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Proyecto Final Primer Corte

Presentado por:

Matías Gómez Buitrago

Identidad 55779

Presentado a:

Manuel José Acebedo Afanador

Departamento de Estudios Socio-humanísticos

Universidad Autónoma de Bucaramanga

Bucaramanga, Santander

14/03/2021
La identidad personal desde los agentes de socialización y el contexto cultural

En la psicología, el concepto de identidad personal se refiere al sentido que damos a nuestro


propio ser único, diferente a los demás y continuo en el tiempo. Es entendido como el guion
mental que hacemos todas las personas de los valores y comportamientos que nos han
transmitido los agentes de socialización social, tales como la familia, la escuela, la relación
con los iguales y los medios masivos de comunicación, integrándolos a nuestras
características individuales y nuestra experiencia en la vida social, es decir, la idea que
tenemos de nuestra individualidad y de nuestra pertenencia a ciertos grupos sociales.

La función de esta identidad es mantener nuestro equilibrio psíquico mediante dos principales
acciones: darnos una valoración positiva de nosotros mismos, y, adaptarnos al entorno en el
que vivimos. La primera, busca llegar a sentirnos una persona valiosa con capacidad para
actuar en los diferentes sucesos, contextos y elementos, mientras que la segunda permite
modificar ciertos rasgos de nuestra identidad para poder integrarnos a un nuevo entorno,
determinando importantes aspectos de nuestra vida, como son nuestra conducta, nuestro
carácter, nuestras actitudes e intereses, entre otras, en consonancia con nuestra participación
en el marco social, así como nuestra afinidad con determinados grupos sociales. En líneas
generales, la identidad personal, aun así, sin ser sinónimo de personalidad ni de carácter, ni
de rasgos personales, sí es un concepto que pareciera englobar todos estos aspectos, formando
así la “esencia del individuo”; todo esto en razón de un dinamismo, pues a lo largo de la
existencia, es posible reconfigurar dichos aspectos en la medida en que el concepto que tiene
de sí mismo, va modificándose en función de sus experiencias, intereses o expectativas.

Sin embargo, ¿cómo resulta posible llevar a cabo esa formación de identidad? Para responder
a esta pregunta, primero es necesario que en la identidad de un individuo confluyen diversas
experiencias vividas, especialmente aquellas vinculadas con lo erótico-afectivo, con la
integración social, con lo cultural, con lo religioso, con lo político, así como con la
autopercepción y la autoestima, sin embargo, en este documento analizaremos aquellas que
resultan más determinantes desde el punto de vista sociológico y psicológico, siendo estas
los agentes de socialización, la familia, la escuela-universidad, la relación con los iguales,
los medios masivos de comunicación y el contexto, en correspondencia con el determinado
periodo histórico en el que se vive; donde su inicio se remonta desde la niñez o la infancia
del individuo, más precisamente desde el momento en que el sujeto es consciente de su propia
existencia, y transcurre junto con su vida entera, moldeándose progresivamente su
construcción durante la adolescencia y consolidándose en la adultez, cuando la persona es
conocedora de su lugar o rol en la sociedad.

Previo a analizar dichos agentes, es necesario primero definir qué es un agente de


socialización. Estos son aquellas personas o instituciones que hacen posible la efectividad de
la interiorización de la estructura y procesos sociales, los cuales se van diversificando
conforme se incrementan los contextos sociales del individuo, pasándose de la exclusividad
de la familia a la influencia de otros agentes externos, suponiendo la conversión del
individuo, en alguien constructor de su propio mundo social, en el que puede ir adquiriendo
un gran bagaje de conocimientos y habilidades, ya que las demandas que les exigen los
iguales les permiten procesar su integración. En este sentido, consideramos los agentes de
socialización, a las instituciones e individuos que tienen las atribuciones necesarias para
valorar el cumplimiento de las exigencias de la sociedad y disponen del poder suficiente para
imponerlas.

