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Acción, pensamiento y lenguaje

JEROME BRUNER

Capítulo 5: El desarrollo de los procesos de representación

Cualquier teoría del desarrollo intelectual debe:

– Definir las operaciones mentales mediante un sistema formal y detallado,


– Ocuparse de las maneras de pensar naturales, de aquellas que parezcan
ordinarias o intuitivamente obvias, y conferirles un lugar prominente en
la propia teoría.
– Considerar la naturaleza de la cultura en la que crece el ser humano.

Representación y desarrollo cognitivo:

La representación, o un sistema de representación, es un conjunto de reglas


mediate las cuales se puede conservar aquello experimentado en diferentes
acontecimientos.
La represetación de un suceso es siempre selectiva. En la construcción del
modelo de algo no se incluye todo aquello que tiene que ver con él.
Hay tres tipos de representación que operan durante el desarrollo de la
inteligencia humana y cuya interacción es crucial para éste:

– La representación enactiva (conocer algo por medio de la acción),


– La representación icónica (conocer algo a través de un dibujo o una
imagen)
– La representación simbólica (conocer algo mediante formas simbólicas,
como el lenguaje)

En la primera, el hábito está organizado secuencialmente en un esquema que


mantiene unidos a sus componentes secuenciales, y guarda una estrecha
relación con otros actos habituales que facilitan o que interfieren, tanto en su
aprendizaje como en su ejecución.
En la segunda, la imagen es una analogía muy estilizada, selectiva y
simultánea de un suceso experimentado. Sin embargo, su manera de referirse
a los objetos no es tan arbitraria como lo es en el caso de las palabras. Se
puede reconocer la imagen de un suceso una vez que lo hemos experimentado
pero, sin embargo, no podemos conocer la palabra que designa a un suceso
por el hecho de haberlo experimentado. La significación lingüística es
fundamentalmente arbitraria y depende del dominio de un código simbólico.
Por lo tanto, para hacer una descripción lingüística es necesario conocer, no
sólo los referentes de las palabras, sino también las reglas para construir y
transformar las emisiones. Estas reglas son específicas del lenguaje, como
también son específicas las reglas de formación de imágenes o de formación
de hábitos.

El desarrollo no supone una secuencia de etapas, sino un dominio progresivo


de estas tres formas de representación y de su traducción parcial de un
sistema a otro.
Durante los primeros meses, el niño define de forma literal los acontecimientos
mediante las acciones que los evocan. Para el niño de seis o siete meses, es
muy difícil disociar entre acción y percepción. Para recuperar un objeto que ha
desaparecido de la vista, realizará una acción apropiada para tal fin. Con el
tiempo, la percepción llega a ser relativamente independiente de la acción y el
niño dispondrá así de sistemas semi independientes de representarse las
cosas, y con ellos, la necesidad de hacer corresponder la apariencia y la acción.
Y en cuanto a la representación simbólica, el niño aprende gran parte de la
sintaxis entre los 2 y 5 años. Éste sólo aprenderá a relacionar lentamente lo
que dice con lo que piensa sobre las cosas, a organizar su representación del
mundo mediante la lógica inherente a la sintaxis de su lengua. A medida que
avanza en esa dirección, se vuelve a a encontrar con la doble tarea de traducir
esas representaciones a otro modo diferente, y de resolver los conflictos y las
contradicciones entre cómo se hace, cómo se dice, y qué apariencia tiene algo.

Capítulo 8 – Los formatos de la adquisición del lenguaje:

La adquisición del lenguaje está influida por el conocimiento del mundo que
posee quien lo adquiere, ya sea antes de dicha adquisición o en el momento de
ella. Influyen también la maduración y la privilegiada relación social entre el
niño y un adulto, que está bastante bien sintonizado con su nivel lingüístico.
Pero, aún así, el aprendizaje del lenguaje per se constituye todavía una
problemática única que el niño debe dominar, y que va más allá de cualquier
habilidad que pueda haber logrado al comunicarse de modo no verbal con un
adulto que entiende bien sus necesidades.

El niño actúa, en gran medida, según su propia iniciativa, incluso en la


interacción social, y desde luego, al emplear como guía su conocimiento
previamente adquirido del mundo. Siempre que el adulto ha entrado a formar
parte de la escena, lo ha hecho como modelo a partir del cual el niño puede
obtener una entrada de lenguaje que le permita realizar sus inducciones,
descubrimientos, o reconocimientos intuitivos; después de todo, este adulto
conoce el lenguaje que el niño está tratando de dominar y, probablemente,
tiene una teoría práctica e implícita acerca de cómo ayudarle a aprenderlo.

