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Sobreviviente de tus manos

Fernanda Figueroa Chandía.


Cuando consigo volver un poco en mí, tomo mis cosas. Al salir de la habitación alcanzo a
ver que la lata de cerveza sigue tal cual y cómo la dejé, abierta pero sin beber si quiera un
sorbo, no bebo alcohol; la acepté por insistencia y lo que yo creía cortesía.

Escucho que me habla, no le presto atención, o tal vez sí, pero solo quiero salir de ahí. Al
estar en la calle camino lo más rápido que puedo hasta llegar al paradero que me sirve
para tomar mi locomoción colectiva. Aunque en realidad, no logro entender cómo es que
llegué hasta aquí, es como si no estuviera en este plano, casi como si levitara y mi cuerpo
se moviera por inercia.

Me siento un tanto débil; manos sudando frío, visión borrosa, sensación de fatiga y el
corazón a mil por hora. Cresta no, me voy a desmayar. Logro estabilizarme un poco,
respirando profundo y tomando el agua que le acabo de comprar al caballero que siempre
se ubica aquí a vender con su cooler. Al agua le pongo sal de los sachet que siempre ando
trayendo conmigo, es la única forma de que mi presión suba.

Llega la micro que me sirve, me subo, pago el pasaje, me siento y lloro. No recuerdo
cuánto duró el trayecto, si más o menos de lo normal, solo sé que estaba absorta en un
mundo que no era el real ni el presente. Al llegar al paradero que me corresponde, bajo,
pero sé que no me encuentro aún en condiciones de volver a casa, así no. Decido caminar,
mientras lloro. Camino y lloro. Camino, lloro e intento no volver a marearme.

Recibo dos mensajes de texto, uno pregunta si llegué bien y solo pude sentir asco además
de confusión. El otro, es de mi mamá y me pregunta si está todo bien, ya que por la hora
debería estar de vuelta en casa. Es momento de regresar. Al entrar solo saludo, digo que
estoy muy cansada, así que me ducharé y dormiré, porque al otro día debo levantarme
muy temprano para ir a la universidad nuevamente.
Dejo correr el agua de la ducha, mientras me miro en el espejo vuelvo a llorar, mis
lágrimas caen por mis mejillas mientras observo mi cuerpo. Me siento horrible, asquerosa,
esta no soy yo, ya no soy yo.

Me sumerjo en el agua, intento evadir todo pensamiento que venga a mi mente, pero no
lo consigo. Debería desaparecer, tal vez ahogarme aquí y ahora sea la solución.
***

Abro los ojos, estoy mirando un techo blanco. Escucho pitidos, conversaciones en voz
baja, pero no lo suficiente como para no oírlas y de pronto recuerdo dónde estoy. Entra el
enfermero de turno, revisa mis signos vitales, me pregunta cómo estoy y si es que
necesito algo, a lo cual respondo que no, junto con un agradecimiento. Me recuerda que
ante cualquier cosa que necesite o pase, puedo apretar el botón que deja colgando a mi
lado, sonríe y se va. En un par de horas más, esa rutina se repetirá, puede ser el mismo o
alguien del turno siguiente.

Me explican que normalmente a los pacientes psiquiátricos no les permiten estar con su
celular, pero dado a que estamos en contexto pandemia, en una clínica privada y no
puedo recibir visitas, me lo pasarán para estar en contacto con mi familia.

Honestamente, creo que no me lo debieron haber pasado, cuando lo tomo hago puras
hueás. Le hablo o le respondo mensajes a mi ex, que por cierto, no está ni ahí con lo que
estoy pasando, por algo terminamos también; reviso Instagram y los veo a todos felices,
mientras yo hace meses no logro sonreír de verdad, así que solo me deprimo más. Y lo
más penoso de todo lo que hago, es hablarles a mis “amigos” para decirles que estoy bien,
sin que me lo hayan preguntado siquiera.

