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Psicoanálisis, estudios feministas y género

Las nuevas subjetividades ponen en crisis viejas teorías:


resistencias y trastornos del Psicoanálisis frente a la diversidad sexual
Facundo Blestcher
"En la empresa científica no debería haber
espacio para el horror a lo nuevo".
(Sigmund Freud, "Las resistencias contra el Psicoanálisis", 1925)
"Cuando se nos escucha atentamente,
con un interés que delata y señala la voluntad de responder,
suponemos que somos respetados".
(Zygmunt Bauman, "Amor líquido", 2005)
Neo-sexualidades, transexuales, travestis, transgéneros, intersex, queer, entre otros
términos que van acuñándose al ritmo de las transformaciones históricas, intentan cercar
en el plano de la nominación la escurridiza diversidad sexual a la que los sujetos nos vemos
enfrentados. Diversidad que no es nueva, pero que pone de manifiesto de un modo
revelador el esfuerzo clasificatorio de los dispositivos históricos de poder para construir un
saber acerca de la sexualidad humana que por su mismo carácter – pulsional, disruptiva y
desadaptativa – se resiste a toda pretensión de domesticación y regulación normativizante.
El Psicoanálisis ha fundamentando el estallido entre sexualidad humana y orden natural, al
sostener que lo sexual se constituye a partir del plus de placer, irreductible a la
autoconservación biológica, que se implanta a partir del otro humano y que encuentra
modos de ordenamiento y simbolización conforme a los procesos de constitución del sujeto
psíquico. La sexualidad no queda limitada a los arreglos sociales que pautan la bipartición
masculino/femenino, ni a la genitalidad atravesada p or la diferencia de los sexos. El yo,
constituido en relación con la instauración de la represión originaria que funda lo
Inconciente, se sostiene como un conglomerado representacional en el cual los atributos
de género ocupan una posición central. Éstos ubican al sujeto en su referencia a las
categorías históricas que cada época ofrece según los modos de subjetivación dominantes,
pero no subsumen definitivamente ni agotan una sexualidad cuya regulación sin resto se
verifica como imposible2.
El pensamiento freudiano promovió una desconstrucción de las concepciones morales
acerca de la sexualidad y denunció los malestares e inhibiciones producidos por los
dispositivos represores que pretendieron someterla al control social, médico o religioso. Sin
embargo, resulta inquietante advertir en ciertas teorizaciones y estamentos psicoanalíticos
actuales, la persistencia de una dificultad para pensar la diversidad sexual y someter a
caución los mandatos heterocéntricos y las oposiciones binarias. Esta verdadera
anomalía3 comporta un obstáculo epistemológico que no sólo perturba el progreso de la
teoría sino que reproduce las significaciones hegemónicas y las desigualdades sociales entre
los géneros. Este impedimento puede ser entendido como una resistencia del
Psicoanálisis4 y de ciertos sectores del movimiento psicoanalítico no sólo a revisar viejas
respuestas sino a inaugurar nuevas preguntas que obliguen a una depuración de los
enunciados canónicos, ya sea desde un estructuralismo ahistórico que anula toda novedad
que no esté a priori contemplada en la estructura de partida, o desde un relativismo para
el cual el flujo de los fenómenos no puede ser cercado en sus determinaciones. En tanto la
sexualidad no se conforma a las normas sociales que pretenden reglarla, poner a trabajar
los trastornos e impasses de las teorías psicoanalíticas con relación a los procesos de
producción de subjetividad sexuada, constituye tanto una exigencia teórica y clínica, como
ética y política.
La crisis de las narrativas tradicionales de la sociedad patriarcal y la irrupción de una
pluralidad de emplazamientos identitarios, posiciones genéricas y variaciones del erotismo,
obligan a considerar las particularidades de los modos actuales de subjetivación.
Distinguimos en este punto, siguiendo las teorizaciones de Silvia Bleichmar,
entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo. Mientras que esta última da
cuenta de los procesos constitutivos del funcionamiento psíquico que se mantienen más
allá de las mutaciones históricas, la producción de subjetividad concierne a la construcción
social del sujeto y a la incidencia de las significaciones y ordenamientos discursivos del
imaginario social instituido e instituyente. Lo que un sujeto es o no es, lo que debe o no
debe ser, el modo con el cual se reconoce siendo, se definen en la intersección entre deseos
– pulsionales y narcisísticos – y modos de producción subjetiva (Bleichmar, 2009).
