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M A RC A NGE NO T

“ E l fi n a l d e u n s e x o ”
E l d i s c u r s o s o b re l a s m u j e re s e n 1 8 8 9

L i t e r a t u r a A rg e n t i n a I
P ro fe s o rad o e n Le n g u a y L i te rat u ra ( F H AyC S -U AD E R)
Ma teria l de cátedra pa ra circu lación in terna
“El final de un sexo”
El discurso sobre las mujeres en 1889
Marc Angenot
Título original: «La fin d’un sexe» : le discours sur les femmes en
1889. Publicado en Revista Romantisme, revue du dix-neuvieme siècle,
n.º 63, 1989, pp. 5-22, Dossiers “Femmes écrites”
Autor: Marc Angenot
Traducción: Arturo Firpo
Imagen de tapa: La Femme Chauve-Souris. Albert Joseph Pénot, ca.
1890
Selección y supervisión: María Inés Laboranti
Corrección y diseño editorial: Lautaro Maidana
La cátedra agradece la generosa y desinteresada colaboración del Dr.
Arturo Firpo. En momentos de dificultades inimaginadas como la
actual pandemia de coronavirus es cuando estos gestos se aprecian
doblemente, ya que consolidan los valores de una sólida tradición
argentina de extensión universitaria
Material de cátedra para circulación interna

Literatura Argentina I
Profesorado en Lengua y Literatura
FHAyCS-UADER
Marzo de 2020
“El final de un sexo”
El discurso sobre las mujeres en 1889
Marc Angenot

Literatura Argentina I
Profesorado en Lengua y Literatura
Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales
Universidad Autónoma de Entre Ríos
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE E NTRE RÍOS
Rector
Bioing. Aníbal J. Sattler
Vicerrector
Ing. Juan Bózzolo
FACULTAD DE HUMANIDADES, ARTES Y C IENCIAS S OCIALES
Decana
Mg. María Gracia Benedetti
Vicedecano
Lic. Alejandro Ruíz
PROFESORADO EN LENGUA Y LITERATURA
LITERATURA ARGENTINA I
Profesora titular
Lic. María Inés Laboranti
Jefe de trabajos prácticos
Lic. Diego Suárez
Adscriptos
Lic. María Luz Detler
Prof. Lautaro Maidana
“E L FINAL DE UN SEXO”
E L DISCURSO SOBRE LAS MUJERES EN 1889 [1]
Marc Angenot

El discurso social
He trabajado desde hace unos años en el análisis y la
interpretación de la totalidad de la producción impresa producida en
Francia durante el año 1889, operando un corte sincrónico. Se trataba
pues de trabajar sobre una selección representativa de libros, diarios y
periódicos de lengua francesa durante el mencionado año, tratando de
abarcar la totalidad de los discursos, ya sea los que tradicionalmente se
investigan como la literatura y los escritos científicos como así también
los terrenos negados o ignorados. El análisis sistemático de este material
no pretende solamente producir un cuadro de géneros, discursos, estilos,
temas, ideologías de una determinada época. Dicho análisis conduce a la
construcción de una teoría del discurso social y a proposiciones de
síntesis que la formalización de un corpus se propone ilustrar y justificar.
Observando el rumor social de 1889, el investigador desea pues obtener
una consistencia teórica a esta noción de discurso social. No se trata en
este caso de diseñar ciertos conceptos que les son propios y ciertas
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conclusiones. El lector podrá recurrir por ejemplo a un artículo reciente
“ Pour une théorie du discours social”, aparecido en el número “ Médiations
du social” de la revista Littérature, número 70, mayo 1988, pp. 82 a 98.
Como resultado de esta investigación ya han aparecido algunos artículos
y dos obras: Le Cru et Le Faisandé : sexe, discours social et littérature à la
Belle Epoque (Bruselas, Labor, 1986) y Ce que l’on dit des Juif en 1889 :
antisémitisme et discours social[2] (París, editorial universitaria de
Vincennes, 1989). Por último, acabo de concluir un estudio de conjunto
sobre Mil huit cent quatre-vingt neuf[3] . El texto que se leerá a continuación
es una versión de uno de los capítulos de la mencionada obra.
Entre los rasgos formales, temáticos y pragmáticos, los que
constituyen una hegemonía en un determinado estadio de cultura, es
posible componer una “cierta visión del mundo” difusa, concebida en la
división del trabajo discursivo o en los conjuntos de tematización que en
torno a un sujeto lógico construyen, con cierto grado de desacuerdo y
cacofonía, una serie de predicados. Recurriré al término de sociograma
utilizado por Claude Duchet a fin de poner en relieve semejantes
“conjuntos poco nítidos”, en constante movimiento, interactuando con
muchos otros. La visión de mundo del “fin de siglo” se organiza en torno
de un amplio paradigma de desterritorialización, de desestructuración de
las permanencias simbólicas, de la perversión del sentido y sus valores y
de la decadencia. El discurso de 1889 es de alta complejidad: la
cooperación de escritores, eruditos, filósofos y periodistas produce una
especie de visión crepuscular de la coyuntura cuyas formas y variaciones
por su extensión no mencionaremos en el presente preámbulo. El
sociograma de la mujer constituye uno de esos complejos que pueden ser
delimitados y cuyo análisis realizaré a continuación.

Dar el lugar que corresponde a las mujeres


Sin lugar a dudas otros temas angustiantes saturan los campos
discursivos: la “cuestión social”, el “peligro judío”, la degeneración de la
raza, la desorganización de los espíritus, la decadencia de las letras, la
inflación monetaria, la crisis financiera en ciernes, los escándalos
políticos… Pero si el ascenso del socialismo desestabiliza los sectores
discursivos canónicos e invita a que surjan otras posturas, no es posible
afirmar que la mujer “moderna”, sus desbordes y sus veleidades de
emancipación sean recibidas con serenidad. Dar el lugar que corresponde
a las mujeres quizás sea el mandato más urgente con el que colaboran el
médico, el novelista, el sociólogo, el cronista e incluso los intelectuales,
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con la misma ironía crispada y el mismo tono de reproche e indignación.
Las estrategias discursivas se distinguen de aquellas procedentes de la
amenaza socialista: en tanto objetos terroríficos, los socialistas no son en
absoluto destinatarios de los discursos a ellos referidos. Las mujeres de las
clases cultivadas hacen caso omiso de las diatribas y advertencias
profusamente distribuidas.
La reafirmación de la identidad femenina y del papel natural de las
mujeres se distribuye según una división de tareas entre las ciencias y las
letras y más específicamente entre la ciencia médica y la literatura de las
periferias. Ambas disponen de incontables saberes sobre la mujer
–saberes incompatibles por sus valores y el régimen temático, aunque
sutilmente complementarios. El periodismo contribuye a su difusión, a
ilustrar diversos hechos transgresores, a dar cuenta semanalmente de los
estereotipos transgresores y los desórdenes del microcosmos femenino.
La letanía de reproches y ansiedades conforman una empresa global, de
una lógica general, de una repetida monotonía, de una reafirmación del
mito femenino con sus grandes evidencias y sus reiteradas permanencias.
El discurso científico es categórico, objetivo, grave, ansiogénico; el saber
presente en la literatura de los libertinos es totalmente subjetivo,
ambivalente y al mismo tiempo totalizante y sumiso. Pero en los casos
más sobresalientes del mito femenino, es el intelectual quien cede su
lugar al escritor y consciente en rivalizar con él. La mujer es por
naturaleza el espacio de lo inefable y lo ambivalente. Es por esta razón
que el médico, que un instante antes discurría sobre la sexualidad de los
adolescentes de un modo objetivo (en referencia a los antropopitecos) es
incapaz de abordar la “pubertad de las jóvenes” sin recurrir al lirismo de
las grandes obras:
“Todo este conjunto de sensaciones nuevas que incesantemente la invaden y la
trastornan. Ella desea e ignora el objeto de su deseo; de este modo oscila de un
sentimiento a su contrario, sin darse cuenta de lo que experimenta. Ella se muestra
nerviosa, agitada; siente deseos de llorar y no sabe por qué, busca la soledad,
tratando de ocultar la crisis que siente con vergüenza. Su humor varía de un
momento al otro, mostrándose más tierna y más expansiva con su entorno e
inmediatamente después se repliega sobre sí misma, exagerando el pudor (…).”1
Lo que en todos los casos se hace evidente es un “eterno
femenino”, una esencia que comparten tanto la senegalesa como la
parisina: muy de vez en vez, la cultura o las costumbres llegan a modular
la identificación de las grandes idiosincrasias femeninas. Quizás sea éste
el terreno en el que los discursos esotéricos son los más aptos a recibir sin
previo análisis los lugares comunes de la Doxa: la “evolución” de la mujer
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impide la neutralidad y la conjetura contemplativa. La inventiva puede
ser científicamente verificable.
La mujer no tiene ni debe tener historia: las “costumbres actuales”
y las reivindicaciones feministas en su conjunto representan un mundus
inversus. El desorden de las mujeres es una sinécdoque del desorden del
macrocosmos. La negación de sus identidades representa una alegoría de
las otras desterritorializaciones acumuladas.
El “sexismo” se hace evidente por último mucho más en los
discursos y en la lengua de las observaciones militantes de los hombres.
Aquél aparece en el léxico – léxico en el que las relaciones sexuales,
incluso en lenguaje científico, se verbalizan únicamente en “poseer/ser
poseída” y en el cual “hombre” y “viril” sintetizan las cualidades morales,
cívicas y humanas en una sola palabra, tal como ocurre en la Morale laica
de Janot, para la cual la vida exige “un valiente esfuerzo masculino”,
siendo la moral un “elemento necesario de una educación viril” 2. Dicho
sexismo está igualmente presente en la morfología de la lengua y en las
convenciones gramaticales, pero es éste un fenómeno que permanece
imperceptible en la larga duración.

