver cómo se engra
nan los conceptos de situación y expresión, habida cuenta de la impor
tancia que este último tendrá en la posterior evolución filosófica de
Nicol. Nos dice éste que toda situación vital implica una vibración o
movimiento del sujeto que está en ella, y este movimiento es expresivo
de dicha situación; lo que todo movimiento expresa es, pues, el modo
de estar en situación. La expresión misma es movimiento y todo movi
miento en el hombre es expresivo. Ahora bien: es expresivo porque
tiene sentido y el sentido no es reductible a medida; de aquí el rechazo
de toda psicología “natural” y la necesidad de una psicología que pro
porcione una comprensión auténtica de la vida humana, es decir, que
sea a la vez científica y concreta o cualitativa. En consecuencia, esta
psicología ha de aceptar a la vez la expresión y el sentido si no quere
mos descualificar al hombre y, en definitiva, suprim ir su comprensión
psicológica auténtica.
El sentido de la expresión emerge de la zona íntima de la persona,
puesto que, en términos estrictos, sólo el hombre tiene expresión; este
calar en la intimidad personal es lo que se llama “comprensión”, la cual
sólo es posible por una intuición del sentido expresivo de la situación
vital. Los movimientos característicos de ésta mediante los que se
puede alcanzar dicha comprensión son el gesto, la postura y, sobre
todo, el lenguaje. En lo que toca a este último, aun teniendo cuidado
de no confundir sus funciones expresiva y significativa, señala Nicol el
ensamblaje íntimo entre ambos aspectos de la palabra no sólo oral,
sino también escrita; la palabra escrita, donde parecen haber sido eli
minados los contenidos expresivos, conserva un residuo de ellos en los
signos de puntuación y muy especialmente en el estilo peculiar de
quien escribe.
Este esbozo de una teoría de la expresión, a que Nicol dedica parte
del último capítulo de su obra, ha de servimos como hilo conductor de
su reflexión filosófica desde este primer ensayo hasta los últimos y más
logrados de sus obras. En efecto, ya aquí apunta la idea de que la
expresión lo es del cambio de lo humano, con lo cual se adscribe al
tiempo un carácter ontológico, y no accidental, en la constitución del
hombre. Se pasa con ello a la idea desarrollada después en La idea del
hombre, de que éste no es un ser natural, sino poseedor de una estruc
tura histórica. En otras palabras: la vida humana rebasa el ámbito de
lo biológico para insertarse en el de lo biográfico o histórico.
La definición del hombre como ser de la expresión le lleva a Nicol a
enfrentarse con dos grandes problemas que ocuparán toda su futura
meditación: el de la crisis de la metafísica y el del historicismo.
La crisis de la metafísica se le plantea a Nicol con toda radicalidad
desde las primeras páginas de la Metafísica de la expresión, en que se
propone una seria investigación ontológica del tema. La búsqueda de
una metafísica de la expresión en el marco tradicional se ve defrauda
da desde el comienzo, puesto que la expresión es un accidente y “la
ciencia del ser en cuanto ser" no ha podido nunca dar verdadera razón
de los accidentes, que han sido tradicionalmente objeto de la física,
pero no de la metafísica. Ha sido una constante en la historia de esta
disciplina la distinción tajante entre el mundo de la verdadera realidad
(óvxo^ óv) y el de los fenómenos (<¡3ai7CÓM£Vov); aquél sería por derecho
propio el reino de la metafísica, mientras éste lo sería de las aparien
cias y accidentes, de los cuales se ocupan las ciencias naturales.
La instauración de una nueva metafísica de la expresión impone
una reforma radical del método fenomenológico en ontología que logre
dar un giro completo a la tradición metafísica. Esta ha coincidido en
la degradación ontológica de lo existente y en la idea de que la vida
humana discurre -como en la caverna platónica- entre las sombras del
ser, el cual está sustraído a la experiencia común y sólo es accesible
-previa suspensión de lo primariamente patente- mediante una intui
ción privilegiada. Ahora bien. Desde esta perspectiva, la crisis de la
metafísica es más profunda de lo revelado por Kant; para éste el fac-
tum de la ciencia física era el modelo a cuya luz se determinaba la ile
gitimidad de toda metafísica como ciencia, pero hoy la ciencia física ni
procede en plan kantiano ni se halla libre de la crítica interna; tanto lo
uno como lo otro la invalidan como ciencia modélica, hasta el punto
de que no sólo la física no invalida la metafísica, sino que hasta pide a
ésta una rigurosa fundamentación filosófica.
En una palabra: física y metafísica exigen hoy un cambio radical de
consideración que sólo puede venir de la reforma del método fenome-
nológico. Esta reforma ha de dar al traste con la tradición de suponer
una zona del ser velada por el fenómeno, que es accesible mediante
una elaborada accesis intelectual. Por el contrario, el nuevo método
fenomenológico ha de proceder sin supuestos y reconocer el carácter
apodíctico del conocimiento precientífico; en una palabra: se trata de
una fenomenología que mantenga la autenticidad ontológica del fenó
meno mismo y que, en consecuencia, acabe con la degradación meta
física de apariencias y accidentes.
La consecuencia fundamental de esta nueva actitud metodológica es
que el ser de la expresión se hace patente en la expresión misma. La
expresión deja de ser apariencia y, por ello, algo engañoso y mediato,
para convertirse en comunicadora inmediata del ser, si bien el conteni
do significativo de la expresión concreta puede ser falseado por una mala
interpretación. Ahora bien -nos dice Nicol-: "esta inmediatez del ser en
la expresión es precisamente lo que debe tomarse en cuenta como prin
cipio y posibilidad de una metafísica de la expresión: con ello se supera
la zona de alcance posible de una física de la expresión"2. Esto supone
una superación a su vez de toda metafísica ingenua, en que el ser del
hombre se supone que está más allá de su manifestación expresiva, sien
do, por tanto, algo uniforme, inafectado por dichas expresiones; esta
postura que ha sido tradicional en la historia de la metafísica no ha con
ducido siempre más que a un dualismo antropológico del que se des
prende inevitablemente el problema de la comunicación intersubjetiva.
Pero si aceptamos la inmediatez del ser de la expresión como condi
ción de posibilidad de la metafísica -y no tenemos más remedio que
aceptarla si no queremos renunciar a toda comprensión del hombre-,
nos veremos reducidos a una verdadera revolución de la metafísica
misma, consistente en el restablecimiento de la aprehensión inmediata
y común del ser en general y no sólo del ser de la expresión. “Si es posi
ble una episteme del ser -nos dice Nicol-, ésta tendrá que constituirse
fenomenológicamente; pero con una fenomenología que mantenga la
autenticidad ontológica del fenómeno mismo, que no suponga una
zona del ser velada por el propio fenómeno ni proponga una elaborada
ascesis intelectual para llegar a esa zona recóndita. Si el ser está a la
vista, el ser, como tal ser, es objeto de una experiencia común"*.
4 Ibid., p. 181.
5 Ibid., p. 198.
6 Ibid., p. 207.
En efecto, el hecho de revalidar (Mitológicamente el plano del cono
cimiento precientífico conducirá a superar el problema de la comuni- .
cación intersubjetiva, la integración epistemológica de los problemas •
derivados del cambio y el tiempo, la contraposición de todo el relativis- ¡
mo moderno entre verdad e historia y, finalmente, a una aclaración j
rigurosa del tema de los principios de la ciencia. Es decir, que la pro- ¡
puesta restauración de la metafísica pasa casi sin transición a una
teoría del conocimiento que se presenta como fundamentación feno-
menológico-ontológica del mismo, y esto debido -como decíamos- a la !
autenticidad metafísica del conocimiento precientífico, que, aunque meto
dológicamente insuficiente, no por ello es de menor valor ontológico.
En lo que resta de estas páginas trataremos de m ostrar cómo de la
"metafísica de la expresión" van surgiendo las bases de una nueva con
cepción y fundamentación de la ciencia. En primer lugar, debemos
dejar bien sentada la identificación entre la ontología de lo humano y
la citada metafísica, cuyos programas se confunden al decir de Nicol,
puesto que cualquier variación en la organización interna del ser
humano da por supuesto la constancia ontológica de la expresión. En
una palabra: la expresión es la categoría ontológica diferencial del
hombre frente a todos los demás seres.
Esta idea del hombre como ser de la expresión es la que permanece
por debajo de todas las variaciones históricas y constituye, por tanto,
el límite del hombre como ser histórico. Y está ontológicamente por
debajo aún de la razón pura, es decir, del logos no expresivo, pues inclu
so éste debe interpretarse como una expresión histórica del afán huma
no de superar el límite de su ser expresivo, o como dice el mismo Nicol:
"el afán de situarse más allá del tiempo, con la firmeza eterna de la
ciencia pura y de la verdad universal y necesaria, lógica pero no expre
siva"7. Es decir, que aun la misma ciencia es expresiva, puesto que todo
lo que el hombre hace -y el pensamiento es acción hum ana- es expre
sión. Y ello nos lleva a la consideración de que todos los caracteres del
hombre -sean constitutivos básicos o históricos y situacionales- se
explican por la expresión y se descubren en ella.
La consecuencia de ello es un cambio en el concepto abstracto de la
verdad. Si la historia del conocimiento, y, por tanto, de la ciencia y la
filosofía, sólo pueden comprenderse integradas en una metafísica de la
expresión, ésta es la que debe salvar el concepto de verdad de la muta
bilidad histórica de las doctrinas reconociendo su componente expre-
sivo. En una palabra: "la variabilidad de las verdades es un hecho que
debe explicarse de acuerdo con los principios y leyes de la expresión en
general y no sólo de acuerdo con un criterio lógico o epistemológico,
establecido a priori, y que de antemano habría de negar el hecho de la
historicidad"8.
Eduardo Nicol al plantearse el problema de la verdad ontológi-
camente empieza por dirigirse al ser del ente que la produce y no a la
verdad misma. En este nivel la cuestión es m ostrar de qué manera
la verdad se halla integrada en la vida humana de modo tan esencial
que constituye al hombre en el ser de la verdad, sin que en un principio
preocupe demasiado la legitimidad de un conocimiento verdadero. La
investigación se sitúa así en un plano más profundo que el lógico o el
epistemológico, pues de lo que se trata es de la profunda inserción
ontológica de la verdad en la existencia humana, a cuyo nivel no hay
distinción entre verdad y error, ya que su diferencia es meramente epis
temológica. Nicol subraya en este plano ontológico-existencial el
carácter fundamentalmente ético de la verdad, es decir, su atención a
lo veraz más que a verdadero. La verdad es, primariamente, a la luz de
la metafísica de la expresión, la voluntad de decirla. Y esto no sólo en
los orígenes de la filosofía, puesto que aun hoy mismo la verdad es un
vínculo efectivo entre los hombres y, sobre todo, un criterio para su
valoración moral.
Ahora bien: el criterio de la valoración moral sería muy inseguro si
quedase reducido a la aprobación de lo veraz y a la desaprobación de
lo falaz; de aquí -y como necesidad de reafirmar el sentido ético de la
verdad- el desplazamiento cada vez mayor de lo veraz a lo verdadero.
Se trata de reforzar la comunidad humana sobre la base de un logos
que nos hable objetivamente de las cosas como son más que de las bue
nas intenciones de los hombres; insensiblemente la verdad se va desli
zando así del plano íntegramente vital al plano intelectual puro. “La
verdad -nos dice Nicol- se afirmó como algo que vale en sí y por sí,
algo que tendría incluso una forma peculiar de ser, independiente de
quien la profiere y que por ello se ha de imponer a todos los entendi
mientos, y mediante ellos, a todos los comportamientos, con el objeto
de afianzar sobre esta nueva base la comunidad humana”9.
Sin embargo, este carácter objetivo de la verdad que se atiene al ser
no anula nunca su primaria motivación existencial de buena fe. El
8 Ibid., p. 226.
9 Ibid., p. 255.
carácter ético de la vocación científica es uno de los postulados bási
cos de la obra de Nicol en el que insiste con frecuencia en sus escritos.
Un ejemplo puede ser el que transcribimos a continuación: “En ciencia
no se miente: nadie ha dicho jamás lo que no piensa. Por eso la humil
dad es esencialmente inherente a la vocación científica; la presunción
personal que un autor pueda tener, y hasta la ambición impersonal de
ofrecer una visión integral, superior y definitiva del universo, que los
filósofos han tenido, no disuelve ni mitiga la sinceridad total y funda
mental que guía su propósito. Pero la sumisión y reverencia ante los
hechos -ante el ser como es- no es una actitud que se adopte frente a
ellos, sino frente a los demás respecto de ellos”10.
Este párrafo nos resulta ahora de importancia singular, puesto que
su última frase enlaza con el fondo social o comunitario de toda expre
sión y, en consecuencia, de la verdad. Es constitutivamente propio de
toda forma de expresión la tendencia a un destinatario o interlocutor
con el que se establece un vínculo mediante la común referencia al
objeto. Y expresándolo en el terreno del logos, esto nos lleva a recono
cer que la verdad es un constitutivo ontológico cuya intencionalidad
primaria es dialógica. El impulso radical del conocimiento es el que
nos lleva al otro, si bien una auténtica vinculación de comunidad con
el otro sólo podemos conseguirla dando un contenido significativo a la
intencionalidad expresiva, o para decirlo con otras palabras, la comu
nidad humana sólo es posible sobre la base de la verdad.
La verdad tiene un aspecto expresivo que trae, por un lado, como
consecuencia la historicidad y relatividad epistemológica de todas las
verdades; pero, por otro, da un fundamento ontológico absoluto al
hecho de la verdad, esto es, de la vocación de verdad de la vida huma
na. Por ello la verdad no es exclusiva de la ciencia, sino una capacidad
funcional del hombre. “En la verdad estamos ya siempre, desde luego,
por el hecho sólo de ser humanos en sentido auténtico", dice Nicol. Y
solamente una inserción semejante de la verdad en la metafísica de la
expresión es lo que nos permite salvar sin contradicción la legitimidad
de la verdad de su variabilidad histórica.
Esta legitimidad de la verdad es posible precisamente como una
consecuencia del método fenomenológico-ontológico que Nicol viene
empleando. El conocimiento científico no tiene ni un fundamento ni
una estructura diferente de los del conocimiento precientífico. Es
decir, que la intencionalidad dialógica del conocimiento primario no
10 Ibid., pp. 253-254, en nota.
desaparece al nivel de la ciencia, aunque normalmente se conciba
dicho nivel como una pura relación abstracta entre el pensamiento y la
cosa pensada. Esta no es, ni aun en ese nivel, sino el punto de referen
cia común que toma el entendimiento de un hombre para entenderse
con otro hombre. Es decir, que la verdad es el modo lógico-simbólico,
constitutivo del hombre por el cual se establece la vinculación existen-
cial entre un hombre y otro; vínculo sólo posible porque a los dos inter
locutores los sostiene una misma realidad, que se hace expresamente
común en la relación dialógica. En otras palabras: que "la verdad no es
una concordancia del pensamiento con la realidad, sino una concor
dancia o comunidad del lagos sobre la realidad efectuada dialógica-
mente"11.
En la verdad se descubren dos componentes esenciales: la presen
tación o representación del ser y la intencionalidad expresiva o comu
nicativa. Cuando la verdad aparece en su modo primario, Nicol la
llama presentación, y llama representación a toda verdad subsiguiente
sobre lo ya presentado; estas segundas pueden ya ser históricas y, por
tanto, en ellas cabe el error. El error es una posibilidad posterior a la
apófansis o presentación del ente, y presupone a ésta, que es condición
de posibilidad deja verdad o el error; tanto la una como el otro son dis
tinciones epistemológicas que dan por supuesto el hecho ontológico de
la verdad y la apófansis lógica del ser: “El ser mismo está ahí, se hace
patente, aun cuando se juzgue erróneo cuanto se diga sobre él; pues la
función básica de la verdad es presentar el ser, y el error mismo cual
sería discemible si no estuviera ya presente este ser del cual se habla
erróneamente. La discrepancia, por esto mismo, implica la concordan
cia como condición necesaria de su posibilidad existencial y no sólo
dialéctica”12.
Ahora bien: sobre las representaciones se levantan posiciones u
opiniones, bien como interpretación del ente conocido, bien como una
presentación activa del ser que la formula. Una consecuencia de esto
es que no es posible obtener una representación íntegra y definitiva
mente adecuada, y ello no sólo por la limitación de nuestros medios de
conocimiento, sino porque la verdad es también, como hemos dicho
ya, expresión de un parecer e incluye un elemento de creación. Este
carácter creador o poético -en sentido etimológico- de la verdad es la
causa de su historicidad, que no anula el elemento apofántico de repre-
11 Ibid., p. 262.
12 Ibid., pp. 265-266. .
sentación que hay en la ciencia. La compatibilidad entre ambos aspec
tos de la verdad sólo parece posible en el marco de una metafísica de
la expresión. Nos dice Nicol: "Si la verdad fuera solamente una ex
presión no constituiría ciencia; pero si fuera solamente una represen
tación no sería histórica. Es histórica en tanto que es expresiva y es
científica en tanto que es una representación. Y esto con entera inde
pendencia del error posible: respecto de una adecuación más o menos
lograda y definitiva”13.
El elemento expresivo de la verdad es el factor de libertad que
impulsa la creación y el progreso del conocimiento; de aquí la frase
de Nicol de que la expresión es la libertad del hombre. Pero bien
entendido que ese proceso de la verdad en la historia ha de confron
tarse constantemente con el ser mediante el diálogo con el otro. La
historia del conocimiento es una historia dialéctica que va verifican
do sus verdades respecto del ser en diálogo con el prójimo. Por eso
dice Nicol que más que tom ar posición frente al ser debería decirse
que tomamos posición frente al otro respecto del ser. El ser se adop
ta así como punto de referencia común, sin el cual no hay diálogo
posible, ni concurrente, ni discordante. Pero bien entendido que la
motivación radical es el diálogo con el interlocutor, que nos presenta
al ser como susceptible de diversos pareceres y en contraste con los
cuales tomamos posición y parecer propios. El logos no es, pues,
nunca solitario; es siempre comunicación sobre la evidencia común
y compartida del ser que da base después a los distintos pareceres.
Por ello el simple diálogo más elemental implica ya la verdad ontoló
gica, puesto que la intercomunicación sólo es posible sobre la base de
una realidad que se haga patente como realidad común mediante la
palabra. Es más: sin la previa evidencia del ser no hay engaño ni
error. El error es una posibilidad del conocimiento en la que sólo se
incurre sobre el trasfondo de la verdad, el engaño es una posibilidad
existencial que sólo puede efectuarse cuando es verosímil, es decir,
sobre el supuesto de la verdad.
Esta comunidad del logos es posible debido a la significatividad de
toda verdad de representación. Y Nicol llega a reforzar su opinión al
encontrar que dicha significatividad es posible también por la referen
cia convencional de los símbolos a una realidad común. La comunidad
del ser se transfiere a la comunidad de los símbolos, de donde se dedu
ce el sentido común de las palabras que empleamos corrientemente.
Por ello dice Nicol que todo sentido es consentido y que la ciencia sólo
es comprensible como comunidad.
En este punto no podemos ya dilatar más la referencia a la base
que hace posible el sentido comunitario de esta metafísica, que es la
evidencia inmediata y apodíctica del tú como ser de la expresión. En
este punto Nicol da una orientación muy empírica a su filosofía, como
lo ratifica el siguiente párrafo: “Las experiencias son hechos y los
hechos no se discuten; hemos de concederles una fuerza tal de impe
rio sobre nuestro pensamiento, que éste no pueda desconectarse de
ellos en ninguna forma de aventura teorética”14. Sin embargo, esta
tendencia no se presenta como un empirismo más, sino como secuela
del método fenomenológico, que supera no ya la filosofía crítica, sino
todas las direcciones, ya idealistas, ya empiristas. Se parte, como
vimos anteriormente, de la posesión originaria del ser, y de aquí surge
como una evidencia elemental el reconocimiento metafísico de que al
ser humano lo conocemos porque nos habla, es decir, porque se pre
senta a sí mismo como el ser de la expresión. Esta revelación se hace
patente cuando advertimos el hecho de que, frente a un hombre, no
vemos un cuerpo, sino una expresión: la del ser que expresa. De aquí
que la comunicación no sea problema, sino dato primario; lo que se
ha mantenido tradicionalmente como problema de la comunicación
no es tal, sino un seudoproblema proveniente de un falso plantea
miento.
Una conclusión importante que se deriva de este hecho es que el
hombre no aparece cerrado al hombre, sino metafísicamente abierto al
otro. El hombre no es nunca un desconocido; puede ser un extraño en
su individualidad óntica, pero nunca como tal hombre. Es decir, su
forma común está siempre clara, aunque no ocurra así con su modo
individual, que nunca llegamos a captar. La incógnita del hombre apa
rece en el nivel existencial, nunca en el ontológico, puesto que su ser
aparece como una magnitud dada. “El hombre es ajeno al hombre
-dice Nicol- por su individualidad óntica; pero es hombre por su
comunidad ontológica: es decir, sólo puede singularizarse expresando,
pero la expresión es comunicación, y por ello comunidad ontológica y
existencial a la vez”15. De aquí que en lo que toca al conocimiento de lo
humano, la expresión funciona simultáneamente como principio de
comunidad y como principio de individuación.
14 Ibid., p. 231.
15 Ibid., p. 307.
Desde otro ángulo, el ser de la expresión aparece también como el
ser del sentido, que queda ontológicamente caracterizado por la liber
tad. Nicol señala la aparente incompatibilidad entre la razón y el senti
do, que tiene su origen en la hipótesis tradicional de la "razón pura".
Esta, sin embargo, no es más que una modalidad de una y misma razón,
aunque con diferentes modelos simbólicos. La razón -concluye- tiene
sentido porque es humana, y como tal, es expresiva, independiente de
que se aplique al conocimiento de una realidad sin sentido o no.
Esta distinción entre el ser con sentido y el ser sin sentido es la que
marca la diferencia entre lo humano y lo que no lo es. El hombre tiene
sentido, y con él, todo lo humano, porque es el ser de la expresión. Por
ello, frente al principio de indiferencia aparece lo humano como el
principio del sentido, que se presenta bajo el rasgo de una esencial
ambigüedad. El sentido es consentido, como decíamos antes; es un
rasgo común al hombre, pero no es unívoco, sino de una gran equivo-
cidad. Esta ambivalencia o ambigüedad de las acciones humanas es lo
que dará fundamento ontológico a la ética. ‘‘El principio del sentido
-nos dice Nicol-, o principio de no indiferencia, que rige en el orden
del ser y del obrar humanos constituye así el fundamento ontológico y
existencial de la ética. Todas las éticas son históricas; pero la condición
de posibilidad de toda ética es la eticidad del acto mismo por así decir
lo, es el hecho de que el hombre esté constituido de tal modo que su
existencia produce estimaciones y valoraciones de los actos ajenos y de
los propios. Estas cualifícaciones son contingentes en particular, y
como actos expresivos, son susceptibles a su vez de una interpretación
estimativa: es posible valorar las propias valoraciones. Pero, en cam
bio, es absolutamente necesaria la valoración en general, porque la
posibilidad de ser valorado de algún modo está contenida en el carác
ter mismo del acto con sentido”16.
Las páginas finales de la Metafísica de la expresión están dedicadas
a una interesante reflexión sobre el símbolo. En primer lugar, se con
cibe el símbolo en su sentido más amplio, según el cual todo modo de
expresión es simbólico, en el bien entendido de que todos los seres
humanos son simbólicos, y si encontramos objetos que llamamos sim
bólicos, es por una virtualidad que reciben de nosotros, pero que
nunca tienen per se. Para Nicol, expresión y símbolo van estrechamen
te unidos, hasta el punto que toda expresión es simbólica y todo sím
bolo es una creación. La importancia de la función simbólica queda
manifiesta en dos aspectos: primero, porque ella caracteriza o toló gi
camente al hombre; segundo, porque el término directo e inmediato de
la relación simbólica es el destinatario de la manifestación y no la pro
pia función simbólica ni lo aprehendido o representado en ella. “Es en
el ser del otro -dice Nicol-, simbólicamente manifiesto, donde reside la
garantía de que los símbolos expresivos que sean representativos cum
plen efectivamente su misión apofántica: hacen patente el ser, con las
condiciones requeridas de apodicticidad y de básica univocidad, sin las
cuales no es posible que el ser pueda considerarse común. Y si no fuera
común no habría garantía de objetividad’’17.
Esta dimensión comunitaria del símbolo es la base sobre la que
apoya Nicol una superación del egocentrismo tradicional en filosofía;
frente a un pasado que ha acentuado el ego, sea en la dirección idea
lista como en la realista, la revolución filosófica actual hace depender
el conocimiento de la conjunción dialógica entre el ego y el tú.
Por último, Nicol analiza uno por uno los cinco principios de la
relación simbólica que no podemos sino mencionar aquí:
1. El símbolo y su productor.
2. El símbolo y su intérprete.
3. El símbolo y su objeto.
4. El símbolo y su propio sistema.
5. El símbolo y sus antecedentes.
En realidad, tanto estas cinco relaciones como las grandes líneas de
la “metafísica de la expresión” a lo que conducen es a una nueva fun
damentación de la ciencia, que queda detalladamente explayada en su
último e importante libro Los principios de la ciencia. Y buena prueba
de lo que decimos es la introducción del libro, que comienza por seña
lar el hecho de la crisis de la ciencia, en sus variedades física y metafí
sica, y continúa desarrollando, en forma muy completa, toda una teo
ría del conocimiento tendente a superar la aparente contradicción
entre verdad e historia.
Por lo que respecta al primer punto -la crisis de la ciencia-, es nece
sario poner de manifiesto la concepción de Nicol de la misma, la cual
se confunde con la episteme, y, por tanto, se da siempre que se cum
plen tres condiciones: a) material -existencia de un campo de realidad
específicamente definido-; b) formal -racionalidad, objetividad, méto
do y sistema-; y c) ética o existencial -la vocación de la sophia: la acti-
tud frente al ser de quien se propone conocerlo en sí mismo y sin ulte
rior propósito de utilidad-. La ciencia, en esta acepción tan amplia,
apenas se distingue del conocimiento riguroso, y una consecuencia
lógica de ello es que, al investigar "los principios de la ciencia", deba
mos establecer previamente las cuatro relaciones básicas del conoci
miento, que para Nicol son:
1. La relación lógica o adecuación del pensamiento consigo mismo.
2. La relación epistemológica o adecuación del pensamiento con la
realidad.
3. La relación histórica o conexión del pensamiento al curso his
tórico.
4. La relación dialógica o interconexión comunitaria entre la inten
ción comunicativa y el contenido significativo del logos.
Las dos primeras relaciones -lógica y epistemológica- no creemos
que ofrezcan problemas especiales al lector aficionado a los temas filo
sóficos puesto que han sido tradicionalmente aceptadas. La tercera, la
relación histórica, que el historicismo presentó como incompatible con
las dos relaciones anteriores, vino a trastornar la concepción tradicio
nal del conocimiento. He aquí cómo expresa Nicol esta situación: ‘‘Si
la verdad depende de la situación, ¿cómo puede en ella expresarse una
pura adecuación del pensamiento con su objeto?. O inversamente: si la
verdad se alcanza mediante la doble adecuación material y formal,
¿cómo puede seguir las mutaciones de la historia?. Por otra parte, un
sistema formal parece que haya de ser más independiente aún de esas
mutaciones: su validez depende de la evidencia a priori de sus axiomas.
En suma, la verdad no puede ser a la vez temporal e intemporal: si
expresa lo que el ser es, no puede mudar con el tiempo; si cambia con
el tiempo, no expresa fielmente el ser”18. Sin embargo, el hecho básico
de todo historicismo no puede soslayarse; este hecho es que la historia
aparece como un componente intrínseco de la ciencia, nunca como un
factor extrínseco, y de aquí la consecuencia de que la epistemología
deba incluir la historia.
El hecho de la historicidad de la ciencia se precisa con el análisis del
concepto de situación y con las dos coordenadas con que, según Nicol,
se determina toda situación: las estructuras vertical y horizontal de la
'misma, Estas dos estructuras nos revelan la existencia de una conexión
' én fel ,proceso histórico, que implica una articulación racional del deve
, :T i
_ 18 Las principios de la ciencia, p. 51.
nir histórico. Ahora bien: la relación histórica del conocimiento no
resuelve el problema de la verdad, sino que en cierto modo lo compli
ca al equilibrar la verdad a la expresión de una situación y, en conse
cuencia, relativizarla. La relación histórica convierte a la verdad en
una expresión, bien que ésta se derive dialécticamente de sus antece
dentes.
El problema de la verdad, suscitado por el hecho de la historici
dad, sólo halla solución mediante la cuarta relación del conocimien
to: relación dialógica. Según ésta, todo pensamiento tiene como
término no sólo el objeto pensado, sino otro sujeto, sin el cual el pen
samiento carecería de significado. “La significación es un hecho dia-
lógico -dice Nicol-: si el significado no es común, el término no
significa”; o con otras palabras: "El logos implica siempre a la vez
una intención comunicativa y un contenido significativo”19. Así, el
conocimiento adquiere una estructura triangular: sujeto-objeto-suje
to, puesto que “no es la relación personal, el uno con el otro, lo que
mantiene firme la comunidad del conocer y el pensar, sino la previa
sumisión de ambos a las cosas”; ello quiere decir que la comunidad
de la verdad está basada en una previa comunidad del ser sin la cual
no sería posible. Esta comunidad del ser o unidad de lo real, como
también dice Nicol, es lo que hace que la diversidad de las subjetivi
dades no sea un disolvente de la verdad, como han tendido a creer los
personalismos de nuestros días.
Sobre este montaje ontológico del conocimiento levanta Nicol su
investigación de los principios, puesto que para él no se rompe la con
tinuidad entre el conocimiento precientífico y el científico, como ya
vimos anteriormente. "La ciencia -dice una vez m ás- no va en busca
del ser: sólo puede partir de su evidencia”20. En este sentido, filosofía y
ciencias particulares, o física y metafísica, como gusta de concretar
Nicol, mantienen una unidad fundamental que proviene de una misma
estructura interna, y por ello, los principios de una han de ser igual
mente los principios de otra.
La investigación sobre los principios de la ciencia parte de esta base
metafísica y gnoseológica para remontarse en seguida a la crisis de la
ciencia, principalmente a través de los que él llama falsos principios, es
decir, el de causalidad y el de no contradicción. El primero Ir 1'
Nicol en sus dos aspectos: el físico y el histórico.
19 Ibid., pp. 62-63.
20 Ibid., p. 85.
FILOSO
v IETR
Por lo que se refiere a la causalidad física, Nicol demuestra un gran
conocimiento de las aportaciones de la física contemporánea y de sus
implicaciones filosóficas, centrando su análisis sobre el “principio de
indeterminación” en la física cuántica y la inexactitud de sus medidas.
Pero Nicol nos hace reparar en que las mismas medidas de la física
clásica son también inexactas, aunque el error fuese despreciable en
ésta y no lo sea, en cambio, en aquélla. Más que el principio de cau
salidad, lo que está en crisis es la interpretación determinista del
mismo. En el orden de la causalidad histórica ocurre lo mismo: los
hechos humanos, por imprevisibles que sean, no carecen de causas;
por ello dice Nicol que libertad y racionalidad no son términos opues
tos. Y la conclusión, tanto en el orden de la causalidad física como his
tórica, puede expresarse con estas palabras de Nicol: “Es imposible
determinar con precisión en ninguna escala de magnitudes y en nin
gún orden de realidades, la totalidad de los factores que contribuyen
a la producción de un fenómeno y el valor exacto de cada uno de
ellos"21.
Por lo que toca al principio de no contradicción, Nicol realiza un
análisis realmente lúcido y completo. En primer lugar, lo rechaza como
principio por basarse en una serie de supuestos que se hallan implíci
tos en él y que le privan del carácter auténticamente principal; estos
supuestos son: a) hay ser; b) el ser es múltiple y diverso; c) el ser no está
aparte de los entes, sino que siempre es su ser o es la totalidad de lo
real; d) el ser es necesario, pero los entes son contingentes; e) lo que no
puede ocurrir es que no sea el ente que ya es o que sea el ente que no
es: es imposible que un mismo ente sea y no sea a la vez. "La alternati
va -dice Nicol- aparece, por tanto, en quinto lugar, después de una
serie de afirmaciones a las que podemos considerar evidentes, pero que
en el axioma son supuestos implícitos"22.
Las reflexiones posteriores de Nicol se encauzan por la vía de la
valoración ontológica de la apariencia, que fue ya el punto de partida
de la Metafísica de la expresión. Nicol integra el cambio y el tiempo en
el ser, negándose a reconocer el no ser como contradictorio del ser,
“porque -según él mismo dice- el ser no tiene un contrario". Y aun
añade: “El no ser no ha de cobrar entidad; sólo tiene entidad el ente, y
siempre hablamos del ente positivamente, aunque las fórmulas que
empleamos hayan de ser verbalmente negativas cuando pensamos en su
finitud o limitación, en sus relaciones y en sus mutaciones. Toda posi
ble negación es una afirmación. O en otras palabras: la negación lógica
tiene siempre una base ontológicamente positiva, pues implica el ser,
aunque en ella se niegue algo de la existencia”23.
En estas líneas Nicol va hacia una revalorización filosófica de la dia
léctica, que incorpora el sentido ontológico del cambio, en una direc
ción que parece acercarle mucho a Hegel. Sin embargo, esto no puede
pasar de ser una burda aproximación, pues pronto vemos que la línea
de Nicol no es la hegeliana, sino la heracliteana. Heráclito es el verda
dero inspirador, de aquí en adelante, de su pensamiento más profundo,
y así nos lo manifiesta en sus ataques al concepto de Nada, que consi
dera como la máxima irracionalidad. El Ser no tiene contrarios y la
Nada no puede, por ello, ser una alternativa del ser, ni lógica ni onto
lógicamente; la Nada es un seudoconcepto. Y así escribe Nicol: "La
Nada es irracional porque el Ser no es abstracto. La Nada no sólo no
puede conciliarse con el Ser, ni puede dar razón del ente; no puede
siquiera explicar el no ser. La Nada no explica nada, no es componen
te de nada ni fundamento de ninguna negación’’24.
Las últimas páginas dedicadas al principio de no contradicción
insisten en el sentido dialéctico de una realidad que incorpora el tiem
po en su constitución y que, por tanto, ha de plasmarse bajo la forma
de una nueva lógica del Ser y el Devenir, que es uno de los cometidos
de la filosofía en nuestros días.
Una vez sentadas tales bases ontológicas y gnoseológicas, Nicol se
enfrenta con el tema de los principios, a los que caracteriza como: 1)
primarios, y en consecuencia, comunes; 2) objetivos o reales, no subje
tivos ni teoréticos; 3) apodícticos, y por ello, necesarios en el orden del
ser y en el orden del conocer; 4) fundamento de la existencia, y no sólo
de la ciencia.
La crisis de la ciencia se ha producido en gran parte por haber cre
ído que los principios de la ciencia eran verdades de razón.
Precisamente contra esto van los anteriores atributos, cuyo rasgo esen
cial es el de reconocer a los principios como condición de posibilidad
de todo pensamiento, y no sólo del científico. Esta característica, y la
de ser fundamento tanto de la existencia como de la ciencia, es la que
le lleva a Nicol a buscar los principios en los orígenes primeros de la
filosofía, concretamente en Heráclito.
Estos primeros principios son:
1) El principio de unidad y comunidad de lo real, que puede resu
mirse así: la multiplicidad de las cosas pertenece a una realidad que es
la misma para todos y que por ello mismo constituye una unidad
comunitaria. Este principio es la versión gnoseológica de la ontológica
comunidad del ser.
2) El principio de unidad y comunidad de la razón que se deriva de
la comunidad del ser, de modo que su consideración aislada sólo se jus
tifica por la técnica de la exposición, que obliga a presentar sucesiva
mente aspectos solidarios. En una palabra: la razón es común, y sien
do común, es unitaria; por ello no debe ser peculiar o personal, sino
vinculatoria, transpersonal, objetivadora. Pero esta unidad y comuni
dad de la razón no implica su uniformidad, que anularía la diversidad
de opiniones y la historia que las hace posibles.
3) El principio de la racionalidad de lo real, según el cual las cosas
suceden "por necesidad” y tienen una razón que es causa al mismo
tiempo, de modo que el mismo devenir de lo real es regulado por el
tiempo. Este principio presupone el concepto de armonía entre el pen
sar y el ser, incluyendo en el ser no sólo la pluralidad, sino la misma
contradicción del mundo real, lo que implica una unidad.dialéc
tica del ser y el no ser. Es la versión heracliteana del principio como
sabemos.
4) El principio de temporalidad de lo real o el hecho del devenir, es
decir, que todo está sometido al cambio, es un dato primario de la
experiencia, como necesariamente han de serlo los principios; en
medio de este cambio, lo único permanente es la razón del devenir. En
una palabra: la temporalidad de lo real no puede anular el principio de
su racionalidad.
Y con esta somera enumeración de los principios del ser y el cono
cer mordemos la cola de este ensayo, que empezó hablando de la filia
ción de Nicol a la tradición catalana del “sentido común”. Efectiva
mente, estos cuatro principios inmutables -como ya resulta de una cla
ridad meridiana para nosotros- “no son como las opiniones a las que
nos aferramos precisamente porque son producto nuestro y sobre ellas
disputamos; los principios sólo pueden ser del dominio común, y es
por ello menester que haya un sentido, común a todos nosotros, que
nos permita reconocer su evidencia primaria y fundamental”25.
El problema de la filosofía hispánica, p. 196.
Por último, y aunque este estudio es meramente expositivo y no
tiene pretensiones críticas, no podemos terminarlo sin evaluar, bien
sea de forma muy somera y general, el sentido del magnífico esfuerzo
filosófico de Nicol. El mismo dice que “la filosofía en plan científico no
tiene que aceptar el compromiso de explicar por qué existe el hombre
como una unidad, si la ciencia natural misma no explica por qué exis
te la vida biológica, ni siquiera por qué en general fecunda el óvulo: le
basta con describir los hechos y proponer hipótesis sobre el orden
inmanente a estos fenómenos”26. Pero lo mismo que con la unidad del
hombre ocurre con el resto de la realidad en la construcción filosófica
de Nicol: no da respuesta al por qué y ni siquiera al qué, sino sólo al
cómo. Ahora bien: Nicol pretende que esto es la metafísica, y en este
sentido escribe: “La comprensión radical de la función científica supe
rior o teorética no ha de lograrse -ni para las ciencias naturales, ni
para las humanas, ni para la filosofía- en el nivel de la consideración
puramente epistemológica o en el ámbito de una “filosofía de la cien
cia"; ha tenido que lograrse en el nivel más profundo de una conside
ración ontológica que proporcione la clave unitaria de toda producción
humana, científica o no científica, en tanto que resulta de la actividad
existencial del ser de la expresión”27.
33 Ibid., p. 160.
34 Ibid., p. 163.
35 Ibid., p. 181.
36 Ibid., p. 174.
son los fenómenos, no los principios formales"37; lo cual le lleva al
siguiente razonamiento: “La afirmación y la negación no siempre son
alternativas. Pero, cuando lo son, la dialéctica no es un método, técni
ca o artificio de conciliación. Quiere decir que la oposición entre lo
afirmativo y lo negativo no es formalmente dialéctica, porque sólo se
resuelve materialmente: mediante una comprobación, una referencia a
la realidad mentada. La relación contradictoria no tiene otra solución.
Entre la verdad y el error no hay mediación posible. Es un funesto error
de la dialéctica, en sus versiones modernas, juzgar que ella requiere o
constituye una lógica especial. Pues el principio lógico de no contra
dicción no es necesario invalidarlo. El problema lo crea la acepción
ontológica de este principio. La dialéctica platónica revela que el ser
cambiante y limitado no es contradictorio, por el hecho de que inclu
ya el no-ser. Porque el no-ser es: no constituye una negación del ser.
También Parménides (y esto es notable) juzgaba que en el orden del ser
la contradicción es imposible. Pero esta convicción certera implicaba
según él la irracionalidad del tiempo. La verdadera dialéctica niega la
contradicción justamente porque afirma el no-ser inherente al cambio” 38.
A través de esta inversión es como llega Nicol a una crítica de la razón
simbólica, en la que ésta no aparece como una modalidad especial de la
razón, sino como expresión inherente a todas las operaciones racionales,
puesto que todas ellas son simbólicas. El equívoco se produce porque la
ciencia crea lenguajes simbólicos especializados, pero esos símbolos
puros no simbolizan nada; los verdaderamente representativos serían los
símbolos impuros. Aquí el dato básico es la comunicación, pues es
mediante ésta como se conjugan los términos dispares y heterogéneos.
El problema está en salvar el hiato entre el símbolo y los objetos que
simboliza, lo que sólo puede hacer la razón simbólica, partiendo del
hecho radical -es un dato para Nicol- de que "el hombre es símbolo del
hombre”. Esto quiere decir que la razón es por sí misma crítica y lo es
precisamente por el simbolismo de su operación normal, ya que todo
símbolo tiene que ser interpretado. Hay, por lo tanto, una hermenéuti
ca natural y primaria, que implica el carácter ontológico de la crítica.
Tras cuya afirmación Nicol se pregunta: ¿Cuál es el ontos que entraña
el logos ? Y contesta: “Desde luego, la facultad sim bólica es prominente
en el ser que se define com o racional. Además, la propia razón es una
forma de ser. En fin, el logos es ontológico por la necesaria relación del
símbolo con algo que no es él mismo. El análisis crítico ha de abarcar
conjuntamente las tres formas de ser que entran en juego en la opera
ción simbólica”39.
Eduardo Nicol se remite así a una experiencia primaria que es el
uso de símbolos en la conversación habitual y cotidiana. "Dar nombre
es dar razón; es presentar el ser”, dice, lo cual nos está remitiendo a la
realidad del hombre como comunidad. Sus expresiones son definitivas:
"El ser humano es comunitario porque es simbólico... Puede usar sím
bolos para representar el ser no simbólico porque, como ser de razón,
es símbolo de sí mismo”40.
La reafirmación de la comunidad humana como comunidad sim
bólica aparece constantemente en la Crítica de la razón simbólica,
como lo hace enfáticamente en este párrafo: “El acto primario de dar
razón es el acto de dar nombre. El nombre no se lo damos a la cosa: ella
no lo recibe ni lo exhibe. El nombre se lo damos a alguien para que
entienda de qué cosa estamos hablando. El interlocutor entenderá sin
vacilaciones, si él también adoptó el mismo nombre para la misma
cosa. Esta vinculación con lo otro es posible por la comunidad de
entendimiento, que es una comunidad simbólica. Los participantes son
seres lógicos. El ser no humano parece que no interviene en la relación
simbólica sino como punto exterior de referencia”41.
Esta realidad le llevará a Nicol a afirmar no ya la participación del
hombre en el Ser -lo que viene dado por su instalación en el mundo-,
sino el logro de que el Ser le pertenezca a él, logro que se realiza
mediante la función simbólica del habla, pues “hablar es participar en
el Ser" (p. 233). Así ocurre que el simbolismo no es sólo acción, sino
cooperación, pues el yo se simboliza a sí mismo en el tú. El tú es una
posibilidad del yo, mediante la cual se modifica dialécticamente la alte-
ridad entre seres humanos. El otro-yo queda incorporado al yo, y se
convierte en posibilidad propia.
En resumen, no hay símbolos aislados, sino que forman parte de con
juntos orgánicos y dinámicos. Esto quiere decir que la cosa no se entien
de por sí misma: "se entiende el mensaje racional sobre la cosa; se
entienden los hombres, produciendo un repertorio de símbolos signifi
cativos y expresivos que les permiten mantenerse vinculados unos con
otros. En verdad, su propia naturaleza simbólica los obliga a buscar vin-
39 Ibid., p. 229.
40 Ibid., p. 230.
41 Ibid., p. 231.
dilaciones, porque éstas nunca son definitivas, y es necesario reiterar
el acto simbólico. La existencia es el curso de tal reiteración”42.
Es esta comunicación la que permite establecer los principios de la
ciencia, de los que nos habló en un libro anterior, y mediante los cua
les volvemos al dato irrecusable de que "Hay Ser" y de que "el Ser es
dato”. Una vez más estamos ante el misterio de la existencia: "Estamos
en un punto límite. La razón que da razón puede racionalizar el mis
terio, reconociéndolo como tal, y esto significa que no puede ir más
allá” (p. 268). Solo que ahora el misterio del Ser es también el miste
rio de la palabra o del logos mediante el cual el hombre se realiza en
la historia.
Al final de Los principios de la ciencia Nicol había escrito lo siguien
te: "El mundo será siempre un misterio para el hombre. Si la ciencia
natural llegase a formular un suprema 'ecuación de universo’ que inte
grase los fenómenos de todos los campos, esta comprensión inmanente
dejaría aparte el campo de lo humano; pero incluso dejaría sin respues
ta el interrogante del principio, del fin, del por qué y del para qué. Lo que
es urgente señalar es que estos problemas últimos no son metafísicos
porque rebasen el alcance de la ciencia: si rebasan el alcance de la cien
cia es porque son meta-metafísicos. El problema metafísico es el de los
principios de la ciencia”43. Ahora el misterio no es sólo el del mundo,
sino el de la palabra en el mundo. Maravillosamente lo expresa Nicol así:
“Sin materia no hay palabra. Pero la palabra no es materia. No existe en
el hacer verbal la misma comunidad de género que mantiene la mesa
con la madera, o la estatua con el mármol. El producto fabril no se obtie
ne sino como apego estricto a las leyes naturales. El logos tiene sus leyes
propias. Parece que se corta en esta índole de acción libre el nexo dia
léctico; pues no hay dialéctica sino donde hay comunidad de ser”44.
Pero esa palabra es libre: "Cuando afirmamos que el ser tiene infi
nitas voces, indicamos que tiene esa libertad de ser que le es negada a
la materia. El logos no tiene peso ni volumen, densidad o temperatura.
La materia no tiene historia. Pero de la materia se hizo la historia. Ni
la mito-logia ni la onto-logía pueden resolver el tremendo misterio de
tal metamorfosis”45.
La libertad de ser para el hombre es, pues, la libertad de hablar de
todo y en el nombre de Todo. ¡Magnífico y aterrador destino!
42 Ibid., p. 241.
43 Los principios de la ciencia, p. 453.
44 Crítica de la razón simbólica, p. 256.
45 Ibid., p. 276.
V. EL TESTAMENTO DE EDUARDO NICOL
(SOBRE SU LUGAR EN LA FILOSOFÍA DEL EXILIO)
O b r a s d e E d u a r d o N ic o l
- Psicología de las situaciones vitales, FCE, México, 1941 (2a edición, 1963).
- La idea del hombre, Stylo, México, 1946.
- Historicismo y existencialismo. La temporalidad del ser y la razón, FCE,
México, 1950 (2a edición, Tecnos, Madrid, 1960).
- La vocación humana, El Colegio de México, México, 1953.
- Metafísica de la expresión, FCE, México, 1957.
- El problema de la filosofía hispánica, Tecnos, Madrid, 1961.
- Los principios de la ciencia, FCE, México, 1965.
- El porvenir de la filosofía, FCE, México, 1972.
- Primera teoría de la praxis, UNAM, México, 1978.
- La reforma de la filosofía, FCE, México, 1980.
- La agonía de Proteo, UNAM, México, 1981.
- La revolución en la filosofía. Crítica de la razón simbólica, FCE. México, 1982.
- Ideas de vario linaje, UNAM, México, 1990.
- Formas de hablar sublimes. Filosofía y poesía, UNAM, México, 1990.
VI. JOSÉ FERRATER MORA:
UNA «ONTOLOGÍA INTEGRACIONISTA»
AL NIVEL DEL SENTIDO COMÚN
1. D e la s p r im e r a s in q u ie tu d e s a El ser y la muerte
L a f ig u r a de José Ferrater Mora es hoy sobradamente conocida en el
campo de la filosofía. Ahora bien: si tratamos de definir y precisar su
significación y características habrá pocas personas que se sientan
capacitadas para tal labor. En efecto, su evidente personalidad filosófi
ca se hace difícilmente apresable. Y esto, creemos, a causa de que su
estilo es una creación original en la que han entrado a formar parte un
conjunto de elementos muy variados, aunque constituyendo una uni
dad orgánica de la que no es fácil separarlos.
La dificultad, pues de esta caracterización filosófica de Ferrater
Mora no es obstáculo para que -si queremos lograrla- tratemos de ir
desentrañando y ordenando esa variedad de elementos que oculta en
su fondo. Y poniendo manos a la obra señalemos, en primer lugar,
entre dichos elementos, la acumulación de saber filosófico que es una
de las constantes de su obra. Acumulación de saber que se manifiesta
en la preferente atención prestada a los temas de historia de la filoso
fía en su producción. Cuatro visiones de la historia universal, El hom
bre en la encrucijada1, La filosofía en el mundo de hoy son algunos, entre
otros, de sus títulos más significativos. Aunque en realidad la prueba
definitiva y máxima de esta atención es su Diccionario de filosofía, obra
que va ya por las cinco ediciones, constantemente aumentada en cada
una de ellas; es ésta una obra monumental y admirable, que constitu
ye por sí sola el trabajo de una vida. Se trata de ese tipo de obras que
en cualquier otro país hubiera constituido el esfuerzo de un equipo de
intelectuales, pero que en el nuestro -donde, como decía Unamuno, los
hombres valen por instituciones- es la empresa magna de una indivi
dualidad. Ello me parece que prueba, sin necesidad de acudir a otros
1 Este libro, uno de los más interesantes de su autor, es un paralelismo entre la crisis
del mundo antiguo y la del nuestro lleno de aciertos y sugestiones. Es uno de los traba
jos históricos más serios de Ferrater, que delata, por otro lado, su preocupación por la
crisis de nuestro tiempo.
títulos, sumaria y suficientemente la atención de Ferrater a la historia
de la filosofía.