El empleo de la categoría "trastorno" para designar a todas aquellas formas de
emplazamiento identitario que no se adecuan a las prescripciones hegemónicas, refleja otro
de los atolladeros en los que la teoría psicoanalítica se halla capturada. La conmoción de los
prejuicios que sustentaban la teleología de la sexualidad en el ideal heteronormativo,
condujo progresivamente al abandono –al menos en la teoría oficial, aunque no erradicada
totalmente de las prácticas– de la homologación entre homoerotismo y patología, o más
específicamente entre homosexualidad y perversión. Sin embargo, ese mismo punto de
resistencia, aún eficiente, retorna en la actualidad como patologización de toda posición
genérica que no se subsuma a las clasificaciones restrictivas de la masculinidad o
femineidad convencionales. " Trastornos de género", "disforia de género", "trastornos de
la identidad sexual" vienen a reinstalar, una vez que la pluralidad de orientaciones sexuales
puede ser reconocida, la pretensión de una lógica universal que reglamente la sexualidad,
ahora provista de los ropajes de los performativos de género , pero al servicio de la misma
operación de desconocimiento de la diversidad sexual.
Esta perturbación interna de la conceptualización psicoanalítica corre el riesgo de
precipitarla en una subordinación normalizante a la biología, echando por tierra que la
sexualidad humana no reencuentra jamás las vías del instinto, y que toda identidad se
establece por inscripción simbólica, incluso con respecto a la anatomía y al sexo, cuyas
representaciones son siempre discontinuas aún en sus contigüidades. Por ello mismo, se
impone desnaturalizar los discursos sobre la diversidad sexual y someter a la indagación
metapsicológica y al análisis sociohistórico las concepciones que se han sostenido
dogmáticamente.
La construcción de la identidad no puede ser pensada sino como efecto de una multiplicidad
de factores: identificaciones, significaciones sociales y relaciones de poder. La identificación
constituye la operación fundamental que genera las condiciones para instituir la
subjetividad y estructura la base sobre la cual se afirma la identidad en tanto conjunto de
enunciados en los que el sujeto se reconoce a sí mismo en el marco del enlace libidinal al
semejante. La conformación de la identidad sexual es resultado del complejo ensamblaje
de las inscripciones erógenas primarias, las representaciones de género, la sexuación
articulada por la diferencia de los sexos y las modalidades dominantes de la orientación del
deseo.
Cuando un sujeto se ubica en torno a alguna de las categorías que pretenden definir su
emplazamiento sexuado, procura dar cuenta de sí, a la vez que apela al reconocimiento del
otro, advirtiendo que "q ue ese ‘sí mismo’ ya está implicado en una temporalidad social que
excede sus propias capacidades narrativas" (Butler, 2009, p. 18-19). El yo no se sostiene al
margen de la matriz de normas sociales y mandatos culturales que lo asedian y crean
condiciones de conflicto. Lejos de quedar reducido a una función de desconocimiento y
defensa con relación a lo Inconciente, remite a un plano de creencia necesario para el
investimiento de una existencia que pueda ser "habitable". La permanencia a la que el yo
aspira no se reduce al plano de la autoconservación biológica, sino que remite a la
preservación narcisista de las representaciones que lo definen como sujeto. Estos
enunciados nucleares de la identidad instituyen un sistema de creencias cuya realidad funda
un singular posicionamiento subjetivo tanto en relación a sí mismo como a la realidad
compartida. Las premisas que estabilizan la identidad no pueden ser desmanteladas salvo
en ocasión de traumatismos severos o en desorganizaciones psíquicas graves que resulten
en un estallido del yo. Estas creencias, en las que se evidencia el valor estructurante de la
Verleugnung –tal como ha sido señalado por Octave Mannoni –, se conservan aun en
contraposición a los juicios sociales y a los ideales disciplinarios que pretenden
desmentirlas.
Admitir el nomadismo de las subjetividades contemporáneas (Braidoti, 2001) y la fluidez y
variabilidad de sus figuraciones, comporta reconocer que la creatividad humana en tanto
imaginación radical (Castoriadis, 1986, 1998) posibilita la creación de realidades inéditas y
la construcción permanente de nuevos mundos que se hallan animados por el deseo.
Habitar una identidad, encontrar un sitio que resulte confortable para la representación de
sí mismo y que convoque al reconocimiento del otro, poniéndolo al amparo de los propios
aspectos inconcientes perturbadores y de la tensión agresiva de la intersubjetividad, es una
tarea ardua pero necesaria a los fines de "ser y sentirse real", según la conocida expresión
de Winnicott para describir la convicción de un self que se vivencia como verdadero.