Cabe resaltar que, al comprender la definición dual, es decir, partiendo tanto de la sociología
como de la psicología, donde se trata de ver, desde la primera, cómo la sociedad logra
transmitir sus ideales, valores, creencias, conductas, entre otras, y, desde la segunda, en ver
cómo el individuo los asimila e integra en su construcción de identidad. Por tanto, dicha
socialización lleva consigo dos contribuciones fundamentales para el desarrollo psicosocial
del individuo, siendo la primera el suministro de las bases para la participación eficaz en la
sociedad, posibilitando a que el ser humano haga suyas las formas de vida prevalentes en el
medio social, y la segunda, hace posible la existencia misma de la sociedad, pues a través de
ella amoldamos nuestra forma de actuar a las de los demás, compartiendo una reciprocidad
en cuanto a los que esperamos de los demás, y en lo que ellos esperan de nosotros.

Posterior a esta breve introducción acerca del concepto, proseguimos con nuestro objeto de
estudio, siendo este el análisis de los agentes socializadores propuestos, y su impacto en la
construcción y formación de identidad personal, donde evidenciamos, primeramente, y
debido a su inmediatez en el desarrollo del individuo y su constante presencia en esta, a la
familia.

La familia, además de ser el principal elemento natural, universal y fundamental de la


sociedad, altamente protegido por el Estado, es también el principal agente socializador, más
precisamente durante la niñez de la persona. La socialización en la familia se desarrolla en
una forma continua sin planes de enseñanza o programas pre establecidos, donde el infante
retiene todo lo que ve en su entorno o contexto social, en este caso la familia a la cual
pertenece, y comienza a desenvolverse, ante lo cual, poco a poco, va desarrollando su
capacidad cognitiva, formando su personalidad, y construyendo su identidad personal
conformando a ese esquema de valores, normas de conducta, corriente de pensamiento, entre
otras, que surgen de este entorno familiar.

Cabe resaltar que en la familia no se socializa únicamente mediante alocuciones o lecciones,


sino también mediante experiencias de vida de cada uno de los integrantes, ya sea los padres,
abuelos o demás miembros familiares de la persona que está aprendiendo a socializar,
muchas veces sujeta, y evidenciándose nuevamente, a sus características sociales y
económicas.

Este primer agente socializador, la familia, aporta indudablemente, como es de esperar, una
gran contribución a la formación de identidad personal del individuo, pues al ser el primer
contexto donde se desarrollan las primeras relaciones interpersonales, así como donde tienen
lugar las primeras imprecisiones sobre sí mismo y el mundo que lo rodea, tiene su impacto
en numerosos ámbitos de vida del sujeto. Dichos ámbitos, entendidos también como aspectos
fundamentales a formar en el individuo, albergan desde la importancia de la seguridad de
dichos vínculos afectivos y el aprendizaje de él por observación del comportamiento, como
también de las respuestas asumidas por sus padres o miembros presentes en su entorno
familiar ante determinadas situaciones, hasta la implementación de normas de conducta y de
convivencia, así como de valores tanto familiares, como morales, éticos, humanos, sociales,
y en ocasiones religiosos y culturales, configurando la identidad personal del individuo, no
sólo desde su más tierna infancia, sino también en su paso por la muchas veces tormentosa y
conflictiva adolescencia, hasta incluso su adultez, un autoestima y sentido del “yo”, que es
altamente influyente en el nivel de seguridad que el individuo tiene de sí mismo como en los
demás. Adicionalmente, modela esa identidad personal, otorgándole un sentido de
responsabilidad y compromiso ante las normas y las obligaciones, junto con los alcances y
su límites de su actuar, transformando la mentalidad y la visión del mundo de la persona, lo
que tiene por consecuencia, un ser sensible de la realidad social, consciente de la importancia
de los vínculos y relaciones interpersonales cosechadas y fortalecidas por las pautas y normas
de conducta social, al igual que consciente de las responsabilidades y obligaciones que
contrae, a la vez que de los efectos que pueden llegar a tener sus actuaciones dentro del
contexto social., todo esto claramente determinado en cierta medida por lo que le fue
impartido desde su crianza y su desarrollo en el entorno familiar, así como desde su paso por
las instituciones educativas, como veremos próximamente.

