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El lenguaje sublime de mi siglo

McKenzie Wark
Publicado en El Capital perdido, Mario Scorzelli. Ed. Tammy Metzler, 2018.
Título original: The Sublime Language of My Century (2016). Publicado en Public Seminar (publicseminar.org)

La izquierda y la derecha ahora parecen estar de acuerdo en una cosa: la sociedad en


la que vivimos se llama capitalismo. Es suficientemente extraño, pero ambas posiciones
parecen estar de acuerdo en que se trata de algo eterno. Incluso la izquierda parece pensar que
hay una esencia eterna en el capitalismo, y que solo sus apariencias cambian. El desfile de las
apariencias cambiantes produce una serie de modificadores: puede tratarse de capitalismo
tardío, o capitalismo comunicacional, o capitalismo cognitivo, o capitalismo neoliberal. A
falta de un salto mayor, más alegórico o mesiánico hacia algo diferente, es como si esta
misma cosa continuara para siempre.

Tal vez sea porque tengo un gusto por las viejas modas del modernismo, pero cada
vez que me encuentro con una pieza del lenguaje sobre la cual hay un consenso tan amplio,
de alguna manera, quiero generar una molestia. Este capitalismo en el que todos estamos de
acuerdo que vivimos: ¿no se ha convertido en una idea demasiado familiar o demasiado
cómoda? La realidad es que el término que trató de describir está, por supuesto, lejos de ser
cómodo. El capitalismo, si de eso se trata, parece estar rompiendo en pedazos no sólo las
condiciones sociales sino también las condiciones naturales de su existencia. Entonces, tal
vez esto es lo que tengamos que preguntarnos: ¿por qué nos sentimos tan cómodos con una
manera de describir una realidad tan incómoda? ¿Queremos tener una certeza en el lenguaje
que no se puede tener en ninguna otra parte?

La idea de que el mundo en que vivimos es el capitalismo se ha convertido en un


modo familiar de describir algo que destruye lo que es familiar. Es atomizador y alienante.
Vuelve a todo precario excepto a su propia comprensión de la imaginación. Si el mayor truco
del diablo fue persuadirnos de que el diablo no existe; entonces tal vez el mayor truco del
capitalismo sea arrastrarnos a imaginar que no hay nada más que capitalismo.

Es difícil describir cosas que cambian imperceptiblemente. Este puede ser el nivel del
lenguaje en el que se basa el problema. Tiene que ver con usar las combinaciones del
lenguaje, que poseen cierta cualidad binaria, para describir cambios que pueden ser graduales
o que pueden ser rápidos, pero que no son divisiones digitales puras entre un término y otro.
Es tan difícil describir transiciones entre modos de producción como describir cambios en el
estado de ánimo.

Hubo una vez un lenguaje sobre las transiciones entre los modos de producción. Es
sorprendente cómo la izquierda y la derecha por igual terminaron trabajando sobre esto  con
el mismo lenguaje. Marx fue realmente uno de los grandes poetas modernos. Por supuesto,
trabajó con los materiales del lenguaje que tenía a mano, pero forjó algo duradero: una
combinación de términos para describir la historia. Como cualquier gran corpus poético, su
obra contiene multitudes. Pero también hay algunos patrones que se quedaron grabados en la
mente, como grandes canciones pop.

Acá está el que yo creo que es su mayor éxito, que se ha convertido en algo así como
una melodía pegajosa. Dice algo más o menos así: este es el capitalismo, tiene una esencia y
tiene apariencias. Su esencia se define por estas cosas: la forma mercantil, con su doble valor
de uso y de cambio; por la doble forma del trabajo, concreto y abstracto; por la extracción de
plusvalía en el proceso de producción, por la relación salarial, por el aumento de la
composición orgánica del capital, por la crisis de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia y, finalmente, por la negación.

En realidad, acá hay dos variantes del poema acerca de la negación. El capitalismo se
niega a sí mismo, arruinado por sus propias contradicciones o es negado por una fuerza que
produce como su propia negación, la clase obrera. En cualquiera de las variantes, una cosa es
clave: el capitalismo puede cambiar sus apariencias, pero nunca su esencia. Su esencia sólo
puede ser negada mediante la contradicción o la lucha. Diferentes variaciones melódicas
surgen de este marco retórico, como las mutaciones genéricas que surgen de la música
techno.

