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Revolución francesa

Voltaire

El nombre de nacimiento de Voltaire fue François Marie Arouet. Nació el 21 de noviembre de 1694
en París, Francia, y fue determinante en la época de la Ilustración. La familia de Voltaire se
caracterizó por ser adinerada, lo que le permitió a él obtener una educación de buena calidad.

En 1704 ingresó en el colegio jesuita Louis le-Grand, en donde obtuvo su primera formación.
Estuvo allí hasta 1711 y sus estudios en esa institución le brindaron un amplio conocimiento del
griego y del latín.

Religión

El primer aspecto relevante del pensamiento de Voltaire es que consideraba que la religión era
más bien una actividad llena de fanatismo y supersticiones.

Vale acotar que Voltaire no era ateo, sí creía en Dios, pero criticaba fuertemente las acciones del
clero. Para él las personas creyentes en Dios eran naturalmente honradas.

Era un defensor acérrimo de la libertad de culto y de la tolerancia, especialmente en el ámbito


religioso. Para este pensador, las guerras basadas en elementos religiosos generaban un escenario
absurdo.

Su crítica hacia el fanatismo religioso incluía tanto a los católicos como a los protestantes, esto
enmarcado en el hecho de que favorecía la libertad de culto.

La tolerancia por la que abogaba Voltaire incluía al ámbito religioso, pero no se limitaba solo a
este. Según Voltaire, la tolerancia es fundamental en todos los escenarios.

En este ámbito Voltaire sentencia con una frase hoy bastante difundida: “No hagas a los demás lo
que no quisieses que te hicieran a ti”.

Política

La concepción de Voltaire en el ámbito político era claramente cónsona con el sistema británico, al
que tuvo acceso durante su destierro.

Para Voltaire lo más importante era el mantenimiento de las libertades individuales, y creía en
sistemas que fomentaran dichas libertades. Por esto, Voltaire no era necesariamente adverso a las
monarquías, siempre que respetaran las libertades de los individuos.
Además, Voltaire estaba en contra de las actitudes arbitrarias de los monarcas; para evitar esto,
proponía la existencia de un consejo de ministros empapado en las ideas de la Ilustración, que
impidieran acciones egoístas y otras actividades despóticas.

En el ámbito económico y social, Voltaire se mostró siempre a favor de la propiedad privada.


Como se ha visto, fue un hombre muy atraído por las riquezas y la vida acomodada de la
aristocracia.

Este pensador no creía en la igualdad; no lo consideraba un derecho natural, sino más bien un
concepto utópico. De hecho, registros históricos más bien revelan que Voltaire no realizó ninguna
acción en beneficio de las clases más desfavorecidas de la época; carecía de sensibilidad social.

En cambio, tenía una visión corta del común de las personas, indicando que no era posible que
estos pudiesen razonar. Tampoco veía con buenos ojos a los nobles; solo estaban en un escenario
favorable para él cuando se encontraba en medio de la alta burguesía.

Parte de los elementos por los cuales abogó durante su vida fue por tener un sistema judicial
eficiente, sin nepotismo, con mayor capacidad de brindar justicia real.

Marx decía que en el texto, Voltaire predicaba el ateísmo, y en las notas, defendía la religión.
Voltaire fue un ideólogo de la burguesía. Consideraba la desigualdad como una ley eterna e
imprescriptible del universo. Su desprecio por el “populacho” traduce el carácter de clase de la
filosofía burguesa francesa del siglo XVIII. Brillante propagandista de la filosofía de las luces,
ejerció una gran influencia sobre sus contemporáneos como adversario del clericalismo, del
catolicismo, de la autocracia, del régimen feudal.

Diderot

París, 1728. Un joven de 15 años, nacido en Langres (población del noreste francés), arriba a París
para continuar sus estudios de Arte, Filosofía y Teología en la Universidad de la Sorbona. Es Denis
Diderot Vigneron, hijo de un fabricante de cuchillos burgués y de su esposa, Angélique.

En 1747, el editor y librero francés André le Breton, impresor del rey, lo convocó para hacer una
traducción de Chambers. Diderot aceptó y propuso además la creación de una obra monumental:
la primera Enciclopedia que agrupara el conocimiento existente, entregada al público en fascículos
periódicos por suscripción.

a Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers constituyó la obra
cumbre de la Ilustración, el máximo aporte del Siglo de la Luces, y una labor editorial titánica,
acaso la mayor de todos los tiempos: Para Diderot, no se trataba de un simple compendio. Era la
semilla de la libertad, del espíritu crítico, del acceso universal al saber. Debía instruir pero, sobre
todo, alegrar y estimular, ser instrumento contra la ignorancia y la represión.
ara ello convocó a las mentes más brillantes (Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Turgot, entre 140
famosos y anónimos más) y al matemático Jean le Rond D’Alembert, para que fuera codirector.
Cada uno escribió sobre su tema y sólo Diderot escribía sobre todos. De hecho, fue el principal
redactor, con más de 5.000 artículos suyos.

Desde lo básico hasta lo erudito, todo cabía. El colosal proyecto devoró veinticinco años de la vida
de Diderot, quien tuvo que sortear toda clase de obstáculos y censuras delirantes. Amenazas,
insultos y calumnias empezaron a llegar del clero, del Palacio Real, del Consejo del Rey, del
Parlamento de París, de la Santa Sede. Más de una vez la impresión fue detenida o suspendida,
calificada de subversiva, y el papa Clemente XIII repartió excomuniones por doquier

en 1749, con la publicación de su ‘Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver’. Otra vez
lanza en ristre contra la religión. La monarquía francesa, harta de sus semillas de revuelta, lo
declaró “peligroso” por “libertinaje intelectual”. El enciclopedista fue encarcelado al este de París,
donde pocos días después lo visitó un tal Jean-Jacques Rousseau, todavía anónimo para la mayoría
de los franceses, a quien había conocido en 1742.

Como suele ocurrir, el editor Le Breton murió millonario, mientras que el autor sorteando toda
clase de dificultades. Ya en 1767 había tenido que vender su biblioteca a la zarina Catalina II de
Rusia –de quien se dice fue consejero y amante– para poder dejarle una dote a su hija Angélique
(la única de sus hijos que sobrevivió); y murió a los 70 años, el 31 de julio de 1784, sin ver los
frutos materiales ni morales de lo que sembró. Cinco años después, se produjo la Toma de la
Bastilla, motivada por sus ideales, y la mayor parte de sus libros tuvieron que esperar 50 años para
salir a la luz.

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