La ciencia se pronuncia
J.-G. Bouctot, célebre sociólogo, expone en un capítulo de su
Histoire du socialisme la “inferioridad natural” de las mujeres y luego
profiere el grito de alarma contra el “Desarrollo excesivo de la instrucción
pública de las jóvenes” 3. La prueba positiva se deduce de la insensibilidad
relativa del gusto y del olfato. El “peso del cerebro femenino”, inferior,
será para los militantes socialistas un dato material que impulsa a la
reflexión4. El cerebro femenino aparece definido cualitativamente por
una “inacción cerebral hereditaria”, la cual explica en general que aquellas
“no poseen el don de invención”, que “alcanzan difícilmente la
abstracción” y que “carecen de presencia” en la literatura. Las mujeres
pueden adquirir excepcionalmente habilidades semejantes a las de los
hombres, pero en este caso corriendo el riesgo “de la desaparición de sus
encantos específicos”. Esto fue ya observado por el doctor Lombroso: si
hay pocas o ninguna mujer de genio es porque su cerebro, menos
complejo y excitable, determina un “ misoneismo” femenino, una
reducida creatividad, a la que se suma un sentido de la imitación más
desarrollado. Es por eso que la mujer es a menudo menos criminal, la más
mínima excitación de su corteza cerebral no produce generalmente más
que conductas “histérico-epilépticas”. Todas estas observaciones, ese
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“cerebro tan parecido al de un niño”, esas “facultades de asimilación” que
hacen que “no lleguen a crear nada”, dan como resultado que “la mujer es
un elemento débil de civilización y un elemento secundario del progreso
intelectual” 5. Sus insuficiencias intelectuales son felizmente
compensadas por un rol fisiológico esencial: “A la mujer, la gestación, el
parto, la alimentación, la crianza. ¡Vaya tarea!” 6.
El mandato del texto científico consiste en mostrar que la mujer se
define exclusivamente por la naturaleza y no por la cultura. Su “reserva”
y su “pasividad” no son exclusivamente el “resultado de la educación”: “la
mujer ha heredado sus aptitudes de sus antepasados femeninos” y “las
mujeres permanecen pasivas”, asegura el doctor Tillier, quien ha
formulado la ley biológica de que “el hombre posee un mayor ardor” 7. La
ciencia médica repite con autoridad ciertos lugares comunes misóginos y
luego concluye, para satisfacer a los interesados, que la pretendida
emancipación constituye un peligro: “La mujer es un ser esencialmente
extraño: caprichosa, ilógica y nada reflexiva”. Por lo tanto: “Para la mujer
una reforma de las costumbres no la beneficia en nada” 8.
La Revue d’anthropologie finaliza explicando la práctica de la
ablación tan sólo por el deseo de gustar de la especie femenina, mientras
que el doctor Jouseaume prefiere amonestar galantemente a sus
eventuales lectoras “civilizadas”, “que no se le permita decir a la mujer de
no buscar por todos los medios que le surgiere su apasionada imaginación
modificar sus formas graciosas” 9.
La inquietud del momento presente llega a deslizarse en el texto
científico desde el momento en que la mujer con sus facultades inferiores
y su rol fisiológico definido aparece más “desestructurable”, en razón de
la vitalidad de su sistema nervioso y de su exquisita sensibilidad, a la que
se le suma la morbidez moderna10. En este caso, afirma el doctor Gerard,
hay que distinguir aquellas que son madres de las que no lo son. Para estas
últimas la neurosis es el estado regular y normal, teniendo en cuenta los
casos agudos de neurosis nerviosas o genitales; los hechos morales que
producen estos desórdenes nerviosos “son tan extremos que no nos
atrevemos a dar cuenta de ellos”. Frecuente afasia del texto médico
púdico 11. Los médicos en sus congresos profesionales describen a sus
contemporáneas como virtuales desorganizadas: “…Esta joven mujer es
tan nerviosa como todas las mujeres de nuestra época…” 12.
Esta visión ansiosa del mundo se alimenta por un conjunto de
discursos sobre la disolución del ego en la Histeria, la Magnetización, la
Sugestión, la Irresponsabilidad. La medicina contribuye a lo que Foucault
denomina “la histerización de la mujer”. El profesor Charcot ha escrito
que “la histérica en el hogar representa un grave problema” 13. Por medio
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de procesos fisiológicos singulares, la mujer es más apta que el hombre
para abandonarse a la sugestión, aunque ésta implique criminalidad: “Es
en el sexo femenino que se encuentran los motivos más fascinantes” 14. Y
asimismo su cerebro provoca en el útero de estas mujeres una reacción
permanente sobre todo en aquellas que poseen un sentido genital
desarrollado” 15.
Se ha afirmado que el sexo femenino está congénitamente
destinado a la patología: “los accidentes neuropáticos” nacen
frecuentemente en él16. La terrorífica campaña contra la masturbación,
fuente de todos los desórdenes, que se remonta a mediados del siglo
XVIII, se concentra en la joven moderna. Afirma el doctor Garnier: “Se
comete el error de pensar que el onanismo es más frecuente en los
varones que en las mujeres (…), siendo en este último caso más
peligroso” 17.