Hay otras variaciones. Uno puede intercambiar el verbo abstracto de negación y


reemplazarlo por aceleración. Actualmente esto es muy popular otra vez, como lo fue en los
años veinte. La idea es que no hay nada que pueda negar el capital, ya sea en sus propias
contradicciones o en la fuerza que produce en y contra sí mismo. Más bien, lo mejor que se
puede hacer es acelerarlo hasta su fin, hacia un salto prometeico hasta otra figura histórica.
Pero notemos que este no es tanto un cambio de sintonía como sus defensores quieren
imaginar. Esto deja intacta la forma retórica del capital como una esencia.

La esencia del capital es eterna. Éste es el rasgo más llamativo de cómo se lo imagina
ahora. Aquellos que lo aman, por supuesto, abrazan este pensamiento. Simplemente necesita
ser perfeccionado por nuestro amor. Esto se llama a veces, con una impresionante falta de
imaginación, “el neoliberalismo”. Pero lo que es aún más extraño es que aquellos que no lo
aman parecen estar de acuerdo. La esencia del capital es eterna. Sigue para siempre, y todo es
una expresión de ésta esencia. El capital es la esencia expresada en todas partes y su
expresión tiende a volverse cada vez más total.

El otro lado de la esencia eterna del capital son sus apariencias siempre cambiantes.
El cambio aparece mediante el uso de modificadores. Sus apariencias incluso pueden ser
periodizadas. Había un capitalismo mercantil, después capitalismo industrial, después
capitalismo monopolista, después capitalismo neoliberal. Sin embargo, existe cierta
ambigüedad en cuanto a cómo llamar a la etapa actual. Podría ser capitalismo multinacional,
cognitivo, semiótico, tardío, neoliberal o posfordista, por nombrar sólo algunas formas.
Observen que los dos últimos términos son modificaciones temporales a un modificador:
neoliberal, postfordista. ¿Que esto sea lo mejor que nuestros poetas pueden hacer, no es el
mejor tributo posible a la completa enervación de nuestra imaginación por el capitalismo, o
por lo que sea? ¿Modificar el modificador? El capitalismo debe estar muy decepcionado con
nuestra competencia lingüística.
Por supuesto, también existe la táctica retórica opuesta, que va un poco más allá con
ésta diferencia binaria entre dos términos, aunque sus partidarios no han sido tan audaces
como para romper lo suficiente con la esencia del capitalismo. Más bien, esto funciona así:
solía haber trabajo material, ahora hay trabajo inmaterial. Es un tipo diferente de trabajo. ¡Es
el contrario! Pero continúa siendo solamente un capitalismo modificado, un capitalismo
cognitivo. Ya no es más material. El propio capitalismo se trata de ideas. Es sorprendente lo
mucho que uno puede dejarse llevar por los juegos del lenguaje y olvidarse de mirar el
mundo. De alguna manera, no creo que los cien millones de trabajadores industriales de
China perciban su trabajo como inmaterial.
La misión de este discurso es una provocación: pensar la posibilidad de que el
capitalismo haya pasado a ser historia, y que el periodo que lo reemplaza es peor. El hecho de
que podría ser peor nos aleja de las alegres narrativas en que el capitalismo dio paso a una
sociedad postindustrial o a algún otro tipo de reino mágico, libre de contradicciones y de
lucha de clases. Más bien, en este experimento de pensamiento, propongo pensar el presente
como un nuevo tipo de conflicto de clases, incluyendo nuevas clases que surgen de recientes
mutaciones en las fuerzas y relaciones de producción. Pero entrando en tensión con nuestras
ideas recibidas y el legado del lenguaje, quizás podemos empezar a ver el contorno de nuestro
presente de otra manera, alejados de nuestros hábitos de pensamiento.

Hubo una vez un intento de acabar con al menos una parte de este gran edificio
retórico-histórico. Comenzó con cuestionar la idea de que el capital tiene una esencia y una
apariencia. ¿Y si las apariencias eran tan reales como la esencia? En realidad hubo dos
versiones de la estructura esencia-apariencia. Una tomó la economía como esencia, pero en el
sentido de ser su base, y todo lo demás dependía de ésta. Esa versión se llamó economicismo.
En la otra versión, no es la económica, sino la forma mercantil lo que constituye la esencia,
que ha entrado en el ser de la historia y luego se ha transformado en la esencia de la historia,
registrando sus formas de apariencia como una totalidad falsa, como un espectáculo.