En segundo lugar, hemos de constatar su preocupación por los
temas existenciales, principalmente en la primera etapa de su itinera
rio intelectual. La ironía, la muerte, el espíritu, la admiración, la poe
sía: he aquí algunos temas de sus ensayos. El peso del pensamiento
francés y alemán en que Ferrater se formó predominantemente se hace
notar durante estos años. Son los de su estancia como profesor en la
Universidad de Santiago de Chile, y, sin duda, el ambiente universita
rio sudamericano no puede dejar de influir en su obra. Entre los temas
que antes citamos, objeto de sus ensayos, hemos de destacar el de la
muerte, que consideramos uno de los móviles de su pensamiento. El
libro dedicado a Unamuno (1944), cuya filosofía es toda ella una medi
ta-tío mortis, constituirá el punto de partida; después le sigue La ironía,
la muerte y la admiración (1946); más tarde, El sentido de la muerte
(1947) será el prim er paso hacia una filosofía propia que se ampliará
considerablemente en El ser y la muerte (1962) hasta superarse a sí
misma en El ser y el sentido (1967). La filosofía de la muerte se irá así
integrando paulatinamente en una filosofía del sentido, como veremos
más adelante.
Ahora bien: no podemos dejar pasar el punto que estamos conside
rando sin introducir un nuevo elemento que adquirirá gran importan
cia en la evolución intelectual de Ferrater: el encuentro con la filosofía
anglosajona a partir de su prim er viaje a Estados Unidos en 1947 como
becario de la Guggenheim y su definitivo asentamiento allí desde 1949
como profesor de filosofía del Bryn Mawr College (Pennsylvania). Este
encuentro con el pensamiento anglosajón lleva al filósofo español a
una gran ampliación de su horizonte intelectual y a una preocupación
por temas menos existenciales, como se aprecia en el nuevo interés por
el lenguaje, la ciencia y la lógica; esta última es, por esta época, el tema
de algunos de sus libros no menos importantes: Lógica matemática (en
colaboración con H. Leblanc) y Qué es la lógica, aparte de la conside
rable atención y ampliación que los conceptos y artículos sobre lógica
adquieren en las nuevas ediciones del Diccionario. Un síntoma más:
por lo que se refiere a los filósofos españoles, en esta etapa dedica su
atención principalmente a Ortega, así como en la anterior atendía con
preferencia a Unamuno; es la prueba de un interés más científico y
objetivo, menos existencial.
Por último, una caracterización completa de la personalidad de
Ferrater no puede dejar en olvido su filiación catalana. No se trata del
hecho simple de que haya nacido en Barcelona o publicado algunos
libros en catalán. Es algo mucho más profundo; es sencillamente que
lus formas del ser catalán, que tan admirablemente ha descrito él
mismo2-continuidad, seny, mesura, ironía-, se dan en toda su produc
ción de un modo muy marcado. El seny, el buen sentido, la mesura o
la ironía son rasgos constantes que caracterizan su estilo intelectual, y
no sólo literario, como resulta evidente para cualquiera que esté fami
liarizado con su obra. Y por lo que se refiere al rasgo de la continuidad
no podemos dejar de citar, en Ferrater, el constante rehacer las obras
ya hechas, que manifiesta su espíritu de trabajo, un poco artesanal, al
estilo catalán en el mejor sentido de la palabra. El problema se pre
senta cuando intentamos caracterizar dicho catalanismo, pues está en
nuestro autor tan íntimamente unido a otros modos de expresión y
preocupación que resulta difícil de deslindar.
Hagamos las anteriores afirmaciones algo más concretas. El hecho
que antes mencionábamos, es decir, el tono mesurado, irónico, a veces
lleno de sensatez, a veces demasiado vagaroso, de la obra de Ferrater,
es, sin duda, una cara más del catalanismo que acabamos de afirmar.
Pero en muchas ocasiones esta mesura parece estar en conexión con
otros rasgos, si es que no provocada por ellos. A veces parece como si
los hábitos del magnífico expositor de filosofía que es Ferrater le
hubiesen quitado la osadía de comprometerse y arriesgar opiniones
propias; a veces parece más bien como si le poseyese en exceso el
temor a equivocarse. En otras ocasiones da la impresión como si la
influencia de la filosofía anglosajona del lenguaje le hiciese prestar
excesiva atención a éste, consciente de las ambigüedades y equívocos
de que están llenas las palabras y frases que usamos constantemente.
Por último, el gran número de datos filosóficos y científicos manejados
por Ferrater le obligan a un método de “elucidación” entre saberes acu
mulados que le impiden embarcarse en una dirección, obligándole, por
el contrario, a andar siempre un poco a la deriva entre una opinión y
la contraria; bien es cierto que esto sería una exigencia consciente del
método dialéctico de una “filosofía integracionista" como la propuesta
por él, pero, en todo caso, y aunque esta visión sea injusta, da impre
sión de cierto eclecticismo. El hecho derivado de todo ello es ese estilo
profundamente catalán que respira toda la obra de Ferrater, como
2 “Las formas de la vida catalana", en Tres mundos: Cataluña, España, Europa, EDHA-
SA, Barcelona, 1963.
hemos observado ya antes, y cuyo conjunto diría yo, aunque él nunca
lo menciona, que le entronca con la tradición filosófica catalana del
"sentido común”; esto que quizá ahora parezca exagerado se verá, sin
duda, más claro al final de este estudio.
Para esto se hace insoslayable el dar una idea del pensamiento filo
sófico de Ferrater, cuya base está en el tema de la muerte, como antes
mencionábamos. Hemos citado antes los libros que el filósofo ha dedi
cado a dicho tema; aquí nos limitaremos a reseñar algunas de las ideas
del último, El ser y la muerte, en el que quedan subsumidos y supera
dos los anteriores y donde expone de modo expreso las bases de su con
cepción ontológica de la realidad. El libro, con abundante información
científica y filosófica, trata de la muerte en los tres niveles fundamen
tales de la realidad inorgánica, orgánica y humana; finalmente, dedica
el último capítulo al problema de la supervivencia e inmortalidad tras
la muerte.
En lo referente a la realidad inorgánica, Ferrater cree más conve
niente llamar a la muerte ‘cesación’, pues el m orir supone siempre una
"interioridad" de la que carece casi por completo la llamada realidad
física. En este sentido, sólo en la realidad orgánica y, de modo sufi
ciente, en la humana se da el fenómeno que llamamos "morir"; pero
ello no evita que al nivel mismo de lo inorgánico se produzca de algu
na manera el hecho mismo de la muerte en cuanto hay un paso de lo
existente a lo no existente. Esto es motivo suficiente para que nos hable
Ferrater de una analogía mortis al modo en que la tradición aristotéli
ca nos habla de una analogía entis. “El morir -y aun la forma particu
lar, y a la vez generalizada, de éste que es el cesar- puede darse de
muchas maneras", escribe Ferrater Mora. Y añade: “Hay un modo de
ser mortal para cada tipo fundamental de realidad”, con lo que "la
ontología del ser real se subordina a la ontología del ser mortal". Así
acaba por presentamos las proposiciones fundamentales de esta onto
logía en este orden:
1. Ser real es ser mortal.
2. Hay diversos grados de mortalidad, desde la mortalidad mínima
a la máxima.
3. La mortalidad mínima es la de la naturaleza inorgánica.
4. La mortalidad máxima es la del ser humano.
5. Cada uno de los tipos de ser incluidos en "la realidad” es com
prensible y analizable, en virtud de su situación ontológica, den
tro de un continuo determinado por dos tendencias contrapues-
tas: una que va de lo menos mortal a lo más mortal y otra que
recorre la dirección inversa"3.
Es evidente, a la vista de lo anterior, que la realidad se presenta
como una gradación ontológica que va de lo menos diferenciado a lo
más diferenciado, de lo menos histórico a lo más histórico, de lo menos
estructural a lo más estructural, esto es, para decirlo de una vez, de la
pura realidad inorgánica a la realidad personal humana. La realidad y,
con ella, la teoría de Ferrater, culmina así en una teoría del hombre, de
la que hablaremos en su momento.
El problema que se plantea Ferrater en este punto es el de la natu
raleza de esa gradación ontológica de la realidad; es decir, si la línea de
esa gradación es continua o discontinua, o para decirlo con otras pala
bras, si se trata de una realidad ontológica con estratos diferentes o
estos estratos son realidades ontológicamente distintas. La conclusión
de nuestro filósofo es la postulación de una sucesión ontológica de
entes. “Pero presumo -nos dice- que esta sucesión no es representable
mediante una sola línea, ininterrumpida y unidireccional, al modo de
una flecha que indicaría la dirección del ser hacia la ‘existencia real’
(por ésta entiende, sin duda, Ferrater la persona humana); es repre
sentable más bien por una línea en cada uno de cuyos puntos conver
gen dos direcciones inversas y complementarias"4. Estas dos direccio
nes, por cuya participación en las cuales toda existencia es definible,
son lo externo y lo íntimo; es necesario, pues, pasar a un examen de
estos conceptos fundamentales en la filosofía que exponemos.
Las nociones de lo externo' y lo íntimo’ son conceptos relativos o
funcionales, cuyos significados dependen recíprocamente el uno del
otro; no se trata de realidades propiamente dichas; son conceptos a
cuya luz la realidad se hace más inteligible, pero no sólo se refieren a
nuestro conocimiento de la realidad, sino a esta misma. “Ninguna enti
dad se reduce a ninguno de ellos, pero toda entidad es ontológicamen
te delimitable y espistemológicamente explicable en función de ellos”,
nos dice Ferrater Mora5. En este sentido, lo externo y lo íntimo son
como polos o conceptos límites entre los que oscila la realidad, o con
otras palabras: son absolutos a los que las cosas tienden sin que nunca
las alcancen.
7 Ibid., p. 19 (los subrayados son míos). En este punto sería interesante la discusión
sobre si el “monismo no reduccionista" de Ferrater no es más bien un "dualismo” por la
utilización siempre de dos polos entre los que se mueve dialécticamente, como lo mues
tra el párrafo citado; en todo caso, se trataría de un dualismo también peculiar. No pode
mos tratar aquí el asunto, que se saldría de nuestra intención expositiva. No obstante,
véase la opinión de Julián Izquierdo en "La ontología de Ferrater Mora”: índice, abril,
1964, p. 20.
8 La filosofía en el mundo de hoy, Madrid, 1963, p. 142.
9 Carta del 16 de diciembre de 1964.
10 Op. cit., p. 106.
cuenta a la persona. Así surge su definición de esta disciplina como "un
saber absolutamente universal y objetivo, pero a la vez enteramente
personal"11.
El punto de vista que constituye la filosofía no puede dejar de tener
en cuenta ni a la persona ni a las formas objetivas del pensamiento:
entre éstas, la filosofía anglosajona del lenguaje y la ciencia destacan
señeramente. Por lo que se refiere a esta última es evidente la gran
atención que se le da en esta filosofía. He aquí sus palabras: "Opino
que la preocupación angloamericana por la ciencia y sus problemas no
podrá ser descartada fácilmente, pues si bien la ciencia no lo es todo,
constituye la contribución mayor del espíritu moderno al mundo de la
cultura. No hay, por supuesto, la menor pretensión de originalidad en
tal idea, pues los verdaderos grandes filósofos de la época moderna
-desde Descartes hasta Kant- participaron de la misma y saturaron de
ella sus propias filosofías”12.
Por lo que se refiere al párrafo transcrito no es superflua la falta de
pretensión de originalidad. Se trata de uno de los rasgos más valiosos
del pensamiento ferrateriano. No se trata de alcanzar una fama fácil e
infecunda; la fidelidad a la realidad obliga a nuestro filósofo a la
sobriedad y a la humildad. Su constante partir de la experiencia y su
atención a los datos de la ciencia hacen al filósofo abandonar la origi
nalidad del filosofar, con lo que su pensamiento se convierte en buena
medida en una expresión de los resultados y descubrimientos científi
cos al nivel del sentido común.
La sospecha que teníamos, pues, al principio de estas páginas se
hace realidad al final de ellas. El sentido cauteloso y el afán por la difí
cil ‘elucidación’ de su pensamiento entre el enorme cúmulo de saberes
que posee le entroncan con la mejor tradición catalana de que Ferrater
es digno hijo. No cabe duda que no evita a veces el comprometerse en
opiniones propias muy maduradas, como lo muestra el que, junto al
análisis sistemático, Ferrater se arriesgue por el aventurado camino de
la especulación filosófica, pero aun así no podemos dejar de tener en
cuenta sus propias palabras: "La filosofía es todo o nada; sólo puede
ingresar en ella quien sea en todo -aun en la sobriedad y en la cautela-
desmesurado y radical” (p. 22). En efecto, la desmesura peculiar a todo
2. El ser y el sentido
En 1967 apareció un libro de Ferrater con el título que antecede y que
prometía continuarse con otros dos respectivamente titulados: El ser y
él hacer y El ser y el deber ser, que vendrían a constituir el conjunto arti
culado de su concepción filosófica. "Mi ambición -escribió entonces
Ferrater- es concentrar en los cuatro lo más granado de mi producción
filosófica. No me mueve el ansia de fabricar un sistema a la antigua
usanza, pero sí el deseo de exhibir un modo de pensar que espero resul
te coherente y concertado. Dentro del mismo El ser y el sentido ocupa
un lugar central”. En cierto sentido el libro es continuación y funda-
mentación de El ser y la muerte, donde ya había esbozado un primer
acercamiento a los conceptos de ser y de sentido.
“Mientras -escribía entonces- en las realidades inorgánicas y orgá
nicas los predicados constituyen el ser, en la vida humana hay un resi
duo que no se reduce al 'es' ”; este residuo es el sentido. De estos dos
conceptos -ser y sentido-, el último ocupa en este caso un papel esen
cial, puesto que aparece como “culminación y exasperación de la
interioridad que parece rehuir ser algo determinado para convertirse,
paradójicamente, en un no ser”; es decir, que el sentido, dentro del
reino de la "significación", aparece como la cumbre en dirección de la
interioridad pura, que es la más propia de lo humano. Ahora bien: al
llegar a este punto la meditación de Ferrater se interrumpe, sin dejar
nos más pistas que la indicación del ser y el sentido como "conceptos-
límites", útiles para una comprensión y explicación de lo humano, pero
de ningún modo como realidades absolutas con existencia propia.
El dar una idea relativamente exacta de este nuevo libro es difícil. Se
trata de un libro complejo y en el que Ferrater avanza con su caracte
rística cautela, procurando alejarse de aquellas acusaciones más fre
cuentes en los libros de su clase: ser demasiado abstracto, ser gratuito
y hasta la de ser tedioso o excesivamente prolijo. No cabe duda que en
este aspecto el autor realiza un meritorio esfuerzo. A ello ayuda indu
dablemente la casi total ausencia de citas y bibliografía, que, si se unie
ra a la complejidad de los asuntos tratados, harían el libro enor
memente farragoso y muchísimo más largo. Para hacemos gracia de
semejante hecho, el pensador que nos ocupa da una razón, a nuestro
juicio, válida: "He consagrado bastantes horas a la asimilación, com
prensión, exposición e interpretación de pensamientos ajenos para que
me sea permitido de vez en vez abstenerme de airearlos".
Sobre esta base inicia Ferrater su investigación con una serie de con
sideraciones en tom o al dar por supuesto. Y concluye con una afirma
ción bien ajena a lo tradicional en filosofía. Lejos de no dar nada por
supuesto, nuestro filósofo asegura que hay que dar por supuesto
"todo”, entendiendo por "todo" el mundo más bien que nada. Es un
viejo truco de prestidigitador que conocemos demasiado bien: esca
motear el mundo, para luego sacárnoslo de la manga, en forma de idea,
de creación, de representación, puesto "entre paréntesis", etc. Es un
truco que, para colmo, falla lamentablemente: "Los filósofos que han
aspirado a no dar nada por supuesto, han dado por supuesta la idea de
que no había que dar por supuesto nada", asegura Ferrater. Esta pos
tura lleva a una nueva consideración del realismo y del idealismo, espe
cialmente de este último, que es objeto específico de la atención del
autor. Tanto el uno como el otro implican un "punto de partida" -que
para el realismo son las cosas, así como para el idealismo son las repre
sentaciones-, lo que desde un ángulo ontológico no supone ningún pri
vilegio, puesto que en ontología no hay ningún punto de partida privi
legiado, lo que en el caso del idealismo nuestro pensador demuestra
palpablemente.
Ante la filosofía lingüística, de la que acusa amplia influencia, tam
bién toma Ferrater una postura definida. Después de hablamos de los
méritos de dicha filosofía, y de las reservas que mantiene con respecto
a ella, asegura que esas reservas "afectan menos a lo que muchos lin
güistas han practicado que a la idea, subrepticia o no, de que con esta
práctica empieza y acaba la filosofía”. Y al final de dicho capítulo hay
un largo párrafo que nos atrevemos a reproducir íntegramente por lo
que tiene de esclarecedor de la postura ferrateriana: "No obstante
-dice- mis reservas y ocasionales vapuleos, estimo que la filosofía lin
güística, especialmente en la dirección que le imprimió el último
Wittgenstein, ofrece un balance favorable, aunque sólo fuera por la
razón siguiente. Tal filosofía ha constituido uno de los más denodados
y salutíferos esfuerzos llevados a cabo en nuestro tiempo para poner
coto y raya a todo reduccionismo. En vez de asentir a la idea de que
todas las realidades no son, en el fondo, sino tal o cual tipo de realidad,
o en vez de sostener que todos los lenguajes pueden reducirse (o, en
todo caso, traducirse) a uno, y sólo a uno determinado y por ventura
suya privilegiado, Wittgenstein promulgó la multiplicidad de lenguajes,
la diversidad de juegos lingüísticos, la variedad casi infinita de usos.
Hizo estallar, pues, en mil pedazos la tesis de la unidad a ultranza. De
este modo cooperó, a sabiendas o no, a esa misma liberación de la ser
vidumbre a una sola y única perspectiva por que tanto ha laborado la
fenomenología. No es un azar que, tras los espléndidos aislamientos
consabidos, se hayan ido descubriendo cada día más afinidades entre
fenomenología y filosofía del lenguaje corriente. Estos dos modos de
pensar han enriquecido el mundo del filósofo aun cuando más empeño
parecía haber en hacerlo m archar por una angosta vía. Ya no tenemos
por qué jurar por un solo y único modo de decir o de ver; nos hemos sal
vado de la monotonía del reduccionismo, sea lingüístico, o real, o
ambos. La ganancia así obtenida es concluyente: no cabe abandonar la
pluralidad de las perspectivas. Pero que éstas no deban ‘reducirse' no
conlleva necesariamente que no quepa integrarlas, o que todo esfuerzo
en ese sentido sea fútil. Integrar no equivale, en efecto, a reducir las
perspectivas a una sola supuestamente privilegiada; consiste más bien
en establecer la base donde las diversas perspectivas, incluyendo las que
parecen mutuamente hostiles, puedan convivir, aunque sea en tensión y
no en plácida pero insulsa armonía. Con ello pueden convivir asimismo,
y acaso del mismo modo, algunas orientaciones filosóficas que pudie
ran parecer irreconciliables. Semejante integración es, por lo demás,
una de mis principales finalidades, y la razón por la cual me he aventu
rado a dar a mi propio pensar filosófico el nombre de integracionismo”.
El párrafo transcrito no tiene desperdicio. Es todo un programa filo
sófico. Ahora bien: en este programa, con ser tanta la influencia de la
filosofía lingüística, y como ya se indica aquí, no deja de estar presen
te el pensar fenomenológico, principalmente a través de Heidegger y
Ortega, a quienes Ferrater ha prestado amplia atención en diversas
ocasiones. Sin embargo, aceptando la fecundidad de sus fórmulas
- “estar-en-el-mundo” y "la vida humana como realidad radical"- en
varios aspectos, las rechaza como insuficientes. Y lo que con ello se
rechaza es la idea misma de punto de partida y hasta la de fundamen
to radical de un tipo de realidad en otra. Al no haber nada otológica
mente previo a "lo que hay” -noción central de la filosofía ferrateria-
na-, esto ni funda ni está fundado en nada. Lo que hay simplemente es.
Desde esta perspectiva, el conocer queda situado dentro de la reali
dad empírica como un modo de estar en el mirado, que no es capaz de
explicar la estructura del conocimiento, ya que ésta no es "real”, sino
conceptual, lingüística, categorial, etc. Así el conocer cae del lado de la
subjetividad, mientras el conocimiento del lado de la objetividad, lo que
Ferrater no tiene inconveniente en admitir, siempre y cuando la
tendencia a la objetividad del conocimiento se considere ligada a
la situación cognoscitiva. En suma, el conocimiento se mueve entre los
polos de lo absolutamente privado y de lo absolutamente público. Una
vez claramente establecidas estas precisiones, se admite que el conoci
miento es una representación y lo que pueda decirse de éstas se dirá
también del conocimiento. El análisis del conocimiento como repre
sentación le lleva al autor a admitir que el conocimiento está fundado
en la realidad conocida del mismo modo que en la realidad del cono
cer. Y ello explica porque puede haber representaciones parciales, ina
decuadas, impropias y hasta alternativas, puesto que describir es de
algún modo seleccionar, si bien no falsear, en lo que Ferrater insiste
especialmente. Esta necesidad perentoria de seleccionar las represen
taciones es de particular interés en ontología, ya que en ontología
nuestra representación de la realidad depende de lo que se diga o se
suponga que hay. Esto es lo que Ferrater llama el "compromiso onto
lógico", puesto que la elección de una cierta conceptuación nos com
promete con respecto a "la realidad misma”. A este respecto concluye
el capítulo dedicado al conocimiento con estas palabras. “Con la 'deci
sión ontológica' tomada en esta obra se aspira al mismo tiempo a refle
jar lo más pulcramente la realidad y a engranar lo más efectivamente
que quepa con ella. Por ‘reflejar la realidad’ entiendo representarla de
tal modo que en todos los casos las propias realidades tengan el pri
mado, cualquiera que sea el procedimiento que se adopte... Por ‘engra
nar con la realidad’ entiendo hablar de ella de tal suerte que el hablar
sea efectivo, esto es, aporte resultados con respecto a nuestro trato,
intelectual o no, con la realidad. La idea de ‘reflejo’ propuesta tiene un
fuerte componente racional; la de ‘engrane’, un subido color pragmáti
co. Mi ontología tiende, pues, a ser a la vez racional y pragmática".
Hemos tropezado ya con ‘lo que hay”, noción central de la ontolo
gía que estudiamos. Esta noción nada tiene que ver con la “realidad"
en cuanto tal o simpliciter, que no puede ser ni demostrada ni refuta
da, y a la que tan aficionada ha sido la filosofía tradicional. Desde el
nuevo punto de vista adoptado en esta obra, nada hay que quepa lla
mar ‘la realidad", que se nos aparece aquí como una hipóstasis ina
ceptable. Sólo hay las realidades o "cosas” que hay, y si se puede hablar
de realidad es sólo en cuanto realidad de tales o cuales realidades. En
una palabra, la única realidad o realidades que existen es 'lo que hay", es
decir, lo primario, aquello de lo que se parte en su integridad, sin que
constituya ninguna propiedad de las realidades. A partir de "lo que hay”
podemos iniciar la averiguación de su "consistencia”, pero no porque tal
consistencia sea fundamento de ninguna realidad, sino más bien todo lo
contrario; es la "cosa" real el fundamento de su "consistencia".
El concepto de ‘la realidad como tal” o ‘la realidad en cuanto reali
dad” ha tomado frecuentemente forma bajo la idea de "ser". De aquí
que el concepto tradicional de "ser” deba también ser reformado a la
luz de la nueva ontología, dentro de la cual el ser aparece como una
especificación o disposición ontológica de toda realidad, y no, a la
inversa, la realidad como una especificación del ser. El concepto pro
puesto de ser es un concepto-límite, cuya función consiste en permitir
situar ontológicamente a todas y cada una de las realidades. El ser no
es entonces más que una especie de invención humana con la que se
expresa el hecho de que cualquier realidad sea. Se cumple así uno de
los propósitos de esta ontología, que no aspira a definir, sino a "situar”.
En resumen, ‘lo que hay” consiste en haberlo; con ello se enuncia el
hecho de que haya en cada caso aquello de que se trata. No es un ser
real, ni un supuesto o predicado de lás realidades; es siempre más de
lo que se puede enunciar, ya que lo que se diga sobre él no dejará de
ser una abstracción. La ontología aquí enunciada, como modo de des
cribir y articular lo que hay, será siempre incompleta por su propia
estructura.
Al llegar a este punto, el "compromiso ontológico" de que hablába
mos antes sufre una nueva profundización y concienciación, que lleva
una formulación en los siguientes términos; “Nos comprometemos
ontológicamente cuando afirmamos que hay algo real y efectivamente
que constituye el mundo. Si es real, quiere decir que 'está ahí', sea cual
fuere su modo de estar ahí'; si es efectivo, quiere decir que cuenta con
respecto a otros ‘algos’; si constituye el mundo, quiere decir que no es
una realidad absoluta, sino una 'situable' en el continuo de la realidad
que, por lo demás, contribuye a constituir”.
A este nivel de la investigación, Ferrater dedica sendos capítulos a la
estructura de lo que hay y a los grupos ontológicos, de los que, a pesar
de ser de considerable interés, no podemos decir nada. Sencillamente,
no tenemos ya mucho espacio y no resultan esenciales a nuestro pro
pósito de dar una idea del contenido del libro y de la postura adopta
da en él por nuestro pensador. Es más importante que nos detengamos
ahora en los tres capítulos finales, y especialmente en los dedicados a
"la composición ontológica de la realidad", “la realidad como ser" y ‘la
realidad como sentido”, que constituyen sendas "disposiciones ontoló-
gicas” de lo que hay. Ambas son "direcciones” de las cosas reales, que
no se agregan a éstas, ya que son esas mismas realidades las que se
manifiestan como ser y como sentido. En este aspecto, funcionan
como “conceptos-límites", puesto que no hay ni puro ser ni puro senti
do, sino tendencias hacia los dos, más acentuadas en un caso hacia el
uno y en otro hacia otro. Desde el punto de vista del ser real, hay una
constitución ontológica de la realidad, compuesta de “el que” y “lo
que”, sujeto y predicado, si bien el ser real no consiste más que en lo
que la realidad es en cada caso. No hay ninguna realidad que se sobre
ponga o sotoponga a todas las realidades; ‘el que’ y ‘lo que’ son expre
siones funcionales de conceptos transferenciales cuyo papel es servir
de conceptos-límites. Y por ello, la realidad es siempre previa a lo que
se pueda enunciar de ella y, en consecuencia, a sus elementos ontoló-
gicos y al compuesto resultante.
La disposición hacia el “sentido” consiste en la intencionalidad de la
realidad en cuanto que es realidad y, por ello, la tendencia hacia el sen
tido se manifiesta, sobre todo, en la actualización de las intenciones. Y
esto vale no sólo para las entidades no naturales -personas, objetos cul
turales o espirituales-, sino también para las físicas, aunque esto nos
parezca menos obvio. A fin de salvar tal obstáculo, el autor interpreta
la estructura intencional como un “apuntar” a trascender más allá de
sí, lo que unido a la noción de nexo, permite resolver la dificultad apa
rente de atribuir la noción de sentido a entidades aparentemente des
provistas de él, como son las naturales y físicas, en general.
Una serie de problemas interesantes se plantean ya en esta parte final.
Por ejemplo, el de si el conjunto de todas las realidades tiene sentido -si
tiene sentido lo que hay- o, por el contrario, éste queda confinado al de
cada una de las realidades independientes. Otro problema es el de si
-dado que las realidades cambian y evolucionan-, no habrá también una
evolución, en sus situaciones ontológicas, de la confluencia entre ser y
sentido; es decir, si no se produce en “lo que hay” una evolución de un
máximo de ser inicial a un predominio cada vez mayor del sentido, o,
viceversa, de un máximo de sentido a un predominio cada vez mayor del
ser... Problemas todos ellos que se salen del marco de la ontología para
entrar en el de la metafísica y hasta de la metafísica axiológica.
Finalmente, y para salir al paso de atribuciones equívocas dentro de
los grados de ser y de sentido de las distintas entidades, conviene seña
lar el carácter axiológicamente neutral de ambos conceptos. "El sentido
-dice Ferrater- no es necesariamente deseable por sí mismo”, y para ilus
trarlo cita el ejemplo de un terremoto en una región desierta o en una
región poblada; en esta última tendrá más sentido que en la primera, sin
que ello quiera decir que sea más deseable aquí que en la primera.
Por lo que respecta a la Nada, también tiene aquí una caracteriza
ción especial. En primer lugar, dentro del marco de esta ontología sólo
puede hablarse de "Nada negativa" en relación con las disposiciones de
ser y de sentido. Por una serie de razones, Ferrater entiende que sólo
cuando hay muy poco sentido en relación con el ser puede hablarse
propiamente de una “tendencia hacia la Nada".
En el último capítulo, titulado "Los haberes de la realidad", nuestro
autor expone una serie de notas determinantes de la constitución posi
tiva de todas las realidades: el haber, la presencia, la confluencia y la in
trascendencia. No vamos a analizar ahora cada una de ellas; basta seña
lar que a través de su examen se van viendo con toda claridad algunas
de las características de la filosofía ferrateriana que habíamos vislum
brado anteriormente. De lo que se nos dice sobre la "confluencia", se
desprende que ninguna realidad puede entenderse de un modo de ser
absolutamente determinado. Se va abocando así a una ontología en que
toda realidad ofrece un aspecto dual, donde los diversos puntos de vista
no son contradictorios, sino complementarios, por lo que mutuamente
se integran. Ahora bien, esta integración no se produce sino en un pro
ceso dialéctico. Esta dialéctica entre polos ontológicos diversos se desa
rrolla mediante la conjunción de los conceptos-límites en que se expre
san dichos polos. Es una dialéctica en la que no se aspira a ninguna sín
tesis definitiva, sino a una constante contraposición de tendencias. Pero
tengamos en cuenta que la llamada “integración” de tendencias y polos
contrapuestos no viene "de fuerza”, sino "de dentro” de las propias rea
lidades, y de aquí que la doctrina “integracionista" expuesta por
Ferrater, y la dialéctica resultante, sea una doctrina que afecta a las mis
mas realidades y a su "haber", y no una simple teoría filosófica.
La "ontología" así propuesta, huyendo conscientemente de todo
absolutismo, que aquí viene a significar lo mismo que utopismo, se
mantiene abierta a todo nuevo conocimiento, puesto que la realidad es
inagotable. "No quiero decir -afirm a Ferrater- que sea inefable; en
rigor, quiero decir exactamente lo opuesto: que es perennemente ‘efa-
ble’. Ahí radica lo maravilloso de la realidad, y hasta de cada realidad.
Todo lo real, inclusive lo aparentemente más humilde, es un prodigio,
porque no se agota nunca; cuando se ha creído haber acabado con él,
nos dispara nuevas perspectivas. No es que las realidades sean eternas,
si lo fuesen, se llegaría tarde o temprano a decir cuanto cupiera enun
ciar de ellas. Lo maravilloso de las realidades es que son inagotables en
su propia incertidumbre y precariedad”. Es lo que el autor bautiza con
el nombre de "in-trascendencia real".
Aparte del interés que esta doctrina filosófica tiene por sí misma,
resulta altamente útil para entender otras obras de Ferrater y, sobre
todo, en la medida que ilumina su estilo intelectual. Si para expresar lo
que queremos decir echamos de nuevo mano de sus palabras, el párra
fo que a continuación transcribimos deja suficientemente clara esta
idea. "Una ontología integracionista como la propuesta se expresa de
muchas maneras. Así, considerable porción de las ideas que he expues
to en muy diversos contextos adquieren pleno sentido sólo dentro del
marco de la ontología y, en general, de la filosofía integracionista. Tal
sucede cuando me he esforzado por negar el carácter exclusivo de cier
tas disyunciones mostrencas y he sostenido que aquello de que se tra
taba debía de considerarse siempre bajo aspectos duales: la filosofía es
una forma de vida humana y un sistema de proposiciones; los factores
reales y las proyecciones ideales son igualmente indispensables para
entender el proceso de la historia humana; no hay libertad sin organi
zación y viceversa; la expresión y el contenido se condicionan mutua
mente, etcétera. Pero en éstos y otros casos no se ha manifestado siem
pre explícitamente el aspecto ontológico de semejante integracionismo.
En otras ocasiones, en cambio, este aspecto se ha hecho más conspicuo.
A veces ha sido en la forma de la integración de nociones comúnmente
contrapuestas: el sujeto y el objeto; lo mecánico y lo orgánico; lo natu
ral y lo personal; las relaciones internas y las externas, etcétera. A veces,
en forma de integración de puntos de vista o doctrinas aparentemente
hostiles entre sí. Su más cumplida expresión ha sido, sin embargo, el
uso y la articulación de nociones con vistas a la elaboración sistemáti
ca de una teoría de la realidad: lo externo y lo interno; el persistir y el
cesar; el ser y el devenir, etc.". Este último especialmente patente en El
ser y la muerte y en el libro que comentamos.
N ota b io g r á fic a
J o sé G aos es, sin duda, el más importante del grupo de filósofos que
se me ha ocurrido encabezar con el epígrafe general de "herederos de
Ortega”, y no porque lo sean sólo ellos, puesto que herederos suyos lo
somos, en mayor o menor medida, todos los que hoy intentamos pen
sar en lengua española, sino porque ellos lo son de un modo más direc
to, de ese modo peculiar que consiste en llamarse discípulos y, por
tanto, haber asistido a sus clases y convivido pedagógicamente con él
de otras maneras, también por haber asimilado sus enseñanzas hasta
prolongarlas por vías distintas, pero más o menos similares y que reco
nocen de modo evidente la misma fuente común.
La paternidad filosófica de Ortega sobre Gaos ha sido reconocida
por este mismo con estas palabras: "Es probable que todos ustedes
sepan que soy reconocido, y siempre me he reconocido yo mismo, por
discípulo de Ortega y Gasset. Hasta me he tenido, y no sólo íntima
mente, sino también más o menos públicamente, por su discípulo más
fiel y predilecto, aunque desde algún tiempo no puedo menos de pen
sar que en tal puesto y condición me reemplazó Julián Marías, y que,
aunque éste no me hubiera reemplazado, la divergencia de posición
tomada en la guerra civil con todas sus consecuencias, haya hecho su
efecto en el ánimo de Ortega, si no en el mío. Mas sabido es que ni la
omnipotencia divina puede hacer que lo que fue no haya sido”'.
Sobre la huella profundísima que el magisterio de Ortega dejó en su
"discípulo predilecto", nos ha dejado páginas preciosas en sus
Confesiones profesionales; nos habla aquí Gaos de cómo influyó en él la
convivencia casi diaria con Ortega y lo que él llama "la experiencia del
gran hombre en su intimidad” u, otras veces, “la función regulativa
del espectáculo del filósofo". Y la consecuencia de esto fue lo que Gaos
mismo dejó escrito en una de sus primeras publicaciones en México:
"Precisar en todos los puntos hasta donde lo que pienso es una mera
reproducción de esta filosofía -la de Ortega- o prolongación, reacción,
ocurrencia mía, fuera interesante en una doble dirección inversa: reco
1 Confesiones profesionales, pp. 60-61.
nocerle lo suyo y no achacarle lo que no querría aceptar. Pero tal pun-
tualización me es imposible. Durante años he vivido en convivencia
frecuentemente diaria con él. He sido el oyente de palabras o el inter
locutor de conversaciones en que se precisaban sus propias ideas en
gestación, he leído originales inéditos. Así, ya no sé, si tal idea que
pienso, si tal razonamiento que hago, si tal ejemplo o expresión de que
me sirvo, lo he recibido de él, se me ocurrió al oírle o leerle a él o se me
ocurrió aparte y después de la convivencia con él. Alguna vez me ha
sucedido comprobar que tal idea o expresión que consideraba como
mía me la había apropiado de él, asimilándomela hasta el punto de
olvidar su origen"2. Este párrafo no debe interpretarse como una acti
tud sumisa y una aceptación sin crítica de las ideas del maestro. Por el
contrario, el mismo Gaos nos dice: “Quizá haya sido yo la única per
sona que le haya dicho ciertas cosas"3. Efectivamente, las diferencias
entre ambos surgen ya durante los primeros aftos de la República por
motivos políticos; al inscribir Ortega la Agrupación al Servicio de la
República como partido político, Gaos, que lo consideraba un error,
pidió su ingreso en el partido socialista, en el que militó hasta su sali
da de España en 1938.
La misma interpretación de la filosofía del maestro, al que Gaos
incluye entre los grandes filósofos culturalistas, asistemáticos y anti-
metafísicos, no goza de la aquiescencia de Ortega, que aspiraba a verse
entre los ontólogos sistemáticos de la vida humana. Por lo que se refie
re a esta discrepancia, es curioso el incidente que cuenta el discípulo4
de la reacción de Ortega ante la opinión que Gaos expuso de la filoso
fía orteguiana en las conferencias que dio en la Facultad de Filosofía y
Letras de Madrid en 1935, conmemorando las bodas de plata de Ortega
con su cátedra universitaria.
Pero estas discrepancias no se limitan a cuestiones importantes,
aunque marginales a los temas más propiamente filosóficos, sino a
estos mismos. Sobre todo, a partir de sus primeros años en México,
Gaos va haciendo evolucionar el 'perspectivismo' orteguiano hacia un
individualismo y personalismo cada vez más acentuado. Pero como
esto es algo que veremos con más detalle y claridad al final de estas
13 Ibid., p. 455.
14 Discurso de la filosofía, p. 23.
posiciones de ciencias de las cosas humanas serían cada vez menos
intersubjetivas, es decir, más subjetivas, hasta llegar a la verdad perso
nal o totalmente subjetiva de las metafísicas15. La pregunta que ahora
surge ante nosotros se podría formular más o menos así: en esta escala
de lo máximamente intersubjetivo o lo máximamente subjetivo, ¿qué
lugar corresponde a la propia filosofía de Gaos? He aquí una pregunta
a la que nunca responderá el filósofo, sino que requiere la contestación
personal de cada uno de nosotros. Por nuestra parte, nos parece evi
dente que el pensamiento de Gaos no tiene el mismo valor en todas sus
partes; su misma trayectoria va de una “filosofía de la filosofía”, de
gran valor intersubjetivo, hasta un "personalismo escéptico" de sub
jetividad máxima, imposible de compartir en su dimensión más pro
funda por nadie más que por él mismo. En todo caso, el análisis y
tratamiento a que somete los conceptos filosóficos -de los menos
importantes a los más venerados por la tradición- es una obra de valor
innegable en la que todos los interesados por la filosofía encontrare
mos ideas válidas, distinciones útiles, análisis esclarecedores y suge
rencias inspiradoras.
Un aspecto de la obra de José Gaos que no podemos dejar de men
cionar es su atención a la historia y las producciones literarias en len
gua española, tanto en la Península Ibérica como en el continente his
panoamericano. Sus trabajos sobre Ortega y Gasset o sobre historia de
las ideas en la América hispana, aparte de otros libros como El pensa
miento hispanoamericano (México, 1944), Pensamiento de la lengua
española (México, 1947), En tomo a la filosofía mexicana. “México y lo
mexicano” (México, 1952), Antología del pensamiento de la lengua es
pañola en la Edad Contemporánea. Selección e introducción (México,
1945), son libros fundamentales para una introducción al pensamien
to filosófico en los países de habla española.
En líneas generales, su actitud ante tales manifestaciones ha sido un
valorar y estimar ponderativamente las peculiaridades de nuestro
hacer intelectual como modo filosófico de actividad. En este campo la
labor de Gaos puede considerarse como conducida por el siguiente
objetivo: reivindicar los valores anejos a las formas del pensamiento
hispánico. He aquí su argumento tal como lo expone en las Confesio
nes generales: "La negación de la índole de filosófico al ‘pensamiento'
hispánico es conclusión de razonamientos que pueden sintetizarse en
esta fórmula:
"Filosofía es la Metafísica de Aristóteles, la Etica de Spinoza, la
Crítica de la razón pura de Kant, la Lógica de Hegel.
"Es así que los Motivos de Proteo (Rodó), Del sentimiento trágico de
la vida (Unamuno), las Meditaciones del Quijote (Ortega), la Existencia
como economía, desinterés y caridad (Caso), se parecen muy poco a
aquellas obras.
"Luego éstas no son filosofía.
"Mas ¿por qué no razonar de esta otra manera?
”Los Motivos, el Sentimiento, las Meditaciones del Quijote, la Existen
cia se parecen muy poco a la Metafísica, a la Etica, a la Crítica, a la
Lógica.
"Y son filosofía.
"Luego no son filosofía exclusivamente la Metafísica, etc., sino tam
bién los Motivos, etc."16.
Y en otro lugar, repitiendo el mismo argumento con motivo de una
polémica sobre si Ortega debe o no considerarse filósofo, añade esta
pregunta llena de sentido: "Si no se argumenta así, debiera conside
rarse la historia de la filosofía terminada: ¿dónde?”17. No cabe duda
que bajo tales argumentos que pretenden negar el carácter de filósofos
a Unamuno u Ortega, y aun a todo el pensamiento hispánico, se ocul
ta una idea de la filosofía según la cual ésta debía excluir de su seno a
muchos pensadores que aparentemente tienen un puesto bien ganado
en ella, entre ellos un Nietzsche, un Schopenhauer, un Kierkegaard, un
Sartre, un Marcel e incluso gran número de obras de Bergson, Simmel,
Blondel, Jaspers, Heidegger, Platón...
La obra de Gaos está toda ella inspirada en un sentido de la filoso
fía y de su historia, que no queda jamás delimitada por concepciones
estrechas de la misma, sin que ni aun así quede rebajada de nivel en
ningún momento. Por el contrario, el nivel de rigor en la exposición y
estudio del pensamiento hispano parece como si quisiera superarse a
sí mismo en un anhelo de prestarle toda la fuerza y la belleza intelec
tual posible. Y la conclusión, como dijimos antes, es la necesidad de
recurrir a sus trabajos, a sus antologías y selecciones cuando nos inte
resamos por los temas de filosofía hispanoamericana.
Esta preocupación por la filosofía de lengua española no le lleva a
Gaos a ninguna concepción estrecha de tipo provinciano o chauvinis
ta, que se desinteresa por las producciones filosóficas de otras lenguas.
P. 114.
17 Sobre Onega y Gasset, p. 236 (en nota).
Todo el mundo sabe que precisamente la labor de traducción de Gaos
es inmensa -y no sólo del alemán, sino del francés y aun del inglés-,
hasta el punto de ser conocido muchas veces sólo como traductor con
injusto desconocimiento de su obra de pensador. Pero no resulta menos
injusta -y en este sentido Gaos ha roto más de una lanza- la frecuente
desvalorización que en nuestros países sufre la labor del traductor. Las
traducciones forman parte de la historia de la cultura de los pueblos, y
hay traducciones históricas que marcan épocas enteras, como puede se r.
la del Ser y tiempo, de Heidegger, por el mismo Gaos, o las que ha hecho
de Husserl18, o la que está abocada a ser, la monumental traducción de
la Ontología, de Hartmann, que va por el tomo V, y que está llamada a
constituir un hito en los pueblos de nuestra lengua.
Por último, no queremos -no podemos- acabar estas páginas expo
sitivas sobre la filosofía de Gaos sin aludir a su magisterio como pro
fesor, del que son testimonio sus numerosos alumnos, entre los que hay
que contar los mejores filósofos mexicanos del momento: Leopoldo
Zea puede pasar como representante de todos ellos. Hemos conocido
personalmente a Gaos en la Universidad de Puerto Rico, dando un
curso sobre la Metafísica de Aristóteles, al que hemos tenido el privile
gio de asistir19. José Gaos, en clase con sus alumnos, es un espectácu
lo inolvidable de entrega a la enseñanza, pues su labor como profesor
alcanza por lo menos un nivel tan alto, si no más, que su labor en la
investigación filosófica.
2 Ibid., p. 16.
3 Prólogo para alemanes, Madrid, 1958; p. 60.
4 Meditaciones del Quijote, p. 18.
5 Prólogo para alemanes, p. 62.
6 Ibid., p. 77.
7 Meditaciones del Quijote, p. 18.
8 Prólogo para alemanes, p. 82.
Esta línea orteguiana de preocupación por las circunstancias y, en
forma primaria, por la circunstancia nacional, tenía tradición en
España, en cuya literatura ideológica el tema había adquirido carácter
predominante, desde Quevedo y Gracián, hasta Larra, Costa, Ganivet
y, muy especialmente, la generación del 98, en la que Unamuno acaba
ba de publicar Del sentimiento trágico de la vida (1913), último libro
sobre el problema, puesto que de una interpretación de lo español se
trataba. Cuando al año siguiente, aparecen las Meditaciones del Qui
jote ya no se trata sólo de un libro más sobre el mismo tema, sino de la
justificación de una actitud intelectual que gozaba de larga tradición
en nuestra patria.
14 Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de las ideas en España y la América
española, Imp. Universitaria, México, 1957; p. 84.
paulatinamente convirtiéndose en un individualismo y personalismo cada
vez mayores, todo ello bajo un historicismo y raciovitalismo declara
dos, sin que quepa discernir con claridad lo que pertenece a Ortega y
lo que es aportación personal de Gaos.
Y lo que ocurre con Gaos, viene a ocurrir con nosotros, al preten
der delim itar las fronteras de ambos pensamientos. Algo de ello creo
que se aclara en el estudio que precede a éste. De momento, y a nues
tro exclusivo fin, sólo nos interesa destacar el papel que José Gaos
ha desempeñado, no ya en la potenciación y exposición de la doctri
na orteguiana, sino en lograr plena conciencia de su fecundidad en
lo referente al estímulo y fundam entación de la historia de las ideas
en los países de lengua española. Y éste sí que ha sido el extraordi
nario mérito de Gaos, por el que el discípulo se coloca a la altura del
maestro: José Gaos representa, en este sentido, el momento en que
la doctrina orteguiana adquiere conciencia, y es claro que sólo cuan
do una doctrina se hace consciente logra toda su capacidad creado
ra; por ello, al adquirir tal conciencia, Gaos impulsa y potencia en su
nivel más alto la filosofía de Ortega. Ahora bien, esta conciencia
supone una cierta reinterpretación y originalidad que será necesario
exponer.
15 Sobre las vacilaciones de Ortega entre los conceptos de "razón vital” y "razón his
tórica", véase mi libro Ortega y Gasset en la filosofía española, Tecnos. Madrid, 1966,
pp. 78 a 87. En lo que toca a la evolución orteguiana del "circunstancialismo” a una teo
ría general de la vida humana y de su historicidad, véase todo el capítulo VI de dicho
libro.
20 Sobre Ortega y Gasset y otros..., p. 107.
que se sirvieron de las mismas formas, o de las equivalentes en sus cir
cunstancias, para fines a los que son comparables los de Ortega. Pienso
preferentemente, no exclusivamente, en los filósofos del siglo xvm, y
tampoco exclusivamente en los franceses. Aquellos filósofos concibie
ron, ejecutaron y publicaron su filosofía como un medio de rehacer
conforme a los dictados de la razón, del señorío de la luz sobre sí mismo
y su contorno, la organización, la vida toda, de sus países. Y acaece que
tales filósofos son los verdaderos antecesores de los que llamamos 'pen
sadores' en nuestros países, desde un P. Feijoo hasta un Unamuno y un
Ortega en España; desde un Andrés Bello hasta un Martí, un Rodó, un
Antonio Caso, en esta América. Estos pensadores fueron desde los pri
meros, siguen siendo los aún vivos, verdaderos padres de las respectivas
patrias y aún cada uno de las patrias de los demás, de las patrias hispá
nicas todas, en el sentido de maestros de los respectivos pueblos, de
maestros de los pueblos todos hispánicos. En este sentido, Ortega no es
sino uno más entre los integrantes de tan ilustre casta"21.
El ciclo ha sido cerrado; de la salvación de Ortega a la justificación
o salvación de la peculiaridad del pensamiento hispánico en general. El
mismo Gaos así lo ve claramente, con una claridad con que no lo vio
ni vislumbró siquiera Ortega: "El programa -dice- de salvaciones de
las circunstancias españolas, de salvación de la circunstancia españo
la, era un programa original, y de fecundidad indefinida, de filosofía
española -expresamente; potencial o virtualmente, hispanoamericana
en general: la filosofía de lo español, la filosofía española; la filosofía
de lo hispanoamericano, la filosofía hispanoamericana”22. Ahora, sí;
ahora el camino está libre para lo que va a constituir la ocupación y
preocupación principal de Gaos desde su instalación en América el año
1938, como lo reconoce él mismo: "lo que en España no había pasado
aún de un inicio, se convirtió aquí, en México, en la parte de mi labor
que personalmente estimo como principal"23. Y nosotros con él.