La “Phâme” y sus literaturas


La literatura despliega sus tópicos ambivalentes, desde el conjunto
heteróclito de poesías del culto femenino a la ciencia galantemente cínica
del bulevar, desde la apoteosis de la cortesana y de la “horizontal” a los
mitos decadentes de la gran Castradora, Circe, Herodías o Lucrecia. Es en
estilo literario que se habla sobre la mujer. Paul Bourget publica sus
Pastels, una decena de retratos femeninos: en ellos se hace presente todo
lo fugitivo de la femineidad –¡cuánto talento! afirma la crítica18. La
literatura parisina que florece en el Gil-Blas posee a sus grandes
especialistas, como Catulle Mendès, René Maizeroy, en mujeres; mujeres
adorables, descerebradas, perversas, reinas de Paris… Este es el nivel
vulgar del mito, ingenuo o cortesano, parisino o exótico, la mujer de los
libertinos es un enigma perverso, tonto y malicioso, hipócrita, insaciable
y caprichoso… La adoración indiferente del saber del bulevar se reduce a
un empleo eufórico de algunos lugares comunes: “criatura encantadora y
fantasiosa”, “ser siempre atractivo, fútil y a menudo caprichoso”, “la
mujer es perversa, absurda y curiosa”, “las inexplicables fantasías de la
esencia femenina…” 19. El arte mayor es el de las variaciones en la
redundancia…
No obstante, la prosa, la novela o el teatro, dedicadas de allí en
adelante a las inquietudes modernistas y a las curiosidades perversas,
poseen un importante papel en la denuncia de las jóvenes y de las mujeres
“modernas”. La sombría pintura del desorden femenino ha llegado a ser el
tema dominante de la literatura canónica, tal como se analizará más
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adelante.

Tópico hegemónico
Un tópico para ser hegemónico no necesita enunciarse
constantemente. Basta con que un cierto número de enunciados estén
legitimados y sean indiscutibles para los propios contradiscursos
–feminista, socialista–, a los que se oponen negaciones difíciles o
parciales. En lo que concierne a las mujeres, es evidente que éstas no son
superiores por la “inteligencia”. “Es verdad que hay muchas muy
inteligentes, finas y distinguidas, pero ¿se habrá acaso hallado una mujer
absolutamente fuera de serie, completamente superior en cualquiera de
las especialidades?” 20.
El segundo axioma, complementario con sus numerosas
variaciones lexicales, afirma que el terreno propio de las mujeres es el
“instinto”, a menudo denominado “el corazón” o “el sentimiento”, y como
en el nivel de la ideología sólo existen diferencias, dichas entidades se
definen por oposición a la razón, a la inteligencia y a las ideas:
“Numerosas personas no les atribuyen a las mujeres la facultad de poseer
ideas, concediéndoles tan sólo instintos” 21. “El desprecio de las mujeres
por las ideas puras provoca risa”, se muestran incapaces de “sopesar los
hechos” con inteligencia pues “piensan solamente con el corazón”, “es el
instinto el que actúa en ellas”; son incapaces de comprender “que uno
pueda orientarse tan sólo por la inteligencia y la razón” 22.
Tercer axioma, que se presta a numerosas y galantes variaciones:
las mujeres son insondables: recurriendo a una hipérbole, pretender
conocer a fondo el cerebro y el corazón de la mujer “equivale a ser
garante del número de estrellas, de los granos de arena y de piedras sobre
los cuales el océano se agita” 23. “Eterno contrasentido” e “inquietante
misterio”: toda una literatura se nutre de tal ideologema. Basta con estos
tres axiomas para disertar abundantemente, combinados con la tesis
fundamental del eterno femenino: las mujeres se asemejan en todas las
latitudes: “¿Acaso las mujeres salvajes no poseen las mismas cualidades y
los mismos defectos que las nuestras? Aunque su vestimenta sea
rudimentaria, ésta absorbe la mitad de sus vidas y acapara su
inteligencia” 24.
En este nivel se hace necesario explicar en parte el éxito del joven
Barrès: en sus novelas, como Un homme libre, Barrès despierta las mentes:
enseña a asumir con desenvoltura el desprecio a las mujeres sin tener que
disimular recurriendo a viejos argumentos evolucionistas. Las mujeres
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son “pequeños seres hipócritas, egoístas y ardientes gobernados
exclusivamente por el instinto” 25. Estas miden los placeres que conceden
a los jóvenes y debatir sobre su papel social o sus derechos cívicos es
totalmente ridículo. Barrès no pontifica. Por el contrario, sus
contemporáneos suelen asumir un tono moralizador que pone de relieve
su inquietud: “La mujer es un ser humano autónomo que representa la
mitad inferior de nuestra especie” 26.
Aquí es cuando se desarrollan todas las acrobacias destinadas a
mostrar que este ser inferior puede y debe, no obstante, ser superior
como esposa y madre, constituyendo “el cimiento del grupo familiar”, en
tanto madre “hay que prosternarse” y “venerarla como a una santa”, el
hecho de que la misión de la mujer se centre en el hogar permite al
sociólogo exclamar en un tono ofensivo: “¡Y esta misión tan noble como
conservadora no es suficiente!” 27.
Se observa la fuerza de una hegemonía en lo siguiente: cuanto más
“profundamente” se quiere pensar, tanto más se hace evidente bajo una
forma audazmente simbólica, es entonces cuando “el gran ensayista”
enuncia claramente lo que en general se dice indirectamente –que la
mujer está hecha para el hombre: “Para la mujer, es éste el principio de
vida: intelectualmente el verbo del hombre, físicamente su simiente. La
mujer es el terreno del hombre” 28.
La galantería sirve para corregir este axioma de un antiguo motivo
de la Galia: en el fondo la mujer está más avanzada que el hombre, sobre
él y sobre la sociedad aquella ejerce una influencia soberana. En una obra
de historia política, el propio general Boulanger lo expresa de un modo
galante: “…la mujer cuya influencia es tan enorme en nuestra Francia…” 29.
Si el peso de una hegemonía se mide por el peso que ésta ejerce
sobre las periferias, sobre los discursos críticos y disidentes, el mejor
ejemplo de esto es el grado de evidencia de la axiomática femenina en la
propaganda socialista, en principio hostil a los valores “burgueses”, y
asimismo en la prensa feminista, la cual bajo sus formas “moderadas”,
valorizan las cualidades del “corazón” de la mujer, deduciendo el futuro
papel cívico y moral de ésta y considerando quimérica una emancipación
que exceda en demasía la función de la mujer en el núcleo familiar30. Los
socialistas aparecen divididos en cuanto al sentido de la mencionada
emancipación: impregnados de “ciencia”, algunos se suman a los debates
sobre el “peso del cerebro” y otros sobre las miserias fisiológicas. Es
desde una perspectiva indulgente que Le Parti ouvrier le recuerda a los
explotadores que “la mujer es un ser débil e indefenso”. El discurso de
reivindicación socialista puede combinarse con la directa reafirmación de
los axiomas elementales: “Siendo la mujer la compañera del hombre su rol
natural es la procreación”. O: “En una sociedad bien organizada, la mujer
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no debería ser más que la compañera del hombre (…) pero en la sociedad
moderna la mujer es esclava de los jefes de familia” 31.
La propaganda socialista no se reduce siempre a la ingenua
repetición del tópico canónico, aunque lo aceptan; los enunciados críticos
son fácilmente absorbidos o se los niega de un modo abstracto y de escaso
peso.