Dos de mis amigas dicen que no me entienden, que no comprenden cómo es que el día
anterior hablaron conmigo normalmente y luego en la madrugada decidí que no quería
vivir más, me dicen que algo debió pasar porque esas cosas no pasan así nomás, pero no
sé si hay mucho que explicar en realidad. Uno de mis amigos si preguntó por mí en un
grupo, esperando que alguien más respondiera cómo estaba, pero terminé siendo yo
misma la que contestó que dentro de todo, estaba “bien”.

Otros dos amigos también me escribieron los días posteriores, aunque eran de ese tipo de
mensajes que uno sabe que son por compromiso nomás, porque una vez que respondes,
no contestan más hasta como una semana después, si es que.
De mi familia recibí varios, mis tías, tíos, primas, primos, abuela y obviamente mis papás y
hermanas. Me da vergüenza responderles, pero sobre todo verlos. Siento que los
decepcioné, deben pensar que soy mal agradecida, que estoy loca y que soy débil.

No quiero pensar más, ¿sabí? Precisamente por un momento como este, donde sobre
pensé las cosas, colapsé, quise callar mi cerebro y me mandé el sobre de las pastillas para
el corazón que tenía en mi velador. Por eso terminé aquí, por no poder controlar mi
ansiedad ni mi depresión. Bueno, en realidad terminé aquí porque me las tomé y después
avisé porque me arrepentí, capaz que si no avisaba estaría en la morgue o bajo tierra ya,
quién sabe.
***

No me atreví a ahogarme, me dio miedo pensar en todo lo que vendría después y la


verdad, creo que sería heavy pa’ mis hermanas pillarme en nuestro baño, muerta y más
encima, sin siquiera saber por qué. Así que saco mi cabeza debajo del agua, me siento e
intento volver a respirar con normalidad. Otra vez me maree y se me aceleró el corazón.

Salgo de la tina, saco el tapón para que el agua se vaya y me vuelvo a mirar al espejo, esta
vez envuelta en una de las toallas rosadas que siempre suelo ocupar. Me sigo dando asco,
no importa si mi cuerpo no se ve, mi sola existencia me repugna.

Me pongo pijama, seco mi pelo, me lo amarro como todas las noches y me acuesto. Ojalá
me hubiese quedado dormida al tiro, para no seguir pensando ni llorando, pero no fue el
caso.

Me veo aceptando esa solicitud de mensaje en Instagram y respondiendo “hola, bien y


tú?” y me siento tan, pero tan estúpida. Deseo tanto poder devolver el tiempo y no
haberle respondido jamás.

Reviso mi celular, porque me acordé que tenía un mensaje preguntando si había llegado
bien. No sé por qué pero le respondí. Estúpida, otra vez. Le dije que sí y lo bloquee. Ojalá
nunca más saber de él, ni de este día, ni de mí.
***

- ¿Sabe hasta cuándo estaré acá? Le pregunto a la enfermera que entra a revisar mis
signos vitales.
- No, tiene que verte la psiquiatra primero para darte el alta, pero está de
vacaciones.

No digo nada.

Buena, me tengo que quedar hasta que la psiquiatra vuelva de sus vacaciones, porque no
dejó un reemplazo, pienso. Ahora entiendo por qué dicen que la salud mental es como las
hueas, si esto me está pasando en una privada, ni me imagino en un hospital. Llegas a
internarte por depresión y terminas deprimiéndote más porque te das cuenta que no eres
prioridad.

Le cuento a mi mamá por WhatsApp, ya que a ella aún no la llaman para darle noticias
sobre mí, así que me estaba preguntando si sabía cuándo me daban el alta. Se enojó,
obviamente, si madre mía es y a alguien salí yo. Así que ella llamó para preguntar.

Escucho que le dicen lo mismo que a mí, pero agregan que han estado intentando
contactar a algún otro médico psiquiatra que pueda venir a verme nomás para ver si me
dan el alta o hay que internarme en otro lado.