En contra de esto, algunos opinaron que, en última instancia, lo económico sólo


determinaba todo lo demás, que cosas como la política y la cultura no eran meras apariencias,
sino que tenían su propia forma material, pero cuya función era reproducir la forma
económica esencial del capitalismo.

Si cosas como la política o la cultura son relativamente autónomas, si tienen su propia


forma material, tal vez incluso ¡tienen su propia esencia! No pasó mucho tiempo para que la
cultura tuviera sus propias categorías esenciales: ¡el significado y el significante! ¡Eran como
el valor de intercambio y el valor de uso! ¡Una esencia abstracta! ¡Pero diferente! De esta
manera, uno solo podría especializarse en el canto de la canción de éste (relativamente)
mundo autónomo de las esencias y apariencias, mientras continuaba haciendo un gesto hacia
una narrativa mayor, que efectivamente es y seguirá siendo, el capitalismo.

Si la economía tiene una esencia y apariencias, y la cultura también tiene una esencia
y apariencias, ¡entonces tal vez la política también las tenga! Lo maravilloso del lenguaje es
que si buscas algo podés encontrarlo. Sí, la política tiene una esencia, el gran drama
fundamental de amigo contra enemigo, o quizás el disenso, o algo. Lo principal es que
podemos cantar el canto de la esencia y las apariencias de la política, mientras seguimos
haciendo gestos a una narrativa mayor, que es y seguirá siendo, el capitalismo.
Tengo que decir que mi modernista interior encuentra todo esto bastante banal. ¿Es
esto lo mejor que podemos hacer para hablar el lenguaje sublime de nuestro siglo? ¿Por qué
todo parece lo mismo? ¿Como si fuera música pop? Las variaciones sobre el tema, conducen
todas a la misma vieja nota, ¿el capital es eterno? Ese último día (que nunca llegará) habrá un
salto mesiánico hacia algo más, pero hasta entonces, solamente vamos a ir al cine a mirar
películas. Me parece que nuestra poesía del capitalismo, o de lo que sea que esto se trate,
muestra todos los signos de ser una industria cultural. En ninguna parte de estas melodías está
esa nota llamativa no equivalente, o ese momento de des-familiarización en el que el cielo se
viene abajo.

Quizás uno tiene que preguntarse: ¿cuál es el apego emocional que tenemos a la idea
de que esto es el capitalismo y que es eterno? Hay que decir que los intentos más vigorosos
de contar una historia diferente, de tocar una melodía distinta, se hicieron de mala fe. Quizás,
hasta hora. Hubo un tiempo en que era una forma de arte popular. Una vez que la narrativa
del capitalismo y la llegada de su negación se vengan abajo, podrás tener una buena vida que
llegará con una historia diferente. No es sorprendente, que fueran los ex marxistas y los
socialistas quienes presentaron la mayoría de esas historias alternativas.

De esta manera es como se cuenta la historia de la revolución gerencial, de la


sociedad postindustrial, de las condiciones para su despegue y crecimiento. Lo que todas
estas historias tienen en común es que aceptan las premisas básicas de la historia del
marxismo. Admiten su poder, su poesía. Pero cambian su final. Más que negación, la historia
terminó en una resolución de las contradicciones. Estas fueron reconciliaciones
extorsionadas. Pero con el colapso del mundo supuestamente socialista, que al menos
pretendió estar a la altura de la gran historia marxista, estas contra-narraciones perdieron su
fuerza.

Una contra-historia de esa era sobrevive. No fue escrita por un socialista, aunque
trabajó brevemente para un gobierno socialista. En esta historia, el capitalismo se niega a sí
mismo, y de una buena manera. Puede girar y romperse a sí mismo. De hecho, su esencia se
convierte en su auto-disrupción. Y es nuestro deber sagrado nunca interponernos en su
camino. Esta es la forma artística retórica de la “Ideología Californiana”. En la que se pueden
plegar otras variaciones, como por ejemplo la cuarta revolución industrial.