De los dictados a la novela sentimental


Las opiniones sobre la mujer comienzan desde la escuela
primaria. Desde el dictado de los “cursos secundarios”, dicha ortodoxia se
aprende con la ortografía:
“La mujer está hecha para la vida familiar y para el hogar, constituyendo su alma y
ornamento. (…) Algunos se quejan del humilde lugar que la sociedad reserva a las
mujeres y sueñan para ellas con iguales derechos que los hombres. Estas personas
actúan sin reflexionar, por capricho o por ignorancia.”32
Asimismo, se hace necesario obtener de las mujeres su propia
evaluación conforme a las opiniones generalizadas. Esto es lo que la
prensa de moda realiza a la perfección. “La tarea de la mujer” es ejercer su
influencia en el hogar, afirma Le Petit Echo de la mode, en donde pone a
prueba su “entera abnegación”; “nunca fricciones, en ella todo debe ser
ternura”. Le Conseiller des Dames, laico y mundano, agrega: “Nuestro
papel en el hogar es el de agradar a los ojos y al corazón. Preocupaos por
las ventajas que la naturaleza os ha legado a fin de seducir las miradas del
padre, del hermano, del marido…” 33.
La novela sentimental y un amplio sector de la literatura poseen
una función esencialmente didáctica. La novela constituye el tipo de
discurso susceptible de reactivar sin cesar los saberes prácticos sin que
jamás se explicite la finalidad del texto. Este género conviene pues a la
necesaria formación de ese ser frívolo que es “la mujer ideológica”, a la
cual la ficción novelesca, con su supuesta verosimilitud, sirve de sustituto
a una racionalidad y a una sublimación asumida de las pulsiones y deseos.
Es por esta razón que la novela sentimental es al mismo tiempo
fundamentalmente didáctica y diversión ficticia absoluta. La Mujer
ideológica, al no poder participar por su naturaleza a una razón social
totalizante y estando excluida de la esfera pública, recibe la novela como
un sucedáneo en el que los problemas sociales aparecen sistemáticamente
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reducidos a interacciones privadas.
El masoquismo sentimental dominante ocupa el lugar de la
racionalidad; permite a las heroínas y a las lectoras adaptarse a sus
destinos y a sus inclinaciones a las necesidades socioideológicas
“superiores”, a sacrificar sus deseos, a asumir vidas matrimoniales
completamente hipócritas y a encontrar consuelo en el hecho de criar
hermosos jóvenes que ingresarán en el futuro a Saint-Cyr… Aun cuando la
novela sentimental, recurriendo a algunas audacias controladas, admite la
posibilidad de la pasión extramatrimonial, termina por agregarse a la
moralidad superior del sacrificio masoquista, en tanto superyó no
racionalizado, el placer vivido de modo puramente afectivo en la
frustración. La conclusión sacrificial constituye el único sustituto del
Bildungsroman que puede concebirse para seres irracionales y subjetivos,
incapaces de interiorizar las necesidades de una conciliación “viril” con
los impedimentos del mundo empírico. La novela para los pequeños y
grandes burgueses hace digerir el mal trago mediante la fetichización de
los momentos de pura ostentación compensadora: hermosos atuendos,
bailes y conversaciones distinguidas, la consideración social y el lujo
compensan la miseria afectiva.

“El final de un sexo”


Bajo este título el cronista de Courrier français se lanza a uno de
estos pronósticos crepusculares en los que la lógica de la
desestabilización simbólica se expresa con crudeza:
“La verdadera mujer tiende a desaparecer poco a poco. Pierde insensiblemente sus
privilegios, sus cualidades, su aureola de belleza, de bondad, de modestia que le
aseguraban el dominio del mundo. (…) Cada día se suma una piedra al pedestal
sobre el cual estamos gustosos de ensalzar a aquella que amamos.”34
Se sucede una letanía de lamentos: “ella se ha vuelto razonable y
su ligereza e ingenuidad poseían tantos encantos seductores”. El
periodista observa al nuevo siglo con horror, el amor y la poesía llegarán
a su fin; existirán parejas en las que la mujer, poseedora de una profesión,
estará en primer plano: “a esto lo encuentro absolutamente inverosímil y
antinatural”. ¡Qué gravedad en una revista que pregona en todos los casos
delicadeza e inteligencia! ¡El cronista es sacudido por un sentimiento de
sinsentido y de mundo al revés! Otros ensayistas también verbalizan
sombríamente el proceso de desterritorialización: “final de una raza” y
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“decadencia”, homólogas al final de un sexo: “Si poco a poco la
civilización produce a la mujer carente de leche y deterioradas sus
propiedades sexuales, ¿se puede en verdad decir que la civilización mata a
la raza?” 35. E incluso: “La decadencia de Atenas y de Roma comenzó el día
en que la mujer no tuvo ya en la familia el rol que le es propio” 36.
Por el contrario –y ésta es la paradoja modernista con su amor por
lo corrupto– la sociedad decadente con sus últimos estertores transforma
a la Mujer no en la Madre sino en la gran Cortesana, reina de esta época de
disolución, propensa a la licencia sexual, a la morbidez y a la agonía:
“Actualmente mucho más que en otras épocas, la Mujer es la dominadora del
mundo, en la anarquía del poder en la que se instalan los gozadores, en los mórbidos
esplendores de las podredumbres y de las gangrenas, en el atardecer de la progenie
de los grandes siglos. (…) Es ésta la orgía del final de una civilización, de las
decadentes Romas.”37
Ambos enunciados, dogmáticos y paradójicos, se concilian en una
misma lógica apocalíptica, la “verdadera” mujer desaparece y dicha
evolución es el signo de la decadencia general. Si el gusto antifísico del
modernista Champsaur le hace cantar perversamente a la mujer de
épocas recientes, de la opinión ordinaria surgen gritos de alarma e
inquietud. El enunciado de base consiste en que la mujer se vuelva
hombre, una “muchachita” dirá más tarde P. Margueritte, las “mujeres
masculinas, seres insexuales”, se puede ya leer38. “La francesa de fines de
siglo muestra una marcada tendencia a masculinizarse que la hace aún
más bella. Esta caza, fuma, adopta aspectos independientes y
provocadores; por añadidura, ella desea vestirse como un hombre” 39. De
esta pérdida de identidad, existen tres índices que la prensa repite
incansablemente: “la mujer-hombre moderna” se descubre “con el
cigarrillo en los labios”, viste pantalón por lo menos en Inglaterra:
“¿Adónde de nos lleva esto?” 40; y vistiendo pantalón, anda en bicicleta,
práctica capaz de desorganizar a la mujer y según se piensa provocar
algún desorden sexual inefable.
Una palabra clave se mostró idónea para identificar el proceso
asfixiante: “la mujer moderna”, “la mujer del siglo veinte” es una
desequilibrada, el periodista y el escritor recurren a este término
sintético. “Nerviosa”, “irresponsable”, “neurótica”, “insatisfecha”,
escriben los diagnosticadores más sutiles. En la prensa mundana, M. A. de
Bovet suplica a las mujeres que “reaccionen” contra “el desequilibrio
intelectual” 41. La mayoría de las novelas de éxito son las Taming of the
Shrew (“Doma de la bravía”), las cuales tratan de poner en su lugar a las
heroínas novelescas. La literatura canónica transforma a la novela en un
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sucedáneo de monografías médicas en las que el autor (o el crítico)
afirman el mismo diagnóstico:
“La heroína se muestra desequilibrada por la agitación de la sociedad…”
“Stella, la heroína de L’Amour artificiel de M. Jules Case es una desequilibrada.”
“Una especie de desequilibrio moral…”
“Un desequilibrio nervioso general”42
La función mayor que realiza la literatura canónica es la de
responder a las angustias difusas de la época “no crean en lo que está bien
dicho”. La totalidad de la novela moderna está consagrada a la pintura
sistemática de las aberraciones del sentido genésico y a la histerización de
la mujer, la naturaleza femenina se muestra incompatible con las
desintegraciones de la vida moderna. El autor provocador de escándalos,
Rachilde es, entre otros, el pintor de la inversión de los roles sexuales; con
Monsieur Vénus logra lo inefable absoluto, su Raoule de Vénérande sólo
puede ser descrita como “desequilibrada”, “histérica”, “criatura perversa”
y su relación con Raittolbe: “depravación natural”, “amor por el vicio”. El
público culto no se cansa de estos secretos poco misteriosos.
El desequilibrio de la mujer moderna es frecuentemente
explicado por el malthusianismo, por la infecundidad, siendo ésta otra
figura de la desterritorialización si se piensa en lo imaginario de la mujer
como lugar de fecundación, imagen que obsesionará al último Zola. Por
otra parte, existen los “vicios elegantes” que recupera la literatura, la
morfinomanía, cuyo sentido oblicuo reclaman sensaciones fuertes, pues
“son las mujeres que se libran a la adicción a la morfina” 43. Por último,
otra figura decadente es la de Safo de Lesbos, “madre de los juegos latinos
y de las voluptuosidades griegas”, que triunfa en la literatura de fin de
siglo. Entramos en una ola de safismos novelescos. La Sapho de Daudet
conoció un gran éxito en l884. La lesbiana está ampliamente representada
en Zola, Maupassant, Péladan, Rachilde, Lorrain; se hace presente en la
poesía de Baudelaire a Verlaine, su Parallèlement es de 1889. En la novela
finisecular Dinah Samuel, F. Champsaur incluye una escena largamente
esperada, en la que su heroína, célebre actriz, disfrazada de hombre como
se acostumbraba, acaricia lascivamente a una joven modelo, Berthe
Paradis: “…y como la actriz la atraía hacia ella, ambas mujeres se besaron
lenta y apasionadamente. Por último, Berthe Paradis se irguió”. Otros
pornógrafos de las periferias como Adolphe Belot y Jean Larocque están
obsesionados por el lesbianismo. Los novelistas de la modernidad
corrupta jamás reniegan de la escena del acto sexual lésbico, siempre el
mismo, poco imaginativo y siempre “extraño”, “insaciable”, “agitado”… En
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todo caso, el lesbianismo, inquieta a los cronistas serios como signo de la
decadencia de las costumbres. Lo que aflige a la joven “moderna” es el
hecho de “preferir a menudo el beso de una amiga, a la sana caricia de un
esposo” 44.
Théodore Cahu publica Une jeune marquise, roman d’une n’evrosée:
ejemplo perfecto de una parisina de alto rango, adúltera, ninfómana,
drogadicta y lesbiana. En ella se describe su búsqueda de sensaciones
sexuales perversas, las caricias lésbicas con su doméstica. Con los nervios
“debilitados”, la desequilibrada está siempre a la búsqueda de sensaciones
fuertes; por suerte será curada in extremis por el embarazo: “¡salvada!…
¡estoy salvada!… ¡soy madre!”. Me temo que el lector crea que estos rasgos
melodramáticos sitúen a estas novelas en el nivel de folletines; por el
contrario, la crítica las recibe como obras canónicas y artísticamente
legítimas. El doctor Charcot aparece en la novela de Cahu bajo el nombre
de “Doctor Charlie”: es él quien cura a la neurótica. Renée, la desdichada
heroína de P. Valleneuse , en Jamais plus! no tiene la misma suerte de la
marquesa pues los abusos sexuales y el aborto la han vuelto estéril,
“devorada por el deseo de volverse madre”. Dubut de Laforest en su
novela Tête à l’envers, Luoise Morillot en Madame de Sainteneau, roman
parisien , nos presentan nuevas Emma Bovary que el despertar de los
sentidos precipita en la decadencia.