El enfermero se despide y corta.

Mi mamá dice que quedaron en que mañana me vendría a ver alguien y sino, podía irme si
quería. La verdad, es que quiero puro irme. Aunque me de vergüenza verlos, extraño mi
cama, la comida rica y el baño, estoy chata de orinar en una vasija que parece bandeja de
plata. Me duele el colon, la cabeza y la moral.

Entra la misma enfermera a la que le había preguntado por mi alta, esta vez me pregunta
si me quiero lavar el pelo. Le digo que sí, es que no soporto no lavármelo a diario, tengo el
pelo graso y necesito que esté limpio o me pongo de mal genio.
Mientras me lo lava y me pasa un paño húmedo para que yo me limpie el resto del
cuerpo, conversamos. Me pregunta cosas súper random, como cuál es mi color favorito,
cuántos años tengo, qué estudio y ese tipo de cosas poco interesantes. Después me
pregunta si vivo con mis papás y si tengo hermanas, cuando le contesto salta con el tema
que yo ya veía venir.

- Que bueno que te arrepentiste, sino, tus papás y hermanas hubiesen sufrido
mucho…
- Si sé. Le digo yo, en voz baja y con evidentes ganas de llorar, es que de verdad, no
quiero hablar de esto.
- ¿Podría saber por qué lo hiciste?

Se me aprieta el pecho otra vez, angustia le dicen.


***

Ayer fue el peor de mi vida y sigo pensando en cómo puedo sacarme todo esto que siento
dentro y que pareciera estar consumiéndome. Dicen que la única forma de soltar es
hablar, pero a mi familia no puedo contarle.

Desde que entré en la U me hice un grupo de amigos y amigas, aunque ya varias personas
me han dicho que los ven más como mis amigos de carrete, porque en realidad nunca se
preocupan por mí, pero yo soy porfiada y media ciega también. Así que decidí confiar en
ellos de todas formas, spoiler: no debí hacerlo.

Apenas les conté a las chicas, me culparon por acceder a ir al departamento del tipo. Les
expliqué que supuestamente solo subimos a buscar su billetera, pero otra vez me dijeron
que era culpa mía ser tan hueona y que si yo fui a su depto. Por voluntad propia, estaba
aceptando también cualquier otra cosa. También me aconsejaron no decirle a nadie,
porque no me iban a creer.

Aun así le conté a alguien que yo quería mucho, también del grupo, pero con el tuvimos
una relación de amigos con ventaja, así que había más confianza y cariño. Aunque los
beneficios entre nosotros ya se habían terminado hace rato, al contarle todo él se lo tomó
muy mal. En lugar de molestarse con el tipo y querer saber quién era por lo que hizo o qué
se yo, se molestó conmigo.

- Te pasa por querer olvidarme. Me dijo.

Dijo varias cosas más, pero esa es la frase que más recuerdo. Cuanto ego, cuanto
narcicismo y cuan poca empatía había en él.

Me paré, lo miré con los ojos llenos de lágrimas y le dije que se fuera a la chucha. Hasta
ahí llegó todo tipo de relación con él. Sin embargo, haberle confesado esto a tres personas
en las que yo confiaba y que sus reacciones fueran culparme a mí, terminaron por
convencerme; no tengo que decirle a absolutamente nadie más.
Después de esa conversación no pude volver a entrar a mis clases siguientes, pero
tampoco me fui a mi casa. Bajé al baño del zócalo de la universidad, porque casi nadie va a
ese, entré a uno de los cubículos, me encerré y lloré.

Estoy sola en esto y realmente no sé cómo se sigue después de algo así. Tampoco quiero
asumir que realmente pasó lo que pasó.

A ratos pienso que quizás mi mejor opción es obviar lo que sucedió, convencerme de que
tal como dicen otros, si fue mi culpa, olvidarme y seguir. El único problema es que no sé
cómo olvidarme de algo así.

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