41 Ibid., p. 100.
« Ibid., pp. 100-101.
43 Ibid., p. 105.
44 Ibid., p. 106.
otras obras y por su actitud personal sabemos que Gaos tomó partido
decisivo por el inmanentismo y con ello por la reivindicación del pen
samiento hispanoamericano, única forma de “salvar" con la teoría su
circunstancia de español-mexicano; que no hay contradicción en los
términos y en este caso incluso complemento: español por mexicano y
mexicano justo por español, podríamos decir con un estilo muy suyo.
Las preferencias gaosianas, sin embargo, se vislumbran, como decí
amos antes, aquí y allí, y en algún momento se hace la ilusión de que
el pensamiento hispanoamericano hasta pudiera tener "la originalidad
y la plenitud de ser el extremo crítico del inmanentismo contemporá
neo. Él pudiera ser el llamado a decidir al menos para sí, eventual
mente para el pensamiento contemporáneo, sobre este inmanentis-
mo”, Y añade: “De haber de decidirlo en una filosofía, parece que había
de serlo en una expresa filosofía de sí mismo, en función de una filo
sofía de Hispanoamérica en general"45, con lo que Gaos se convierte de
algún modo en propulsor de esa filosofía de lo americano, cuyos peli
gros había anunciado y cuyas exageraciones, en su versión mexicana,
habría de exorcizar, como ya vimos.
Antologías y ediciones
- Antología filosófica. La filosofía griega, La Casa de España, México, 1941.
- Pensamiento español, Selección y prólogo, Secretaría de Educación Pública,
México, 1945.
- Antología del pensamiento de lengua española en la Edad Contem
poránea (1744-1944), Selección e introducción, Séneca, México, 1945.
- J. B. D íaz d e G amarra , Tratados, Selección, edición, traducción, prólogo y
notas, UNAM, México, 1947.
- A. B e l l o , Filosofía del entendimiento, Edición e introducción, FCE, México,
1948.
- Escritores místicos españoles, Selección, edición, estudio preliminar y notas,
“Clásicos Jackson”, Buenos Aires, 1949.
En la actualidad existe una edición en marcha de las Obras Completas, de
José Gaos, editados por la Universidad Autónoma de México, de la que hasta
el momento se han publicado 10 volúmenes. La edición, coordinada por el Dr.
Fernando Salmerón, incorpora numerosos inéditos. Al morir en 1997 el Dr.
Salmerón ignoramos quién se hará caigo de la coordinación en el futuro.
T raduccio n es
2 Un estudio fundamental para estos años es el artículo de Manuel Mindán, "El últi
mo curso de Ortega en la Universidad de Madrid: Principios de metafísica según la razón
vital”: Revista de Filosofía, n° 60-61, 1957.
hada un objetivismo que la vincula a las cosas. La lógica clásica deja
paso modernamente a una pluralidad de lógicas, cuya elección fijare
mos a la vista del objeto a investigar.
La actual situación de la lógica es, pues, de una novedad inusitada
en la historia de la filosofía, y puede resumirse como de ocaso del
racionalismo y de sus implicaciones. La razón pura ha perdido su
hegemonía; es un instrumento humano supeditado a la ley plural de
los objetos y a la situación de los mismos, si bien, en cuanto medio
humano, también se halla supeditada a la voluntad del sujeto. El gran
descubrimiento gnoseológico de nuestro tiempo es el de las dos ver
tientes -objeto y sujeto- de toda forma de conocimiento.
La abstracción de la lógica clásica como reino de esencias intempo
rales ha desaparecido en nuestro tiempo. Desde este ángulo la investi
gación de Granell es una indagación en profundidad de algo que ya
Ortega había dicho hace tiempo: "No hay una lógica con abstracción
de un objeto determinado en que se piensa. Lo que siempre se ha deno
minado pensamiento lógico puro no es menos material que otro cual
quiera... Hay, pues, tantas lógicas como regiones objetivas”3. Granell
explícita lo anterior mediante un análisis de la logística en nuestro
siglo, que ha hecho proliferar escandalosamente la lógica, descubrien
do sus múltiples posibilidades formales.
La cuarta parte de su Lógica la dedica Granell al estudio de la raíz
subjetiva de la razón, que toma la forma de una exposición de la Lógica
de la razón vital. El capítulo es una de las mejores exposiciones de la
filosofía orteguiana, por su densidad y su rigor, su atención a lo real
mente significativo desde el punto de vista filosófico; y la conclusión
del mismo es hacemos ver cómo toda lógica, producto al fin y al cabo
de la razón, está anclada en el ancho mar de la vitalidad, como diría
Ortega, o en la subjetividad del hombre que con ella opera, como dice
Granell. Esta conclusión, aun con su inesquivable fondo de verdad, nos
parece excesivamente precipitada a la luz del creciente, rapidísimo y
móvil desarrollo de las lógicas modernas, que constantemente descu
bren nuevas zonas de indagación. Las conclusiones de Granell están
tomadas de las conversaciones de Amersfoot, en septiembre de 1938,
entre los principales lógicos de aquella hora (Destauches, Gonseth,
Marzin, Bachelard). El libro fue publicado en 1949 y de entonces a hoy
la investigación lógica ha acumulado nuevos descubrimientos, que
hacen muy difícil una definitiva fundamentación metafísica de la
3 J. Ortega y Gasset, Kant, Hegel, Dilthey, Madrid, 1958, p. 88.
nueva situación de la lógica, que se mueve en un terreno demasiado
movedizo.
Sin embargo, y a pesar de las afirmaciones precedentes, es evidente
que un hecho irrebatible de la moderna evolución de la logicidad es
que la razón va perdiendo su carácter apriorístico y absoluto, sin que
dar por ello relegada a ningún irracionalismo. La razón adquiere un
carácter de devenir progresivo que no queda inmovilizada en ningún
instante, sino que se va revelando paulatinamente al hombre. La razón
no es algo dado de una vez para siempre, es un producto de la inven
ción humana. De aquí que la lógica actual, manifestación de ese deve
nir de la razón, proclame la racionalización progresiva. “No es un don
gracioso de Dios -escribe Granell-, sino penoso quehacer del hombre4.
En esta situación, la nueva lógica, tan alejada de la clásica, se ve obli
gada a plantearse, como la física y matemática actuales, el problema
de sus fundamentos.
Por ello, el paso siguiente de Granell no puede ser otro que una inda
gación sobre la logicidad a la vista de la actual situación. Esta ha sido
calificada de crisis de la lógica como si la lógica fuese una entidad fija
e inmutable que no estuviese ahí sujeta a cambios, crisis, variaciones...
No hay en realidad tal lógica -viene a decimos Granell- independiente
del sujeto humano. La lógica es un producto nuestro que está sujeta a
las variaciones que nosotros le imprimamos; por ello la crisis de la lógi
ca más que una crisis de esta disciplina es una crisis de “nosotros mis
mos” con respecto a ella.
Y dicha crisis está provocada por un cambio profundo y radical en
las creencias intelectuales del hombre, la creencia griega en el ser de
las cosas fue sustituida en el Renacimiento por la fe en la razón, en el
poder racional del hombre; la oxxna se sustituye por la ley. Galileo, que
fue el genio de dicha transformación, sustituyó la ley por la razón,
error genial del que salió toda la física moderna. Desde aquella hora,
Europa vivió bajo el imperio del racionalismo hasta nuestra centuria,
en que ocurren en las ciencias unos cuantos hechos que cambiarán el
panorama del pensamiento científico y filosófico. En matemáticas,
Brower establece frente a Russell el primado de los hechos y la física
cuántica sustituye la verdad por la probabilidad, mientras Reichen-
bach establece una lógica que apunta a las relaciones cuantitativas de
frecuencia, es decir, a las normas a posteriori, y Heisenberg enuncia su
famoso principio de incertidumbre.
En una palabra: las lógicas novísimas se orientan a la realidad, vin
culándose a los objetos; de aquí su compleja realidad. Es algo inevita
ble, pues ya sabemos por Ortega que la circunstancia se nos entrega en
perspectiva y que el mundo se nos da en un horizonte. Por ello las nue
vas lógicas se constituyen como lógicas materiales y de raíz subjetiva.
Y consecuencias obvias de ello serán: Primero, la sustitución de la
razón experimental por una razón aposteriorista y objetiva que se plie
gue dócilmente a las diferentes legislaciones de lo real. Segundo, el
entronque de lo lógico en la subjetividad humana. No sólo pregunta
mos por el cómo y el cuándo del qué nos dice Granell, sino por el quién.
Y parafraseando la expresión de Ortega: "Un juicio es una porciúncula
de nuestra vida"; escribe Granell: "La racionalidad es una conquista del
hombre en su entraña y no sólo es lo objetivo".
El fundamento de la lógica aparece, pues, en Granell dado por la
razón vital, una razón penetrada por el tiempo y la situación hasta lo
más hondo, una razón de dimensión histórica -tal constituye la última
etapa en la evolución de la logicidad-. Esta nueva lógica orteguiana
está, por tanto, basada en la propia inestabilidad constitutiva del ser
libre y se basa en una nueva concepción de la metafísica y de la filoso
fía, de la que Manuel Granell se siente orgulloso continuador.
Una vez establecido el anterior fundamento a la logicidad, Granell
inicia una indagación sobre la esencia de la misma. El primer proble
ma es que la logicidad no es una, sino múltiple, por lo cual las esencias
de la logicidad pueden ser muy diversas y llegar incluso a contradecir
se. Se pregunta entonces si la logicidad carecerá de esencia. La res
puesta es que la logicidad -como toda forma de lo humano- es caduca
y perecedera, careciendo, en consecuencia, de sentido preguntarse por
el ser o la esencia de la logicidad; más legítimo -dice- sería preguntar
se por su consistencia. Manuel Granell trata de determinar ésta me
diante una serie de notas que trataremos de resumir:
1. La logicidad es una forma del saber a qué atenerse.
2. La logicidad ha surgido en la historia y se modifica con ella.
Aunque por su historicidad nada garantiza su conservación, difí
cilmente se concibe su total desaparición.
3. Las variaciones de la logicidad dependen de las creencias huma
nas, pero sobre todo -dado su grado de abstracción- de las ideo
logías metafísicas.
4. Una vez pasado el momento de invención, durante el cual la logi
cidad es un fin, pasa a medio utilizado por el hombre.
5. Por su carácter de medio o instrumento, la logicidad puede per
manecer en climas metafísicos muy diferentes al de su invención.
6. Por debajo de todo cambio, la logicidad tiene un valor de instru*
mentó humano para las diversas creencias, por lo cual la consis*
tencia de la logicidad no se queda en visión intelectual, sino que
remite al comportamiento del hombre en su vida.
Estas notas sobre la consistencia de la logicidad nos hacen ver la
diferencia radical entre la situación actual de la lógica y el clima en que
se gestó la lógica clásica. La identificación entre ser y logos, real e
ideal, que en Grecia tenia un carácter inconsciente de revelación, pasó
durante la época racionalista a convertirse en una creencia intelectua-
lizada, hasta llegar a esa mutabilidad e inestabilidad que hoy conser*
vamos en la logicidad. Sin embargo, y a pesar de dicha mutabilidad, el
hombre trata de conservar esas eternidades destinadas a preservarle de
la fugacidad del tiempo y a dar seguridad a su vida. Se revela así una
constante dimensión humana que Manuel Granell ha expresado en fra
ses llenas de acierto.
He aquí dos párrafos significativos: "En todas las épocas y climas
metafísicos, en cualquiera de las constantes mudanzas de la logicidad,
ésta siempre aparece destacando perfiles abstractos, puros esquemas,
tanto de las cosas como de la razón. Primero, considera dichos esque
matismos como algo dado yapriori. Después, como formulaciones debi
das a su propio esfuerzo. El ser y el logos se desvanecen cual fantasmas
en el aire. Pero queda ahí, en su constitutiva voluntad, el afán por lo
esquemático que nos salve del tiempo"5. Y el siguiente insiste en los mis
mos términos: “Aunque lo lógico no sólo ha perdido valor, sino que se
encuentra, de pronto, sumergido en lo irracional; aunque nos vemos pre
cisados a admitir la existencia de verdades ilógicas, no podemos por
menos de sentir la voluntad de conservar ese instrumento que el hombre
se ha inventado para dar seguridad y confianza a su vida".
La razón vital que sustituye a la razón lógica de los griegos no tiene
por fin suprimir dichos esquematismos, sino situarlos en la vida de que
manan, apelando a la conjunción de lo concreto y lo abstracto, lo real
y lo ideal. A esta luz la logicidad aparece como invención humana de
defensa de la perentoriedad e inanidad del hombre. No se trata de nin
gún don divino ni de facultad a nativitate, sino de una simple manifes
tación técnica. No tiene por ello un carácter rígido e inmutable, sino
que el hombre la modifica y reforma de acuerdo a sus necesidades y
circunstancias. El descubrimiento de nuevos objetos o regiones cientí
ficas, el cambio en las creencias o en las ideologías, las variaciones del
pensamiento metafísico suelen ir acompañados de reformas o modifi
caciones de la logicidad. Sin embargo, esto no obsta a su valor prácti
camente imperecedero; es lo normal que, tras ligeras reformas, la logi
cidad siga operando al servicio de la humanidad.
Las consecuencias de esta postura de Granell ante lo lógico son
innumerables y de importancia radical, pero él sólo se ocupa de bos
quejar muy ligeramente dos de ellas:
Primera, la que se refiere a la noción de concepto, que adquiere un
carácter funcional o instrumental. El concepto pierde en esta nueva
filosofía su carácter abstracto y esquemático, procurando siempre con
jurar en su realidad el objeto a que se dirige y el punto de vista del suje
to que lo emite. La abstracción del concepto sólo adquiere realidad
auténtica cuando se ha concretado a su origen subjetivo y su destino
objetivo, o en otras palabras: cuando se le ha situado en la perspectiva
adecuada.
Segunda, la que se refiere al concepto de verdad. Se ha sostenido
siempre el carácter universal de la misma; frente a éste, Ortega resalta
el carácter parcial y limitado de la verdad, señalando su dimensión his
tórica, aunque sin olvidar por ello su valor objetivo. La postura orte-
guiana quiere ir más allá de todo relativismo y escepticismo, para lo
cual empieza por reconocer la ubicación de la verdad en el hic et nunc.
La verdad se da inevitablemente en una perspectiva concreta y no en el
reino de las esencias eternas; sólo el reconocimiento de este hecho
puede damos la verdad como absoluta. La verdad es, pues, al mismo
tiempo, absoluta y relativa, y sólo si lo comprendemos así seremos
capaces de remontar absolutismo y relativismo. "La verdad -dice
Ortega- es lo que ahora es verdad y no lo que se va a descubrir en un
futuro indeterminado". Una consecuencia de esto es que la verdad
depende de las preguntas que formulemos; así como existen infinitas
clases de preguntas, existen también infinitas clases de respuestas y,
por tanto, de verdades.
Es cierto que tradicionalmente la verdad se ha considerado como
universal, abstracta y única, debido a la creencia ontológica de que la
verdad sólo podía hallarse en el plano del ser, pero en cuanto hacemos
entrar al sujeto en dicha consideración y la enorme gama de planos del
sujeto entra en la aprehensión de la verdad, ésta se hace plural y revier
te continuamente sobre el propio hacer vital del sujeto. Naturalmente
que todo esto supone una visión radicalmente nueva de la metafísica y,
en consecuencia, del hombre mismo. La nueva lógica orteguiana está
basada en la propia inestabilidad que es constitutiva del ser libre; por
ello dice el mismo Ortega: "Para hablar, pues, del ser del hombre, teñe-
mos que elaborar un concepto no-eleático del ser, como se ha elabora
do una geometría noeuclidiana. Ha llegado la hora de que la simiente
de Heráclito dé su magna cosecha”.
La metafísica a que aboca Manuel Granell está, pues, entraftablemen-
te ligada a una preocupación antropológica que ha ido acendrándose
desde que ocupó el puesto de profesor que ahora ocupa en la Univer- j
sidad de Caracas. Los temas de las comunicaciones filosóficas a los con- ]
gresos que asiste lo atestiguan claramente. Sobre todo la “Nota para la i
historia del ser”6y los trabajos reunidos en El humanismo como respon- ,
sábilidad nos dan la medida exacta del modo en que Granell va aprove- '
chando los hallazgos de la filosofía de la razón vital para un plantea
miento nuevo y riguroso del sentido de las humanidades.
La meditación humanista de Granell empieza por negar el ser en su
sentido tradicional. El ser no es término del conocer, sino del pensar, y
su auténtica realidad se nos aparece como irremediablemente miste
riosa. La verdadera realidad, la realidad radical, pues, no es Ser, sino
ESTAR. Y por ello el hombre tiene que partir de dicho estar, que se
constituye en mutua dependencia de hombre y circunstancia; en esta
dependencia el hombre se va haciendo a sí propio como un ser inde
pendiente. El "ser", pues, existe como un devenir, como algo que se va
haciendo a lo largo de la vida y que, si acaso, aparece definitivamente
dado al final de ella, nunca al principio.
Esta postura la defiende en lucha contra el humanismo heideggeria-
no de carácter esencialista. En la relación “Ser-Dasein", Granell acen
túa, frente a Heidegger, el Dasein, es decir, el hombre. Y ello porque el
hombre es el creador del ser y no sólo su pastor. El ser en el filósofo ale
mán se da como algo absoluto e independiente; su historicidad es la de
la comprensión del ser por el hombre, pero no la auténtica historicidad
del ser mismo. La conclusión de esta divergencia es que el humanismo
de Heidegger es del ser haciendo al hombre, mientras que el de Granell
es del hombre haciendo el ser.
Una consecuencia fundamental de ambas posturas es que el hom
bre, para Heidegger, es naturaleza, aunque tenga historia, mientras que
6 Comunicación al II Congresos Extraordinario Interamericano de Filosofía, 22-26 de
julio de 1961, San José (Costa Rica).
en Granell, seguidor de Ortega, el hombre no es naturaleza, sino que "es”
historia. Por tanto, la libertad en el primero es una libertad del hombre
para hacer su vida, mientras en el segundo es una auténtica libertad
para ser. Este último es un humanismo de profundo sentido ético,
puesto que la noción de responsabilidad -y responsabilidad esencial,
para ser- está ínsita en su centro.
Se trata de que somos responsables de la creación de nuestro pro
pio ser, pues, en contra de la tesis de la esencia indeterminada y ñja
del hombre que mantenía el humanismo clásico, este humanismo
proclama el ser-progresivo del hombre, su constante auto-hacerse
desde el ser-ya-sido que nos viene dado históricamente. Por ello, la
palabra ser se usa aquí en un sentido tan nuevo e inesperado que
-según propone Granell- "mejor sería condenar al desuso tal voca
blo”. Y propone sustituir ser por haber. "Pues el ser no es fundamen
to radical -nos dice-. La auténtica realidad es el ESTAR: un estar del
hombre en su haber y entre el haber de las cosas; doble haber que son
las dos caras de la moneda estructural llamada hombre-mundo.
Realidad radical en que el hombre, desde el nivel de su haber, cons
truye, precisamente con las cosas -que son haber, a su vez, y no nuda
realidad- el ser en marcha que es su haber, su ousia o hatillo de pere
grino del ser. Lejos de ser el ser fundamento del hombre, más bien
puede decirse que es el hombre el fundamento del Ser, sin olvidar que
el auténtico y radical fundamento es el estar, la mutua inmanencia en
que se hace el haber"7.
Sobre esta base metafísica se perfila claramente la última estructu
ra moral de la vida humana. En el orden del espíritu, Granell especifi
ca, montado sobre lo emocional y lo volitivo, un ámbito axiológico al
que llama ethos personal; es un mundo de valores, que funciona a base
de esquemas categoriales, pero que carece de un sistema de valores
puros. Los valores son hipóstasis de las estimaciones históricas de cada
época y varían con ellas. La única pieza o dimensión permanente de tal
mundo de valores es el ethos, que permanece como centro de sucesivas
funcionalizaciottes. Un hecho que no debe olvidarse es la capa de espí
ritu objetivo en que todo ethos tiene que encamarse. Nos habla así
Granell de un sujeto-objeto por el que su filosofía adquiere una dimen
sión de solidaridad, ya que con ello alude al “nosotros primordial y
materno" -así lo llama él- de donde toda acción individual surge.
7 “El hombre y su libertad creadora de ser", XII Congreso Internacional de Filosofía,
Venecia, 1958.
La filosofía de Manuel Granell culmina así en una Fundamentación
de la ethohgía de carácter eminentemente antropológico y cuyo esque
ma originario apareció en sus "Notas para una ciencia del autohacerse
del hombre" (V Congreso Interamericano de Filosofía, Washington,
1957), que hemos resumido muy brevemente en líneas anteriores. La
exposición más detallada de su pensamiento apareció en un grueso
libro titulado La vecindad humana (1969), donde funde en una sola sig
nificación los dos sentidos de ethos (con eta), es decir, el que se refiere
a la morada o lugar en que habitamos, y ethos (con espsilon), esta es el
carácter propio o individual de cada uno, pero sin degradarlo, como se
ha hecho en la filosofía occidental, a un plano exclusivamente moral,
sino manteniendo su dimensión ontológica.
La vecindad humana está dividido en dos grandes apartados: "El
habitar" y "La vecindad humana”, precedidas de una introducción,
donde se explaya el punto de partida del autor, que en cierto modo ya
conocemos. El hecho radical es que el hombre es creador de espíritu y
es su propia invención la que le lanza fuera de sí, convirtiéndole en un
tecnita de su propio hacerse futuro, protagonista, por tanto de una
insospechada promoción de la humanidad. Sus palabras no pueden
dejar duda: "Para mí, al menos, en este nisus inventivo, por el cual
reacciona el hombre ante su múltiple enajenación, se insinúa y se
esconde la clave misma de lo humano. Es por ello que veo al hombre,
en su más íntima dimensión ontológica, como tecnita. Nada goza de
por sí, salvo esas funcionalidades para el trato con lo heterogéneo, y
desde ellas tiene que ir haciéndoselo todo para superar así su enajena
miento. La industria humana, su ingenio y recursos, no sólo permiten
sobrevivir a este ente prematuro que es el hombre, condenado a luchar
con el contorno material, con los otros hombres y consigo mismo, sino
que ponen en marcha la superación vital, cierto más-vivir, mediante la
creación de una auténtica habitación humana. Justamente, a la caren
cia del habitat fatal, donde el animal está sumido sin escape, le propi
cia la salvación de su pérdida de fundamento, le devuelve a sí mismo. Y
todo el secreto está en el propio poder creador, en su entrañable con
dición de tecnita, por la cual reflexiona, inventa y conspira. La caren
cia de habitat o medio propio es correlativa a la esencial disponibilidad
para todo que caracteriza al hombre”8.
He aquí el secreto de que el hombre pueda superar su propia imper
fección somática, mediante el esfuerzo tecnificador que crea ambien-
* La vecindad humana, Revista de Occidente, Madrid, 1969; p. 48.
tes y mundos nuevos, hasta el punto -dice- que “ni siquiera somática
mente tiene naturaleza, pues lo así entendido, ¿no se queda, en rigor, en
naturaleza naturalizada, naturaleza segunda?"9. Solamente a este nivel
de radicalidad puede entenderse el historicismo que esta postura
implica, superando todo posible relativismo gnoseológico, tan fre
cuente en otros historicismos. Granell hace así del tiempo humano eje
de su dimensión ontológica específica, y sobre esa base hay que enten
der todo lo que después dice en la Primera Parte: “El habitar", en lo
referente a la existencia, al cuerpo y al mundo. Aunque nosotros no
podemos detenernos en ella, pensamos que el lector no debe pasarla
por alto, pues le ayudará a entender la Segunda Parte.
Es en esta última donde se explaya en su concepto de "vecindad
humana”, capital en su obra, que introduce así: “El hombre -podría
decirse-, aunque no sea natural de esta tierra que le atrapa, sabe natu
ralizarse en ella, buscar acomodo, avecindarse. La tarea esencial del
vivir se perfila, en el fondo, desde nuestra búsqueda incesante de vecin
dad."'0. Esto lo logra haciendo mundo, es decir, humanizándolo, que
viene a ser lo mismo que lograr vecindad en él desde el ethos -morada
que constituye el basamento de todo lo que hace. Es aquí precisamen
te donde inciden los sintagmas, a modo de concentraciones unitarias a
través de los cuales el individuo ingresa en la cultura de su comunidad
para luego acceder a la humanitas. Mediante la vida espiritual y su
función creadora de realidad no sólo el hombre se independiza de la
naturaleza, sino que reactiva a ésta promoviendo su evolución en un
sentido superior. El hombre se convierte así en sujeto de su promoción
individual y de la vida en su conjunto al mismo tiempo. El hecho se
realiza mediante los sintagmas antes citados, a los que define así: “for
mación de grandes concentraciones vitales que reúnen la plenitud de
la vida en una experiencia principal y en producción central, que impo
ne todo su sello característico"11. Estos sintagmas están fuera del
alcance humano, se superpone a un nivel más profundo de su activi
dad, permaneciendo bajo la visible capa de las vigencias. Al incorpo
rarse a ese profundo nivel el hombre realiza la promoción de su huma
nitas como un designio supremo. Por eso la humanitas no es previa al
hombre ni constituye una esencia dada e invariable, sino invención
humana, que aspira a realizarse desde las situaciones históricas con-
9 Ibid., p. 51.
10 Ibid.. p. 280.
11 Ibid., p. 427.
cretas vividas por el hombre. En este sentido, la humanitas tiene un
carácter prospectivo que presupone no sólo la imaginación ontológica,
sino la más rotunda afirmación de la libertad para ser.
En el entramado conceptual señalado se perfila el pensamiento de
Manuel Granell bajo los tres conceptos a que hemos venido aludiendo.
El sintagma de la vocación de ser inalienable al hombre y su histórica
futurición de una realización supra-individual de ese ser al que llama
mos humanitas, genera el ethos histórico mediante la foija de un
ambiente que permita conducir a aquel fin; de aquí la importancia del
ethos, que Granell subraya. "Bajo este -dice-, la dimensión de fondo, el
sintagma con plurales niveles, asentadas profundidades, que en di
versos grado presionan -desde fuera de cada individuo, desde dentro de
la raíz histórica del hombre- el acontecer esencial, la promoción
humana. Una gigantesca, complicada, poderosa dialéctica vital pone al
hombre en sus límites y franquías, le sirve en todo instante de freno, le
acucia sin descanso como espuela. Y así vamos, día a día, trajinando
nuestra reacción insistencial, rehaciendo el ámbito de nuestro estar,
avecindándonos en él, perfilando la “vecindad”. Uso al caso una imagen
jurídica muy afín a la condición nuestra de peregrinos, la que nos redu
ce a la trágica situación del inmigrante. La realidad donde el hombre
está no la “es", no le pertenece, no es la propia, la suya. Porque eso es
el hombre: el único ente de la creación que, en su esquema formal,
carece de extus afín. Por lo mismo, para sobrevivir y mantenerse en el
inhóspito ahí natural, pretende naturalizarse. Así se explica esc ince
sante quehacer suyo. TVabajo vano. El hombre sólo alcanza, por mucho
que se esfuerce, la mera “vecindad". En lo más hondo de sí mismo sigue
y seguirá siendo ese inmigrante de extraño origen, raro aspecto e inde
clinable incongruencia con su medio de recepción. El hombre no logra
naturaleza jamás. Una nostalgia amarga de su origen foráneo lagrimea
por sus entresijos ontológicos de tras-terrado, de peregrino en la tierra.
No cabe, en consecuencia, con uno u otro matiz, más filosofía que la
de este merodeo suyo por ajena heredad. Y todo filosofar que de veras
lo sea y traiga a superficie intelectiva la autenticidad de fondo, desem
boca por fuerza en una filosofía del inmigrante”12.
Así podemos decir que termina la indagación filosófica de Manuel
Granell, aunque todavía añade a su libro un capítulo que con el título
de "Vecindad humana y ethología” pretende iluminar el esquema últi
mo de la vecindad sobre algunos elementos conceptuales que nos
orienten en su relación con la ethología. Estos elementos conceptuales
son, en realidad, existenciarios, y para Granell son tres: el "allí-vocado",
el "ahí-monstrenco” y el “aquí-propio", que se hallan a su vez en dialéc
tica relación. El “aquí-propio" alude al individualísimo perfil de cada
uno de nosotros, pues el espíritu subjetivo que lo conforma es la tarea
individualísima de nuestro propio humanizamos, ya que el hombre se
autohace no solo históricamente, sino en cada ejemplar. Por supuesto
que el elemento histórico no debe obviarse, pues ese quehacer propio
e individual se inscribe en el "aquí-propio”y el “ahí-mostrenco”, que son
dos existenciarios reales y actuantes, no pueden entenderse sin su alu
sión implícita al tercero de los antes mencionados: al “allí-vocado",
expresión de una "voluntad ontológica que apunta a un más allá supe-
rador, inagotable, siempre sumido en el limbo de lo posible"13. En este
nuevo existenciario estructural se teje la humanitas o vocación común
de ser, de acuerdo con las inspiraciones que espíritus egregios pro
vocan. He aquí su función en palabras del propio Granell: “Al ‘allí-
vocado’ se apunta, por tanto, desde el ‘a hí-mostrenco’ y por obra de la
espiritualizada forma cimera del ‘a quí-propio’, justamente para lograr
vecindad más acogedora y de mayor abrigo, para trans-vivir. Pero ya
sabemos que, en rigor, no está ‘a llí’, sino dentro, por los recovecos oscu
ros de la cordial entraña. Cuando asoma, adelgázase en idea de una
mente que con-voca a con-vento; para con-siderar el sideral in-vento. En
esta co-elaboración va tomando cuerpo, realizándose, cierta creencia
especialísima, pues no implica fe en lo real, sino en lo posible, la cual
arrastra a los hombres y de mil modos los compulsa a conferirla esto
fa real,material humano. La he llamado humanitas”1*.
Esta humanitas es, pues, la expresión de un novum que depende de
la con-vocatoria de algunos espíritus especialmente dotados y son ellos
justamente los que avizarán el futuro y confían en la capacidad auto-
formadora del hombre; de ellos depende en definitiva la salvación del
espíritu. Esta es la función propia de la Ethología como "ciencia recto
ra del autohacerse del hombre" (p. 497), cuyo radical planteamiento le
obliga a superar los límites de la pedagogía y educación tradicionales
con su exclusivo fin individual. La Ethología debe extenderse a grandes
grupos humanos y más allá de lo individual para extender su influen
cia al ámbito de lo “ahí-mostrenco", donde para Granell se perfila el
trasfondo histórico de la vecindad. Solo a través de ella podrá conducir
el hombre la ciega marcha de la humanidad hacia una prometedora
humanitas con su carácter de acogimiento y habitabilidad, pues solo lo
que la Ethología tiene de técnica reformadora del hombre mismo de su
originaria raíz ontológica podrá cumplir semejante hazaña. Estos son
los fundamentos de una disciplina que en sus detalles está por elabo
rar, pero cuya necesidad y urgencia es imperiosa. Así la piensa Granell
con las palabras que citamos a continuación y con las cuales ponemos
punto final a nuestro estudio: "Vemos su forzosidad; precisamente, al
sesgo de ésta hemos descendido a profundas raíces. Creo, en conse
cuencia, que ha llegado el momento de encararse de veras con tal queha
cer. Más aún: resulta tarea urgentísima, pues no sólo padecemos mía
crisis histórica de extraordinaria envergadura, sino que su peligrosidad
-sea dicho sin reservas ni distingos- es la mayor de cuantas han sufri
do los hombres a lo largo de su tormentosa historia”... "Es tarea urgen
tísima; ya impostergable, por lo perentorio del plazo resolutivo en la
profunda crisis que nos aqueja. De ahí que, al fundarla, nos movieran
desvelos de efectivo humanismo, no simples afanes de teórica preci
sión. La Ethología postulada aspira a técnicas proyecciones de gobier
no. En el pulcro sentido de esta palabra, claro está”15.
N o t a b io g r á f ic a d e M anuel G ranell
lib r o s
C om unicaciones filosóficas
N o ta b io g r á f ic a d e L u is R eca sén s S ic h e s
- La filosofía del Derecho de Francisco Suárez, con un estudio previo sobre sus
antecedentes en la patrística y en la escolástica, Victoriano Suárez, Madrid,
1927.
- Direcciones contemporáneas del pensamiento jurídico. La filosofía del Derecho
en el siglo xx, Labor, Barcelona, 1928.
- Extensas adiciones originales a la "Filosofía del Derecho de Giorgio del
Vecchio”, 2 tomos, Bosch, Barcelona, 1929.
- El poder constituyente. Su teoría aplicada al momento español, Morata,
Madrid, 1931.
- Assunto e Prospettiva della Filosofía del Diritto, Roma, 1934.
- Los temas de la filosofía del Derecho, en perspectiva histórica y visión del futu
ro, Bosch, Barcelona, 1934.
- Estudios de la filosofía del Derecho, publicados primero como adiciones a la
"Filosofía del Derecho", Del Vecchio (1935), y después como volumen apar
te (Bosch, Barcelona, 1936).
- Bases para la estimativa jurídica, versión taquigráfica de un curso dado en la
Universidad de La Habana, 1939.
- Vida humana, sociedad y Derecho: Función de la filosofía del Derecho, La Casa
de España en México, 1940 (2a edición aumentada, México, 1945).
Traducción al inglés por Gordon Ireland.
- La filosofía del Derecho en el siglo xx, México, 1941.
- Wiese, FCE (Col. Grandes Sociólogos Modernos), México, 1943.
- Estudios de filosofía del Derecho, adiciones a la "Filosofía del Derecho”,de
Del Vecchio (apéndice sobre "El pensamiento filosófico, social, político y
jurídico en Hispanoamérica”), UTEHA, México, 1946.
- Lecciones de sociología, Porrúa, México, 1948.
- Nueva filosofía de la interpretación del Derecho, FCE, México, 1956.
- Tratado general de sociología, Porrúa, México, 1956 (5a edición, 1963).
- Jaratado general de filosofía del Derecho, Porrúa, México, 1959.
- Panorama del pensamiento jurídico en el siglo xx, 2 tomos, Porrúa, México,
1963.
XI. FRANCISCO AYALA: LA REFLEXIÓN SOCIOLÓGICA
AL NIVEL DEL HUMANISMO ESPAÑOL
6 Ibid., p. 237.
7 Tecnología y libertad, p. 115.
* Introducción a las ciencias sociales, p. 233.
Ayala todos los grandes problemas de nuestra época, de modo que en
cuanto escarbemos un poco en cualquiera de ellos en seguida veremos
surgir el fenómeno de la masificación. Sería interesante resumir la
caracterización que de la sociedad de masas y de sus problemas capi
tales hace Ayala en el libro antes citado, pero ello nos llevaría una
extensión excesiva, por lo que nos vemos obligados a remitir al lector
a la última parte de dicho libro. Esto no obsta para que dediquemos
alguna atención a varios de los problemas que en relación con la socie
dad de masas han preocupado principalmente a Ayala y a algunos de
los cuales ha dedicado monografías especiales, como ocurre con El
escritor en la sociedad de masas, uno de sus estudios más finos e inteli
gentes. Por lo demás debemos hacer notar que en este tipo de ensayos
Ayala logra una clarividencia y una capacidad de seducción de que
adolecen sus tratados y ensayos largos, y ello debido probablemente a
que se trata del género literario ideal para aunar su perspectiva inte
lectual con su gracia literaria.
El ensayo sobre El escritor en la sociedad de masas se plantea, en
principio, de un modo subjetivo y después con alcance general, el tema
de “la función que le incumbe al intelectual en la sociedad actual y res
ponsabilidad que pueda caberle en sus desastres y trastornos". Se pre
gunta Ayala en la primera página del ensayo: “¿Para quién escribimos
nosotros? Yo, español en América, ¿para quién escribo?"9, planteándo
se seguidamente el tema de la emigración española hacia América a
consecuencia de la guerra civil. Las precisiones en tom o al tema de
dicha emigración y de las consecuencias que tuvo sobre el escritor, así
como del papel de catalizador moral que la guerra española tuvo para
el Occidente, están llenas de agudeza y de interés. Sin embargo, la con
clusión es que, por malas que sean las condiciones del español emi
grado, no mucho mejores son las de otros escritores aun en sus propios
países. "Si -concluye Ayala-, bien mirado, las interdicciones que pesan
sobre el escritor español en exilio no le son peculiares; menores que las
sufridas por sus colegas en España, pesan también sobre todos los
demás escritores. Pues -bien m irado- todos los escritores viven hoy en
exilio, donde quiera que vivan”10. Y puesto que la situación del escritor
es un caos en el que apenas su voz se hace oír, tratemos sencillamente
de dar testimonio del presente, orientando la existencia humana hacia
una restaurada dignidad del hombre. Así, dice: “Pues si nos pregunta
- El problema del liberalismo, México, 1941 (2a edición ampliada, San Juan de
Puerto Rico).
- Oppenheimer, México, 1942.
- Razón del mundo, Buenos Aires, 1944 (2a edición ampliada, Veracruz, 1962).
- Histrionismo y representación, Buenos Aires, 1944.
- Tratado de sociología, 3 tomos, Buenos Aires, 1947 (2a y 3a edición,
1 tomo, Aguilar, Madrid, 1959).
- Introducción a las ciencias sociales, Aguilar, Madrid, 1952.
- El escritor en la sociedad de masas, México, 1955 (2a edición, Buenos Aires,
1958).
- La crisis actual de la enseñanza, Buenos Aires, 1958.
- Tecnología y libertad, Taurus, Madrid, 1959.
- Experiencia e invención, Taurus, Madrid, 1960.
- España, a la fecha, Sur, Buenos Aires, 1965.
- Reflexiones sobre la estructura narrativa, Madrid, 1970.
- Hoy ya es ayer, Madrid, 1972.
- La novela: Galdós y Unamuno, Barcelona, 1974.
- La imagen de España, Madrid, 1986.
- Mi cuarto a espadas, Madrid, 1988.
- Recuerdos y olvidos, 3 vols., Madrid, 1988.
- El escritor en su siglo, Madrid, 1990.
- El tiempo y yo, o El mundo a la espalda, Madrid, 1992.
TERCERA PARTE
SOCIALISMO Y MARXISMO
D esde que en 1894 Miguel de Unamuno ingresa en el Partido Socia
lista se produjo una tendencia entre intelectuales españoles caracterizada
por su aproximación al socialismo. Se dice que Ortega y Gasset también
militó en el partido, aunque yo no he podido comprobarlo. Es cierto,
desde luego, que Jaime Vera ya ocupó un importante lugar dentro del
mismo, pero la realidad es que hasta que no se produjo en 1909 la con
junción republicano-socialista dicha aproximación no tuvo una impor
tancia significativa. Es a partir de entonces cuando solicitan el ingreso en
el PSOE gentes como Julián Besteiro, Luis Araquistain, Manuel Núñez de
Arenas, Andrés Ovejero y Maury, Femando de los Ríos, Leopoldo E.
Palacios, Adolfo Álvarez Buylla, Francisco Bemis, Ramón Carande,
Leopoldo Alas (el hijo de Clarín), José Verdes Montenegro... Es obvio que
no todos tuvieron la misma importancia desde el punto de vista intelec
tual y desde luego no todos pasaron al exilio tras la guerra civil. Es evi
dente que tampoco podemos ocupamos aquí de Julián Besteiro, por sig
nificativa que fuera su dedicación filosófica, puesto que Besteiro no per
tenece al exilio; es sabido que decidió quedarse en España, tras la victo
ria de Franco, para correr la misma suerte del pueblo que políticamente
representaba, muriendo en la cárcel de Carmona (Sevilla) en 1940.
2. Luis Araquistain
El caso de Araquistain representa una aproximación periodística, ale
jada de la eminente preocupación teórica de De los Ríos, pero como
hombre inteligente y de gran formación es interesante tenerle aquí en
cuenta, puesto que tuvo participación activa eminente en la historia del
socialismo español.
Luis Araquistain (Bárcena de Pie de Concha, Santander, 1886-Gi
nebra, 1959) tenía una formación náutica, aunque nunca ejerció la
profesión de marino, dedicándose sobre todo al periodismo y en oca
siones puntuales, pero importantes, a la política.
La mayor parte de sus libros fueron antes colaboraciones en prensa;
su firma aparecerá en publicaciones como La Mañana, El Mundo, El
Liberal, El Sol, La Voz, Claridad, habiendo sido director de la revista
España, durante la segunda década del siglo, y de Leviatán, durante la
tercera. En Argentina estuvo poco tiempo; enseguida regresó a España,
pero su actividad periodística le obligaba a viajar frecuentemente: pasó
temporadas en Londres, París, Berlín, aunque su residencia habitual
fue siempre Madrid, por lo menos hasta su marcha al exilio; durante
éste permaneció en París y en Londres (donde trabajó para la BBC) y
finalmente se retiró a Ginebra, desde donde continuó sus colaboracio
nes en periódicos hispanoamericanos.
En los años de la II República, Araquistain estuvo muy ligado a
Largo Caballero, ocupando el puesto de subsecretario del ministerio de
Trabajo y Previsión Social cuando aquél ocupó esa cartera. Entre
febrero de 1932 y mayo de 1933, Araquistain fue embajador en Berlín,
quedando muy impresionado por la ascensión del nazismo, que le llevó
a radicalizar su postura en España, fundando en mayo de 1934 la revis
ta Leviatán, de honda influencia en el proceso de radicalización socia
lista. Entre septiembre de 1936 y mayo del año siguiente: Araquistain
fue embajador en París; al regreso a España siguió la línea caballeris-
ta que había mantenido anteriormente, oponiéndose a la política de
Juan Negrín.
La obra de Araquistain tuvo su expresión en géneros muy diferentes.
Escribió novelas como Las columnas de Hércules (1921), El archipiéla
go maravilloso (1923) y La vuelta del muerto (1924); dramas como El
rodeo (1925) y El coloso de arcilla (1925); y libros de viaje como La revo
lución mejicana (1929) y La agonía antillana (1928). Pero destaca su
labor de ensayista político con títulos como los siguientes: Entre la gue
rra y la revolución (1917), España en el crisol (1920), El arca de Noé
(1926), El ocaso de un régimen (1930), El pensamiento español contem
poráneo (1962)...
Aunque Araquistain siguió muy de cerca las circunstancias políticas
de cada momento, llevándole a un continuo vaivén en su pensamiento,
no deja de percibirse en éste una coherencia muy notable que mantie
ne su evolución intelectual dentro de unas coordenadas inalterables
desde sus primeras formulaciones juveniles hasta el final de su vida. De
acuerdo con el planteamiento de la generación del 14, a la que perte
necía, Araquistain participaba del "regeneracionismo” común a todos
sus miembros. Era un programa reformista de modernización españo
la, capitaneado por el partido socialista para plasmar en la sociedad los
ideales de una revolución burguesa que en España no había tenido
lugar. Las categorías de análisis histórico-político se mueven también
en esa misma línea de inspiración costista, muy alejada, por tanto, de
cualquier orientación marxista. Cuando Araquistain publica su libro
más importante de la primera época -España en el crisol (1920)-, el eje
del análisis recae sobre los planteamientos de una "Psicología de los
pueblos" (Vólkerpsychologie), de la que intelectualmente era amplia
mente deudor, como lo prueba el capítulo central del libro, titulado “un
ensayo de patología del alma española", donde predica como salvación
una reforma del carácter.
"Nuestra política -dice-, la única política que puede salvamos del
cansancio, del escepticismo, de la desesperación, debe ser una política
de caracteres, de exaltación de los caracteres más nobles, de recusación
de los más pequeños y abyectos. Más que por sus ideas, que de ordina
rio son de aluvión e insinceras, habremos de juzgar a nuestros políticos
por el grado de universalidad de su conciencia, por la magnitud de su
espíritu público. Los programas nos pueden importar poco -¿qué polí
tico, por indocto que sea, no tiene en sus manos, o en las de sus secre
tarios, el ofrecemos la más dichosa de las utopías?-; lo que debe impor
tamos son los caracteres. Todo el problema español, esencialmente, se
reduce a rehacer el carácter de nuestros hombres, a lograr que rebase
las bardas domésticas y adquiera sensibilidad para las grandes emocio
nes del mundo. Todas las demás virtudes nos serán dadas de aña
didura...". “En un ensayo sobre el carácter, decía uno de los grandes
moralistas modernos, Emerson, que los hombres de carácter son la
conciencia de la sociedad a que pertenecen. Enriquezcamos la con
ciencia de España, esto es, contribuyamos a aumentar el número de
hombres de alto carácter, de móviles generosos y espíritu universal"10.
De acuerdo con este planteamiento, el "problema de España” es el de
la decadencia moral del tipo humano español, el cual sólo podrá rege
nerarse mediante una acción socialista que realice las promesas incum
plidas de la revolución burguesa. Se pregunta por los partidos políticos
que pueden llevar a cabo esa tarea; he aquí la pregunta y la contestación:
“¿Qué partidos son posibles en España, capaces de un contenido ideoló
gico o emotivo que eleve y una a los hombres por encima de sus enco
nos y apetencias personales? Uno de estos partidos existe ya: tiene bien
echados sus cimientos, y su crecimiento y su eficacia son obra del tiem
po. Es el partido socialista. Los hombres que componen este partido no
son mejores ni peores que los demás, sino semejantes al resto, con aná
logas motivaciones y pasiones. Lo que los diferencia de los otros es la
común tarea de humanidad, el propósito colectivo, superior a todo fin y
discrepancias individuales. El socialismo, por encima de sus miembros,
incluso por encima de sus programas, demasiado limitados en relación
con su esencia espiritual, tiene por objeto un problema infinito de justi
cia: que todo hombre -como quería Kant- sea un fin en sí, como si todo
el universo convergiera teológicamente en él, y no un simple instrumen
to explotable en provecho de los demás”11. Este párrafo no puede ser más
ilustrativo de lo su pensamiento: "Humanidad y españolidad: un partido
que busque el engrandecimiento del hombre, hasta alcanzar al español
específico, y otro partido que busque la elevación categórica del espa
20 Los dos ensayos que componen el largo estudio pueden verse en la antología de
escritos de Araquistain publicados con el título de Marxismo y socialismo en España,
Barcelona, 1980.
Mayor enjundia tiene la polémica establecida con el comunista
Vicente Uribe, que rechaza toda posible colaboración entre la
República y el Socialismo para alcanzar la revolución, para defender
la vía comunista como único camino posible que conduzca a ella. La
controversia tiene su origen en un artículo de Araquistain -esta vez
aparecido en el semanario largocaballerista Claridad (núm. 3)- titula
do “Los socialistas y la revolución democrática”, donde defendía el
paralelismo entre la revolución soviética y la española; con mayor pro
fusión de argumentos volvió a defender su tesis Araquistain en
Leviatán con otro artículo titulado "Paralelo histórico de la revolución
rusa y la española”; decía allí entre otras cosas: "La sociedad española
y la rusa se parecían, con pequeñas variantes raciales, como una gota
de agua a otra. Y en ambas la burguesía era igualmente débil, indeci
sa, sin personalidad, sin grandes ambiciones económicas ni políticas,
más dispuestas a pactar con las clases tradicionales y a someterse a
su imperio que a dominarlas, como ha hecho en los demás países
europeos”21.
Además, existía también en ambos países una misma "estructura
feudal de la nación", así como una común inversión de capital extran
jero en la industria, lo que constituían estorbos para una liberación
nacional de carácter proletario. La diferencia estaba en que, en Rusia
teoría y praxis revolucionaria habían ido juntas, mientras que en
España “los profesionales de la inteligencia, con el pretexto de que la
revolución proletaria es difícil, problemática o imposible a corto plazo,
sirven, consciente o inconscientemente, a los poderes anturevolucio
narios”22. Era una alusión evidente a los catedráticos socialistas, pero
lo curioso es que -tras esa arremetida- Araquistain procede a una exal
tación de Pablo Iglesias como prototipo del líder marxista; por supues
to, mediante una acción revolucionaria en que el PSOE ocupe el pro
tagonismo que le corresponde. Así lo dice: "Sólo falta que el Partido
Socialista complete su proceso de unidad ideológica y revolucionaria y
que le secunden las organizaciones sindicales del proletariado. Si esto
se hace, las condiciones propicias para la revolución española serán
únicas en el mundo. No habrá más que esperar la ocasión precisa para
aprovecharlas. Porque hay que desengañarse: las posibilidades de esta
bilización de una República democrática en nuestro país son menores
cada día que pasa. La guerra civil en que vivimos no se resuelve con
21 Leviatán, n° 22, 1 de marzo de 1936.
22 Ibidem.
componendas parlamentarias. El dilema histórico es fascismo o socia
lismo, y sólo lo decidirá la violencia”23.
