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1. LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
Es habitual leer en los textos de didáctica de la historia, y en las investigaciones sobre su enseñanza y su
aprendiza1e, que uno de los principales problemas del alumnado de la escuela obligatoria es su dificultad para
ubicarse y comprender el tiempo histórico. Así lo explicitan_ entre otros, los trabajos de Clari y Genin (1991),
en Francia, de Proença (1990), en Portugal, o de Trepat (1995) en España. O las investigaciones de Asensio,
Pozo y Carretero (1989), de Blas et al. (1993), del Grupo Valladolid (1994), o del italiano Lastrucci (1994).
Para Blas et al. (p. 307), por ejemplo, la cronología «sigue siendo el caballo de batalla del aprendizaje histórico.
Muchos alumnos no son capaces de identificar los siglos en los que se han producido acontecimientos
relevantes o en los que han vivido personajes importantes de la historia de España y de la historia mundial».
Para Lastrucci, que analiza los resultados del aprendizaje de la historia de 1.500 alumnos de la escuela superior
italiana, los problemas son mas graves, si cabe pues no sólo no dominan la cronología sitio que no
comprenden los procesos de transformación de naturaleza económica ni poseen aquellos datos específicos
para su comprensión.
El interés por investigar las razones de esta situación no es nuevo ni ha decaído. Al contrario, se
puede afirmar que es uno de los principales retos de la investigación en didáctica de la historia, Thornton y
Vukeliek (1989) señalan la existencia en Estados Unidos de mas de 250 trabajo, desde la década de los años
20, dedicados a investigar el aprendizaje del tiempo. ¿Por que resulta tan difícil aprender el tiempo histórico?,
¿por que existen estos problemas en la enseñanza y el aprendizayc de la historia? Podemos señalar diferentes
tipos de problemas en la comprensión del tiempo histórico y en la enseñanza de la historia. Un primer
problema es una consecuencia de la indefinición del propio concepto en la enseñanza o su identificación
exclusivamente con la cronología. ¿Qué entendemos por tiempo en la enseñanza de la historia?, ¿cómo
relacionamos el tiempo vivido, el tiempo social, y el tiempo histórico? Este primer problema, de naturaleza
epistemológica y didáctica, pues, nos remite a la historiografía y a la transposición del saber científico en saber
escolar, genera otros muchos que se plasman en la selección y secuencia de los contenidos, en las relaciones
entre la conciencia de temporalidad que posee el alumnado y el concepto de tiempo que queremos enseñar,
etc, Sin embargo, también denota -y este sería una segunda razón« un problema de naturaleza axiológica--
¿para que hemos de enseñar el tiempo histórico?, ¿para que han de aprender los alumnos a situarse en el
tiempo?- que nos remite al análisis sociológico y al problema de las finalidades de la enseñanza de la historia y
de las ciencias sociales. Finalmente, el tercer tipo de problemas tiene relación con lo que sabemos sobre como
construyen los niños y los adolescentes la temporalidad, y el papel que en esta construcción tiene la enseñanza
y el aprendizaje de la historia.
1.1. La concepción hegemónica de la historia y del tiempo histórico en la enseñanza
Como es sabido, la palabra historia se utiliza tanto para hablar del pasado como para referirse a su
reconstrucción y a su interpretación. Y también, a la memoria o al recuerdo de lo que ha sucedido, o a
pequeños relatos o situaciones que se desarrollan en forma de secuencia (las historias en minúscula). Todas
estas interpretaciones de la palabra historia son diferentes aunque comparten características comunes y están
muy interrelacionadas.
En la enseñanza de la historia existe, sin embargo, una tendencia abusiva a identificar lo que ha
pasado con su reconstrucción e interpretación. Esta tendencia también se da cuando se realiza divulgación
histórica a través de otros medios como el cine, la novela histórica, o cuando se utiliza el pasado con fines
políticos partidistas del presente. La permanencia de esta tendencia es una consecuencia de la persistencia del
positivismo en la historia escolar y en la divulgación histórica. La confusión entre el pasado y su
interpretación es especialmente grave en la enseñanza obligatoria porque la persona que aprende no dispone
frecuentemente del bagaje intelectual suficiente para saber que el pasado que conocemos y estudiamos no es
el pasado tal como sucedió, sino una interpretación realizada desde el presente y para el presente.