"Una concepción normativa y disciplinaria de la sexualidad y del género puede deshacer a
la propia persona al socavar su capacidad de continuar habitando una vida
llevadera" (Butler, 2006, p. 13). Las categorías psicoanalíticas canónicas definen una esfera
de inteligibilidad para los fenómenos humanos y a partir de ellas se ejerce una operación
de segregación. En lo relativo a la diversidad sexual, los criterios de legibilidad
convencionales exigen eliminación de toda ambigüedad y reducción de las diferencias,
condenando al campo de la patología a todas aquellas modalidades que resisten al caso
hegemónico erigido en ejemplo de la idealidad de la norma. La homologación entre
travestismo y perversión, o entre transexualismo y psicosis –definidas estructuralmente por
la dominancia de los mecanismos de renegación o forclusión que determinarían el
emplazamiento del sujeto ante la castración (Chiland, 1999; Faure-Oppenheimer, 1986;
Millot, 1984; Morel, 2002)–, para mencionar solamente dos formulaciones ejemplares,
comportan tanto una simplificación abusiva no justificada en parámetros metapsicológicos
como una propuesta desubjetivante que no respeta las complejidades de la constitución
psíquica.
Los modos múltiples de subjetivación en el presente demandan comprensión de sus
determinaciones, respeto por las particularidades de su conformación y consideración de
los padecimientos a los que se ven sometidos los sujetos concretos. El Psicoanálisis no
puede, entonces, incrementar los sufrimientos que los ideales sociales provocan
sustituyéndolos por otros no menos disciplinarios y alienantes, aunque parezcan
legitimados por sus desarrollos conceptuales. En esta encrucijada ética se plantea para todo
analista la exigencia de una "toma de posición" (García Reinoso, 2005) que implica
respuesta y responsabilidad5. Este esfuerzo de trabajo demanda deconstruir mitos,
distinguir entre las teorizaciones científicas y las teorías sexuales que los sujetos construyen
en determinado momento histórico para responder a los enigmas de la sexualidad y del
origen, desmantelar lecturas dogmáticas y someter a análisis las capturas imaginarias que
cristalizan identidades coaguladas y devociones de escuela.
Consideramos que una tarea de crítica debiera poder recuperar lo no pensado y rever lo ya
establecido. Esto implicaría, entre otras puntualizaciones:
Abandonar la propuesta que define a la identidad sexual como desenlace de la elección de
objeto, estableciendo los prerrequisitos de su constitución en los enunciados nucleares que
organizan la argamasa representacional del yo, propuestos como proyecto identificatorio
por el otro en tanto portavoz del discurso del conjunto (Aulagnier, 1975), y sometidos a
reensamblajes y resignificaciones a partir de la sexuación que articula atributos de género
y diferencia de sexos.
Revisar el valor asignado a la diferencia sexual como determinante primario y fundamental
de la constitución subjetiva y de su asunción como condición de reconocimiento de la
alteridad. Esto implica también desdogmatizar la significación que ha ido adquiriendo
progresivamente el operador "castración" como articulador que define la estructura
psíquica. Historizar y reposicionar el alcance de la noción requiere ubicar en primer plano
el enigma de la sexualidad del otro, del adulto significativo en los primeros tiempos de la
vida, desabrochándola de la forma con la que el imaginario de una época respondió a este
interrogante. Se disciernen entonces, de esta manera, el fantasma de castración y la teoría
sexual infantil como intentos de resolución del enigma fundamental acerca de la
incompletud ontológica (Bleichmar, 2009).
Cuestionar la patologización y el empleo de la categoría "trastorno " para nominar la
multiplicidad de orientaciones deseantes, la diversidad de identidades genéricas y las
variables formas de ejercicio de la vida sexual que no responden a las clasificaciones
establecidas hegemónicamente. Esto no significa abandonar toda comprensión
psicopatológica sino someter a la prueba metapsicológica las concepciones clínicas y
desprenderse de los prejuicios infiltrados en la teoría.
Identificar y trabajar las resistencias internas del Psicoanálisis para alojar los cambios en la
sexualidad contemporánea permitirá que su potencia transformadora del sufrimiento
humano no se degrade en una perspectiva moralizante que replique los restrictivos
dispositivos normativos de la vida sexual y del género. La teoría psicoanalítica como crítica
de la adaptación social no puede configurar una forma revisitada de la moral sexual cultural,
sino a riesgo de convertirse en causa del padecimiento que aspira a resolver. En este
sentido, es preciso recordar que el Psicoanálisis, en tanto actividad práctico-poiética,
comporta una dimensión política imposible de eliminar (Castoriadis, 1999). Funciona
legitimando o invisibilizando discursos que derivan en acciones que se ejercen en el plano
de la convivencia humana y determinan destinos para los sujetos, tales como el
reconocimiento de derechos civiles, la justificación de intervenciones normalizadoras y
cirugías correctivas, las prácticas de los diagnósticos, los fundamentos que permiten o
impiden la adopción por parte de parejas homosexuales, entre otras.