El seguimiento que hemos hecho de los planteamientos de la revis
ta creo que despejará toda duda sobre la incompatibilidad entre el
socialismo regeneracionista que siempre defendió Araquistain y
el intento de encuadrar el socialismo español dentro de un proyecto
revolucionario que tenía como molde la revolución bolchevique. Años
más tarde, desde el exilio Araquistain recuerda aquel proyecto con este
distanciado juicio: “Algunos amigos y yo marxistizamos un poco en la
revista Leviatán durante dos o tres años de la República, pero sin
entrar muy a fondo en el tema y más bien con el propósito de vulgari
zación”24. Precisamente, en el libro donde estampa esta frase -El pen
samiento español contemporáneo (1962)- incluye un ensayo con el títu
lo de “España ante la idea sociológica del Estado” visto -ahora como
entonces- bajo la óptica de la "Psicología de los pueblos”. Desde luego,
entendemos la perplejidad del lector que sin duda se estará preguntan
do cómo es posible que este "regeneracionista” irreductible apareciera
entre 1934 y 1936 siendo el más "bolchevista" de los escritores españo
les, pero después de lo dicho en estas páginas quizá la contradicción
pueda explicarse, aunque no entenderse.
23 Ibidem.
24 L. Araquistain, El pensamiento español contemporáneo, Buenos Aires, 1962;
>. 96.
Stammler, sobre el que publicará varios trabajos. En 1923 obtuvo la
cátedra de Derecho romano en Salamanca, pero la abandonó por
solidaridad con Unamuno, cuando éste fue separado de la docencia y
desterrado; posteriormente ocupó la misma cátedra en Barcelona.
Durante la guerra civil fue subsecretario de Instrucción Pública, desa
rrollando amplias campañas de divulgación cultural; al marchar al exi
lio vivió en Chile, pero sobre todo en México, país en el que pasó la
mayor parte de su vida. En 1976 regresó a España y se incorporó como
senador a las Cortes Constituyentes de 1978 por Asturias; cuatro años
después volvió a México y allí murió.
A partir de 1930 se orientó de forma definitiva hacia el marxismo,
campo en el que realizó una importante labor de difusión como direc
tor literario de Editorial Cénit, fundada en 1929 y famosa en los años
treinta por la edición de libros de orientación sociológica y revolucio
naria. Además, empieza ya entonces una labor de traducción de obras
del alemán, que continuará después con gran constancia en México. En
España traduce el Manifiesto comunista, que publicará precedido de
una “Introducción histórica”, donde sorprende la atención a las fuentes
originales, el conocimiento de la bibliografía sobre el tema, la utiliza
ción de la correspondencia Marx-Engels y la magnífica exposición del
pensamiento marxista; también en nuestro país publica la traducción
del primer tomo de El capital (1935), tarea que continuará después en
México, hasta dar a luz los tres tomos de la obra completa (FCE, 3 vols.,
México, 1946). El que iba a ser libro V de la obra, también ha sido tra
ducido por Roces en México y publicado por la misma editorial con el
título de Historia crítica de la teoría de la plusvalía (1945). Esta labor de
traducción se completa con las versiones al español de obras de Hegel,
Cassirer, Bloch, Lukács, Jaeger, y otros muchos.
Como he dicho antes, la celebración del centenario de la primera
edición de El Capital (1867-1967), que tuvo importante repercusión en
los medios universitarios mexicanos, fue la ocasión de que el interés
difuso por la obra de Marx se manifestase en actos concretos y adqui
riese caracteres inusitados. Wenceslao Roces publicó en Cuadernos
Americanos (núm. 6, 1967) un interesante trabajo titulado “En el cen
tenario de El capital”. Al mismo tiempo, en el curso académico 1966
67, José Gaos dedicó un seminario en El Colegio de México al primer
libro de El capital, pero lo más curioso no es eso, sino la simpatía con
que Gaos lo analiza y las conclusiones de solidaridad marxista a que
llega un hombre que se movió siempre entre las coordenadas del per
sonalismo filosófico. La lección de síntesis del seminario está publica
do en la revista Diálogos (núm. 19, 1968), con el título ya significativo
de "El juicio final del capitalismo”. Es un trabajo de gran interés, como
todos los del autor; allí dice Gaos, en el párrafo final: "Y así como el
manifiesto luterano fue el toque de rebato que anunció a la Cristiandad
medieval su disolución, el Comunista fue el que anunció a la moderna
sociedad burguesa la suya: porque la sociedad actual, y no se diga la
futura, dista de ser la sociedad burguesa cuya disolución anunció el
Manifiesto, aunque diste de ser también la concebida por Marx como
comunista finad; igual que de ser la Cristiandad reformada concebida
por Lutero ha distado la cristiana moderna y no se diga la moderna en
general. Pero la grandeza histórica de una obra humana no se compu
ta por un nunca dado ajuste de la historia ulterior a la obra, o a la his
toria anterior -imposible, pues, sería la detención de la historia-, sino
por el tamaño de la revolución impulsora de la historia ulterior a dife*
rencia de la anterior, es decir, impulsora de la historia misma".
Es evidente que hoy el proletariado ha desaparecido como clase
social explotada, habiéndose incorporado a los niveles de la clase media
en lo que se refiere a su capacidad de consumo y a su situación social;
otra cosa es que sigan existiendo injusticias sociales y desigualdades
insoportables, manifestados principalmente en la marginación y no
tanto en la explotación. El hecho es expresión clara de que la sociedad
denunciada por El capital ha desaparecido, habiéndonos abocado a
otra cosa con sus propios riesgos y su evidente capacidad de desafío.
El marxismo, con su inmensa capacidad de análisis y sus posibili
dades de penetración en las entrañas del cuerpo social, debe renovar
se. Eso es lo que hizo Adolfo Sánchez Vázquez, otro de los grandes
exiliados españoles, que publicará precisamente en 1967 un libro de
cisivo, pero su importancia es tan grande que requiere tratamiento
independiente en el próximo capítulo.
XIII. ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ:
UN MARXISMO CRÍTICO
N ota b io g r á f ic a d e A. S á n c h e z V á z q u e z
3 Sobre don Blas Zambrano está investigando desde hace tiempo el profesor José Luis
Mora; el estudio más completo es el titulado: «La educación como religión de la cultura:
el pensamiento de Blas y Zambrano» en Memoria Académica, Instituto Fe y Secularidad,
Madrid, 1995; pp. 12-23.
4 A la presencia de Segovia he dedicado un largo estudio con el título: "Segovia en los
orígenes intelectuales de María Zambrano”. Actas del II Congreso Internacional sobre la
vida y obras de María Zambrano, Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga, 1998.
5 Y añade así al final del artículo: “Y entre las causas que puedan traer esa paz, campo
neutral de la humanidad, donde cada hombre pueda vencer, racionalmente, a sus inter
nos enemigos y sobreponerse a las fuerzas naturales ; entre las causas que puedan traer
tiendo de una noción de la política como “voluntad de reforma", enca
minada hacia una meditación del liberalismo por la que trata de lle
varle a sus últimas consecuencias. Los postulados espirituales del libe
ralismo -viene a decim os- no pueden realizarse en un régimen de eco
nomía liberal; por ello la adhesión al liberalismo y a sus valores cultu
rales no lleva inequívocamente a una democracia económica. Demo
cracia económica, sí; para salvar la libertad espiritual de los hombres,
puesto que, de otro modo, la economía liberal ha de llevamos a un
capitalismo, donde la jerarquía de los capitales se imponga sobre la
jerarquía de las almas. El nuevo liberalismo que así se nos propone lo
es de tipo cultural y se nos presenta como una alternativa al peligro del
materialismo que nos traería inevitablemente una economía capitalis
ta; "reconozcamos la esclavitud económica y no nos importe ser escla
vos de la necesidad -que bajo una u otra forma siempre ha de pesar
sobre nosotros- para ser libres en nuestro orbe propio", nos dice en
una de las últimas páginas6.
Pero no podemos seguir ya el camino que nos hemos propuesto sin
hablar de la segunda de las grandes influencias intelectuales de María
Zambrano; se trata de su maestro, José Ortega y Gasset, que práctica
mente determinó la dirección definitiva de su espíritu hacia la filosofía.
Es cierto que nuestra autora siguió el itinerario de la razón vital, aun
que interpretado de una manera sui generis; pero la influencia orte
guiana se da en ella de una manera difusa e impalpable, a la manera
como es absorbida por los buenos discípulos la enseñanza del maestro.
Se trata de un aire, un estilo, recogido en el contacto personal y diario,
que es reconocido a primera vista por todos, sin que sea posible descri
birlo ni analizarlo de modo exacto. Este fenómeno ha sido descrito por
la misma María Zambrano en uno de sus ensayos más perspicaces; nos
dice así en las primeras líneas: “Pocas tareas tan difíciles como la de
hablar del pensamiento de un maestro. El pensamiento de un maestro,
aunque sea de Filosofía, es un aspecto casi imposible de separar de su
presencia viviente. Porque el maestro, antes que alguien que enseña
algo, es un alguien ante el cual nos hemos sentido vivir en esa específi
ca relación que proviene tan sólo del valor intelectual. La acción del
23 Ibid., p. 24.
24 Ibid., p. 32.
cualquier manifestación de lo divino, es quizá en su actitud ante el
futuro. María Zambrano distingue entre porvenir y futuro; aquél es la
mañana previsible, y en cuanto tal es presente; el futuro, por el con
trario, es totalmente desconocido, con lo que entra en el reino de la
esperanza ilimitada, de lo infinito y, en definitiva, de lo intemporal o
supratemporal, puesto que la temporalidad pierde aquí su carácter
relativo para hacerse absoluta. El futuro -nos dice- es nuestro dios des
conocido, puesto que Dios es aquello a que se sacrifica, y no hay sacri
ficio que el hombre de hoy no deje de hacer al futuro. "Implacable exi
gencia -escribe textualmente- que se hace sentir sobre cada hombre,
ésta de vivir en vista al futuro. El proyecto histórico, el régimen social
y político que se realizará en el futuro y sólo en el futuro. Y aun en la
valoración de las edades, la absoluta prelación del niño que no más lle
gue a ser hombre será presa de la misma exigencia, la confianza y cré
dito concedido ilimitadamente al joven que cuando llegue a madurar,
a ofrecer el fruto de su promesa, será evaluado, desatendido en prove
cho del nuevo joven, a quien sucederá lo mismo. El futuro, dios desco
nocido, se comporta como una deidad que exige implacablemente y sin
saciarse que le sea entregado el fruto que va a madurar, el grano logra
do; ese instante de calma, la paz de una hora, lo que en la vida huma
na puede darse de tensión; ese presente que es el tiempo propio de la
vida en paz”25.
En esta vuelta a la edad del sacrificio, en que todo se ofrece en aras
del futuro y del Estado, María Zambrano propone un “saber sacrificar
y sacrificarse, que es la suprema sabiduría del hombre”, y su pensa
miento va dirigido como una acción liberadora de tales dioses insacia
bles. "Y es difícil -dice- una filosofía que nos libre de la tiranía del hom
bre al par que nos lo haga asequible; es difícil, pero es indispensable"26.
En esta dirección está inscrito el libro que comentamos, en el que fren
te a la historia hecha ídolo, la autora se adentra sin temor en ella, según
dice en páginas introductorias, “como el criminal vencido suele hacer
volviendo al lugar del crimen; como el hombre que ha perdido la felici
dad hace también, si encuentra el valor: volver la vista atrás, revivir su
pasado a ver si sorprende el instante en que se rompió la dicha”27.
En esta misma dirección, las páginas dedicadas a la piedad, como
"un saber tratar adecuadamente con lo otro", representan uno de los
25 Ibid., p. 283.
26 Ibid., p. 283.
27 Ibid., p. 17.
grandes aciertos de esta obra. La piedad se refiere siempre al trato de
algo o alguien que no está en nuestro mismo plano vital: un dios, un
animal, una planta o algo incluso que está más allá de los linderos del
ser. Esta última posibilidad es la que plantea el problema filosófico de
la piedad: ¿está su saber dentro de la lógica?, ¿pertenece el mismo al
territorio del logos? María Zambrano, tras dedicar páginas acertadísi
mas a la situación en la Grecia socrática, llega a la conclusión de que
la verdadera solución al conflicto entre la piedad antigua y la filosofía
del ser está en el estoicismo, única forma posible de la piedad desde el
ser y, por tanto, de la persistencia del mundo sagrado en la zona del ser
y del pensamiento. El ensayo “Antígona, figura de la conciencia y de la
piedad”, publicado en la revista Orígenes de La Habana, es muy ilumi
nador a este respecto.
Pero no ha sido sólo en la investigación religiosa donde el método de
la razón poética ha manifestado su fecundidad; tanto como en este
campo, en el esclarecimiento de lo español, su historia y su sentido, la
peculiaridad del pensamiento de María Zambrano ha revelado aspec
tos muy importantes. En esta línea su libro fundamental es Pensa
miento y poesía en la vida española, una serie de tres conferencias pro
nunciadas en La Casa de España en México, cuando la guerra civil aún
no había terminado.
El amor a España y el deseo de penetrar su esencia se respiran en
este libro, cuyas páginas arden de pasión, sin que la duda -elemento
esencial de toda pasión- deje de asomar aquí o allá: “¿Es que se irá a
convertir España para los españoles en tema de hispanismo? ¿Es que
el afán de conocerla se originará de que no la hemos sabido hacer?
Todo es posible, pero mi actitud no es esa; muy al contrario, si siento
tiránicamente la necesidad de esclarecimiento de la realidad, es porque
creo que continuará existiendo íntegramente en espera de alcanzar, al
fin, la forma que le sea adecuada; porque espero que España puede ser,
es ya, un germen, aunque en el peor de los casos este germen no fruc
tifique dentro de sí mismo. Porque al fin, la dispersión puede ser la
manera como se entregue al mundo la esencia de lo español”.28
Pues bien: en esta actitud apasionada, María Zambrano se enfrenta
con el problema planteado por la crisis del racionalismo europeo,
donde echa de ver cómo a la soberbia de la razón ha sustituido la
soberbia de la vida. Un pensamiento humilde y verdaderamente crea
dor no tiene más remedio que corregir ambos errores y dar paso al
28 Pensamiento y poesía en la vida española, p. XI.
tiempo, es decir, a la historia y, con ella, a la poesía. En esta tesitura de
la trayectoria filosófica, se pregunta por el papel de España, llegando a
concluir que muy bien pudiera ser "el tesoro virginal dejado atrás en la
crisis del racionalismo europeo”. “España -escribe- no ha gozado con
plenitud de ese poderío, de ese horizonte. Se nos ha echado en cara
muchas veces nuestra pobretería filosófica, y así es, si por filosofía se
entiende los grandes sistemas. Mas de nuestra pobretería saldrá nues
tra riqueza".29
Las páginas dedicadas al examen del pensamiento español insisten
en el hecho diferencial más importante con respecto al resto del pen
samiento europeo: la falta absoluta de grandes sistemas filosóficos.
“España no produce sistemas filosóficos; entre nuestras maravillosas
catedrales, ninguna de conceptos; entre tanto formidable castillo de
nuestra Castilla, ninguno de pensamientos”30. Y puesta a indagar en la
causa de hecho tan peculiar, llega a la conclusión de que de los dos
ingredientes -admiración y violencia- que entran en el origen de la
filosofía, a los españoles nos ha faltado el segundo. Pero no por falta de
genio arquitectónico ni poder de construcción; en el orden político, por
ejemplo, fuimos los creadores del Estado moderno, y en muchos otros
campos hemos sabido aplicar la violencia a una tarea de ordenación y
congregación de materiales diversos. Sólo en el terreno del pensa
miento parece que la violencia nos ha faltado, dejándonos vencer siem
pre del lado de la admiración, lo cual encontraría su raíz última en lo
que María Zambrano ha llamado “realismo español", una forma de
estar plantado en la existencia cuyas notas principales serán el predo
minio de lo espontáneo y lo inmediato, por un lado, y el afán de no
renunciar a nada, de aceptarlo todo, por otro.
En el ámbito del conocimiento, este “realismo español" no es otra
cosa que un estar enamorado del mundo, prendido en él, sin poderse
desligar, lo que hace imposible no ya el sistema, sino casi la abstrac
ción y la objetividad. El pensamiento español al ser un pensamiento
ausente de violencia y, por tanto, no complicado con ningún querer, se
ha manifestado bajo los caracteres de popularidad y de dispersión.
Este realismo español ha sido, pues, un saber popular, y cuyas raíces
con lo popular jamás han sido cortadas en España, en una mutua inter
acción que no se ha visto en ningún otro país ni en ninguna otra cul
tura. Pero, al mismo tiempo, al ser un saber disperso, extendido, se da
29 Ibid., p. 26.
30 Ibid., p. 30.
en formas de conocimiento -novela y, sobre todo, poesía- que le son
propias. La interpretación de nuestra literatura, al carecer de un pen
samiento filosófico sistemático, es imprescindible para calar en la
esencia no ya del pensar español, sino de la vida española entera. Y de
aquí la importante función que a la razón poética le está encomenda
da en semejante tarea.
En la vía del conocimiento poético es, pues, posible que España
preste una nueva aportación al mundo de la cultura, ya que fue inso
bornable frente al racionalismo. “Es conmovedor -nos dice María
Zambrano- ver la situación de España, su helada castidad frente a la
audacia del conocimiento europeo en su época de brillo, en los
momentos en que imperialmente llegaba a todo, lo abarcaba todo.
España siguió, recogida en sí misma, pobretona, al margen de tanta
magnificencia”.31 Pues bien: de este fracaso de esta noble cultura del
fracaso, quizá por haber ido más allá de su época, es posible que surja
hoy la ciencia -tan necesaria en estos momentos críticos- de la inte
gridad del hombre. Pero al menos, lo que queda en el fracaso, lo gana
do a pesar del fracaso y por el fracaso, eso es algo que ya nadie nos
puede arrebatar.
Una indagación profunda acerca de esa peculiaridad del español
refractario a todo intento de teorización sistemática lleva a nuestro
filósofo a enfrentarse con la cuestión del querer español y del estoicis
mo español, íntimamente conexo con aquélla. La peculiar actitud del
español ante la voluntad que se convierte o en afirmación pura -volun
tarism o- o en negación pura -quietismo-, dejando a medio camino la
voluntad estoica, que es en el fondo un suicidio de la voluntad. El estoi
cismo, que detiene su pensamiento en la muerte, paralizando así toda
actividad para la vida, ha sido quizá lo más característico del pensa
miento y la vida española; en él posiblemente está la razón del ensimis
mamiento español desde la Edad Moderna, de ese aislamiento, de esa
cerrazón a la marcha del mundo, a la historia, que es una forma de sui
cidio. En todo caso, no deja de ser sintomático el hecho que cita la
autora: a la hora en que el poeta sevillano de la Epístola moral a Fabio
meditaba, con la obsesión de muerte secular en nuestro pueblo, sobre
la vanidad de la vida y de la acción, en Europa un Descartes había ya
pensado el Discurso del método y muy pronto Leibniz y Newton iban a
poner las bases de la nueva física matemática. “España -term ina la
autora- cada vez se vuelve más de espaldas a todo esto, hay quien dice
que embebida en la tremenda empresa de la Contrarreforma. Pero tal
vez, envuelta en el estoicismo, prisionera de una meditación de la
muerte".32
Por último, sin poder ya tocar muchos de los interesantes temas a
que María Zambrano dedica su atención, nos limitaremos a enfatizar
el carácter de transfiguración de la realidad española que logra con su
método de la razón poética. Sin duda, que ha de influir aquí su situa
ción de exiliada con la peculiar nostalgia que ello ha de prestar a su
visión de lo español. No creemos, sin embargo, que ello la conduzca a
una deformación de la realidad, sino, por el contrario, a una penetra
ción más fina de los asuntos que trata, bajo cuya pluma parecen lograr,
más que claridad, transparencia. Es éste un aspecto que entronca con
las últimas investigaciones de María Zambrano sobre el sueño y la vida,
y muy especialmente el sueño creador, donde éste nos descubre reali
dades que habían de permanecer veladas a una conciencia en vigilia.
La filosofía de la razón poética se hace así consciente de sí misma en
el magnífico libro El sueño creador, cuyos nueve primeros capítulos son
una "teoría de los sueños” muy personal e interesante. Se trata de un
análisis de los sueños desde su forma y no desde su contenido, como
es lo habitual, lo cual permite a la autora llegar a una serie de con
clusiones. María Zambrano entiende la "forma-sueño" como un abso-
lutizarse de la vida que puede darse tanto cuando dormimos como
cuando estamos despiertos; quizá lo más característico de ellos sea la
reducción del espacio a simple pantalla y su atemporalidad. El espacio
pierde en el sueño su tercera dimensión, dejando de ser el lugar natu
ral de los cuerpos, convirtiéndose en algo lleno y sin poros, mientras el
tiempo desaparece por completo, y con él, la libertad y la realidad, a la
vez que adquieren frecuentemente un carácter figurativo y liberador.
María Zambrano distingue dos tipos de sueños: los de la psique o
aquellos en los que el sujeto es pasivo y los sueños en que interviene la
persona. Pero quizá lo más característico del sueño, cualquiera que sea
su contenido, es el ser germen de la creación por la palabra, ya que la
máxima certidumbre es la del “despertarse con palabra”. "De donde
la necesidad -escribe- de decir algo, por trivial que sea, cuando uno se
despierta, y que por triviales que sean , estas primeras palabras dichas
al despertar arrancan del impulso de presentarse ante la luz, de salu
dar al día”33. La palabra, que tiene su origen en el sueño, no es, sin
32 Ibid., pp. 135-136.
33 Ei sueño creador, p. 63.
embargo, nunca sueño, ya que "la palabra se da en la realidad y ante
ella como un acto, el más real del sujeto, situado plenamente, por
tanto, en el tiempo y en la libertad”34.
La trascendencia propia de los sueños encuentra, pues, para cum
plirse el camino de la creación por la palabra, al que María Zambrano
se ha mantenido especialmente fiel en toda su obra. Esta se dirige así
a descifrar imágenes oníricas o historias soñadas, no a analizarlas.
"Analizarla -dice- es someterla a la conciencia despierta que se
defiende de ella; enfrentar dos mundos separados de antemano.
Descifrarla, por el contrario, es conducirla a la claridad de la concien
cia y de la razón, acompañándola desde el sombrío lugar, desde el
infierno atemporal donde yace. Lo que sólo puede suceder si la clari
dad proviene de una razón que la acepta porque tiene lugar para
albergarla: razón amplia y total, razón poética que es, al par, metafí
sica y religiosa"35.
Esta "razón poética" en marcha es lo que constituye lo que ella
misma ha llamado “legitimidad poética del soñar", que no es sino una
justificación clarísima de su filosofía, de esa transfiguración de la rea
lidad en la que se nos revelan sus secretos más profundos. Veamos
ahora algunos casos concretos de esta revelación.
En el ensayo “Ortega y Gasset, filósofo español", por ejemplo, donde
con una sutileza y belleza poco comunes nos hace ver la profunda uni
dad de vocación que tal epíteto supone en Ortega, se expresa así: “Pues
en aquella hora de su salida al mundo parecía casi imposible ser espa
ñol y ser filósofo; ser filósofo por ser y para ser español. La más quijo
tesca por ser la más inédita de las hazañas; y por no parecerlo, por
parecer lo contrario; el programa que podría trazarse Don Quijote si,
vuelto cuerdo, hubiese escapado a la muerte. Por eso, lo que hubiera
proyectado Don Quijote después de su entrada en la razón, ¿no sería lo
más quijotesco?, pues seguiría teniendo en contra ‘todo lo que tenía’,
mas sin compasión, y aun se arriesgaría a perder a Sancho, que ya era
‘filósofo a su modo' ”36.
En la evocación de las ciudades españolas, María Zambrano llega a
una clarividencia semejante. Cuando, por ejemplo, nos habla de
Misericordia nos dice que es "la novela de Madrid: de la claridad de su
luz, de su aire, de su horizonte abierto. Y más aún, de ese claro miste
34 Ibid., p. 70.
35 Ibid., p. 80.
36 España, sueño v verdad, E d h a s a , Barcelona, 1965, p . 99.
rioso que en él alienta y que hace que se ofrezca como ninguna otra
ciudad con una tan pura presencia, que apenas necesita de nada,
donde la belleza brota por sí misma, una belleza que no se erige ni se
manifiesta aparte; un claro misterio que vivifica. A esa luz, a ese alto
cielo, a esa clara vida que hizo de ella el lugar de Misericordia, vayan
estas páginas como humilde homenaje", dice en la introducción de
La novela de Galdós (Taurus, Madrid, 1959). Y aún más inspiradas son
las páginas que dedica a Segovia, en las cuales puede leerse, entre otros
párrafos llenos de genuino encanto. “No cae la luz en Segovia; la ciu
dad toda se alza hasta ella, la alcanza en su crecimiento hasta llegar al
nivel en que esa luz se da. No la persigue como Toledo, ni está a punto
de abrasarse en ella como Cuenca, ni de desleírse en ella como
Granada. Entra en el nivel de la luz simplemente, como si hubiera sido
plantada, como esos árboles que crecen hasta que la encuentran y allí
se quedan, sin avidez ni esfuerzo; temblando, eso sí”37.
Y creemos que bastan como ejemplo estas citas, en sustitución de
otras muchas sobre figuras o temas españoles en que la capacidad
de transfiguración poética de María Zambrano queda bien probada;
las páginas dedicadas a Cervantes38, Don Quijote39, Dulcinea40, Unamu
no41, Emilio Prados42 y otros muchos serían otras tantas pruebas. Y
quede bien claro que dicha transfiguración no supone ninguna ideali
zación; es un modo de calar en zonas frecuentemente ocultas y de
lograr transparencias difíciles. Aquí, como en otros casos, el amor no
quita, pone conocimiento.
44 “El poeta y la muerte. Emilio Prados", España, sueño y verdad, Edhasa, Barcelona,
1965; p. 168.
45 Publicado en Asomante, San Juan de Puerto Rico, Vol. 23, octubre-diciembre, 1967.
Zambrano para recuperarse a sí misma como pensadora de una "razón
poética” que se hace acreedora de un "espacio vital” propio.
A partir de esa experiencia biográfica Zambrano inicia una filosofía
que constituye un verdadero acercamiento a la mística. Juan Femando
Ortega Muñoz ha hablado del marco órfico-pitagórico de su pensamien
to46 y José Ángel Valente no duda en llamarla "metafísica del éxtasis"47.
A ese “espacio vital” propio al que antes me refería llega María Zam
brano desde aquel "saber sobre el alma” de que nos habló en los oríge
nes intelectuales de su pensamiento, dentro del cual adquiere primacía
una “metáfora del corazón”, que hace de éste lugar privilegiado de la
filosofía. Es curioso que la expresión aparece ya en 194448, aunque sólo
en Claros del bosque se convierte en el eje de toda la obra, constituyen
do el saber del corazón y sobre el corazón en centro humano y cósmico
por excelencia, como supo ver la civilización azteca. Por eso dice que
“es la condición del corazón como centro, en tanto que centro, la que
determina, y hace surgir los centros que brillan iluminando, que si se
refieren a la llamada realidad exterior o mundo, se reflejan en centros
interiores y se sostienen sobre ellos. Ya que nada de afuera, nada de otro
mundo o más allá del mundo que sea, deja de estar sostenido por el
humano corazón, punto donde llega la realidad múltiple donde se pesa
y se mide en impensable cálculo, a imagen del cálculo creador del uni
verso. 'Dios calculando hizo el mundo', nos dice Leibniz. Si el universo
es de hechura divina, al hombre toca sostenerla. Y así ha de ser su cora
zón vaso de inmensidad y punto invulnerable de la balanza”49.
La función de eje vital de todo pensamiento y de toda acción que
tiene el corazón queda aún más patente al final del capítulo, don
de dice: “Todo pasa por el corazón y todo lo hace pasar. Mas algo ha de
pasar en él que no se vaya con el río de la vida y del tiempo que cono
cemos. Algo ha de ir haciéndose escondidamente en esa su oscuridad,
que siguiendo la paradoja de la ley que lo rige, habría de ser algo invul
nerable y luminoso. Y así cuando en un instante se quede del todo
quieto se abrirá al par, dándose entero. Es lo que sueña. Como todo lo
encerrado, sueña el corazón con escaparse, como todo lo encadenado,
O b r a s d e M a r ía Z a m b r a n o
Horizonte del liberalismo, Javier Morata, editor, Madrid, 1930.
Los intelectuales en el drama de España, Panorama, Santiago de Chile, 1937.
Pensamiento y poesía en la vida española, FCE, México, 1939.
El freudismo, testimonio del hombre actual, La Verónica, La Habana, 1940.
La Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor), La
Verónica, La Habana, 1940.
La confesión, género literario y método, Luminar, México, 1943.
El pensamiento vivo de Séneca, Losada, Buenos Aires, 1944.
La agonía de Europa, Sudamericana, Buenos Aires, 1945.
Hacia un saber sobre el alma, Losada, Buenos Aires, 1950.
El hombre y lo divino, FCE, México, 1955.
Persona y democracia, Ministerio de Instrucción Pública, Puerto Rico, 1958.
La España de Galdós, Taurus, Madrid, 1960.
España, sueño y verdad, E d h a s a , Barcelona, 1965.
El sueño creador, Universidad Veracruzana, México, 1965.
La tumba de Antígona, Siglo xxi, México, 1967.
Claros del bosque, Seix Barral, Barcelona, 1977.
El nacimiento (dos escritos autobiográficos), Entregas de la Ventura, Madrid,
1981.
Andalucía, sueño y realidad, Ediciones Andaluzas Unidas, Granada, 1984.
De la Aurora, Tumer, Madrid, 1986.
Senderos, Anthropos, Barcelona, 1986.
Notas de un método, Mondadori, Madrid, 1989.
Delirio y destino, Mondadori, Madrid, 1989.
Para una historia de la piedad, Torre de las Palomas, Málaga, Madrid, 1989.
Algunos lugares de la pintura, Espasa Calpe, Madrid, 1989.
Los bienaventurados, Siruela, Madrid, 1990.
El parpadeo de la luz, Rayuela, Málaga, 1991.
Los sueños y el tiempo, Siruela, Madrid, 1992.
La confesión. Género literario, Siruela, Madrid, 1995.
- La Cuba secreta y otros ensayos, Endymión, Madrid, 1996.
Una relación completa de los ensayos y artículos publicados en revistas, dia
rios y publicaciones periódicas por María Zambrano es hoy inexistente. Quizá
la más próxima a ese ideal sea la publicada por Juan Femando Ortega Muñoz
en Jabea, tercer trimestre, 1989. Una primera aproximación puede tenerla el lec
tor en la recogida por Jesús Moreno Sanz en su antología, La razón en la som
bra, Ediciones Siruela, Madrid, 1993, donde también encontrará una aproxi
mación sistemática a algunos de los textos más importantes de la filósofa, así
como de los prólogos que puso a muchos libros. El investigador debe recurrir a
los fondos de la Fundación María Zambrano, en Vélez-Málaga.
XV. JUAN LARREA:
UNA NUEVA CONCEPCIÓN DE LA CULTURA
6 Ibid., p. 230.
7 José Gaos, "Juan Larrea: Rendición del Espíritu", en Pensamiento de lengua espa
ñola, De. Stylo, México, 1945, p. 348.
sí, en un lenguaje”8. La lejana intuición de 1943 no ha hecho sino con
firmarse en los escritos posteriores de Larrea, especialmente en La
espada de la paloma (1956), en Razón de ser, o en algún escrito ya de por
sí de título tan significativo como Teleología de la cultura (1965). En su
último libro -César Vallejo y el surrealismo- este punto de vista aparece
ya totalmente depurado; en él sostiene que la historia del hombre ha
venido cumpliendo fines universales ignorados por los individuos y
pueblos particulares, al perseguir sus fines inmediatos. Sin embargo,
ocultos bajo esos fines particulares, la imaginación poética puede
encontrar el subterráneo sentido teleológico a que todos ellos están
ordenados. "Los fenómenos -dice- en que vivimos intrincados son téc
nicamente susceptibles de encerrar un sentido distinto al que les atri
buye la perspectiva de nuestra conciencia a ras de tierra, antropocen-
trada en un islote perdido en el inmenso océano de Sombras"9. Así apa
rece un fin universal diferente a los fines individuales de los hombres
y las multitudes concretas que los viven de acuerdo con las pautas e
intereses del momento, sin percatarse de su sentido teleológico tras
cendental10.
Sobre la base de estos planteamientos iniciales se va a levantar un
grandioso edificio de filosofía de la historia que culminará más tarde
en una filosofía social y una metafísica, que toma la forma de una iné
8 Juan Larrea, Bendición del Espíritu, 2 Vols., México. 1943, vol. II, p. 117.
9 César Vallejo y el surrealismo, p. 222.
10 Solamente en cierto momento de su discurso hace una disgresión sobre este punto,
y en la cual entre otras cosas dice: “Habrá extrañado a más de un lector que en los ante
riores capítulos se hayan tomado las leyendas paganas o cristianas al pie de la letra, sin
crítica ni reserva de ninguna especie, como si realmente respondieran a una verdadera
existencia histórica. Si bien se mira no han sido, sin embargo, tomadas así. Ni se admite
ni se deja de admitir, por ejemplo, que la Virgen se apareciera a Santiago en Zaragoza,
donde este personaje probablemente jamás puso los pies. Ni se da .por cierto que en
Compostela estuviese el auténtico sepulcro de Santiago. Ni la realidad de Hércules. Ni
siquiera se somete a crítica el Evangelio de San Juan. Todo ello, desde cierto punto de
vista, carece de interés fuera del desorden secundario. Lo que se admite como un hecho
incontrovertible es que numerosas generaciones humanas han creído firmemente en su
veracidad, fenómeno que les confiere una realidad subjetiva semejante cuando menos, a
la de los más significativos sueños individuales sin los que no fuera posible sorprender en
funciones al mecanismo psíquico. Porque si determinadas imaginerías llegaron a polari
zar, desarrollándolas, las creencias y actos consecuentes de esas generaciones, es, sin
duda, porque correspondían a las necesidades del psiquismo colectivo, porque lo definí
an y revelaban... Lo que sí se ha intentado es descifrar el sentido de que se hallan impreg
nados tales hechos y mostrar cómo, analizados minuciosamente, se engranan de un modo
perfecto con la realidad objetiva, evidenciando que, contra lo que comúnmente se cree en
el mundo de la dualidad, no son lo subjetivo y lo objetivo colectivos dos compartimentos
estancos ajenos, cuando no excluyentes, sino dos planos en verdad recíprocos, comple
mentarios en un ámbito significante” (Rendición del Espíritu, I, pp. 102-104)
dita Ontología de la Cultura. Ahora bien, esa filosofía de la historia -la
parte quizá más original de su construcción- no puede erigirse sino
sobre la base de buscar una serie de “elementos significantes" que den
sentido al pasado. Así surge toda una interpretación de España y de
América, y de sus relaciones, que tiene como nudo axial la guerra civil
del 36 y la correspondiente diáspora. En este sentido, hay que encua
drar la obra de Larrea como una ilustración -si bien eminente y extra
ordinaria- de la meditación que sobre el problema español y el hecho
americano obsesionará a los intelectuales del exilio de 1939. En esa
literatura, creemos que de ahora en adelante la voz de Larrea no debe
faltar, por mucho que se discrepe de sus opiniones, pues constituye
uno de sus portavoces más representativos.
1. Filosofía de la historia
Es necesario, pues, pasar sin más a la exposición de esa filosofía de la
historia española, que empieza retomando elementos antiguos, si bien
para darles una nueva interpretación. En el primer capítulo de su
Rendición del espíritu, Larrea inicia su meditación recogiendo la ver
sión tradicional del escudo español, ornado por las famosas columnas
de Hércules y su lema "Non plus ultra", convertido, tras el descubri
miento de América, en "Plus ultra”, con cuya leyenda no sólo se quiere
significar la existencia de un más allá físico, sino de un más allá espi
ritual, testimonio primitivo de la eterna creencia española en un
mundo tridimensional. En este sentido, se interpreta el plus ultra no
sólo como una negación del límite físico del mundo entonces conoci
do, sino también como una negación de la fuerza hercúlea que allí
implantó las columnas. Hay un más allá de la fuerza, que es el mundo
del espíritu, al cual España siempre ha sido afecta.
En apoyo de esta visión se ofrece en seguida una consideración ya
inicialmente teleológica de tres ciudades religiosas por antonomasia.
En el despliegue del cristianismo esas ciudades -Jerusalén, Roma,
Compostela- aparecen como escalas de un itinerario con dirección
hacia Occidente. La ciudad de Jerusalén, situada en Asia, aparece espe
cialmente vinculada a la figura del Padre, mientras Roma, en Europa,
lo está a la del Hijo y Compostela al Espíritu. No puede pasarse por alto
el hecho de que esta última ciudad se sitúe en el Finisterre, paralelo
geográfico dentro de la Península de las columnas de Hércules, hacien
do como éstas alusión al continente entonces por descubrir. La apari
ción de la estrella que da nombre a la ciudad -Campus stellae- así como
de las peregrinaciones que hacia ella se dirigían, es evidencia palpable
del hondo contenido teleológico de aquellas creencias, sobre cuya ver
dad o falsedad, por lo demás, Larrea no se pronuncia, ni parece que
venga al caso. Si Jerusalén está en Asia y Roma en Europa, Compostela
tiene una clara vinculación con América, cuya existencia presentían los
peregrinos al hacer el camino de Santiago. Con toda lógica, pues, escri
be Larrea: "En cuanto se descubrió América cesaron, práctica y natu
ralmente, las peregrinaciones”11.
En realidad, toda la historia de la Península Ibérica tiene un carác
ter religioso, y está hondamente vinculada a lo americano. Larrea
constata cómo la Virgen se le apareció a Santiago, a orillas del Ebro, el
12 de octubre del año 40 d. de C., y cómo mil cuatrocientos cincuenta
y dos años después (cifra significativa que resulta de multiplicar los
treinta y tres años en que murió Cristo por el 44 d. de C., en que muere
Santiago en Jerusalén) los españoles descubren América en el mismo
día y mes. El patrón de España -Santiago- y la patrona- Virgen del
Pilar -aparecen, pues, vinculados al descubrimiento de América, y las
ciudades respectivas Compostela-Zaragoza quedan así unidas, si bien
en un sentido inverso, pues Zaragoza es la César Augusta pagana,
representación del predominio de la fuerza sobre el espíritu, y ello es
bien visible en la palabra Ebro, inversión de Orbe. Y es que en España
lucharán durante siglos los dos elementos -el europeo-africano con su
acento en la fuerza física y el americano de sentido espiritual-, con
triunfo aparente del primero sobre el segundo en la guerra apocalípti
ca de 1936-39, donde se va a decidir el destino de España y del mundo.
Esto queda muy claro en el análisis que hace de dicho suceso históri
co, y al que nosotros nos referiremos también un poco más adelante.
Los elementos premonitorios que aparecen ya en el mundo antiguo
y que abocan el destino americano de España, cobran sentido patente
con el descubrimiento de América en 1492, al comienzo de la Edad
Moderna, año en que coinciden -y no arbitrariam ente- la expulsión de
los moros y judíos de la Península. Es la fecha en que la leyenda del
“Non plus ultra” queda desmentida por la hazaña española y en que el
fin de las peregrinaciones a Compostela, hace que la figura de Santiago
cobre su plena significación espiritual. No es irrelevante que la Virgen
y Santiago se vuelvan a aparecer en el Cuzco en 1531, cuatro siglos jus
tos antes del comienzo de la República que originaría la guerra civil.
La dirección de la cultura occidental revelada por el sentido del
Camino de Santiago, coincidente en esto con el itinerario de las tres
ciudades antes aludidas, da su plena significación al Finisterre, que se
encam a en el Nuevo Mundo con todo el repertorio de reflejos y rever*
beraciones que involucra y en el que nos detendremos más adelante.
Pero la fecha definitiva en que tal significación adquiere plena reso
nancia es la de 1936, cuyo comienzo se pretendió que coincidiese por
los militares insurgentes con la fiesta de Santiago, que se celebra el 25
de julio, pero por razones imprevistas tuvo que adelantarse una sema
na, al 18 del mismo mes.
Entramos con las anteriores consideraciones en uno de los temas
básicos de esta original filosofía de la historia, que es el de la signifi
cación “espiritual” de la Segunda República española y de su fin en una
cruenta guerra civil de tres años. La conexión de la primera con el con
tinente americano se le hace a Larrea ineludible por lo que sin duda
constituye una curiosa coincidencia. He aquí cómo lo presenta su pro
pio autor: ‘‘Las repúblicas que forman el Nuevo Mundo decidieron el
año 1930 designar con el nombre de Día de las Américas una fecha con
memorativa. Por acuerdo general se designó el 14 de abril. Pues bien,
el 14 de abril de 1931, en el primer Día de las Américas, se derrumba en
España la monarquía y se proclama la República. Es decir, rimando
poéticamente con aquella otra fuerte coincidencia que hizo que
América se descubriera el Día de España, revalidándola por alusión, la
República, el nuevo régimen político, hace su aparición el primer Día
de las Américas. ¿Qué régimen? El mismo por el que se gobiernan sin
excepción todos los países americanos. De manera que en puridad poé
tica puede decirse que en aquel esplendoroso día del año de 1931, en
que la instauración de la República desató los entusiasmos populares
en forma jamás hasta entonces en España conocida, el más allá inmi
nente que hacía batir palmas y brotar vítores, el que exaltaba los cora
zones populares en una pleamar intuitiva... era el más allá del Nuevo
Mundo que encama América”12.
El comienzo de la Segunda República en España representa el
comienzo de una nueva era, en que el triunfo del amor y del espíritu
será posible. Y esta idea consta de forma textual en el libro de Larrea
cuando escribe: “Al entrar en España la República el 14 de abril, entra
el Nuevo Mundo, el espíritu colectivo de caridad encamado en el pue
blo, dispuesto a manifestarse una vez cumplida su misión de vícti
12 Rendición del Espíritu, I. p. 44.
ma”13. Pues, efectivamente, el pueblo español iba a ser la víctima inmo
lada en la inminente guerra civil de 1936, que representa para Larrea
un acontecimiento universal, donde van a luchar los dos principios
fundamentales del mundo contemporáneo: individualismo y colecti
vismo, con sus respectivos sistemas representativos: capitalismo, del
primero, y socialismo, del segundo. "Los sucesos ocurridos en España
-dice Larrea- pueden, por su magnitud, corresponder a ese antagonis
mo decisivo. Tanto más cuanto que el Viejo Mundo en su integridad se
ha visto obligado a violar mortalmente todos sus principios morales,
para tronchar el ímpetu ascensional hacia su más allá del pueblo de
España y cuanto que la sublimación por la adversidad a que éste ha
sido sometido, ha liberado su espíritu de verdad y de justicia, redi
miéndole de las tareas hereditarias que arrastraba consigo”14.
En el párrafo transcrito se alude claramente al Pacto de No Inter
vención con que las democracias europeas violaron sus principios
democráticos en el caso español15, pero no les acusa por ello, sino que
se interpreta como un atenimiento inevitable a la lógica de la historia.
En el mismo sentido hay que explicar la actitud de la Iglesia Católica.
“Su papel estaba determinado por el automatismo del tiempo -escri
be-. Porque si Jesús fue víctima de la Sinagoga que se atenía a la letra
de las Escrituras y que representaba a Moisés, Santiago -pueblo- espa
ñol, siguiendo el paralelismo, debía ser víctima de la Iglésia Romana.
Quienes han soportado la atroz guerra -atroz por lo inmensamente
injusta- que ha quebrantado la voluntad pacífica hierosolimitana, del
pueblo español y devastado su solar nativo, lo mismo si son castellanos
que andaluces, pero sobre todo si son vascos, pocas cosas encontrarán
más evidentes que esta identidad de la causa española con la víctima.
El pueblo español ha sido condenado a muerte por la Iglesia de Roma
que de este modo ha vuelto a negar, como Pedro, y a negar mortal
mente, el espíritu de aquél a quien debe la vida. El episcopado español
con anuencia del Vaticano y asistido por la complicidad manifiesta de
la Iglesia Universal, ha desenvainado la espada, como Pedro, mas no
para defender a la víctima sino para sacrificarla. Ha sacrificado la fuer
za, el matonismo romano, ha bendecido las armas asestadas contra la
voluntad pacífica del pueblo español. Al obrar de esa suerte no defen
13 Ibid., p. 49.
14 Ibid., p. 43.
15 La alusión a Guemica es clara cuando se refiere a los vascos. Una ampliación de
este punto de vista puede leerse en su famosa interpretación del cuadro de Picasso: The
Vision of the “Guemica". Nueva York, 1947.
día los intereses de Dios, sino sus propios intereses temporales, al ser
vicio -ella la ‘enriquecida con la sangre de los mártires de Jesús’- de
aquellos que por hallarse identificados con la estructura terrenal del
sistema feneciente no pueden penetrar, según la parábola del camello
y de la aguja, en el reino de los cielos’’16.
Y es que en la guerra de España se hallan frente a frente el principio
de la fuerza bruta representado por r o m a , y el principio del Espíritu
representado por el a m o r , cuya palabra no en balde es lectura inversa
y literal de la primera. No es, pues, ninguna casualidad que la insu
rrección preparada por Franco cuente desde el primer momento con el
apoyo de Italia, por ver en aquél la defensa de sus intereses político-
religiosos, que arrastrará tras su decisión la voluntad bélica y de poder
encamado en Germania. No es tampoco casual el carácter musulmán
que adquiere el llamado "movimiento nacional” desde los primeros
momentos: la insurrección se preparará en Africa con ayuda de los moros;
Franco desembarca en Tetuán vestido de moro, y llevará hasta muy
entrado su mandato (1956) una característica escolta africana (la
"guardia mora”).
La tragedia del pueblo español es, pues, la de una voluntad pacífica
de amor frente al hecho despiadado de la fuerza, que encam an las oli
garquías seculares (clero, ejército y nobleza). En este enfrentamiento,
el “pueblo” es encamación de Cristo, que es inmolado una vez más. Por
eso escribe Larrea: “A la profecía de Pedro ha sucedido la profecía de
Juan, al Cristo como individuo el Cristo como colectividad o Verbo...
De esta suerte el pueblo español ha encamado el Cristo colectivo, que
bajo un ideal de paz, en una visión de paz, ha dado su vida de ciudad,
en defensa del Bien y de la Justicia humanas"17. La guerra española es
representación -ahora colectiva, y no individual- de la tragedia del
Gólgota; de aquí ese carácter universal que se atribuye al conflicto, en
el cual una vez más se juega el destino del mundo. En este contexto
se interpreta la afluencia “de todos los puntos del planeta" de volunta
rios internacionales -las famosas “Brigadas"-, que para Larrea vienen
a representar a los nuevos peregrinos de Compostela, ansiosos de “dar
testimonio con su sangre del carácter universal del fenómeno que tenía
lugar en España”18. Ese fenómeno es al que se refiere el título del libro
que venimos siguiendo: la Rendición del Espíritu, donde la palabra se
24 Sobre ello habla Larrea en su artículo: "El paraíso en el Nuevo Mundo de León
Pinelo”, España Peregrina, 8-9, oct. 1940. Que Larrea engarza su intento conscientemente
dentro de la tradición utópica señalada parece claro, cuando en uno de sus libros escribe:
“En virtud de los lincamientos trazados más arriba, se establece dentro de su orden la legi
timidad transcendental de este conjunto de fenómenos que se enriquece con otros varios
como son: las instituciones paradisíacas y apocalípticas de Cristóbal Colón y seguidores;
los mitos neomúndicos, sobre los que abre sus alas el de la Cruz del Sur; la figura apoca
líptica y patronal de la Virgen de Guadalupe; El paraíso en el Nuevo Mundo de Antonio de
León Pinelo, biblia del disparate racionalizado, la personificación de la humanidad para
disíaca en Santa Rosa de Lima..." (César Vallejo y el surrealismo, p. 225).
Guadalupe, Patrona de América, no es sino una Virgen para el Nuevo
Mundo. Así lo supieron también ver dos grandes poetas de América
-Rubén Darío, en lengua española, y Walt Whitman, en lengua ingle
sa-, a quienes Larrea invoca en apoyo de sus ideas. Sobre el primero
dice: “Las conclusiones a que por sus caminos llegó Rubén Darío coin
ciden, según se ve, de modo exacto y circunstanciado con las que por
los suyos peculiares propone este libro. Ya no es Roma, sino su antíte
sis natural, el Nuevo Mundo -Amor- el sitio a donde van a parar todos
los caminos. La realidad es redonda"25. En lo que se refiere a Walt
Whitman sus expresiones son también definitivas; he aquí algunas de
ellas: “Ha sugerido algún crítico que la enigmática personificación de
Santa Spirita debía corresponder en el espíritu de Walt Whitman al
espíritu de América. Al confrontar ese poema, como acaba de hacerse
aquí, con la Canción de lo Universal la equivalencia resulta concluyen
te: Santa Spirita y América, ambas caracterizadas con el número cua
tro, se convalidan. Ambas se encuentran más allá del principio del mal,
superándolo, de Satán, una: de Babel -puerta de Dios-, indicando su
naturaleza de ciudad, la otra. Más aún, la extraña forma femenina que
caracteriza a la primera advocación parece corresponder de plano a la
condición de Madre que para Walt Whitman es peculiar de América:
“...Madre Suprema para Walt Whitman resulta ser la prehispánica
‘Madre de las gentes’ del Tepeyac, la ‘Madre de los vivientes’ del Gé
nesis, Eva, Ave, Columbia. Un poco más allá aparece cómo ese cuadro
deífico que concluye en Santa Spirita coincide maravillosamente con
la forma cuadrilátera de España, semilla y representación de esa Co
lumbia amada. Complace comprobar aquí cómo los ciento sesenta
años que median entre los 1776 de Norteamérica y los 1936 de España
corresponden a cuatro periodos de cuarenta años. Así como que entre
el 1531 de la ‘aparición’ de la Virgen de Guadalupe hasta el 1931 de la
República española, su representación simbólica con carácter de ciu
dad, median cuatrocientos años. Ha de tenerse en cuenta que en el
poema que Walt Whitman dedicó a España, América se designa con
el nombre de Columbia, detalle confirmatorio si los hay. Este es el obje
to de su sujeto, la razón de su modo poético de conocer. Es decir, la per
sonalidad de Walt W hitman después de identificarse con el sujeto en el
plano cósmico, se vuelve hacia su objeto que resulta ser América, la
ciudad cuadrada que del cielo baja, la Jerusalén celestial que en otro
tiempo y circunstancia se definió oníricamente por medio de la imagen
de la Virgen de Guadalupe. Tócale a ella gestar la 'simiente perfección’.