Pero tal vez podría ser más interesante, política y estéticamente, tomar el otro camino
del lado binario. En lugar de la idea de que esto no es capitalismo, es algo mejor, ¿Por qué no
exploramos la idea de que esto no sea capitalismo, sino algo peor? Esto también genera
mucha resistencia.

La presunción de todas estas historias post-capitalistas fue que no era el capitalismo,


¡que era algo mejor! Cuando la gente escucha el comienzo de la historia sobre esto que ya no
continúa siendo el capitalismo, generalmente eleva su resistencia. A menos que valga varios
millones de dólares, lo más probable es que no perciba esto como algo mejor que el
capitalismo. Puedo decirlo con la experiencia de haber escrito varios textos sobre esto durante
quince años. Nadie quiere dejar la certeza del diablo que conoce, o cree conocer, por algo que
promete ser peor.
Curiosamente, algunas personas intentarán hacerlo como un experimento mental.
Realmente hay algo fundamental en la creencia de que esto es el capitalismo. Incluso puede
ser el rasgo que define la ideología actual. La ideología actual no es la aceptación de una
estructura neoliberal de sentimientos o hábitos de pensamiento y de acción. La ideología
actual se aferra a la creencia de que esto es el capitalismo.

Otra manera de abordar esto sería imputar algún significado a la famosa observación
de Marx a los efectos de que él no era marxista. ¿Qué pasaría si lo que él quiso decir con esto
es que él no fue uno de esos que simplemente tomó el lenguaje y una forma retórica extraída
de sus textos como un hecho? Él era lo opuesto, alguien que había construido ese lenguaje
con un propósito muy particular en mente: entender la situación de su tiempo desde el punto
de vista laboral. Entonces, ¿qué pasa si nosotros mantenemos el compromiso de comprender,
no sus tiempos, sino los nuestros, desde el punto de vista laboral, lo que sea que eso
signifique ahora y dejamos el resto entre paréntesis?

Esto tiene sentido para mi. Realmente me desconcierta porque tenemos que usar
bloques de material lingüístico de su tiempo para tratar de entender nuestro tiempo. ¿Por qué
utilizar la filosofía de moda, el saber popular, las vías políticas o las metáforas tecnológicas
de mediados del siglo XIX? Cuando los poetas o novelistas hacen eso, inmediatamente
pensamos que son anticuados y pintorescos. Pero de alguna manera queremos que nuestro
gran relato sea sobre el capitalismo, aunque sea anticuado y pintoresco.

Por supuesto, diferentes géneros de texto tienen una relación distinta con la tradición,
la innovación, y sus diferentes momentos de desarrollo. No siempre están sincronizados. Y
por supuesto casi siempre hay una industria cultural en la que los textos se disuelven en la
semejanza, y una vanguardia tratando de hacer algo más. Si estás tratando de escribir una
novela o un poema interesante, en lugar de hacer algo que sea meramente exitoso, debes
cambiar las cosas en un nivel formal, para no embotellar tu vino en las mismas botellas
viejas.

La cuestión es que en lo que concierne a nuestras lecturas y reescrituras de Marx, me


parece que pertenecen a la industria cultural. Ahora es un lugar común leer El Capital como
una obra de filosofía o una novela épica, pero de una manera muy conservadora. (ver
https://www.marxists.org) ¿Y de hecho podría haber algo más conservador ahora que la
tradición de la filosofía continental?

No he citado nombres en este texto, en parte para evitar avergonzar a algunos


personajes. Pero principalmente porque pienso que son los textos los que escriben a sus
autores, en lugar de ser los autores quienes los escriben a ellos. Los autores nunca son buenos
guías para leer sus textos, ya que los escritos exceden la intención consciente, aunque no
tomaría esa percepción con una inclinación psicoanalítica, ya que quizás cree un campo
interpretativo demasiado grande por sí mismo. Así que al describir mi propio intento de
escribir, en este punto, todas estas advertencias también se aplican a mí.

Marx no siempre fue leído de manera conservadora, como un gran texto para ser
explicado, interpretado e imitado. Donde el sabio Marxólogo se convierte en maestro
simplemente por producir una variación en el tema. Hay quienes leen a Marx de la misma
manera que leen a Rimbaud y Lautréamont. Voy a mencionar sólo tres: Aimé Cesaire, JBS
Haldane, y Guy Debord. De este último, también voy a tomar algunos rasgos sobre su
método. ¿Podría haber alguna manera de escribir después de Marx que no se base en las
habituales maestrías e interpretaciones conservadoras, sino que se basen en la
experimentación y la malversación?