No obstante, en la sociedad de la época actual, muchas de las funciones socializadoras de la


familia han venido variando, ya sea por las diversas situaciones que ocasionen la
imposibilidad de que sean los padres los encargados de la educación y desarrollo de sus
descendientes, o bien por la ya asentada creencia e ideología de inscribir a los hijos en
instituciones educativas para alcanzar dicha formación necesaria para que puedan afrontar el
futuro y ser exitosos, donde participan los entes que inculcan esa educación necesaria, tales
como guarderías, escuelas, internados, clubes, entre otras, siendo la institución educativa el
segundo agente de socialización.

Es precisamente en esta segunda instancia, donde el paso del entorno familia hacia el
preescolar o a la escuela, compone un momento de transformación donde el niño comienza
a crear las primeras relaciones duraderas con personas ajenas de su grupo familiar, formando
lazos de amistad, los cuales en algunos casos, algunos de ellos perdurarán hasta culminar esta
etapa, incluso conservándose toda la vida, y, asimismo, donde encontrará la confianza para
desenvolverse y así incrementar progresivamente hasta la inclusión total como ciudadano
que cumple un rol en específico y aporta a la sociedad.

En la escuela, los niños están continuamente en contacto con una gran diversidad, pues no
sólo están en contacto con diferentes personas de diferentes edades, procedencias, creencias,
costumbres, entre otras, sino que también están recibiendo una gran cantidad de
conocimientos de las diferentes áreas de desarrollo de la persona, como son el cognitivo, el
afectivo y social, el lenguaje, el sensorial y el motor, los cuales irán evolucionando en
correspondencia del progreso y desenvolvimiento del individuo. Asimismo, se evidencia una
amplia gama de mensajes, tanto explícitos como implícitos, que tienden a reforzar el sistema
de valores y pautas de conducta que aprendieron en la familia, de la sociedad a la que
pertenecen.

Son en estos espacios de esparcimiento, interacción y aprendizaje, donde los infantes


aprenden que existen diferentes maneras de discutir, reflexionar y evaluar conductas, al igual
que asimilan el reconocimiento y la aceptación de modelos de autoridad diferentes de los
familiares, lo que genera en ellos que comiencen a actuar de manera más formal e impersonal
según las nuevas normas y pautas de comportamiento.

Por tanto, a manera de conclusión en cuanto a este agente socializador, podemos decir que,
si bien el objeto principal y rotundo de las instituciones educativas es la adquisición de
conocimientos en los distintos ámbitos ya mencionados anteriormente, está el objeto
sobreentendido que corresponde a nuestro objeto de estudio, es decir, a cómo la continua
formación social de la persona en este contexto, osea su socialización, encuentra un impacto
en la formación de su identidad personal. Este impacto dentro de la construcción de identidad
personal del individuo, se presenta primeramente, y como bien se mencionó anteriormente,
al momento en que ellos reconocen y aceptan un modelo de autoridad diferente del familiar,
lo que en ese orden de ideas, los lleva no sólo a distinguir, sino a adaptar en sí mismos las
normas, reglas, pautas, valores como los éticos, morales, sociales, culturales, entre otros, que
son necesarios para poder así convivir socialmente y compartir el ambiente más propicio
posible para la impartición de educación a manos del cuerpo docente y de la institución en
concreto. Por otro lado, partiendo de los conocimientos que le son otorgados, estos
contribuyen a la constitución de identidad personal de individuo, en la medida en que son
estos los mecanismos responsables de ampliar la visión de que tiene él, del mundo que lo
rodea, produciendo una perspectiva más crítica de las cosas, de los acontecimientos y de los
fenómenos propios del mundo, causando un cambio de mentalidad y un proceso de
autocrítica y reflexión respecto de las posturas a asumir frente a diversos escenarios, donde
analiza, cuestiona y resuelve en torno de los valores sociales y de una valoración crítica, al
igual que en consideración de las emociones y sentimientos según la situación, en la cual
también se evidencia la admisión de perspectivas, puntos de vista, alternativas y formas y
maneras ajenas a las propias, que pueden resultar de utilidad como de aprendizaje, ofreciendo
la posibilidad de una mayor fundamentación y asertividad al momento de tomar decisiones.