Las síntesis históricas a las que tienen acceso los alumnos de la enseñanza obligatoria a través de los
libros de texto y de otros materiales curriculares evidencian esta confusión. Los conocimientos históricos
escolares reflejan, sin embargo, un punto de vista, una tendencia, un paradigma, la visión de una escuela
historiográfica concreta que casi nunca se explicita previamente. Las relaciones entre el conocimiento
histórico tal como lo concibe la historiografía y el conocimiento histórico escolar deberían ir presididas de
una clasificación de los supuestos de los que parte la selección del pasado que se considera que han de
aprender los alumnos. Estos supuestos deberían, además, estar en consonancia con las concepciones de la
enseñanza y del aprendiza1e que se preconizan.
Los hechos históricos se presentan en muchos libros de texto como hechos naturales, objetivos, que
han sido narrados y descritos por los historiadores de la manera más ajustada posible a lo que sucedió según
lo transmiten las fuentes documentales existentes. Ésta es la concepción que se tiene del hecho histórico
desde el positivismo, concepción íntimamente relacionada con la del tiempo histórico. El tiempo histórico es
entendido como un tiempo externo a los hechos, objetivo, que actúa de manera lineal, acumulativa. El tiempo
histórico es para el positivismo el tiempo de la medida, de la cronología. Para los críticos del positivismo, el
tiempo y el hecho histórico son objetos construidos por el historiador, que debe explicitar las reglas y los
propósitos de su construcción.
Entendidos de esta manera no es posible establecer de forma definitiva, absoluta, la naturaleza de un
hecho histórico, y su temporalidad, ya que ambos podrían ser repensados y reinterpretados por cada
generación.
En la enseñanza de la historia se trata de que los alumnos comprendan que los hechos históricos, y
su temporalidad son construcciones hechas por los historiadores y que estos mismo pueden ser construidos
e interpretados de manera diferente por otros historiadores y por los ciudadanos. En consecuencia, la
enseñanza de la historia supone implicarles en la aventura del saber y del saber hacer propio del trabajo
historiográfico, y, en esta aventura, la construcción de la temporalidad es fundamental. Sin embargo, la
concepción histórica del positivismo es reacia a los requisitos de la transposición didáctica porque entiende
que el conocimiento histórico debe presentarse de manera holística, repetitiva --los mismos temas van siendo
estudiados una y otra vez a lo largo de las distintas etapas y cursos sin establecer una jerarquización
conceptual clara- y desde un enfoque preferentemente eurocéntrico y nacionalista.
Esta concepción educativa de la historia escolar esta profundamente arraigada en amplios sectores
sociales, profesionales y, sobre todo, en los poderes públicos. especialmente los conservadores, y en la
industria editorial de libros de texto, por lo que se manifiesta de manera recurrente en todos los debates
generados a raíz de cualquier propuesta de cambio curricular. Así ha ocurrido recientemente en los Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, y otros países de nuestro entorno. Las palabras pronunciadas por la Sra.