En este advenimiento del espíritu universal, definiéndolo, la cuarta
dimensión despliega su esplendor supremo”26.
2. Filosofía social
Una vez más la identificación entre América y la Cultura Universal
aparece en los párrafos transcritos. Es hora ya de detenemos en esa
Cultura Universal y ver con la mayor radicalidad posible su profunda
significación en el pensamiento de Larrea. Abandonamos, pues, su filo
sofía de la historia para entroncar con su filosofía social y su metafísi
ca de la cultura. Al acercamos a esta nueva dimensión de su obra, lo
primero que tenemos que destacar es su concepción del “universalis
mo”, término equidistante y a la vez sintetizador de individualismo y
colectivismo. Larrea propone una superación de la cultura individua
lista y antropocéntrica que desde el Renacimiento ha venido imperan
do en Occidente, pero no para caer en un socialismo o un colectivismo
que olvida a la persona y se desentiende de su dimensión trascenden
te. Si el individualismo es la expresión de un ‘‘absoluto espiritualista”,
que carga el acento en el primer término de la dualidad, el colectivis
mo es un “absoluto materialista", que lo carga en el segundo. En la sín
tesis final que Larrea propugna “los dos mundos, el espiritualista y el
materialista, se funden en uno, creándose una sociedad universal que
protege prósperamente al individuo"27. La realización de dicha síntesis
en el plano político necesita que se superen las naciones -entidades
cambiantes y antropomórficas-, pero no para caer en un internaciona
lismo abstracto y frío, que generalmente adquiere un carácter politico
económico. Al internacionalismo Larrea opone el universalismo, que
tiene un carácter global y continental; en él se entrañan el principio
material y el espiritual, el cielo y la tierra. Y esta función universal
es la que le está reservada a América. "Sólo América -dice-, la quarta
pars, ocupa entre todas las tierras una situación geográfica adecua
da para realizar la superadora síntesis por lo discontinuo propio de lo
universal. Sólo ella ostenta figura específica de universalidad, sólo
ella ha sido histórica y es geográficamente clave de universalismo, cri
sol donde pueden integrarse dosificadamente las diferentes razas y
26 Ibid., pp. 296 y 298-299.
27 Ibid., I, p. 147.
niveles humanos’’28. Esta Cultura Universal de que tan a menudo
nos habla Larrea es, pues, la futura cultura americana, a que el de
sarrollo cultural de Occidente parece que nos aboca irremediable
mente.
Una vez especificado el término de Cultura Universal, aunque sea en
la forma tan superficial que lo hemos hecho en los párrafos anteriores,
creo que tenemos ya al menos una primera plataforma en que apoyar
nos para analizar y profundizar en dichos conceptos, poniendo de
relieve todas sus implicaciones, o al menos las más importantes. Quizá
lo primero que debamos señalar es la inadecuación de la filosofía para
captar su sentido más hondo, sobre todo tal como se la entiende hoy:
"De la esfera cualitativa de la síntesis -dice-, la filosofía ha resbalado
por su propio peso a la planicie infinitamente parcelada del análisis
donde más y más se complace en el ejercicio de una policía epistemo
lógica. Puede, pues, ser técnicamente imprescindible para escardar los
campos en que empiece a sembrarse una nueva cultura intensiva;
puede facilitar datos, materiales, instrumentos seguramente...”, pero
"es claro que por sí sola se desvanece la posibilidad de que la posición
apetecida provenga por cauces filosóficos tal como en la actualidad se
los concibe”29. El método adecuado al tipo de investigación que Larrea
se ha propuesto es el propio de su pensamiento poético-cultural, es
decir, la imaginación; de ella dice: "La única potencia menos inade
cuada en la panoplia del hombre para hacer frente al enigma que nos
trasciende es necesariamente... la imaginación”30. Sobre ella había
escrito varios capítulos antes: "Quizás existe un tesoro potencial incal
culable en la posibilidad de aplicar la Imaginación al examen del uni
verso humano. Frente al 'hombre medida de todas las cosas’, el ente a
la medida de infinita Imaginación creadora, objetivamente, pudiera
ser, en acuerdo con aquella intuición básica, más que el sistema de con
ciliación de contrarios, el verdadero principio universal de identidad y
de verdadera Vida”31. A la vista de estas declaraciones vuelve a quedar
clara la importancia, no sólo literaria, sino cultural en el amplio senti
do, del surrealismo, a que ya hicimos alusión en las primeras líneas de
este escrito. Si la imaginación nos descubre un estado de nueva cul
tura que por su constitución reclama la desaparición de situaciones
28 Ibid., II, p. 275.
29 Razón de ser. Tras el enigma central de la cultura, Ediciones Júcar, Madrid, 1974,
pp. 235-236.
30 Ibid., p. 167.
31 Ibid., p. 91.
establecidas que le son incompatibles, el surrealismo traduce literaria
mente este estado de conciencia, anticipándose al futuro. Es precisa
mente esa situación de avanzadilla la que le da lo que llama Larrea su
situación de "anfibio”, puesto que prefigura ya la tercera dimensión del
Nuevo Mundo, sin abandonar todavía completamente el actual.
En un intento de prefigurar ese Nuevo Mundo de la Cultura Uni
versal, Larrea se acerca a diversos movimientos de nuestra época, tra
tando de desentrañar su sentido. Son particularmente lúcidas las que
se refieren al existencialismo, al que considera como una expresión de
la crisis del hombre contemporáneo, y, por lo tanto, tiene más carácter
de síntoma de una época que de verdadero intento de solución
llamando la atención sobre el problema básico que tiene planteado
el hombre de hoy: el de la conciencia de Ser. El ser-para-la-muerte de
Heidegger, la náusea de un Sartre, la angustia de un Kierkegaard, todos
tienden a subrayar la crisis del hombre como individuo y el trance de
desaparición del yo en que nos hallamos. "La idea de yo -dice- es pro
ducto de una ilusión, de un espejismo inherente a una etapa de la evo
lución de la conciencia”32. Ese yo no existe en el Ser sino como mera
apariencia, de aquí que "deje de existir como tal cuando aparece la rea
lidad que su sombra encubría"33.
Un planteamiento como éste, donde el individualismo queda arrum
bado, parece que exige un acercamiento a posturas colectivistas o
socialistas. Pero ya vimos anteriormente que no era así. En este senti
do, Larrea identifica el positivismo, el marxismo o el internacionalis
mo; todos son productos del desarrollo de fuerzas político-económicas
que niegan el espíritu. Si el individualismo y su expresión crítica actual
-el existencialismo- son una versión de la pura razón psicosomática;
los colectivismos de distinto signo son una versión del mundo bidi-
mensional. He aquí como se expresa refiriéndose a este punto: “Los
descubrimientos científicos, las comunicaciones, el desarrollo de la téc
nica han favorecido la formación de entidades colectivas como más
homogéneas y compactas que las conocidas anteriormente, prendidas
en la tram a de una estructura económica todopoderosa. El individuo,
llevado por sus instintos, ha ido despegándolos del absoluto de su ego,
para afirmar un absoluto plural que al llegar la ocasión, divinizándose,
diviniza. Automáticamente, pues que nada existe que a ello se oponga
y que lo modere, se han ido creando esos bestiales monstruos que hoy
32 Rendición del Espíritu, I, p. 89.
33 Ibid.. p. 172.
acaparan la actualidad con sus mugidos y luchas feroces”34. En otro
lugar dice, aún más directamente, que las inquietudes sociales, expre
sadas por las corrientes saintsimonianas, comtianas y hasta marxistas,
no han hecho sino mutilar las aspiraciones trascendentales que impo
nen una auténtica revolución del hombre y de su mundo.
La Cultura Universal que se propugna ha de superar, pues, simultá
neamente los dos defectos en que caen los intentos anteriores: 1) el ser
expresión del hombre psicosomático, y 2) su impotencia para superar
el mundo bidimensional. Y esto sólo se logrará si conseguimos com
prender lo que representa la Nueva Cultura, en principio cualitativa
mente distinta de la Occidental, puesto que no sólo ha de superar su
vinculación parcial a una nación o parte del mundo, sino que ha de
tener una verdadera dimensión universal, y en esta misión América,
continente que resuelve la contradicción bidimensional entre Oriente y
Occidente, tiene carácter pionero y protagonista. Ese Nuevo Mundo,
que apareció en la conciencia como tierra de promisión para las
inmensas utopías de la Libertad, del Espíritu y de la Esperanza huma
na, es el habitáculo predestinado para la conjunción fecundante de la
Naturaleza y del Espíritu, del cielo y la tierra, de Dios y del hombre.
Este es el verdadero sentido que tienen frases como la que a continua
ción transcribimos: "Se halla, pues, en potencia ‘otro mundo’ distinto
e incompatible con el que en el seno de la cultura cristiana ha venido
designándose con el demostrativo 'éste', execrado por su fundador. Se
espera otra situación de vida consciente en cuya universalidad, si ha de
ser sustancial y efectiva y conforme a la naturaleza del hombre revela
da en el pasado, ha de resolverse de algún modo la antinomia más o
menos expresa Dios y hombre, en cuya irreductibilidad se funda la
conciencia psicosomática del Ser. Trátase de un mundo o entidad cós
mica que, entendida con los elementos de comprensión que ofrece la
experiencia histórica de la humanidad, debiera corresponder, según el
esquema paulino de ‘cuerpo, alma y espíritu’ a la irrupción e integra
ción de este último cuerpo -Espíritu- que culmina sobre el ente ‘ani
mal’ o psicosomático"35.
A través de lo expuesto hasta aquí parece obvio que la Nueva Cultura
Universal de que nos habla Larrea tiene como centro el concepto de
Espíritu, dado que por él se supera el individualismo subjetivo del
mundo psicosomático y el objetivismo materialista de la sociedad que
34 Ibid., p. 114.
35 Razón de ser, p. 362.
no trasciende el mundo tridimensional. El Espíritu nos introduce en
una tercera dimensión que es síntesis de las dos anteriores, poniéndo
nos en contacto con el Ser, bien entendido que éste no tiene nada qu e
ver con el que los filósofos, de Aristóteles a nuestros días, han identifi
cado como tal. En todo caso, serviría de referencia la experiencia pre-
socrática, como el mismo Larrea lo hace cuando dice: "Vamos hacia la
cualidad de la figura que la intuición presocrática identificaba con el
Ser”36. El "advenimiento del Espíritu” por el que Larrea reconoce la
nueva era cósmica en ciernes, se caracteriza precisamente por facili
tam os la experiencia del Ser así entendido. El sentimiento de mutación
radical a que parece abocada la vida moderna quizá no tiene expresión
más definitoria y definitiva que la de “cita con el Ser”, a que Larrea
alude en diversas ocasiones. En su concepción, el Ser es inobjetivable
en sí, innominable e irrepresentable en el campo del lenguaje. "E l
intento de representarlo es un atentado sacrilego contra su naturaleza
misma”37. Y ello porque cualquier representación tendría que adquirir
rasgos antropomórficos que negarían su intrínseca esencia. El Ser uni
versal -expresión redundante, puesto que el segundo término no es
sino reiteración del prim ero- está más allá de la muerte de la absoluta
razón psicosomática, puesto que alude a una proyección ulterior de la
idea individual de ser. Así la conciencia del individuo al no estar iden
tificada con su ente corpóreo, se sabe inmune a la desgracia del morir.
Vive ya en la tercera dimensión representada por el plano del Espíritu
al que ha accedido y en el que ha obtenido su experiencia del Ser.
Hemos llegado a la esfera, representada por la experiencia del Nuevo
Mundo y la concomitante Nueva Cultura.
En lo anterior queda patente el carácter gnóstico, que junto al tér
mino cabalístico, empleábamos para calificar el pensamiento de
Larrea. Esto quiere decir que las reflexiones anteriores adquieren su
pleno significado cuando se refieren al hombre. Merced a la interven
ción del Espíritu se podrán conjugar los términos humanidad y divini
dad, determinando una nueva época en la historia, caracterizada por
esa Cultura Universal a que venimos refiriéndonos. En dicha época
cobrará primacía la Conciencia del Ser Espíritu, más allá de lo psico-
somático y, por tanto, de la muerte; esta nueva época montada sobre la
experiencia del “advenimiento del Espíritu", es lo que Larrea designa
con el término de Espiritumanidad. Con ello se aboca a una situación
36 César Vallejo y el surrealismo, p. 189.
17 Razón de ser, p. 77.
en que "la humanidad se sincroniza, se hace una, como si los pueblos
fuesen ruedas distintas de un reloj singularísimo. Los conceptos espa
ciales con las técnicas que los secundan y mediante los fenómenos his
térico-culturales concomitantes, están forjando, con todas sus diferen
cias orgánicas, un cuerpo terráqueo de humanidad nueva”38. Esta idea,
aunque desarrollada en sus últimos libros, aparecía ya inequívoca en
rendición del espíritu, donde ya escribía que la nueva época llevaría al
"natural desarrollo del aspecto cualitativo del ser humano, la plenitud
de su naturaleza, el Humanismo en su esplendor de síntesis. En él tiene
que desembocar el profundo y caudaloso sueño creador para el que
apenas alcanzan a ser horas los milenios”39. Este estado de humanidad
-o de cultura- cualitativamente superior identifica Cultura Universal
con Cultura Humana en su plenitud; en ella el hombre despliega todas
las potencialidades que llevaba encapsuladas desde el principio de los
tiempos.
3. Metafísica de la cultura
Ahora bien, la posibilidad de realización de un proyecto de "humani
zación planetaria” y de índole espiritualista como el expuesto aquí,
supone el desarrollo de un nuevo concepto de Cultura, que es el que
está a la raíz de todo lo anterior y en el que vamos a detenemos en lo
que sigue. Es a lo que aludíamos antes con el término de metafísica de
la cultura como culminación del pensamiento de Larrea. El punto
de partida es un rechazo del concepto tradicional de cultura, con su ine
vitable carácter elitista, para anclar en una acepción etnoantropológi-
ca, según la cual, cultura es el producto de cualquier actividad huma
na para satisfacer sus necesidades, sea de índole material o espiritual.
En este sentido, cultura es todo lo que hace el hombre o, si queremos,
su forma específica de ser, puesto que entre sus necesidades biológicas
y su satisfacción el hombre siempre introduce elementos intermedios,
que son los que propiamente constituyen el mundo cultural; y esta
característica es precisamente posible porque el hombre posee un len
guaje, que es el instrumento intermedio fundante de todos los demás.
Por eso Larrea define la cultura como un sistema orgánico de correla
ciones del ser humano con cuanto le circunda e inclusive consigo
38 Ibid., p. 245.
39 Rendición del Espíritu, II, p. 245.
mismo, fundado en la naturaleza simbólica del lenguaje y de los lengua
jes"40. Es decir, que la cultura es algo sumamente complejo, pues, aun
que es producto de los individuos que componen una sociedad, forma
un conjunto de interrelaciones que se objetiva y adquiere vida propia e
independiente de los individuos. Y esa autonomía no es sólo conse
cuencia de la propia interdependencia de sus elementos, sino de ser a
su vez producto del cerebro humano, que obedece en sus creaciones a
impulsos inconscientes ajenos a su voluntad individual. Esto es preci
samente lo que le da a la cultura cierto automatismo, llegando incluso
a condicionar y a determinar el modo de ser de los individuos, que cre
yendo perseguir fines propios, no actúa sino en función de los fines
trascendentes de la especie. Es precisamente esta característica la que
explica esos movimientos colectivos que señalábamos al exponer su
filosofía de la historia, y a los cuales, como vimos, solían ser ajenos los
propios protagonistas.
Es evidente, tras lo dicho, que cultura y sociedad son dos conceptos
distintos. Sociedad es un conjunto de hombres que, por compartir una
serie de características, forman una determinada agrupación; tiene,
pues, un carácter fundamentalmente material y es más limitado que el
concepto de cultura. La entidad orgánica que constituye ésta y que pro
cede de la misma naturaleza del hombre no se da en aquélla sino de
modo subsidiario. Esto no invalida la estrecha interdependencia que
existe entre ambos conceptos, interdependencia que precisamente está
en la base de las teorías de Larrea. Sólo una creciente complejidad en
la estructura social, producto de una tecnología cada vez más extensa
y penetrante y de una densidad de población que está llegando al lími
te, proporciona las bases adecuadas para el surgimiento de esa Cultura
Universal tan cara a nuestro autor. Pero todo ello, siempre que quede
bien entendido que la complejidad social por sí sola no supera nunca
el plano de lo material, y que el acceso al mundo espiritual de la cul
tura exige un salto cualitativo, cada vez más fácil -eso sí- cuanto más
compleja y rica sea la estructura de la sociedad.
El Viejo Mundo ha desaparecido, como consecuencia de los hechos
a que hemos hecho referencia en el párrafo anterior. Sobre este punto
Larrea no admite discusión. Unas frases, recogidas de su último libro
son a este respecto meridianas: "Ya no en el orden teórico de las ideas
-dice-, sino en el concepto de los hechos consumados que modifican
el cuadro de nuestras ideas, el mundo o época anterior, en cuanto enti-
4n César Vallejo y el surrealismo, p. 180.
dad orgánica, no sólo ha caducado, sino en realidad desaparecido”41.
Estamos, pues, en las puertas mismas de ese Nuevo Mundo que tiene
su representación más caracterizadora en la adveniente Cultura
Universal. "La humanidad ha cruzado una frontera definitiva”, nos
dice también Larrea unas páginas antes.
El problema ahora es cómo acceder a esa Cultura y a su sentido,
diciendo algo más concreto de lo que dijimos en el apartado anterior.
Para ello el poeta bilbaíno nos da una clave. “Toda cultura integrada ha
de contar, sine qua non, con un sistema de especies simbólicas que, en
forma ajustada a las formas peculiares del peldaño a que corresponde,
establezca su comunicación con el Ser Universal en quien se justifica
la vida terráquea”42. Es preciso, en definitiva, encontrar el lenguaje
adecuado a la nueva situación, y a él sólo podemos acercamos median
te una comprensión de ésta.
La situación es que la complejidad e interdependencia creada por la
“planetarización” de la sociedad actual ha llevado a que los millones de
cerebros humanos constituyan una especie de superórgano que actúa
por irradiación colectiva, produciendo el nuevo estado de cultura. Ya
antes dijimos que la cultura no es producto de ningún cerebro indivi
dual, sino la contribución indeliberada e imprevista de la serie ilimita
da de cerebros que obedece a una evolución infinita en el tiempo e
indefinida en el espacio. Así se constituye una especie de logosfera cul
tural donde podemos encontrar el vocabulario preciso para enfrentar
nos con la nueva situación. Asistimos a un estadio donde voces
extraindividuales se filtran en la humanidad. No se trata tampoco de
nada extraordinario; de la misma manera que la especie humana ha
modificado con sus instrumentos de dominio las condiciones ori
ginales de la superficie terrestre creando una nueva naturaleza, la con
centración cultural ha modificado a su vez los modos habituales de
expresarse y conducirse la cultura creando la nueva cultura. Se ha
introducido así un grado de conciencia colectiva cualitativamente
superior al que ha sido habitual en el pasado de la humanidad. Esta
conciencia colectiva superior es la que se ha expresado tradicional
mente mediante los mitos, si bien hoy han adquirido una especie de
carta de naturaleza en nuestra vida cotidiana. He aquí como se expre
sa acerca de ellos Larrea: "El mito es una forma de lenguaje figurado
que ha surgido en la mente humana conjuntamente al lenguaje oral,
41 Ibid., p. 188.
42 Ibid., p. 189.
aunque nada tenga que ver con la comunicación personal de individuo
a individuo. Los mitos son una emisión de la Naturaleza a través de las
entidades de las culturas que, sin tener conciencia de ello, se exteriori
zan de este modo ante otra conciencia capaz de entenderlos”43.
El lenguaje de la nueva situación que andábamos buscando es, pues,
el lenguaje de los mitos, pero dentro de ellos cree Larrea que aquellos
que tienen vigencia en nuestra cultura, por responder a sus exigencias
íntimas, son los de origen judeocristiano. “El judeocristianismo -dice-
constituye el único ámbito en cuyo seno han podido brotar de un modo
espontáneo, como por inducción cultural, los sistemas especulativos
que se ocupan directa o indirectamente del futuro universal de la espe
cie a través del progreso”44. Aunque acorde con esta tendencia, Larrea
rechaza la versión cristiana de la Iglesia Católica por considerar que se
ha realizado por las vías del poder y del dominio, y es ajena al verda
dero espíritu cristiano; por tanto, cree que debe desaparecer como con
dición inexcusable para que triunfe el Espíritu. Sin embargo, el impul
so hacia la cultura universal, necesariamente ha de provenir de su ínti
mo fondo creador. Así dice: “El cristianismo, hijo de ese afán de sobre
pujanza, no es en autenticidad original la religión de un pueblo deter
minado ni de una civilización. Es un estado de espíritu nacido en el
triángulo en que se coyuntan los tres antiguos continentes, que, al
infundirse en el estatismo greco-romano, se constituye en cultura con
tendencia a la generación de una humanidad universal, nueva”45.
Otra condición necesaria para el triunfo del espíritu y el surgimien
to consecuente de la cultura universal es la desaparición del yo. A este
aspecto nos hemos referido antes y no vamos a insistir en él; sólo des
tacaremos la íntima conexión entre este punto y el de la desaparición
del catolicismo a que antes aludíamos: “¿Qué puede quedar de la
Iglesia Católica -se pregunta Larrea- tan pronto como bajo la inciden
cia de la luz, sea disciplinada, reabsorbida la idea absoluta de yo y con
ella se derrumbe la letra de la resurrección de la carne, la eternidad
corpórea de todos los individuos elegidos o réprobos, la existencia
absoluta del alma y las demás apariencias intelectuales...?”46.
Efectivamente, sólo cuando han desaparecido todas las instancias
de poder -y el yo no es sólo una de ellas, sino el origen de todas las
43 Ibid., p. 224.
44 Razón de ser, pp. 276-277.
45 Ibid., p. 287.
46 Rendición del espíritu, I, pp. 85-86.
demás- puede el psicoanálisis del "inconsciente colectivo” de la huma
nidad abrirse al significado profundo de los mitos que anidan en su
seno. He aquí una de sus afirmaciones claves en este punto: "Quizá el
instrumento más cercano de que la conciencia dispone para acatar a lo
menos los campos en esa región esencial que nos interesa se lo deba
mos al psicoanálisis”47. Es esta aplicación del método psicoanalítico lo
que descubre el hondo valor antropológico y creador del mito judeo-
cristiano. Ello parece bien establecido cuando escribe: “En el trayecto
de la experiencia histórica del hombre, sólo por este procedimiento es
posible pasar en cuanto colectividad del nivel faber o cuantitativo, al
nivel sapiens o cualitativo, es decir, del nivel helénico del individuo
hacedor de objetos circunstanciales, que intenta vana pero significati
vamente conocerse a sí mismo, al nivel israelita en que el Ser - el que
es y el que era y el que ha de venir’-, al conocerse en nosotros en vir
tud del verbo que establece la comunicación entre las objetivaciones
parciales, desemboca en lo que Es, Espíritu. En otros términos, se pasa
del jardín filosófico y racional de Akademos, al teológico y absurdo del
paraíso”48.
El papel de España -cuya cultura se halla en la órbita del homo
sapiens, más que en la del homo faber- en el advenimiento de la Nueva
Cultura Universal, parece bien probado. España, sacrificada como
Cristo, en su colectividad de pueblo, abrió, como aquél con su muerte,
las puertas del paraíso. "Se ha visto que es así -escribe Larrea-. La geo
grafía, la historia, las tendencias profundas manifestadas dentro de él
subjetiva y objetivamente correspondiendo a esa situación e incluso los
índices extendidos de otros pueblos, concurren a designarle inconfun
diblemente como el ungido destinado al sacrificio. De las dos grandes
lenguas del Nuevo Continente, mientras la inglesa se ha especializado
sobre todo en los problemas de orden material, la castellana se define
como lengua mística por excelencia, especializada en los asuntos de
orden espiritual, característica proyección del verbo. Los modismos
populares tan distintos de los demás lenguajes evidencian su satura
ción religiosa. Hasta el punto de que, si hubiera sido preciso escoger
un idioma con mayores títulos que los demás para desempeñar una
caracterizada función espiritual, la elección sin duda hubiera recaído
sobre el castellano. El cual es, al propio tiempo, la lengua hablada por
el mayor número de naciones reconocidas como tales no sólo de
47 Razón de ser, p. 157.
48 César Vallejo..., p. 268.
América, sino del Orbe"49. En realidad, la misión de España es pura
mente transitiva, y consistió en dar paso al Nuevo Mundo, asiento
natural de la Nueva Cultura. Y así viene a confirmar con su metafísica
de la cultura lo que ya había quedado manifiesto en su filosofía de la
historia. En su último libro, César Vallejo y el surrealismo (1976), se
ratifican conclusiones que ya aparecían muy claras en el primero. Por
ejemplo, cuando dice: “La América Latina crece pausadamente, a la
espera del momento de su transfiguración peculiar relacionada proba
blemente con los valores humano-sapienciales exigidos por lo inalie
nable de su sensibilidad. Si existiese para el desarrollo de estos valores,
como parece lógico, un lugar predilecto en la superficie terrestre, y con
ánimo indagatorio se sopesan con tal mira los elementos de juicio dis
ponibles, se alcanza la conclusión de que el nudo de las coordenadas
radica en Hispanoamérica"50. Con ello, Juan Larrea no hace sino con
firmar las viejas palabras de Hegel -de cuya filosofía tiene, por cierto,
honda influencia- que en su Filosofía de la Historia Universal afirmaba
ser América del Norte y la del Sur, “el centro de gravedad de la historia
universal”51. Quizá con estas palabras de antigua sabiduría llamamos
la atención de más de un lector para que no se precipite frívolamente
al juzgar la visión apocalíptica y mística de la historia universal que
Larrea nos propone en su obra.
C a r ta d e J u a n L a r r e a
Córdoba, 6 febr. 77
Estimado amigo José Luis Abellán:
Vuelvo a pedirle perdón por mi conducta tan fuera de la cortesía académi
ca. No sé si le expuse en Madrid la situación tan anormal en que vivo, de mane
ra que, aunque disimule lo mejor que puedo el paso de los años mi comporta
miento deja, en los niveles convencionales, bastante que desear. En fin, ya
estoy de nuevo adaptado a mi limbo cordobés, luego de cuatro semanas de vér
tigo ininterrumpido vividas entre ustedes.
Algo le diré de entrada. Su trabajo sobre los textos de mi experiencia ha via
jado conmigo de ida y vuelta, sintomáticamente, con la esperanza de que en
algún momento pudiera gozar de tranquilidad para dedicarle la atención que
de mí requería. Ahora he leído, además, su libro Mito y Cultura y el ensayo
sobre "El Mito de Cristo en Unamuno". Sobre estos fundamentos hoy le escri
bo con la sincera libertad que me otorgan los muchos años y las experiencias
de la tragedia española y su exilio, vividas ambas muy por debajo de su epi
dermis anímica, entre muerte y vida culturales.
Creo en lo que a mí se refiere, que ha enfocado usted el tema con generosa
buena voluntad. Ha tratado usted de captar un pensamiento que para el espí
ritu filosófico transgrede sus conveniencias legales. Puede aquel describirse
como un objeto que le es a uno ajeno, ajeno no sólo a causa de muchas de sus
proposiciones, sino también por la forma como han sido obtenidas y expues
tas. Gaos pudo reseñar bien las páginas de Rendición donde se recogen las
aventuras del número cuatro, definiéndolas mediante nociones que le facilita
ba el pasado, como "cabalísticas" y “gnósticas", con lo que conllevan de decré
pito y desdeñable, pero sin inquirir acerca de lo que su lenguaje pudiera en
aquella circunstancia tener de substantiva realidad. Tal vez no se dio cuenta
suficiente de que se hallaba ante un pensamiento de otra índole, quizás intrín
secamente poético-cultural a base de imágenes heterogéneas y de otros ele
mentos y conexiones fuera de la lógica del pensamiento académico donde una
Imaginación, no individual, sino cultural, ejerce su libre albedrío. El problema
que se le planteaba a Gaos y que yo creía entonces que eludió, era saber si ese
pensar imaginativo, al proyectarse sobre la historia humana o ál menos sobre
algunos de sus aspectos, correspondía a una "trimensión" en realidad, por
decirlo así, y si algo significaba su consubstancialidad con el sentido que pre
tendía manifestar el texto. El Espíritu transconsciente en los asomos de una
situación ulterior.
Cuando leyó Gaos ese primer libro no podía, desde luego, adivinar la índo
le de mis textos posteriores que, ocupándose en alguna forma del "surrealis
mo” podían haberle exigido pronunciarse acerca de lo que en el contexto cul
tural se significaba de acercamiento a una objetiva "superrealidad” o sea, a un
concepto de la existencia de sentido superior a la bidimensional en que racio
nalmente se vive, y por lo tanto, propia de una situación de conciencia huma
na en tercera potencia, no sólo anunciada sino ya, algo más que en vísperas, en
funciones.
El filósofo podía haber tenido en cuenta que la ansiedad allendizante venía
siendo una expresión congénita de nuestra entidad cultural y de sus mitos tras
cendentales, que se había reafirmado nueva y positivamente, en todos los cam
pos de la cultura a partir del Romanticismo. Este era un hecho que a mi enten
der, confería al fenómeno cierta carta de preternatural ciudadanía. En un fluir
dialéctico no podía ser casual ni insignificante la reiterada búsqueda de un
más allá en todos los órdenes de la conciencia científica secundados por la ten
sión generalizada hacia el "superhombre", los conatos de la psicología en los
campos de lo transconsciente, las teorías sociales de superación, la aparición
en escena del “superrealismo”, etc., etc. Mas lo cierto es que en nuestro mundo
la razón filosófica no estaba preparada para encarar un fenómeno tan alejado
de los criterios racionalistas.
Le contaré que a raíz de la aparición del segundo volumen de Ren
dición me pareció oportuno celebrar en Cuadernos Americanos una sesión
exploratoria acerca de los problemas que planteaba el libro. Imaginaba que
podríamos obtener algunos textos interesantes para la revista. Asistieron a la
reunión Gaos, García Bacca, Medina Echavarría, Xirau, ímaz, Alfonso Reyes,
Silva Herzog y otros mexicanos y españoles. Yo creía haber producido un texto
altamente revolucionario, en virtud de la tragedia española, como fruto de un
apasionado automatismo creador, o sea, de la Imaginación manifestándose en
libertad dentro del modesto cuadro de cultura que poseía yo entonces. No sin
razón los fenómenos circunstanciales y los valores permanentes se coordina
ban en sus páginas como elementos de un lenguaje que me parecía creador, no
obstante las muchas insuficiencias y zonas peligrosas donde no ignoraba
haberme dejado llevar por ciertas imantaciones aventuradas. En suma, creía
que en virtud del drama español se había abierto una puerta hacia el porvenir
por la que otros podrían empezar a moverse libremente, acompañándome a mí
a proseguir el desarrollo de semejante cuerpo de conjeturas. Al término de la
sesión quedé convencido de que ninguno de los "pensadores" había compren
dido la substancia del fenómeno. Lo efectivo era que, si tenía que seguir pro
gresando por aquellos caminos tendría que hacerlo por mi propia cuenta,
como ya me ha sucedido otras veces. Así fue. TVas el "Surrealismo", en 1945
sobrevino el "Guemica” y la revelación de “Prisciliano-Santiago" junto con otra
serie continuada de eslabones de la misma cadena prodigiosa.
Usted está mejor preparado que Gaos, García Bacca y sus afínes para enten
der esta clase de asuntos, razón por la que usted se mueve en la materia con
superiores seguridad y soltura. Usted sabe de cultorología y se interesa por el
auténtico pensar mítico, proveniente de una Imaginación que se objetiva sin
ser determinada por una voluntad extrínseca, individual. Sin embargo, a pri
mera vista me temo que haya usted sufrido en alguna medida -cosa nada extra
ña, por cierto- limitaciones similares a las que afectaron a Gaos. Como él ha
sido usted tentado por los hechizos de la numerología, la cual, si de una parte
certifica la singularidad del fenómeno, de otra puede distraer, si no extraviar
por su posible interpretación en el plano de lo insubstancial y pintoresco con
descrédito para el resto de la obra. Mi impresión es que tampoco ha logrado
usted embarcarse suficientemente a fondo, a enajenarse como para desentra
ñar el problema.
Me parece obvio que nada tiene mi modo de ver y de sentir con el que cul
tiva la ficción tan admirada en la novelística reciente. Su género es substan
cialmente distinto al de estas y otras manifestaciones literarias, por lo general
todas posteriores. Su razón de ser se funda en el magnetismo de la verdad en
un orden correspondiente al centro de plenitud donde se articulan las líneas
teorética, ética y estética del ser humano, en virtud de un destino universal que
me parece identificarse en su origen y en su experiencia última con el del pue
blo español y de su lenguaje. Son estas convicciones producto de un género de
realidad que no ha sido buscada ni racional ni sistemáticamente, sino que ha
sido vivida por cooperación de situaciones y de urgencias, en las texturas sen
sibles del sujeto percipiente. Si no le escandaliza mi impudor, le diré que en
cuanto conciencia racional y teniendo además en cuenta los textos que se pro
dujeron a continuación y la forma como se produjeron, estimo que el conjunto
de la experiencia pertenece al género que ha solido designarse con el nombre de
"revelación”. Lo denota su independencia inmediata de las concatenaciones
naturales de tiempo y de espacio y sus correlaciones, hallándose en cambio
como determinada por una intención de introducirse en la conciencia poético-
religiosa del ser humano. Se diría que este aspecto, lindante al menos con lo
“superracional” le ha cohibido a usted en su juicio, puesto que habiendo leído
La Espada de la Paloma, Teleología de la Cultura y César Vallejo y el Surrealismo,
según declara en su texto, no menciona usted los dos núcleos fenoménicos que
a la postre a mí me parecen capitales, al grado de definírseme, aunados, como
causa final de la experiencia personal mía y de la mente española en su con
junto: nuestros dos grandes mitos trascendentales que nada tienen que ver con
un individuo aislado: el de nuestro Patrón Nacional, Prisciliano-Santiago y el
sacratísimo complementario del Apocalipsis. Uno y otro con sus derivados, son
reveladores de la existencia efectiva de un orden intrínseco, superior, que ha
venido incubando sus frutos en la trasconciencia histórica al evolucionar de los
siglos, hasta alcanzar la hora supercompleja y universal señalada alegórica
mente en el contexto joanino por la voz del séptimo ángel que es cuando se
rasga el velo del tiempo y se devela el misterio de Dios, en especial el "Misterio"
escrito en la frente de la gran prostituta. O sea, la degradación por decreto divi
no de Roma, en cuanto Babilonia la Grande, opuesta a Jerusalén o ciudad de
la paz, y de la Mujer correspondiente en su identidad a la misión de la Iglesia
petrina. Parece absolutamente disparatado, pero...
No crea que le he estado acusando a usted de nada. Sólo he tratado de defi
nir, rápida y desmañadamente por cierto, su reacción ante mis escritos, con el
propósito de poner algunas cuestiones en claro. Por impulso espontáneo, a
usted le interesan los mitos, la cultura y los testimonios poéticos del catolicis
mo peninsular. Sin proponérmelo previamente, sino en movimiento inverso,
las circunstancias históricas y personales me han impulsado a mí, con inexpli
cable "sabiduría” en una orientación similar. Creo por ello que no debo des
perdiciar la ocasión de manifestarle mis convicciones para que usted pueda
utilizar sus luces -siempre que las estime usted así y lo juzgue conveniente-, ya
que a mi entender, el destino de nuestra lengua española avanza sus líneas de
profundidad en esa dirección y me parece deseable que quien esté capacitado
para ello lo perciba y entienda.
En otro orden colateral de cosas, le diré que sus páginas sobre “El Mito de
Cristo en Antonio Machado", me han interesado vivamente. De Unamuno hace
más de treinta años que me ocupé en texto inédito con motivo del Cristo mate
rializado colectivamente por el pueblo español en la tragedia de nuestro siglo.
Pero su exposición sobre el Mito de Machado viene a corroborar discretamen
te el mismo sentimiento, definiéndolos a uno y otro poetas como espíritus avan
zados en el presentimiento del fenómeno apocalíptico del 36-39 que preparaba
su advenir, entendiéndolo cada cual conforme a los contenidos de su concien
cia respectiva, y en relación con el cual perecieron ambos. A mi entender, el
Cristo que postulan, uno patéticamente, como retorciéndose en el "purgatorio”,
y otro con serena sensatez, en una organización de carácter demo-social,
corresponden al nivel que suele denominarse de la Contrarreforma (aunque a
usted no le satisfaga el término). Traducen el espíritu del Catolicismo luego que
Trento despojó a la subjetividad de los gérmenes y levaduras peligrosamente
divinales suscitadas por el Renacimiento, susceptibles de perturbar la atmósfe
ra que envolvía a las greyes supervisadas. Por algo san Juan de la Cruz, Fray
Luis y cofrades sufrieron de prisiones.
Se trata del catolicismo español que consolida sus diques y estabiliza el nivel
de sus aguas tras el terremoto del Libre Examen. Me parece muy expresivo que
se ocupe usted de Fray Luis y los nombres de Cristo a la vez que de Unamuno
que recoge el tema, y en compañía de Machado. Todos esos poetas cobijados
por la sombra de Roma, omiten, como noción permitida, la esperanza en la
Parousía o Advenimiento, creencia que sin embargo es absolutamente funda
mental en las Escrituras cristianas (Epístolas y Evangelios, más de veinte
veces), al grado de justificar la tesis de que no cabe ser buen cristiano sobre
semejantes supresiones. Para ese estado contrarreformista de Espíritu nada hay
que esperar en este mundo tocante a las individualidades o aisladas o en grupo
religioso. Sumamente significativo me parece que ese modo de no esperar sien
do católico se reduce al orden estricto de lo "humano”. Predica un refinado
humanismo que en realidad rebaja la dignidad divina de Jesús que ha dejado de
ser auténticamente Dios, el Dios del Verbo Creador del Génesis y del Cuarto
Evangelio, para domesticarse pacigüeñamente como simple crucificado o
Corazón de Jesús. Según el esquema de La Espada de la Paloma, está ese esta
do de Espíritu en armonía con el impuesto por Clemente Romano en el siglo
primero a la Iglesia de su confección, y lejos del de los profetas enajenados de
Corinto (“Sobre todo que profeticéis”, 1 Cor. 14,1).
Tampoco puede desestimarse el hecho de que si el Cristo de Unamuno y de
Machado correspondía al estado de la religiosidad peninsular, emparentada
para el último con la "iglesia” moscovita, no ocurría lo propio allende los
mares, en el Nuevo Mundo. Aquí el chileno P. Manuel Lacunza, había concita
do los entusiasmos con su "Venida del Mesías en Gloria y Majestad”, sofocados
y condenados luego por la cátedra de Pedro. Y ya en nuestro siglo, Rubén Darío
clamaba y anunciaba a grito herido el Advenimiento en su Canto a la Esperanza
y especialmente en Pax, donde hacía suyas las últimas palabras de la revelación
cristiana que son a la vez las del Apocalipsis. He aquí, pues en nuestro idioma
o verbo, dos vertientes cristianas a todas luces distintas, entre las que media el
gran Océano que en la creación histórica separa el mundo del Espíritu de ver
dad o Espiritualidad, del reducido a efigie característico del Finisterre anterior.
(Ya tendrá usted pronto ocasión de asombrarse, creo, con Vallejo.) Me parece
que todo ello, aunque sin enfocarse en discurso directo, se explica con relativa
exactitud en el texto de la Razón de Ser, orientado al Advenimiento. El contra-
rreformismo imperante en nuestra época, es antesala histórica del trance deci
sivo que implicita su caducación a la vez que la transfiguración ontológica del
Ser humano. Y en ello estamos, pese a los doctores.
Espero que nada le perturbe de lo que llevo dicho. Así como tampoco la cir
cunstancia "casual”, pero de sentido psico-racional inexplicable por lo certerí
simo, de que D. Miguel se extinguiera súbitamente la tarde del 31 de diciembre
de 1936, o sea en el punto finesterre de un espacio de tiempo, correspondiente
a la apocalíptica tragedia española. Que nuestro destino nos proyecta a un Plus
Ultra que sólo puede definirse como la época correspondiente al más allá de la
Contrarreforma, allí donde se verifica el Advenimiento del Ser Espíritu.
Tampoco han de pasársenos desapercibidas las vislumbres de Machado
acerca del "pensamiento poético" con sus derivaciones dinámicas, propio de la
lógica del mismo, tan bien divisadas por el poeta pero imposibles para él de
practicar. “Nuestra lógica pretende ser la de un pensar poético, heterogenizante,
inventor o descubridor de lo real. Que nuestro propósito sea más o menos irrea
lizable, en nada amengua la dignidad de nuestro propósito". He aquí un enun
ciado que abre teóricamente de par en par las puertas justificativas de
Rendición del Espíritu y textos subsiguientes -aunque lo probable sería que
Machado mismo no hubiera podido aceptarlos-, Pero las intuiciones e ideas de
esa clarividente calidad de vaticinio, no son personales, sino previsiones en el
nivel del intelecto mítico. Lo mismo ha ocurrido en diversas grandes circuna*
tancias, empezando por la de Jesús de Nazareth.
Otra cosa. De sus manifestaciones parece deducirse que a su juicio perte>
nezco personalmente al campo surrealista. Mi sentimiento es que no, entendi
do aquél como el sistema teórico de una escuela literaria in-trascendente, atea,
de origen francés. Nunca he pertenecido a esa escuela, aunque haya escrito en
francés, ni me he sentido en comunión con la misma. Aunque forzosamente
me hayan acercado a cierta ideología y aspiraciones de ese grupo las proyec
ciones avanzadas de nuestro tiempo. Nunca me he embarcado subjetivamente
en él, al que he considerado como un fenómeno sintomático propio de nuestra
época y estado europeo de cultura, en el que pueden descubrirse coordenadas
muy útiles para conjeturar en términos pre-universales, el rumbo superador
que conduce al Realismo de nuestro porvenir. Para mí tengo que quien desea
ra asignar nombre o título que conviniera al conjunto de mi experiencia, ten
dría que optar por el Ultraísmo, entendido éste como tendencia al hombre glo
bal que se asoma al Finisterre, en términos españoles, para ser arrebatado a su
más allá. Plus Ultra es el mote o lema que caracteriza a nuestro blasón, sobre
el que gira nuestro destino, tanto el pasado como el futuro, inscrito aquél desde
los días de los Reyes Católicos en el Águila del Apocalipsis, ufanándose de
armonía con la figura de nuestro caballero patronal, oriundo de ese nuestro
texto medieval de cabecera. ¿Cabe hecho más sintomático que el nacionalismo
afecto a las glorias del pasado, volviera, por sus razones, a inscribir inespera
damente, en 1936, el escudo de España en el Águila de Patmos, y que proyec
tase iniciar su “movimiento" el día de Santiago, y que el jefe insurrecto vinie
ra a deponer ante el altar del Apóstol su espada carnicera? El Ser de la
Realidad, sobre individuos y agrupaciones ¿no se hace aquí presente en virtud
de los acontecimientos históricos, objetivado cósmicamente para la percepción
de todos? Muy deseable sería, desde mi puesto de percepción, que se detuvie
ra usted a considerar, no académica, sino vivencialmente, el asunto.
Vuelvo a solicitar su absolución por mi indecorosa tardanza en coirespon-
derle, así como a reiterarle mi agradecimiento por sus actitudes y juicios tan
amables para conmigo. Ojalá que las presentes consideraciones, en realidad
tan rudimentarias y apresuradas después de tanta demora, puedan serle a
usted útiles para algo.
Me es grato repetirme cordialmente amigo y agradecido lector de sus textos.
J uan Larrea
N ota b io g r á f ic a d e J uan L arrea
O b r a s d e J uan L a rrea
1 índice literario,
Pedro Salinas, "Jo sé B ergam ín en aforism os” , en n° II, 6 de mayo,
19 34 ; reproducido enHomenaje a José Bergamín, Com unidad de M adrid, M adrid, 1997;
p. 59.
muy considerado fuera de España, en el resto de Europa. Y el presen
te libro, tan sutil, elegante y hondo, vendrá a aumentar su prestigio"2.
Muy anterior todavía es el comentario de Unamuno al primer libro
de Bergamín, El cohete y la estrella (1923), donde adivina la profundi
dad de uno de los aforismos insertos en el libro: “Existir es pensar, y
pensar es comprometerse", aunque duda de que el autor haya calado
en lo más hondo de su significado. Sin duda Unamuno vislumbró esa
veta filosófica que anidaba en tan honda sentencia, sin atreverse a pro
fetizar que se hallaba ante un pensador incipiente. El tiempo le habría
demostrado lo acertado de esa premonición.
En muy pocos años desde su salida primera al público en 1923, José
Bergamín va a demostrar que es dueño de un arsenal intelectual de pri
mer orden con libros como Caracteres (1927), El arte de birlibirloque
(1930), Mangas y capirotes (1933) y La cabeza a pájaros (1934). Pero ese
arsenal involucra un proyecto colectivo revolucionario de marcado
carácter religioso que él identifica con la II República. Así surge la
revista Cruz y raya en 1933, dirigida por él y teniendo como secretario
a Eugenio ímaz. El núcleo de sus fundadores es suficientemente expre
sivo: Miguel Artigas, Manuel Abril, José Bergamín, José Ma Cossío,
Manuel de Falla, Alfonso García Valdecasas, Emilio García Gómez,
Antonio Garrigues, Carlos Jiménez Díaz, Antonio de Luna, Juan Lladó,
Alfredo Mendizábal, Eusebio Oliver, José Ma Pardo, José R. Manent,
E Romero Otazo, Eduardo Rodrigáñez, José Ma Semprún, Manuel
Torres. Junto al grupo de fundadores, sus colaboradores más fre
cuentes son también muy significativos de la orientación de la
revista; entre ellos, merecen citarse Xavier Zubiri, Emmanuel Mounier,
P. L. Landsberg, Jacques Maritain... En todos -fundadores y colabora
dores- se da el mismo catolicismo progresista, alejado no sólo de las
posiciones tradicionalmente conservadoras del catolicismo español,
sino incluso del de la propia jerarquía eclesiástica. Es un catolicismo
que Bergamín siente como revolucionario, lo que le lleva a compartir
posturas con el comunismo. "Con los comunistas hasta la muerte”,
dice, aunque añadiendo a continuación: “pero ni un paso más”, porque
ahí justamente empezaba el mundo de la fe. Es esa disposición la que
le llevará en los años de la guerra a colaborar con Rafael Alberti y a
presidir la Alianza Internacional de Escritores Antifascistas; con el pri
mero funda la revista El Mono Azul y en relación con la segunda hay
2 Azorín, “España: Jo sé B ergam ín”, en ABC, 3 1 de enero, 1930; tam bién recogido en
el libro de la nota anterior, p. 19.
que poner la organización del II Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas (que se celebró en Madrid, Valencia y Barcelona), en el
cual se manifestó la soliaridad de los intelectuales del mundo entero
con la causa de la República; si bien en un primer momento la presi
dió Ricardo Baeza, enseguida pasó a manos de Bergamín y de Alberti,
que actuó como secretario. Esa actividad, a la vez religiosa y revolu
cionaria -al menos en su espíritu-, pasó a ser la misma que inspiró, a
partir de 1939, terminada la guerra, la Junta de Cultura Española; ésta
se creó en París, junto con Juan Larrea y José M. Gallegos Rocafull,
prosiguiendo sus actividades en México, al fundarse la revista España
peregrina, que apenas duró un año, pues el último número salió en
octubre de 1940.
En todas estas actividades se mantiene el espíritu fundacional de
Cruz y raya, tal como Bergamín lo concebía: una lucha revolucionaria
por la libertad y la justicia, presidida por la inteligencia, con el afán de
construir un mundo solidario y fraterno bajo la inspiración del man
damiento cristiano. Esa es la insatisfacción espiritual que inspiró no
sólo la obra de Bergamín, sino también su vida, llevándole en un exilio
eterno primero a París, luego a México, después a Venezuela y a
Uruguay, y al final -1958- otra vez a España, donde mantuvo un pulso
con la dictadura franquista, que le llevó a reiteradas entradas y salidas
del país, bajo la coacción policiaca.