Prosiguiendo con los agentes de socialización, encontramos en un tercer grado, los grupos de
pares o de iguales, los cuales son conjuntos de individuos que comparten características
sociales comunes y ciertos ámbitos de interacción. Así, durante la infancia, los grupos de
pares o iguales, se componen principalmente de compañeros de clase, mientras que en la
adolescencia y juventud, de personas que comparten actividades, intereses o un mismo
estatus socioeconómico. Respecto de la socialización de estos grupos, encontramos que,
además de los conformados en la escuela, coexisten también los constituidos en demás
espacios como plazas, iglesias, barrios, centros de recreación, entre otros, pero con la
particularidad de que generalmente, estos evidencian una estrecha relación con la posición
social y económica del individuo, conformándose en razón de estos.

Estos grupos anteriormente mencionados, aportan a la formación y construcción de la


identidad personal, en el sentido que implica un espacio dentro del individuo, para
diferenciarse y dar respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?, en la medida que supone un
contexto diferente al familiar, ya explicado anteriormente, donde son sometidas a revisión
sus capacidades, deseos, y preferencias, al igual que a encontrar respuestas a ese gran
interrogante que presupone su identidad. Asimismo, proporciona un nuevo marco de
referencia social y afectiva que complementa el constituido por la familia, añadiendo un
contexto social en el cual prevalece una multidiversidad de alternativas de conocimientos,
opiniones, perspectivas, aspiraciones, aportes conceptuales desde diferentes orillas de
pensamiento, capacidades, gustos y preferencias, y demás, otorgando un mayor beneficio y
una mayor riqueza constructiva a la formación de identidad personal del individuo,
ocasionando, en una primera parte, que al ser consciente en lo personal que existe esa
diversidad, y que por ende ha de estar formándose con valores que abarquen dicha
construcción diversa, configure su identidad personal con unas bases de respeto a los demás
y a lo diferente, de reconocimiento de lo no propio, de tolerancia, de solidaridad, de sana
competencia, y demás valores que aporten a una armoniosa convivencia en sociedad, y, en
segunda parte, a sentirse incluido y a la vez a sentir que debe ser incluyente, para poder así
constituir una mayor unión, una mayor cohesión social y una realización personal en
sociedad.

Ahora bien, hoy en día, aparte de los agentes socializadores anteriormente mencionados,
tanto psicólogos como sociólogos se encuentran de acuerdo en que, debido al gran impacto,
las enormes impresiones, la gigantesca capacidad para influir, transformar y determinar tanto
conductas, tendencias, necesidades, pensamientos, ideologías, relaciones interpersonales,
valores, sentimientos de pertenencia, de felicidad y hasta la vida misma, entre otras, que han
tenido los medios de comunicación en los diferentes ámbitos, contextos y aspectos de las
personas tanto en su vida personal como social, específicamente los medios masivos de
comunicación, es necesario tomarlos en consideración como un agente socializador,
concretamente como el cuarto en este orden adoptado, ante lo cual, atendiendo a este
razonamiento, se analizarán sus diversos aportes y contribuciones en cuanto se refiere la
identidad personal de los individuos.

No obstante, con la intención de poder llegar a entender dichas contribuciones, es necesario


primeramente comprender qué son los medios masivos de comunicación al igual que algunas
de sus características más esenciales.