Adquisición del lenguaje y discurso:

El lenguaje es un instrumento con el que hacer cosas y hacerlas para otros,


muchas de las cuales no podrían concebirse sin él. La pragmática, es un
compromiso de interacción social mediante el uso del habla.
La pragmática se relaciona necesariamente con el discurso, y, al mismo
tiempo, depende de un contexto compartido. El discurso presupone un
compromiso recíproco entre hablantes que incluye tres elementos:
– Un conjunto de convenciones compartidas para establecer la intención
del hablante y la disposición del que escucha,
– Una base compartida para explotar las posibilidaes deícticas del contexto
temporal, especial e interpersonal,
– Medios convencionales para establecer y recuperar presupuestos.
Para que el niño reciba las claves del lenguaje, debe participar primero en un
tipo de relaciones sociales que actúen de modo consonante con los usos de
lenguaje en el discurso (en relación a una intención compartida, a una
especificación deíctica y al establecimiento de una presuposición). Bruner
denominará formato a esa relación social, definido por reglas, en el que el
adulto y el niño hacen cosas el uno para el otro y entre sí. En su sentido más
general, es el instrumento de una interacción humana regulada.

Los formatos, al regular la interacción comunicativa antes de que comience el


habla léxico-gramatical entre el niño y la persona encargada de su cuidado,
constituyen unos instrumentos fundamentales en el paso de la comunicación al
lenguaje.
A nivel formal, un formato supone una interacción contingente entre al menos
dos partes actuantes, en el sentido de que puede mostrarse que las respuestas
de cada miembro dependen de una anterior respuesta del otro. Cada miembro
de este par mínimo ha marcado una meta un conjunto de medios para lograrla
de modo que se cumplan dos condiciones: que las sucesivas respuestas de un
participante sean instrumentales respecto a esa meta, y que exista en la
secuencia una señal clara que indique que ha sido alcanzado el objetivo.
Los formatos son un ejemplo simple de un “argumento” o “escenario”, que
pueden hacerse tan variados y complejos como sea necesario.

Una vez que el formato se hace convencional y se “socializa” se considera que


tiene exterioridad y límites, y un status objetivo. Los formatos proporcionan la
base para los actos del habla y pueden reconstituirse por medios
exclusivamente lingüísticos, según las nuevas necesidades.

Una propiedad esencial de los formatos en los que participa el niño y el adulto,
es que son asimétricos con respecto a la “conciencia” de los miembros: existe
uno que “sabe lo que está pasando”, mientras que el otro sabe menos, o nada
en absoluto.
El adulto sirve como modelo, organizador y monitor hasta que el niño pueda
asumir sus responsabilidades por sí mismo.
Una vez que aprenden a responder a estos formatos de acción, pronto
aprenden a provocarlos y a esperar su aparición. Estas señales se hacen cada
vez más convencionales y consensuadas, y el niño va asumiendo la iniciativa
con mayor frecuencia. A medida que el señalar se hace más efectivo, comienza
a regular el juego en vez de ser un mero acompañamiento.

En la primera parte del segundo año, la pareja niño-madre ya está inmersa no


sólo en juegos, sino también en procedimientos para realizar funciones
lingüísticas básicas como indicar y pedir.
Con el desarrollo de un sistema de signos, se añade un segundo rasgo: el
lenguaje puede actuar intralingüísticamente, en el sentido de que los signos
pueden “apuntar a” o “estar relacionados con” otros signos. Se denomina a
esto “nivel metapragmático”, en el que el niño puede volver sobre su lenguaje,
corrigiéndolo si es necesario, citarlo, ampliar lo que quería decir e incluso
definirlo.

En resumen, los formatos proporcionan en el discurso, el microcosmos


necesario en el que el niño puede señalar intenciones, actuar
indicadoramente y luego intralingüísticamente y desarrollar
presuposiciones, todo ello en el marco de interacciones cuyas
propiedades pueden proyectarse fácilmente en las funciones y formas
del lenguaje. En un principio, el establemcimiento de los formatos
está bajo el control del adulto, luego éstos se hacen cada vez más
simétricos y el niño puede iniciarlos tan fácilmente como él.

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