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MI PRIMER DIA DE TRABAJO

(Relato de una encargada de supermercado)


Luis Puchol

Yo empecé a trabajar en esta cadena de supermercados como cajera. Había terminado mi curso de
administración, y como no encontré trabajo en una oficina y no me gusta estar sin hacer nada, decidí
que por el momento iba a trabajar de cajera en un supermercado. Pregunté en el súper en el que
compraba mi madre, perteneciente a esta misma cadena, y allí me entregaron una solicitud de
empleo. La entregué al encargado de tienda, quien me deseó buena suerte y al cabo de una semana
me llamaron para una entrevista.

La entrevista fue en la Central, un conjunto de oficinas al lado del centro logístico distribuidor. Me
entrevistó una chica no mucho mayor que yo, en cuya puerta tenía el letrero “DIRECTORA DE
PERSONAL”. Creo que le caí simpática porque le dije que lo de verdad me gustaría hacer era lo que
ella hacía. Sonrió y me dijo no todo lo que brillaba era oro y me hizo una entrevista que me resultó
muy fácil, más de lo que suponía, y al final de la misma me preguntó si podía incorporarme al trabajo
al día siguiente en uno de los locales situado al otro lado de la ciudad, en un sector en que yo nunca
había estado. Me dijo que más adelante procuraría traerme más cerca de mi domicilio, pero que ahora
había está vacante debido a una baja por maternidad, y que al cabo de unos cuatro meses ya
hablaríamos. Me dijo que normalmente se daba un cursillo de formación, pero que en esta ocasión
no había tiempo para ello.

Yo dudé un poco, trabajar lejos de casa, sin una formación previa y así de sopetón me dejo un poco
sorprendida, pero Maite, que así se llamaba la Directora de Personal, me pregunto que si lo tomaba
o lo dejaba.

Acepté, y al día siguiente mi padre me llevó en coche antes de irse él a su trabajo. Yo me sentía muy
importante, porque era mi primer día de trabajo y porque era mi padre quien me llevaba a trabajar.
Me dio un beso y me dijo que no me desmoronara por nada, que yo era capaz de superarlo todo.

A lo largo del día pensé en las palabras de mi padre sin parar, porque parecía que hubiera sabido
como de mal se iban a desarrollar los acontecimientos.

Nada más entrar pregunté por el Encargado, como me habían dicho que hiciera, pero aún no había
llegado, de hecho, no vino en todo el día porque estaba enfermo; pregunté por el Sub-encargado, un
chico más o menos de mi edad que me dijo que no sabía nada acerca de yo fuera a llegar, pero que,
ya que estaba allí, que me pusiera en la caja número tres. Yo le dije que nunca antes había trabajado
y que, por las circunstancias que he comentado, no me habían dado el cursillo. Juan, que así se
llamaba el Sub-encargado me dijo que mis dos compañeras se ocuparían de mí, que él no podía
porque estaba sólo y que no me preocupara.

Como no me habían dado uniforme, sacó de mi armario uno arrugado que había dejado una chica
que trabajó antes que yo y que se había marchado, y me dijo que me lo pusiera hasta que me dieran
el mío definitivo. Se debió imaginar lo peor, porque me preguntó si tampoco me habían hecho el
reconocimiento médico y si había firmado el contrato. A todo le contesté que no, y Juan se quedó
maldiciendo a los estúpidos (bueno, dijo otra palabra) de Central, que todo lo enredaban. Antes de
marcharse me presentó a Lucía y Ana, las otras dos cajeras, y les encargó que me pusieran al
corriente durante la mañana y que a la tarde ya me haría cargo de la tercera caja.

Lucía y Ana, después de dedicar menos de media hora a explicarme el trabajo de caja, se pasaron la
mañana hablando entre sí de sus novios y de sus chismorreos, sin hacerme caso. Como Lucía me
dijo muy claro: Mira, si vinieras a quedarte sería otra cosa, pero dentro de unas semanas te vas a
marchar y no vale la pena hacerse amiga tuya, así que arréglate como puedas.
Yo me esforcé, sin embargo, en aprender observando lo que hacía Lucía. Lo que yo quería era
hacerme cargo de la caja, teniéndola al lado para que me fuera diciendo lo que tenía que hacer, pero
no fue así. Cuando se tenía que ir al servicio o a otra cosa, cerraba la caja y me advertía que no
tocara nada hasta que ella volviera.

A mediodía se cerraba, cosa que yo no sabía, porque en el súper de mi barrio se hacía jornada
continua, pero como me explicaron más adelante, cada súper tiene un horario en función de sus
características.