Dicho lo anterior, es preciso destacar que, como mencionamos en un inicio, la socialización


es un fenómeno de la comunicación, es decir, para que existe la primera, es necesario una
interacción, un intercambio de información, de ideas, de de conocimiento y demás, entre dos
o más personas, de la cual desarrollamos nuestras opiniones, gustos y preferencias,
habilidades, razonamientos, y, no menos importante, nuestro sentido de identidad personal.

Nosotros en el contexto actual, en este nuevo mundo altamente globalizado, tecnificado y


tecnológicamente avanzado, recibimos y accedemos a una incalculable gama de cantidad de
contenidos, significados, conocimientos e información no sólo desde un plano local,
entendiéndose por éste la cultura en que vivimos, sino desde un plano mucho más general,
superando las fronteras, traduciéndose por éste, el mundo en el que habitamos todos. Son
estos los medios masivos de comunicación, estos poderosos instrumentos tanto tecnológicos
como sociales, utilizados ya sea para seleccionar, transmitir o recibir algún mensaje, como
por ejemplo la información, y cuya incidencia es tan fuerte y tan directa en ocasiones, que es
capaz de asentar y reconfigurar costumbres, ideas, comportamientos, percepciones sobre lo
que es bien visto y lo que no, deseos, prioridades, relaciones interpersonales, etc, de las
personas.

Hay quienes consideran, desde diferentes posturas, que en estos casos, donde los medios de
comunicación masiva poseen tal alcance, la familia, la escuela y los grupos de iguales pierden
fuerza socializadora al mismo tiempo que la ganan los medios de comunicación, esto debido
al gran poder que ejerce sobre el ser humano y su desarrollo, lo que supone un desafío para
los agentes de socialización previamente afectados. Un ejemplo de esto, es la televisión, pues
no sólo tiene su aporte meramente limitado al entretenimiento, sino que también ayuda a
crear costumbres, percepciones y conductas, lo que pone en cuestión a los sistemas
educativos formales e informales, perjudicando notoriamente las relaciones interpersonales
y familiares. Esto último, generalmente ocasionado cuando el espectador de este medio, sobre
todo los más pequeños, no son capaces de diferenciar entre la realidad y la ficción,
traduciéndose en, por ejemplo, estereotipos de roles sociales, étnicos, sexuales y
profesionales.

Como consecuencia de lo anterior, demandan del mismo modo, una buena educación desde
la familia y la escuela respecto de estos medios masivos de comunicación, donde debe
plantearse el crear individuos críticos que sean capaces de procesar y analizar la información
desde los conocimientos y, desde una actitud que suponga una personalidad y autonomía
propia, y no una creada por los medios y sus contenidos.

En este orden de ideas, la aportación de este agente socializador, cuyo asentamiento ha sido
demasiado veloz, y cuyos efectos parecen carecer de límites debido al enorme volumen de
sus impactos a nivel personal y social, de los que no se salvan los niños, adolescentes e
incluso los adultos, son posible entenderlas de la siguiente manera: en un primer momento,
al ser los medios masivos de comunicación una rica fuente de recursos simbólicos, de valores
impuestos directa o indirectamente, de pautas de conductas y comportamientos, de ideologías
u orillas de pensamiento en concreto, entre otros, con los que el individuo interactúa
constantemente, constituye tanto un ámbito enriquecedor, como uno peligroso. El primero
haciendo referencia a la ampliación de horizontes, a una visión más global y a un mayor
relacionamiento con la realidad, de igual modo que hace que el individuo vaya adaptándose
al medio en el que vive, perciba los cambios, conviva con los demás miembros de su entorno,
los respete, sienta afecto, y sienta tanto la sensación de ser incluido como la de ser incluyente;
mientras que la segunda hace referencia a los riesgos de estos medios, donde convierte a los
individuos en masas, anulándoles la identidad y homogenizándolos, en la medida en que se
les permite a estos mecanismos de comunicación masiva, alterar los demás ámbitos de la
vida de los individuos, configurando aspectos de los más indispensables y decisivos para la
constitución de una identidad personal y social, como bien son el relacionamiento con los
demás, junto con lo que de esto se deriva, así como la capacidad para autodeterminarse a
ellos mismos, pues se corre el riesgo de ceder tanto espacio en sus vidas a los medios masivos
de comunicación, que eventualmente estos pueden llegar a decidir ellos, degenerando la
autonomía y la independencia de razonamiento, al igual que la capacidad decisoria, factores
que originariamente, fueron los que definieron nuestra existencia, nuestra identidad.
Asimismo, como ya se mencionó, es necesario que el individuo cree destrezas, claramente
con el debido soporte actitudinal y aptitudinal, que le permitan aumentar el abanico de
posibilidades y las capacidades para enfrentar esos intentos de manipulación y seducción por
parte de los medios masivos de comunicación, entendiéndolas, priorizándolas,
seleccionándolas y convirtiéndolas en acciones vitales que constituyan y configuren nuestra
existencia e identidad personal.