La joven moderna
En tanto complemento de los retratos novelescos de la mujer
adulta y adúltera, neurótica y ninfómana, la novela trabaja el retrato de la
“joven moderna (…) nerviosa y caprichosa, irresponsable como todos los
monstruos” 45. Jules Case obtiene un gran éxito con L’Amour artificiel.
Sobre este libro fueron abundantes las críticas positivas. Stella es una
joven de “una educación detestable”. Insensible, a la edad de los sueños
virginales, para no aburrirse se lanza a perseguir emociones tumultuosas
de aventuras casuales” 46. Se trata de una desequilibrada: contradice el rol
natural de la mujer, Stella, gran nerviosa, “histérica” –ésta es la palabra
clave– termina arruinada, “deshonrada, envilecida”, para casarse con un
viejo, “vergonzoso comercio” que le otorga fortuna. En los novelistas de
la picaresca finisecular, las curiosidades sexuales conducen a la mujer a la
locura, a la decadencia y a la muerte.
Kistemaeckers, editor belga, publica de manera anónima Fin de
siècle : ressort cassé. Esta obra modernista está concebida según principios
estéticos intransigentes: “la novela moderna debe pintar la verdadera
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realidad”, lo cual corresponde al orgulloso propósito del editor: “ In
naturalibus veritas”. Es éste el diario ficticio de una joven moderna. Esta
muchacha fin de siglo, culta e indiferente, acumula, para indignación del
lector, detalles de un extremo cinismo. Viola a su maestra del colegio,
reiterando el motivo de la lesbiana precoz, fuma cigarrillos rusos, bebe
kümmel en vasos pequeños y recurre a “paradojas malsanas” con los
señores. Su regla de conducta se enuncia de la siguiente manera:
“cualquier vicio puede ser portador de felicidad”. Esta novela se limita a
transformar en ficción la imagen presente en toda la prensa de la joven
del futuro, imagen en negativo de la verdadera joven, con el candor
virginal que le era natural, encarnando de este modo el mundus inversus
de la decadencia moderna. Ressort cassé pone de manifiesto la táctica
novelesca del naturalismo degradado: la sexualidad precoz, excesiva,
perversa que se adscribe a las heroínas desequilibradas no es en absoluto
el resultado de esta observación aguda de lo moderno de la que se jacta el
escritor, se trata de una suerte de alegoría, de sinécdoque pars pro toto
válida para la imagen de una sociedad que se halla a la deriva. Es por esto
que la “verdadera verdad” descrita por el audaz anónimo de la novela Fin
de siècle parece orquestar en la ficción un lugar común de los periodistas
de la época y el lector atrapado por indecentes sugerencias, consume la
angustia de dichos periodistas en la creencia de alcanzar el más audaz de
los realismos. Véra Nicole, de Camille Le Senne es asimismo “el tipo
perfecto de la joven educada según los programas modernos: es pues
frígida, histérica e insensible. La heroína de Possédée d’amour de Jean
Rameau, degradada por la infame pasión sexual, se suicida.
La gran prensa, que también se lamenta sobre la evolución de la
joven, ofrece especialmente la imagen-presagio, horripilante, de la joven
norteamericana emancipada, la cual practica lo que recientemente se
denomina el “flirteo”. Los Estados Unidos sirven como imagen perfecta
de todos los motivos de angustia que se ofrecen a los contemporáneos.
Albert Delpit, cuando resume los extremos a los que ha llegado la joven
francesa, concluye: “en pocas palabras, ¡ella se ha norteamericanizado!” 47.
La causa fundamental de esta metamorfosis antinatural, se
encuentra según el criterio general “en el excesivo desarrollo de la
instrucción pública de las jóvenes”. Ciertos intelectuales exponen que en
la mujer “la función genésica es antagónica con la actividad cerebral”.
“Personas notorias estiman que cuanto más refinada es la educación de
las jóvenes, tanto más débiles serán sus hijos”. Guyau, filósofo
neokantiano, considera que el acceso a los estudios secundarios hará que
en la mujer “se vuelva absolutamente impropia su función materna” 48.
Los ultra liberales se indignan cuando las mujeres reciben “el ilógico
alimento intelectual de las universidades” 49. En los Pensées inédites sur
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l’éducation de la femme, antología de discursos oficiales en honor de
Camille Sée, abundan las reticencias.
Eduquemos a las jóvenes, ¡pero no demasiado! Después de todo,
tal como lo ha formulado M. Joseph Reinach: “el verdadero diploma es el
contrato de casamiento”. Que hagan felices a sus maridos y que la
educación las prepare a tal fin. Se está por cierto a favor de la igualdad ,
pero no se olvida la cuestión de la comida: “La mujer puede ser
teóricamente igual al hombre y no obstante ocuparse de la nutrición y de
sus hijos mientras que él dicta leyes y concluye tratados con las naciones
extranjeras” 50. Francisque Sarcey agrega con el buen sentido que le es
propio: “el hombre no se preocupa por coser y no se siente humillado
cuando su mujer lo expulsa de las tareas domésticas”. El abandono
inminente de las tares culinarias es la razón última de la argumentación
en contra de su educación secundaria.: “vosotras, jóvenes, que sois
capaces de comprobar que el hombre no es ni ángel ni bestia (…) ¿sabéis
acaso cómo se cocina la carne?” 51. Lo absurdo de la educación de las
jóvenes conlleva a la misma obsesión: “¡Pero el hogar durante ese tiempo!
¿Y el cuidado de los hijos?” 52. El editorialista de Rouge et Noir interrogó a
una estudiante: “¿hay que ponerle zanahorias a la sopa?”. Y ella no supo
responder. Con estas futuras “desclasadas” que en los momentos
dedicados a la cocina o a los sentimientos, ya no habrá ni cocina ni amor
posible pues no piensan más que en “ax2 + bx + q” 53. Se ha producido así
la completa transformación del destino de la mujer, la deformación de
quien ha sido llamada el alma del hogar, en una palabra “el final de un
sexo” 54.
La mujer instruida, esa “herida abierta”, sólo es aceptada por
algunos progresistas considerados utópicos. Los argumentos surgen de
todas partes: la gimnasia y sus “ambiguas promiscuidades” nublan la vista;
las labores del liceo producen a la larga “enfermedades repugnantes”;
¿cómo la virgen podría responder a “cuestiones minuciosas sobre la
construcción del cuerpo humano”? ¿El estudiante será capaz de amar a la
estudiante de medicina con la que habrá disecado un cadáver (éste es el
tema de la novela de S. Quevedo, L’Etudiante)? ¿Podrán ser las doctoras
las “guardianas sagradas del secreto médico? Esto se pone en duda y
surgen al respecto argumentos sutiles: la educación de las jóvenes
conduce fatalmente al ateísmo. “Y si la sociedad futura conoce a la mujer
atea, compadezco a todos aquellos que tendrán por madre, esposa e hija a
este espantoso producto de nuestro progreso científico” 55.
La mayoría de las estudiantes se volverán marginales, “tristes
productos de una sociedad en evolución”, un crimen contra la raza y
aberración moral56. La mayoría de las maestras diplomadas han
terminado siendo mantenidas. “La mitad de estas mujeres galantes
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poseen diplomas”, tal como lo confirma el Dr Reus, especialista del
periódico La Prostitution57. Tan pronto como aparecieron las primeras
mujeres diplomadas, se empezó a hablar de “invasión” de las profesiones
liberales, asegurando al mismo tiempo que aquellas no tendrán trabajo,
las maestras no tendrán alumnos y las doctoras carecerán de enfermos…
Dos figuras de la mujer diplomada cubren la crónica de una
multitud de comentarios licenciosos e irónicos: la médica y la abogada. La
profesión médica, en la voz del Dr. Charcot (en defensa de la tesis de Mlle
Schulze) ha dado el tono a lo que la prensa parisina califica de “bondad
incisiva”: la medicina es una profesión “que sólo conviene a los hombres”,
las pretensiones de las mujeres “entran en contradicción con la
naturaleza de las cosas, (…) contrarias a la estética”. Los caricaturistas se
apropian de la “médica”, representada en la mesa de disección frente a un
robusto joven desnudo acostado sobre una placa de piedra58. La tontería
galante, penetrada de ironía es un arma preciada: “El eterno femenino no
sólo se contenta con torturar los corazones masculinos, sino que se
dispone a agravar el suplicio por medio de la aplicación cotidiana de
moxas y de ampollas” 59. Menos osada, la consideración de la abogada es
igualmente negativa: “que ellas puedan gozar en paz los placeres del hogar
que algunos desequilibrados pretenden eliminar” 60. No son necesarios
argumentos rebuscados, en el dominio de la evidencia basta con la
objeción ad verecundiam: “¿Acaso es tan sólo posible figurarse que la
mujer abogada o senadora aparezca en el teatro?”, o bien: “Para la mujer
es muy apropiado que el hombre se ocupe de detenerla en el umbral de lo
grotesco, de la mascarada” 61. Sería fastidioso enumerar las burlas y los
suspiros que suscitan las maestras y otras “educadoras”, en cuanto a las
firewomen, las “bomberas” de Londres, figuran en la serie de grotescos
exotismos con los que se complace el chauvinismo francés.

