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CASO: MI PRIMER DÍA DE TRABAJO

Mi primer día de trabajo (relato de una encargada de supermercado)

Yo empecé a trabajar en esta cadena de supermercados como cajera. Había terminado el


Bachillerato, rama administrativa, y como no encontré trabajo en una oficina, y no me gusta
estar sin hacer nada, decidí que —por el momento— iba a trabajar de cajera en un
supermercado. Pregunté en el súper en el que compraba mi madre, perteneciente a esta
misma cadena, y allí me entregaron una solicitud de empleo. La cumplimenté, por si acaso, se
la entregué al encargado de tienda, quien me deseó buena suerte y al cabo de una semana me
llamaron para una entrevista.

ESTRUCTURA

La entrevista fue en la Central, un conjunto de oficinas al lado del centro logístico distribuidor.
Me entrevistó una chica no mucho mayor que yo, en cuya puerta ponía Directora de Personal.
Creo que le caí simpática porque le dije que lo que de verdad me gustaría hacer era lo que ella
hacía. Sonrió y me dijo que no era oro todo lo que relucía y me hizo una entrevista que me
resultó muy fácil, más de lo que suponía, y al final de la misma me preguntó si podía
incorporarme al día siguiente en un súper situado al otro lado de la ciudad, en un barrio en
que yo nunca había estado. Me dijo que más adelante procurarían traerme más cerca de mi
domicilio, pero que ahora había está vacante debido a una baja por maternidad, y que al cabo
de unos cuatro meses ya hablaríamos.

Me dijo que normalmente se daba un cursillo de formación, pero que en esta ocasión no había
tiempo para ello. Yo dudé un poco: trabajar lejos de casa, sin una formación previa y así de
rápido, me dejó un poco sorprendida, pero Maite, que así se llamaba la Directora de Personal,
me dijo que o lo tomaba o lo dejaba. Acepté, y al día siguiente mi padre me llevó en coche
antes de irse él a su trabajo. Yo me sentía muy importante, porque era mi primer día de
trabajo y porque era mi padre quien me llevaba a trabajar. Me dio un beso y me dijo que no
me desmoronara por nada, que yo era capaz de superarlo todo. A lo largo del día pensé en las
palabras de mi padre sin parar, porque parecía que hubiera sabido cómo de mal se iban a
desarrollar los acontecimientos.

RESPONSABILIDAD

Nada más entrar pregunté por el Supervisor, como me habían dicho que hiciera, pero aún no
había llegado, de hecho, no vino en todo el día porque estaba enfermo; pregunté por el
Ayudante del Supervisor, un chico de más o menos mi edad que me dijo que no sabía nada
acerca de que yo fuera a llegar, pero que ya que estaba allí, que me pusiera en la caja número
tres. Yo le dije que nunca antes había trabajado y que, por las circunstancias que he
comentado, no me habían dado el cursillo. Juan, que así se llamaba el Ayudante del Supervisor
me dijo que mis dos compañeras se ocuparían de mí, que él no podía porque estaba solo y que
no me preocupara.

Como no me habían dado uniforme, sacó de un armario uno arrugado que había dejado una
chica que trabajó antes que yo y que se había marchado, y me dijo que me lo pusiera hasta
que me dieran el mío definitivo. Se debió imaginar lo peor, porque me preguntó si tampoco
me habían hecho el reconocimiento médico y si había firmado el contrato. A todo le contesté
que no, y Juan se quedó maldiciendo a los estúpidos (bueno, dijo otra palabra) de Central, que
todo lo liaban.
COOPERACIÓN