Siguiente al enunciamiento y el análisis de los cuatro agentes socializadores anteriormente


estudiados, con objeto de una mayor profundización y un contenido más completo en esta
investigación, donde se examinan en detalle aquellas instituciones o fenómenos sociales que
contribuyen a la construcción y formación de la identidad personal en los individuos,
proponemos un quinto agente socializador, que si bien no actúa directamente sobre el sujeto,
sus incidencias repercuten de manera muy directa en lo que se refiere a la caracterización
individual de nosotros mismos, así como de nuestra experiencia en la vida social. Este quinto
agente propuesto, es el contexto cultural.

Desde esta perspectiva, se entiende que la socialización conlleva la adquisición del estilo de
vida de la persona, determinado y característico de la sociedad en la que se vive. Este estilo
de vida, se traduce como cada una de las formas diferentes de vivir, que incluyen, por
ejemplo, pautas de comportamiento basadas en valores y actitudes sociales, adaptadas según
el grado y las formas de interacción con los los agentes socializadores en cuestión. Así pues,
el estilo de vida de una persona es el conjunto de pautas de conducta y hábitos cotidianos,
estando definido y precisado tanto por las condiciones socioculturales del entorno en el que
se inserta, como de las necesidades y preferencias del individuo. Por todo ello, el estilo de
vida es mucho más que una determinada conducta, aunque puede existir también la
posibilidad donde los comportamientos que lleva a cabo la persona son los que definan su
estilo de vida particular y no al revés.

En este sentido, se crean las actitudes y se construyen las representaciones sociales, que a su
vez, describen la interacción de la persona con su contexto, pudiéndose llegar a seleccionar
aquellos valores que justifiquen determinadas pautas de comportamiento.

Para nadie es un misterio que la sociedad del siglo XXI es bastante diferente a la de hace
siquiera unas décadas, en la que se educaron, por ejemplo, nuestros padres. De hecho, lo que
caracteriza en mayor medida a nuestra sociedad actual, es su carácter cambiante, lo que
conlleva la presencia de patrones conductuales, valores, creencias e ideologías diferentes
entre generaciones. Estos cambios afectan muy directamente a la vida cotidiana de las
personas en todos sus ámbitos de quehacer y de desarrollo a lo largo de su vida, como son el
familiar, el social, el profesional y el personal, produciendo estilos de vida diferentes para
cada uno de los ámbitos de actuación de la persona, aunque encontrando también similitudes
y una afinidad entre estos mismos.

