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El analista ante el desencadenamiento.

Acto y efectos

Por Gabriel Belucci

Hace tiempo, recibí en el hospital la consulta de un adolescente en quien coincidían una formulación muy difusa de la
demanda y el registro de una ostensible precariedad. Después de algunos acercamientos a mujeres, inducidos en parte
por amigos, y en los que no se había concretado el acto sexual, el joven había comenzado a experimentar un marcado
malestar, unido a una creciente desorientación. Un día, al contemplar su imagen en el espejo, lo invadió una sensación
de extrañeza y, luego de hacerse algunos cortes superficiales –que, aclaró, no tuvieron intencionalidad suicida 1–,
comenzó a correr por la calle hasta perder el conocimiento. Su relato se tornaba en ese punto confuso y lagunoso.

A medida que desplegaba las circunstancias que lo habían traído a la consulta, dos cosas fueron quedando en claro. La
primera, que cada vez que se bordeaba el tema de sus experiencias con mujeres, su decir se volvía impreciso o se
detenía, mientras la mirada y el afecto se deslocalizaban, signos estos de una perplejidad que reclamaba mi cautela. La
segunda, que su preocupación –cuando le fue posible articularla– iba exactamente en el sentido de saber de eso: me
pidió, concretamente, que lo aconsejara sobre el abordaje de las mujeres. 

Una disyuntiva se me planteó en este punto, pues habría sido riesgoso ubicarme en el lugar del que sabe, pero no lo era
menos dejarlo sin orientación. Respondí recomendándole que por el momento pospusiera esos encuentros, hasta saber
más de lo que le pasaba, y lo asistí en un trabajo que consistía en imaginar los distintos avatares pensables en esas
situaciones, modos de sortearlos, límites. Ese doble movimiento introdujo con cierta rapidez puntos de referencia, e
inauguró un trabajo posible.

Al borde del abismo. ¿Cómo sortear el riesgo de un desencadenamiento, especialmente cuando se nos presenta como
un acontecimiento inminente? El breve testimonio anterior permite establecer dos puntos: hay allí alguna invención, y
esa invención no carece de lógica.
No pocas consultas tienen lugar en sujetos de condición psicótica, en momentos en los que tambalean el o los soportes
que les han permitido contrarrestar los efectos de la ausencia del Nombre-del-Padre en la estructura. En esto no hay
diferencia entre quienes han cruzado ya el Rubicón del desencadenamiento y quienes no lo han hecho, pero en este
segundo caso el daño potencial es mayor. Aunque sabemos hoy que no todos los sujetos psicóticos desencadenan la
estructura del modo típico, sino que muchos logran reanudarla sin un deterioro importante, el peligro existe y evitarlo
no es cosa desdeñable. 

Lo que el recorte clínico presentado sugiere es que es posible una intervención a pesar de la fragilidad de un sujeto en
estado de desamarre, más o menos consumado. Y que, pese a la urgencia que suelen conllevar esos momentos, hay un
margen temporal en el que alguna maniobra es calculable.
Esa maniobra y sus efectos están sujetos a dos premisas que sostienen entre sí una tensión fecunda. Es fundamental, tal
como vengo poniendo de relieve desde hace años, el mantener una posición de apertura que deponga en la escucha
todo prejuicio acerca de aquello que, para cada sujeto y en cada momento, lo soporta, ha dejado de soportarlo o podría
hacerlo. Esta ignorancia radical no es otra cosa que la modalidad propia del deseo del analista en un campo no
ordenado por el universal del Padre. Pero esa apertura no es sin las formulaciones que nos legaron los grandes nombres
del psicoanálisis, y que una amplia experiencia clínica ha permitido depurar, al modo de la escritura de series lógicas. En
esto estamos hoy en un punto bien distinto de hace apenas dos décadas, en lo tocante al tratamiento de las psicosis.
Los veinticinco años que nos anteceden serán con toda probabilidad recordados como la época en la que el tratamiento
de las psicosis dejó de ser una mera promesa o apenas un esbozo, y en la que algunas de sus posibilidades fueron
formalizadas de modo riguroso. Ahora bien, ¿cuál es la lógica, aquí señalada, que nos orienta en nuestro cálculo?