Como el súper estaba lejos de mi casa, ni pensar en ir allí a comer. Tampoco había pensado en traer
un bocadillo, así que tuve que quedarme a comer en una cafetería cercana.

Por la tarde, me hice cargo de la caja y del cambio que me entregaron: afortunadamente, yo ya sabía
cobrar, pero rezaba para que no me vinieran muchos pagos con tarjeta de crédito, habilidad que aún
no dominada del todo.

Menos mal que no era ni viernes ni sábado, días de más trabajo, con lo que la afluencia a la tienda
era más bien escasa. De todos modos, yo tenía cola, porque era la más lenta de las cajeras.

En el público, hay de todo. Algunos son considerados, se dan cuenta que eres nueva te sonríen y te
dan ánimos. Una señora me dijo que su hija también estaba de cajera en otra tienda, y me dijo que
no me desanimara, que todos los principios eran difíciles. Un señor mayor me ayudo diciéndome lo
que tenía que hacer con la tarjeta de crédito. Pero otros se impacientan, dicen que no hay derecho a
poner a gente inexperta (en lo que tienen toda la razón) y te ponen nerviosa.

Al final, bien que mal, se acabó la tarde. Las otras dos hicieron caja en un momento y se marcharon
dejándome sola. Apagaron la luz principal y yo me quede casi a oscuras haciendo caja. Cuando fui a
entregar la recaudación iba temblando por si me faltaba dinero, pero –aún me acuerdo- me sobraron
23 pesos.
Mi padre me esperaba en la puerta para llevarme a casa y, desde que subí al coche, me puse a llorar,
y el llanto me duró toda la noche, hasta que después de cenar (casi no cené), me fui a la cama
agotada por aquel día tan horroroso.

Mis padres me consolaron. Mi madre me decía que no volviera, pero mi padre me decía que no tirara
la toalla. Le hice caso a mi padre. Volví, y al día siguiente le dije al encargado (que ya había vuelto)
con educación, pero con firmeza, que no había derecho a dejar a una persona así, sola ante el peligro.
Me escuchó, me dio la razón y le dijo al sub-encargado que se dedicará a mí, puesto que las otras
dos cajeras eran unas inútiles y unas bordes, y que ya les iba él a poner en su sitio.

Con las explicaciones de Juan pude salir adelante. Por cierto, que al día siguiente me citaron de la
Central para el reconocimiento médico y enviaron al súper los papeles que tenía que haber firmado
la víspera para darme de alta. Al mismo tiempo me dieron un vale para que me entregaran el uniforme
de mi talla en unos almacenes de ropa laboral. Con las otras dos cajeras, que ahora repentinamente
se habían vuelto muy amables, decidí que lo mejor era no reñir, pero tampoco perder mucho tiempo
con ellas. Al fin y al cabo, como Lucía dijo, al cabo de unas semanas me iba a marchar a otro sitio.

No llegué a estar en el súper todo el tiempo por la licencia de maternidad de la compañera, sino que
al cabo de un mes me enviaron a otro súper más cercano a mi casa. Llegaba andando en quince
minutos. Me ofrecieron estar en la tienda más cercana a mi domicilio, que es en la que compraba mi
madre, pero no me apetecía. En primer lugar, si le cobras a tu madre, pueden pensar mal de ti.
Además, me habían dicho que a veces los vecinos y conocidos te piden que les paces algo sin cobrar.
Por eso no lo acepté. Además, el paseo de quince minutos después de cerrar me desestresaba y me
relajaba.

Al cabo de un año ya era Primera Cajera y al cabo de dos años, como siempre me habían evaluado
positivamente en la Evaluación del Desempeño anual, el supervisor me preguntó si estaba dispuesta
a dejar la caja para ser sub-encargada. Le dije que sí. Recibí un cursillo en la Central realmente
bueno, estuve dos años de sub-encargada y al cabo de dos años más, tras otro cursillo de promoción,
y después de haber cubierto las vacaciones de varios encargados, me nombraron encargada en
propiedad, al principio en un súper pequeñito, luego a otro mediano, y ahora ya llevo tres meses en
este, que es uno de los recién inaugurados, que son los mayores de la empresa.

Pero nada de esto hubiera sucedido si llego hacer caso mí madre, y a lo que me pedía el cuerpo, y
no vuelvo el segundo día a trabajar, después de aquel primer día horroroso.

Preguntas.
1. ¿Qué equivocaciones se cometieron en la acogida de esta cajera?
2. ¿En qué costo emocional y social se incurrió por causa de esta mala acogida?
3. Diseñe un plan de acogida (Inducción) para el personal de este Supermercado.

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