En esa lucha que duró lo que duró su vida, la República adquirió el
carácter de permanente santo y seña, y dentro de ella la de un catoli
cismo afirmado críticamente; de ahí la cruz y la raya, es decir, el más y
el menos, o, en otras palabras, el sí y el no. Por eso dicen los editores
-es decir, Falla y Bergamín- en 1933, al presentarla: “Nosotros situa
mos esta revista por la afirmación y la negación puras; porque situán
dola en el espíritu y por el espíritu, nos afirmamos y negamos por él
críticamente. Porque queremos apurar el pensamiento hasta su última
esencia definitiva.
"Por eso nos afirmamos por la cruz, negándonos con ella. Nos afir
mamos por una rectitud voluntaria de nuestra finalidad espiritual: en
este sentido, que es el de la línea, la del linaje católico de nuestro ímpe
tu. Nos afirmamos y negamos por el signo espiritual de la cruz que nos
señala con su sombra; por esos dos trazos, tan breves, que significan y
persignifican nuestro empeño.
"Nuestro sí, nuestro NO, tienden a la rectitud de una voluntad pene
trante, como el gladio evangélico: porque se prolonga espiritualmente
en el tiempo traspasándolo; por encima y por debajo de todo, hasta la
raíz espiritual de su ser: lo mismo en la oscura entraña de su historia
que en la celeste claridad racional de su pensamiento"3.
Al hacer una antología en 1973 -es decir, cuarenta años después-,
Bergamín se reafirma en los principios fundamentales de "indepen
dencia de juicio y libertad de espíritu”, pero, sobre todo, en la fidelidad
a la república, que había convertido -como tantos otros- en utopía
insustituible de sus anhelos. Así lo viene a confirmar en el prólogo a
esa ocasión, cuando escribe: "Puede decirse de Cruz y Raya que nació
y murió de y por y con la República de 1931. Y aún diría que por su
significación más honda, la que hoy tal vez sentimos más íntimamen
te en su lejanía, coincide y se identifica con ella”. Y a la mitad del cita
do prólogo viene también a reafirmarlo con palabras parecidas: “Y este
que digo ‘nivel de su tiempo’, ‘altura de las circunstancias’, tiene un
nombre, históricamente imborrable (para bien o para mal o para las
dos cosas a la vez): se llama la República de 1931”4.
Es esta fidelidad a la República, mantenida contra viento y marea
tras la restauración democrática, la que explica su eterno exilio. En
1979 se presenta como candidato al Senado por Izquierda Repu
blicana, pues considera que la Monarquía se ha colado de rondón en la
Constitución de 1978 sin previa consulta al pueblo. Aislado y posterga
do por casi todo el mundo sufre un proceso de deterioro físico y psí
quico, que acabará llevándole al País Vasco. Se instala en San Se
bastián, acogido en el entorno de Herri Batasuna y con frecuentes
publicaciones en Egin y Punto y Hora. Es la forma de manifestar su exi
lio español dentro de España. Ello respondía a una profunda adhesión
a los ideales republicanos que nunca abandonó, pero era al mismo
tiempo expresión de su eterna aspiración a una pureza que estaba
fuera de este mundo, lo que de algún modo respondía a la veta más
profunda de su pensamiento, como veremos a continuación.
Ese pensamiento bergaminiano se ha identificado con un catolicis
mo progresista que tuvo su paralelo en el que en Francia fundó la revis
ta Esprit y el grupo de intelectuales que animaron esa publicación. El
hecho es cierto, pero basta profundizar un poco en su prosa para darse
cuenta de que ese impulso inicial entronca en su caso con la más pura
tradición barroca española, dándole un impulso de originalidad muy
notable. En cualquier caso, la veta religiosa aparece muy temprana
A CRISTO CRUCIFICADO
Tú me ofreces la vida con tu muerte
y esa vida sin Ti yo no la quiero;
porque lo que yo espero, y desespero,
es otra vida en la que pueda verte.
Tú crees en mí. Yo a lí, para creerte,
tendría que morirme lo primero;
morir en Ti, porque si en Ti no muero
no podría encontrarte sin perderte.
Que de tanto temer que te he perdido,
al cabo, yo no sé qué estoy temiendo:
porque de Ti y de mí me siento huido.
Mas con tanto dolor, que estoy sintiendo,
por ese amor con el que me has herido,
que vivo en Ti cuando me estoy muriendo.
5 La decadencia del analfabetismo. La importancia del demonio, Cruz del Sur, Santiago
de Chile/Madrid, 19 6 1; p. 56.
vuelve para hacerse hombre y encamarse en pueblo como palabra viva.
Así Dios-Hombre parece que va a reinar de nuevo y para siempre en el
mundo material, pero asciende a los cielos y se oculta otra vez, dejan
do ed hombre en su purgatorio.
La situación es descrita dramáticamente por Bergamín al aceptar el
reto de Heidegger: "¿Por qué hay ser y no más bien nada?". Al cristia
no a quien la pregunta acecha le sitúa ante ese pozo de la angustia en
el que no puede hundirse, pues la fe se lo impide. Queda simplemente
suspenso ante ella. Bergamín lo describe muy bellamente: "El pozo de
esta angustia en que caímos nos ha abierto, como el círculo mágico tra
zado en la tierra por el san Patricio legendario, otra especie de purga
torio. A este empeño profundo vinimos a dar con nuestro gozo, pues
acaso en él encontramos una verdad que ya creíamos perdida. La ver
dad o verificación del ser lo que somos: tiempo material. La angustia
que sentimos por dejar de serlo, ¿no es también ansiedad desesperan
te y esperanzadora? Entre el ser y la nada consumimos, quemamos
nuestras luces espirituales, que relampaguean con su vivo destello
nuestra pasión oscura. Vislumbramos, como un grito sangriento, la
estrella nunca vista en ningún cielo. La buscamos entre las que espera
el agua inerte de este anegado pensamiento. Lo que vemos en este
espejo, ¿no es la misma pregunta en el desierto, la interrogación angus
tiosa de esa enigmática esfinge de la nada? ¿El enigma del ser del hom
bre ante la muerte? ¿La nada de la muerte? ¿La soledad sin Dios?"6.
Pero el hombre no está solo enteramente cuando tiene fe, pues pre
cisamente al perderse a sí mismo encuentra a Dios, según el mandato
de la esperanza. "Sombra solitaria, quijotesca -dice Bergamín-, Triste
figura disparatada de una verdad alegre, jubilosa: la del ser humano
trascendido por la esperanza; por su desesperada esperanza"7.
Y lo explica después todavía mejor: "La enajenación racional del
pensar cristiano en el mundo es como la apacible y apaciguadora locu
ra furiosa de Don Quijote; es un existir suspenso en la angustiosa nada
y ansiosamente traspasado de desesperada esperanza. Ser en el tiempo,
parecer en el mundo. No es aislamiento la soledad del hombre porque
no es su separación de la totalidad divina, sino su entera y verdadera
reintegración en ella. El hombre que se niega a sí mismo por Cristo,
según el pensar, que es sentir, que es vivir cristiano, se hace, por la
Cruz, solidario de Cristo: y no está solo verdaderamente, sino separa
6 El pozo de la angustia, Anthropos, B arcelona, 19 85; pp. 23-24.
7 Ibid., p. 43.
do del mundo; por haberse perdido en él, al encontrarse, por la Cruz,
con la soledad totalizadora de lo divino. Por eso se enfurece y entu
siasma tan divinamente, de todo y en todo, como Don Quijote”8.
Al situarse en este nivel el cristiano puede perder de vista el mundo;
al salir fuera de sí para lograr la trascendencia de su ser se sale tam
bién del mundo y lo abandona a su suerte. La salida de la aparente apo-
ría le lleva a extremar la paradoja de la dramática dualidad que clavó
en el corazón de los hombres la dialéctica de San Pablo. He ahí el
supremo dramatismo de su postura, pues para él "la verdad del pensa
miento cristiano en el mundo es una pasión y no una razón porque este
pensamiento no es reflexivo enteramente sino en parte; en aquella
parte de su expresión que le define como reflejo en la conciencia huma
na del mundo sobre el cual actúa’’9.
En Bergamín hay, pues, un alejamiento de la razón analítica, que
conduce siempre al materialismo, para acercarse a la razón dialéctica,
la única que hace posible la afirmación del espíritu, aunque sea en
lucha con la materia. En esto consiste la afirmación quijotesca a que
antes nos referíamos; lo viene a corroborar después en este párrafo
revelador: “Vivía sin vivir en él Don Quijote, gracias a Dios: y por eso
moría, por no morir. Porque no quería morir al no querer perder el tiem
po material de su vida. Pues lo que le importa al hombre en el mundo no
es el perder la vida sino el perder el tiempo. El tiempo material. Que el
tiempo es la materia preciosa de que hace el hombre en esta vida su
esperanza para la obra; esperanza que nace de su fe y es como un tram
polín imaginativo con el que trata de saltarse -a la torera, como el
torero con la garrocha al toro- el contratiempo de la muerte”10.
Solo así puede hacerse real un pensar dialéctico que, al identificar
se con el tiempo que lo determina, temporaliza la verdad y la entraña
en lo eterno. Y en esa aspiración es como se entiende la vida humana
suspendida entre el infierno y el cielo; es decir, inmersa en un purga
torio del que sólo podremos evadimos tras la muerte. Por eso viene a
definir la vida humana una vez más como permanente angustia: "La
verdad sustancial de esta vida nuestra -dice- es la del purgatorio que
experimentamos en vida cuando se ahonda en nosotros ese sentir, que
es el pensar cristiano en el mundo, expresándonos con su angustia y
ansiedad la más profunda razón de nuestro ser, la que nos dibuja la
8 Ibid., p. 45.
9 Ibid., p. 79.
10 Ibid., p. 76.
muerte con su línea de sombra cavando a nuestro alrededor ese pozo ¡
en el que encontramos, gozosa y dolorosamente a un mismo tiempo, el j
tiempo mismo que nos determina, la verdad sustancial que somos,
nuestra pasión de ser por nuestro enajenado pensamiento”11. I
Es ese carácter dialéctico del cristianismo el que hace de éste algo j
popular, permitiendo la acción transformadora del hombre en el i
mundo. Contra la opinión de Merleau Ponty que creía que el cristia- ¡
nismo repetía siempre un pasado inmóvil, frente a un sentido utópico
de la revolución que se proyecta hacia el futuro, Bergamín reivindica ;
la dimensión revolucionaria del cristianismo. En contraposición a los
que ven el cristianismo como rememoración histórica, Bergamín lo
vive como un presente comprometido con el pueblo por un futuro
mejor. Un cristiano lo es de verdad cuando vive su fe en compromiso
solidario con el pueblo.
Esta postura hizo su primera aparición con el libro Detrás de la Cruz
(1941), donde denuncia la actitud militante de la Iglesia española
durante la guerra civil, dejando bien claro que no se refiere a la Iglesia
como cuerpo místico, que él identifica con el pueblo eterno de los fieles,
sino a la jerarquía que tan mal interpretó a éste. Aparece ahí la prime
ra declaración de un cristianismo popular, puesto que para él es el
pueblo el que verdaderamente está detrás de la Cruz, pues "todo lo que
no es pueblo es ignorancia”.
Por eso Bergamín convierte la inmortalidad del alma y la resurrección
del cuerpo en esperanza de salvación individual y comprometida lucha
en la transformación del mundo. No le cuesta en este sentido concertar
cristianismo y marxismo, puesto que es esto lo que pide la salvación del
pueblo. Solo incorporando éste a esa lucha por un mundo mejor cabe
darle un sentido dialéctico a la historia y salvar al pueblo dentro de ella.
Al marxistizar el cristianismo está dando a éste su verdadera significa
ción en el mundo y haciendo al hombre invisible del que hablaba
Raimundo Lulio: un hombre visible, ya que éste lo es sólo cuando tiene
a un pueblo detrás. "Y este pueblo invisible -dice-, el alma de este pue
blo, se encama en hombre para que lo podamos ver y creer de ese modo:
como un solo hombre y como un hombre solo”12. He aquí al Cristo.
Combatir en el mundo y estar fuera de él: he aquí la paradoja del
cristiano que al mismo tiempo es revolucionario. Y es esta paradoja la
que le lleva a aproximar la dialéctica de San Pablo a la de Lenin, con
virtiendo a la R a z ó n -m a te ria lis ta siempre- en Dialéctica -a s p ira c ió n
espiritualista por excelencia-. Ello es posible dentro del cristianismo,
porque el cristianismo no es sólo una doctrina de salvación personal,
sino también colectiva, ya que es el pueblo cristiano quien esp e ra su
redención; en ella confía y de ella se nutre desde hace siglos. "Es este
Pentecostés llamativo -dice Bergamín-, es ese grito de la sangre popu
lar que por ellos se expresa”. La reverberación colectiva de la fe es p re
cisamente la que resuelve la paradoja del cristianismo revolucionario,
ya que en ella se alimenta la esperanza cristiana de liberación. Los cris
tianos se unen para conquistar el Reino de Dios y en esa esperanza se
congregan no sólo para orar, sino también para actuar. Este es el cris
tianismo activo que predica Bergamín, frente al dogmático e inamo
vible de Trento, y éste es también el que lleva el pueblo español en su
sangre cuando pide -como lo hizo durante la República- una justicia
revolucionaria. Por eso el amor cristiano y la aspiración a la justicia
se funden dialécticamente en un solo anhelo que busca la transfor
mación del mundo. Las páginas finales de El pozo de la angustia lo
expresan con supremo dramatismo: “Al referirme a esta analogía
extremada del pensar dialéctico -la de Pascal y Lenin, la de cristianis
mo y comunismo: teísmo o ateísmo-, señalo una aproximación exac
ta en la que a mi modo de ver se encuentran hoy polarizadas las dos
corrientes decisivas del pensar dialéctico en sus dos formas de mate
rializar el tiempo: por su inmanencia natural y por su trascendencia
espiritual. Ambas expresan la superación del determinismo mecani-
cista por una voluntad hum ana determinante que rompiendo la jaula
del autómata, deshaciendo su mortal peripecia, deja al hombre caer,
desbaratado, en el pozo de su angustia. En esa sima o cueva tenebro
sa, insondable abismo en el que hay algo que invisiblemente nos sus
pende, dialoga nuestro pensamiento gozosamente con los astros. Y
nuestra pasión racional se propone sencillamente no dejarse regir por
ellos y hasta desviamos caprichosamente de sus designios inmutables.
La burla y pasión de este hombre invisible, próximo a salir ante un
mundo nuevo, aun poblado de muertos, de ruinas, de escombros
humeantes, tiene tras sí la cruz que es carga y apoyo de su ser en el
tiempo y contra la muerte; tiene sobre sí la palpitación sideral con que
responde a su corazón oprimido, acongojado, angustiado, su estrella
nunca vista”13.
Ahora sin duda puede entenderse aquella aparente paradoja: "Yo
estoy con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más”. “Ni un
paso más”, en efecto, porque justamente en ese paso empezaba para él
la trascendencia, que los comunistas no aceptan. En este aspecto
Bergamín es un deudor cristiano de Heidegger; en cierto momento nos
recuerda una frase de éste: "Este estar sosteniéndose la existencia en la
nada, apoyada en la recóndita angustia, es un sobrepasar el ser en
total: es la trascendencia”. Ahora bien, ese sentir la trascendencia como
carácter estructural de la vida humana fue sentido permanentemente
por Bergamín como algo que dio sentido a su biografía entera. Ber
gamín sintió ese anhelo de trascendencia de un modo continuo que dio
a su vida el talante de un eterno exiliado. Se exilió de España cuando
vio perdida la causa de la República con la que se había identificado;
se exilió de México cuando murió su esposa y el dolor se le hizo inso
portable; se exilió de Venezuela, negándose a aceptar dos mandatos
académicos que violaban su libertad de docente; se exilió de Uruguay
cuando la vida en este país le pareció que no tenía sentido; se exilió de
España, tras haber regresado al país, en varias ocasiones por incom
patibilidad con el régimen franquista; y cuando la voluntad democrá
tica se impuso en España se exilió también, aunque esta vez dentro de
ella, a un rincón del País Vasco marginado de toda oficialidad. Y muere
así en Donostia con el destino marcado del peregrino que había dibu
jado al frente de aquella España peregrina puesta en marcha durante el
exilio mexicano. ¡Genio y figura!
O bras de Jo sé Bergam ín
1. P ro s a
libros
Antologías
- Al fin y al cabo. Prosas. Madrid, Alianza Editorial, 1981. Selección realizada
por el propio Bergamín.
- Prosas previas. Madrid, Universidad Complutense, 1982. Edición y prólogo
de José Esteban.
- Cristal del tiempo (1933-1983), Madrid, Revolución.
- El pensamiento de un esqueleto. Antología periodística, Málaga, Litoral, 1984,
3 vols. Prólogo, selección y comentarios de Gonzalo Penalva Candela.
- Prólogos epilógales, Valencia, Pre-Textos, 1985.
- José Bergamín. Escritos en Euskal Hernia. Tafalla, Editorial Txalaparta, 1995.
Selección y prólogo de Javier Sánchez Erauskin.
2. T eatro
Libros
3. P o e s ía
Libros
Antologías
1 Este conocimiento ha sido posible gracias al admirable esfuerzo del Profesor José
Ángel Ascunce para recoger toda la obra de ímaz en los siguientes tres gruesos volúme
nes: I .La fe por la palabra; II. Topía y utopía; III. Luz en la caverna, Universidad de Deusto,
Mundaiz, San Sebastián, 1988-1989.
2 E. ímaz, Luz en la caverna, FCE, México, 1951, p. xin.
Schriften más de acuerdo con el auténtico sentido diltheyano, en su
opinión, que la ordenación alemana del yerno y discípulo de Dilthey,
Georg Misch. En polémica, pues, con los comentaristas más distingui
dos del pensador alemán, Eugenio ímaz realiza su nueva ordenación
de las Obras com pletas, tarea que justifica primero en los prólogos y
epílogos a la traducción de los distintos tomos y después en un magní
fico libro sobre E l pensam iento de Dilthey. E volución y sistem a (México,
1946), primero de conjunto en la literatura sobre Dilthey en que se
estudia su pensamiento de modo orgánico y sistemático.
Los prólogos y epílogos antes mencionados han sido recogidos en un
volumen independiente bajo el título de Asedio a Dilthey (México, 1945).
En el prólogo a esta publicación nos dice: “Nos hemos acercado a la
obra de Dilthey paulatinamente, planteando problemas, tratando de
resolverlos más tarde, volviendo sobre cuestiones ya iniciadas, repi
tiendo exposiciones, todo ello en un deliberado mimetismo de la mane
ra diltheyana, un mimetismo no naturalista, de saltamontes o maripo
sas, sino hermenéutico: m irar por dentro, y no sólo con la cabeza, lo
que por dentro le movió a no dejar reposo a la mano a lo largo de toda
su vida". Por ello, "los volúmenes publicados no lo han sido de un
modo arbitrario, sino en una serie de ataques sucesivos a la fortaleza
diltheyana por los flancos que nos parecían más prometedores, lo cual
quiere decir que no han sido sistemáticos más que en su insistencia,
pues de lo que se trataba era precisamente de sorprender el sistema, ya
que los estudios existentes discrepaban todos y ninguno arrebataba”.
El propósito de este asedio, que más tarde terminará en conquista
con E l pensam iento de Dilthey, sale al paso de frecuentes y precipitadas
interpretaciones sobre el carácter asistemático e incompleto de la filo
sofía diltheyana. Es cierto que la índole de sus escritos, muchos de
ellos simples borradores y esquemas, se prestaban a tales interpreta
ciones, pero no resulta para nosotros menos indudable que la explica
ción última hay que buscarla en que no había nacido aún el pensador
que lo interpretase debidamente. Hoy, tras la obra de ímaz, es claro que
el pensador alemán tenía al morir una obra más sistemática y elabora
da de lo que la mayor parte de los intérpretes han logrado ver; y aún
que el trabajo de toda su vida estaba guiado por una intuición muy
clara, que ya tuvo en los comienzos de su carrera académica.
Pero para ser justos hemos de hacer constar que las dificultades de
ver claro en la maraña diltheyana no obedecen sólo a obstáculos for
males, sino a otros surgidos de la índole misma de su investigación
sobre las ciencias del espíritu. Eugenio ímaz nos pone en claro desde
las primeras páginas de su Asedio de cómo el punto de partida de
Dilthey había sido el factum de las ciencias del espíritu -historia del
Derecho, de la Política, de la Filosofía, etc - que había sido creado por
la escuela histórica alemana y el impulso de la filosofía hegeliana.
“Ante este factum arremeterá Dilthey como antes Kant ante el factum
de la ciencia físico-matemática y con paralelo propósito: buscar las
categorías que los fundamentan”, escribe ímaz. Y así, con un parale
lismo que el mismo Dilthey inicia, frente a la Crítica de la razón pura,
su tarea de toda la vida será el intento de elaborar una Crítica de la
razón histórica.
Ahora bien: un propósito semejante le lleva a saltar constantemente
de los trabajos históricos a los sistemáticos y viceversa, lo cual explica
muy bien el gran volumen que ocupan en Dilthey los trabajos históri
cos, que a una ojeada superficial aparecerán desconectados de los sis
temáticos. Sin embargo, el mismo Dilthey es bien explícito en algunas
ocasiones, por ejemplo en el prólogo al primer tomo de la Introducción
a las ciencias del espíritu (1883), donde se justifica de no haber conti
nuado la Vida de Scheleiermacher, cuyo primer volumen apareció en
1870, con las siguientes palabras: "Aparece este ensayo antes de haber
saldado yo una vieja deuda, la de term inar la biografía de Scheleier
macher. Luego de ultimar los preparativos para la segunda mitad de la
misma resultó en su elaboración que la exposición y crítica del sistema
de Scheleiermacher suponía de una manera general explicaciones
acerca de las cuestiones últimas de la filosofía. Por eso fue relegada la
biografía hasta la aparición del presente libro, que me ahorrará tales
explicaciones”3. Y comenta ímaz muy agudamente este párrafo dicien
do que la publicación de dicho volumen no le ahorró las susodichas
explicaciones, puesto que se pasó el resto de su vida preparando los
materiales para la Introducción a las ciencias del espíritu, que no llegó
a terminar; de aquí la necesidad de concluir como lo hace el propio
ímaz: “La parte histórica y la teórica se entrecruzan saludablemente,
de suerte que encontramos mucha historia en su teoría y mucha teoría
en su historia, un círculo vicioso aceptado fundamentalmente por
Dilthey, para quien las ciencias del espíritu se constituyen en la histo
ria y ellas a su vez estructuran al mundo histórico”.
La ordenación de las obras de Dilthey por ím az se hace, pues, a la
luz de semejante criterio, y así encuentran su lugar apropiado mate-
3 Todas las citas de Dilthey que aparezcan aquí están tomadas de las obras de
Eugenio ímaz, que comentamos.
ríales a veces sin terminar y aparentemente desconectados del resto de
la obra. La consecuencia es un pensamiento mucho más orgánico y
coherente de lo que se había pensado, movido por dos motivos teóri
cos fundamentales: uno, m ostrar la necesidad de una ciencia funda-
mentadora de las ciencias del espíritu, y segundo, establecer dicha
ciencia. El primer motivo quedó sobradamente explícito en su obra; el
segundo no llegó a realizarse de modo completo, a pesar de las magní
ficas y decisivas aportaciones en tal dirección.
Entre tales aportaciones -y dejando aparte los estudios históricos,
que ocupan el mayor volumen de su obra- está el intento de fundar las
ciencias del espíritu sobre la conexión estructural psíquica que ha des
cubierto en el mundo anímico del hombre; sobre dicha conexión
habría que montar una teoría del saber, que se daría también como
conexión estructural. Es ésta una labor que estaría a cargo de una psico
logía “comprensiva” muy alejada de las construcciones de la psicología
"explicativa", producto de aplicar a lo psíquico el conocimiento natu
ral que no está hecho para él. En este sentido, el éxito en la construc
ción de las ciencias del espíritu habría que buscarlo en dirección
opuesta al de las ciencias naturales: "Por la vía desacreditada del an
tropomorfismo, asegurando, sin embargo, un saber de validez univer
sal, acaso de una validez menos hipotética que el de las ciencias de la
naturaleza"4.
En la teoría de la estructura, que Dilthey desarrolla como parte fun
damental de su "psicología descriptiva y analítica", se halla el funda
mento de las ciencias del espíritu; en dicha teoría analiza las tres acti
tudes psíquicas básicas: la captación de objetos (función intelectual),
de valores (función sentimental) y de fines (función volitiva). La críti
ca de la razón histórica supera, pues, el planteamiento kantiano, exclu
sivamente intelectualista, ya que parte de que es el hombre entero y no
una sola de sus partes quien comprende. (Hay que tener bien presente
que no se trata de tres facultades del alma al modo escolástico, sino de
tres modos de comportarse el yo con el objeto: aprehenderlo, quererlo,
sentirlo). Estas tres actitudes darán lugar más tarde a los “tres motivos
fundamentales de la conciencia": arte, religión, filosofía, que se armo
nizarán después en una propia teoría de la concepción del mundo.
En su afán de ofrecemos una fundamentación y una metodología de
las ciencias del espíritu, Dilthey ha elaborado conceptos de gran utili
dad para la ciencia histórica, como son los de vivencia, generación,
teleología inmanente, nexo final, nexo efectivo, etc., que no podemos
detenemos a analizar aquí. Una aportación de valor desigual es la de
las categorías de comprensión del mundo histórico, que, dada la aber
tura y amorfismo de la vida, no pueden establecerse de modo definiti
vo y seguro.
El punto quizá más débil de toda la filosofía diltheyana es el de la
dualidad entre las ciencias del espíritu y las de la naturaleza. Es cierto
que su teoría del saber está orientada en el sentido de una solución uni
taria que abarque ambos campos; partiendo del desarrollo unilateral
de las ciencias del espíritu, Dilthey parece esperar que la filosofía de la
vida de que son expresión, acabe también por englobar en una unidad
de sentido a las ciencias de la naturaleza. No creemos que el filósofo
alemán lograra su propósito, especialmente al nivel empírico y ameta-
físico en que se había propuesto tal tarea, pero, puesto que este punto
está en estrecha conexión con su personal teoría de la concepción del
mundo, lo dejaremos en el aire hasta tener alguna idea sobre la misma.
Según la autorizada opinión de ímaz, la “obra” de Dilthey podría
reducirse, en sus enormes dimensiones, a dos grandes títulos: Intro
ducción a las ciencias del espíritu y Teoría de la concepción del mundo;
aquél se ocuparía de sus investigaciones históricas y gnoseológicas
dirigidas a la fundamentación de las ciencias del espíritu, éste de los
esfuerzos para superar todo el relativismo de las concepciones históri
cas. Nos hemos ocupado muy someramente de la primera, a continua
ción hablaremos algo de la segunda.
No olvidemos los propósitos iniciales de sus primeros años acadé
micos. Un gran amor por la vida, un sentimiento religioso profundo
que no se satisfacía con ningún “trascendentismo” oficial, una gran
simpatía por el arte y, sobre todo, por la poesía. El mismo nos habla de
cómo los grandes poetas, Shakespeare, Schiller, Goethe, le habían des
cubierto el mundo espiritual en toda su riqueza multiforme. "De esta
situación -escribe él mismo ya al final de su vida- surgió el impulso
que domina mi pensamiento filosófico, que pretende comprender la
vida por sí misma. Este impulso me empuja a penetrar cada vez más
en el mundo histórico con propósito de escuchar las palpitaciones de
su alma; y el rasgo filosófico consistente en el afán de buscar el acceso
a esta realidad, de fundar su validez, de asegurar el conocimiento obje
tivo de la misma, no era sino el otro aspecto de mi anhelo por penetrar
cada vez más profundamente en el mundo histórico". Y comenta ímaz
este párrafo diciendo: “Pretendía comprender la vida por sí misma,
según le habían enseñado los grandes poetas, pero pretendía com
prenderla como filósofo, es decir, transformar la conciencia poética en
rigurosa conciencia filosófica”5, es decir, que ya desde los comienzos de
su vida académica se daban en unión inextricable filosofía de la vida y
crítica de la razón histórica.
Esta devoción a la vida es la que le inclinaba a creer que, al abordar
el problema gnoseológico desde la misma vida, podría conseguirse una
teoría unitaria y subordinar el conocimiento natural al espiritual. Sin
embargo, Dilthey no llegó a la apetecida solución, al menos desde el
punto de vista empírico que se había propuesto; por el contrario, tra
taría de hallar la solución dentro de la fe monista de su panteísmo his-
tórico-evolutivo. En una palabra -como concluye ímaz-: la dualidad
cognoscitiva entre las ciencias del espíritu y las de la naturaleza perte
necería al ámbito enigmático de los problemas que la vida nos presen
ta como insolubles. Por ello, ímaz siente una gran debilidad hacia el
historicista inglés Collingwood, que considera la actual situación de las
ciencias como apta para superar el dualismo anterior; ello le llevó a
nuestro autor a traducir al español The Idea of Nature6 y a anhelar su
Idea o f History, que no pudo tener a mano cuando redactaba El pensa
miento de Dilthey1.
El problema de Dilthey en su Teoría de la concepción del mundo es la
de superar todo relativismo, problema que trata de resolver con la
misma devoción a la vida que el anterior. "Sólo cuando acogemos en
nosotros todas las formas de vida del hombre -nos dice-, desde los
pueblos primitivos hasta el presente, es posible resolver el problema de
encontrar en lo relativo la validez universal”, pues está convencido de
que "la última palabra del espíritu no es la relatividad de toda concep
ción del mundo, sino la soberanía del espíritu frente a cada una de
ellas”. He aquí, pues, el problema de la concepción del mundo: recon
ciliar la persona soberana con el curso cósmico, en un deliberado
intento de separar historicismo de cualquier clase de relativismo.
El problema que nos presenta la conciencia histórica es cómo librar
nos del escepticismo, es decir, cómo superar la anarquía de las opi
niones en los campos del arte, de la religión y de la filosofía. La
conciencia histórica tropieza con la indefectible relatividad de todo lo
humano en todos los campos, pero donde alcanza su máxima radicali-
El pensamiento de Dilthey,
5 p. 68.
Idea de la naturaleza,
6 F C E , M éxico, 1950.
7 Sobre Collingw ood en relación con ím az léanse las pp. 336-340 del citado libro
sobre Dilthey, y m uy especialm ente los artículos “Oxford nos envía un filósofo” y
Luz en la caverna,
“ C ristalizaron los sueños” : F C E , M éxico, 19 5 1.
dad -sobre todo en nuestra época desinteresada de lo religioso- es en
el terreno filosófico; aquí, que toda doctrina se presenta con pretensión
de validez universal bajo la sola autoridad de la razón, no es de extra
ñar lo desmoralizador de sus contradicciones. Por ello es en el ámbito
de la filosofía donde la teoría de la concepción del mundo recibirá de
Dilthey el tratamiento más completo, y ello no puede hacerse más que
llevando la conciencia histórica a sus últimas consecuencias, extre
mando el carácter relativo de todo sistema, sumergiéndonos así en las
grandes objetividades de la historia y ensanchando nuestra vida hasta
el infinito.
El afán de comprender la vida por sí misma le lleva a fundamentar su
conocimiento objetivo de modo empírico mediante las ciencias del espí
ritu; por ello asegura que el conocimiento suprasensible no es accesible
a ninguna investigación científica y que, por tanto, no existe conoci
miento riguroso más que de aquello que se nos da en la experiencia. La
diferencia de Dilthey con Kant es que mientras éste se conformaba con
una metafísica de postulados en su Crítica de la razón práctica, aquél
buscaba algo de veras basado en la experiencia histórica.
Ahora bien: Dilthey reconoce que la necesidad de captar el sentido
del mundo es eterna e irrenunciable para el hombre por encima de
toda razón. ¿Cómo conciliar este anhelo con el nivel empírico en que
quiere moverse Dilthey? A ello acude la teoría de la estructura para
manifestamos cómo en la unidad psicofísica de vida que es el hombre
se da una trabazón íntima entre imagen del mundo, valores y fines. “El
ser del hombre -dice ím az-, que hasta ahora no lo definíamos más que
por la estructura psíquica, se determina un poco más como ser que vive
en el mundo, que es una urdimbre de relaciones vitales con el mundo,
urdimbre que no es, en definitiva, sino el modo como interpretamos el
mundo, el modo como nuestra estructura, que brota de ese hontanar
insondable de los impulsos y los afectos, nos entrelaza con el mundo
en una interpretación del mismo”. Y concluye: “Vemos en qué forma
tan armoniosa Dilthey, partiendo de la teoría de la estructura, prosigue
con la teoría del saber y culmina en la teoría de la concepción del
mundo”8.
En esa interpretación del mundo, la filosofía sería una forma con
ceptual de concepción del mundo con pretensiones de validez objetiva,
cuyo relativismo quedaría a salvo por la autognosis histórica. "La vida
en su totalidad aparece así como una pirámide de tres vertientes -arte,
8 El pensamiento de Dilthey, p. 293.
religión, filosofía-; de cada una de ellas se obtienen perspectivas cada
vez más amplias, según ascendemos, pero siempre unilaterales y sin
que jamás podamos llegar al vértice. La filosofía otea la vida por una
sola de las vertientes, sin que pueda sacar de ella más que lo que en ella
hay. La verdad de los sistemas filosóficos es siempre "parcial”, sin dejar
de ser verdad; los sistemas podrán superarse por elevación del nivel
que el tiempo acarrea, pero sin que pueda superarse su “parcialidad".
De aquí que sea imposible el sistema "definitivo”, como nos lo hace ver
la autognosis, lo que lleva a la superación tanto del relativismo como
del metafisicismo"9.
He aquí el resumen del pensamiento de Dilthey, que no quedaría
completo sin unas líneas sobre la propia concepción del mundo de
Dilthey. Se trata, desde luego, de una concepción histórica, que repre
senta la realización del legado de Goethe: su concepción genética de la
naturaleza, en la que el universo es considerado como una realidad sin
gular de la que lo humano sería la coronación. Esta concepción se
completa con una ciencia comparada del hombre, que originaría un
panteísmo histórico-evolutivo, elaborado empíricamente. Una vez
más: “Entrega a las grandes objetividades de la historia -ya que las de
la naturaleza nos están vedadas- con la conciencia serena de que apun
tan a una sagrada fuente escondida”10.
Esta es, dejando muchos trazos fuera y reducida casi a caricatura, la
interpretación que hace Imaz del pensamiento de Dilthey. Claro que el
libro no es sólo eso, es también un estudio muy serio sobre el sentido
del historicismo, su pasado y su futuro11. Por todo ello, puede conside
rarse que los dos libros sobre Dilthey, junto con la traducción de sus
Obras completas, es una aportación extraordinaria a la cultura de los
pueblos de lengua española. Nosotros nos hemos limitado aquí a una
exposición de la magna obra de ímaz; una crítica de ella requeriría un
conocimiento de Dilthey que nosotros no poseemos; por lo demás,
dicha tarea ha sido ya hecha por José Gaos12.
Aun con todo lo anterior, el interés de Eugenio ím az en Dilthey no
es meramente histórico o erudito, sino que está entrañado en una
9 Ibid., p. 304.
10 Ibid., p. 306.
11 Cf. los capítulos "Puntos y comas sobre el historicismo", “La conciencia desgarra
da y la conciencia histórica” y el final "Dilthey y nuestro tiempo” de El pensamiento de
Dilthey.
12 “La jornada de Dilthey en América” y “El Dilthey de ímaz", en Sobre Ortega y Gasset
y otros trabajos de historia de las ideas en España y la América española, México, 1957.
auténtica preocupación p e rs o n a l por el historicismo, las ciencias del
espíritu y, dentro de éstas, muy especialmente, por la psicología y la
antropología. Por lo que se refiere a aquélla, son muestras del mencio
nado interés su “Itinerario de la psicología”13, más tarde ampliado y
refundido en “Introducción a la psicología"14, trabajo incompleto que
estaba destinado a ser parte de uno de los Breviarios del Fondo de
Cultura Económica, que llevaría el título de Introducción a la psicolo
gía. De este trabajo hace Gaos el siguiente comentario, que juzgamos
acertado: “Admirará a quien conozca la enmarañada selva de las psi
cologías contemporáneas (disciplinas, escuelas, teorías, aplicacio
nes...) la maestría superlativa con que, podando la fronda viciosa, deja
al descubierto los troncos y ram as de un orden histórico y esencial”15.
Pero lo más original y representativo de Eugenio ímaz son sus
numerosos artículos y ensayos, escritos muchos de ellos a vuela pluma,
si bien siempre en un estilo cortante e incisivo, lleno de paradojas y
reverberaciones, que son un verdadero acoso al lector. Son los trabajos
recogidos en Topía y utopía y el volumen postumo Luz en la caverna,
que nos sorprenden por la densidad intelectual, por el humor chispe
ante, por el establecimiento de relaciones insólitas, aunque no menos
verdaderas. Eugenio ím az alcanzó con su estilo una originalidad, una
fuerza y una gracia que le ponen en primera línea entre los prosistas
de lengua castellana. Por otro lado, su forma indirecta, pero al mismo
tiempo enfática de decir, nos lleva de la mano a su tipo humano, a su
personalidad de vasco. Se nos presenta ímaz como uno de los gran
des conversadores de nuestra lengua, de los que -como decía don
Francisco Giner de los Ríos- administraban el "santo sacramento de la
conversación”. Y no nos cuesta trabajo representárnoslo paseando por
las calles de México, como describe Alfonso Reyes, "como un encuen
tro feliz a la vuelta de una esquina, con cierto aire de hombre que va
callejeando sin prisa, llevado por el monólogo interior, embriagado en
sidras del alma, acaso escuchando el resuello de los acordeones nati
vos, más alto de lo que realmente era, escueto y justo, las piernas de
aurrescu, la boina tumbada por la frente, los ojos de perfecta confian
za y mal disfrazada de brusquedad aquella su irremediable dulzura”16.
El mismo José Gaos ha calado en ese fondo étnico -por lo demás
perceptible hasta en sus escritos- de modo admirable: “Hay dos tipos
13 Topía y utopia, México, 1946.
14 Luz en la caverna, México, 1951.
15 Ibid., p. xix.
16 Ibid., p . x ii .
de vasco, Lecochandegui el jovial y Elizabilde el vagabundo, que tan
exacto hubiera sido llam ar ‘el melancólico’ y hasta ‘el misántropo’: el
vasco de las grandes bromas cordiales y el vasco de la ternura retenida
bajo la hurañía en lo público y suelta sólo en la intimidad afectuosa.
Bajo un Lecochandegui, mucho más fino, naturalmente, como mucho
más culto, que el personaje de ficción, pero bien reconocible todavía en
las bromas que gastan a ideas e ideadores las paradojas del humor
característico de su estilo, había un Elizabilde que aún va de un asun
to a otro, afanoso de algo que no acaba de encontrar, en el vasco por
estos dos costados, como mínimo, que era ímaz. No es precisamente
insólita ni incomprensible, ni en lo esencial ni en lo individual, la aspi
ración de la tormentosidad de la vida a la serenidad de los cielos, ni que
el retraso de su logro empuje hasta un delirio, como el español que da
título a uno de los artículos de ím az17, y del que éste quiso librarse,
como atestigua la intención crítica del artículo, sin conseguirlo en
definitiva”18.
Esta capacidad literaria no estaba reñida con su aptitud didáctica,
como lo demostró en sus cursos de las Universidades de México y
Venezuela, donde fue profesor. Aun así, Gaos considera que no tuvo la
vocación de profesor, aunque tuviera la aptitud de la enseñanza; y ello
lo basa en su preferencia por puestos de secretario de revista19y emple
ado de editorial20, a los que volvió desde la cátedra universitaria, renun
ciando a ella sin necesidad aparente. En todo caso, es nuestro deber
hacer constar aquí la fecundidad y eficacia de su aptitud -ya que no
vocación- profesoral, de la que tenemos varias pruebas; una de ellas, y
no manca, sería la obra de Ernesto Mayz Vallenilla sobre Dilthey21, que
apareció precisamente al cabo de los dos años en que Mayz Vallenilla
fue discípulo de ímaz en la Universidad de Venezuela; en dicha obra
habrían, pues, de influir sin duda las enseñanzas del diltheyano maes
tro, como lo prueba asimismo el prólogo22 que ímaz puso a la obra.
Y pasando ahora al contenido ideológico de los ensayos incluidos en
los dos libros citados, habremos de notar la fidelidad de su pensa
29 Ibid., p. 199.
30 "Significado y alcance de la actitud científica”: Luz en la caverna, págs. 146-150
(subrayados de ímaz).
31 “¿Qué es el hombre ?”: Luz en la caverna, p. 133.
32 La carta, como es bien sabido, habría de provocar el ensayo de Heidegger Über den
Humanismus.
recorrido histórico al sentido del humanismo. De los griegos a los
romanos y de éstos al Renacimiento, la pluma de ímaz nos conduce
entre sugerencias y paralelismos insólitos, hasta esa curiosa coinci
dencia entre existencialismo y humanismo renacentista de definir al
hombre no como "naturaleza” ni como “ser”, sino como “posibilidad"
de ser todas las cosas.
Pero lo más interesante del ensayo es cuando empieza a tratar de la
aportación española al humanismo, que para él está centrado sobre el
concepto de "hombría”, originado por un sentido caballeresco y de
mocrático, al mismo tiempo, de lo humano. Este sentido de la hom
bría, que es una de las claves de nuestro teatro del Siglo de Oro, “no
procede de las letras, sino de las armas”; se trata de una "democracia
aristocrática” que se basa en la efectiva igualdad del hombre. “Nada
podía justificar -nos dice- que un señor, por serlo, se permitiera agra
viar a un hombre de bien. Del rey abajo, ninguno, y a veces hasta el rey,
como en La estrella de Sevilla. Muchas veces el agraviado que sale por
sus fueros -no feudales, sino hum anos- y que en esta salida demues
tra hazañosamente que no es menos hombre que el hombre que le ha
ofendido, resulta de buena cuna, pero otras veces es un labrador hon
rado, nada más, y a veces todo un pueblo. Este es el tema que todavía
arrebata al público popular de España, que apenas si entiende de la
monstruosa 'razón de estado’ del honor calderoniano. Y ha sido tam
bién la raíz profunda de la quijotesca resistencia popular española
ante la insurrección militar". Y concluye: “Cuando el universalismo de
los Querubines filósofos, intelectuales y la democracia de los Tronos
caballeros de hombría escriban a una el 'discurso de las armas y las
letras’ es cuando se habrá dado un sentido definitivo a la palabra huma
nismo”*3.
Una consecuencia de lo anterior es el rechazo palmario del concep
to existencialista de las humanidades, sea heideggeriano o sartriano;
en cambio, mantiene una admiración sincera por Goethe. Ha de recha
zar por las mismas razones la identificación nietzscheana entre “bue
nos sentimientos” y "degeneración" o “cristianismo" y “decadencia”: lo
primero lo atribuye a su experiencia de enfermo depauperado, lo
segundo a su educación alemana y calvinista. Así, afirma: “Por nuestra
tradición humanista, tan irónicamente racionalista’; por nuestra tradi
ción caballeresca, que hace hincapié en la hombría, y por nuestro cato
licismo popular, que no tiene remilgos con la carne, el ideal del super
hombre nos viene estrecho". Y también: "Sentimos, vitalmente, que la
carencia de sentimientos generosos es un síntoma no ya de falta de
salud, sino de 'deficiente potencial biológico’, como dicen las cartillas
militares”34.
Y termina su ensayo pidiendo una interpretación humanista del tra
bajo científico, al que quiere incluir en los studia humanitatis. "En
este sentido -dice- hemos ampliado el campo de los primeros huma
nistas: queremos que abarque también la Historia de las ciencias, pues
el orden que le han sabido sonsacar al Universo es una hazaña huma
na que cuenta entre las universales, y por lo mismo, humanizadoras".
Estas palabras entroncan con lo que anteriormente dijimos acerca
de la actitud científica y redondean de modo definitivo la imagen de
Eugenio ímaz: el profundo humanismo que inspiraba toda su obra y
su vida. En esta línea esperábamos una aportación grande y original de
este espíritu sagacísimo que el hado truncó en mitad de la vida: el
humanismo que, marcado por su atención a la historia, tejió el destino
trágico del hombre. Por eso nos parece oportuno terminar con las pala
bras con que Alfonso Reyes honró su memoria en ocasión de su último
viaje: “Su muerte ha sido -fue, diríamos hoy- una equivocación del
destino. Su obra, trunca, sigue, sin embargo, dotada de la fertilidad y
la eficacia de su charla y de su persona"
35 "El sentido histórico (ideas solapadas)’’, en Topía y utopía, México, 1946, p. 126.
36 "Delirio español", Ibid., p. 183.
La expresión máxima de ese "delirio” será “la guerra española, la pri
mera guerra quijotesca por el hombre universal", que es a su vez "patri
monio común y símbolo de todos los pueblos de América". Apela, pues,
a la solidaridad de las naciones hermanas de América para un comba
te que aún no ha terminado y en el que la verdad está representada por
la república democrática vencida en la guerra civil. "No podréis negar
-les dice- que os señalo un lugar destacado en el combate"...; "dema
siado saben los hombres ‘de acá de este lado’ que habrá combate y que
no podrán compensar la pobreza relativa de sus medios más que con
la voluntad realista, pero enajenada, de instaurar la edad dorada, que
fue para lo que se fundó la orden de caballería, según reveló don
Quijote a los cabreros"37.
Así termina el libro Topía y utopía, último publicado por ímaz antes
de morir, por lo que puede considerarse su testamento espiritual. Es,
en cierto modo, la conclusión de lo que había planteado en el ensayo
que encabeza el volumen. Aquel "Discurso in partibus" es una apela
ción a continuar la guerra; si la guerra civil ha terminado en fracaso,
el combate continúa. Las democracias europeas se suicidaron el día
que decretaron la no intervención en la guerra española, pero el com
bate continúa y hay que tom ar partido: “Nosotros los intelectuales, por
lo menos los que llevamos dentro la experiencia vivida de la guerra de
España, no creemos que el mundo está ahí, como una bola mirífica,
para que lo vayamos contemplando con delectación o con asco. El
mundo, el mundo nuestro, el histórico, no es una bola telescópica ni
una micela microscópica. El mundo es algo que se está haciendo, que
nos hace o nos deshace, que hacemos o deshacemos. No hay escape.
Esta es la tragedia y la grandeza de nuestro destino”38. Es, en definiti
va, la conclusión inevitable de un mundo en guerra: “la espada divide
en dos el mundo humano, moral, racional en que vivimos. Ta
jantemente en dos. El intelectual que se pone en medio no es intelec
tual ni hombre, es el pajarito de la máquina neumática que hinca el
pico por falta de aire”39. Por eso: "Hay que tom ar una postura y hay que
tomar posiciones: o con las fuerzas creadoras, con el conocimiento, o
contra las fuerzas creadoras, contra el conocimiento. Si para alguien
no hay opción es para el intelectual. El combate se ha perdido, decía al
Traducciones
- J. M. Bochenski, La filosofía actual, FCE, 1949.
- M. Buber, ¿Qué es el hombre?, FCE, 1949.
- E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración, FCE, 1943.
- E. Cassirer, Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura,
FCE, 1945.
- R. G. Collingwood, Idea de la naturaleza, 1950.
- J. Dewey, Lógica. Teoría de la investigación, FCE. 1950.
- J. Dewey, La busca de la certeza: un estudio de la relación entre el conoci
miento y la acción, FCE, 1952.
- W. Dilthey, Historia de la filosofía, FCE, 1951.
- W. Dilthey, Obras completas, FCE:
I. Introducción a las ciencias del espíritu, 1944.
II. Hombre y mundo en los siglos XVI y XVIJ, 1944.
III. De Leibniz a Goethe (en colaboración con Gaos y Roces), 1945.
IV. Vida y poesía (trad. de Roces), 1945.
V. Hegel y el idealismo, 1944.
VI. Psicología y teoría del conocimiento, 1945.
VII. El mundo histórico, 1944.
VIII. Teoría de la concepción del mundo, 1945.
1 “Filosofía y literatura, según un filósofo español": Sobre Ortega y Gasset y otros tra
bajos, pp. 173-174.
cursos, las conferencias y artículos numerosísimos de este espíritu pro
fundo y abarcador como pocos.
Una de las facetas más interesantes es su valoración de la tendencia
hispánica del quehacer filosófico, de carácter un tanto literario. En su
libro Introducción literaria a la filosofía, que, por cierto, tenía en la pri
mera edición el significativo título de Filosofía en metáforas y parábo
las, nos muestra la profunda unidad de pensamiento entre literatura y
filosofía, ilustrándonos algunas de éstas con diversos textos literarios.
Por último, en la segunda parte del libro, un análisis de La vida es
sueño (primero de la comedia, después del auto sacramental) nos pone
de manifiesto que la filosofía estricta puede también expresarse en
moldes literarios, como parece ser la tendencia espontánea de nuestros
pensadores; y, en consecuencia, la necesidad de asumir e integrar un
tipo de pensamiento filosófico afín al común de los pueblos hispánicos,
pero que ha quedado fuera de la tradición oficial de la filosofía.