Por supuesto, siendo un poeta menor, no llegue muy lejos. Pero me permití hacer un
intento. Escribí una manera de describir la actual situación que no es el capitalismo, sino algo
peor. Así es como lo hice: ¿Qué tal si, en lugar de empezar en el comienzo, uno empieza por
el final? La historia del capitalismo siempre comienza en el pasado, con el nacimiento del
capitalismo, e imagina un destino, una teleología, donde el presente debe ser alguna
continuación de ese pasado. Debe ser alguna modificación de la esencia de la cosa.
Hagámoslo a la inversa. Describamos primero el presente, y luego en segundo lugar
averigüemos de donde vino. Esta forma puede, al final, involucrar modificaciones en nuestro
entendimiento sobre el pasado del capitalismo. En resumen, comencemos donde comenzó
Marx, describiendo el presente y no a partir de sus resultados.

Comencemos por ser muy "ortodoxos" (uso el término irónicamente). Comencemos


con las fuerzas de producción, con las relaciones de producción que les corresponden, con el
conflicto de clases generado a partir de esas relaciones de producción, y las superestructuras
políticas y culturales que le corresponden a esa base. Y también, como hizo Marx, tratamos
de describir lo que puede estar emergiendo, antes de lo que ya está establecido. Si uno
comienza por describir lo establecido, es fácil interpretar cualquier nuevo aspecto como una
simple variación sobre la misma esencia. Empezar por lo que está emergiendo proporciona un
adecuado desarreglo de los sentidos, como el consejo vertiginoso que dice: todo lo sólido se
desvanece en el aire.

El experimento del pensamiento que podría resultar es bastante simple. Qué pasaría si
fuera así: Hay realmente algo cualitativamente distinto sobre las fuerzas de producción que
producen, instrumentalizan y controlan la información. Esto se debe a que la información
realmente tiene propiedades ontológicas extrañas. Hacer que la información sea una fuerza de
producción genera algo como un enigma dentro de la forma de la mercancía. La información
quiere ser libre pero está encadenada en todas partes. No es escasa, y la premisa fundamental
de la mercancía es su escasez.

La información como fuerza de producción reclama la existencia de relaciones de


producción particulares. En el estilo Marxista clásico, uno puede encontrar acá la evolución
de las formas legales.  Lo que nosotros vemos allí es la emergencia de la propiedad
intelectual como algo cercano a un absoluto derecho a la propiedad privada. Un derecho que
a la vez separa y localiza la propiedad en forma de patentes, copyright y marcas registradas
equivalentes a la propiedad privada. Estas formas, como lo demuestran las negociaciones
dentro del Acuerdo de Asociación Transpacífico, necesitan formas transnacionales de
aplicación de la ley, precisamente porque la información es una cosa muy resbaladiza y
abstracta.

Y así, como una carta comercial o como la sociedad anónima que está detrás de ella,
la ley de propiedad intelectual se vuelve la forma de un nuevo tipo de relación de producción,
más abstracta que sus predecesores, y que no tiene un piso o una raíz física en la propiedad
privada, sino en la información misma. Al igual que las formas precedentes de la propiedad
privada, está da lugar a una relación de clase. Como una forma absoluta de propiedad
privada, crea clases de propietarios y no propietarios de los medios que realizan su valor. La
tierra como propiedad privada dio origen a las dos grandes clases de agricultores y
terratenientes. El capital como propiedad privada dio lugar a las dos grandes clases de
trabajadores y capitalistas. ¿Existe una nueva relación de clase que emerge de la
mercantilización de la información?

Por el bien de estos argumentos, digamos que sí. Yo llamo a esas clases la clase
hacker y la clase vectorialista. La clase hacker produce nueva información. ¿Qué es la
información "nueva"? cualquier cosa que la ley de propiedad intelectual reconozca como
nueva. Es un extraño tipo de producción. Donde el granjero cultivaba y el trabajador sella
unidades de alguna cosa, el hacker tiene que hacer que las mismas cosas viejas, la
información, aparezca en nuevas configuraciones. Esto no se obtiene con las repeticiones
estaciónales de la agricultura o la sincronización del trabajador. Esto sucede cuando sucede,
incluyendo el tiempo que el hacker está durmiendo la siesta o trasnochando. No son iguales a
ninguna de las otras clases.