La emancipación de las mujeres


Todavía no se habla (o acaso muy poco) de “feminismo” Se hace
referencia al movimiento de “emancipación de mujeres”, de “mujeres
emancipadas”. Si el socialismo aparece más amenazante, el movimiento
por los derechos femeninos pareciera estar definido por el ridículo. Por
todas partes se difunde la burla y el insulto y una cantidad de argumentos
cuyo razonamiento es de entrecasa. Las reivindicaciones feministas son
“excesivas”, “inútiles”, “absurdas”, “inmorales” y en todo caso
“irrealizables” – y por otra parte, las mujeres las rechazan. “Excesivas” es
el término más generoso que utilizan los liberales: la condición de la
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mujer es injusta y a menudo miserable, cualquier ser racional debe desear
“la liberación de las mujeres blancas”, pero aun los más dispuestos se
encuentran con “la extravagancia de sus reivindicaciones” 62. “Inútiles”:
pues sí, sobre todo en Francia, afirmándose con afectación, que el culto de
la mujer es objeto de admiración y en la que la mujer ejerce gran
influencia, estando el hombre en total sumisión: “¿Qué pretendéis del
pobre cristiano occidental dependiente de ellas, embrutecido por la
continua adoración de sus encantos y más afeminado que un efebo de la
decadencia romana?”. “¿Liberar a la mujer? ¿De qué nuevamente?” 63. Es
éste un discurso abierto y liberal. Hay otros que ven la situación de un
modo más sombrío: el feminismo es una utopía que repele el buen
sentido, un factor de debilitamiento de la moral pública, un atentado
contra la raza humana. Sus reivindicaciones son irrealizables, ante todo
porque son ridículas (y la ridiculez mata), luego si aquellas debieran
realizarse, se producirían numerosos cambios sociales, revelándose
nuevas contradicciones. El argumento final es que las mujeres no desean
ese feminismo imposible, absurdo y degradante: “la inmensa mayoría de
las mujeres se ríen de estas afirmaciones y presentaciones” 64. Los
corazones populistas, como el de Hugues Le Roux, ven en el feminismo
una utopía burguesa: “las mujeres del pueblo” con su “sorprendente
sentido común (…) se muestran indiferentes”. Las mujeres preferirían ser
“inspiradoras”: “aquí concluye el rol de la mujer” 65.
De la argumentación pasamos a la costumbre. Observad a la
feminista que piensa en la escultura de Rodin con la pluma en la mano
mientras que sus hijos y el marido, descerebrados, se cuidan entre sí66. La
descripción de los Congresos sobre el derecho de las mujeres ofrece
descripciones desopilantes: son harpías, feas y despreciables, “las veo con
sus gafas, verdaderos adefesios, fracasadas en el amor y el matrimonio,
éstas que parecen mujeres son incapaces de dar un beso o recoger una
flor” 67. Con el fin de alegrar al pueblo, el monologuista del café-concert
describe la reunión de mujeres: “Hay algo más ridículo que la
emancipación de la mujer, ¡es acaso vergonzoso estar bajo la dependencia
masculina!” 68.
En cuanto a los intelectuales, la emancipación de la mujer no les
cae muy bien. Tal el caso del príncipe de los bulevares, Aurélien Scholl,
un verdadero artífice de fina ironía:
“Cómo sería posible creer que el amor por una mujer sería más poderoso si ésta
fuese sufragista, abogada o guardia civil. ¿Veríamos acaso desfilar un regimiento
cuyo coronel estuviera embarazado? El poder creador le es ajeno a las mujeres, (…)
su cerebro contiene tres o cuatro gramos menos de cerebelo que el cráneo de un
hombre.”69

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La emancipación de las mujeres pertenece al tradicional género
cómico, el del mundo al revés, un cómic para niños en donde una vaca
ordeña al granjero y la oveja devora al lobo: “El porvenir probablemente
nos reserva la posibilidad de ver a las valientes compañeras del hombre
atacar a los enemigos, abandonando a sus hermanos o maridos a las tareas
domésticas” 70. El gran éxito de aquel año del teatro cómico fue el
Royaume des femmes de Raoul Toché: una feria con hombres hogareños y
mujeres ministras, generalas o banqueras que suscitaban carcajadas. En
medio de toda esa alegría desprovista de angustia, el carnaval de la
inversión se ha apropiado del mundo, la metamorfosis perversa amenaza
al mundo real: “En una palabra, como hace tanto tiempo que son mujeres,
sienten la necesidad de volverse hombres” 71.