Ministra de Educación y Cultura (Aguirre, 1996) en la Real Academia de la Historia son un exponente de la
naturaleza de esta posición, y de lo que se esconde detrás de una determinada concepción educativa de la
enseñanza de la historia:
Los argumentos no son nuevos ni, por supuesto, originales. Autoridades políticas de distintos países han
utilizado razonamientos semejantes. Pero, en ningún caso, han ido más allá de insistir en más de lo mismo. de
proponer una enseñanza de la historia basada en los grandes personajes y algunos hechos supuestamente más
relevantes del pasado, sin analizar las consecuencias que esta concepción tiene para el aprendizaje de la
historia y de la temporalidad en el alumnado ni proponer alternativas razonables a la misma. Algunas de estas
consecuencias han sido señaladas, entre otros autores, por Maestro (1993) y por Le Pellec y Marcos-Alvarez
(1991). Para estas últimas autoras, una de las principales causas de la comprensión del tiempo histórico por el
alumnado tiene relación con el valor que se otorga a los distintos contenidos, su secuencia y los tiempos
reales que en la programación, y en la enseñanza, se dedican a su estudio. Así,
El problema tiene, pues, relación con el valor educativo que se otorga a la historia en el currículo. La historia
concebida como transmisión de los valores tradicionales y conservadores, ha sido y es dominante en la
mayoría de países del mundo (Ferro, 1981). Esto se justifica por la necesidad de integrar a los estudiantes en
el sistema de valores hegemónicos, y tiene en el patriotismo y en el nacionalismo un marco de referencia
ideológico permanente. La tendencia actual a enseñar más historia nacional, y más historia cronológica,
encuentra su justificación en estas ideologías. El positivismo ofrece un modelo oficial de historia escolar de
cada país, que cambia en función de las circunstancias, pero que mantiene la misma finalidad: moldear la
conciencia colectiva de la sociedad y la conciencia temporal de la ciudadanía. Frente a ella, se han levantado, y
se siguen levantando, otras voces que, aunque minoritarias, pretenden dignificar el conocimiento histórico
escolar y convertirlo en un instrumento al servicio de la democracia y de la participación ciudadana. Mientras
que para los primeros, la enseñanza de la historia es un fin en si mismo, que se enmascara con señuelos de
tipo cultural, identitario, o propedéutico, para estos últimos ha de ser un medio para ubicar al alumnado en su
presente y permitirle intervenir en la construcción de su futuro personal y social.
Esta segunda posición se inspira en las aportaciones de la Escuela de los
Annales, de la Nueva Historia y del Materialismo Histórico, y piensa los contenidos del currículo en función
del alumno, de sus necesidades, de las necesidades y problemas sociales a los que deberá enfrentarse. Es una
historia basada en los problemas de la vida, que ha de permitir a los estudiantes pensar y aprender el pasado a
la luz de los problemas del presente. Para Dewey (1985, 149 y 155), uno de sus primeros valedores, «la
segregación que mata la vitalidad de la historia consiste en separarla de las formas y de los intereses de la vida
social del presente. El pasado como pasado ya no es más cosa nuestra. [...] El punto de partida verdadero de
la historia siempre es una situación presente problemática».
El valor educativo de la enseñanza de la historia determina, en cualquier circunstancia, la concepción
de la temporalidad, la selección y secuencia de los contenidos, y las orientaciones o prescripciones para su
enseñanza y su aprendizaje. Es decir, la naturaleza del conocimiento histórico escolar y su epistemología de
referencia, el protagonismo del profesorado en la toma de decisiones en las fases pre-activa y activa de la
enseñanza con todo lo que ello conlleva, la concepción del aprendizaje de la que se parte y el papel que se
otorga al alumnado en la construcción de sus saberes. La coherencia entre estos aspectos es fundamental para
alcanzar los fines propuestos, y, entre ellos. el aprendizaje de un tipo u otro de temporalidad.
Desde la racionalidad crítica, y desde el constructivismo social, entendemos que es posible ir más allá
de los hechos concretos y de los grandes personajes, y seleccionar los contenidos históricos a través de
principios y de conceptos clave susceptibles de ser aplicados a hechos, problemas, conflictos, etc. de diversa
índole, acaecidos en nuestro mundo y en otras civilizaciones, como ejemplificaremos más adelante en nuestra
propuesta para la enseñanza y el aprendizaje del tiempo histórico y de los hechos históricos. En un sentido
parecido empiezan a aparecer, tanto en España como en otros países, propuestas de desarrollo curricular
nucleadas alrededor de grandes principios. Sirva como ejemplo la propuesta de Prats (1996) de seleccionar los
contenidos a partir de cuatro aspectos comunes a todos los acontecimientos y épocas históricas: el tiempo y
los ritmos del cambio; el estudio de acontecimientos, personajes y hechos históricos; la idea de cambio y
continuidad en el devenir histórico; y la explicación multicausal de los hechos del pasado.