Continuando, y como bien hemos puntualizado, existen múltiples factores, tanto positivos
como negativos, que tienen la capacidad de determinar esta dinámica de formación de
identidad personal y social, y que hacen parte de nuestro contexto cultural. Evidenciamos
entonces, por ejemplo, el contexto político y económico, la ideología predominante, las
creencias, los valores y las costumbres asentadas, el marco legal-normativo, así como los
hechos culturales, es decir, aquellas manifestaciones o representaciones que involucran el
contexto cultural y hacen parte de este, ya sea desde una mirada evolutista o contemporánea,
como son la música, el arte, la pintura, los rituales, el teatro, las fiestas culturales, entre otros.
Sin embargo, refiriéndonos ahora a los factores negativos con esta misma capacidad,
encontramos, por ejemplo, el conflicto, la violencia y el maltrato, donde se resalta la
necesidad de los demás agentes socializadores para adelantar su prevención y tratamiento,
pues dichos escenarios tienen tal impacto en el individuo, que pueden marcar un estilo de
vida asocial, acompañado de desconfianza y miedo, afectando directamente su
desenvolvimiento y su relacionamiento con los demás, y por ende, su percepción de sí mismo
y de sí mismo en el mundo, su identidad personal y social.

Luego de exponer lo anterior, damos cuenta entonces de que, al presentarse un contexto de


tales características y propiedades, estamos frente a una multiculturalidad, es decir, la
incorporación de cada vez más individuos procedentes de culturas diferentes a la nuestra, lo
que trae consigo la obligación de que exista un pensamiento crítico, incluyente y receptivo,
junto con valores sociales tales como la tolerancia, el respeto a la diversidad y a lo diferente,
la solidaridad; todo esto, con el objeto de llevar a cabo procesos de socialización de las
mejores formas posibles, y, de esta manera, lograr la mejor construcción de identidad posible.

Resumiendo entonces la relación entre el contexto cultural y la identidad personal, así como
los efectos del primero sobre el segundo, es posible concluir que son dos conceptos
íntimamente vinculados, pues funcionan como elementos cohesionados dentro del mundo
social y, de la misma forma, actúan entrelazados para que los individuos que la forman
puedan fundamentar su sentido de pertenencia, de sentirse incluidos e identificados en
función de los rasgos culturales comunes, al igual que sentirse como miembros que deben
aportar al progreso y desarrollo de la sociedad, partiendo de las distintas áreas de
conocimiento y desde los valores sociales, morales, religiosos, éticos, familiares, humanos,
etc, que ésta última promueve. El contexto cultural de una sociedad, es entonces,
determinante y de vital importancia en el desarrollo no sólo de la identidad personal y
colectiva, sino también del desarrollo pleno de los seres humanos, donde todos se ven
influenciados, ya sea en mayor o menor medida dependiendo de la interacción social, pues
el factor cultural siempre estará inmerso en su desenvolvimiento y desarrollo conductual,
social, económico y personal, que de alguna u otra manera incita a las personas a alcanzar un
nivel de vida acorde a las condiciones del entorno en el que nace, crece y se desarrolla.

A manera de cierre, podemos concluir que, posterior a haber realizado este profundo análisis,
acompañado de una ardua investigación, que la construcción de identidad, a partir de los
cinco agentes de socialización anteriormente considerados y examinados, que es un proceso
constante en el tiempo, que muy seguramente nunca podrá concretarse en su máxima
expresión, pues como hemos dicho, la sociedad contemporánea es principalmente
caracterizada por su carácter de continua transformación, lo que ocasiona, como es evidente,
una serie de variaciones y modificaciones en todas las estructuras de la sociedad, como la
política, la sociocultural, la económica, entre otras, que a su vez afecta la concepción general
de pautas de conducta, normas de comportamiento, ideología, valores, creencias,
necesidades, gustos y preferencias, y demás, que terminan por reconfigurar en primera parte,
los agentes de socialización con los cuales interactuamos a lo largo de nuestra vida, y como
vimos, contribuyen una gran parte de esa construcción de identidad personal y colectiva, y,
en segunda parte, la percepción de nosotros mismos como entes diferentes de los demás con
capacidad de adaptarnos al entorno en el que vivimos, integrando poco a poco lo que se
denominará como nuestra personalidad, nuestra esencia, nuestra identidad.

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