Al igual que el agricultor y el trabajador, el hacker no suele terminar siendo el dueño


del producto de sus esfuerzos. A menos que seas dueño de una compañía farmacéutica o una
empresa de tecnología o lo que sea, tenés que vender los derechos de lo que producís. No
siempre es lo mismo que vender fuerza de trabajo. Por ejemplo, es posible que todavía pueda
poseer la propiedad intelectual, pero es muy raro que el hacker capture el valor de lo que
inventa. No todo el mundo llega a ser Bill Gates -precisamente porque existe un Bill Gates,
que no es el icono de la clase hacker, sino lo opuesto, un representante la clase vectorialista.-

La clase vectorialista posee y controla el vector, un término que utilizó para describir
en abstracto la infraestructura sobre la que se enruta la información, ya sea a través del
tiempo o el espacio. Se pueden poseer acciones o flujos de información, pero mucho mejor es
poseer el vector, los protocolos técnicos y legales para mantener la escasez de información.

Si uno mira las principales compañías que encabezan el ranking de Fortune 500, es
sorprendente ver que muchas de ellas están en el negocio de la información. No me refiero
simplemente a la tecnología y las empresas de telecomunicaciones como Apple, Google,
Version y Cisco, o a las compañías farmacéuticas como Pfizer. Se podría pensar en los
grandes bancos como un subconjunto de la clase vectorialista en lugar de “capital financiero”.
Ellos están en el negocio de la asimetría de la información. Y como aprendimos con la crisis
del 2008, hasta las compañías de automóviles están en el negocio de la información, ellas
hicieron más dinero con los préstamos para la compra de automóviles que con los
automóviles. La industria militar también está en el negocio de la información. Incluso las
empresas como Niké, que hacen cosas, realmente están en el negocio de la información.
Walmart y Amazon compiten con diferentes modelos del negocios de logística de la
información. Las compañías petroleras están en el negocio de la prospección. La perforación
de petróleo actual es contratada. Tal vez la clase vectorialista ya no esté emergiendo. Tal vez
sea ésta la nueva clase dominante.

Este poderío sólo podría existir en un mundo superdesarrollado como en el que


vivimos. Muchos de los pueblos del mundo siguen siendo campesinos que se convierten en
agricultores por el robo de sus tierras a manos de una clase de terratenientes. Gran parte del
mundo es una gigantesca fábrica de sudor. La resistencia del trabajo al capital sigue estando
viva y con buena salud en China o India. Los antagonismos de clase más antiguos no han
desaparecido. Solamente hay una nueva capa en la parte superior, tratando de controlarlos.
Así como la clase capitalista trató de dominar y subordinar a la clase terrateniente como clase
dominante subordinada, también la clase vectorialista trata de subordinar tanto a los
terratenientes como a los capitalistas, controlando las patentes, las marcas, los derechos de
autor y por sobre todas las cosas, lo más importante: la logística del vector de información.

Una nota lateral: En El Capital, Marx realmente sólo se ocupa de una economía
política de tipo ideal con dos clases. Pero en sus escritos políticos está claro que entiende las
formaciones sociales como híbridos de modos de producción combinados y superpuestos. Por
ejemplo, Los terratenientes y los granjeros que ocupan un lugar preponderante en sus escritos
sobre Francia. Así que acá, simplemente estoy tomando nota de los escritos políticos, y
pensando en una matriz de seis clases, tres gobernantes y tres subordinadas. Las clases
dominantes son: terratenientes, capitalistas y vectorialistas. Las clases subordinadas son:
agricultores, trabajadores y hackers.

Ahora, imaginá todas las posibilidades de alianza de clases y conflictos que esto
genera. Resulta que la política se trata mucho menos de la relación entre amigo y enemigo, y
mucho más crucialmente sobre las relaciones entre los no-amigos y los no-enemigos. Como
cualquier persona que ha hecho política, o sabe algo de semiótica, puede suponerlo.

