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En las elecciones de noviembre de 1933 el bloque de las derechas obtuvo una contundente
victoria. Alcalá Zamora nombró presidente a Alejandro Lerroux, que formó un gobierno con
miembros exclusivamente del Partido Radical. La CEDA de Gil Robles, el grupo parlamentario
más numeroso, quedó al margen, pero Lerroux, que necesitaba sus votos, emprendió un
programa de gobierno de modificación de la legislación del bienio anterior. En 1934 la CEDA
presionó a Lerroux para que miembros de su partido figuraran en el Gobierno. El 4 de octubre
se formó un nuevo ejecutivo con tres ministros cedistas. La izquierda entenderá la entrada de la
CEDA en el gobierno de la nación como el anuncio del triunfo inminente del fascismo.
La UGT convocó una huelga general para el 5 de octubre, mientras que en la noche del 6 al 7 de
octubre en Barcelona se proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal Española.
La falta de apoyo hacia la huelga por parte de la CNT, la precipitación en la organización y la
represión desplegada por el gobierno provocaron su fracaso generalizado, que solo adquirió
importancia en Madrid, Vizcaya, Barcelona y Asturias. En Barcelona, el nuevo Estado catalán no
pervivió ni un día, porque el ejército al mando del general Domingo Batet dominó la situación y
suspendió el gobierno autonómico.
El único lugar en que triunfó la insurrección fue en Asturias, donde se firma un pacto de alianza
regional (alianza obrera entre socialistas, anarquistas y comunistas) con el fin de socializar los
medios de producción en un movimiento revolucionario conjunto. La alianza fue capaz de tomar
los polvorines mineros y la fábrica de armas de Trubia, con las que tomó cuarteles y puestos de
la Guardia Civil. Después de controlar la cuenca minera, llegaron a sitiar la ciudad de Oviedo y a
dominar buena parte de la provincia antes de proclamar una república socialista federal, que
emprendió una política de incautación de empresas e intentó llevar a cabo una revolución, que
puso en marcha la comuna asturiana. Para combatir a los revolucionarios asturianos, el
gobierno envió a la Legión y a los Regulares marroquíes, dirigidos por el general López Ochoa y
el teniente coronel Yagüe, y nombró jefe del Estado Mayor al general Francisco Franco, que
desde Madrid era el responsable de sofocar la rebelión. Tras sangrientos enfrentamientos, las
tropas africanas se hicieron con el control de la situación. El 18 de octubre, el comité
revolucionario negocia la rendición de Mieres, reducto final de la revolución. El saldo final de
víctimas se situó entre 1000 y 2000 muertos entre los obreros, 300 miembros de las fuerzas de
seguridad y del ejército y más de 30 religiosos, además de múltiples daños materiales.