El sufragio de las mujeres


“¡Oh, mujeres! si alguna vez llevara la debilidad
Hasta sus excesos
De querer ejercer esos derechos –que os entrego
Del ciudadano francés,
Yo os votaría, mujeres deliciosas
Fuentes de nuestros pecados,
Mujeres nuestro cielo entero, oh graciosas mujeres,
Mujeres, desfile de flores.”72
Raoul Ponchon muestra con inteligencia el modo en que la
reivindicación de las sufragistas contradice el topos del lirismo. En
Francia, no existe más que un puñado de sufragistas, pero los periodistas
les hacen una publicidad hiperbólica; esto es lo que ellas desean: “¡es
necesario ser mujer para desear semejante torpeza!”, alcanzándose así el
colmo de lo cómico 73. Pareciera que en los Estados Unidos las mujeres
votan, “¿Pero en Francia? ¿Imagináis en Francia algo parecido? ¿Escucháis
esas risotadas?” 74. En efecto, los únicos que ven en esto una tragedia son
los periodistas de la publicación católica Univers cuando abordan “estas
manifestaciones del género femenino militante”. En cuanto al resto, la risa
es unánime. La Lanterne de la izquierda radical es uno más de los que
encuentran en las sufragistas “una absoluta comicidad”. La prensa de los
bulevares no escatima composiciones irónicas: “las mujeres candidatas,
desnudas como Friné”; se escribe en Le Courrier Français: “Cada
candidata será llamada a hacer valer los beneficios que ofrece a sus
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electores y a presentar su programa con absoluta claridad” 75.
Las revistas de fin de año presentan un coro de diputadas y
concluyen alegremente este capítulo:
“¡Temblad, enemigos de la mujer,
Caeréis rendidos a sus pies
Y veréis en fuego y llamas
Muy pronto a las mujeres diputadas!”76

*
El sociograma de las mujeres en la distribución interdiscursiva es
de una homogeneidad caricaturesca: las diferencias de régimen entre lo
exotérico y lo esotérico no están ausentes; el erudito no duda en hacer
intervenir motivos galantes o supuestamente intelectuales; el intelectual
retoma un tono grave a fin de declarar cierto decreto positivista; el
médico abandona la objetividad por un tono de advertencia o de profecía
crepuscular; la novela modernista a lo largo de sus páginas lleva a la
ficción médica a su heroína “desequilibrada”, mientras que las
monografías de medicina, cuando se refieren a las mujeres, se regodean
en el estilo y en la acumulación de figuras retóricas y conceptos. En
contra de las mujeres modernas, las diplomadas, las desclasadas, las
emancipadas; una letanía de argumentos se repiten en el periodista, en el
médico y en el ensayista. Un mismo juego de emociones que van del
autoritarismo incisivo a la necia galantería, a la burla odiosa, a lo cómico
en extremo, contribuye a conferir un tono monótono a todas las versiones
y al antagonismo (probablemente clasificable como “histérico”) de los
tonos pertinentes. El modelo de enunciado sobre las mujeres ofrece una
retórica tensa y compleja; ésta debe afectar a la vez la desenvoltura del
intelectual, la decidida certeza del erudito, la grosería de la complicidad
misógina, la galantería que desprecia al bello sexo, situando en el medio
de este enunciado el “nosotros” del Enunciador soberano, lo cual conduce
en el cronista frívolo de Gil-Blas a lo siguiente:
“Las mujeres están hechas no para concebir ideas sino hijos. (…) Ellas no poseen el
mismo equilibrio que nosotros y cuando la ciencia realiza la autopsia de estas
encantadoras muñecas, encuentra en sus bonitas cabezas mucho más polvo de arroz
que cerebro.”77
Etc., etc… La gran función que cumple este discurso chocante y
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monótono es de inscribir a su enunciante y a su destinatario: el hombre
inteligente, “viril”, que contempla asombrado la transformación de la
mujer eterna en muchachitas, histéricas o quejosas emancipadas. En el
análisis de la doxa, hay que medir siempre la autoridad y la legitimidad
que el enunciante confiere al enunciado. Cuando se trata de mujeres, el
periodista más condescendiente adopta de repente el tono de un juez que
mide sus palabras: “La mujer ha sido criada con un propósito preciso y su
papel en la sociedad le ha sido impuesto por las conveniencias y los
intereses comunes de acuerdo con la debilidad de su organismo” 78.
Lo mismo ocurre con lo que se llama la galantería. Homenaje al
bello sexo, ésta última es el privilegio establecido del enunciante de
boberías. No existe un lugar escasamente feminizado capaz de prohibir la
complicidad entre hombres sobre la simple galantería. Desde la tribuna
del Parlamento, M. Camille Dreyfus, que debate tediosamente la
adquisición de la compañía telefónica de París, se lanza en una breve
digresión sobre “las agudezas del lenguaje” que pudo poseer como
cualquier otro hacia “las señoritas del teléfono”, agudezas que lamenta no
haber poseído si, gracias al videofono que Edison prometía, “habría
podido verlas al mismo tiempo que las escuchaba” 79. M. Dreyfus,
recurriendo a esta delicada grosería, señala que un diputado radical,
conocedor de las reglas elementales de la mundanidad, suscita risa entre
sus colegas.
Se ha observado que el complejo régimen de represión galante es
vivido como mérito patriótico, que el hecho de tener frente a las mujeres
una actitud sumamente “francesa” es motivo de orgullo. La pretendida
emancipación de las mujeres en el extranjero no pone en peligro la
ideología francesa y vuelve absurdas las costumbres extranjeras: “Aunque
se nos confronte con América cada vez que se trate de la cuestión, muerta
al nacer, de las reivindicaciones de los derechos de las mujeres…” 80. El
cronista parisino pronuncia con el mismo criterio que la mujer
intelectual, la mujer diplomada, representa “el ridículo más burlesco y
más antifrancés”. En este caso se hace particularmente patente la función
conservadora del fetichismo patriótico 81.

Entre todas las negaciones, siendo la más franca la de la risa


incrédula, la emancipación de las mujeres es finalmente percibida como
absurda, imposible y necesariamente fatal. Desde Robida hasta Alfred de
Ferry ( Un roman en 1915), relato de anticipación y de fantasía conjetural,
pone en evidencia la igualdad política y social de los sexos en tanto
término inevitable de la evolución “moderna”. “La emancipación primero
civil y luego política de la mujer fue la manifestación más estrepitosa y
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alocada de aquellos valientes iniciadores”, relata A. de Ferry, en su satírica
ciencia ficción. La opinión concibe al porvenir como inexorablemente
orientado hacia una inversión de todos los valores, para los cuales “la
mujer emancipada” representa la manifestación más ridícula y
peligrosa82.