En íntima conexión con la revalorización anterior está sin duda el
magnífico estilo literario de García Bacca. La calidad de su prosa
alcanza uno de los grados más altos entre los pensadores de lengua
española. Aquí también las palabras de José Gaos pueden servir de
paradigma: “Singularmente -nos dice- se destaca y es de destacar el
arte, o quizá más exacto, el natural garbo con que García Bacca sabe
servirse de las expresiones más castizas para hacer sorprendentemen
te plásticas las ideas, los filosofemas. García Bacca pasará así al rango
de los más grandes pensadores de lengua española que figuran al par
entre los más grandes escritores de la misma”. Por lo demás, con ello
da este pensador un mentís definitivo a la idea comúnmente admitida
de que el español no es lengua propia para la filosofía, adaptándose
mejor a la expresión literaria. Y aunque él mismo se manifiesta de
acuerdo con semejante idea, su Metafísica es una refutación definitiva
de ella. En esta adecuación de nuestra lengua a la filosofía, el camino
que va de Ortega a García Bacca no es precisamente baldío. Ortega y
Gasset había demostrado que el español era apto para la expresión
filosófica, aunque sus medios de seducción eran demasiado líricos
aún; su estilo está a medio camino entre la expresión literaria pura y
la forma filosófica estricta. El caso de García Bacca es la demostra
ción definitiva de que el español está perfectamente dotado para la
filosofía y ha dado al traste con la opinión de que no se puede escribir
rigurosamente filosofía en español; su prueba irrefutable ha consisti
do en el viejo y acreditado argumento de demostrar el movimiento
andando.
El itinerario intelectual de este filósofo, español de nacimiento, aun
que venezolano por naturalización, está marcado principalmente por
una atención constante hacia la actividad científica en todas sus ramas
(desde la física o la matemática hasta la estadística y la biología) y, con
secuentemente, de un modo especial a la filosofía de la ciencia. Sus pri
meros títulos - Introducción a la lógica matemática, Ensayos modernos
para la fundamentación de las matemáticas, Tipos históricos del filosofar
físico, Filosofía de las ciencias- ya manifiestan esta tendencia, que no
deja de verse en su producción de los últimos años, entre cuyos libros
encontramos algunos títulos significativos, como Antropología y cien
cias contemporáneas, Teoría de la relatividad, y la Historia filosófica de las
ciencias, que es un libro único en nuestra historia intelectual, pues cons
tituye el primer intento de historiar la ciencia desde la filosofía, hecho
además desde los supuestos originales e interesantísimos de García
Bacca.
3. Ser y ente
Ahora bien: la comprensión de semejante proyecto metafísico requiere
una aclaración de los conceptos de ser y ente, según se exponen en este
libro. La primera indicación que nos hace García Bacca es lo penoso y
desagradable del esfuerzo dirigido a pensar el ser; es como ponerse a
ver con los ojos la luz sin ver ningún objeto concreto. La dificultad está
en querer ver lo transparente en su estado de transparencia, ya que no
resulta objetivable por no presentamos obstáculo: la luz a la vista y el
ser a la inteligencia. Ser es, pues, según esto, todo lo que, siendo real,
4. Ideas-ser e ideas-ente
La fecundidad de un planteamiento semejante se acrecienta cuando lo
aplicamos al mundo de las ideas, las cuales, por sus dimensiones de
alusión y elusión, no son algo fijo e independiente, sino todo lo que
de una cosa cualquiera se puede poner en estado de ser, o lo que es lo
mismo, en estado de universal, necesario y simple. Las ideas se vincu
lan, pues, a las cosas de que lo son mediante una alusión constante
hacia ellas; su realidad es un hacer signos o señales hacia las cosas de
que son ideas. En definitiva, idea es lo que de las cosas pueden hallar
se, en un momento determinado, en estado ideológico. Por eso García
Bacca lo llama el estado abstracto de una cosa, es decir, su extracto.
Este extracto de una cosa es ella misma, aunque no toda ella. Pero hay
que tener en cuenta que no todas las ideas tienen el mismo compo
nente de alusión o elusión, y por ello, existen diferencias muy marca
das entre ellas; la más patente es la distinción entre ideas-ente e ideas-
ser. Las primeras son aquellas que hacen de obstáculo u objeto a la
mente, como las de caballo, hombre, pared, lápiz, etc.; son ideas que
excluyen entre sí. Las segundas, por el contrario, no tienen un conte
nido propio que haga de obstáculo a la mente; son ideas transparentes,
que nos remiten natural e inmediatamente a las ideas-ente, como uni
versal, necesario, simple... No se percibe "universal", sino que hombre
es un universal, como tampoco se percibe "temperatura”, sino que este
cuerpo está a tal temperatura. A esta última clase de ideas pertenece la
idea de ser, que es el prototipo de todas ellas.
Sin duda algún malicioso conocedor de la filosofía estará pensando
que todo esto no es sino expresar con nuevas fórmulas ideas tradicio
nales archisabidas. Así, la alusión y elusión serían sólo palabras nuevas
para describir la vieja doctrina de la extensión y comprensión de los
conceptos, y lo que se dice del ser como módulo de las cosas, sería una
forma ingeniosa de exponer la doctrina de los transcendentales; lo
mismo ocurriría con las ideas-entre o ideas-ser que tendría perfecta
cabida dentro de la doctrina de los universales. Y no dejaría de tener
razón quien así pensase, pero sólo hasta cierto punto, pues la nueva
formulación de tales doctrinas no es meramente caprichosa ni prurito
de originalidad, sino necesidad de una nueva concepción de la realidad
que altera la significación de tales doctrinas. La alusión y elusión no
son simples propiedades lógicas de los conceptos, sino que implican la
referencia de su sujeto a distintos estados del mundo, entendiendo por
tal un “todo en que rige peculiar reparto-y-coajuste de las cosas entre
los estados de ser y de ente”. Ahora bien: este estado de reparto-y-coa-
juste entre ser y ente puede ser alterado en sus proporciones por la
intervención del hombre; de aquí el nuevo sentido que adquieren tales
expresiones.
Y no se trata sólo de la intervención consciente e intencionada del
hombre, al menos en principio, sino que su simple presencia altera
tales proporciones en los estados de ser y ente. Pues la presencia del
hombre en el mundo supone ya el conocimiento, el cual constituye un
nuevo estado de las cosas: el estado de cosa conocida. Estamos acos
tumbrados a tomar el ser objeto de conocimiento como algo inoperan
te, inofensivo, sin caer en la cuenta de que ser conocido es un estado
real, aunque sutil, de la cosa conocida. Un conocimiento auténtico
transforma la cosa en cosa conocida; la cambia real y verdaderamente
de estado8. En una palabra: el conocimiento humano hace aparecer lo
que de ser tengan los entes, alterando el reparto del mundo en seres y
entes, y, en consecuencia, las dimensiones de alusión y elusión de las
ideas. Una consecuencia que se desprende de todo lo anterior es que
ser y ente son dos estados correlativos de las cosas; lo que una cosa no
esté en estado de ser lo estará en estado de ente.
Pero la función transformadora del hombre que altera la proporción
de los estados de ser y de ente en las cosas abarca muchos más aspec
tos, si bien pueden concretarse en dos tipos de operaciones: trocar "en”
y trocar "por”, que constituyen una pieza central en el pensamiento
que exponemos.
Mundo natural
El mundo natural es aquel que goza de máxima concreción y de ahí la
impresión inmediata de estabilidad que dan las cosas en estado natural
y por ello también su estado de alusión máxima, y de elusión mínima, de
todo a todo. El estado normal de las cosas parece darse en mundo natu
ral, si bien dicha normalidad se manifiesta bajo el rasgo ambiguo de
neutralidad, es decir, de indiferencia respecto de verdad o falsedad -cien-
12 Ibid.
13 Ibid., p . 158.
tífica, filosófica, religiosa...- determinadas, lo que implica la abstención
de juicio como el procedimiento natural de dicho estado.
La peculiar condición de mundo natural implica la distinción entre
real y verdaderamente real. La verdad natural -es decir, la del mundo
natural- es dada como simplemente real; por ejemplo, el geocentrismo
como hecho de apariencia -no como teoría- es una verdad natural
frente a la teoría de la relatividad que sería verdaderamente real. La ver
dad natural es, pues, una verdad de tipo patencia, que simplemente
denota manifestación o descubrimiento y, por tanto, resulta neutral
frente a verdad o falsedad lógica y ontológica, como ocurre con el caso
ejemplar del geocentrismo, que, sea verdadero o falso como teoría, no
deja de ser verdad natural como apariencia y, por tanto, es indiferente
a su verdad lógica u ontológica.
Un caso que pone el dedo en la llaga es el de la física clásica. Esta,
en cuanto es física fenomenológica y, por tanto, natural, no ha llegado
a demostrar, con verdad real, que es realmente verdadera; puesto que
se da al nivel de lo natural, su verdad lo es de patencia y, en conse
cuencia, neutral a las auténticas verdad y falsedad. Por el contrario, la
física moderna, llamada física atómica o nuclear en cuanto es ciencia
de transformación y /ransustanciación de lo real dado en real de ver
dad, constituye un legítimo proyecto metafísico; sus afirmaciones son
verdaderamente reales por estar probadas, es decir, puestas a prueba,
según un plan de transformación de aparienciales montado en lo meta-
físico. Aquí reside su fecundidad y peligrosidad para lo natural.
Ahora bien: este proyecto de transformación y transustanciación de la
naturaleza debiera hacer pensar a los filósofos, religiosos..., que sólo en
tal plano metafísico es posible probar su verdad con realidad de verdad
-sin dejarlo para otro mundo, o al allá nos las den todas, o a la buena
voluntad de Dios14-. Los Planes de interpretación de la metafísica tradi
cional deben ser sustituidos por proyectos de transformación de la nueva
metafísica, proyectos que pueden ir de intentos a atentados. Una reali
zación de lo cual nos lleva al mundo artificial, único que puede darse.
Mundo artificial
El mundo artificial presupone el invento de artefactos. Y artefacto es
la mostración concreta de que una propiedad o función, inserta en
determinadas conexiones naturales, puede actuar separada de un con
texto natural. Por ejemplo, cuando la función de volar de las aves se
separa de su contexto natural y diseñamos un ave que es todo alas: el
aeroplano. Ahora bien: el simple proyecto de construir artefactos que
sustituyan a las funciones naturales de ciertas cosas es un proyecto de
suyo metafísico transformador y transmutador de lo físico o natural. Y
esto supone, por un lado, que la técnica moderna es técnica metafísica
por designio intrínseco de ella misma, y por otro, que la metafísica actual
sólo tiene sentido real de verdad como técnica, es decir, como invento
que hay que poner a prueba y que sólo se demuestra poniéndolo a
prueba.
El mundo artificial es, pues, en esta dirección, un proyecto del que
ni siquiera consta que sea posible, como tampoco consta que sea posi
ble la metafísica actual. Esto no obsta para que se puedan precisar los
rasgos típicos del mundo artificial frente al natural:
1) En cuanto a los artefactos del mundo artificial la nota que los dis
tingue es la de tener perfil, es decir, forma y dimensiones, claramente
determinados, afinados y afilados, frente al semblante propio de las
cosas naturales -es decir, estructura métricamente flexible-. La distin
ción salta a la vista cuando del orden de reloj, avión, silla, oficina,
fábrica..., pasamos a hombre, caballo, árbol, bosque, montaña...
2) El mundo natural en cuanto a un todo se ofrece como espec
táculo, donde reina neutralidad temporal y causal, frente al aspecto
propio de fábrica del mundo artificial, si bien éste no existe más que
como proyecto y sólo como realidad en determinados rincones del uni
verso.
3) La peculiar estructura de lo artificial se destaca como montada
para reposo o velocidad frente a la natural de quietud o movimiento.
El reposo de un artefacto es una quietud artificialmente conseguida
o mantenida, como la que puede tener un cuerpo sobre el nivel del
mar, a tales longitudes y latitudes geográficas, a tal distancia del sol,
etc.
El problema que se le presenta al hombre es el de si será posible
m ontar todo lo físico, el mundo natural entero, sobre un designio meta-
físico de tal clase. El intento puede resultar un fracaso, pero aun así
fracaso metafísico, en el que el mismo hombre se ve comprometido.
El hombre artificial más que asemejarse al animal racional de que
nos habla la tradición, sería entonces un inventor o productor de nue
vo cuerpo y alma para sí, a costa de lo natural de sí. "Y emprender
audazmente esta dirección es la aventura, buenaventura o malaventu
ra de la metafísica actual, cual la aventura de la física atómica es la
energía atómica, bomba atómica, reactor, motor... atómicos”15.
Un estudio de los tipos de causas y cadenas causales -causas efi
cientes, eficaces, rectoras, ocasionantes- le lleva a García Bacca a esta
blecer el predominio en física actual de las causas ocasionantes, dela
toras de la entropía del universo, según la cual es creciente el número
de cosas en la categoría de cualquiera y el dominio del cualquierismo.
Pero un universo físico con predominio del cualquierismo supone un
aumento de la categoría del porque sí, es decir, de la imposibilidad de
dar razón de ciertas cosas y, por tanto, un creciente desvanecimiento
de la racionalidad del universo.
Ahora bien: por la planificación de la actuación de las causas oca
sionantes y a la vez un hacer rendir y potenciar las causas eficaces y
rectoras, el hombre se capacita para ser realmente trascendente y no
sólo trascendental, elevándose no ya a la categoría de primer motor de
sí y del mundo, sino más aún, de razón de sí y el mundo. La ambición
fáustica del hombre moderno logra su formulación filosófica más
plena en esta obra de García Bacca, haciéndonos patente, no sin estre
mecimiento, lo que la aventura del hombre sobre la tierra tiene de blas
fema. En su Antropología filosófica contemporánea lo expresa aún con
claridad mayor: "La tentación moderna -nos dice- es en el fondo del
fondo el programa de ser dioses. En el fondo del fondo, la humanidad
está haciendo un supremo experimento: no el de ser semejante a los dio
ses, que no da para gran cosa, sino ser en el fondo dioses en persona.
Experimento, no simple teoría como hasta ahora”16.
Mundo artificioso
El mundo artificioso constituye una prim era potenciación de con
creto artificial, producido por el hecho de que todo es reductible a un
material intercambiable según una unidad unificante, de la que todo lo
demás es un múltiplo fijo o fijable. Si el mundo artificial estaba regido
por la operación trocar en, el artificioso lo está por la operación trocar
por, lo cual quiere decir que nos encontramos en un mundo amoneda
do. La moneda no sólo es aquí una unidad unificante, sino principal
mente niveladora de diferencias y diversidades que en principio no ten
15 Ibid., p. 208.
16 Antropología filosófica contemporánea, p. 24.
drían por qué concretarse en moneda. Se trata de una unidad econó
mica, cuya función principal es la de ser omniniveladora de diferen
cias, diversidades y cualidades, en suma, cuantificadora.
Esta operación de trocar por desborda -al menos por el momento-
enormemente la operación trocar en. Se puede trocar gato por liebre,
si bien no se puede trocar gato en libre, y así sucesivamente con
muchas cosas, lo que viene a corroborar la afirmación anterior. En la
práctica, podemos decir que la operación trocar por es ilimitada, abar
cando todas las cosas en principio; “es operación cósmica, por consti
tución”, dice García Bacca. Y añade: “Se puede trocar cualquier cosa
por cualquier cosa, mediata o inmediatamente -sea material, viviente,
espiritual, científica, religiosa, social, artística, política...-, bajo formas
más o menos sutiles o descaradas -precio, salario, estipendio, honora
rios, cargos, condecoraciones, dignidades...-. Trocar por resulta opera
ción superior a pagar, comprar, vender; no todo es, pues, comprable,
vendible, pagable...; todo es trocable por; cualquier cosa se puede tro
car por cualquier otra, al cabo de unos pasos"17.
En resumen, trocar por es operación cósmica bajo cuyo campo de
acción nos hallamos todos, y todas las cosas, aún antes de que nos
prevengamos... Y ella nos hace patente la bondad de una cosa cual
quiera para todas las demás respecto del hombre. “La fenomenología
o aparición -dice García Bacca-, sistemáticamente planeada y real
mente ejecutada, de la bondad de todas las cosas para el hombre se
hace por la operación de trocar A por B; y no por una demostración
teórica, abstracta e inoperante de que todo es bueno para el hombre,
al modo que la prueba de que todo ser es inteligible para el hombre,
para su entendimiento, se consigue poniéndolo a prueba, es decir, por
un plan de adecuar las cosas -sean la que fueren en sí y para sí-, con
el entendimiento, con sus proyectos y designios, formas a priori...;
que parecidamente m ostrar que un filme es visible se hace proyec
tándolo en una pantalla, aparato inventado justa y precisamente
según tal designio”18. Ahora bien: una mostración de todo lo que
supone e implica la operación trocar por sólo se logra cuando la ana
lizamos en su estructura propia de mercado, junto con las de casa y
laboratorio, si bien tal cosa requerirá previamente una somera revis
ta a los distintos tipos de realidad.
17 Metafísica, p. 296.
18 Ibid.. pp. 297-298.
La doctrina de los tipos de realidad preliminarmente dados ha sido ela
borada, como la mayor parte de las doctrinas expuestas por García
Bacca, a través de un largo y penoso esfuerzo cuyas huellas pueden
encontrarse en sus escritos; la formulación casi completa de tal doctri
na la encontramos ya en su Antropología filosófica contemporánea, si
bien a la luz de su idea del hombre. Aquí su aplicación es mucho más
amplia; esbocemos sus rasgos.
Las categorías que nos salen al encuentro, por orden sucesivo, son
así: uno-de-tantos, cualquiera, particular, individuo y único.
Las categorías uno-de-tantos, uno-de-tantísimos son numéricas y supo
nen, por ello mismo, una multitud nivelada cualitativamente. Por ello, el
hecho de poder contar las cosas y de que sean numerables con números,
es decir, con cosas ejemplarmente cada una una-de-tantas, y una-de-tan
tísimas y una-de-infinitas, es un aparato que delata lo que de numerables
tienen, es decir, lo que cada una tiene de una-de-tantas y una-de-infinitas.
Así, uno-de-tantos, uno-de-tantísimos..., es categoría típica de lo aritmé
tico; y de las cosas, en la medida en que están siendo aritméticas.
La categoría de cualquiera corresponde a uno-de-tantos que tenga
una cualidad o propiedad simplemente porque sí, y con ello caracteri
za al estado físico en que las cosas son indiferentes a ser o no ser, al
número de las que son o no son y a la manera o grado de serlo. Ahora
bien: la categoría de cualquiera es monótona creciente, es decir, ¿1
cualquierismo se impone desde los dominios físico y matemático a
todos los demás órdenes de un modo cada vez mayor, afectando a todo
lo que alcanza en dos dimensiones: como mayoría, en cuanto forma de
la universalidad correspondiente a cualquiera; como medianía, en
cuanto forma de la necesidad peculiar a cualquiera. Por ejemplo, "si
los hombres somos ya en número suficiente para que se establezca la
categoría de cualquiera -cada uno seamos ya, por ser tantísimos, uno
cualquiera-, todas las cualidades humanas -religión, arte, sociedad,
ciencias...- se resentirían y estarían sometidas a un modo de medianía:
el modo o grado con que la mayoría las posea, y surgirán espontánea
mente, sin más con eficiencia propia, propaganda, consignas, dogmas,
catecismos, manuales, prontuarios, opinión pública, mayorías políti
cas, noosfera: estado de medianía de tales propiedades o formas como
se hallan en mayoría”19.
La minoría contará cada vez menos frente a la mayoría, y es un tema
de ontología y metafísica difícil de dilucidar si vamos o no a aumentar
el cualquierismo con la consiguiente introducción de la categoría de
cualquiera. Un ejemplo de esto ha sido la física actual, que frente a la
clásica, se ha visto obligada a recurrir a la categoría de cualquiera en
numerosos dominios. Pero la misma dirección parece que se va impo
niendo en el mundo humano, donde “el llevar estadísticas de todo,
recuento de mayorías y minorías, es síntoma de la época actual, es
decir, de que se impone brutalmente la categoría de cualquiera por ir
aumentando el número de los que son, cada uno, uno cualquiera"20.
La categoría de particular se aplica a las cosas que se distinguen de
las demás sin que posean una positiva unificación interior, en cuyo
caso "la unidad está condicionada por el modo o procedimiento de dis
tinguirse de los demás. Así, el aire de esta habitación, el agua de este
vaso, de este río..., es el de esta habitación, la de este río..., porque hay
una realidad que ejerce la función de separarlas"21.
Las secuelas derivadas de particular son varias y de distinta impor
tancia; nos interesa, sobre todo, ver que el hablar como nosotros se
impone a todo hombre que esté siendo particular, cualquiera, uno de
tantos; es el tipo de lenguaje en que está escrita la Metafísica de García
Bacca, como veíamos al comienzo.
La categoría de individuo se aplica a las cosas que sean una en virtud
de una unificación propia e intrínseca, y se presenta, pues, como caso
complementario del anterior; no insiste demasiado el autor sobre esta
categoría por ser la que ha sido más estudiada por la tradición. El prin
cipio de individuación ha sido estudiado por los filósofos sin caer en la
cuenta de que también debía atenderse a los principios de cualquieriza-
ción, de particularización, etc. Una consecuencia del ser y sentirse indi
viduo es considerarse como centro privilegiado de un mundo que fluc
túa a nuestro alrededor; por eso dice García Bacca que el individuo está
antirrelativísticamente instalado. Y consecuencia a su vez de esto es la
violencia que el filósofo debe hacer para hablar como particular, puesto
que la tendencia inicial y espontánea nos lleva a hablar como individuos.
Una ojeada a lo anterior nos permite distinguir la realidad desde el
siguiente punto de vista: “El dominio de lo matemático se caracteriza
por la categoría de uno-de-tantísimos, no por la de cualquiera ni por la
de individuo; el dominio de lo físico, por la de cualquiera; el dominio o
20 Ibid.., p. 234.
21 Ibid.. p. 236.
reino de lo viviente (biótico), por el predominio de la categoría de indi
viduo; la relación entre los dominios físico y viviente tiene lugar
mediante la categoría de particular"22.
Ahora bien: todos estos distintos tipos de realidad -cualquiera, parti
cular, individuo- no constituyen esencias independientes, ordenadas
como el género y la especie, sino que pueden constituir diversos estados
de una misma realidad, hallándose distintas partes de un ser, unas en
estado de individuo, otras en estado de particular, otras de cualquiera...
La categoría de único es estudiada por el autor para mostramos
cómo de ella no es posible ni hablar. Y observa que toda cosa realmen
te única es acausada, viniendo al ser porque sí, en absoluta disconti
nuidad y novedad; podrá haber para ello pretextos, oportunidad o con
diciones, pero no causas. En estas circunstancias lo único se mantiene
simplemente indicado, como una tendencia que si se cumple se desha
ce; es inapresable por la razón e inexpresable en palabras; si se expre
sa queda automáticamente eliminado. Por eso puedo pensar en yo
como único, pero si lo digo ya ha dejado de ser tal y entro en el mundo
de las abstracciones. Se presenta, por ello, como una realidad metafísi
ca y trascendente que elude lo universal y lo general. Y en la medida en
que intento ponerme a ser yo mismo y evadirme del estado de mí, es
decir, ser único, estoy realizando una pequeña metafísica.
25 Ibid., p. 272.
26 Ibid., p. 274.
nos ven aunque carezcan de ojos; su aspecto típico es la mirada de ellas
hacia mí y para mí, o mejor, para nosotros en cuanto particulares.
Por la misma razón, “yo pienso, aunque somos nosotros quienes
entendemos lo inteligible”, pues -lo mismo que en el caso de la vísta
lo inteligible no es inteligible sólo porque lo entendamos, sino porque
ello nos entiende, aunque no nos piense. Y lo inteligible nos entiende
porque habita -igual que nosotros- la región del ser, en la cual se da la
palabra como función. Nos entendemos, pues, porque hablamos,
haciendo de la palabra un intermedio verdadero y eficaz que desapa
rece y se eclipsa en su función de tal. Por ello el lenguaje no es instru
mento, sino que nos viene dado en estado de ser, como algo transpa
rente y transcendente.
Ahora bien: el estado natural del lenguaje constituye de modo inme
diato morada del hombre, si bien podemos por decisión metafísica
cambiar la base del lenguaje en su función significativa. Esto ocurrirá
cuando recojamos las palabras en papel, disco, cinta magnetofónica...,
transpuestas de un cuerpo a otro. Aún más, el lenguaje natural puede
elaborarse artificialmente por medio de símbolos, formalizaciones, etc.
Y en todos estos casos lo que se destaca es la neutralidad de quién
habla y a quién habla; el lenguaje queda, pues, en estado de se dice,
donde, por supuesto, desaparece toda revelación y sentido personal.
Por ello el lenguaje se cualquieriza, o con neologismos de García
Bacca, se desquieniza o ningunea, trocándose de Morada en Hotel y
Hospedería.
Las sentimentalidades propias de Laboratorio vivido como Hotel
son, pues, la de osado, atrevido, aventurero..., bajo las que se revela el
sentido de la metafísica como aventura de aventuras y empresa de
emprendedores, habitadas por esperanza, gozo y paciencia. Ahora
bien: lo sentido en tales sentimentalidades es el designio del hombre de
convertirse en emprendedor máximo, que si no ha llegado a ser motor,
rector y razón del universo, ha empezado a intentarlo en el dominio de
los objetos físicos, biológicos, industriales, etc. El mundo artificial
habitado como hotel nos remite a un tipo de casa artificial, servida por
toda clase de aparatos e instrumentos y en la cual el hombre se siente
Señor del Universo.
El grado de cualquierismo que supone una sentimentalidad seme
jante alcanza caracteres pavorosos para la sentimentalidad de Mansión
en lo tocante al dominio atómico, donde los experimentos incluyen tm
margen de probabilidad mayor que cero de que den origen, porque sí,
a una reacción en cadena que incendie la atmósfera o contamine de
gérmenes radiactivos la vida entera del planeta. Los experimentos se
proyectan sobre un margen de probabilidad que puede quedar desbor
dado, poniendo así a juego toda vida, incluso la humana, ya que la vida
entra en tales casos en la categoría de una-de-tantas cosas en que si
sobrevive será porque sí y si muere será también porque sí, tratándo
sela como una cualquiera de tantísimas cosas que surgen y desapare
cen sin razón.
Y este mismo ejemplo puede servir para mostrar cómo en el mundo
vivido como Hotel han desaparecido las demostraciones o pruebas clá
sicas de la filosofía; se trata simplemente de probar poniendo a prueba
y, por tanto, la desaparición de toda demostración; el único argumento
conclusivo, tras haber experimentado algo, es si resulta o no resulta.
Ahora bien: el mundo artificial basado en la operación trocar en
tiene una esfera de efectividad aún bastante limitada, que es superada
por la amplitud de la operación trocar por, que veíam os anteriormente
que nos descubría la bondad de las cosas para el hombre. Pero tal bon
dad no puede estar basada en meros deseos y aspiraciones, sino que
necesita realizarse poniéndola a prueba. Por ejemplo, no puedo trocar
dinero por papel directamente, puesto que éste no se da de buenas a
primeras en la naturaleza, y así será necesario previamente trocar
pulpa en papel. En una palabra: que la operación trocar por tiene que
estar precedida por la operación trocar en; y a m edida que aumenta
ésta, aumenta aquélla, en consecuencia. Así se crea un mundo de obje
tos que, frente al semblante y perfil de los mundos natural y artificial,
adquiere cara manual por ser objeto de uso; los rasgos propios de éstos
son los de mercancía y el mundo que forjan es vivido como Mercado
con sentimentalidades propias de Hospedería. Mercado se asienta
sobre el mundo artificial, es decir, sobre laboratorio, aunque no tienen
necesariamente que coincidir; y ambos tienden a crecer progresiva
mente invadiendo todos los dominios, no sólo de lo material, sino de lo
espiritual, como ciencia, cultura, religión, política, etc.
Entramos aquí en una de las partes más interesantes de este intere
sante libro; se propone García Bacca determinar cómo se reparten y
coajustan ser y ente en los mundos natural, artificial y artificioso. En
el primero, tal reparto está él mismo en estado natural, y por ello, se da
por cosa hecha y que pasa usualmente inadvertida de puro sabida. En
el mundo artificial tal reparto se da a través de aparatos especialmen
te diseñados -term óm etro, péndulo, electrómetro, cronómetro,
m etro...- que reparten ser y ente y los coajustan. En el estado artifi
cioso se realiza, pues, también tal reparto y coajuste por medio de un
aparato fenomenológico-ontológico al que llamamos moneda, que nos
da una muestra del valor de las cosas. Las consecuencias que se des
prenden de tal función de la moneda son más o menos las siguientes:
a) Que tiene que tener una mínima realidad entitativa, sobrepasado
el límite de la cual la moneda deja de ser tal y se convierte en mercan
cía que entra en el mercado como cualquier otra; si la base entitativa
de la tal es apreciable se la retirará de la circulación para que conser
ve la función de sacar muestras del valor de todo.
b) La moneda da muestra del valor de otras cosas; no de ella mis
ma, que carece de valor. Su función es la de ser ser de los entes, pues
ella misma no es ente; tiene función fenomenológico-ontológica.
c) La moneda registra el valor de las cosas, sacando una muestra de
la bondad de todas ellas para el hombre en cuanto cualquiera...
d) La moneda registra el valor momentáneo de las cosas con sus
múltiples variaciones temporales, espaciales o circunstanciales, origi
nando el precio de cada una de ellas.
e) La moneda es un aparato que descubre la relación trocable por, es
decir, el estado potencial de la operación trocar por, que se manifiesta
bajo el aparencial de dinero.
El hecho es que nos hallamos en bondad ontológica, como nos halla
mos en ser, con la diferencia de que no tenemos un aparato que -como
el dinero delata la bonificabilidad de todo para el hom bre- delate el
grado de ser de cada ente.
La potencialidad de lo trocable por frente al acto de trocar por per
mite acumular una cierta cantidad de dinero, que tiende a convertirse
en capital, con las sentimentalidades correspondientes de adinerado o
capitalista...
Ahora bien: un mundo amonedado y adinerado, como éste, encuen
tra a los mismos hombres encasillados como operarios y productores en
diversas especialidades; los hombres, lo mismo que las cosas, resultan
vendibles a trozos o piezas por la especialización de sus trabajos, de
modo que los trabajadores resultan doblemente especificados: por los
tipos de productos y por cada una de las fases de fabricación de un pro
ducto. La conclusión la expondremos con las mismas palabras del
autor: "Descuartizamiento del hombre y de su unidad por la unidad del
producto tras previo destrozo de la cosa natural para montarla (reuni-
ficada) en máquina de productos. Cien harán un solo producto total;
cada uno de los cien, una de las tareas adecuadas a una de las fases del
producto total y de su unidad de montaje. El hombre dejará de ser indi
viduo de una especie (natural), y resultará, realmente, en cualquiera de
una especialidad; el hombre no tendrá ya especie, sino especialidad"17.
En una palabra: el hombre se convierte en mercancía, con tendencia a
un tipo de bondad válido para el hombre en estado de cualquiera. Esta
tendencia hacia la bondad promediada o mediocre, y donde lo mayori-
tariamente mediano es lo más probable, es lo que García Bacca llama
“ley de la entropía económica”. Y el mundo en que nos hallamos, cre
ciente en número y, por ende, con predominio de la categoría uno-de-
tantos y uno-de-tantísimos, hace que la bondad vaya bajando de cali
dad, siendo dicho crecimiento de la mediocridad cada vez mayor.
Una consecuencia importante de vivir en tal estado amonedado y
mediocre es la tendencia hacia un mercado de precios donde preciado
es un estado real como sólido, líquido o gaseoso, consecuencia de
haber cuantificado las cualidades de las cosas. Si este estado real es
real-de-verdad o simplemente real es tarea que la metafísica debe deci
dir, una de cuyas metas podría ser trascender lo económico, aunque
apoyándonos en ello, así como la metafísica empezó por ser un desig
nio de trascender lo físico o natural, apoyándonos en él. Y aun "pudie
ra suceder -dice García Bacca- que lo económico ofreciera, para una
trascendencia, base mejor y más amplia que lo físico, sobre todo más
que lo físico sido y dejado ser como lo simplemente natural"28.
En este sentido, cree nuestro autor que la meditación filosófica de
nuestros días debe orientarse hacia la economía moderna, así como
Kant la orientó en su tiempo a la ciencia físico-matemática con su
Crítica de la razón pura, y Marx se convirtió en el filósofo de la econo
mía clásica. "Viendo Dios -nos dice- que los filósofos no habían hecho
de la filosofía sino campo de disquisiciones sobre el ser y no ser, prin
cipio y causa, sustancia y accidente, sujeto y objeto, potencia y acto,
esencia y existencia..., se decidió Dios a darla, hace cosa de un siglo, a
la izquierda hegeliana, al materialismo dialéctico, quien hizo lo que se
debía hacer en filosofía: entregarla al pueblo, a la humanidad, es decir,
a los pobres, a sus problemas de vida o muerte, trabajo y tierra, clase
y lucha, victoria sobre enajenamiento y despojo, objetivación y cosifi-
cación, economía y sociología. Y ahora se pasan la vida fenomenólo-
gos, historicistas y existencialistas no precisamente rogando a Dios -en
quien no suelen creer o, al menos, creen que Dios hace oídos sordos a
tales ruegos, tardíos e insinceros-, sino tratando, un poco vergonzosa
mente, de incardinar a sus sistemas la problemática -ferozmente real
27 Ibid., p. 315.
28 Ibid., p. 327.
e indigestable para sus tragaderas- de tierra, trabajo, capital, aliena
ción, cosificación, humanismo..., con vagas, no comprometedoras y
bizqueantes sociologías"29. A esta línea pertenece la Crítica de la razón
dialéctica, de Sartre, pero lo que hace falta es que con ello pierdan los
filósofos actuales la vergüenza de dedicarse a estudiar marxismo y eco
nomía modernas, a condición de que la historia no les deje de lado en
“capillitas, cenáculos, sacristías y nichos, alrededor de profetas del ser,
de sintactiqueros de palabras o de directores de orquesta con partitura
de los tiempos del canto gregoriano”. En esta dirección económica y de
atención al marxismo hay que incorporar la Metafísica de García
Bacca, cuyo título más apropiado no sería ése, sino el que hemos pues
to como epígrafe de estas páginas: Prolegómenos a una “Crítica de la
razón económica", en cuya perspectiva se anuncian los próximos y más
fecundos trabajos de nuestro gran filósofo.
Las sentimentalidades propias de Mercado vivido como Hospedería
son las de afán y afines de afán, el sentido de las cuales es el de medrar
por acumulación de dinero y lo sentido bajo ellas es enajenamiento, en
cuanto que el hombre pierde sus cualidades de único, quedando así
expropiado. Por ello el afán que sentimos en la situación de Mercado es
el de apropiación de las cualidades perdidas. Hay dos tipos principales
de actitud ante tal método de apropiarse cualidades mediante canti
dad. La de los ricos bienavenidos con tal método y la de los proletarios
o malavenidos con el mismo, aun siendo empresa perdida en cualquier
caso. Pero, dominando tales vivencias de Hospedería, Mercado e inclu
so Laboratorio y Mansión son principalmente vividas por el hombre
como dueño y señor en cuanto toma conciencia -por haberlo puesto a
prueba y tenido éxito- de una trascendencia que le eleva a categoría de
Primer Motor del universo. Pero este Primer Motor nunca es, ni puede
ser, aunque así lo hagan parecer las apariencias, un individuo único y
uno, sino todos los hombres como totalidad. El que sentado en una
grúa cómodamente la maneja o quien guía el auto con un dedo en el
volante..., puede sentirse dueño y señor de dichas máquinas sin que lo
sea realmente como individuo, sino como uno cualquiera de los hom
bres que podrían hacerlo y pensando en los cuales fue construida.
"Monopolio y exclusivas -dice García Bacca- son planes que tan sólo
son posibles en intención y ganas; realmente son fracasos infligidos
por la realidad a todo hombre que se crea en cualquier orden el dueño
y el señor del universo, el único primer motor del universo. La violen-
20 "Filosofía y economía”: índice, n.° 166, noviembre 1962.
cia que para realizar tal intento se emplea y tiene que mantenerse
constante y perennemente, constituye precisamente la prueba real
de la imposibilidad real de monopolio y exclusiva del dominio de un
único sobre los instrum entos al servicio del Hombre en cuanto causa
eficaz y rectora de la realidad de las cosas”30. Una consecuencia inte
resante de esto es que la propiedad privada puesta a prueba es irrea
lizable por la imposibilidad de la relación biunívoca de uno (hom
bre) a una (cosa); de aquí la violencia a que apelamos para m ante
nerla y que puede tom ar mil formas diferentes, sean legales y reco
nocidas o no.
La preponderancia de lo económico hace que en el mundo artifi
cioso, igual que antes veíamos en el artificial, aum ente el dominio
del cualquierismo o porque sí, poniendo de relieve lo que el hombre
tiene de animal omnipromediador, única forma de lograr el dominio
sobre todas las cosas a que aspira. Y el resultado es un mundo en
que el hombre está haciendo la experiencia de ser especie y del fra
caso real-de-verdad de toda clase de monopolios -políticos, religio
sos, filosóficos, industriales-, a pesar del intento constante de man
tenerlos; de aquí que la unicidad del individuo sea simplemente real
y que sus productos lo sean de el Hombre y no de cada uno de ellos
o de cada uno de los grupos, sociedades, monopolios, etcétera, for
mados por ellos.
Según García Bacca, el único Primer Motor, y Primera Razón es el
Hombre en cuanto universal concreto, es decir, en cuanto uno de tan
tos y uno de tantísimos, pero viviéndose bajo la sentimentalidad de
Dueño y Señor del universo, en cuya sentimentalidad vemos reapare
cer esa aspiración a suplantar la divinidad que ya mencionamos ante
riormente.
La metafísica de García Bacca se perfila, pues, como expresión de
las aspiraciones de grandeza humana a un dominio absoluto de la rea
lidad universal, tendiente a ser arcilla en manos del hombre, intento
que sólo puesto a prueba podrá saberse si fracasa o tiene éxito. En todo
caso, es la aventura del hombre sobre la tierra la que, de forma pro
fundamente original, vemos descrita en este fabuloso intento filosófico
del que no hemos dado sino una somera idea general. Quedan al margen
infinitos temas, sugestiones innumerables, muchas cuestiones de méto
do y naturalmente la precisa exposición de las ideas -modelo de domi
nio técnico como de gracia literaria-. Estas líneas -resumen mínimo- no
pueden aspirar a otra cosa que a incitar a la lectura directa de ésta como
de las obras de autor tan singular en nuestro panorama filosófico.
N ota b i o g r á f i c a de J. D. G a r c í a B acca
1901 Nace en Pamplona (España).
Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona.
Estudios de matemáticas y física en la Universidad de Zurich.
Cursos especializados en la Universidad de París, Lovaina y Friburgo.
1932 Profesor de Filosofía de las Ciencias y Lógica Matemática en la
Universidad de Barcelona.
1939 Profesor de Filosofía en la Universidad de Quito (Ecuador).
1942 Profesor en la Universidad de México.
Miembro en El Colegio de México.
1947 Es uno de los profesores fundadores de la Facultad de Filosofía y
Letras en la Universidad de Caracas.
Es decano de la Facultad de Humanidades y Educación durante
varios años.
1947-62 Profesor del Instituto de Pedagogía.
1959 Adquiere la titularidad de la cátedra en la Universidad Central de
Venezuela.
Director del Instituto de Filosofía.
1962 Miembro de la Hispanic Society of América, Nueva York.
1971 Se jubila como profesor y elige como lugar de residencia una casa del
Valle de Tumbaco (Quito, Ecuador).
1982 La Biblioteca del Instituto de Filosofía (Caracas) toma el nombre de
"García Bacca”.
Se constituye la cátedra "Juan David García Bacca" en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Central de Venezuela.
1992 Muere en Quito tras una breve enfermedad.
Ha sido doctor Honoris causa por varias Universidades (Venezuela,
Lima, Complutense). A lo largo de su vida fue objeto de numerosos
Homenajes, distinciones y condecoraciones.
Obras de J. D. G a r c í a B acca
Libros
Antologías
- Antología del pensamiento filosófico venezolano de los siglos xvn y xvm,
Caracas, 1953.
- Antología del pensamiento filosófico en Colombia de 1647 a 1761, Bogotá, 1955.
- Fragmentos filosóficos de los presocráticos, México, 1942 (2.a edición, 1964).
- Textos clásicos para la historia de las ciencias, Caracas, 1961.
Traducciones
- Platón, Diálogos, Introducción y notas de J. D. G. B., México, 1942-45.
- Aristóteles, Poética, México, 1944.
- Euclides, Elementos de geometría, México, 1944.
- Plotino, Enéadas, Losada, Buenos Aires, 1946.
- Jenofonte, Memorias y banquete.
- El poema de Parmenides, México, 1942.
- Plotino, Presencia y experiencia de Dios, notas de G. Bacca, Séneca, México,
1942.
SEXTA PARTE
LA FILOSOFÍA POLÍTICO-SOCIAL,
POLÍTICO-RELIGIOSA Y
POLÍTICO-JURÍDICA
M e h a p a r e c i d o que en un panorama suficientemente representati
vo de la filosofía española en América no podían faltar algunas voces
que, habiendo dedicado su actividad reflexiva a la Sociedad, a la religión
o al derecho, se introducen, por la profundidad de su pensamiento, en el
ámbito filosófico. Desde luego, no son filósofos en sentido estricto, p ero
sí pueden considerarse pensadores en sus respectivos ámbitos. E n tre
ellos un sociólogo -José Medina Echavarría-, un sacerdote -J o s é M.
Gallegos Rocafull- y un constitucionalista -Manuel García Pelayo-, creo
que no podían faltar. Antes de pasar al estudio independiente de cad a
uno de ellos debemos dejar constancia de la estrecha relación con la polí
tica de los respectivos campos; de aquí que hablemos de filosofía políti
co-social, político-religiosa y político-jurídica.
1. J o s é M e d in a E c h a v a rría
5 Así se titula el último capítulo del citado ensayo, incluido en el libro Filosofía, edu
cación y desarrollo, Siglo xxi, México, 1967.
4 Ibid., p. 82.
5 Ibid., p. 84.
Anneo Séneca, del que publicó los Tratados morales (1944-46) y las Car
tas morales (1951-53). Es autor de numerosos libros, entre ellos los
siguientes: El orden social según las doctrinas de Santo Tomás de Aquino
(1935), El pretendido humanismo de Jean-Paul Sartre (1942), Un aspec
to del orden cristiano (1943), La allendidad cristiana (1943), La figura de
este mundo (1943), La nueva criatura (1943), Personas y masas (1944),
En tomo al problema de nuestro mundo (1944), Breve suma de la teolo
gía dogmática (1945), La agonía de un mundo (1945), El pensamiento
mexicano en los siglos xvi y Xvii (1947), Crisis de Occidente (1950), Los
designios de Dios (1955)...
Como sacerdote fue lectoral en Granada, en cuyo Seminario fue
también profesor; al llegar a México ejerció en la Parroquia de la
Coronación de la capital, atendiendo también una parroquia en Gua-
dalajara, donde murió dando una conferencia. Su catolicismo avanza
do y progresista le hizo identificarse con el grupo de España peregrina,
donde tiene interesantes publicaciones en los cinco primeros números;
también colaboró en la revista Romance, en Las Españas, y otras del
exilio, en cuya compañía encontró afinidades religiosas e intelectuales.
Sin duda Gallegos no había tenido relación antes del exilio con el
grupo que en Madrid editaba Cruz y Raya, pero al llegar a México se
identificó plenamente con los continuadores de aquel espíritu que pre
tendía armonizar un cristianismo hondamente sentido con la justicia
social. Llama la atención el repudio común a la actitud de Ortega y
Gasset que, con su pertinaz silencio después de la guerra, suscita el
reproche de España Peregrina; si Bergamín lo ha,ce en carta abierta al
ilustre filósofo (en el n° 1 de la revista), Gallegos lo hará aprovechando
la reseña del libro Ensimismamiento y alteración que Ortega acaba de
publicar en Buenos Aires (n.° 2 de la revista). Es una prueba de la afi
nidad intelectual y espiritual entre ambos, que se concreta en un com
promiso firme con el régimen republicano, mantenida hasta el final de
los días de ambos.
La identificación entre Bergamín y Gallegos fue tan grande que
cuando aquel fundó la Editorial Séneca nombró a éste como secretario
y de hecho Gallegos actuó como alter ego del propio Bergamín, según
nos dice Gonzalo Santonja6. No es extraño, pues, que varios de los
libros de Gallegos editados un año antes en México volvieran a reedi
tarse en Séneca.
6 Gonzalo Santonja, Al otro lado del mar. Bergamín y la Editorial Séneca (México,
1939-49), Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1997; p. 31.
Los artículos de Gallegos en España Peregrina son una expresión
clara de su pensamiento progresista en un orden social que se siente
afincado en una profunda fe cristiana; en el titulado "La mentira de la
civilización cristiana" arremete contra todos aquellos que, llamándose
cristianos, hablan de una civilización cristiana occidental en la que
reina la injusticia y la desigualdad; por eso tomando la palabra de León
Bloy que se consideraba “hijo obediente de la Iglesia" declara con éste:
"yo estoy, sin embargo, en comunión de impaciencia con todos los rebel
des, todos los decepcionados, todos los postergados, todos los condena
dos de este mundo. Cuando me acuerdo de esta multitud, una mano me
agarra de los cabellos y me lleva más allá de las relativas exigencias de
un orden social, a lo absoluto de una visión de injusticia de las filoso
fías... San Pablo no se consolaba, él que recomendaba esperar, gimien
do con todas las criaturas, la adopción y la redención, afirmando que
no estábamos rescatados más que ‘en esperanza’ y que así nada estaba
realizado. Esa sí que es tarea cristiana. Realizar por completo la reden
ción. Recoger ese gemido, que del hombre pasa a la creación entera,
pidiendo que se le libere del pecado, que se le ponga al servicio del bien
y del amor. Y cuando sobre la justicia y la caridad se creen nuevas
estructuras, que las sirvan en vez de traicionarlas, se podrá hablar tal
vez de la civilización cristiana”7.
Aunque Gallegos destacó como un muy fino historiador de las ideas
-leasé al respecto su libro El pensamiento mexicano de los siglos xvi y
xvn-, queremos resaltar aquí sobre todo ese aspecto utópico de un pen
samiento religioso que le presenta como un adelantado del Concilio
Vaticano II. El libro donde se manifiesta con mayor claridad esa pos
tura es el titulado Un aspecto del orden cristiano (1943), cuyo subtítulo
- “Aprecio y distribución de las riquezas”- es ya muy significativo de su
contenido. Se remonta a la actitud de los primeros cristianos que,
tomando pie en la concepción paulina del cuerpo místico de Cristo,
viene a enfatizar una idea de la caridad según la cual todos participa
mos de un solo corazón y de una sola alma. Este -nos dice Galle;gos-
"era el cuerpo de Cristo, uno, vivo, dinámico, con sus miembros soli
darios los unos de los otros"8, lo que nos lleva a pensar en una influen
cia erasmiana de su pensamiento que no hemos comprobado. En cual
quier caso, lo que sí resulta meridiano es la traducción social de seme
jante actitud cuando dice a continuación: “Naturalmente la unión de
1. Un panorama catalán
En la sección de filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Barcelona, existía en 1936, al estallar la guerra civil,
un buen plantel de filósofos, que encabezados por Serra Hunter, el
decano de todos ellos, habían hecho de la Universidad barcelonesa
un centro filosófico de prim er orden. Joaquín Xirau impulsó el
nuevo movimiento hasta su exilio, pero sus representantes más
característicos -José Ferrater Mora y Eduardo Nicol- no pasaban
entonces de ser brillantes alumnos y por eso dieron sus frutos más
logrados fuera de España, como vimos en los correspondientes capí
tulos. El panorama catalán no quedaría completo si no mencionára
mos otros nombres.
Entre ellos ocupa lugar eminente Jaume Serra i Hunter (Man-
resa, 1878 - México, 1943), catedrático de historia de la filosofía en la
Universidad de Barcelona desde 1913 hasta 1939, año en que marcha
al exilio. Como decano que fue de la Facultad barcelonesa impulsó los
estudios de filosofía vinculados a la propia tradición; así, su artículo
“Filosofía del catalanismo" (Univtrsltat Catalana, 1900), su ocupación
continuada con el pensamiento d e Llorens i Barba y su atención a
Turró {Revista de Catalunya, 1928), con quien fundó en 1923 la Socie
dad Catalana de Filosofía.
