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Capítulo 8 – Los formatos de la adquisición del lenguaje:

La adquisición del lenguaje está influida por el conocimiento del


mundo que posee quien lo adquiere, ya sea antes de dicha
adquisición o en el momento de ella. Influyen también la
maduración y la privilegiada relación social entre el niño y un adulto,
que está bastante bien sintonizado con su nivel lingüístico. Pero,
aun así, el aprendizaje del lenguaje
per se
constituye todavía una problemática única que el niño debe
dominar, y que va más allá de cualquier habilidad que pueda haber
logrado al comunicarse de modo no verbal con un adulto que
entiende bien sus necesidades. El niño actúa, en gran
medida, según su propia iniciativa, incluso en la interacción social, y
desde luego, al emplear como guía su conocimiento previamente
adquirido del mundo. Siempre que el adulto ha entrado a formar
parte de la escena, lo ha hecho como modelo a partir del cual el
niño puede obtener una entrada de lenguaje que le permita realizar
sus inducciones, descubrimientos, o reconocimientos intuitivos;
después de todo, este adulto conoce el lenguaje que el niño está
tratando de dominar y, probablemente, tiene una teoría práctica e
implícita acerca de cómo ayudarle a aprenderlo. Adquisición del
lenguaje y discurso: El lenguaje es un instrumento con el que hacer
cosas y hacerlas para otros, muchas de las cuales no podrían
concebirse sin él. La pragmática, es un compromiso de interacción
social mediante el uso del habla. La pragmática se relaciona
necesariamente con el discurso, y, al mismo tiempo, depende de un
contexto compartido. El discurso presupone un compromiso
recíproco entre hablantes que incluye tres elementos:

Un conjunto de convenciones compartidas para establecer la
intención del hablante y la disposición del que escucha,

Una base compartida para explotar las posibilidades deícticas del
contexto temporal, especial e interpersonal,

Medios convencionales para establecer y recuperar presupuestos.

Para que el niño reciba las claves del lenguaje, debe participar
primero en un tipo de relaciones sociales que actúen de modo
consonante con los usos de lenguaje en el discurso (en relación a
una intención compartida, a una especificación deíctica y
al establecimiento de una presuposición). Bruner denominará
Formato a esa relación social, definido por reglas, en el que el adulto
y el niño hacen cosas el uno para el otro y entre sí. En su sentido
más general, es el instrumento de una interacción humana
regulada. Los formatos, al regular la interacción comunicativa antes
de que comience el habla léxico-gramatical entre el niño y
la persona encargada de su cuidado, constituyen unos instrumentos
fundamentales en el paso de la comunicación al lenguaje. A nivel
formal, un formato supone una interacción contingente entre
al menos dos partes actuantes, en el sentido de que puede
mostrarse que las respuestas de cada miembro dependen de una
anterior respuesta del otro. Cada miembro de este par mínimo ha
marcado una meta un conjunto de medios para lograrla de modo
que se cumplan dos condiciones: que las sucesivas respuestas de
un participante sean instrumentales respecto a esa meta, y que
exista en la secuencia una señal clara que indique que ha sido
alcanzado el objetivo. Los formatos son un ejemplo simple de un
“argumento” o “escenario”, que pueden hacerse tan variados
y complejos como sea necesario. Una vez que el formato se hace
convencional y se “socializa” se considera que tiene exterioridad y
límites, y un status objetivo. Los formatos proporcionan la base para
los actos del habla y pueden reconstituirse por medios
exclusivamente lingüísticos, según las nuevas necesidades. Una
propiedad esencial de los formatos en los que participa el niño y el
adulto, es que son asimétricos con respecto a la “conciencia” de los
miembros: existe uno que “sabe lo que está pasando”, mientras que
el otro sabe menos, o nada en absoluto. El adulto sirve como
modelo, organizador y monitor hasta que el niño pueda asumir sus
responsabilidades por sí mismo. Una vez que aprenden a responder
a estos formatos de acción, pronto aprenden a provocarlos y a
esperar su aparición. Estas señales se hacen cada vez más
convencionales y consensuadas, y el niño va asumiendo la iniciativa
con mayor frecuencia. A medida que el señalar se hace más
efectivo, comienza regular el juego en vez de ser un mero
acompañamiento. En la primera parte del segundo año, la pareja
niño-madre ya está inmersa no sólo en juegos, sino también
en procedimientos para realizar funciones lingüísticas básicas
como indicar y pedir. Con el desarrollo de un sistema de signos, se
añade un segundo rasgo: el lenguaje puede actuar
intralingüísticamente, en el sentido de que los signos pueden
“apuntar a” o “estar relacionados con” otros signos. Se denomina a
esto “nivel meta pragmático”, en el que el niño puede volver sobre
su lenguaje, corrigiéndolo si es necesario, citarlo, ampliar lo que
quería decir e incluso definirlo.

En resumen, los formatos proporcionan en el discurso, el


microcosmos necesario en el que el niño puede señalar
intenciones, actuar indicadoramente y luego
intralingüísticamente y desarrollar presuposiciones, todo ello
en el marco de interacciones cuyas propiedades pueden
proyectarse fácilmente en las funciones y formas del lenguaje.
En un principio, el establecimiento de los formatos está bajo el
control del adulto, luego éstos se hacen cada vez más
simétricos y el niño puede iniciarlos tan fácilmente como él

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