(Mc Gill University)

Ilustración de la publicación original

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NOTAS

[1] Título original: Marc Angenot. «La fin d’un sexe» : le discours sur les femmes en 1889.
Publicado en Revista Romantisme, revue du dix-neuvieme siècle, n.º 63, 1989, pp. 5-22, Dossiers
“Femmes écrites”. Hasta el momento, ni dicha revista ni este artículos han sido traducidos. (N. del
Ed.)
[2] Hay traducción al español de estos textos, realizados por la cátedra Análisis y crítica II
(Escuela de Letras, FHyA, UNR). También por la UNC. (N. del Ed.)
[3] Ver: Marc Angenot. “Intertextualidad, interdiscursividad, discurso social”. En Revista
Texte, n.º 2, 1983. Traducción, selección de artículos y edición para circulación interna. Escuela de
Letras, FHyA, UNR. (N. del Ed.)
1 Dr. H. Beaunis, Les Sensations internes, 45. (Salvo indicación contraria todas las obras y
periódicos citados en estas notas datan de 1889.) Algunas referencias están agrupadas por
secuencias: las palabras entre comillas permiten localizar el texto citado. Las cifras se refieren a las
páginas.
2 “Posséder…”: Dr. L. Tillier, L’Instinct sexuel chez l’homme et chez les animaux, y P.A.
Janet, Eléments de morale patrique, 4, 6. Ver también c.r. de Bourget, Le Disciple por J. H. Rosny,
Revue indépendante, 33.
3 J. G. Bouctot, Histoire du communisme et du socialisme, 188 y ss.
4 Por ejemplo Russie et liberté (anónimo, en Savine), 238.
5 R. Bernier, Chronique moderne, 492.
6 Annales d’anthropologie criminelle, 195.
7 L. Tillier, op. cit., 238, 202.
8 Dr. V. Subtil, Journal de médecine de Paris, 503.
9 Revue d’anthropologie, 676.
10 J. A. Rey, Histoire scientifique de l’année 1888, 219.
11 Dr. Gérard, La Grande Névrose, 432.
12 Nouvelles archives d’obstétrique et de gynécologise, 141.
13 Charcot citado por el Dr. Thermes, Traité élémentaire… de l’hystérie, 91.
14 Dr. Luys, Leçons cliniques… sur l’hypnotisme, 18.
15 Premier congrès… d’hypnotisme expérimental, 131. (Contradice la idoneidad de las
mujeres para la hipnosis por Delbeuf, Magnétisme, 64).
16 Dr. Luys, op. cit., 162.
17 Dr. P. Garnier, Onanisme (9na ed. revisada), 68.
18 Ver también P. Deschanel, Figures de femmes.
19 Citado respectivamente de: Gil-Blas, 4 de mayo: 1; Paris-Plaisirs, 5 de abril: 1; R.
Maizeroy, Coup de coeur, 14; E. Cavaillon, Les Parisiennes fatales, 119.
20 Saint-Aulaire, Père Anselme, 40.
21 Grande revue, vol. II, 187.
22 Citado de Temps, 14 de noviembre: 2 y Deschanel, Figures de femmes, 11.
23 Quatrelle, Supplément littéraire, 4 de mayo: 1.
24 G. Demoulin, Une épave parisienne, 199.
25 M. Barrès, prefacio a Rachilde, Monsieur Vénus.
26 Russie et liberté, 239.
27 “clé de voûte”: La Revendication, 6 de junio: 1. “Il faut s’incliner”: Saint-Aulaire, op. cit.,
33. “Cette mission”: Bouctot, op. cit., 219.
28 J. Revel, Testament d’un moderne, 327.
29 Général G. Boulanger, L’Invasion allemande, vol. I, 13.
30 Ver la reseña de Louise Koppe, La Femme et l’Enfant.
31 Parti ouvrier, 27 de noviembre: 1, y Le Plaisir à Paris (feuille boulangiste “de gauche”), 13
de marzo: 2.
32 Semaine scolaire, directions et excercices n.º 6 (9 de febrero).
33 Petit Echo de la mode, 209 y Conseiller des Dames, 29.
34 Courrier français, 19 de mayo: 8-9.

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35 Revel, op. cit., 336.
36 Chaudordy, La France en 1889, 21.
37 F. Champsaur, Dinah Samuel (nueva versión de 1889), XXXIV.
38 A. Ferry, Un roman en 1915 (sic.), 78.
39 Causeries familières (revista), 17.
40 “cigarette”: Samedi Revue, III, 38; “pantalon”: Le Gaulois, 8 de julio: 1.
41 Bovet, Revue générale, I, 23.
42 Respectivamente de: H. Bauer, Une comédienne, 318; Les livres en 1889, II, 141; Les
Livres en 1889, II, 162 (sur Gyp); A. Gérès, L’Indépendant littéraire, 21 (sur Germinie Lacerteux).
43 L’Indépendance belge, 10 de mayo, suplemento.
44 P. de Lano, Après l’amour, 27.
45 Le Matin, 1° de septiembre: 1.
46 Informe de J. Case, Revue générale, 593.
47 A. Delpit, Passionnément, VI.
48 “Développement excessif”: Bouctot, op. cit., 188. Citas siguientes: J. M. Guyau, Education
et Hérédité, 193-4.
49 Chronique moderne, vol. 2: 102.
50 F. Sarcey, L’Indépendance belge, 20 de septiembre: 3.
51 Le Voleur illustré, 301.
52 Claveau, Fin de siècle, 360.
53 Rouge et Noir, 27 de abril: 2.
54 Emile Yvon, Courrier français, 19 de mayo: 10.
55 Frase final de la novela de G. Ohnet, Le Docteur Rameau.
56 La Bambe, n.º 13: 2.
57 A. Scholl, Le Matin, 30 de noviembre: 1; ver Dr. Reuss, La Prostitution, 33.
58 Ilustración de tapa de Courrier français; cf. Revue des journaux et des livres, 234.
59 Courrier de l’Est (Nancy), 24 de enero: 1.
60 Le Constitutionnel, 19 de mayo: 1.
61 Alesson, Le Monde est aux femmes, 31. Ver el caso Popelin, rechazado por la Corte de
Casasión belga: Indépendance belge, 13 de noviembre: 2.
62 Emile Bergerat, L’Amour en République, 73-4.
63 Ibid. 80.
64 Jules Simon, suplemento literario de Fígaro, 13 de julio.
65 H. Le Roux, Le Temps, 14 de noviembre: 2.
66 Semaine des familles, 658.
67 Paris-Croquis, 15 de junio: 6.
68 “Mam’Bonbec | Au Meeting des femmes”, canción, A. N. F18 1616, doc. del 17 de
octubre.
69 Scholl, Le Matin, 30 de noviembre: 1.
70 Samedi-revue, III, 37.
71 Le Correspondant, vol. 154: 341.
72 Raoul Ponchon, Courrier français, 22 de septiembre: 2.
73 Bergerat, op. cit. 85.
74 Claveau, Fin de siècle, 331.
75 L’Univers, 27 de septiembre: 2; La Lanterne, 19 de septiembre, 2; Le Courrier français,
22 de septiembre: 2.
76 “On n’en parlera pas”, A. N. F18 1421.
77 L. Davyl, Gil-Blas, 8 de octubre.
78 Gazette de France, 1° de enero: 2.
79 Journal officiel, “Chambre”, 1931.
80 Alesson, Le Monde est aux femmes, 5.
81 Zed, Parisiens et Parisiennes en déshabillé, 33.
82 A. de Ferry, Un roman en 1915, 61.

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Literatura Argentina I. Profesorado en Lengua y Literatura. FHAyCS. UADER
Material de cátedra para circulación interna
Con esta publicación inauguramos la serie de
traducciones 2020 de Literatura Argentina I. Entre las
actividades fundamentales de una cátedra universitaria
–docencia, investigación y extensión–, las traducciones
juegan un rol singular en la medida que acercan a los
estudiantes textos de escasa circulación, o
directamente agotados, facilitando la posibilidad de
acceder a autores prestigiosos de reconocida valía por
sus investigaciones. Al mismo tiempo, construir una
propuesta editorial para circulación interna,
integrando a traductores internos y externos, docentes
y estudiantes, visibiliza un dinamismo enriquecedor y
multiplicador.

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