Soportes, contingencias Sigue siendo una de las mayores contribuciones de Jacques Lacan el haber definido la operación
constitutiva de las psicosis. Aun con la reformulación de su última enseñanza, la forclusión del Nombre-del-Padre
permite concebir la diferencia estructural que determina que, en los hechos, ningún psicótico se transforme en
neurótico (o, para el caso, en perverso) y viceversa. 
Lo que la última enseñanza de Lacan aporta es, entre otras cosas, la idea de que hay distintos modos en los que la
estructura se anuda y desanuda, y distintos soportes 2 que le permiten al sujeto hacer con su condición estructural. Y no
sólo eso, sino que esos diversos soportes pueden tanto sucederse en el tiempo como coexistir, lo que le confiere a la
clínica (y a nuestra maniobra allí) una nueva complejidad. 

No pretenderé aquí agotar la cuestión, pero no quiero dejar de hacer sobre este punto dos consideraciones. La primera
concierne a la variedad de recursos que son elevados por el sujeto a esa función de soporte. Esa variedad sólo puede
escribirse como una serie abierta, en permanente reformulación. Menciono aquí algunos. A las consistencias
imaginarias que cumplen ese papel, ya delineadas en el Seminario 3 (vínculos especulares, “personalidades como si”,
hábitos más o menos rígidos), pueden agregarse el valor del nombre, de la obra, ciertas adhesiones ideológicas, algunas
intervenciones sobre el cuerpo (o que hacen cuerpo, para ser más exactos), incluso determinadas sustancias. Cada una
de ellas, y por supuesto sus posibles combinaciones, son soluciones que encontramos una y otra vez bajo distintas
formas y que –lo subrayo otra vez– lejos están de excluir otras. 

La segunda observación está referida a la muy variable eficacia de esos recursos que el sujeto instrumenta para ordenar
de algún modo su relación al Otro. Están, en un extremo, aquellas situaciones en las que nada hizo de contrapeso eficaz
a las consecuencias de la forclusión del Nombre-del-Padre, caracterizadas como psicosis infantiles. En ellas, la condición
de estructura se manifestó “ruidosamente” desde el origen, y no huelga la pregunta de por qué fue así. En otros casos
hubo algún soporte, pero lo suficientemente lábil como para desarmarse ante el embate pulsional o el encuentro con el
otro sexuado en la adolescencia o la primera juventud. Son las llamadas “hebefrenias”. Otras veces el recurso puesto en
obra por el sujeto pudo funcionar durante décadas, y sólo dejó de ser operativo en fecha tardía, a raíz de alguna
contingencia de la vida (Schreber es buen ejemplo de ello). Están, finalmente, aquellos casos en los que a una solución
eficaz se agrega el que ninguna contingencia de la vida la haya hecho inoperante, y que permanecen en estado de
psicosis no desencadenadas, sin olvidar a quienes logran reanudar la estructura sin secuelas apreciables luego de algún
desanudamiento.
He hecho mención de las contingencias, porque en efecto se trata de ellas. Lo que nombramos defensa se organiza
como una respuesta a lo que, inevitablemente, se nos presenta sin cálculo posible, siendo la vida, entonces, eso que
desorganiza nuestros planes. Si la neurosis puede pensarse como una máquina de neutralizar las contingencias de la
vida y transformarlas en pura reedición, las psicosis tienen con ellas una relación más precaria. He insistido en otro
lugar3 sobre la importancia que reviste para el sujeto psicótico la “ganancia de saber” que muchas veces adviene en el
tratamiento, y que hace posible al menos cierta anticipación. Sigo sosteniéndolo. Agrego ahora que, junto con esto,
resulta crucial que prestemos nuestro auspicio al trabajo que, en las psicosis, el propio sujeto realiza para –entre otros
fines– hacer con esas contingencias que el vivir conlleva.

El quehacer del analista. Volvamos al desencadenamiento. He remarcado que no se trata de un momento puntiforme,
sino de una zona en la que la dimensión de la urgencia converge con cierto espacio para la lectura y la intervención, y
que no siempre desemboca en una debacle estructural. Ahí, precisamente, hacemos nuestra apuesta, en ese “no
siempre”, así como en el hecho de que, incluso cuando el desencadenamiento acontezca, sus consecuencias pueden ser
de muy distinta magnitud. 