Entonces, ¿cómo es peor que el capitalismo? La infraestructura vectorial lanza a todo


el mundo en el motor de la mercantilización. No hay nada que no pueda ser etiquetado y
capturado a través de información sobre él y considerado una variable en las simulaciones
que impulsan la extracción y procesamiento de recursos. En pocas palabras, nos hemos
quedado sin mundo para mercantilizar. Y ahora la mercantilización sólo puede canibalizar sus
propios medios de existencia, tanto naturales como sociales. Es como esa película muda
donde el tren se queda sin leña, y los vagones tienen que ser cortados en pedazos para
alimentar el fuego y mantenerlo en movimiento, hasta que sólo quede el esqueleto del tren
desnudo.

También es peor porque en lugar de una vaga multitud, hay alianzas de clase
complejas que juegan en el espacio político. La parte más intrincada de esto es la política de
la clase hacker. Después de todo, es la clase a la que pertenecemos la mayoría de nosotros. Si,
a veces aparece como una clase privilegiada. Pero es una clase que tiene un momento muy
difícil para pensar en sus intereses comunes. En gran medida porque los tipos de nueva
información que producen sus diversas sub-fracciones son muy diferentes. Es un tiempo
difícil para pensar que tienen en común el poeta, el científico y el ingeniero. Bueno, la clase
vectorial no tiene ese problema, lo que todos nosotros hacemos es propiedad intelectual, que
desde su punto de vista es toda equivalente y comercializable como una mercancía.

Además, la clase hacker tiene la experiencia extrema de un ganador que toma todo el
resultado de sus esfuerzos. En una mano, carreras fantásticas y una simulación del viejo estilo
de vida burgués, en la otra mano, el trabajo precarizado, las empresas que van a la quiebra y
la realización rutinaria de nuestros trabajos a través de nuevos algoritmos diseñados por otros
de nuestra propia clase. Por supuesto siempre es un argumento difícil proponer intereses
comunes entre las clases subordinadas. La contrahegemonía es dura. Los hackers, los
trabajadores o los agricultores, están distraídos por intereses locales y particulares. La
conciencia de clase es rara entre los hackers. La mayoría de nosotros somos bastante
reaccionarios, incluso en los oficios no técnicos. La conciencia de clases es siempre una cosa
rara y difícil. A diferencia de otras identidades, tiene que ser discutida en contra de las
apariencias.

Podría decir más sobre este paisaje, pero tal vez con esto sea suficiente por ahora.
Tratarlo como un experimento mental. Tal vez como una historia de ciencia ficción donde se
suspende la incredulidad. O como un poema vanguardista escrito en prosa. Eso fue lo que
pensé secretamente cuando escribí “Un Manifiesto Hacker”, aunque por supuesto no se lo
dije a la editorial de la Universidad de Harvard porque, como todo el mundo sabe, los poemas
escritos en prosa no se venden. Ahora puedo decir que yo tengo ese poema en prosa que se
vende bastante bien. Hasta se ha reimpreso, y traducido a ocho o nueve idiomas. Pero ahora
creo que puedo revelar con seguridad que mi primer intento sobre esta forma de experimentar
con Marx fue también una puñalada vanguardista, como un poema en prosa.

Por cierto, se escribió en un lenguaje inexistente. Lo escribí en europeo. Esa es una


lengua que, si existiera, tendría partes iguales de iglesia latina, marxismo e inglés de
negocios. Tal vez por eso sospecho que se lee mejor en francés, alemán, italiano o español, ya
que esas traducciones son mejores que mi traducción al inglés.

Así que para resumir: ¿qué pasa si tomamos un enfoque más audaz, modernista y no
familiarizado para la escritura de teoría? ¿Qué pasaría si le pedimos a la teoría que sea un
género tan interesante, tan extraño, tan poéticamente o narrativamente rico como le pedimos
que sea a la poesía o a la ficción? ¿Qué pasaría si no lo tratáramos como una teoría alta, con
pretensiones de legislar o interpretar otros géneros; sino como una teoría baja, sin más
pretensiones que hablar del mundo como cualquier otro género. Podría ser más divertida de
leer. Podría decirnos algo sobre el mundo. Podría, sólo podría, permitirnos actuar en el
mundo de otra manera.

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