Antes de marcharse me presentó a Lucía y Ana, las otras dos cajeras, y les encargó que me
pusieran al corriente durante la mañana y que a la tarde ya me haría cargo de la tercera caja.
Lucía y Ana, después de dedicar menos de media hora a explicarme el trabajo de caja, se
pasaron la mañana hablando entre sí de sus novios y de sus chismes, sin hacerme ni caso.
Como Lucía me dijo muy claro: Mira, si vinieras a quedarte sería otra cosa, pero dentro de unas
semanas te vas a marchar y no vale la pena hacerse amiga tuya, así que arréglatelas tu sola. Yo
me esforcé, sin embargo, en aprender observando lo que hacía Lucía. Lo que yo quería era
hacerme cargo de la caja, teniéndola al lado para que me fuera diciendo lo que tenía que
hacer, pero no fue así. Cuando se tenía que ir al servicio o a otra cosa, cerraba la caja y me
advertía que no tocara nada hasta que ella volviera. A mediodía se cerraba, cosa que yo no
sabía, porque en el súper de mi barrio se hacía jornada continuada, pero como me explicaron
más adelante, cada súper tiene un horario en función de sus características. Como el súper
estaba lejos de casa, ni pensar en ir allí a comer. Tampoco había pensado en traer un bocadillo,
así que tuve que quedarme a comer en un lugar cercano. Por la tarde, me hice cargo de la caja
y del cambio que me entregaron: afortunadamente, yo ya sabía cobrar, pero rezaba para que
no me vinieran muchos pagos con tarjeta de crédito, habilidad que aún no dominaba del todo.
Menos mal que no era ni viernes ni sábado, días de más trabajo, con lo que la afluencia a la
tienda era más bien escasa. De todos modos, yo tenía cola, porque era la más lenta de las
cajeras. El público, hay de todo. Algunos son considerados, se dan cuenta que eres nueva y te
sonríen y te dan ánimos. Una señora me dijo que su hija también estaba de cajera en otra
tienda, y me dijo que no me desanimara, que todos los principios eran difíciles. Un señor
mayor me ayudó diciéndome lo que tenía que hacer con la tarjeta de crédito. Pero otros se
impacientaban, decían que no hay derecho a poner a gente inexperta (en lo que tienen toda la
razón) y te ponen nerviosa. Al final, bien que mal, se acabó la tarde. Las otras dos hicieron caja
en un momento y se marcharon dejándome sola. Apagaron la luz principal y yo me quedé casi
a oscuras haciendo caja. Cuando fui a entregar la recaudación iba temblando por si me faltaba
dinero, pero --aún me acuerdo— me sobraron 63 centavos. Mi padre me esperaba en la
puerta para llevarme a casa y. desde que subí al coche, me puse a llorar, y la llantina me duró
toda la noche, hasta que después decenar (casi no cené), me fui a la cama agotada por aquel
día tan horroroso. Mis padres me consolaron. Mi madre me decía que no volviera, pero mi
padre me decía que no arrojara la toalla. Le hice caso a mi padre.

IDENTIDAD

Volví, y al día siguiente le dije al encargado (que ya había vuelto) con educación, pero con
firmeza, que no había derecho a dejar a una persona así, sola ante el peligro. Me escuchó, me
dio la razón y le dijo al Ayudante del Supervisor que se dedicara a mí, puesto que las otras dos
cajeras eran unas inútiles, y que ya les iba él a poner en su sitio. Con las explicaciones de Juan
pude salir adelante. Por cierto, que al día siguiente me citaron de central para el
reconocimiento médico y enviaron al súper los papeles que tenía que haber firmado la víspera
para darme de alta. Al mismo tiempo me dieron un vale para que me dieran el uniforme de mi
talla en unos almacenes de ropa laboral. Con las otras dos cajeras, que ahora repentinamente
se habían vuelto muy amables, decidí que lo mejor era no reñir, pero tampoco perder mucho
tiempo con ellas. Al fin y al cabo, como Lucía dijo, al cabo de unas semanas me iba a marchar a
otro sitio. No llegué a estar en el super las 16 semanas de la baja maternal de la compañera,
sino que al cabo de un mes me enviaron a otro súper más cercano a mi casa. Llegaba
caminando en quince minutos. Me ofrecieron estar en la tienda más cercana a mi domicilio,
que es en la que compraba mi madre, pero no me apetecía. En primer lugar, si le cobras a tu
madre, pueden pensar mal de ti. Además me habían dicho que a veces los vecinos y conocidos
te piden que les pases algo sin cobrar. Por eso no lo acepté. Además, el paseo de quince
minutos después de cerrar me desestresaba y me relajaba.

RECOMPENSA

Al cabo de un año ya era Primera Cajera y al cabo de dos años, como siempre me habían
evaluado positivamente en la Evaluación del Desempeño anual, el supervisor me preguntó si
estaba dispuesta a dejar la caja para ser Ayudante de Supervisor. Le dije que sí. Recibí un curso
en Central realmente bueno, estuve dos años de Ayudante de Supervisor y al cabo de dos años
más, tras otro curso de promoción, y después de haber cubierto las vacaciones de varios
encargados, me nombraron Supervisora, al principio de un super pequeñito, luego de otro
mediano, y ahora ya llevo tres meses en este, que es uno de los recién inaugurados, que son
los mayores de la empresa. Pero nada de esto hubiera sucedido si llego a hacer caso a mi
madre, y a lo que me pedía el cuerpo, y no vuelvo el segundo día a trabajar, después de aquel
primer día horroroso.

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