Serán precisas, en primer término, una escucha atenta y una lectura de las circunstancias que rodean el desamarre
subjetivo, así como del antes en el que las respuestas del sujeto eran eficaces. Esa lectura involucra al Otro y a los otros,
y de modo fundamental a la constelación familiar. 
Con frecuencia, es preciso además estatuir alguna barrera al exceso insoportable cuya salida podría ser de otro modo el
pasaje al acto. Otros han destacado ya el compromiso del analista en esta empresa, al hacer terciar la dimensión de
alguna ley4. He subrayado, al respecto, la importancia de que ello se efectúe no como imperativo, sino habilitando ese
margen en el que el sujeto existe como respuesta al Otro 5. No está excluido, desde luego, que ante ese exceso no
regulado podamos usar también las herramientas que ponen a nuestro alcance la ley jurídica, la institución hospitalaria
y la farmacología, a condición de no utilizarlas de un modo mecánico o acrítico, ni confundirlas con una solución
efectiva.
Lo decisivo será, ante todo, la transferencia, cuya estructura en las psicosis ha sido precisada en los últimos años. De sus
distintas dimensiones, acentuaré la importancia de aquella que involucra un otro más amable, vaciado de goce, y que
tiene como correlato la introducción de algún objeto que opere en acto la extracción que en la estructura no está
garantizada6. Encontrar o producir ese objeto suele ser la maniobra liminar del “tratamiento posible”, fundante de las
escansiones en las que va a desarrollarse. No pocas veces, también, seremos convocados al lugar de destinatarios de un
testimonio del pathos que así encuentra alguna inscripción.
En cuanto a las modalidades de nuestra intervención, recordaré que son tan escasas en sus tipos como variables en su
forma. Descartada la interpretación, que supone la operación de la metáfora, quedan abiertos el recurso a la
construcción y aquellos actos en los que hacemos constar nuestro deseo de analistas. 

La construcción, como entramado lógico, ha sido objeto en fecha reciente de una creciente atención centrada en sus
usos en el tratamiento de las psicosis7. Está pendiente una elaboración sistemática de esos usos, hasta donde los hechos
clínicos permitan abordarla. Entre los que nos son consabidos, mencionaré por su papel en circunstancias críticas aquel
que implica la extracción del decir del sujeto de las coordenadas que hacen legible su urgencia y pensable algún camino
de salida. También, en muchos casos, el establecimiento de un relato que venga al lugar de la historia nunca escrita, del
Edipo ausente. 

En cuanto al acto, con seguridad la menos calculable y formalizable de nuestras intervenciones, si hay una orientación
que los articula en el tratamiento de las psicosis, podríamos enunciarla de este modo: favorecer aquellos movimientos
que introduzcan y mantengan abierto un clivaje, una separación posible del sujeto con respecto a un Otro ante el cual,
de otro modo, quedaría reducido a un puro objeto de su goce. Sostener un saludo, escuchar una interpelación
espontánea en un bar hospitalario, habilitar un viaje que tiene como precondición la existencia de un lugar al que
regresar, señalar que determinada actividad productiva representa no sólo un medio económico, sino la posibilidad de
una circulación no encontrada de otro modo, gestos que fuera de su contexto pueden parecer nimios, en su debido
marco pueden erigirse en otros tantos actos restitutivos del sujeto, mientras prosigue el trabajo hacia el
restablecimiento de algún soporte o la institución de uno nuevo. Ese trabajo, hay que resaltarlo, es del sujeto.
Reivindicamos para nosotros, analistas, la dignidad del que acompaña. 
____________________
1.     Podríamos pensar topológicamente esta acción como el intento de producir algún corte que diera consistencia a la
superficie corporal. 
2.     Utilizo aquí el término “soportes” para evitar “suplencias”, que si bien es más preciso está sujeto a una discusión no
saldada con respecto a su alcance.
3.     Cf. BELUCCI, G., “Desencadenamiento: la anticipación como estrategia”. En: Imago Agenda, Nº 143, septiembre de
2010, pp. 18-20.
4.     En particular, Colette Soler, bajo la figura de la “orientación de goce”. Cf. SOLER, C., Estudios sobre la psicosis,
Manantial, Buenos Aires, 1992, p. 10.
5.     Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009, pp. 154-155.
6.     Aquí, nuestra deuda con los aportes de Élida Fernández e Isidoro Vegh. 
7.     Mencionaremos en especial lo trabajado por Catherine Kolko. Cf. KOLKO, C., Los ausentes de la memoria. Figuras
de lo impensado, Homo Sapiens, Rosario, 2001.

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