En lo que se refiere a su orientación filosófica, se mueve dentro de
un idealismo moderado de claras connotaciones espiritualistas. Esto,
unido a la influencia del psicologismo escocés, le llevará a una investi
gación para determinar las bases y condiciones psicológicas del cono
cimiento, lo que realiza en su tesis doctoral: Ensayo de una teoría psi
cológica del juicio (1909). La crisis de la filosofía europea estaba con
vencido que debía superarse mediante una recuperación de la "función
espiritualista" de la misma, de acuerdo con un sentido de idealidad sis
temática. En esta línea se inspira su libro fundamental: Sentit i valor de
la nova filosofía (1934), donde expone su “sistema de filosofía”, que
asciende gradualmente del problema gnoseológico o crítico al proble
ma metafísico, central en el sistema, y de ahí al problema ético, fin
práctico de los dos anteriores. En ese proceso busca un fundamento a
la “vida del espíritu”, que, si desde el punto de vista doctrinal, se tra
duce en una "enciclopedia del espíritu", desde el punto de vista histó
rico, encuentra apoyo en la tradición de los grandes clásicos. "Las
obras clásicas del pensamiento -dice- son el patrimonio de la vida espi
ritual y tienen la virtud de despertar en el hombre nuevos designios de
reflexión sobre los temas perdurables de la filosofía”. Entre sus otras
obras deben citarse: Filosofía i cultura (2 vols., 1930-1932), Sócrates
(1931), Spinoza (1933), Figures i perspectives de la historia del pensa-
ment (1935) y el libro póstumo: El pensament i la vida (1945). En todo
su pensamiento permanece viva la tradición catalana del sentido
común, especialmente interesada en armonizar los datos de la ciencia
con las creencias religiosas, que en él estaban muy arraigadas.
Según Serra Hunter, la filosofía debe comenzar con una exploración
de carácter psicológico -en un sentido muy amplio dé este térm ino-
para determinar las bases y condiciones del conocimiento. A ello tiene
que seguir una exploración inmanente del uso (o usos) de la razón,
exploración que el autor llama "dialéctica” y que todavía no alcanza el
nivel de la ontología. Sólo después de este doble prolegómeno se puede
pasar al "sistema de la filosofía”, el cual puede articularse en tres mag
nos problemas: el problema inicial, gnoseológico o crítico, el problema
central o metafísico y el problema final o ético. El problema central
metafísico se divide, en rigor, en tres problemas: el del ser finito, que
da lugar a la cosmología; el del ser indefinido, que da lugar a la onto
logía, y el del ser infinito, que da lugar a la teodicea. El "sistema de la
filosofía" constituye la base de la filosofía como enciclopedia del espí
ritu, la cual comprende toda una serie de disciplinas, tales como la filo
sofía de la sociedad, del lenguaje, del Derecho, etc.
En el grupo de filósofos catalanes en el exilio es muy digno de ser
destacado Juan Roura-Parella (Tortellá, Gerona, 1897-Middletown,
Conn., EE.UU., 1983), que había estudiado en las Universidades de
Barcelona, Madrid y Berlín, siendo muy influido por el desarrollo que
a las “ciencias del espíritu” imprimieron Dilthey y Spranger; desde el
punto de vista psicológico, se sintió muy afín a las teorías de Kóhler y
Lewin, mientras que en el plano de la filosofía fue la figura de Nicolai
Hartmann aquella de quien recibió mayor estímulo.
En Madrid estudió, entre otros, con Manuel B. Cossío, Luis Simarro
y Juan Zaragüeta. Con el primero, siguió un curso de “Pedagogía
Superior”, dejando sobre Roura una huella muy profunda como maes
tro y como persona. Luis Simarro, al que califica de "hombre extraor
dinario”, le llevó mediante sus cursos de “Psicología Experimental", a los
que asistió, al descubrimiento de los límites de la ciencia natural, sobre
todo cuando los límites de ésta se aplican a la psicología. Por último,
Zaragüeta, con el que estudió Ética, le llevó a potenciar y desarrollar
una capacidad analítica innata.
Un paso importante en su formación filosófica fueron los años de
estudio en Berlín, adonde fue enviado por la Junta para Ampliación de
Estudios e Investigaciones Científicas. Durante los años en Berlín
siguió los cursos y seminarios de Eduard Spranger, a cuyo través reci
bió el impacto de Dilthey y de las ciencias del espíritu (Geistes-
Wissenschaften) en general; en la misma dirección le orientaron los
cursos que siguió con el famoso sociólogo y economista Wemer
Sombart. En Berlín estudió también “Psicología de la Gestalt" con
Wolfgang Kóhler y “Psicología del niño" con Kurt Lewin. Influencia
alemana importante fue la de Wemer Jaeger, con quien mantuvo
correspondencia epistolar hasta la muerte de éste. Por último, los cur
sos seguidos con Nicolai Hartmann fueron un estímulo de primer
orden para dar el paso de una visión causalista y naturalista del hom
bre a otra teleológica, estratificada y, sobre todo, espiritual.
En la Universidad de Barcelona enseñó Pedagogía y en la misma ciu
dad Ética y Sociología hasta el año 1939, en que, tras breve estancia en
Francia, se traslada a México.
En México le vemos, como miembro de El Colegio de México y profe
sor de la Universidad, dando cursos monográficos de Psicología entre los
que merecen mencionarse "Wolfgang Kóhler y la Psicología de la
Gestalt”, "Pisicología de la Weltanschaung en Karl Jaspers” y algunos
cursos de "Caracterología", "Psicología social", “La Psicología de Dilthey"
y algunos otros. Estando todavía en México publica su libro Educación
y Ciencia (1940), que es quizá el mejor resumen de su pensamiento.
En 1945 se traslada a Wesleyan University, en Estados Unidos,
donde ha dado cursos diversos de "Humanidades”, pero con una orien
tación cada vez más dirigida a la estética y a la filosofía del arte, como
se manifiesta en el curso "Art in Human Experience", que ha sido cali
ficado en varias ocasiones de famous and popular; lo mismo se aprecia
en sus cursos “Lovers, Mystics and Knights in the Spanish Golden Age*
y "The Spirit of Spain in Literature and Painting”.
La evolución interna del pensamiento de Roura es, en cierto modo,
paralela a la de los acontecimientos externos que hemos mencionado.
Es un desarrollo intelectual que va de las matemáticas y ciencias natu
rales a la psicología y la pedagogía como ciencias del espíritu y a la filo
sofía en el sentido más universal del término; a las matemáticas debe el
carácter lógico de su pensar y a las ciencias naturales su capacidad ana
lítica y la claridad de expresión que han hecho resaltar siempre los
comentaristas de sus libros y artículos.
En realidad, el pensamiento de Roura se caracteriza por una aten
ción centrada siempre en el hombre, si bien en un principio esta aten
ción se mantiene en el nivel biológico y poco a poco va ascendiendo
por grados a una búsqueda del sentido propiamente espiritual de la
vida humana. En esta trayectoria Roura fue sufriendo influencias
diversas que le llevaron a ir precisando su pensamiento. Entre estas
influencias hay que citar al gran fisiólogo Augusto Pi y Súñer, que,
principalmente a través de su obra La unidad funcional, le reveló esta
categoría biológica fundamental de la vida: la vida como un todo, una
síntesis, una interrelación, una unidad; categoría que contribuyó a fijar
el libro de Walker B. Canon The Wisdom o f the Body. La obra de
Eduardo Claparede le ayuda a extender dicha unidad a la vida psíqui
ca del individuo. El catalán Ramón Turró le ayudó a ampliar dicha uni
dad al hombre y su mundo, en la misma dirección en que se movían
las investigaciones de Uexküll.
Finalmente, la influencia de las ciencias del espíritu, principalmen
te a través de Dilthey, Spranger, Heidegger, Ortega y Gasset y otros, le
llevaron a una creciente preocupación por el mundo espiritual, si bien
Roura no se limita al mismo, puesto que extiende su preocupación a
todas las capas de la personalidad, incluyendo la capa físico-química
de la naturaleza humana. Su antropología, y esto bajo la influencia de
Hartmann, concibe la vida humana como una estructura estratificada;
así lo ha expuesto en sus cursos en la Universidad de México y en la
Wesleyan University sobre “Levels of Human Personality".
Ahora bien: siendo cierto lo anterior, es verdad que la atención pre
ferente de Roura se ha dirigido cada vez más a la vida psíquica del ser
humano, y dentro de ésta, a sus aspectos más íntimos y espirituales. Esta
inquietud fue despertada en él por la lectura de William James, Bergson,
Carlyle y muy especialmente los moralistas franceses. Una necesidad de
hondura de alma y de descubrir el sentido de los fenómenos psíquicos y
espirituales fue primero satisfecho por el contacto con Manuel B. Cossío
y posteriormente por los filósofos de las Geisteswissenschaftten.
En Berlín cobró conciencia también de la estrecha relación entre la
filosofía y la vida. Según dice, “la filosofía viene de la vida y sirve a la
vida, esto es, a la formación y elevación del hombre"; de aquí su preo
cupación creciente por la pedagogía en el sentido general de teoría de
la formación del hombre, como la entendía Dilthey. Esta pedagogía de
Roura ha estado siempre orientada en un sentido cristiano de amor, en
el que el maestro ejerce el papel de un colaborador de Dios en el cons
tante proceso de la creación del mundo, cooperando con aquél en la for
mación de la personalidad humana. Su visión de la educación está en este
punto muy próxima a la de Joaquín Xirau, al menos tal como éste la expo
ne en su libro Amor y mundo.
En congruencia con este sentido espiritualista de la personalidad,
Roura-Parella considera que “la vida del hombre es una ascensión
constante hacia la región del espíritu, hacia su núcleo, hacia sí mismo.
La nostalgia de nosotros mismos nos impulsa siempre más allá, mon
taña arriba, sin desmayar nunca, vencedora de todas las dificultades y
flaquezas”, hasta alcanzar “el fin sagrado de la libertad”, escribe recor
dando una ilustración de Blake a la Divina Comedia, que representa a
Dante, acompañado por Virgilio, subiendo la montaña del purgatorio.
El valor más alto en la concepción de la vida de Roura-Parella lo
ocupa, pues, la libertad, como lo expone de forma vivida en su ar
tículo “What I live by" (Argus, marzo 1953). Distingue allí entre la natu
raleza y el espíritu y nos hace ver cómo éste capitula con frecuencia
frente a aquélla por motivos tanto internos (pasiones, debilidades, sen
timientos...) como externos (la naturaleza social del hombre y la
estructura política de la sociedad). En esta lucha contra los enemigos
internos y externos de la libertad, el profesor Roura-Parella toma pie
en la tradición española del honor, a la que se siente profundamente
vinculado. Pero no deja de aceptar los ejemplos de donde vinieran,
siempre que sigan esa línea. Por ejemplo, recuerda con emoción a
Wolfgang Kóhler, el maestro de Berlín que más influencia personal
ejerció en sus decisiones, cuando en 1934 le dijo en la Universidad
Internacional de Santander: “Me marcho a los Estados Unidos porque
no quiero levantar la mano y decir Heil Hitler al empezar la clase...
Destruirán mucho, y se tardará un siglo en reconstruirlo, si se recons
truye alguna vez”.
Esta valoración de la libertad moral le lleva a concluir que una vida
sin libertad es una vida sin espíritu y, por tanto, sin posibilidades de
realizarse a sí misma; dicha libertad es puesta por Roura en conexión
con la posibilidad de sobrevivir tras la muerte, sin la cual la vida, cree
él, que carecería de valor.
Un texto fundamental, que completa el anterior, para conocer las
convicciones íntimas de Roura es su ensayo Tema y variaciones de la per
sonalidad. Hay en el hombre -viene a decimos allí- un “tema”, esencia
o entelequia, y la vida humana es el desarrollo de dicho “tema". En esta
línea, Roura se separa de la corriente existencialista para seguir las
orientaciones de Goethe, Zaragüeta, Spranger y Hartmann. Esta mis-
midad, mediante cuyo desarrollo el hombre va realizándose, se confun
de en el pensamiento de Roura con Dios en nosotros; la vida consiste,
pues, en la realización de sí mismo, o para decirlo en lenguaje místico,
en el desenterrar a Dios, que mora en el fondo de nuestro ser. “Así hace
mos su voluntad -dice- estando determinados por el espíritu”.
Las obras más importantes de Roura son: Cuestionario de pedagogía
(en colaboración con F. Panizo), Madrid, 1923; Cinco conferencias
sobre orientación profesional, Las Palmas, 1930; Educación y ciencia, El
Colegio de México, 1940; Eduardo Spranger y las ciencias del Espíritu,
Centro de Estudios Filosóficos, UNAM, México, 1944; El mundo histó
rico social (Ensayo sobre la morfología de la cultura de Wilhelm Dilthey)
Universidad de México, 1947; Tema y variaciones de la personalidad,
UNAM, México, 1950; “What I live by”: The Wesleyan Argus, 20 marzo
1953.
En el exilio estuvo también Domingo Casanovas (Barcelona, 1910-1978),
un brillante discípulo de Joaquín Xirau, que se graduó en Filosofía y
en Derecho, respectivamente, en 1932 y 1933. En seguida gana las opo
siciones a cátedras de Institutos de Enseñanza Media ante un tribunal
presidido por Zubiri y Gaos. Queda destinado en Vigo, donde alterna
las clases en el Instituto con una adjuntía en la Universidad. En 1938
pasa a la Escuela de Ciencias Políticas, en París, al mismo tiempo que
colabora en El Tiempo, de Bogotá. En 1939 le tenemos en Caracas
dando clases en el Liceo Andrés Bello y muy pronto en la Universidad
como profesor titular de Historia de la Filosofía del Derecho; en 1944
se le acumula la cátedra de Lógica General.
En el mismo año funda la Facultad de Filosofía y Letras (hoy
Facultad de Humanidades y Educación) de la Universidad de Caracas,
de la que fue también decano durante cinco años. En 1959 fundó la
Universidad de Santa María.
Domingo Casanovas, aparte de su calidad como académico, tiene
sobre todo una enorme capacidad de creación y fundación de empre
sas filosóficas, que hemos procurado reflejar en lo anterior; su labor en
pro de la filosofía en Venezuela ha sido inmensa, y es reconocida por
todos los que le han conocido o vivido en aquel país.
Entre sus publicaciones citaremos: Lecciones de Derecho, Barcelona,
1936; Lecciones de filosofía; Los problemas fundamentales de la filosofía
actual; Psicología y pedagogía; La duda peregrina; Páginas navideñas; en
forma de folleto tenemos: Fenomenología del lenguaje; El concepto de
experiencia en la filosofía contemporánea; La filosofía del Derecho en
Venezuela. En su libro La duda peregrina (1953), Casanovas da esta
sugerente definición: "La filosofía -dice allí- se define como capacidad
de duda, pero de duda puesta en camino, convertida en método y bien
orientada, peregrina”. La influencia de Xirau se manifiesta en su pro
clividad hacia la antropología y su atención a la filosofía de los valores.
Aunque no propiamente un filósofo, Bartolomé Oliver (Benisalem,
Mallorca, 1896) se movió en la línea de un humanismo clásico muy
próximo a la filosofía. Se licenció en Filosofía y Letras por la
Universidad de Barcelona y doctorado por la de Madrid.
En España fue encargado de cátedra de la Escuela Normal de maes
tros de Baleares, profesor de Instituto y de la Universidad Industrial de
Barcelona, además de miembro de numerosas instituciones profesio
nales y académicas.
Siguió luego estudios en el extranjero en las Universidades de
la Sorbona (París), Bruselas, Ginebra, Roma y los Institutos Decroly
(Bélgica), Jean Jacques Rousseau (Suiza), María Montessori (Roma).
Desde 1939 residió en Venezuela, en cuya capital desempeñó nume
rosos cargos en la enseñanza o tareas afines. Ha sido profesor funda
dor, con Casanovas, de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Central de Venezuela, de la que llegó a ser decano duran
te tres años. En la misma Facultad ha desempeñado las cátedras de
Latín, Pedagogía, Didáctica y Antropología Educativa.
Su tarea de fundador de empresas filosóficas corre pareja con la de
Casanovas. Fue fundador y primer director del Instituto de Filología
Clásica, fundador y director también del Instituto Escuela y finalmen
te fundador y director de la sección educativa del Consejo Interame
ricano de Educación Alimenticia.
También fue profesor de Pedagogía, Antropología Pedagógica y
Educación Comparada en la Universidad Católica Andrés Bello.
Entre sus publicaciones principales figuran: Historia del arte, El libro
del niño americano, Morfología de la lengua latina, Cicerón en su vida y
en su obra, El legado de Cicerón, Apología del latín y Encomio del huma
nismo.
La vocación intelectual de Bartolomé Oliver se deslinda entre las
humanidades clásicas, como instrumento y contenido de interpreta
ción y valoración del hombre, y la pedagogía, como teoría y técnica del
hacer educativo entendido en su función formativa y, por tanto, como
humanización. Las humanidades y la educación son así dos caminos o
proyecciones convergentes inspiradas en idéntica teleología; de aquí su
unidad de fondo.
Se observa esto muy bien en sus dos publicaciones El legado de
Cicerón y Los planteamientos de las ciencias de la educación y su referen
cia a nuestro momento (conferencia pronunciada en la Asociación
Cultural Humboldt, Caracas, 1965). En la primera define el humanis
mo como "una cultura universal y humana que se caracteriza, a la vez,
por un estilo racional de pensar, por la generosidad, la tolerancia, la
simpatía hacia todos los hombres” (p. 36). En la citada conferencia hace
coincidir la tarea de la educación con este programa de humanismo al
tender a la realización del hombre integral, donde existencia biológica
y proyección espiritual queden ensamblados, de modo que los planos
económico, social y político se armonicen con los que conducen a la
renovación moral y espiritual del hombre.
En el campo pedagógico, Bartolomé Oliver entiende la tarea de la
educación como la empresa de levantar, sobre la trama de la estructu
ra biológica y psicológica, la superestructura espiritual. Su idea de la
educación gira en tom o a una concepción vitalista que le emparenta
con las modernas tendencias pedagógicas en que se aprecian influen
cias de Decroly, Montessori y el mismo Luzuriaga, con el que mani
fiesta afinidades evidentes.
Siendo muy joven salió Ramón Xirau (Barcelona, 1924) de España
en 1938, acompañando a sus padres. Pasó un año en Francia trasla
dándose después a México, donde estudió con Gaos, Caso, su padre,
Joaquín Xirau, y otros en la Universidad de México. Ha sido profesor
en la Universidad de Las Américas y en la Nacional de México; como
conferenciante ha estado en casi toda Europa y América. Se ha movi
do siempre entre la filosofía y la literatura. Ha escrito dos libros de
poemas en catalán; su obra de crítica puede quedar resumida en los
siguientes títulos: Tres poetas de la soledad, 1955; Poesía hispanomeri-
cana y española, 1961, y Poetas de México y España, 1963. Su obra filo
sófica comprende: Entre magia y cibernética, 1953; Sentido de la pre
sencia y El péndulo y la espiral, 1959; Comentario, 1960, y una
Introducción a la historia de la filosofía, 1964. Ha dirigido durante
varios años la prestigiosa revista Diálogos.
Sus ideas se mueven en el ámbito del personalismo y está induda
blemente influido por las enseñanzas de su padre, de Antonio Caso, de
José Gaos y muy especialmente por los pensadores personalistas fran
ceses, Emmanuel Mounier, Gustave Thibon, Teilhard de Chardin... En
la actualidad se preocupa por el sentido del lenguaje en la poesía y en
la mística. En esta línea se movía ya su interesante libro de juventud
Sentido de la presencia, donde se preocupa de captar lo significante de
la poesía en nuestro estar. En realidad, el libro es un acercamiento exis-
tencialista a la poesía, que parte de esa categoría central del “estar'’
como contrapuesto al "ser”. "Estancia, estar -nos dice-, son palabras
que se han venido filtrando poco a poco, apareciendo entre líneas.
Siempre que he hablado del estar del hombre lo he referido a la pre
sencia humana. Y es que una filosofía del estar, filosofía peculiarmen
te hispánica, ha de ser necesariamente una filosofía de la presencia”. Y,
en esta misma línea, añade más adelante: “El Soy es un deseo y es una
asfixia. El estoy es una realidad concreta. Estar es respirar. Y si el ser
pertenece a lo inalcanzable potencial, el estar constituye la única posi
bilidad dable que es la de la actualidad" (pp. 57-58).
La preocupación filosófica de Ramón Xirau ha dado como fruto últi
mamente su magnífico libro Introducción a la historia de la filosofía
(Universidad Autónoma de México, 1964), que constituye un intento de
escribir una historia de la filosofía desde la perspectiva personalista. El
interés por presentamos a los filósofos anclados en su circunstancia
concreta le lleva a Xirau a situar social y culturalmente la vida de cada
filósofo. Pero, aun en lo que toca a la exposición de los sistemas y las
ideas filosóficas propiamente dichas, Xirau sigue un orden vivido: es el
camino que va de la teoría del conocimiento a la moral, pasando por la
metafísica como disciplina intermedia. He aquí como lo expresa Xirau
en el prólogo a su Introducción: "Saber si se puede saber; establecer
una metafísica después de fundar las bases del saber; establecer una
moral, una forma de vida después de haber ordenado el mundo, des
pués de haber hecho del caos un cosmos, tal es la línea general de todo
gran pensamiento; tal es, también, el plan general que hemos seguido
al explicar cada uno de los filósofos que en este libro aparecen”. Se
trata de un orden -epistemología, metafísica, m oral- que implica el
orden normal en las preferencias vitales del filósofo.
Esta Introducción, escrita en un estilo muy ameno, es, por todo lo
anterior, un ensayo interesante de hacer una historia de la filosofía a la
luz del personalismo. Esto, naturalmente, se observa tanto en el méto
do utilizado como en las preferencias por algunos de los filósofos
expuestos, por ejemplo, el padre Teilhard de Chardin, con quien termi
na la obra; a este respecto, creemos que es un acierto la inclusión de
españoles como Ortega y Gasset, Unamuno y Machado, que injustifi
cadamente suelen permanecer fuera de las historias de la filosofía. El
libro se halla enriquecido con dos apéndices: uno es un índice de las
principales corrientes filosóficas y otro un breve vocabulario filosófico;
ambos son muy valiosos para el principiante. En línea muy parecida se
inspira su libro El desarrollo y las crisis de la filosofía occidental (1974).
Presta también atención el pensamiento mexicano en su Idea y quere
lla de la Nueva España (1974).
Dentro de la amplia producción de Ramón Xirau, quisiera des
tacar dos libros que me parecen altamente significativos de su inspira
ción intelectual más profunda. Me refiero en primer lugar al titulado,
Genio y figura de Sor Juana Inés de la Cruz (1967), una deliciosa y
cuidada exposición de la vida y la obra de la gran escritora mexicana.
El libro, que por el tema pudiera parecer de circunstancias, no lo es,
pues se ve que toca en él lo que es tema de preocupación y de investi
gación suya desde hace muchos años: el de la estrecha vinculación
entre filosofía, poesía y religión. Y así nos lo hace notar especialmente
en el capítulo dedicado a “la dialéctica del conocer”, donde somete
“Primero sueño”, el magnífico poema filosófico de Sor Juana, a un
análisis muy fino, donde se trasluce una tesis de Xirau que ha venido
inspirando gran parte de su obra: que poesía y filosofía adquieren su
pleno sentido en una comprensión mística del universo. En este aspec
to, el título del último capítulo, “La vía del silencio”, se ve anunciado
previamente por unas significativas palabras del autor: “Solamente al
finalizar su vida, Sor Juana se entregará del todo a la contemplación, a
la caridad, a un ardor de santidad que la conduce, como era natural
que así fuera, al silencio. Quedará en el misterio el saber si Sor Juana
alcanzó la visión mística. Tenemos algunos fundamentos para pensar
que alcanzó lo que ya anunciaban sus poemas religiosos: tranquilidad
de espíritu, pacto entre opuestos (fe y razón, amor y ausencia, vida y
muerte). Todo ello se tradujo en letra del espíritu; no pudo verterse en
el espíritu de la letra".
El tránsito de la palabra poética al silencio de la contemplación ya
preanuncia la dialéctica entre la palabra y el silencio, que hace explíci
ta en su libro de ese título, Palabra y silencio (México, 1968), donde
vuelve al tema que le obsesionó durante años: la relación entre poesía
y mística: este es un libro, pequeño por su volumen, pero altamente
importante por lo que significa y por lo que aporta. En una serie de
ensayos sobre diferentes figuras del pensam iento occidental
-Maimónides, Erasmo, Descartes, Wittgenstein, Mounier, Teilhard de
Chardin, San Juan de la Cruz-, el autor nos va ofreciendo perspectivas
y atisbos acerca del tema del libro. La tesis de Xirau es la de la necesi
dad de la experiencia espiritual para que la vida humana tenga senti
do, así como la necesidad de que esa experiencia se manifieste en una
peculiar dialéctica entre la palabra y el silencio, de modo tan esencial,
que mutuamente se implican.
El último ensayo del volumen, que es el que le da título, es un inten
to de primer análisis sobre dicha dialéctica. A través de una serie de
reflexiones sobre las relaciones entre filosofía y arquitectura y de lo
que el lenguaje tiene de morada para el hombre, Xirau se hace cuestión
del fundamento y del origen último de las cosas reales, tal como se pre
senta al poeta y al filósofo. Es entonces cuando se hace patente que la
fundación está en la palabra verdadera, imposible de entender si en
ella no va supuesto el silencio, ambas manifestaciones de la palabra,
que es lo que esencialmente nos constituye. Por haber olvidado esto es
por lo que la palabra, convertida en parloteo y en ruido, ha perdido su
sentido en un mundo tecnificado, dominado por la banalidad de una
existencia inauténtica. Sólo la recuperación de la palabra -búsqueda
en la que se encuentra comprometida lo mejor de la poesía actual-
haría factible un mundo más humano, pues sólo dicha recuperación
haría posible superar la incomunicación real a que los medios de
comunicación de masas nos tienen sometidos con su política de difu
sión, su transmisión de consignas y propagandas y, en definitiva, sus
cientos de medios utilizados para manipular las conciencias. Sólo el
"imperio silencioso” de que hablaba Sor Juana Inés de la Cruz -y aquí
vemos una vez más lo entrañable de esta predilección de Xirau- haría
posible esa recuperación de la palabra que establece entre los hombres,
verdadero y único fundamento de una comunidad que hace tiempo
hemos perdido.
2. Ram ificaciones orteguianas
Entre los discípulos más próximos de Ortega que salieron al exilio d eb e
citarse, en primer lugar, por su edad, a María de Maeztu (Vitoria, 1882-
Mar de Plata, 1947), que había sido alumna de Unamuno, en Salamanca,
y de Ortega, en Madrid. Por sugestión de éste, fue a Marburgo para estu*
diar con H. Cohén la filosofía neokantiana y especializarse en pedagogía
social con P. Natorp. Viajó por toda Europa para conocer las escuelas
nuevas, lo que luego le serviría para desarrollar en España un proyecto
de reforma de los métodos de enseñanza, entre los que entra la creación
de escuelas al aire libre, fundación de las primeras cantinas y colonias
escolares. El desarrollo de esta labor fue muy favorecido por su puesto
como directora de la Residencia de Señoritas en Madrid, que fundó en
1915, desde donde consiguió vincularse como vocal al Consejo Nacional
de Cultura y a la Comisión de Reformas Escolares, de la que fue presi
denta.
La importancia de la Residencia de Señoritas para la reforma de la
mujer en España y su inserción en la sociedad ha sido ya señalada, por
lo que no insistiremos sobre ello. Es necesario destacar, en todo caso,
la importancia de María de Maeztu como impulsora de aquel pro
yecto, lo que aún no se ha hecho suficientemente por carecer de un
estudio completo y detallado de la obra realizada por esta mujer extra
ordinaria. Sus amigos y mentores se dieron pronto cuenta de su gran
facilidad de palabra y su capacidad como expositora de temas difíciles,
lo que la convirtió en ilustre conferenciante, actuando como embaja*-
dora de la cultura española en numerosas instituciones nacionales y
extranjeras. En calidad de tal estuvo en Oxford, Londres -King's
College-, París y Bruselas; también dio conferencias en universidades
de Estados Unidos: Columbia, Wellesley, Bryn-Mawr y Smith College,
donde fue nombrada doctora honoris causa.
Aunque no fue escritora prolífica, dejó dos obras interesantes, apar
te numerosos ensayos y artículos. Esas obras son: una Historia de la
cultura europea (1941) y una Antología-siglo xx. Prosistas españoles
(Buenos Aires, 1943), a la que acompaña semblanzas y comentarios en
una prosa cálida y viva que hace de los autores presentados retratos lle
nos de emoción.
La guerra civil produjo un impacto traumático sobre su vida y sus
ideas, lo que la indujo a dar a éstas una orientación conservadora,
durante su estancia en Argentina después de la contienda. Sin duda,
Victoria Ocampo, que era amiga suya de muchos años antes, supo per
cibirlo bien, como lo testimonia Carmen de Zulueta en esta gráfica des
cripción con que terminamos este apartado.
"Victoria Ocampo ha calado en la personalidad de María. No era
ésta la fría intelectual que algunas personas sospechaban; al contrario,
era una mujer apasionada, entusiasta, también irritable. Esta pasión,
esta violencia que existía en el carácter de María de Maeztu fue proba
blemente la causa de la desilusión experimentada por Victoria Ocampo
con relación a la educadora española. La violenta reacción de María al
comenzar la guerra civil y perder ella lo que más quería -su Residencia
y su hermano Ramiro- fue probablemente el motivo que indujo a
Victoria Ocampo a escribir las líneas siguientes: ‘La política, que jamás
jugó el menor papel en mi existencia, está tan mezclada a la trama de
nuestros días desde el advenimiento de las dictaduras, que ha causado
cantidad de derrumbes en mi vida amistosa. María... fue uno de esos
derrumbes’ ”. En la página anterior del mismo libro explica Victoria lo
que ella llama “error de juicio”. "Yo la admiraba mucho, pero durante los
primeros años de nuestra relación no tenía una idea clara de su carácter,
de sus cualidades reales y de sus defectos muy humanos. Este error de
juicio me llevó, más tarde, a una reacción excesiva, de la que me arre
piento. Había hecho de ella una mujer heroica, mientras no era más que
una mujer infatigable trabajadora, que todo lo sacrificaba por el fin que
quería alcanzar”. Esta mujer apasionada, infatigable trabajadora, puso
su pasión y su esfuerzo en su Residencia, la “obra”, como ella la llama,
que está por encima de todo.
Como parte del proyecto orteguiano que fue la Escuela de Madrid se
creó en 1932 la Sección de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y
Letras, de Madrid, cuya cátedra recaerá sobre Lorenzo Luzuriaga
(Valdepeñas, 1889- Buenos Aires, 1959). Las influencias decisivas en su
formación intelectual y humana fueron Manuel B. Cossío, Fran
cisco Giner de los Ríos y José Ortega y Gasset. Asistió a las clases del pri
mero en el Museo Pedagógico, a las del segundo en la Institución Libre
de Enseñanza y a las del tercero en la Escuela Superior de Magisterio, en
su primera cátedra, al llegar de sus años de estudio en Marburgo; con los
tres, y sobre todo con el primero, mantuvo una amistad que sólo se rom
pería con la muerte.
La vinculación con Ortega y Gasset provenía desde 1908, en que éste
ganara la cátedra de Filosofía en la Escuela Superior de Magisterio.
“Desde entonces -dice el propio Luzuriaga- he permanecido en rela
ción intelectual y amistosa con él, hasta que el exilio nos separó en
1936, aunque pude volver a verle ocasionalmente más tarde. Pero su
persona y sus ideas han estado siempre presentes en mí, como sin duda
ha ocurrido a todos los que tuvimos el privilegio de conocerle y tratar
le”; de aquí que no dude en calificarle como “mi maestro y amigo de
toda la vida". Es indudable, por los datos que poseemos, que la Sección
de Pedagogía, creada como ámbito de enseñanza adscrita a la Facultad
de Filosofía y Letras, era una iniciativa de Ortega -interesadísimo
desde muy joven por todo lo relacionado con lo pedagógico- que eje
cutó García Morente al ser nombrado decano en 1932, y en esa inicia
tiva Luzuriaga había de constituir una pieza esencial, de no haber sido
truncada su labor por la guerra civil.
Su obra original es muy amplia e importante. A su producción en
libros hay que añadir sus colaboraciones en la revista España, El Sol,
donde tenía a su cargo la “Hoja de Pedagogía e Instrucción Pública”.
Pero su principal labor fue la Revista de Pedagogía y sus Publicaciones,
fundada en 1922 con el fin de "reflejar el movimiento pedagógico con
temporáneo, y en la medida de sus fuerzas, contribuir a su desarrollo".
La Revista de Pedagogía dejó de aparecer en 1936 al estallar la guerra
civil, pero las Publicaciones de la Revista de Pedagogía fueron incorpo
radas, en el exilio bonaerense, a las publicaciones de la editorial
Losada.
Su actividad universitaria comenzó en 1933 al ser nombrado profesor
encargado del curso de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de
Madrid. En 1939, al tener que abandonar España, fue nombrado profe
sor de Pedagogía de la Universidad de Tucumán, y en 1941, vicedecano
de la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad. Durante 1955
56 dictó cursos en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Caracas.
En 1956 se le nombró, por concurso, titular de la cátedra de Historia de
la Educación y de la Pedagogía en la Universidad de Buenos Aires.
Falleció en esta ciudad el 23 de Diciembre de 1959.
Su preocupación pedagógica le llevó a una filosofía de la educación
muy ligada al movimiento de la Nueva Educación, que entonces se
estaba imponiendo en el mundo y de la que fue principal difusor en los
países de habla española. Sus ideas están expuestas en sus libros, entre
los que destacan La Educación Nueva, Pedagogía, Historia de la educa
ción y de la pedagogía y su famoso Diccionario de pedagogía, que ya en
su primera edición era una obra importante, pero que en futuras edi
ciones estaba destinada a convertirse en una obra monumental.
Las ideas de la Educación Nueva giran en tom o a la psicología vita-
lista influida por Decroly, la doctora Montessori y otros, que centra la
educación en el respeto y desarrollo de la vida. Las directrices de la
educación nueva se concretan, en la práctica, en lo que Luzuriaga
llama “escuela nueva pública", cuyos principios pueden sintetizarse en
los treinta puntos siguientes: 1) ser un centro experimental de educa
ción; 2) ser un semiintemado; 3) estar en las inmediaciones de la ciu
dad; 4) distribuir a sus alumnos en grupos; 5) practicar la coeducación
de los sexos; 6) prestar especial atención a las actividades manuales;
7) cultivar ciertas actividades particulares (trabajos de taller, jardine
ría, horticultura, etc.); 8) fomentar el trabajo individual y por grupos;
9) favorecer los juegos, los deportes y la gimnasia; 10) practicar las
excursiones, los campamentos y las colonias escolares; 11) atender
sobre todo a la cultura general de los alumnos; 12) dejar un margen de
elección a éstos; 13) basar su enseñanza en la observación y la experi
mentación; 14) apelar sobre todo a la actividad personal de los alum
nos; 15) recurrir a los intereses espontáneos de éstos; 16) recurrir al
trabajo individual; 17) apelar también al trabajo colectivo; 18) dar la
enseñanza principalmente por la mañana; 19) enseñar pocas materias
por día; 20) dividir el año escolar en cursos trimestrales; 21) constituir
una comunidad escolar; 22) fomentar las asambleas y autonomía de
los alumnos; 23) proceder a la elección de jefes o tutores; 24) desarro
llar el espíritu de solidaridad; 25) utilizar lo menos posible los premios
y los castigos; 26) constituir un ambiente de belleza; 27) cultivar espe
cialmente el canto y la música colectivos; 28) cultivar todas las mani
festaciones artísticas; 29) apelar a la conciencia moral de los alumnos;
30) educar en el sentido de la ciudadanía y la humanidad.
Aunque poco conocido en España es inolvidable, al hablar de las
ramificaciones orteguianas Francisco Álvarez González (Madrid- 1912),
ya que fue uno de los siete alumnos que terminaron sus estudios en la
Sección de Filosofía de la Universidad madrileña en 1936, último de
los que impartió Ortega y Gasset en aquel centro, donde también tuvo
como maestros a Morente, Gaos, Zubiri,...
En 1951 llega a Cuenca (Ecuador) con el encargo de organizar y diri
gir la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, entonces en
proyecto. Desde entonces ha permanecido en este país, con pocas sali
das al exterior, hasta fines de 1965, en que se trasladó a Concepción
(Chile), en cuya Universidad enseñó dentro del Instituto de Filosofía,
bajo la dirección de Augusto Pescador.
Entre sus libros más importantes debemos mencionar: Historia de la
filosofía, 2 vols., Universidad de Cuenca, 1953; Amold J. Toynbee y su
filosofía de la historia, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1956; Introduc
ción a la filosofía, Universidad de Cuenca, 1963; Introducción a una
metafísica de la contingencia, Universidad de Cuenca, 1961; Las etapas
fundamentales en la restauración de la filosofía actual, Cuenca, 1952.
Ha publicado numerosos ensayos en revistas y dado conferencias en
diversos países de América. Los pensadores que más han influido en su
formación exceptuando a los maestros de la Universidad de Madrid,
son Husserl, Hartmann, Heidegger, Scheler y Bergson.
Uno de los más lúcidos expositores y continuadores del pensamien
to orteguiano es Antonio Rodríguez Huéscar (Fuenllana, Ciu
dad Real, 1912 - Madrid, 1990), uno de los que se licenciaron también
en Filosofía y Letras durante el último magisterio de Ortega en ella
-curso 1935-36-; fue también discípulo de Julián Besteiro, Manuel
García Morente, Lucio Gil Fagoaga, Xavier Zubiri y José Gaos. Por
aquellos años fue socio fundador y colaborador del Instituto de
Filosofía Julián Sanz del Río. Antes de marchar al exilio enseñó en el
Colegio Estudio de Madrid, dirigido por Jimena Menéndez Pidal.
Posteriormente, en 1960, se doctoró en la misma Universidad de
Madrid con una tesis sobre El problema de la verdad en Ortega (Verdad
y perspectiva), que apareció posteriormente con el título Perspectiva y
verdad en la editorial Revista de Occidente, (1966). La realidad es que
Rodríguez Huéscar ha estado siempre muy vinculado al pensamiento
de Ortega y al círculo de la Revista de Occidente, en el que se siente
especialmente vinculado a Julián Marías y su actividad intelectual. En
1956, Huéscar marchó a la Universidad de Puerto Rico, en cuyo
Departamento de Filosofía fue profesor hasta 1971, en que regresa a
España y se incorpora a la docencia en un Instituto de Enseñanza
media como catedrático de filosofía.
Las actividad filosófica de Huéscar ha estado muy entreverada con
la literaria, en cuyo campo se destacó con su novela Vida con una diosa.
Entre sus libros de filosofía hay que destacar Del amor platónico a la
libertad (Madrid, 1957) y, sobre todo, Con Ortega y otros escritos
(Madrid, 1964). En el primero se recogen doce prólogos a otras tantas
obras de grandes filósofos, publicados en la Biblioteca de Iniciación
Filosófica de la editorial Aguilar. En el segundo, el título ya nos indica
la filiación orteguiana de Rodríguez Huéscar, bajo cuya inspiración
alientan la mayor parte de sus escritos, incluso aquellos que constitu
yen aportaciones de relativa originalidad, como su trabajo "El princi
pio del idealismo como punto de partida para su superación (Cuatro
notas sobre el cogito)’’. Quizá sus ensayos más interesantes sean "Sobre
el origen de la actitud teorética”, “Filosofía y vida individual”,
"Francisco Romero y la idea de la realidad en su Teoría del hombre” y
su "Problemática de la novela”. Entre sus últimas y más interesantes
publicaciones deben citarse las siguientes: La innovación metafísica de
Ortega. Crítica y superación del idealismo (1982) y Semblanza de Ortega
(1994).
Este interesante pensador no se limitó a exponer y exhumar a su
maestro, sino que, al socaire de esas tareas, fue elaborando una filoso
fía propia, que dejó inconclusa, pero de la que podemos encontrar una
exposición suficiente en su libro póstumo Ethos y logos (1996), donde
desarrolla una reflexión sobre el sistema de categorías de la vida hum a
na en cuanto objeto fundante de la metafísica. La tarea iniciada ya en
su libro sobre La innovación metafísica de Ortega adquiere aquí el
carácter autónomo de un pensamiento propio: se trata de examinar las
implicaciones ethológicas de dichas categorías. Partiendo del "acto de
la vida" como categoría eje de dicha metafísica, se engranan otras
-"acto de presencia”, “instancia”, "temporeidad”, “libertad”, "destino",
“hicceidad” y nuncceidad”, "contingencia” y “temple”- que le dan sen
tido. Este último libro, en parte frustrado, de Rodríguez Huéscar, a
pesar del buen hacer de José Lasaga, que ha preparado los textos, es la
culminación intelectual de un pensador honrado e inteligente que
dedicó lo mejor de su vida a la tarea filosófica.
Una curiosa ramificación orteguiana la encontramos en Luis Abad
Carretero (Almería, 1895-?), que había cursado estudios de Filosofía y
Derecho, siendo discípulo de Ortega y García Morente. Enseñó en
Madrid, Ceuta, Orán, siendo después profesor titular de la Universidad
Nacional Autónoma de México. En 1934 y 1935, respectivamente,
representó a los profesores españoles en los Congresos de Enseñanza
Media de Roma y Oxford. Sus obras principales son Sentido psicológi
co de la felicidad, Madrid, 1934; Una filosofía del instante, Niñez y filo
sofía, Instante, querer y realidad (1958), Presencia del animal en el hom
bre y Aparición de la vis-ciencia (ambos publicados por Herrero
Hermanos, Sucs., S.A., México). Sobre su vinculación orteguiana escri
be: “Ortega ha sido el filósofo que más ha influido sobre mi pensa
miento”, añadiendo a continuación: ‘lo que me interesa recoger de
Ortega es lo que me ha servido para abrirme mi propio pensar"
(Instante, querer y realidad, p. 418).
La obra de Abad Carretero es muy extensa, especialmente si atende
mos al volumen de sus libros, pero se mueve en el ámbito de lo que él
llama ‘la filosofía del instante”, que está estrechamente vinculada a un
movimiento filosófico cuyo principal representante es, en España, Pedro
Caba, y en otros países, los nombres de G.H. Mead (Estados Unidos);
Lilian Silbum, Gilbert Mane y Monique Périgord (Francia); A. Eggens-
pieler (Suiza); Eggil A. Wyller (Noruega); Eberhard Grisebach (Alemania),
y algunos otros en diferentes países.
La filosofía del instante se presenta como una solución a los proble
mas de nuestro tiempo, dominados por la prisa y la rapidez del mundo
técnico. "Nuevos hechos requieren nuevos pensamientos y actitudes.
La filosofía del instante responde a esa manera de reaccionar del hom
bre en la época actual, en la que se está de continuo bajo el imperio de
la prisa", nos dice. Y añade: "La humanidad se vería remozada si los
hombres mirasen más al presente que al pasado o al futuro. Esa es,
repetimos, nuestra firme creencia”.
El concepto fundamental de esta filosofía es el "instante", que se con
sidera como la auténtica y única realidad. Éste es definido como "el
tiempo necesario para hacer frente a una situación vital, o sea para rea
lizar un acto cualquiera en que el sujeto muchas veces no se da cuenta
del tiempo que transcurre”, otras veces lo define como el tiempo duran
te el cual mantenemos la atención en algo. Acto e instante quedan, pues,
prácticamente identificados en esta filosofía; de aquí la importancia del
tiempo, del momento elegido para poner en práctica determinada deci
sión. Por eso nos habla Abad Carretero del "don de la oportunidad”, que
él considera desde un aspecto moral; el tiempo, viene a decimos, es la
cuarta dimensión de la ética. En esta dirección de su filosofía, Abad
Carretero postula la sustitución de la cultura clásica, "ácrona” o atem-
poral, por una cultura "kinética" para nuestro mundo en movimiento,
nacida al calor de los avances de la técnica y que es, por tanto, una
cultura del presente, del instante, de la actualidad.
La filosofía del instante se dirige preferentemente a la función voli
tiva, con cierto desdén por la función pensante, sobre todo en su as
pecto de razón clásica. El querer predomina en este pensamiento, que
considera que el hombre se mueve más por anhelos, deseos o aspira
ciones que por razones. Aquí está la clave del pesimismo y angustia del
mundo contemporáneo; son los deseos de millones de hombres que
tropiezan unos con otros y que, si no se encauzan por el camino de una
fuerte solidaridad humana, serán fuente de dolor y angustia. Se trata,
pues, en el fondo, de una filosofía voluntarista, con marcadas vetas de
irracionalismo.
En esta filosofía hay una noción psíquica de máxima importancia;
es la llamada viscencia (palabra derivada de vis, fuerza, y scientia,
conocimiento), facultad de interpretación volitiva de la vida y que
constituye, por ello mismo, el órgano del sentido; "en ella reside un
saber que el sujeto ha ido construyendo pacientemente a lo largo del
tiempo y que es quien contribuye a darle el don de adaptarse a las
situaciones vitales, a crear ese don de la oportunidad a que antes aludí
amos”.
El hombre necesita crearse un orden psíquico irreversible, por una
reabsorción de pasado y futuro en el presente; ese orden psíquico viene
dado por nuestro modo de vivir en instantes, y es lo que constituye el
sentido. Este sentido delinea el pasado desde el presente según mode
los y el futuro según formas. En este sentido, que los demás tratan de
interpretar, se entremezclan tres ritmos temporales, que debemos pro
curar no confundir nunca: a) el psicológico, el tiempo personal de cada
sujeto; b) el colectivo, es el del meridiano, medido por relojes, igual
para todos los hombres; c) el creador, el tiempo de la cultura, cuyas
medidas son lo verdadero o lo falso, el bien o el mal, etc.
La visciencia es la función esencial de toda vida. Ella nos pone en
estrecha e inmediata relación con la naturaleza y la sociedad, por el
lado externo, y con la conciencia y la subconsciencia, por el lado inter
no. La unión de estos dos "yos" -consciencia y subconsciencia- se da
en el "yo sentidológico”, que es el centro de la psique humana. "La
visciencia -nos dice Abad Carretero- realiza la unión entre la naturale
za (el cuerpo como parte de ella) y el alma, por una parte, y el espíritu,
por otra, unión que se manifiesta en cada instante en que el querer
muerde en el tiempo y realiza una decisión para formar el acto en el
instante. De esta manera, la vida se convierte, más que en una serie de
instantes, en una sucesión de decisiones, de quereres”. A la armoniza
ción de todos los quereres humanos contrapuestos aspira la filosofía
del instante, cuya meta final es establecer una nueva solidaridad
humana, basada en realidades sentimentales, y no en ideas, que son
menos concretas y tangibles. Esta filosofía aspira a estimular y a pro
mover todos los estudios sobre la vida emotiva y sentimental del hom
bre, que conduzcan a tan noble fin.
Prólogo........................................................................................... 7
IN TRO D U C CIÓ N
I. El panorama de la filosofía española en 1936 ........................... 13
II. Una caracterización general del exilio....................................... 21
Primera Parte
LA FIL O SO FÍA CATALANA
III. Joaquín Xirau: el sentido ontológico del amor y su proyección
erasmista ................................................................................ 47
IV. Eduardo Nicol: de la «metafísica de la expresión» a la «crítica de
la razón simbólica».................................................................. 65
V. El testamento de Eduardo Nicol (Sobre su lugar en la filosofía del
exilio)..................................................................................... 91
VI. José Ferrater Mora: una «ontología integracionista» al nivel del
sentido común.......................................................................... 101
1. De las primeras inquietudes a El ser y la m u e rte .................... 101
2. El ser y el sentido.................................................................... 114
3. Cambio de marcha en filosofía yúltima postura................... 121
Segunda Parte
LA H EREN CIA DE ORTEGA
VII. José Gaos: de la «filosofía de la filosofía» al «personalismo es
céptico» ................................................................................. 131
VIII. La contribución de José Gaos a la historia de las ideas en His
panoamérica ............................................................................ 145
1. Ortega y Gasset y su teoría de la “circunstancia” .............. 145
2. El “circunstancialismo” como promotor de la historia de las
ideas................................................................................ 147
3. Ortega y Gaos.................................................................. 150
4. La doctrina gaosiana de la “circunstancia” ....................... 151
5. Gaos y la historia de las ideas hispanoamericanas.............. 155
6 . México y el pensamiento mexicano ................................. 158
7. Caracteres del pensamiento hispano americano.................. 165
8 . Valor actual y futuro de la filosofía gaosiana..................... 171
Tercera Parte
SO CIA LISM O Y M A RX ISM O
XII. El socialismo español en el exilio ......................................... 225
1. Femando de los Ríos........................................................ 225
2. Luis Araquistain.............................................................. 230
3. Una aproximación al marxismo desde el exilio americano .. 238
Cuarta Parte
EL PEN SA M IEN TO D ELIRA N TE
XIV. María Zambrano: el itinerario de la «razón poética» .............. 257
XV. Juan Larrea: una nueva concepción de la cultura................... 285
1. Filosofía de la historia .................................................... 288
2. Filosofía social................................................................ 298
3. Metafísica de la cultura.................................................... ^ 3
S exta P a rte
LA FILOSOFÍA POLÍTICO-SOCIAL,
POLÍTICO-RELIGIOSA Y POLÍTICO-JURÍDICA
XX. Sobre Medina Echavarría, Gallegos Rocafull y García Pelayo .. 403
1. José Medina Echavarría................................................................ 403
2. José Manuel Gallegos Rocafull.................................................. 408
3. Manuel García P elayo.................................................................. 411
XXI. Un amplio repertorio de filósofos exiliados .................................. 415
1. Un panorama catalán...................................................................... 415
2. Ramificaciones orteguianas......................................................... 426
3. Reflejos del existencialismo ....................................................... 433
4. Algunos pensadores singulares .................................................. 439