El análisis (analuein) es práctica de desligazón, desanudamiento, distanciamiento e incluso
rescate, y se aproxima a la operación de disolver, liberar o soltar (solvere). La solución
(solutio, lösung) que promueve es a la vez anulación del compromiso de pago de una deuda
y resolución de un problema (explicación o develamiento). En este punto, el psicoanálisis
ejerce una praxis cuya incidencia política es insoslayable ya que su intervención sobre el
sujeto no puede ser disociada del magma de significaciones producidas por la organización
social. El proceso analítico entonces apunta a la autonomía de los seres humanos, en un
sentido muy diferente al descripto por ciertos desarrollos norteamericanos. "Autonomía"
dice aquí capacidad de invención y creación que permite instituir proyectos propios a partir
del saber acerca de sus deseos, y posibilidad de ganar un margen mayor de libertad gracias
al reconocimiento de las determinaciones inconcientes y sociales que lo constituyen.
Si el derecho a la identidad puede ser planteado como derecho a ser uno mismo (Rotenberg,
2009), el entramado identitario en el que el sujeto se instala, tanto con relación al
Inconciente como al otro y al colectivo social, debe ser respetado como condición de
estabilidad estructural y sólo interrogado cuando se constituye en causa de
empobrecimientos y síntomas que conllevan altos niveles de sufrimiento, apostando a sus
mejores posibilidades de realización subjetiva: "Como en todo ser humano, la identidad
funciona como una suerte de <imprinting> invertido: propuesta por el otro, metabolizada
de una u otra forma, el modo con el cual se establezca la combinatoria compleja entre
deseos y referencias discursivas definirá su destino. La identidad sexual, amenazada siempre
por los deseos contradictorios que el inconciente impulsa, debe sin embargo lograr una
cierta estabilidad que no dependa de la elección amorosa o genital de objeto amoroso, sino
de los modos con los cuales el sujeto se instituya en el interior d e una red simbólica que lo
sostenga sin asfixiarlo" (Bleichmar, 2006, p. 215).
Posibilitar la creación de condiciones subjetivas y sociales que hagan más habitable la vida
y respetar los espacios de autonomía posibles para el despliegue de la potencia imaginativa
y deseante representan premisas irrenunciables en el afán por sostener una ética que
anime la práctica psicoanalítica.
Notas
1 Licenciado en Psicología (Usal). Psicoanalista. Doctorando en Psicología (Universidad
Autónoma de Madrid). Miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica de Paraná. Docente
UBA, UCSF, UCSE, UCALP y CESU "Marcos Sastre".
2 "[…] entre la biología y el género, el psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos
formas: pulsional y de objeto, que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes
de representación social, sino que son precisamente, los que hacen entrar en conflicto los
enunciados atributivos con los cuales se pretende una regulación siempre ineficiente,
siempre al límite" (Bleichmar, S. (1999), "La identidad sexual: entre la sexualidad, el sexo,
el género". En Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.
Nº 25, Buenos Aires, p. 41).
3 Tomamos "anomalía" en el sentido epistemológico fuerte que Thomas Kuhn le ha
asignado en sus desarrollos acerca de la estabilización de paradigmas científicos y sus
transformaciones. Cf. Kuhn, T. (1980), La estructura de las revoluciones científicas, Fon do
de Cultura Económica, Buenos Aires.
4 Jacques Derrida señala estas resistencias internas del Psicoanálisis mismo como
verdaderos mecanismos autoinmunes que ocasionan un empobrecimiento en la
producción teórica y una pérdida de su poder desestabilizante de otros campos del
conocimiento. En esta misma dirección, Silvia Bleichmar ha planteado la exigencia de
someter a depuración los paradigmas psicoanalíticos de base, con el fin de recuperar sus
núcleos más fecundos y desprenderse de la forma con la cual el sujeto y la teoría misma
quedaron marcados por las dominancias ideológicas del Siglo XX. Cf. Bleichmar, S. (2005),
"Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre", en La subjetividad en riesgo,
Topía, Buenos Aires.
5 La asimetría misma de la transferencia implica para el analista, convocado por el
sufrimiento del sujeto que a él acude, tanto una "respuesta de" (es decir, una
responsabilidad) como una "respuesta a" (una ética en tanto reconocimiento del otro).
Cf. Laplanche, J. (2001), "Responsabilidad y respuesta", en Entre seducción e inspiración:
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